Capitulo 27- Traidores
16 de Mayo de 2665. Sistema Berjan. Planeta Heliopolis. 10:45.
Estuvo descansando por ocho horas, una más de lo que solía echarse. Pero era normal. Osiris no había parado de trabajar desde que volvió a Heliópolis de la reunión con los líderes tanto de la Casta Eterna como del Linaje Congelado. Tras volver a su hogar, tuvo que lidiar con varias cosas. Por un lado, la crisis de Karnak, con la presencia de humanos que habían atacado el laboratorio de Anubis y que habían logrado huir de allí de milagro. Otro era la extrema polarización dentro de las doctrinas establecidas por las distintas corrientes de opinión acerca de la identidad del Maestro, aquel que ilumino a la Estirpe Cambiante con su sabiduría y les ayudo a desarrollar la tecnología que les ha permitido ir más allá de donde ninguna otra especie lo ha hecho. Pero lo más preocupante era la amenaza que avanzaba lenta pero inexorable hacia la galaxia que habitaban. Eso era lo que estaba generando más debate y con lo que Osiris debía lidiar en aquel aciago día.
Se levantó de dentro de su capsula de letargo y esperó a que llegasen sus aprendices con la túnica purpura para ponérsela. Su cuerpo delgado y desnudo estaba recubierto de una corta pelusa color blanco salpicado de líneas negras que recordaban al plumón que llevaría el polluelo de un ave. Su pico largo y fino se arqueaba levemente y sus ojos negros eran dos perfectas circunferencias. Tenía un aspecto altivo y elegante, pero a la vez precario y frágil. Una vez recién vestido, Osiris recibió de uno de los sirvientes un vaso cilíndrico que contenía un purpureo liquido. Este contenía una solución de diversas sustancias orgánicas como grasas, proteínas o azucares que ayudaban a las Quimeras a regular mejor su organismo. Se tomaba dos, uno antes de dormir y otro al despertarse. Eso era lo que le permitía llevar a cabo sus actividades sin sentirse débil. Tras esto, decidió salir de su estancia para reunirse con el resto de sus compañeros.
Afuera le esperaban Isis, Neftis y Atum. Nada más verlo, todos ellos se inclinaron en una gentil reverencia para saludarle. Osiris observó a cada uno y tras esto, empezaron a caminar. Mientras lo hacían, hablaban.
—Entonces, ¿cómo está la situación en Karnak?—preguntó Osiris.
—Tranquila después de que los humanos escapasen—le respondió Isis—. Anubis está furioso por el ataque en el laboratorio y Amón no deja de teorizar con la teoría del sabotaje. Aunque solo son insinuaciones, dudo mucho que se atreva en plena Asamblea a lanzar semejante hipótesis.
Osiris guardó silencio ante aquellas palabras y luego miró a Atum. Este, con su hocico parecido al de una comadreja le devolvió la mirada.
—¿Crees que sospechan algo?
—No—aseguró—. Sobek nos ha dicho que todo está bajo control. Nadie le ha descubierto.
Isis miró a su hermano con preocupación.
—Estoy preocupada con todo esto, Osiris—habló ella—. ¿De verdad crees que es buena idea colaborar con los humanos?
Al principal líder de la doctrina Aton le sorprendían aquellas palabras. Isis había apoyado la idea de ayudar a los humanos desde la clandestinidad. Era arriesgado, podían ser descubiertos y una traición como esa supondría la condenación de todo Heliópolis. Por ello, debían de ser cuidadosos. Pero ella ahora mostraba inseguridad.
—¿Y me lo preguntas tú a mí, hermana?—le replicó algo molesto ante tanta desconfianza por parte de ella—. Hace falta que te recuerde que solo gracias a los humanos podremos tener pleno acceso a tecnología y artefactos de los Anurak.
La Quimera quiso exponer sus razones de forma más profunda pero la inesperada aparición de Set obligo a posponerlo todo.
—Es hora de que nos pongamos en marcha—dijo el tercer hermano de Osiris—. El resto nos espera en la Asamblea.
La Quimera observó a Set por un leve instante. No pudo evitar sentirse mal por estar ocultándole todo el plan llevado a cabo con respecto a los humanos pero su actitud recelosa y a veces impulsiva, no lo hacían un miembro fiable de su equipo. Prefería mantenerlo al margen, no solo por la seguridad de ellos, si no por la de él mismo.
—¿Has hablado con Amón?—preguntó Osiris mientras ocultaba de forma precisa sus sentimientos de culpabilidad.
—Aún no he tenido el placer—respondió Set elegante como solo él podía ser—, pero está furioso. Parece que no le ha sentado muy bien que unos humanos se infiltraran en su colonia, causaran caos y destrucción para acto seguido, robar una de sus naves y escapar indemnes del planeta.
Atum y Neftis intercambiaron una mirada. Isis se mantuvo seria, como solía hacer. Set, sin hallar respuesta a sus palabras, movió sus puntiagudas orejas como señal de disgusto. Antes de que empezase con sus quejas, Osiris habló.
—Amón debe ser escuchado en la Asamblea y se buscará una solución clarificadora para todo esto. —Miró fijamente a su hermano—. ¿Hallaron a algún superviviente?
—No—negó Set, cuyos ojos azules parecían escanear a su hermano—. La mayoría estaban muertos y uno que lograron acorralar en la estación central de la colonia, se suicidó.
Se percibía un ambiente de alivio en el grupo pero todos se mantuvieron en su sitio. Pero el que no hallasen supervivientes significaba que todo iba según lo planeado.
—¿Y la situación en Midgard?—preguntó Osiris.
—Los Gélidos encontraron lo que buscábamos—habló Atum—. Tenemos las coordenadas del siguiente artefacto. La pieza central debe ser el cilindro que guardas en la estación espacial Nut.
Solo se lo dijo a él. Ni Neftis ni Set sabían algo de esa reliquia. La hallaron en un planetoide que orbitaba alrededor de una estrella ya muerta, donde la radiación gamma emitida por esta bañaba la superficie. Hicieron falta varias unidades robotizadas y el sacrificio de 7 siervos para conseguir recuperarlo. Pero ya estaba en su poder. Con un poco de suerte, irían recomponiendo el Arma Final, la pieza clave que la Primera Raza les legó. Con ella, todo se solucionaría.
Descendieron por uno de los ascensores gravitacionales que había en la zona de estancias. Ya abajo, un grupo de unos 4 guardianes les esperaban. Las criaturas de aspecto parecido a un águila escoltaron a sus señores hasta el exo-transporte que había fuera. Ya dentro del vehículo, este inicio su viaje.
La Ciudadela se veía ajetreada aquel día. No era para menos. Con los principales defensores de las tres doctrinas allí presentes, la actividad de la colonia se veía incrementada. En los raíles, exo- transportes llenos de siervos recorrían las calles llevando toda clase de provisiones y herramientas preparadas para satisfacer las necesidades de sus líderes. Aprendices de todas las doctrinas se encargaban de supervisar que todo se hiciera como estaba establecido, siempre atentos de que no se cometiese ningún error. De cometerse, el castigo sería terrible. Los profesionales se hallaban dentro de los edificios, ya fuera desarrollando nuevas tecnologías o investigando nuevas teorías sobre el universo y la vida. Muchos de sus trabajos se expondrían en las exhibiciones que se verían por toda la Ciudadela. Con ello, tratarían de impresionar a los Maestros para así poder recibir su favor para ascender en el escalafón de las Quimeras.
La seguridad, por supuesto, se había incrementado. No solo el escudo gravitatorio de Heliópolis estaba a máxima potencia sino que además, se habían activado todas las defensas del complejo, desde torretas antiaéreas, pasando por baterías de munición plasmática y hasta fosos artificiales con Cirascus. Los guardianes recorrían las calles, vigilantes ante cualquier amenaza y bien armados con lanzas, incineradores y rayos destructores. En cada puerta de cada edificación de la Ciudadela había dos Snyzar, pertenecientes a la Guardia Reptiliana. Sus brillantes armaduras, sus largas y afiladas espadas y sus ojos rojos inspiraban terror y respeto a partes iguales. Criaturas acorazadas de aspecto reptilico con descomunales mandíbulas llamadas Ammyt acechaban en los callejones, bajo la supervisión de los Snyzar, atentos de que estos no se descontrolasen, pues eran criaturas de furia incontenible. En las alturas, criaturas aladas llamadas Bennu surcaban el aire rastreando cualquier presencia que hallasen. Toda aquella parafernalia defensiva había sido establecida para repeler un posible ataque humano. Esperaban que no se produjese pero de hacerlo, no dudarían en luchar.
El vehículo avanzó por las atestadas calles, pasando por el lado del puerto estelar. Alzando sus vistas, las Quimeras pudieron contemplar las grandes naves de transporte en su máximo apogeo. Eran tres, una era la que Osiris y los suyos usaban para viajar. La otra pertenecía a Amón y el resto de la doctrina de Ra y la última era de Ptat y las Quimeras de Menfis. Todas eran muy parecidas las unas a las otras, exceptuando el color. Si la de Osiris era gris plateada, la de Amón era de un intenso color rojo mientras que la de Ptat de un azul oscuro muy opaco. No pretendían con esos colores representar una simbología de la doctrina que defendían, solo eran una caprichosa voluntad de sus líderes. Un modo de mostrar su poderío y altanería. Había mucha envidia y resentimiento entre los miembros de la Estirpe Cambiante a pesar de su supuesta unidad. Y aquello, unido con las disputas intelectuales acerca de su gran Maestro, estaba fragmentando la nación de la Estirpe Cambiante.
El exo-transporte no tardó en llegar a la Asamblea de Sabio. Se trataba de un edificio con forma de cúpula cuyas paredes eran de un metal parecido al aluminio para mas maleable. Esto era así ya que de ese modo podía amortiguar cualquier impacto recibido, repeliendo cualquier clase de proyectil lanzado. Era de color blanco, emanando un intenso brillo de su superficie que le daba un toque impoluto a la estructura.
Las Quimeras bajaron del vehículo y pusieron rumbo al interior. Una hilera de 4 guardianes custodiaba cada flanco de la entrada. Justo antes de acceder, dos Snyzar se aproximaron a ellos. Las Quimeras pararon en seco mientras que los reptiles bípedos se acercaban. Sus puntiagudos hocicos, de los que resaltaban dos fosas nasales bien abiertas con las que podían percibir el más mínimo olor, olfatearon a sus señores. Tras rastrear cada cuerpo, uno de los guardias emitió un quejido. Parecía que el sonido fuera de desagrado pero en realidad, estas criaturas tenían un sistema muy parco de comunicación. No tenían otra manera de hacer llegar sus pensamientos. Osiris y el resto de la comitiva entraron, deteniéndose sobre un panel negro que había en el suelo. Varios haces de luz azul escanearon cada centímetro de la Quimeras. Era un escáner automatizado que se colocaba en la entrada y emitía potentes rayos ionizantes que registraban el cuerpo de una criatura a nivel molecular. Así, se podía detectar cualquier cosa, desde un arma hasta un aparato de espionaje con precisión. No es que las Quimeras no confiasen las unas en las otras (pese a sus diferencias) pero tras lo de Karnak, no podían fiarse de nadie. Tras sufrir el escaneo pertinaz, los defensores e Aton se adentraron en la estructura con forma de domo.
En realidad, la Asamblea de los Sabios no era una cúpula geodésica. Se trataba en realidad, de una esfera pero la mitad inferior estaba hundida en la superficie. La razón para tan peculiar construcción era que de ese modo, las Quimeras podían parlamentar de manera más cómoda. Mientras que el exponente se colocaba en el centro de la esfera, es decir, la parte más hundida, los oyentes se colocaban alrededor hasta llegar al ecuador de la circunferencia. De ahí para arriba se colocaban los aprendices, quienes eran testigos privilegiados de la conferencia, aunque su principal cometido era supervisarla, tanto en iluminación como en acústica y como no, seguridad. El error que se cometiera, por pequeño que fuese, era suficiente para recibir un duro castigo que serviría de ejemplo al resto. Osiris miro a un lado y a otro de la esférica estancia. Todo estaba repleto de Quimeras.
Seres de aspecto delgado y ligero, recubiertos de túnicas y con cabezas de animales se hallaban sentados en automatizados atriles que se elevaban del suelo. Por encima de ellos, sobre plataformas móviles, otras Quimeras les observaban como si fueran los dioses que miran a sus recién nacidas creaciones, aunque en realidad, los súbditos eran ellos. A pesar de lo lleno que parecía el lugar, apenas se percibía algún perturbador sonido. Quitando las respiraciones y algún que otro ruido hecho por algún guardián caminando, el sitio permanecía sereno y tranquilo. Pero en él, estaba teniendo lugar un aireado debate aunque se llevaba a cabo de forma mental. Osiris y el resto descendieron por las escaleras, y al hacerlo, todas las Quimeras dejaron sus conversaciones (la mayoría centradas en lo ocurrido en Karnak) para llevar su atención a los líderes de Heliópolis. Mientras que Isis, Atum, Neftis y Set subían para colocarse al lado del resto de maestros y expertos del bando de Aton, Osiris permaneció en el centro.
Todas las miradas se posaron sobre la Quimera. Mirando a un lado y a otro, esta pudo diferenciar a cada uno de los distintos bandos que conformaban la Estirpe Cambiante. Justo frente a él tenía al bando de Ra, liderado por aquel ser de cabeza de carnero llamado Amón. . Los defensores del ancestro de Ptat se encontraban en otro atril, con su líder en pie, listo para iniciar el acalorado debate. Sus aliados estaban justo detrás de él, mirándolo con atención.
Osiris se dirigió a todos los allí. Estos, le prestaban toda la atención que precisaba.
—Hermanos, gracias por estar todos aquí presentes—dijo una agradecida voz—. Tenemos muchos asuntos que tratar y por ello, me congratula teneros todos en esta importante Asamblea.
—¡Ya creo que tenemos mucho de qué hablar!—gritó con fuerza alguien, haciendo resonar el sonido por toda la mente de Osiris.
Venía del lado de Amón. Enseguida, supo de quien se trataba. Era Anubis, el jefe de genética de las Quimeras.
—Comprendo tu enfado, estimado Anubis, pero debemos de tomarnos esto con la paciencia requerida.
—¿Paciencia?—dijo estupefacto el chacal de ojos amarillos rasgados—. ¡Lo que debemos hacer es darle a la Casta Eterna las coordenadas del planeta de origen de los humanos y que lo arrasen por completo!
Osiris no apartó su vista de Anubis. Este pese a no mostrar ningún gesto de euforia, se notaba resentido y furioso. Así lo percibía a través de los encolerizados pensamientos que captaba.
—Agradezco tu iniciativa, Anubis—le respondió diligente—, pero las cosas han de tomarse con otro tamiz...
—¡Atacaron mi laboratorio! —interrumpió enfadado —,casi arruinan mi trabajo, he tenido que reubicarme en un lugar inapropiado...!
—Anubis, ¡basta! —dijo Amón en ese mismo instante.
El chacal se volvió hacia su líder. Este le miraba de forma inquisitiva.
—Cállate ahora mismo—le censuró sin dudarlo.
Anubis no tuvo más remedio que hacer caso a su jefe. Refunfuñó un poco pero se colocó en su asiento, agitando la cabeza de arriba abajo aun cegado por la ira. Tras esto, Amón se dirigió a Osiris.
—Le ruego perdone al jefe de genética—se disculpó la Quimera con aspecto de carnero—, pero con su muestra podrá comprender como nos sentimos toda la doctrina Ra tras la incursión de los humanos en Karnak. Ha sido un evento horrible y por ello pedimos explicaciones.
—Entiendo vuestra preocupación y estamos tratando de solucionar este problema—convino Osiris.
—Pues no parece que sea así —respondió desafiante Amón.
Osiris guardó silencio. Aquello no se lo esperaba. Sabía que Amón era ambicioso y que desde siempre le había supuesto un autentico obstáculo lidiar con él, siempre opuesto a cada una de sus ideas, sobre todo respecto al tema de la identidad del Maestro. Pero no creía que en aquello llegaría a ser tan vil. En realidad, era conocedor de esa posibilidad pero no esperaba que fuera a ponerla en práctica justo en un momento como este. Ahora las Quimeras se enfrentaban al mayor desafío para el que su Maestro las había preparado. No podía permitir que la especie se dividiese cuando una gran amenaza tan inminente.
—Escúchame—le dijo tratando de explicarse—, se que...
—Primero, los humanos se infiltran en la colonia de Karnak sin ser detectados—empezó Amón a enumerar sin importarle interrumpir a Osiris—. Segundo, se pasean por nuestras instalaciones eludiendo con completa facilidad. Tercero,—habló enfatizando con fuerza—, irrumpen en un laboratorio cuyo trabajo fundamental es la que sostiene nuestra sociedad.—Anubis sonrió satisfecho al verse referenciado—. Y cuarto pero no menos importante, han causado terribles daños por toda la colonia, destruyendo instalaciones, vehículos y muchos de nuestros leales siervos que perecieron combatiendo.
—Siento oír eso—se compadeció Osiris—, pero ese no es el punto importante de este debate.
—Me temo que si lo es —contestó tajante Amon.
Al final, no tuvo más remedio que ceder. La insistencia de líder de la doctrina Ra era cada vez mayor y lo mejor era satisfacer sus interrogantes antes de que todo se fuese de las manos.
—¿Cómo es posible que los humanos, unas criaturas más atrasadas tecnológicamente que nosotros, lograsen entrar en una de nuestras colonias y pasar desapercibidas durante tanto tiempo?—preguntó el carnero de forma retórica.
—Tal vez conozcan nuestra tecnología mejor de lo que creemos—respondió directo Osiris. Amón lo miró a los ojos con ciertas sospechas.
—Claro, tal vez sea eso. Pero es poco probable—se jactó el defensor de Ra—. Y ya que estamos, ¿cómo es que Sobek, el principal responsable de la colonia no se puso al mando de esta situación y en su lugar, tuvieron que avisarme a mí? ¿Dónde estaba el protector de Tebas en aquellos momentos para no hacerse cargo de tan difícil evento y tener que relegar esa tarea en Bastet?
Las palabras de Amón inquietaron al reptiliano ser, quien lanzó una fugaz mirada a Amón y luego a Osiris, pese a que ninguno de los dos le prestaba atención. Luego, miró al resto de los presentes. Logró bloquear su mente para que nadie percibiera su nerviosismo. Poco a poco, se fue calmando y decidió pronunciarse para no acabar gravemente criticado.
—Estaba atendiendo otros asuntos importantes en la zona septentrional del planeta—explicó claro y conciso—. Mis aprendices pueden dar crédito de que estuve en el interior de una recién descubierta mina de calciorita durante varios días. No obstante, se me informo de todo lo sucedido.
Amón fijó su mirada en los dos aprendices. Estos eran iguales a Sobek, con alargadas cabezas de reptil y ojos amarillentos. Eran sus propios clones. Entonces, comenzó el escaneo. Este empezó a rastrear las mentes de los pupilos para cerciorarse de que era cierto. Todos los allí presentes pudieron ver a los aprendices inquietos y temblando, señales inequívocas del sondeo mental al que estaban siendo sometidos. Tras terminar, Amón se dirigió a Sobek.
—Dices la verdad, Sobek—comentó en cierto modo complacido Amón—, pero eso no quita tu irresponsabilidad frente a esta emergencia. ¿Cómo es que preferiste mantenerte al margen cuando era evidente tu presencia en esta crisis?
—Yo actué como debía—dijo Sobek sereno—. No consideré la amenaza tan grave como esperaba. Quizás subestimé a los humanos pero, ¿acaso no lo hemos hecho toda la especie?
La solemnidad de la Quimera sorprendió al resto. De forma mental, varios cuchichearon entre ellos, hablando de la honestidad del responsable de Karnak. Parecía haberse ganado su respeto.
—Eso no te exculpa—acusó Amón—. Tenías una responsabilidad y preferiste eludirla. Eso resulta sospechoso.
—¿Qué insinúas? —preguntó desconcertado Sobek.
—Creo que hay traidores entre nosotros.
Las palabras de Amón conmocionaron a todos los presentes. Un murmullo de indignación se formó entre la multitud. Solo Osiris se mantenía estoico en su sitio pero por dentro, una gran lucha se libraba. Fijó sus oscuros ojos sobre Amón, quien parecía orgulloso tras lo que acababa de decir.
—¿Cómo osas decir semejante falacia en esta insigne reunión que estamos teniendo?—preguntó la Quimera esperando una respuesta aunque no fuera de su agrado.
—Es evidente que los humanos no pudieron hacer esto por si solos. Tuvieron que recibir ayuda de alguien que supiera de los sistemas de seguridad y de las defensas que poseía la colonia—dijo con veracidad Amón—. Fueron capaces de infiltrarse incluso en la estación central y desactivar el escudo gravitatorio. De hecho, el autor de semejante locura se quitó la vida antes de que lo capturasen ¿Miedo a ser torturado? —Su tono de voz se volvía más elocuente—, lo dudo mucho. Tuvo que hacerlo para evitar que rastreásemos su mente y descubriéramos quien era el autentico autor.
Esta perturbadora revelación inquietó a todas las Quimeras. Osiris se preocupó, pues supo que con aquella idea implantada en la mente de todos, la paranoia y el miedo se extenderían con gran virulencia. Tenía que poner orden antes de que las mentes se desatasen sin descontrol.
—Eso es tan solo una teoría Amón—contraatacó la Quimera con cabeza de ibis—. ¿Acaso tienes alguna prueba que demuestre lo que afirmas?
Amón guardó silencio. Parecía querer crear expectación y eso no le gusto a Osiris. Parecía burlarse de él.
—No Osiris—contestó Amón—. No cuento con ninguna prueba que demuestre mi teoría. Pero eso no deja dudas del modo en que tú y tus miembros os estáis preocupando respecto al devenir de este conflicto con los humanos.
—¿A que te refieres?—preguntó.
Todos los allí presentes permanecieron expectantes ante lo que Amón tuviera que decir. Este logró bloquear su mente de tal forma que Osiris no podía leérsela. Eso no le frustraba. Sabía que tarde o temprano Amón hablaría.
—Esta guerra se va prolongando cada vez más. Vosotros, la doctrina de Aton, vivís obsesionados con la búsqueda de artefactos y tecnología que los Anurak nos legaron, convirtiendo esta empresa en toda una obsesión sin fin a la vista.—Tomó una pequeña pausa, pero no tardó en volver a hablar—. Afirmáis que los Gélidos y los Inmortales nos protegen pero cada vez nos fiamos menos de estas razas que nos están tomando por sus proveedores de armamento y naves, exigiendo más y más mejoras, todo ello con la presente amenaza de que se vuelvan contra nosotros. Y los humanos ahora en Karnak.—Carcajeó al decir esto—. Una pequeña señal de las horribles cosas que están por venir.
Un murmullo de pensamientos volvió a resonar. Todos discutían aireadamente, tratando de concluir si las palabras de Amón eran o no correctas. Pero para estupefacción de Osiris, todos acabaron convencidos por ellas. No tardaron enseguida los seguidores de la doctrina Ra en proclamar las palabras de su líder y en exigir alguna explicación a los de la doctrina de Aton. Estos, al igual que su líder, permanecían callados con sus mentes bloqueadas.
—Hermano, tenemos que hacer frente a esto o nos superaran—dijo Isis en el subconsciente de Osiris.
Su hermana tenía razón. O actuaba rápido o Amon lo desplazaría sin contemplación. Así que se preparo. Busco las palabras exactas y se dispuso a discutir cada punto de lo que Amón dijo. Pero entonces, Ptat habló. El menos indicado.
—Tiene razón Amón—habló con convicción mientras miraba al líder de la doctrina Ra—. Vuestra administración está siendo desastrosa y como indica él, la presencia de enemigos humanos en Karnak solo es una muestra de vuestra incompetencia y de la inevitable invasión de vuestra especie bajo vuestro consentimiento.
Ptat, aunque su autentico nombre era Sokar, se mostraba poderoso y altivo. Su figura, realzada con la túnica color roja que enfundaba su cuerpo, tenía un porte agresivo y terrenal. Una extraña combinación. Miraba fijamente a Osiris con sus redondeados ojos oscuros. Su rostro, parecido al de un halcón peregrino con un ganchudo pico y franjas marrón oscuras recorriendo un lienzo de plumas blanco, mostraba un ser de férrea voluntad y palabras duras y correctas. Era la clase de individuo que preferías tener de tu parte antes que en contra. Y lamentablemente, ahora Ptat iba en contra de Osiris.
—Sokar, por favor—suplicó este—, no lo hagas.
—Lo siento Osiris, pero es hora de un cambio—dijo imperturbable su interlocutor.
Amón escuchó las palabras de Ptat y sabía que la victoria estaba conseguida.
—Ya es tiempo de que la doctrina Aton deja de hacer lo que le plazca. Es momento de que otros tomen las riendas de esta especie y se preocupe de los peligros inminentes, como los seres humanos—proclamó con beligerancia Sokar—. Es el momento de llevar nuestra raza hacia nuevos destinos y con vosotros no es posible.
—¡¡¡Eso que dices son injurias!!!—dijo con fiereza Atum.
Osiris se volvió para mirarlo con severidad. Su subordinado se inclinó al ver a su jefe, disculpándose por su salida de tono. Ptat lo ignoró.
—Podéis quejaros todo cuanto queráis pero está claro que todas las Quimeras aquí presentes me apoya. —Mientras dijo esto, extendió sus brazos para abarcar a toda la Asamblea— ¿No es así?
Un gran número de gritos prorrumpieron en la sala. Al menos para aquellos con habilidades telepáticas. Osiris solo podía mirar petrificado viendo como todos se volvían en su contra. No, aquello no era lo que esperaba. Tenía que ganarse el favor de las Quimeras o todo estaría perdido.
—¡Escuchadme!—habló con fuerza—. Sé que no estamos en la mejor situación pero el Gran Colapso es algo inevitable. Si queremos sobrevivir, hay que seguir adelante con lo establecido. Solo así, tendremos oportunidad de prosperar.
Esperó sonar lo bastante convincente como para acallar las voces en contra, pero no fue así. Ptat volvió a hablar para esta vez dar el golpe de gracia.
—Ya hemos oído vuestra teoría sobre el Gran Colapso y,aunque es cierto que los Anurak nos advirtieron del gran peligro que representaba, eso no significa que ya esté cerca.
—Pero las mediciones de radiación y la captación de ondas sonoras indican que viene del Cumulo Dorado—argumentó Osiris, tratando de convencer a Ptat—. Es un indicativo de que viene hacia aquí.
—¡Y los humanos también están cerca Osiris!—habló con furia Amón—. Más incluso que el Ragnarok. Un fenómeno hipotético que desconocemos si llegara a suceder o no. Pero la amenaza humana es real y está ahí. Es en eso en lo que debemos centrarnos.
A Osiris aquello le sobrepasaba. Hasta ahora parecía tener el suficiente poder para dominar a aquellos que se rebelaban pero ahora todos se habían vuelto en su contra. Era un complot. Resultaba evidente. Y habían logrado lo que se proponían.
—¿Y qué pretendéis?—preguntó rabioso el líder de la doctrina Aton.
—Que a partir de ahora, será la doctrina Ra y Ptat la que tomará las decisiones. Vosotros seguiréis teniendo voz, pero no voto. Ya habéis hecho suficiente y es hora de que nueva sangre tome el control.
Lo que Ptat dijo le sentó como una puñalada por la espalda. Porque eso era. Nadie era consciente pero esa Asamblea había mutado en una suerte de golpe de estado donde el gobierno estaba siendo traspasado sin el consentimiento de la población. O más bien si se estaba dando pero todos preferían ignorarlo. No eran conscientes de que sus vidas dependían de lo que él y sus compañeros hacían.
—No vamos a permitir esto—alzó la voz Isis.
Osiris se volvió para mirar a su hermana. Su tez blanca adquirió un leve brillo bajo la luz de los focos. Le pareció una autentica deidad salvadora en esos momentos.
—Mi hermano, yo y el resto de la doctrina Aton hemos contribuido de forma importante al desarrollo y prosperidad de la Estirpe Cambiante. Esto no es más un asalto al poder sobrepasando todos los preceptos y normas establecidos desde hace siglos.
Isis sonó fuerte en sus palabras y tanto Atum como Neftis estaban con ella. Eso esperanzó a Osiris, quien esperaba que con el apoyo de los suyos, lograría hacerse escuchar. De hecho, nadie parecía hablar ahora. Todos miraban hacia la doctrina de Aton, esperando algo. Y sabían que era.
Set permanecía en su asiento sin hacer nada. Su postura aparentaba relajación y tranquilidad. Osiris esperaba que su hermano se levantase de un momento a otro. Que se alzaría con el resto en clara muestra de apoyo. Eso era lo que él creía y deseaba creer, ya que si perdían el control, sería el fin de todo. Set finalmente se incorporó, miró a todos los presentes y tras eso, se marchó de allí. Atónitos, vieron como el tercer miembro más importante de la doctrina Aton se iba dejando en la estacada a los suyos. Osiris llamó varias veces a su hermano pero este lo ignoraba. Al final, cruzó las puertas del esférico edificio y desapareció.
—Y así es como termina tu reinado Osiris. Con la marcha de un sensato cobarde—sentenció Amón mientras su rival aun no podía asimilar lo que ocurría.
Set ya estaba cerca de ir al exo-transporte cuando un guardián se paró justo frente a él. Otros muchos lo hicieron hasta dejarlo totalmente rodeado. La Quimera los observó enfurecido pues sabia ante quien respondían aquellos seres.
—¡Set!—llamó alguien a sus espaldas.
Escuchó como aquella voz lo llamaba con furia. Se le notaba enojado a quien le estuviera mandado aquellos mensajes. Tanto que el propio Set notó irritada su cabeza. No tardó en ver de quien se trataba. Osiris, junto a Isis, Atum y Neftis, se colocó justo delante de él. Ambos hermanos se miraron fijamente. Era claro que Osiris quería una respuesta. Y la quería ya.
—¿Por qué?—preguntó impotente— ¿Por qué nos has hecho esto?
Set se acercó a su querido hermano hasta quedar justo a apenas unos centímetros.
—Ya sabes la respuesta, hermano—le contestó con hiriente voz.
—Solo pretendía mantenerte al margen para tu protección—le explicó Osiris—. Hay mas en juego de lo que crees.
—Pues me temo que el juego lo has perdido—sentenció Set—. Ya es hora de que alguien más sensato tome el mando. Quizás con ellos, si me sienta más tenido en cuenta.
Vio como tomaba su vehículo. Quiso decirle algo pero no sirvió de nada. Tan solo pudo ver como este se marchaba. Su voluntad, fuerte y resistente, se resquebrajó en pedazos. Solo el leve tacto de la mano de Isis consiguió calmarlo. Pero la calma no era buen consuelo para aquel que acababa de ser expulsado de sus propias tierras.
16 de Mayo de 2665. Sistema Berjan. Planeta Heliopolis. 13:57.
Fue un día muy duro. Tras la gran discusión en la Asamblea y el traspaso forzado de poder Osiris trató de ocultar su malestar asistiendo a todas las exhibiciones y simposios celebrados por toda Heliópolis. En cada uno de ellos fue bien recibido, tanto por los aprendices como por los eruditos que mostraban sus nuevas invenciones. En cierto modo, aun infundía respeto entre los suyos, algo que le reconfortaba. Pero el recuerdo de la traición de su hermano Set era algo que no podía soportar.
Llegó a sus aposentos. Hizo que sus aprendices le dejaran solo. Necesitaba meditar sobre todo. Ahora tenían problemas muy graves. Sin el control total de la Asamblea, las cosas se ponían difíciles. Ya no tendrían tanta capacidad de maniobra para ir en busca de nueva tecnología ni investigar en distantes planetas. Por otro lado, estaba la colaboración con los humanos. Aquello se complicaba mas si cabía ya que ahora toda actividad sería analizada profusamente y si se revelaba el pacto realizado con el enemigo, la ejecución seria el destino de toda la doctrina Aton. Sobek, durante la exhibición de un nuevo aparato volador, le aseguró que él se ocuparía de todo. Que esa tal Sonya Walker parecía de confianza y cooperaría con ellos. Pese a sus tranquilizadoras palabras, Osiris mantenía sus reservas.
Siguió pensando en todo aquello mientras se despojaba de su túnica, mostrando su delgado cuerpo desnudo. Luego se dirigió a una repisa donde se hallaba otro cilíndrico vaso con la sustancia llena de compuestos orgánicos que necesitaba. Mientras se la bebía, no pudo evitar pensar en Set.
Su hermano siempre fue una criatura muy impulsiva. Lo llamaba hermano pese a no compartir su misma sangre puesto que ambos fueron engendrados de la misma manera, a través de ingeniería genética. Pero se criaron juntos, educados por el previo Osiris, quien busco inculcar el mismo sentido de la responsabilidad y la paciencia. Ello se debió a que el anterior clon de Set fue asesinado a manos de Zeus, el líder de la Casta Eterna. Este Set se opuso a convertir a los Inmortales en sus aliados y por ello, acabó siendo atravesado por las dos cuchillas retractiles de Zeus. Una en su cabeza y otra en su abdomen, tal como le contaba su mentor. Este trato de que el nuevo Set se comportara de mejor forma y fuese más sensato que su antecesor. De hecho, ya en su lecho de muerte, obligó a Osiris prometerle que lo llevaría por el buen camino. Y eso hizo él. Pensó que lo había logrado, que pese a leves momentos de impulsividad, había conseguido que Set fuera más cauto que su predecesor. Pero se equivocaba. Tras lo de hoy, tuvo claro que había fallado.
Bebió el brebaje para acto seguido entrar en la capsula de letargo. Concibió que pese a las cosas ocurridas hoy, todavía quedaba algo de esperanza. Mithras había sido llevado a Igras por Atum. Un lugar indetectable, donde estaría a salvo de cualquier peligro. Cuando el momento llegase (y no tardaría en llegar), él sería fundamental para todo aquello. Se convertiría en el guía en aquella desesperada batalla. Pensaba en todas esas cosas con cuando notó algo extraño en su cuerpo.
Un repentino ardor comenzó a surgir de su estomago y a ascender por todo su cuerpo, notando como su temperatura se elevaba, tal como haría la incandescente lava de un volcán en erupción. Perdió el equilibrio, notando su visión borrosa y como en su cabeza se empezaba a formar un intenso dolor. Su mente comenzó a fragmentarse en cientos de inconexos pensamientos que se veía incapaz de conectar. Apoyado contra la mesa, miró hacia el recipiente del que acababa de beber. Veneno que atacaba el sistema nervioso. Era su fin.
Cayó sobre el cristalino suelo, sintiendo la frialdad de este contra su piel. Su cerebro estaba sufriendo un violento colapso. Cada neurona estaba siendo destruida a velocidad improcedente, una muestra de la letalidad del veneno administrado. Osiris no podía hacer nada, ni enviar una señal de socorro ni siquiera comunicarse con alguno de sus aprendices. Pero aun podía percibir su entorno más cercano.
Su ojo circular negro se posó en la rosácea pared de fina piedra que tenía delante. Esta era una falsa pared que contenía una pequeña estancia donde una Quimera podía ocultarse en caso de peligro. Y sabía que él estaba allí. Podía percibir de forma débil su actividad cerebral. Su asesino estaba dentro, contemplando como Osiris moría en una lenta y cruel agonía. Pues no se saldría con la suya. Si él no podía concluir su plan, entonces sería su verdugo quien lo realizaría.
Sin dudarlo, con las pocas fuerzas que le quedaban, la Quimera concentró todos sus pensamientos en una sola fuente y comenzó a canalizarlos hacia su ejecutor. Una lenta corriente de mensajes revelando lugares y planes junto con importantes datos sobre lo que estaba por venir se dirigieron a la mente del asesino. Osiris pudo percibir como este comenzaba a sentir el infranqueable dolor producido ante semejante sobrecarga de información. Su cerebro era poco avanzado y por ello, no podía soportar semejante torrente de pensamientos pero Osiris confiaba en que solo sería algo momentáneo. Y a la vez que le transmitía sus pensamientos, logró, no sin cierto esfuerzo, implantarle la semilla de su decisión. No era una orden sino más bien un sentimiento. El de miedo y pavor al descubrir el destino de todo el universo. Así, el asesino llevaría a cabo su misión con determinación y sin dudar.
Para cuando este tenía toda la información en su cabeza, Osiris, el líder de la doctrina Aton, yacía muerto sobre el suelo. Nunca vería su gran obra completada, ni si la galaxia se salvaría o no del Gran Colapso, pero esperaba que sus últimos esfuerzos no hubieran sido en vano.
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