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Capitulo 20- Túneles (Parte 3)

24 de Abril de 2665. Sistema Berjan. Planeta Heliópolis. 11:45.

El cielo de Heliópolis era azul claro por la mañana. Cuando la gran estrella, supergigante luminosa de la cual emanaba una intensa luz blanca se elevaba sobre el firmamento parecía una inmensa esfera pálida que estuviese estar congelada, aunque en realidad, cerca de su órbita las temperaturas debían de sobrepasar los 100 grados con extrema facilidad. Aquella majestuosa circunferencia era la emperatriz de esa gran parcela del espacio y tanto el planeta Heliópolis como las Quimeras que lo habitaban eran sus súbditos. Pero en esos instantes, la gran estrella se vería eclipsada por una gran presencia que emergía por el horizonte.

Una descomunal nave color gris plateado avanzaba lentamente por el azulado cielo, a unos 5 kilómetros de distancia de tierra firme. Aunque ahora su avance fuera calmado, aquel descomunal constructo volador podía sobrepasar los mil quinientos kilómetros por hora, más que la velocidad del sonido. Pero ahora iba así, porque se acercaba a la colonia principal de Heliópolis, que además era la capital del planeta. Este era el centro neurálgico de las actividades de la Estirpe Cambiante y donde se encontraba la sala de reuniones de los principales líderes de la especie, la Asamblea de Sabios.

La Ciudadela, nombre con la que fue bautizada la colonia principal, se mostraba en todo su opulento esplendor. Grandes edificios de forma cilíndrica se elevaban hacia el cielo. Todos acababan en punta cónica o piramidal, buscando una armonía estética que subrayaba el perfecto equilibrio que las Quimeras buscaban en su arquitectura. Aquellas altas torres eran de color amarillo muy brillante como el oro y franjas delineaban la silueta de estas. Cambiaban de manera intermitente entre una variada paleta de colores que iban del intenso rojo escarlata al verde claro. Alrededor de las inmensas torres, diseminadas entre ellas, había otras muchas edificaciones. Edificios escalonados de varios pisos, pirámides de color negro hechas por completo de cristal, cúpulas de color blanco. La gran variedad de edificios en la Ciudadela era abrumadora. Y entre todos, había circundando varios caminos. Eran largas líneas hechas con láminas metálicas de color gris metalizado por las cuales pasaban toda clase de vehículos robóticos transportando material, comidas, siervos, Quimeras. Los senderos estaban literalmente plagados y denotaba la gran cantidad de actividades en la que la Ciudadela vivía inmersa.

La nave se fue acercando a la ciudad por la zona sur. El escudo gravitacional que la envolvía se desactivó para permitir su paso. Allí había una descomunal torre, una de las más altas y anchas de la colonia. Con base poliédrica, en lo alto de esta se desplegaban largas varas de metal y vidrio que se extendían como las ramas de un árbol. Este era el Puerto Estelar de la colonia, lugar donde las masivas naves de las Quimeras se detenían para repostar. La nave fue maniobrando hacia la izquierda en un lento y preciso movimiento que indicaban la diestra paciencia y grandes dotes del piloto. Logró virar por completo, dejándola de lado y se acoplo contra uno de los grandes tubos. Unas descomunales piezas metálicas surgieron de debajo de la nave. Estas eran unas piezas imantadas que generaban fuerzas gravitacionales hechas para estabilizarla en el aire una vez se detuviera. Finalizados los acoplamientos necesarios, el espectáculo llegó a su fin.

Osiris, Isis, y Set salieron de la gran nave y cruzaron el túnel de metal y cristal. Al otro lado, les esperaban Neftis y Atum. Neftis tenía la cabeza parecida a la de un humano, pero con dos cuernos sobresaliendo de su cabeza como en Isis, pero ella los tenía más cortos. Atum por otro lado, poseía una cabeza que recordaba a la de una mangosta. Hocico alargado, recubierto de pelos y ojos negros. Ambos se inclinaron levemente para saludar a los recién llegados.

—Nos alegramos de veros de nuevo hermanos—saludó de forma mental Atum. Los demás percibieron su alegría—¿Cómo fue la reunión con las otras dos especies?

El trío recién llegado guardó un poco de silencio.

—Bien Atum—contestó entonces Osiris—. Siguen siendo algo impulsivos y casi se pelean entre ellos, pero nada fuera de lo común. Se seguirá el plan establecido.

—Eso me alegra—expresó calmado Atum.

Tras la corta conversación, todos pusieron rumbo al edificio principal del Concilio, la Asamblea. Había mucho de lo que deliberar.

Tras salir del puerto, se disponían a coger uno de los exo- transportes cuando Osiris y Atum decidieron separarse. Set los miró, primero con extrañeza y luego con cierta ira. Tras cerrarse la puerta del exo-transporte, se dirigió a Isis.

—¿A dónde van?—preguntó malhumorado.

—Noto cierta apatía en tu cuestión —comentó Isis—¿Tienes algún problema?

—Olvídalo—contestó secamente Set.

El exo-transporte se puso en marcha. En menos de dos minutos llegarían a su destino. Ya tendría tiempo allí Set de averiguar qué era lo que Osiris ocultaba con tanto recelo.

 25 de Abril de 2665. Sistema Lornar. Planeta Karnak. 22:33.

Walker miraba a la criatura fijamente. Su pistola temblaba entre sus manos, amenazando con caerse. Los nervios la devoraban por dentro. El miedo se adentraba en cada recoveco de su ser. Delante tenía a una de las criaturas mas misteriosas que los humanos trataban de averiguar cómo eran y vivían. Un enigma que parecía no tener solución, unos enemigos a los cuales deseaban fervientemente destruir.  No mucho antes, torturó a uno de sus miembros y, sin embargo, ahora aquella Quimera aun le provocaba escalofríos.

La criatura vestía una larga túnica de color verde oscuro que recubría todo su cuerpo. Su cabeza reptiliana alargada le recordaba a Walker la cabeza de un cocodrilo, un depredador anfibio que acechaba en los ríos y estuarios de África hace cientos de años. Una variante de estos aun sobrevivía en ciertos puntos del planeta Tierra, alimentándose en las zonas residuales de las megaciudades, alcanzando tamaños de hasta siete metros, así que más valía no bañarse en aquellos lugares. La Quimera no poseía las descomunales mandíbulas de un primo de los dinosaurios, pero su brillante piel verdosa recubierta de escamas y sus ojos amarillentos despertaban un miedo primigenio que parecía aletargado en los seres humanos.

La Quimera siguió mirando a la sargento, quien no se decidía sobre qué hacer.

—Te veo muy tensa. Puedo notar tu miedo y desconfianza—decía la Quimera en la cabeza de Walker, pues estaba claro que de la boca del ser no había salido nada—, pero no te preocupes, no he venido a matarte.

Sonya seguía desconfiada. Su mente le decía que apretase el gatillo, pero había algo en aquella criatura que le resultaba extrañamente familiar.

—Sé que estas evaluando la posibilidad o no de matarme—habló de nuevo la Quimera—. Es comprensible. Somos enemigos, lo normal sería que apretases el gatillo y me eliminaras, pero entonces, sargento Sonya Walker, perderías tu oportunidad de escapar de este mundo y sellar un importante pacto fundamental para la supervivencia de tu especie.

Ella se quedó mirando a la Quimera extrañada. Las dudas le surgían cada vez más. Que era de lo que hablaba y más aun, como sabía su nombre y situación le parecía misterioso y hasta cierto punto, un peligro.

—Te preguntas que como puedo saber tu nombre y cuales son vuestras intenciones. Bueno, eso tiene una respuesta más clara de lo que crees—dijo la Quimera anticipándose a las palabras de Walker. La sargento se extraño aunque luego recordó que estas criaturas eran telepatas—. La clave está más cerca de lo que crees.

Aquello parecía un acertijo, pero Sonya fue capaz de hilarlo. Gómez. Tenía que ser eso.

—Así es. El cabo Zacarías Gómez me sirvió como puerta de entrada a vosotros. Para observaros, conoceros y comunicarme llegado el momento oportuno. En cuanto te vi, supe que tenías potencial.

—Pero, ¿por qué nos ayudas?—preguntó desconcertada Walker.

-          Porque eres una humana espectacular Sonya Walker. Por eso os estoy ayudando. Por eso, te he salvado del Cirascus que podría haberte matado. Tienes un gran potencial y tu ayuda sería indispensable para nosotros.

¿Nosotros?¿ A que se refería la Quimera? ¿Acaso habrían mas deseando seres ayudarla? ¿Es que la Estirpe Cambiante se encontraba inmersa en una guerra civil o algo así?

—Todo esto te parece extraño—dijo la Quimera—. Lo entiendo, pero necesitamos vuestra ayuda. La de los seres humanos.

—Pero si somos enemigos—postuló Sonya—, ¿ Cómo vamos a ayudaros? Además, ¿no tenéis como aliados a los Gélidos y a los Inmortales?

La Quimera pareció quedar en silencio por un leve rato que a Walker se le antojó eterno. Se preguntó en qué estaría pensando y en esos instantes, deseó tener las mismas habilidades mentales que las de la criatura.

—No sería buena idea revelarte esta información, pero la creo necesaria —explicó la Quimera—.  Resulta que en nuestra especie hay divergencia de opiniones con respecto a vosotros. Hay quienes os consideran un peligro y hay quienes ven en vosotros mucho potencial.

—Pero el ataque contra Arcadia, ¿fue cosa vuestra?—preguntó desconcertada Sonya.

—No tuvimos nada que ver con eso—le aseguró el ser reptiliano—. Fue cosa de los Gélidos. Les habremos bendecido con una avanzada tecnología, pero al igual que la Casta Eterna, siguen teniendo una cultura tosca y primitiva.

—Y nosotros en cambio somos mejores—habló sarcástica Walker.

La criatura la miró desconcertada. Sonya comprendió y trató de explicarse.

—Quiero decir que nuestra especie no es mejor. Tendemos a poseer una naturaleza autodestructiva. Sin ir muy lejos, antes de que vosotros aparecieseis tuvimos un gran conflicto —se explicó la chica.

—Si, el Conflicto Colonial, ochenta y cinco años atrás—comentó la Quimera como si lo rememorase—. Fuimos testigos de aquel terrible espectáculo. Como vuestra especie se ensañaba con congéneres propios nos pareció algo cruel y repulsivo. Sin embargo—Su tono de voz cambió de forma repentina—, sois una especie que sin necesidad de un empuje externo habéis logrado colonizar el espacio, desarrollar vuestra propia tecnología y crear una cultura rica y compleja. Por eso os vemos potencial.

—Pero ya es tarde—comentó Walker con voz derrotada.

—No del todo—contestó sorpresivo la Quimera.

Sonya arqueó una ceja extrañada. A que se refería la Quimera era algo que todavía desconocía.

—Puede que externamente seamos enemigos, pero la cooperación clandestina es una opción interesante—clarificó el ser.

La tenue opacidad de las luces que brillaban levemente le confería un aire extraño y misterioso a la Quimera. Sonya creía hablar con una suerte de espía oculto entre las sombras, siempre alerta de que no le descubriesen. Y tal vez fuera así.

—¿Qué queréis exactamente de nosotros?—preguntó la sargento.

La Quimera se acercó un poco más. Sonya pensó en retroceder, pero no podía mostrar más inseguridad. Aquel ser parecía estar evaluándola. Le recordaba al teniente Hopper con su mirada autoritaria y su imponente porte.

—La tecnología de los Anurak que habéis estado recopilando. Sabemos que en los sistemas que controláis habéis hallado cosas muy interesantes sobre ellos.

De nuevo, la mirada de Walker denotó desconocimiento. La Quimera pareció comprender.

—Me refiero a esos a los que conocéis como la Primera Raza—aclaró el ser.

—Perdona, no había nunca oído hablar de ese nombre, Anurak—se disculpó Sonya.

La Quimera no pareció darle importancia. Siguió hablando como si nada.

—Es importante hacernos con ella. El legado que nos dejaron va a ser muy importante.

—¿Para qué?—Sonya cada vez parecía más fascinada con las palabras que este le soltaba.

—Verás—Quedó levemente en silencio por un instante. Sonya creyó ver como estaba tomado aire—, este conflicto que tenéis con los Gélidos no es nada en comparación con lo que se acerca. Un cataclismo de proporciones cósmicas avanza lenta pero segura hacia nosotros. Y cundo llegue, arrasara con todo.

A Walker aquellas palabras le parecían el típico mensaje que un predicador del Apocalipsis diría en mitad de la plaza de un pueblo mientras sostiene un cartel en sus manos proclamando el fin del mundo. Y nadie le creería. Pero aquella criatura que tenía delante no era ningún loco. Sus palabras eran reales. Todo era cierto y sus vidas corrían peligro.

—¿Y de qué se trata?—preguntó Walker temerosa.

—Escapa a vuestra comprensión—respondió secamente la Quimera—. Incluso nosotros todavía indagamos tratando de averiguar su autentica naturaleza. Lo que debes comprender es que la tecnología de la Primera Raza son las herramientas necesarias para detener este peligro.

La sargento prestó atención a todo lo que le dijo. Lo memorizó por dentro, interiorizándolo. Aun no era capaz de creer muchas cosas, pero entendía las palabras de la Quimera. Estaban jodidos y la Guerra Interestelar no era nada en comparación con lo que se acercaba.

—¿Qué debo hacer?—preguntó la mujer esperando instrucciones.

—Primero, escapar de este planeta—dijo la Quimera con tono instructivo—Para ello os guiaré a través de Gómez, creo que será lo mejor. Sé que le sacaste información a uno de los centinelas, pero esta algo distorsionada. Mi guía será necesaria.

Sonya entonces giró y miró a la ventana de cristal completamente oscurecida. La Quimera parecía comprender.

—¿Y mis soldados?

—Entiendo tu preocupación, pero si seguís en este planeta por mucho más tiempo, no tardaran en atraparos—La Quimera sonaba ya preocupada.

—Lo sé—dijo Walker. Y entonces señaló al cristal—, pero esos soldados son mi maldita responsabilidad y juré que les traería de vuelta. Así que solo lo preguntaré una vez, ¿dónde se los llevan?

La Quimera guardó silencio por un pequeño instante. Finalmente habló.

—Todos son transportados a un gran laboratorio subterráneo. En él se encuentra Anubis, el jefe de genética de este sector. Se dedica a hacer experimentos con toda clase de seres. No muy agradables, la verdad.

Sonya se sorprendió de tan peculiar nombre. Anubis en la mitología egipcia era el guardián de la puerta hacia el más allá, un guía para aquellos que acababan de morir. La comparación era estremecedora.

Se volvió hacia la pantalla cristalina oscura. En las camillas faltaba una persona. El resto seguían dormidas, inconscientes del horror que iban a pasar. La Quimera se colocó a su lado.

—Dime como llegar hasta ellas—le señaló la habitación—. No creo que tengas problema en decírmelo.

—No—habló tranquila la criatura—. En cierto modo nunca estuve de acuerdo con los experimentos de Anubis, así que si decides sabotearle no me opondré, pero no voy a ayudarte. Eso sería exponerme demasiado y no lo deseo. Te diré donde está, pero a partir de ahí, te apañaras tu sola.

No tuvo necesidad de decirle nada. Él lo captaba todo perfectamente. Tras esto, Sonya decidió que lo mejor era marcharse. Primero, se reuniría con Tina y el resto. Después, irían al laboratorio a rescatar a todos los supervivientes. Una vez hecho, escaparían de allí. Y si por el camino se llevaban por delante a unas cuantas Quimeras, mejor.

Sobek se quedó allí mismo observando su propio reflejo delante de la gran pantalla de vidrio ennegrecido. Reflexionando sobre las cosas que se acercaban.

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Tina y el resto seguían a Gómez. Aunque este no estuviera poseído por el misterioso guía, parecía conocer bien el camino. Iban en silencio, sin hacer el mínimo ruido posible, pendientes por si algún posible enemigo se acercase. Hughes iba detrás del sargento Habib. No se despegaba de él. La joven chica lo único que deseaba era encontrar a la sargento con vida. Era lo único que quería. Caminaban tranquilamente cuando de forma repentina Gómez les señaló que se detuviesen. Los tres hicieron caso y se pegaron contra la pared. Apuntaban con sus fusiles mientras escuchaban unos pasos solitarios por aquel angosto pasillo. "Al menos no es un Cirascus" pensó para sus adentros la cabo. Los pasos se hacían más cercanos, y todos, cada vez más nerviosos, apuntaron hacia esa posición.

Sonya Walker venía corriendo por ese pasillo. Cuando se encontró con sus soldados, todos quedaron con una expresión de sorpresa en sus rostros. Era como si estuviesen viendo un fantasma. La inmutada cara de Tina cambió a una de euforia al verla con vida.

—Sargento Walker, está...viva—dijo estupefacto Habib.

—Si, gracias—se dirigió a todos—, pero ahora no tenemos tiempo para reencuentros bonitos. Hay trabajo que hacer.

—¿Dónde vamos?—preguntó Gómez extrañado.

—A por nuestros compañeros. Están vivos y se donde están—dijo mientras se ponía en cabeza.

—Disculpe, pero, ¿cómo sabe eso?—preguntó Habib sorprendido.

—Un amigo me lo ha contado—dijo con una gran sonrisa la sargento.

Sin más tiempo para conversar, el grupo se puso en marcha.

 24 de Abril de 2665. Sistema Berjan. Planeta Heliópolis. 13:25.

El holograma mostraba un extraño objeto rectangular de color rojo claro. Daba vueltas sobre sí mismo, como si un imaginario viento lo meciese. Con su brillante resplandor rojizo, aquel holograma era la única fuente de luz de la habitación, que por lo demás, permanecía sumida en la oscuridad.

—¿Seguro que podremos confiar en Sobek?—preguntó con reservas Osiris.

—Sabes que si—aseveró con firmeza Atum—, aunque su doctrina predique una distinta corriente, el no está a favor de lo que ocurre aquí.

—Las opiniones son algo que se reserva a la privacidad, pero en la esfera pública, las afirmaciones deben de ser rotundas. Y si, Sobek quiere ayudarnos deberá entonces guardar apariencias.

—Osiris, sabes que lo hará.

—Entonces ayudará a los humanos—Osiris tomó una leve pausa y luego, continuó—. Bueno, su cooperación nos vendrá bien, mientras no se sepa nada. Pero ahora lo importante es esto. ¿Lograste transporte?

—Si—afirmó Atum—. Una nave lo transportará a un planeta bien lejos de todo el conflicto. No hay problema.

—¿De qué planeta se trata?—preguntó Osiris.

—Igras. Es un planeta desértico. Se encuentra en los límites de nuestra galaxia. Es un lugar inexplorado y ninguna de nuestras sondas ha llegado hasta allí. Una red de cuevas subterráneas en el Ecuador del planeta es el mejor sitio para ocultarlo.

—Perfecto entonces—dijo satisfecho la Quimera con aspecto de pájaro—. Solo esperemos que nuestro guía nos ayude cuando llegue el momento.

—Que Aton te escuche.

—Más vale que lo haga.

Osiris observaba el holograma. Lo observaba y veía lo que representaba. Un rayo de esperanza, una oportunidad para la salvación. Tan solo esperaba que nadie les descubriese. Ni los Inmortales, ni los Gélidos, ni ninguno de sus hermanos. Sobre todos sus hermanos Quimeras. Si supiesen lo que Osiris había hecho, la anarquía cundiría. 

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