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Capitulo 5- Tensa Calma (Parte 1)

18 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta K-4, nombre en clave Midgard. 15:12.

El chirrido emitido por la sierra laser al cortar el duro metal de la carrocería del acorazado Armadillo golpeaba violentamente los oídos. El caliente haz de luz color verde brillante despedía chispas al ir cortando el metal. El operario que empuñaba la sierra laser no solo tenía que proteger sus ojos de las chispas con una visera acoplada a su casco sino que además, llevaba puesto unos guantes aislantes, que le protegían de las altas temperaturas que emanaban del láser. Este se encontraba sobre una plataforma que lo había elevado un par de metros para alcanzar la zona de unión con el techo. Tenía que cortarlo, ya que se había formado una gran abolladura que obstruía la cabina de pilotos, y si había que retirar los componentes electrónicos. Sería imprescindible que nada obstaculizase la extracción.

Zeke observaba como esos ingenieros se demoraban por reparar el descomunal acorazado Armadillo. Se trataba de un vehículo de transporte de 8 ruedas con 10 metros de longitud y capaz de transportar a más de 14 soldados en su interior. Su forma rectangular venia rematada se iba curvando al llegar a la parte delantera, formando un semi-ovalo, que era donde se situaba la cabina de pilotos. El vehículo en reparación se había despeñado por un barranco mientras se trasladaba a la Base Omega. Desde una altura de 50 metros, se golpeó contra las rocas duras afiladas, hasta caer contra un terraplén de tierra desnuda. Afortunadamente, los soldados que iban en la zona de carga se consiguieron salvar ya que esta parte del acorazado estaba recubierto de una capa de acero reforzado, perfecto para repeler golpes e impactos. La cabina de los pilotos, también cuenta con una capa protectora, pero lamentablemente, al ser atravesado el cristal que tenían delante por las rocas, los pilotos perecieron. Ezekiel observó la cabina y la gran abolladura que se había formado, aplastando los asientos de los pilotos. Vio la sangre reseca sobre los asientos y el frío metal de la carrocería.

—Zeke, pásame la llave inglesa —le dijo una voz en la disonante distancia.

Sus ojos seguían clavados en aquella perturbadora visión. Una sensación de malestar parecía estar invadiendo su cuerpo. Un malestar, una preocupación, que no quería experimentar, pero que estaba ahí.

—Zeke, ¿estás aquí?, —preguntó la voz en apariencia distante— ¿o tu mente se ha largado de paseo a Praxis IX?

Sintió un golpe en el brazo. De repente, notó como aquel misterioso vacío se alejaba instantáneamente. Al girarse, vio a un hombre en la veintena de pelo corto negro y de rasgos asiáticos. Tenía una cinta atada en la frente y su rostro estaba sucio, lleno de aceite negro. Era Ryo Takahashi, el ingeniero al que Kyle pretendía convencer para permitirle ir en un jeep hasta la base. Ahora ambos, se encontraban reparando ese mismo vehículo. Ryo le seguía mirando con sus ojos, a la espera de ver alguna reacción por parte de Ezekiel. Este, finalmente salió de su ensimismamiento, y le entrego la llave inglesa para desenroscar una tuerca.

Ezekiel había decidido pasar los días de hastío y espera en el hangar de la base, el sitio a donde se había trasladado los vehículos. Esta era una zona especialmente habilitada para la reparación de los vehículos dañados. A su alrededor, ingenieros, mecánicos y otros múltiples operarios se afanaban en reparar los vehículos dañados. Mientras que delante de ellos tenían el acorazado, a su lado izquierdo había una nave Buitre con un motor roto y a su derecha, un par de ingenieros robóticos trataban de revivir a un robot transportador, de cuatro patas acabadas en punta y con dos brazos acabados en tenazas, usados para transportar material peligroso o de mucho peso.

Ezekiel había decidido convertirse en el ayudante personal de Takahashi, siguiéndolo a todas partes y asistiéndole en todo, ya fuera pasarle herramientas, ayudarle a quitar alguna pieza ciertamente bien anclada o haciendo pequeñas tareas que al ingeniero japonés le suponían entretenimiento excesivo. Para Ezekiel era un trabajo pesado, algo engorroso y siempre acababa cansado pero al menos, resultaba mucho más edificante que el que había decidido elegir Sandler. Él se había decantado por irse a la armería a revisar todas las armas que la Compañía había traído al planeta. Era mucho inventario que hacer, y a eso había que añadir las municiones de cada arma y los explosivos. Para Ezekiel era un trabajo tedioso y aburrido, pero Sandler parecía disfrutar con ello. O en apariencia eso era. Ya que Ezekiel sabía que algunas reclutas se habían decantado por esa actividad. No tardaría Sandler en fanfarronear acerca de sus conquistas.

Llevaba allí desde hacía tres días, trabajando incansablemente. En todo ese tiempo, no había oído nada acerca de algún posible ataque que estuviesen preparando. Tampoco escucho nada de ninguna incursión de los Gélidos. Su base ni tan siquiera había sido atacada. Ezekiel veía todo de un modo muy extraño. Ni siquiera había vuelto a ver a la sargento Muller, desde que unos días se marchó a la Base Alfa para ir a ver a su hermana, que parecía estar gravemente herida. Todo le parecía muy extraño.

—Oye, ¿qué crees que pasa? —preguntó finalmente tras mucho cavilar.

—¿A qué te refieres? —contestó con otra pregunta Takahashi, quien trataba de conectar una pieza del motor.

Ezekiel se quedó en silencio, pensativo. Detrás de él un estruendoso grito de una mujer solicitaba que trajesen ya el motor de repuesto de la aeronave Buitre. En ese mismo instante, un robot de cuatro patas, en cuya espalda tenía una plataforma circular, hizo acto de presencia. La máquina, de color negro intenso y brillante, con dos relucientes ojos rojos adornando una cabeza desprovista de expresividad, avanzaba a paso lento pero seguro. Se colocó al lado de los operarios y la nave en reparación. En la plataforma estaba el motor de repuesto. Con un movimiento mecánico y preciso, alzo sus brazos hacia atrás, y con las tenazas que tenía por manos, cogió con firmeza el motor, y lo dejó al lado de estos. Después, se retiró discretamente.

—¿Digo que por que aún no hemos atacado? —reemprendió la pregunta tras asistir a tan singular espectáculo— ¿Cómo es que no se ha llevado a cabo ninguna ofensiva? ¿Y ni siquiera sabemos nada de lo que el Linaje Congelado pretende?

Ryo, que estaba apretando otra tuerca donde se suponía que iba la bujía del motor, se le quedó mirando con sorpresa, pero enseguida, continuó con su trabajo.

—Tantas ganas tienes de que te maten —le dijo con algo de desdén.

Zeke quedó contrariado.

—No, en serio, —Ryo se le quedó mirando fijamente— aquí pasa algo muy raro.

—¡No pasa nada! —comentó el mecánico japonés— ¡Todo está normal! Además, otras compañías ya habrán entrado en combate. La nuestra puede que aún no.

—¿Y cómo es que no hemos oído nada?

Takahashi suspiró. El japonés ya estaba un poco cansado de las divagaciones conspiratorias de su amigo. Llevaba viéndolo alterado desde hacía unos días y le preocupaba.

—Porque no sales y tomas el fresco un poco —le sugirió a Ralston—. Si quieres, te paso un cigarrillo para que puedas fumártelo fuera. Así igual se te pasa ese mosqueo.

—No fumo —le informó Zeke con cierto tono de reproche.

En cierto modo, salir fuera fue algo liberador para Ezekiel. No es que estuviese mal en el hangar pero el calor dentro era sofocante. Eso, unido al ruido, le causaba un gran agobio. Así que fuera estaría mejor.

Nada más salir, una helada bocanada de aire le impactó en el rostro. El frío congelaba su piel y hacía que su pelo se erizase. Desesperado, se colocó la braga de cuello polar, tapándose desde la boca hasta la garganta. No quería pillar un resfriado o la gripe. Para su sorpresa, todo estaba tranquilo. Los centinelas en las torres vigilaban cualquier posible movimiento. Los del turno de guardia realizaban su patrulla habitual. Algunos pelotones recorrían el complejo, corriendo solos o en formación, para mantenerse entrenados. Además, varios jeeps y alguna plataforma móvil llevando cajas u otro material pasaban de largo por el complejo. Pero aparte de eso, el lugar permanecía en paz. Demasiado. Eso a Ezekiel no le gustaba mucho.

—¡Así que has salido a tomar el fresco un rato! —dijo una animada voz muy familiar para el joven.

Era el sargento Skinner. Llevaba un abrigo de fibra aislante de color negro debajo del cual estaba el traje reglamentario color verde oscuro, muy habitual de ver en los soldados de Infantería Básica cuando estaban en combate. Se bajó la capucha, dejando su cabeza al descubierto. Su pelo corto era negro, pero ya se notaban canas que indicaban lo mayor que era. Tenía algunas arrugas, pero no demasiadas y su barba le daban un aire más eminente y fuerte. Esto, unido a sus ojos color azul claro, hacía de Skinner todo un auténtico y experimentado soldado que hubiese luchado en infinidad de batallas. Y ahora, ese guerrero se acercaba al joven Ezekiel.

—Sargento —dijo algo sorprendido Ezekiel—. ¿Qué hace por aquí?

—Salí a dar una vuelta —contestó Skinner jovial y despreocupado—. Lo cierto es que en el almacén de suministros ya no queda mucho por hacer.

El sargento se echó a reír mientras sacaba de su bolsillo una pequeña cajita de metal, de la cual extrajo un cigarrillo, y con su mechero, se lo encendió. Empezó a darle caladas y se fijó en Ezekiel.

—¿Quieres uno? —le preguntó.

—Gracias —convidó Zeke—, pero no fumo.

Sonrió. Skinner se guardó el portacigarrillos, y dio otra calada al cigarro, tras lo cual expulsó el humo por la boca. A Ezekiel, el humo del tabaco le molestaba, pero prefirió no decirle nada al sargento para no disgustarle. Estaba en su pleno derecho ahí fuera.

—Créeme, yo tampoco fumaba a tu edad, pero al final, te vicias —dijo con una amplia sonrisa—. Este planeta es muy frío, y el calor que desprende el tabaco puede llegar a ser muy reconfortante.

Notó cierto tono nostálgico en lo que dijo el sargento. Lo cierto, es que nada más conocerse, este le invitó a unas cervezas en un bar que había cerca del puesto de reclutamiento, y una vez allí, Skinner le contó muchas de sus experiencias como soldado. Desde un joven recluta recién alistado por culpa de la ambición patriótica de su padre, pasando por un aterrorizado soldado en su primera batalla contra los Gélidos en una pequeña ciudad del planeta Zantros hasta concluir en el experimentado sargento que resultó herido en el ataque a una base del Linaje Congelado en Tares-II. Todas aquellas historias dejaron fascinado a Ezekiel, pero siempre notó en Skinner un cierto poso de decepción. Era como si él nunca hubiese querido ser parte de aquello y sin embargo, ahora ya no tenía alternativa. Como decía su sargento de instrucción, Jeremy Gibson "En la Infantería Básica entras, y en la Infantería Básica te quedas".

—Hace un día sereno, ¿verdad? —comentó Skinner, quien dirigía su vista al gris cielo, recubierto de espesas nubes.

—Si —respondió Ezekiel. Notó el silencio a su alrededor, solo a veces interrumpido por el leve rubor del viento—. Demasiado tranquilo.

Aquello último sonó inquietante. Skinner le miró extrañado. Ezekiel se quedó callado un leve instante. No se atrevía a preguntarle al sargento. Tal vez lo tomase incluso por loco. Pero al final, lo hizo.

—Sargento, ¿por qué aún no hemos entrado en combate?

Aquello pilló a Adam Skinner desprevenido. En un principio se quedó callado, sosteniendo su cigarro. Ezekiel parecía verlo en una pose pensativa.

—No sé —dijo sin más—. No estoy al tanto de los planes de Maddox y los capitanes de compañía. Lo cierto es que cualquiera sabe.

Ambos hombres quedaron en silencio, observando el cada vez ennegrecido cielo. Parecía que fuese a haber tormenta. Y por lo que se veía, era posible que hubiese tormenta.

—¿Tantas ganas tienes de luchar? —preguntó Skinner de forma repentina.

Ezekiel lo miró con sorpresa. Lo cierto es que no era algo que deseara fervientemente pero por otro lado, era un soldado. Para que si no había viajado a ese planeta. Pero en el fondo, no lo deseaba. Tenía miedo a morir. Veía a Sandler y el resto de sus compañeros, deseosos de luchar, de matar alienígenas. De defender la Tierra. Sin embargo, él no estaba tan seguro de eso. Solo se alistó para ayudar a su familia y aunque fuese un argumento reiterativo, no podía dejar de pensar que era el único motivo realmente. Cuando volvió la mirada a Skinner, este lo observaba con cierta cercanía. Realmente, el sargento era una persona más comprensiva de lo que aparentaba.

—Créeme chaval, yo tampoco quise esto —respondió paternal—. Pero, ahora estamos dentro de esta mierda. Y ya no hay forma de salir.

En ese mismo instante, las sirenas comenzaron a sonar con estridencia. Todos en la Base Punto Omega se pusieron en alerta ante lo que pudiera acontecer. Ezekiel estaba atónito. Realmente no deseaba que esto hubiera sucedido. Pero ya no había marcha atrás.

—No era esto lo que querías, soldado Ralston —dijo sonriente Skinner—. Aquí tienes tu guerra.

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