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Capitulo 21- Una advertencia

2 de Mayo de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 15:09.

El humo ascendía con gracilidad por el aire. Se conformaba en columnas que serpenteaban una alrededor de la otra en espiral, conformando un extraño baile de intrincada complejidad, aunque era tan solo el errático viento el que creaba tan curiosas formas. El humo procedía de un cigarro que había encendido el sargento Gastón Faure. Él y su amigo Chad Greenberg, un muchacho de color que no pasaría de los veinte años, observaban por encima del muro metálico que rodeaba al puesto de observación X-03, conformada como un lugar de vigilancia para posible movimiento enemigo. Era la base que más se encontraba al norte del continente de Midgard.

—¿Ves algo?—preguntó Chad curioso a su compañero.

—Que cojones voy a ver—espetó el hombre de acento francés mientras daba una calada a su cigarro—. El viento arrastra mucha nieve. Apenas puedo ver más allá de unos metros. Creo que se acerca una ventisca.

El chico, entelerido de frío, ocultó su oscuro rostro subiéndose la braga hasta la altura de la nariz. Temblequeó un poco.

—¿Nada habituado a este clima muchacho?—preguntó el francés con tono divertido.

Chad asintió vehementemente mientras se acurrucaba bajo la manta térmica que había traído. Aun con esta y la ropa aislante encima, el frio le penetraba hasta los huesos. El joven soldado se crió en el cálido planeta Zelios, un mundo desértico donde las temperaturas llegaban a los cien grados centígrados. Afortunadamente, las colonias donde los humanos habitaban estaban recubiertas de cúpulas de duro material plástico que las aislaban del intenso calor, crenado temperaturas agradables de entre unos veinte y treinta grados. Así que tras años criado en un lugar como ese, era normal que el frío de Midgard pudiera con él. Volvió su vista al hombre francés, quien seguía mirando el escenario opacado. De repente, el hombre se puso en tensión.

Faure vio algo moverse por el bosque. La cortina de nieve le impedía ver bien, así que se dirigió a Chad.

—Chico, pásame las gafas de visión térmica—le pidió nervioso.

—¿Qué pasa?—preguntó este extrañado.

Ignoró la pregunta. Se colocó las gafas y ajustó las lentes para ver mejor. El escenario que veía era completamente azul. El suelo cubierto de nieve, los grandes árboles y las sombras. Quedó paralizado al ver una gran cantidad de sombras avanzando hacia la base. Todas de color azul oscuro o directamente negra.

—¡Mierda Chad!—gritó nervioso— Da la alarma, ¡nos atacan!

El chico se quedó al principio paralizado ante lo que Minochet le decía, pero en cuanto vio una azulada bola de plasma pasando sobre sus cabezas, concluyó que les estaban atacando. Agachado, corrió hasta llegar a un dispositivo colocado en las escaleras. Lo pulsó y las alarmas se accionaron en ese instante.

Ernesto Torres, capitán de la Compañía Leopardo se estremeció en su asiento al escuchar las alarmas. El estridente sonido le anunció claramente al hombre que la base estaba bajo ataque enemigo. En ese instante la puerta se abrió. Una joven mujer de unos veintisiete años se acercó a Ernesto con rostro preocupado.

—Padre, los Gélidos han...

—Lo sé—interrumpió el hombre.

A sus 57 años Ernesto estaba cansado de todo. De la guerra, de los alienígenas, de los viajes de mundo en mundo. Solo la presencia de su hija Natalia era lo único que le mantenía aún atado a este mundo.

La miró y, por un instante, creyó evocar  a su difunta esposa. Natalia tenía los ojos azules claros mientras que el pelo era corto y de color castaño, exactamente como ella. Murió durante la evacuación de su hogar natal. Natalia era tan solo una niña y fueron separadas, quedando ella en una nave y su madre en otra. La de su hija logró escapar a tiempo, pero la de su esposa fue destruida por una nave de los Inmortales. Y él no estaba allí para salvarla. Desde ese día, juró que protegería a su hija por encima de cualquier cosa, anteponiendo su vida antes que permitir que ella muriese. Se levantó de su asiento y le pidió que la acompañase. Fueron a la sala de control, donde varios informáticos trabajaban rodeados de monitores. En ellos, Ernesto y su hija vieron como el caos comenzó a desatarse.

—Natalia—dijo Ernesto dirigiéndose a su hija—, ve a mi despacho y saca todos los archivos.

-          ¿Crees que es buena idea?- Preguntó ella algo nerviosa.

El capitán fijó su mirada en la pantalla. En esta, se podía ver la entrada delantera bajo constante fuego enemigo. Miró con determinación a su hija. Ella pareció adivinar en el ya algo envejecido rostro de su padre que las cosas estaban claras.

—Bien, iré—dijo retirándose.

Ernesto se volvió hacia los monitores, donde pudo ver como los Gélidos iniciaban el asedio contra la base. Esperaba poder vencerlos, pero llegado el momento, como decían, era mejor prevenir que curar.

Tras las protecciones en lo alto de los muros, los soldados soportaban el fuego candente de los Gélidos. Era como si la propia ventisca los hubiese traído con ella. Los soldados no dudaron en abrir fuego contra los Gélidos, pero estos les superaban en número y asomarse por encima de las protecciones suponía morir al instante. Pero afortunadamente las tornas iban a cambiar.

Mientras Faure y Greenberg resistían lo mejor que podían, desde una de las torres de vigía colocadas al lado de la puerta, uno de los soldados agarró la ametralladora rotatoria Vulcan allí colocada y empezó a abrir fuego contra los Gélidos. En cuanto esta comenzó a girar, la nieve se elevaba súbitamente en pequeños estallidos. De los arboles saltaban pequeñas astillas. Y los Gélidos que no estaban a cubierto caían ante la lluvia de balas procedente del arma. Los soldados, animados por este inesperado giro, salieron de sus protecciones y entablaron combate contra el enemigo. Como arqueros que se hallasen en las almenas de un castillo, atacaron con fiereza a los Alfar.

—Si, ¡chupaos esa! ¡cabrones!—espetó Chad.

Este miró  divertido a Faure, quien disparaba con su fusil de asalto contra sus enemigos. El decidió imitarlo.

La batalla se volvía encarnizada por momentos. En la torre de vigía, el hombre con la ametralladora continuaba diezmando a los Gélidos y un compañero francotirador a su lado remataba a los heridos. Entonces, el tirador escuchó un ruido. Un golpe sobre el techo, como si algo acabara de posarse. Entonces, oyó una serie de pasos. Siguiendo con la mirada, vio que quien había arriba se acercaba al filo. Justo en ese instante, cuando empuñaba su fusil, una Valquiria apareció frente a él con sus doradas alas y clavó su lanza en el vientre del tirador. Lo empujó tirándolo de la torre y fue por el soldado de la ametralladora, al cual atravesó con la lanza.

Más Valquirias hicieron acto de presencia en el muro. Descendían, atacaban matando a unos cuantos soldados y despegaban como si nada. Con el caos resultante, no se percataron de cómo un Arvak apareció ante ellos. Este, con su gran cañón de plasma, destruyó la otra torre con una gran explosión azul incandescente. Varios soldados ardieron por los residuos de plasma que caían procedentes de la detonación. De dentro del Arvak, salieron dos Jotuns que arrastraban una gran esfera de color negra. Círculos azules recubrían algunas partes. Sus compañeros les cubrían mientras ellos llevaban la esfera hasta la puerta de la base.

—¡Disparad contra esos cabrones!—gritó uno de los soldados desesperado.

Pero tan ocupados estaban con las Valquirias que nadie pudo atender a su llamada. Los Jotuns accionaron la esfera y se retiraron. Los círculos empezaron a brillar con un fuerte rubor azul. De repente, al esfera comenzó a temblar y en un abrir y cerrar de ojos, estalló en una espectacular explosión de intenso brillo turquesa. La puerta se derritió por culpa del caliente plasma liberado y los Gélidos entraron en la base. Ahora todo si que estaba perdido.

Ernesto veía horrorizado todo a través de las cámaras. El hombre pasó sus manos por su pelo negro, nervioso ante qué hacer. La puerta se abrió en ese mismo momento.

—Señor, ¡los Gélidos se acercan!—gritó un soldado desesperado.

Ante esta situación, el capitán de la Compañía Leopardo decidió tomar cartas en el asunto.

—Bien, escuchadme todos—dijo dirigiéndose a toda la gente allí presente—. El enemigo se acerca y no dudaran en atacarnos. Es por ello, que resistiremos. —Miró a uno de los hombres —.   Milner, vaya a la armería y traiga todo lo que encuentre. Si esos desgraciados quieren entrar aquí, tendrán que pasar por encima de nosotros.

Sin más tiempo que perder hicieron caso al capitán y mientras preparaban todo, el observó por un instante las pantallas donde se veía la batalla. Esperaba que la señal de socorro llegase a tiempo. No resistirían mucho. Y luego estaba Natalia. Si las cosas salían mal, ya sabían cuál era la orden a seguir. Huir hacia el sur, hasta la Base Omega.

El Hraesvelgr comenzó su descenso de forma tranquila, ajena a la muerte y destrucción que había abajo. Desde uno de los edificios, un soldado humano sacó un lanzacohetes MX-03 que apuntó contra la nave, que descendía de manera vertical. En ese mismo instante, justo antes de apretar el gatillo para lanzar el misil, una Valquiria apareció justo delante de él y le clavó la lanza en el estomago. Después, arrojo al hombre que se estrelló contra el suelo, rompiéndose la cabeza. Para ese momento, la nave ya había tocado tierra.

Loki salió de dentro del Hraesvelgr escoltado por los dos Huskarls. En cuanto empezó a caminar, se fue acercando a cada lugar donde hubiera batalla. Un soldado humano le apuntó con su fusil, pero el Huskarl le interceptó más antes y lanzó una de sus espadas clavándosela en la cabeza. Loki admiró la batalla con completa indiferencia. Siguieron caminando y una explosión tuvo lugar. Varios barriles estallaron y flamígeras llamas se elevaban hacia el cielo. El hijo de Odín miró la escena y antes de darse cuenta, tres soldados humanos salieron a su encuentro. Con una rapidez inusitada los Huskarl atacaron, esquivando los disparos. Uno de los guerreros Gélidos se acercó a uno de los humanos y en un leve parpadeo, cortó su brazo y cuello. El otro tiró a uno de los soldados al suelo, cortó la pierna del otro y acto seguido, clavó su espada en la frente de este. Los ojos del humano se abrieron tanto que parecían a punto de salírseles de las orbitas. El que había caído al suelo, se arrastro tratando de alejarse, pero enseguida noto algo punzante en su cuello. Al girarse, el humano vio al Gélido de traje negro apuntándole con una espada cuya parte superior era curva y acabada en punta. Con un simple gesto, le señaló que se levantase. El hombre, reticente, accedió. Entonces, uno de los Huskarls lo agarró con fuerza.

—Arrodíllate—le ordenó la bestia.

Este así hizo y aunque trataba de revolverse, el guardia de Loki lo tenía bien agarrado. Este lo obligó a agachar la cabeza. El soldado sudaba copiosamente, tenía miedo y ni idea de que era lo que pretendían aquellos Gélidos. Pero no tardaría en averiguarlo. La espada de Loki bajó con rapidez y seccionó la cabeza del soldado, haciendo que se separase de su cuello. La cabeza rodó varios metros y el cadáver quedó sobre el suelo, mientras un charco de sangre se formaba delante de este. Loki miró embelesado la brillante hoja de metal de su espada ahora impregnada de liquido rojo.

A esto es a lo que me refiero—dijo con orgullo.

En eso, un grupo de Alfar apareció en escena.

Señor, mire lo que hemos capturado.

Cuando Loki lo vio, se sintió plenamente satisfecho de haberse acercado hasta este lugar.

Ernesto Torres y sus hombres resistían como podían los embistes del enemigo. Un grupo de Alfar ingreso a la habitación y antes de que abriesen fuego y él sus hombres los acribillaron a tiros. Ernesto disparaba con rabia con su escopeta, una modelo Mol-107 con munición explosiva. El Alfar contra el que impactaron las balas cayó hecho pedazos al suelo mientras que la pared quedaba pintada de sangre purpurea. Tras sobrevivir al ataque, hicieron recuento de supervivientes. Aun seguían vivos los cuatro de los seis que había inicialmente.

Cansado y respirando de manera entrecortada, Ernesto recargó su arma. Entonces, escucharon pasos. Todos apuntaron de nuevo sus armas hacia la entrada, esperando a quien entrase. Pero nadie entró. En su lugar, una voz les llamó.

—Capitán Ernesto Torres, quiero hablar con usted.

El hombre se extrañó que alguien le llamase por su rango y nombre. Sorprendido por ello, miró a cada uno de sus hombres sin saber qué hacer.

—¿Quién es y que quiere?—preguntó defensivo.

—Entrar y hablar. Solo eso—contestó la voz clarificadora.

Torres no sabía qué hacer o decir. Quien fuese el que había al otro lado y sus intenciones era algo que desconocía, pero en cambio, el dueño de la misteriosa voz si parecía conocerle a él. ¡Y si era una trampa? ¿Debía de correr tal riesgo?

—No sé si fiarme de usted—dijo confiando en amedrentarle un poco.

—Me temo que no tiene otra opción—habló la voz vehemente.

Se extrañó. ¿Cómo que no tenía otra opción? Si que la había, luchar.

—¡No nos vamos a rendir! —gritó fuerte el capitán.- Lucharemos hasta el final.

—Ya veo—comentó la voz—, ¿pero supongo que no querrá poner la vida de ella en peligro?

Al oír "ella", Ernesto se tensó. No podía ser. No podían haberla atrapado.

—Pase—dijo alterado.

Loki y su guardia entraron en la sala de control. Uno de ellos, tenía agarrada con fuerza a Natalia. Detrás de ellos, cuatro Alfar entraron y apuntaron con sus lanzas a los hombres. Ernesto miró con odio a los alienígenas. Loki se acercó un poco y señaló entonces a la chica. El Huskarl que la retenía apretó su afilada espada contra el cuello de la mujer.

—¿Tu hija?—preguntó el Gélido.

En un principio el capitán no respondió. Pero cuando vio a su hija con rostro preocupado, no tuvo más remedio que ceder.

—Si, lo es—contestó muy serio—. No le hagas daño, por favor.

Aquello sonó como una súplica y Ernesto sabia que decir esa clase de cosas solía acabar con el rehén muerto. Loki murmuró algo y se dirigió a él.

—Acérquese capitán—le dijo sin más.

Decidió hacer caso a lo que el Gélido le pedía. El aspecto de la criatura era realmente siniestro, con una armadura negra recubriendo su cuerpo y ese extraño casco con dos delgadas y puntiagudas extensiones hacia atrás ocultando su cabeza. Parecía un demonio.

—Póngase ahí—le señaló a una pared desnuda entre dos monitores.

El capitán Torres se extrañó de lo que le decía, pero ver a su hija en peligro le llevó a hacer lo que le ordenaba. Se colocó justo tras la pared, esperando lo que aquel ser fuese a llevar a cabo.

Loki hizo una seña al Huskarl y este soltó a Natalia. Luego, el Gélido de traje negro hizo una seña a Natalia para que se acercase. La chica, indecisa ante que hacer, miró a su padre. Este levemente asintió con su cabeza y ella adivinó que le decía que siguiese las instrucciones del Gélido. Se acercó a Loki y miró fijamente a su rostro, una pantalla de cristal azul que lo convertía en un ser inexpresivo. En una especie de autómata como los que veía atendiendo en las tiendas del mundo donde vivió. Agarró su mano y le puso algo en ella. Al mirar, los ojos de Natalia se abrieron con sorpresa.

Lo que Loki le había colocado en la mano derecha era una pistola. Gris brillante, agarró el arma por la culata y posó sus dedos en el gatillo. Pensó en hacerlo, atacar a Loki, pero recordó a su padre desarmado. No podía hacerlo. Aun no.

—Padres e hijos. Los segundos engendrados por los primeros. Y entre ellos se establece un poderoso vínculo de unión expresado a través del amor y el cariño. O eso es lo que al menos vosotros promulgáis—habló críptico Loki—. Los padres os preocupáis de darle lo mejor a vuestros vástagos, de protegerlos, de proporcionales los mejores medios y las posibilidades para sobrevivir. Pero, ¿que pasaría si los hijos años después os repudiasen? ¿Y si decidieran rechazar lo que les entregaron, no honrar sus pasos o simplemente desobedeceros?

Ninguno parecía comprender sobre qué hablaba Loki, pero cuando Natalia miró a la pistola y luego a su padre, no creyó que el Gélido fuese capaz de algo así.

—Dime joven humana—habló Loki, colocándose justo detrás de ella. La chica se estremeció— ¿Tú quieres mucho a tu padre? ¿Y él te protege a ti como si fueras lo más preciado del mundo para él?

Temblorosa, Natalia tragó saliva, incapaz de contestar. Loki era como un espíritu malévolo que le susurraba cosas perturbadoras al oído. La chica no deseaba escucharle, pero su insidiosa presencia le hacía mantener una presencia inamovible. Quería apartarse de él, pero entonces sintió como el Gélido le cogía el brazo donde tenía el arma y empezaba a elevarlo.

Ernesto supo enseguida lo que Loki pretendía. Vio como dejaba el brazo de su hija recto, con la pistola apuntándole directamente. La chica miraba con horror, pero el capitán ni se inmutó.

—Vamos, joven humana. Demuestra lo mucho que odias y repudias a tu padre—le decía el Gélido con tono sacrílego en su voz—. Muéstrame el odio que tienes hacia él. Hazlo, solo has de apretar el gatillo.

El arma temblaba en sus manos. Lagrimas brotaban de sus ojos. No era capaz. A su propio padre. Jamás lo haría. Le amaba con todo su corazón.

Pero, Ernesto no lo podía permitir. Sabía como era ese juego y si su hija se derrumbaba, todos estarían muertos. Por ello, decidió tomar su decisión.

—Hija, hazlo—dijo el hombre sin inmutarse.

La chica le miró con horror. No creía lo que su padre le pedía.

—Es la única alternativa.

Lágrimas cayeron por su rostro. El hombre también iba a derrumbarse. Pero mantuvo la compostura.

—Te quiero, siempre te querré—Natalia apuntaba a la cabeza de su padre—. Hazlo Natalia. ¡¡¡Hazlo!!!

El grito retumbó en toda la sala. Y el disparo también. Cuando Natalia vio como la cabeza de su padre caía hacia atrás y un reguero de sangre manchaba la pared de enfrente, sintió su alma resquebrajarse. El cuerpo del capitán Torres quedó tendido en el suelo como un muñeco de trapo. Su hija empezó a llorar, pero en ese mismo instante, Loki la noqueó con un fuerte golpe en la espalda. Se volvió a los Alfar y les ordenó que masacraran a los humanos que quedaban en la habitación. Mientras escuchaba el sonido del plasma impactando  en los cuerpos de los técnicos se dirigió a uno de los Huskarl.

—Llevárosla—señaló a la inconsciente Natalia—. Me quiero divertir un poco más y ella es perfecta.

Cuando Chad despertó sentía su cuerpo oprimido. Encima tenía el cuerpo de Minochet y el de otro soldado con una lanza clavada en su costado. Estaba manchado de sangre de sus compañeros. Asqueado y turbado, Chad intentó quitarse de encima los cuerpos y salir de allí, pero entonces escuchó a alguien acercándose. El muchacho buscó desesperado un arma con la que defenderse. Pero el Gélido ya se había acercado. Era una Valquiria con las alas doradas replegadas en su espalda. Esta le dio un pequeño toque levemente con su lanza y dijo algo en un idioma ininteligible. Acto seguido, dos Alfar aparecieron y, cogiéndole por los hombros, comenzaron a arrastrarlo.

Bajaron las escaleras y el chico vio como los Gélidos habían tomado el control de la base. Varios Alfar arrastraban cuerpos de soldados caídos y los amontonaban en una pila. Sus armas y enseres variados eran colocados de forma alineada justo frente a esta. Lo llevaron a la derecha. Delante del centro de control había una nave de color negro grande. Dos guerreros , recubiertos con una gran armadura cada uno, llevaban a una chica que Greenberg identificó como la hija del capitán Torres. Entonces, mientras miraba absorto la escena, le dejaron caer.

Sintió la fría nieve en su rostro y al levantar la vista del suelo se encontró con un ser alto que lo observaba con cierta desidia. Loki se alzaba como un ominoso dios. Todo su cuerpo era negro y una capa del mismo color recubría esta. Chad estaba inquieto. El Gélido se acercó a él y empezó a hablar de forma perfecta en su idioma.

—Vaya, parece que tenemos un afortunado superviviente—dijo sorprendido—. Debes de haber sido bendecido con la divina fortuna para lograr escapar de la muerte, algo que tus compañeros no parecen tener. Y quizás, me sirvas de ayuda.

Desenvainó su espada curvada acabada en punto. Tenso, Chad vio como el Gélido la blandía con facilidad, como si pretendiese infligir graves heridas al propio aire. Luego, se volvió hacia el muchacho, apuntándole con ella. Chad estaba cada vez más asustado. Apretaba los puños con fuerza, creyendo que iba morir. Pero Loki, en vez de cortarle la cabeza al muchacho negro, decidió envainar su arma. Se agachó a su lado y colocó su cara a escasos centímetros de la de Chad. El chico miraba fijamente el cristal azul oscuro que recubría el rostro del Gélido, haciendo resonar una presencia ominosa en el.

—Vas a llevarle a tus lideres un mensaje—expresó Loki con tono serio y frío—. Diles que esto que ha ocurrido hoy es una advertencia. Una advertencia de lo que ocurrirá si siguen luchado en este planeta, si continúan profanando este lugar sagrado con su herética presencia. Ve y díselo.

Chad se levantó y como si sus piernas cobrasen vida propia, comenzó a correr. No miró atrás. No pensaba hacerlo. Tan solo quería salir de aquella horrible pesadilla. Cruzó las derruidas puertas de la base y se adentró en el bosque. El frío viento de la tormenta acarició su piel, notando su helador aliento. Chad se perdió en aquel oscuro y salvaje lugar. Huyendo del horror, un horror que no haría más que seguirle allá donde fuese.

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