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Capitulo 20- Tuneles (Parte 2)

Hincada de rodillas, Tina miraba hacia el suelo. Ya no lloraba, hacía rato que había dejado. Seguía triste, pero ahora, algo nuevo la invadía. Era frustración. Frustración de saber que aquello nunca iba a terminar. Que muchas más personas seguirían muriendo, sin que ella pudiese evitarlo. Por lo que se ve, era un sentimiento compartido entre todos los soldados. No era para menos.

Ahora, la siguiente fue la sargento Walker. Vio horrorizada como ese Cirascus, esa monstruosa criatura con aspecto de escorpión de dura coraza negra, se la llevaba enganchada de una de sus curvas pinzas, arrastrándola por los túneles. Lo único que ella pudo hacer fue correr unos metros para ver como Sonya desaparecía en la tenue oscuridad, como si esta la engullera reclamándola para sí. Y ya está. Todo terminó. Ahora, ella no sería más que otro leve recuerdo de los soldados que dieron su vida por la Confederación. Miles de ellos perecían continuamente y su pérdida ya era habitual para la gente. Pero no para Tina. Ella no podía olvidarla.

Cuando Sonya partió con casi toda la compañía para ir en busca de Tango, creyó que jamás volvería a verla. Cuando ella, Habib y el resto fueron en su búsqueda y llegaron a la formación de rocas, no vieron más que silencio y desolación. La esperanza de hallar a Walker viva era difusa. Pero lo estaba. Cuando apareció de un túnel excavado bajo tierra, lugar del cual habían salido los Cirascus, Tina pensó que aquello debía ser producto de su mente. Una alucinación que ella solo podía ver, creado para no tener que afrontar el hecho de que había muerto. Por eso, la joven chica la besó. Tenía que cerciorarse de que no era una simple ilusión, un producto de su dolida imaginación. Quería sentirla, que su presencia era física y real. Y también lo hizo porque....la amaba. Y ahora, no volvería. La arrastraron a las entrañas de la oscuridad y ya nunca regresaría.

Sintió una leve presión en su hombro. Habib apoyó su mano y ella se giró para mirarle. En sus ojos observó clara preocupación.

—¿Estás bien?—preguntó el hombre árabe.

—Si, no te preocupes—dijo con tono apagado—. Pero la sargento...

No dijo nada más. Simplemente se levantó y se quedó mirando hacia atrás. Gómez y Hollander estaban delante de ella, mirándola absortos sin saber que decir. Apenas unos minutos antes, la chica de pelo purpura había tratado de matar al latino por ser un traidor. Tina la miró y su mente se llenó de furia e ira.

—Tú —se refirió furiosa a Hollander—¡La culpa es tuya!

Sin pensárselo, la cabo fue por la soldado y la agarró con fuerza. Hollander se sorprendió y no supo cómo reaccionar. Tina la empujó contra una pared, haciéndole daño, o eso podía deducirse por la expresión de dolor que se veía en su rostro.

—¡Todo esto es por tu culpa!—gritaba la chica rubia encolerizada—¡ Si tú no hubieses tratado de matar a Gómez, ella no habría muerto! ¡Es tu culpa! ¡tu culpa!

Comenzó a golpearla contra la pared de metal. La zarandeó varias veces mientras que Hollander lloraba pidiéndole perdón. Pero Tina estaba fuera de sí. Jamás se había comportado de es manera en su vida y ahora, lo estaba pagando con Hollander. Por ella, podía seguir así por el resto de su vida, pero Habib no se lo permitió. El sargento logró agarrarla y la apartó de la soldado. Gimió y forcejeó con el hombre, pero poco a poco se fue calmando. Una vez que su ira se apagó, la miró fijamente a los ojos con semblante serio y le habló:

—¿Crees que la sargento Walker habría permitido esto? Y más en ti.—Sus ojos parecían ahora dos profundos pozos de seriedad y preocupación—Por favor cabo, tranquilícese.

Tina respiró con dificultad. La desesperación la carcomía por dentro como una plaga de termitas que devorasen un tronco de madera. Repartiéndose por todo su cuerpo y royendo. Se sentía tan frustrada. Miró a Habib con ojos titilantes. El sargento comprendió enseguida la expresión. Un sollozo hizo que ambos se girasen. 

Sentada, con la espalda apoyada contra la pared, Hollander sollozaba. Tenía la mirada perdida y su cabeza estaba levemente inclinada.

—No sirvo para nada —se lamentó en un leve hilo de voz.

Tina y Habib se fueron acercando.

—Lo siento, lo siento tanto—se repetía de forma esquizofrénica—. Soy una inútil.

Cuando alzó su cabeza, el sargento y la cabo comprendieron lo que iba a pasar.

Hollander sacó su pistola y se la pegó en la sien. Ambos quedaron horrorizados, mientras veían como apoyaba el frío cañón del arma contra su cabeza.

—Perdonadme.- Dijo con voz suplicante—. Perdóname sargento.

Iba a apretar el gatillo. Lo pulsaría sin más, haciendo que una bala saliera eyectada de dentro de la pistola y le atravesase la cabeza, matándola en el acto. Pero en el último momento, Zacarías Gómez, el cabo de ascendencia puertorriqueña nacido en Draconis VII, logró apartar el arma de su mano y con algo de fuerza, se la quitó. El arma la cogió con su mano y se quedó mirando a la soldado. Sus ojos se habían tornado sombríos, como si la expresión de catatonia que inundaba al soldado hubiera desaparecido, siendo sustituida por una de siniestra lucidez. La chica, con copiosas lágrimas en los ojos, la miraba atónita.

—No es momento de morir—dijo Gómez con una voz mucho más fuerte y ronca que la que solía tener—. No es hora de rendiros, humanos. Este camino que habéis iniciado es mucho más largo de lo que creéis y perecer ahora, nada más iniciarlo, seria de cobardes. Si vas a morir, hazlo de forma honorable, como un guerrero de tu especie solo sería capaz de hacer.

Tras terminar, el hombre observó la pistola. En ese mismo instante, las pupilas de sus ojos se contrajeron, y al hacerlo, se tambaleó un poco. Aturdido, miró de un lado a otro, confuso. Luego, miro su mano, sin poder creer que tuviese el arma de Hollander. Mientras, detrás, Tina se acercó a la soldado. La atrajo a ella y la abrazó con fuerza mientras esta no dejaba de llorar. La chica rubia le dijo que se calmase y que la perdonaba. La de pelo purpura se estrechó contra ella mientras lloraba, buscando calmar su angustia.

Habib, que había asistido a todo impertérrito, observaba impactado a Gómez. Se acercó, bastante preocupado, tanto el hombre como por el hecho de saber qué demonios le estaba ocurriendo.

—¿Te encuentras bien?—preguntó el árabe algo inquieto.

—No, no lo sé—respondió confuso Gómez—. Pero eso no es lo importante ahora.

Habib lo tomó de un brazo y lo apartó de las chicas.

—Y si no es eso, ¿de qué se trata?

—Quien me ha poseído, me ha dicho que la sargento Walker no ha muerto. Sigue viva y se dónde encontrarla.

 25 de Junio de 2651. Sistema Barathus. Planeta Draconis VII. 13:05.

Ficha técnica de la nueva recluta de Vanguardia:

·         Nombre: Walker, Sonya Alanna.

·         Edad: 11 años.

·         Sexo: Femenino.

·         Planeta de origen: Colonia Nero.

·         Lugar de residencia actual: Orfanato Regional "Infancia Feliz".

·         Fecha de admisión: 23 de Junio de 2651.

·         Supervisor: Sargento Maya Hansen.

Era la ficha personal de la nueva recluta. Ella misma la había encontrado y presentado ante las altas instancias de Vanguardia. Ahora, era su nueva responsabilidad.

—Dime, ¿qué te parece pertenecer a la Vanguardia?—preguntó con una amplia sonrisa la sargento Maya Hansen.

Delante de ella tenía a una joven niña de pelo largo marrón oscuro recogido en una coleta. Su piel morena brillaba levemente bajo la luz de la pequeña habitación. Estaban en el despacho de la sargento. Ella sería la encargada de supervisar a la joven chica durante sus años iniciales de entrenamiento. Trasladarían a la chica a un nuevo lugar, un campamento de entrenamiento básico, donde seria instruida en las nociones básicas de instrucción militar, además de someterla a un intensivo programa de ejercicio físico, no solo para hacerla más fuerte o rápida, sino para que se hiciese resistente. Permanecería allí por tres años, para luego pasar al entrenamiento avanzado, donde aprendería estrategias de combate y como trabajar en equipo para luchar. Pero de momento, esa chica permanecía callada.

—Vamos, puedes hablar con tranquilidad—le dijo Hansen de forma cálida, tratando de ganarse su confianza.

Los ojos de la niña pestañearon levemente. La mujer observaba con atención, captando cada detalle que la joven Sonya Walker hacía. Vio como su cabeza bajaba, como sus manos frotaban sus piernas, como temblaba. Entonces, se encontró de nuevo con su rostro. Vio en ellos los moratones y marcas dejadas de la pelea que Hansen presencio el día que la encontró.

—No...no...—tartamudeó varias veces. Se notaba la tensión en su voz bloqueándola momentáneamente—. No quiero ir a ese sitio.

Vio caer de sus ojos varias lágrimas. Estas descendían por sus mejillas, dejando sendas marcas de humedad alargadas. Maya capto la tristeza que emanaba de Sonya. Era evidente que no quisiese ir al campamento de Vanguardia. Era una chica que no había conocidó su hogar. Según su ficha, sus padres murieron en un ataque de los Gélidos a una colonia. Nero se llamaba. La arrasaron por completo. Cuando las fuerzas de Infantería Básica llegaron, la única superviviente que hallaron fue a una niña de cuatro años de edad, que cuando los vio huyó despavorida creyendo que eran los asesinos de sus padres, que iban tras ella. Desde ese entonces, la chica fue internada en un orfanato de Draconis VII. Estuvo en tres familias, devuelta en todos los casos, por culpa de un comportamiento errático. Al parecer no hablaba con nadie, se mostraba irascible y molesta con todos, pasaba todo el tiempo encerrada en su habitación. Era como si deseara aislarse del mundo, como si solo quisiera convertirse en una sombra errante de la que el resto de la humanidad desconociese su existencia. Y ahora la tenía allí.

—Sé que es un lugar nuevo y extraño para ti—le explicó con calma Maya—, pero es un buen sitio donde vivir. Allí hay gente que te cuidará y tendrás un buen provenir sirviendo en nuestras fuerzas armadas. ¿Qué me dices? Seguro que te gustara.

La amplia sonrisa que Maya dibujó en su rostro no pareció calar en Sonya. Esta seguía mirándola con desconfianza y tristeza. Eso desanimó un poco a la sargento. En cierto modo, ella no era su madre. Cuando arregló los papeles de adopción, se presentó como tutora legal de la niña, pero sabía que en cuanto entrase en la base, cualquier rastro de familia desaparecía. Maya seguiría viéndola, pero tan solo para preguntarle cómo le iba e informar al Mando. Eso era todo. Sonya Walker había crecido sin una familia y seguiría creciendo sin ella. Ya solo tendría que rendir cuentas al Ejército y al cuerpo de Vanguardia.

—Serás bien instruida, te cuidaran bien, me verás a mí—dijo con tono esperanzado, creyendo que así lograría convencerla, pero de poco parecía servir.

Iba ya a darse por vencida, cuando Sonya habló.

—No quiero ir allí—repitió la niña levemente—, pero tampoco quiero verle a él.

Maya la miró sorprendida y se dirigió de nuevo a Sonya.

—¿A quién?—preguntó con cierto temor.

—Ese horrible hombre. El señor enmascarado del traje blanco que mató a mamá y a papá— Sonya hablaba de forma cruda. La sargento prestaba atención a cada cosa que decía—. Vi como un cuchillo le salía de encima de la mano y la clavó en el rostro de papa, que trataba de protegernos. Luego le cortó el cuello a mama con ese mismo cuchillo, mientras pedía que no me hiciese daño a mí. Y cuando me vio...

La mujer se levantó, dirigiéndose a paso lento hacia Walker.

—Cuando me vio—repitió la niña con voz agrietada—, me dijo "Ya los Aesir no se reirán jamás de los Vanir, yo soy el orgullo de mi casta y tu, pequeña mocosa, serás testigo de ello, como el resto también". Era como un horrible espectro que se carcajeaba ante mí, mientras a sus pies yacían los cuerpos de mis padres. Me miró a través de su inexpresiva máscara y dijo que muy pronto vendría por mí....

Sonya ya no aguantó más y rompió a llorar. Maya se arrodilló a su lado y la abrazó. Sintió el cuerpo tembloroso y candente de la niña, como si estuviera sufriendo un súbito shock. La narración de la pequeña Walker fue tan solemne que la sargento no pudo evitar derramar algunas lágrimas.

—No quiero que venga por mí. No quiero que el horrible hombre de la máscara blanca me lleve con él—gemía una afligida Sonya Walker.

—Tranquila pequeña—dijo con voz conciliadora la sargento Maya Hansen—. Nadie vendrá por ti. Yo y la Vanguardia, te protegeremos. Ya estás a salvo.

 25 de Abril de 2665. Sistema Lornar. Planeta Karnak. 22:32.

"Ya estás a salvo".

La voz sonó en un súbito eco que se perdía en la distancia. Sonya nunca comprendió porque soñaba con recuerdos del pasado. Nunca tuvo sueños, sino visiones de pasajes de su infancia y adolescencia. Recordaba tanto cosas buenas como malas. Recordaba la reconfortante voz de Maya Hansen diciéndole que ya estaba a salvo. También al señor de blanco. Aquel que dijo que por fin los Vanir serian mejores que los Aesir. Aquel que le sentenció, delante de los cuerpos sin vida de su padres, que un día vendría por ella. Desde ese entonces, su presencia la acechaba agazapada en cada esquina. Siempre tuvo miedo de él, y ya daba igual que estuviese en el orfanato, la casa de la nueva familia que la había adoptado o en una base militar. Ella siempre creyó que un buen día, vendría por ella. Y hoy, aun la esperaba. Pero ya no le tenía miedo. O al menos, trataba de no tenerle.

Se levantó. Walker aun sentía el intenso dolor en su brazo derecho. Recordó el Cirascus arrastrándola por los túneles. ¿Por qué no la había matado? Creyó que moriría en ese momento. Recordaba lo implacables que fueron esos escorpiones negros con sus soldados en el momento de la emboscada. Era tan extraño.

Revisó su cuerpo. No había ninguna herida visible. Estaba bien. Solo el dolor en su brazo derecho, pero nada más. Comprobó su armamento. Poca cosa llevaba encima. Su pistola en la pierna derecha, el cuchillo en la izquierda y un par de granadas. El fusil debió perderlo mientras el Cirascus la arrastró. Walker concluyó que debía salir de allí y volver con Tina y el resto. Sabía que la joven cabo no dudaría en ir a buscarla y eso le llenó de esperanza. Ahora bien, tenía que encontrarlos.

Iba a comenzar a caminar cuando de repente, un súbito golpe inundó su cabeza. Se sintió levemente aturdida. Era como si alguien hubiese decidido hurgar en su cerebro, registrar cada neurona de forma impositiva. Se llevó una mano a la cabeza al sentir sus sienes crepitar. Era como si tuviera dos repugnantes gusanos revolviéndose en su cabeza. Y entones, lo sintió.

—Ven. Ven a mí.

Aquella voz. Le parecía extraña y la vez familiar. No sabía dónde, pero tenía la extraña sensación de haberla escuchado antes. ¿Gómez?

—Ven, sargento Walker. Ven a mí, si deseas salvarte.

La voz volvió a llamarla, y Sonya Walker, sin nada que perder, fue hacia ella.

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Gómez iba delante de ellos. Habib iba detrás, siguiendo su paso, como si no quisiera perderlo de vista. Tina iba junto con Hollander. Habib pidió que la vigilase, no fuera a hacer algo raro de nuevo. Esta miró a la cabo por un instante, pero en cuanto Tina la observó, desvió la mirada.

—Eh, Hollander—dijo Tina—. Siento lo de antes. Nadie quiere que mueras. Eres parte importante del grupo y nadie desea que hagas eso. Te necesitamos.

La chica la miró por un leve instante y Tina le sonrió.

—Pero, es que por mi culpa la sargento Walker...

—No digas eso—la interrumpió Tina de forma brusca—. La sargento Walker sigue viva. Gómez así nos lo ha dicho.

El rostro de Hollander se contrajo. Tina vio que había sido un poco dura con ella, pero no vio que la soldado rompiese a llorar. Siguieron su camino, tranquilos.

Entonces, al prepararse para girar en un recodo hacia la izquierda, el cabo latino se detuvo.

—¿Qué pasa?—preguntó Habib.

Gómez se volvió a ellos.

—Viene un Cirascus—La preocupación se adivinaba en su cara.

Volvió para atrás y señaló a una oquedad en una pared. Era una rendija triangular, algo estrecha, pero una persona agachada cabía perfectamente.

—Metámonos aquí. Rápido—les señaló Gómez.

En otras circunstancias, ni le habría hecho caso. Pero tras lo que habían presenciado, era la mejor opción. Todos se agacharon y entraron dentro. Se adentraron un poco y luego se detuvieron. Pasos estruendosos sonaban desde el otro lado. El sonido de cada pisada resonaba por todo el túnel. Tina respiraba profundamente, hecha un mar de nervios. Vieron a lo lejos al Cirascus pasar. De refilón, tan solo lograron ver sus curvadas y ennegrecidas patas. Se quedaron allí dentro por un pequeño rato, hasta que el Cirascus ya no era más que un desagradable recuerdo que se desvanecía.

Tras esto, salieron y reemprendieron la marcha. En busca de Walker.

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Sonya avanzaba a través del oscuro túnel. Un espeso manto de negrura envolvía todo. Armada con una pequeña linterna y empuñando su pistola, caminaba por aquel angosto pasillo, siguiendo el rumor de la misteriosa voz. Como el canto de una sirena, la llamaba, indicándole el camino a tomar. ¿Sería una trampa? Sabia de las habilidades telepáticas de las Quimeras, por ello, era posible que una de ellas la estuviese atrayendo a una trampa. Quizás al doblar la esquina, un monstruoso Cirascus con sus cuatro pinzas recién abiertas le estuviera esperando. O el señor de blanco. Sin embargo, había algo en esa voz que le hacía confiar. Pensaba que quien le llamase podía ser un aliado. Tal vez incluso un amigo.

Seguía en sus disertaciones, cuando reparó en algo. La curvatura de la pared del túnel había desaparecido. De forma repentina, vio una parte que mostraba una recta verticalidad. Delante de ella, tenía una perfecta pared rectangular que rompía con la monótona circularidad de las paredes. Pero había más. Un cristal rectangular de espeso color negro que impedía ver que había al otro lado.

Walker se acercó extrañada. Parecía notar la presencia de algo al otro lado. Afinó su vista, tratando de percibir algo, pero se veía incapaz. Entonces, la negrura que envolvía el cristal comenzó a desvanecerse. Una imagen se mostró ante sus ojos. Petrificada, la sargento vio lo que había al otro lado. Era una amplia habitación donde había seis planchas metálicas, una delante de otra. Encima de cada una, seis humanos sin su uniforme militar, tan solo en ropa interior. Los reconoció, eran sus soldados. Una puerta colocada en la otra punta de aquel vestíbulo se abrió. Dos criaturas de aspecto decrépito avanzaban con paso renqueante pero firme. Tenían cabeza de águila, la piel de color marrón y de sus manos pendían garras largas y afiladas que Sonya vio como podían retraer hacia el interior de sus manos con facilidad. Se acercaron a uno de los sujetos, una mujer, y pasaron un extraño objeto alargado que emitió un haz rojo sobre el cuerpo de la humana. Supuso que debía ser un escáner. ¿Qué demonios harían con ellos?

—Veo que al fin llegaste—dijo en lo más profundo de la mente de Walker una extraña pero reconocible voz.

Sonya se giró con brusquedad y apunto con su arma. Sus ojos se abrieron de par en par. No podía creer lo que tenía delante.

—Me alegra que por fin podamos conocernos en persona, sargento Sonya Walker—habló la Quimera.


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