Capitulo 30- La furia de los Inmortales.
20 de Mayo de 2665. Sistema Trilium. Planetas Neris. 15:48.
El silencio en aquella selva la acompañaba. Era lo que necesitaba en aquel momento, que ningún ruido perturbase la tranquilidad del lugar, puesto que si lo hacía, todas sus presas se percatarían de su presencia. Tenía que estar todo en calma. Era la única manera de capturar algo con lo que alimentar a su tribu.
Agazapada entre la maleza, Tribi, una joven muchacha perteneciente a la especie conocida como Ekusor, observaba aquel claro a la espera de que apareciese algo. Los arboles tenían forma de espiral y largas prolongaciones caían desde el retorcido tronco hacia abajo. No eran ramas, sino raíces que se aferraban al suelo para que el árbol no fuera arrastrado por el viento o por corrientes de agua. Tribi las usaba como camuflaje para pasar desapercibida con el ambiente. Siguió agachada, con la cuerda de su arco tensa, a la espera de ver aparecer algún animal.
No tardó en ver uno. Un Skinor, criatura de seis patas de esférica cabeza, rastreaba el suelo en busca de materia orgánica en descomposición de la que poder alimentarse, para lo cual usaba una estructura tubular que surgía de su testa.
Tribi agudizó su vista. Sus cuatro ojos, dos a cada lado de la cara, se mostraban como brillantes puntos negros. Fijó al animal de aparentes andares torpes. Sostenía su arco con sus manos, provistas de dos largos dedos y un pulgar oponible mientras tomaba algo de aire, consciente de que se tenía que concentrar para no errar el disparo. Esperó con paciencia a que la criatura quedara completamente quieta y se preparó para arrojar la flecha. Se dispuso a destensar la cuerda pero se interrumpió ante un inesperado sonido.
Tribi notó este muy cerca de donde se hallaba y para su mala suerte, el animal también lo escuchaba. Antes de darse cuenta, este huyó hacia las profundidades de la jungla. La muchacha se levantó sorprendida y escuchó el sonido con más fuerza que antes. Quizás ella también debía de huir.
Los arboles de aquel boque empezaron a moverse de forma frenética. A diferencia de los terrestres, estos árboles no se nutrían a través del proceso de fotosíntesis, creando su propia materia orgánica. La copa era una estructura cilíndrica provista de un agujero central en la parte de arriba a modo de boca y de esta parte, surgían varias ramificaciones a modo de tentáculos. Se alimentaban principalmente de criaturas voladoras y por la forma en que se movían, parecían deseosos de querer atrapar a lo que les sobrevolaba por encima. Pero lo que surcaba los cielos no era comestible. Ni siquiera era una entidad vida.
Quedó paralizada al alzar sus cuatro ojos hacia el cielo. La Ekusor de piel morada, porte delgado pero fuerte y alargado pelo rojo que le caía en forma de tiras sobre el cuello era incapaz de contener el aliento ante lo que veía. Allí arriba pudo ver un gran disco de color amarillo dorado flotando sobre el aire. Leves destellos blanquecinos surgían del filo y emitía un potente zumbido que Tribi identificó como el sonido que espantó su caza. Esta contempló estupefacta tan extraño artefacto volador, el cual estaba estático. Permaneció allí por un pequeño rato pero no tardó en moverse. Y cuando lo hizo, la Ekusor no pudo saber donde fue.
En esos mismos instantes, escuchó otro sonido. Mucho más fuerte que el anterior. Aguzó sus oídos, dos simples orificios que surgían de la parte trasera de su cabeza en forma de prisma. Guiándose por el viento, supo de donde procedía ese ruido. De su hogar.
Sin dudarlo, Tribi empezó a correr. No tardó en engancharse a las raíces que caían de los árboles para clavarse en la tierra. Se aferraba de uno y con los fuertes músculos de sus brazos y piernas, se impulsaba al siguiente árbol. Los Ekusor eran criaturas muy agiles. Sus esqueletos eran ligeros y poseían una fuerza y flexibilidad inigualables. Tribi no cesó su marcha y en poco tiempo se fue acercando al lugar donde su tribu estaba instalada. El poblado se encontraba cerca de un lugar conocido como el Santuario, sitio sagrado para ellos, pues allí creían que se ocultaba el Gran Ancestro, primero de su especie. Unas puertas sellaban aquel lugar y nadie se había atrevido a entrar jamás. Decían que dentro de ese lugar, se podían escuchar los susurros del ya viejo habitante, relatando historias del pasado lejano. Siguió avanzando rauda, sin percatarse de la gran sombra que estaba oscureciendo la jungla.
Para cuando llegó a la aldea, el horror se recreó de forma grotesca ante sus ojos. El lugar era el escenario de una sangrienta matanza. Las chozas, de paredes rectas y techos picudos, alimentaban al incipiente fuego que surgía poderoso gracias al material de construcción de los edificios que lo alimentaban, compuestos de palos para el soporte y hojas y lianas como cobertura. Alrededor de las chozas, yacían los cuerpos sin vida de los miembros de la tribu a la que permanecía la Ekusor. Mujeres, niños, ancianos. Los atacantes no tuvieron piedad con nadie. Tribi, con su corazón de tres cámaras latiendo a gran velocidad, descendió a aquella horrible escena, desesperada por encontrar lo que tanto buscaba.
Se abrió paso en aquel desolador lugar hasta quedar frente a una choza que no ardía pero que poseía claros signos de violencia. La puerta estaba rota y una de sus paredes derrumbada. La joven Ekusor se acercó con temor al interior. Paso a paso, avanzó hasta quedar justo en la entrada, sin llegar a meterse pero lo suficiente como para dar un rápido vistazo al interior. Tras mirar, el mundo se derrumbó bajo sus pies. Allí dentro estaban los cuerpos de su madre y de su hermano pequeño. Se dio la vuelta, incapaz de soportar el dantesco estado en el cual habían quedado ambos. Sintió su interior reverberar lleno de odio y rencor. Deseaba encontrarse cara a cara con los autores de tan macabro crimen. Pagarían con ello con la muerte.
Y no tardó en verlos. Mientras el cielo quedaba oscurecido por completo, Tribi avistó en el centro de la aldea a tres figuras que se habían quedado paradas allí. Parecían hablar entre ellos, despreocupados, como si lo ocurrido en aquel lugar les pareciera irrelevante o de escasa importancia. Sintiendo por todo su cuerpo la rabia incontrolada extendiéndose, la Ekusor decidió que consumaría su venganza contra estos seres.
Sin dudarlo, saltó sobre el techo de su propio hogar y se agazapó. Tensó el arco, colocó una flecha y apuntó a sus atacantes. Contuvo el aliento y dejo pasar un poco de tiempo. Para cuando el aire salió de su boca, la flecha fue lanzada directa a uno de los enemigos. Pero al impactar, esta se quebró. Tribi quedó extrañada y al atacar, llamó la atención de sus atacantes.
Lo que la Ekusor no supo era que el atuendo que aquellos seres llevaban era una armadura de aleación metálica impenetrable, creada para no ser perforada por ninguna clase de metal o fuente calorífica. Y una simple flecha con punta de piedra no les hizo ni una simple ralladura. Los tres seres fueron directos por Tribi. La joven vio como uno saltaba hacia el cielo de manera enigmática y eso puso a la Ekusor nerviosa. Con desesperación, reaccionó. Disparó otras dos flechas contra los dos atacantes que había en tierra. Estas golpearon sus cabezas pero no les hicieron ningún daño, gracias a la protección que les conferían los esféricos cascos que portaban. Estos llegaron hasta donde estaba la chica y Tribi pudo ver como uno desplegaba unas curvadas cuchillas. El ser golpeó con ellas la choza y esta comenzó a tambalearse bajo sus pies. Sin pensarlo, Tribi saltó.
Nada más llegar al suelo, no miró a atrás y echó a correr. Sus atacantes fueron tras ella pero Tribi logró darles esquinazo en una de las chozas en llamas. El fuego sirvió de distracción cuando una de las paredes cayó y el edificio colapsó frente a ellos. Las ardientes llamas se elevaron como si estuviera a punto de renacer un ave fénix de ellas y eso estorbó a los atacantes, quienes tuvieron que apartarse. Tribi aprovechó para huir. Tenía que sobrevivir. No podía permitir que la memoria de su pueblo y su familia desaparecieran. Ella era lo único que quedaba de la tribu Ekusor.
Divagaba en todo aquello mientras corría pero su acelerado paso fue interrumpido al ver al tercero de sus enemigos colocado frente a ella. Tribi lo miró atemorizada. El ser llevaba una armadura de brillante color dorado igual a las de los otros dos pero era más ostentosa. Tenía osificaciones en la zona de los brazos y piernas y el torso era recorrido por varias franjas que se hundían en una parte y sobresalían por otras. De sus hombros sobresalían unas extensiones levemente picudas. Su rostro estaba oculto bajo una grotesca mascara en la que solo se dilucidaban dos orbes azulados por ojos y cuatro pequeños huecos por boca.
Ambos se miraron sin saber muy bien que decir. La enigmática criatura no se movía y eso, a la Ekusor no le inspiraba mucha confianza. Que no atacase, que solo la contemplara con completa parsimonia. No tenía ningún sentido tan extraña conducta para Tribi. Entonces, este se movió. Pero no para los lados o adelante y atrás, sino hacia arriba. Ella quedó impactada al ver como el ser dio un gran salto y por un instante pareció desaparecer en los cielos. Pero aquella impresión se difumino enseguida.
Una afilada cuchilla recorrió la espalda de Tribi de arriba a abajo. La Ekusor precipitó al suelo, sintiendo el corte quemándola con intenso dolor. Sus otros dos atacantes la interceptaron. El tercero no fue más que una simple distracción. Uno de los que la habían sorprendido trató de aplastarla con su dura bota pero Tribi se movió rápido. Rodó esquivando el golpe y se incorporó con cierta dificultad. Sus oponentes la miraban con cierta diversión. Casi parecía gustarles que su presa se resistiese. Y Tribi no dudaría en ello. Lucharía hasta el final.
En ese mismo instante, el tercer atacante regresó de los cielos, quedando justo detrás de la Ekusor. Tribi giró su cabeza justo antes de que el ser la golpeara con la zona anterior del brazo. La pilló desprevenida pero la chica supo esquivarlo agachándose. No obstante, su atacante no daba cuartel y le propino una fuerte patada. Pese a su herida, Tribi logró saltar hacia atrás. La maniobra le permitió esquivar ese letal movimiento pero sintió su espalda arder.
Jadeante, la Ekusor miró a su contrincante. Los otros estaban distanciados, como si quisieran dejar a Tribi y al otro combatir solos. Parecía que hubiesen decidido adoptar un nuevo papel. El de espectadores. Jadeante, concluyó que se hallaba en clara desventaja. Estaba herida, sus enemigos poseían una protección muy buena y eran muy insistentes en sus ataques. Debía huir. Para ello, aprovecharía la distancia de los otros dos y noquearía al que tenía delante. Así, escaparía al bosque, donde se podría ocultar con facilidad y no la encontrarían. Pero ello iba a requerir ser más rápida que su enemigo. Si no lo era, la muerte seria su único destino.
El enemigo cargó contra ella. Tribi no lo pensó por más tiempo, esperó a que este estuviera lo suficientemente cerca y entonces, se movió a la derecha. Saltó a contra la pared de una choza que había a su lado y apoyó las piernas contra estas. El atacante se volvió y entonces Tribi, haciendo impulso con sus piernas, dio un gran salto. Sacó su hacha de piedra de dos puntas y golpeó al ser en la cabeza. Pero no consiguió lo que se proponía.
Al entrar en contacto con el casco del ser, la hoja de piedra tallada a mano se resquebrajó en varios trozos. Tribi se quedó con un simple palo que no le servía para nada. Estaba confusa y llena de miedo. Miró al ser, mucho más fuerte, rápido y avanzado que ella. Él y sus amigos masacraron a su pueblo y asesinaron a los dos únicos familiares que le quedaban. Al rememorar esto, la ira la cegó. Cogió un cuchillo de piedra de su cinto. Iba a clavarla en el pecho del ser, cuando este la cogió del brazo. Sintió una fuerte presión en su brazo y creyó que se lo iba a partir. Pero antes de que eso ocurriese, el acorazado humanoide la agarró y la lanzó contra la pared que tenían justo delante.
Atravesó la choza de un lado a otro. Sintió como estacas y pequeños trozos de madera se clavaban en su piel. Rodó varias veces sobre el suelo. Su vista era borrosa. Notó el suelo sobre el que se hallaba temblar un poco. Supo que aquel ser había vuelto a saltar muy alto para acabar ahora a su lado. Escuchó un paso y al mirarlo, vio su cuerpo distorsionado por la emborronada visión. Este le asestó una fuerte patada en el estomago. Tribi encogió el cuerpo de forma instintiva y llevó sus manos hacia su barriga. El golpe fue tan devastador que sintió todos sus órganos revolverse por dentro y colocándose en sitios donde no deberían estar. El sabor de su anaranjada sangre inundó su boca. Alóo la cabeza una última vez. Un leve instante mientras vio como el ser sacaba un bastón de cuya punta surgían dos triangulares cuchillas bien afiladas. Vio como este se lo colocaba justo delante de la cara. Iba a clavárselo.
Hermes estaba dispuesto a matar a esa pequeña insidiosa. Él y su grupo de Legionarios eran la fuerza de reconocimiento que su jefe, Zeus, había desplazado hasta aquel planeta para investigar el terreno. Fueron hasta la localización establecida por las coordenadas obtenidas por las Quimeras y se toparon con el poblado. No dudó en su orden y sus soldados atacaron el lugar, matando a todos los habitantes. Él se ocupo de dar muerte a unos cuantos. Pese a la bravura de sus guerreros, los Ekusor no pudieron resistir el ataque de Hermes y los Legionarios. Fue una horrible masacre. Pero cuanto disfrutaron con ella.
Y ahora, el lugarteniente explorador de Zeus se disponía a matar a Tribi. Los dos Legionarios que había con él miraban como su jefe se disponía a ejecuta a la nativa. El resto se hallaba en el bosque, apilando los cuerpos de los Ekusor muertos. La joven chica muy pronto estaría con ellos.
—¡Zolan!—dijo una fuerte y desagradable voz.
El Inmortal giró ante aquella llamada. Lo primero que vio en el cielo fue la descomunal nave interestelar Cronos. De brillantes tonos amarillos, aquel inmenso transporte era alargado y tenía cada extremo redondeado en un arco de 180 grados. Era descomunal, de unos 900 metros de longitud por 125 de alto. Dentro, había capacidad para 10000 soldados y 15000 vehículos, desde naves a acorazados e incluso mini-cruceros. Era la joya de la flota Inmortal. El orgullo personal de Zeus. Y este, se hallaba justo delante de Hermes en esos mismos instantes.
El sumo Jerarca del gran Triunvirato de la Casta Eterna y Emperador de toda la raza Inmortal era tan imponente como la nave en la que venía. Tres metros de altura, dos metros de ancho y 150 kilos de peso embutidos en un robusto y fuerte cuerpo recubierto por una armadura dorada mucho más reluciente e impoluta que la de Hermes. Un casco circular cubría su rostro, excepto la boca y una franja de cristal verdeazulado permitía al Inmortal ver el mundo externo.
Zeus miró a un lado y a otro, contemplando el devastado paisaje a su alrededor. Paseó un poco, acercándose a una choza derruida, ya completamente reducida a cenizas. Él era tan alto como esta y con un simple golpe de su mano, la estructura se derrumbó. Zeus carcajeó ante esto. Se volvió hacia Hermes. Este se estremeció un poco. Si había algo que destacar de su señor, era lo impredecible que podía llegar a ser. Su comportamiento errático, a veces rozando la psicopatía, lo convertían en el ser menos fiable de la galaxia. Aun recordaba cómo le arrancó el cráneo a mordiscos a uno de los Centuriones por sacar a una de sus concubinas de paseo sin su permiso. Más le valía ser cuidadoso si no quería acabar igual.
El sumo Jerarca siguió observando el sitio. Admiró cada pequeña muestra de destrucción y luego sonrió a Hermes. Un súbito temor creció en el Inmortal.
—Buen trabajo Zolan—dijo Zeus con orgullo—. Como siempre, demuestras ser un subordinado capaz y letal.
—Gracias, emperador—expresó con solemnidad Hermes, inclinándose levemente.
Pero Zeus ignoró la corrosiva lealtad de su lugarteniente. En su lugar, se fijó en la criatura que yacía a los pies de este. Se inclinó para mirarla mejor. Era delgada, de piel morada clara y por sus agraciadas facciones, parecía hembra. Eso hizo despertar los libidinosos instintos del Inmortal.
— Oye, ¿qué es esta cosa?
La pregunta de su jefe sorprendió a Hermes, quien no pudo evitar su desconcierto inicial pero no tardó en comprender al ver a Tribi.
—Una nativa—respondió con cierta indiferencia—. Nos atacó y decidí ocuparme de ella.
- Ya veo- dijo Zeus mientras acariciaba con uno de sus alargados dedos la mejilla de la Ekusor.
Al emperador las hembras de las distintas razas que aniquilaban le excitaban demasiado. Hasta tal punto, que violaba a cuantas podía antes de ser ejecutadas. Y si se encaprichaba demasiado de alguna, la unía a su itinerante harén, el cual ya se componía de más de 35 concubinas. Estas recibían los mejores cuidados y si satisfacían las necesidades de Zeus, recibían un trato ejemplar. Al menos, hasta que este se cansaba de ellas. Entonces, las arrojaba por alguna de las escotillas del Cronos hacia el frío espacio. Y ahora, pareció encontrar a una nueva para su colección.
—Parece interesante—dijo el Inmortal lleno de incipiente deseo.
—Por su fisionomía parece muy joven—puntualizó Hermes—. Quizás no haya llegado aún a la madurez sexual.
Zeus ignoró el comentario de su subalterno. Se incorporó y le dirigió una clara orden.
—Da lo mismo. Ordena a los Legionarios que la lleven a la Cronos—dijo haciendo referencia al absurdo nombre con que bautizaron las Quimeras a su nave—. Conmigo ella madurará muy pronto.
Hermes prefirió no hacer caso a lo dicho por el emperador. Tenían cosas más importantes que hacer. Cosas referidas a los Anurak. Y a lo que las Quimeras tramaban con su tecnología. Habían venido después de que los Gélidos descubriesen en Midgard la localización de varias piezas de lo que la Estirpe Cambiante llamaba el Arma Final y estas, decidieron encomendar la misión a Zeus de recuperar este artefacto. Pero ni el emperador ni sus soldados estaban conformes de ello. Los Inmortales eran guerrero, no chicos de los recados dedicados a llevar cosas. Tampoco es que a Hermes le importase esto mucho. Matar no era un gran cometido para él, pese a que era algo que le inculcaban desde que era un recién nacido. Él estaba a gusto en aquel planeta de cálido clima y tupidas junglas pero sabía que Zeus estaba deseoso de matar. Seguro que después de encontrar el artefacto, ordenaría una cacería por el planeta en busca de más tribus. Pero eso vendría después. Ahora, había trabajo que hacer.
—Señor, hay que ponerse con el artefacto—le dijo, eso sí, de forma prudente.
—Ya—contestó Zeus mientras seguía ojeando a Tribi.
Ambos Inmortales se pusieron en marcha. El lugar donde el objeto parecía ocultarse era una formación rocosa acabada en punta. Se trataba de una pequeña montaña que hacia preguntarse si se formo tras la construcción del recinto o si fueron los propios Anurak los que lo hicieron así para que nadie lo encontrase.
La entrada era una pequeña cueva. Ambos encendieron las células lumínicas que se hallaban en la zona pectoral de la armadura e iluminaron el lugar. En las paredes de la cueva podían verse varias pinturas hechas por los Ekusor. Cazadores armados con arcos y lanzas atacando a animales con tentáculos, criaturas de seis patas escalando arboles, criaturas de cuello largo y boca ancha devorando todo lo que hallaban en el fondo de un rio. Eran pequeñas instantáneas del día a día de una tribu que ya no volvería a vivir. Los dos Inmortales caminaron ignorando las pinturas y llegaron hasta las puertas de metal.
No parecían oxidadas. Eran de color gris claro, casi blanco y estaban bien cerradas. Zeus se acercó hasta estas y las tocó con su mano, desprendida de su guantelete. Rozó con sus garras la superficie de la entrada y gruñó un poco.
- ¿Se puede abrir?—preguntó a Hermes.
—Tenemos los códigos que nos dieron las Quimeras- respondió con presteza.
—Pues hazlo—ordenó autoritario a su subordinado.
Hermes se acercó al panel que tenía delante y tecleó el código, el cual, llevaba apuntado en la consola de comunicaciones de su brazo. Las puertas se abrieron al instante. Ambos Inmortales se quedaron quietos por un momento. Se miraron algo indecisos, sin saber si entrar o no. Al final, Zeus fue quien accedió al interior.
La sala era totalmente circular y parecía a oscuras. Y lo parecía porque nada más entrar, todo se ilumino gracias a unos potentes focos lumínicos que había sobre el techo. El lugar era un pasillo con forma de círculo que parecía rodear algo, justo en el centro. Hermes y Zeus avanzaron hasta dar con una pantalla de cristal que impedía su paso. Ninguno sabía que responder o decir. Estaban extrañados ante tan raro lugar.
—¿Que se supone que buscamos por aquí?—preguntó el emperador.
—Lo que sea que emite esa señal—le respondió Hermes—. Tiene que estar por aquí.
Zeus gruñó de nuevo. Todo eso de buscar objetos antiguos era algo que detestaba con todo su corazón. El lo que deseaba era masacrar especies enteras. Erradicarlas de los planetas en los que las hallasen. Era la primera de sus grandes prioridades. La segunda, sin ninguna duda, era fornicar con cuantas hembras de las especies conquistadas pudiera.
Mientras Zeus maldecía a las Quimeras por retenerlos sin la posibilidad de atacar a los humanos, Hermes exploró el lugar y encontró en una pared un extraño círculo de cristal transparente y abombado. Sin saber muy bien qué hacer, el Inmortal se aproximó hasta esta peculiar estructura y colocó su mano sobre ella. Al contacto, este se hundió y un extraño silbido empezó a escucharse. Zeus se volvió hacia Hermes, sorprendido ante aquel sonido.
—¿Qué has hecho?—preguntó como si hubiese hecho el algo malo.
Hermes no supo que explicar. Lo único que hizo fue ver como varias líneas rectas que había en las paredes se empezaban a iluminar con una intensa luz blanca. Estas iban desde una pared, subían por el techo y bajaban hasta la zona cristalizada que había en el centro de la habitación. Se podían contar 6 de esas líneas de luz blanca viniendo desde ese lado.
—No tengo ni idea—fue lo que contestó finalmente Hermes.
De repente, el centro de la estancia se iluminó. Lo que ambos Inmortales vieron les dejo paralizados.
En el centro de la habitación había dos anillos. Uno en posición vertical y otro en posición horizontal. La longitud de arco de cada uno debía ser de unos 20 metros de longitud. Estos giraban sobre sí mismos, sin interferir ninguno en el movimiento del otro. Y justo dentro de estos dos anillos, había una esfera. Una esfera de color negro muy apagado. En ese instante, drenadas desde varias capsulas que rodeaban la estructura, la energía procedente de las franjas luminosas del exterior llego hasta la esfera. Esta, en ese entonces, comenzó a encenderse, emitiendo una estridente luz. Al mismo tiempo, los anillos empezaron a girar poco a poco con más rapidez. Iban tan rápido que parecían a punto de salirse del lugar en el que permanecían encajados. Pero de forma lenta, la velocidad fue decayendo y se estabilizaron en un movimiento mucho más suave. Y la esfera, paso del brillo blanquecino a una azul oscuro muy hermoso.
Zeus y Hermes miraron maravillados aquella increíble estructura. Pese a ignorar e incluso repudiar los artefactos de la Primera Raza, tenían que reconocer que estos seres desarrollaron una tecnología fascinante.
—¡Esto es lo que veníamos buscando!—exclamó Hermes, aunque no sabía si era una pregunta o una respuesta lo que acababa de decir.
—Así es—dijo firme Zeus—. Y gracias a esto, aniquilaremos a los seres humanos.
Las prioridades siempre iban por delante. Los Inmortales seguirían sus sangrientas campañas por toda la galaxia, los humanos resistiendo por su supervivencia en la Guerra Interestelar, los Gélidos buscando la aprobación que tanto ansiaban dentro de la Xeno-Alianza y las Quimeras investigando las enigmáticas pistas que la Primera Raza les dejo. Y desde un punto indeterminado del espacio, un profundo aullido resonó en cada punto sin que nadie pudiera escucharlo. Pues esa era la señal de que todo iba a llegar a su fin.
Los dioses ya no están. Han muerto y ahora, algo horrible e inexplicable se acerca, dispuesto a destruir hasta el último resquicio de vida que quede. La cuenta atrás ha empezado.
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