
Capitulo 19- La Clave (Parte 1)
9 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 21:04
El silencio retumbaba en aquel bosque. Era como una presencia omnipresente que gobernaba con su invisible mano todo el lugar. Nada parecía alterar aquella tranquila calma. Nada en absoluto. El planeta helado Midgard había quedado sumido en la mayor paz posible. Una paz, que muy pronto se vería alterada.
La calma y quietud que cubría al bosque se vio interrumpida por una inesperada serie de sonidos que corrompían la tranquilidad estancada en el lugar. Esos sonidos eran pisadas. Pisadas generadas por pies que se hundían sobre la quebradiza nieve. Pero no se oían solo un par de pies. Otros cuatro se unían en un soliloquio de sonidos que parecía preceder una solemne marcha. El leve retumbar sobre el suelo era el advenimiento de los que se acercaban.
Tres Gélidos clase Alfar, reconocibles por sus trajes entre morado y azul, avanzaban por aquel nevado bosque. Su ritmo era lento, pero constante. Unas túnicas color blanco cubrían sus cuerpos, mas como un método de camuflaje que para resguardarse del frío. Esta estrategia la llevaban usando los Gélidos desde hacía cientos de años. Les permitía pasar desapercibidos en la blanquecina nieve, así que ahora que portaban esos trajes de chillones colores, les venían perfectas. Las Quimeras les podrían haber creado un camuflaje óptico que les permitiese hacerse invisibles, pero ellos preferían usar algunas de sus viejas tradiciones, que pese a ser antiguas, les eran efectivas.
Sus lanzas eran portadas en posición vertical, con sus afiladas puntas dirigidas hacia el cielo. La lanza era el arma ancestral de los Gélidos. Cuando las Quimeras comenzaron a mejorar su armamento, Odín, el sumo jerarca del Linaje congelado, solicitó conservar esa arma, como un símbolo del pasado guerrero de su especie, así que las Quimeras decidieron añadirle una célula energética de plasma a una parte dejando en la otra una punta afilada, por si se enfrentaban cuerpo a cuerpo con sus enemigos. Era una señal de lealtad y respeto de la Estirpe Cambiante a Odín y su gente. De su admiración hacia un pueblo tan guerrero.
Los tres soldados anduvieron por el silencioso bosque, hasta que llegaron a un claro. Ante ellos, se alzaba una gran pared rocosa de color gris claro. Alzaron sus vistas arriba del todo para ver el filo del gran desfiladero para luego ir descendiendo. Al llegar abajo del todo, vieron la entrada de la cueva. Una cóncava cavidad tan oscura como la garganta de un Ociurus, una descomunal bestia marina de Asgard cuya enorme boca se asemejaba a tan lúgubre caverna. Solo le faltaba la enorme fila de puntiagudos dientes. Los tres soldados se miraron. Ninguno deseaba entrar. De dentro de aquel lugar, parecía surgir un rumor oscuro, como la voz de una ignota presencia que los acechase. Nadie parecía querer tomar la iniciativa, pero finalmente, uno de los Alfar, llamado Tomarksu, decidió adelantarse.
Él fue quien se adentró en la apagada gruta abierta en la pared rocosa. Sus compañeros, indecisos aun, decidieron seguirle. No querían quedar mal frente a su líder, la dama Esura, conocida por los humanos como Sif. Que esta los tomase por unos cobardes. Y lo eran, pero no quedarían mal.
31 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 21:55.
Ezekiel acariciaba con su mano el medallón de color azulado que llevaba en su mano. Lo llevaba haciendo desde hace 6 días, era una pequeña costumbre que había adquirido y no entendía porque hacía eso, que razón había para deslizar sus dedos sobre la pulida superficie azulada del medallón. Pero le daba seguridad y alivio. No comprendía cómo, pero desde que despertó tras la batalla en aquel hospital, había estado sintiendo una muy rara sensación, una extraña presencia que pareciera llamarlo desde lo más profundo de su ser. Algo parecido a lo que le habló en aquel extraño sueño. Seguía sin saber que quería, pero le llamaba. La cuestión era si el desearía escucharlo.
Caminó por el pasillo. A un lado y a otro estaban las puertas acorazadas que daban a las celdas. En ninguna había prisioneros. La Infantería Básica no los hacía, solo los eliminaba. Pero tenían una muy especial, una que le habían impuesto vigilar. Y Ezekiel estaba encantado de hacerlo.
Llegó al lugar donde empezaría su turno como guardia. A su lado, estaba el soldado al que relevaría. Este se levantó de su asiento, le comentó como había sido el resto del día y se despidió de él.
—No te preocupes. Ha estado tranquilita todo el día—le dijo el hombre mientras se alejaba por el pasillo.
En cuanto el hombre se hubo marchado, Zeke fue a la puerta. Estaba nervioso y lleno de ansias. Deseaba volver a ver a Freyja. Desde que se conocieron por primera vez no dejaron de hablar, de conversar. Ezekiel le contaba cosas de su vida, de sus aventuras de niño por la ciudad de Zanzíbar, de los líos en que se metía con Kyle Sandler como aquella vez que espiaron a la hermana de su amigo Ibrahim a través de una ventana mientras se duchaba. Era recordar su piel de ébano reluciente por el agua y Ralston sufrían leves escalofríos. A Freyja esas historias le divertían mucho. De hecho, sentía interés por conocer a Kyle. Él le aseguró que de hacerlo, se arrepentiría. Freyja le habló de su vida en Asgard, pero se centraba más en su niñez que de la época en que vivió con Odín y su familia. Ese era un tema que prefería evitar.
Abrió la tapa metálica que cubría el pequeño cristal de la ventana de la puerta y vio como Freyja se levantaba de forma alegre e iba corriendo a su encuentro, quedando sus rostros muy cerca, tan solo separados por un cristal a prueba de balas. Y por la máscara del traje de Freyja.
—Hola Ezekiel—dijo la Gélido con voz agradable.
—¿Hoy me dirás cómo te llamas?—preguntó Ezekiel de forma curiosa.
—No se—contestó coqueta—. Ya veremos...
Parecían dos jóvenes adolescentes que acabasen de descubrir el amor y que jugueteasen el uno con el otro, antes de iniciar su apasionado encuentro. Sin embargo, ese apasionado encuentro no podía darse. Una era una princesa alienígena cautiva y el otro un soldado del bando enemigo. Sería un romance imposible a la par de extraño.
Los dos comenzaron a hablar de todo tipo de cosas, sin darle mucha importancia hacia donde se dirigía la conversación. Solo querían hablar, sentir la presencia de otro cerca, como si fuera una necesidad imperante. Además, Ezekiel realmente estaba empezando a comprender a Freyja a un nivel que casi se podría considerar como interno. El pasar tantos ratos juntos le llevó a establecer una conexión con la princesa del Linaje Congelado, hasta tal punto que se llevó a preguntarse si no estaría realmente enamorándose de ella.
Conversaban de forma tranquila y relajada. Ezekiel sostenía en su mano el medallón azulado y hexagonal. Miró la cadena dorada a la que estaba unida. Parecía oro, pero era mucho más brillante. Recordó como lo encontró, en manos de un Gélido que el mismo había matado. Rememoró la voz que le habló al cogerlo y el extraño sueño que tuvo. El Nuevo Amanecer, el Orbe, el Conducto. Se pregunto si Freyja sabría algo del asunto, si tal vez alguno de esos elementos le resultaba familiar, incluso del pequeño objeto que portaba en su mano. Reticente al principio, se lo pensó, pero finalmente decidió hacerlo.
Freyja seguía hablando, contándole cosas de su mundo cuando vio como Ezekiel se levantaba. Se sorprendió y le iba a preguntar que ocurría.
—Freyja, ¿me gustaría que vieses algo?—le preguntó algo indeciso.
La chica alienígena se le quedó mirando con ojos achinados, pero Ezekiel no podía verle nada. Esta ladeó la cabeza de una forma que le recordó a un ave enjaulada a quien alguien le mostrase algo para comer.
—¿De qué se trata?—dijo ella.
—Es esto—Ezekiel alzó su mano y apoyó la palma contra el cristal. En el centro, estaba el medallón azul.
Ella se quedó mirando el misterioso objeto por un pequeño rato. Ezekiel la miraba a ella. Odiaba no poder quitarse esa dichosa mascara, no solo para ver su rostro, sino las expresiones que ponía, las cuales él creía que eran armoniosas e inteligentes. Se quedaron en silencio por un pequeño rato hasta que finalmente habló.
—No sé lo que es—La contestación decepcionó un poco a Zeke—¿De donde lo has sacado?
La pregunta sorprendió a Ralston, pero quizás era buena idea darle algo de información, quizás así ella recordaría algo.
—Lo encontré mientras combatíamos en la batalla de los Cuatro Grandes Cañones—dijo tomando aire, como si buscase fuerzas para hablar—. Estaba en manos de un soldado de tu especie al que maté.
No sabía que le sorprendía más a Freyja cuando Ezekiel le reveló aquello. Si que un soldado Alfar tuviese tan misterioso objeto sin informar a sus controladores líderes o que Ezekiel matase a alguien. No es que no conociera a nadie que no hubiera matado antes, de hecho, vivió por muchos años rodeada de asesinos, pero Ezekiel era distinto. Él era un joven que nunca había hecho daño a nadie y ahora, se veía obligado a matar. La solemnidad con la que habló conmovió a Freyja. A pesar de eso, prefirió centrarse en el misterioso colgante que le había enseñado. Eso le causaba mucha curiosidad.
—No sé cómo pudo estar en manos de un soldado de las fuerzas principales. Cualquier cosa importante debería de ser informado a su general, la dama Esura.
Al decir Freyja esto, Ezekiel se la quedó mirando extrañado.
—¿A quién te refieres?—preguntó Ezekiel extrañado.
—Ella es quien dirige a las tropas de aquí. Es hija del gran monarca de nuestra raza, el gran Ulthar, aquel a quien llamáis Odín—le explicó la Gélido.
—Debe tratarse de Sif entonces. Es como la llaman en los informes —se refirió Ezekiel.
A Freyja le causaba curiosidad todo lo relativo a la mitología humana con respecto a los dioses que adoraban los humanos y que se les relacionase con ellos. Quería conocer más y entender esa divinización que les habían otorgado.
—Ya sé que es desviarme del tema, pero, ¿por qué nos consideráis dioses los humanos?
La pregunta sorprendió a Ezekiel. El quería saber más del extraño objeto que poseía y sin embargo, la Gélido prefería que le hablase sobre esa extraña obsesión que había surgido entre los de su especie por divinizar a los seres que los estaban exterminando. Pero sintió que quizás sería una conversación interesante. Y le daba una mejor perspectiva de todo. Incluso del objeto en su poder.
—Verás, en la mitología antigua hay una serie de dioses, los nórdicos—comenzó el joven soldado—. Eran adorados por antiguos pueblos como los vikingos y se les consideraban muy poderosos. Estaban Thor, Odín, Heimdall, Sif, Loki. Eran tan conocidos que más tarde los convirtieron en superhéroes y todo. —Esto ultimo lo dijo bastante divertido— Jo, recuerdo una peli donde salía Thor con su gran martillo lanzando rayos. Era muy poderoso.
—Pero, ¿vosotros no sabíais de nuestra existencia?—preguntó Freyja, quien prestaba atención a todo lo que Zeke le decía.
—Claro que no—contestó contundente Ralston—. Bueno, que yo sepa. Vosotros no habeis salido del espacio hasta ahora, ¿verdad?
—No, de hecho no fue hasta la aparición de la Estirpe Cambiante que nos proporcionaron las naves con las que poder viajar fuera de nuestro mundo—le dijo Freyja.
—Entonces, solo es cosa de nuestra imaginación. Siempre hemos tenido dioses. No sé, pero los humanos necesitamos creer que hay algo más allá de nosotros, superior y que nos sobrepasa, que posee respuestas a las preguntas más transcendentales que nos hacemos. Es como si necesitásemos de la presencia de estas entidades para poder dar sentido a nuestras vidas.
Freyja le miró fascinada. Ezekiel, lejos de parecerle un soldado, se le mostraba como un pensador, un filosofo que reflexionaba sobre la vida y lo que le rodeaba.
—¿Tú crees en dioses?—preguntó la Gélido indecisa.
—No—respondió Ezekiel sereno—¿Y tú?
—Si.—contestó ella con quebradiza voz—. Quiero creer que sí, pero a veces, pienso que la vida es tan injusta y cruel. Si de verdad existiesen los dioses, ¿por qué harían que mi vida fuese tan desgraciada? ¿Por qué dejarían que esta horrible guerra tuviera lugar? ¿Por qué...
Estalló en sollozos. Aunque Zeke vio como el carácter de Freyja se hizo mas alegre y jovial, a veces tenía repentinas recaídas. Sentía la necesidad de traspasar esa puerta, abrazarla, decirle que todo saldría bien, pero no pudo hacer nada. Solo dejar que llorase, que se repusiese de su dolor. Si aguantó tantos años de maltrato, esto no sería nada para ella.
—Sabes, en la mitología nórdica Freyja era la diosa del amor, la belleza y la fertilidad—dijo Zeke, como si estuviese rememorando alguna vieja vivencia.
Al decirle esto, Freyja dejó de llorar y prestó atención a lo que comentaba.
—Aunque bueno, también se la relaciona con la guerra y la muerte—habló después.
—No me veo como una guerrera dándole muerte a todos mis enemigos—comentó la princesa con tono divertido.
Le reconfortó que Freyja volviera a estar alegre. Se giró para mirarla, le había dado la espalda mientras hablaba y pudo verla mejor. El traje ocultaba su cuerpo. Le había preguntado por su aspecto. Ella se describió como un ser muy parecido a los humanos, la piel azulada y el pelo largo y blanco. La imaginaba y no sabía porque, le parecía hermosa. Hasta tal punto que se había sentido excitado en más de una ocasión. Pero no era solo eso. El carácter alegre, divertido y tierno de Freyja le gustaba mucho. En cierto modo, se volvió de nuevo a preguntar si no estaría enamorándose de ella.
"Cuidado amigo. Te estás metiendo en un terreno bien embarrado, y como no salgas, te quedaras dentro atrapado." pensó Zeke con una voz que le sonaba mucho a la de Kyle.
—¿Por qué habrá humanos que nos adoren como dioses?—preguntó extrañada Freyja, sacándole de sus pensamientos.
— No lo sé— contestó Zeke— . Son el Legado del Antiguo Culto. Cuando aparecisteis la Xeno-Alianza por primera vez, comenzó ese culto. En verdad solo lleva unos pocos años, veinte o así, pero ha aumentado mucho en poco tiempo. Me dan miedo.
—¿Y eso?
—Dicen que llevan a cabo sacrificios humanos. —El tono de voz de Ezekiel se tornó sombrío. Tanto, que Freyja se inquietó un poco.
En tiempos desesperados se llevan a cabo medidas desesperadas, y a veces, el raciocinio desaparece para dar paso a la locura. Ezekiel creía que el mundo se estaba volviendo loco. Solo así se explicaba la cantidad de cosas horrendas que ocurrían. Y lo peor, es que creía que las cosas no mejorarían. Algo mucho más terrible se acercaba. No sabía que era, pero presentía que ya estaba aquí.
—Yo tuve un amigo que era de esa religión—habló Zeke, rompiendo el hasta ahora sereno silencio en que quedaron envueltos—. Nos burlábamos de el por creer en esa religión. En verdad, había un punto donde llegué a preocuparme por él. Creía que estaba loco. No sabes lo terrible que puede llegar a ser el fanatismo.
—Si me hubiese visto, ¿se arrodillaría ante mi?—preguntó curiosa Freyja.
—Lo más seguro—contestó el soldado de Infantería Básica—. Él y millones más.
Sonó tan siniestro. La propia Freyja se atemorizó. El universo, todo lo que le rodeaba, era más horrible de lo que creía. Y aunque hubiese conocido a alguien tan bueno como Ezekiel, eran más las cosas malas que las buenas.
—Ralston—llamó Freyja compungida.
—¿Qué?—preguntó Ezekiel.
—Prométeme que si todo sale mal, si el mundo se derrumba, si todo comienza a desaparecer, prométeme que me protegerás. Por favor.
Zeke miraba a la pared de en frente. Sus ojos, vacios de vitalidad, oteaban cada centímetro de esta. Reflexionó. En el centro de reclutamiento, tras el entrenamiento al que le sometieron a él y a muchos otros, les llego la hora de ser condecorados para confirmarlos como soldados de Infantería Básica. Recordó que tuvieron que hacer un juramento en donde prometían defender a la Tierra, cada una de las colonias bajo su control y a cada persona que habitase en ellos. Ahora Freyja le pedía que la protegiera a ella, ¿lo haría? Era del bando enemigo, esos seres a los que tanto se suponía que debían odiar, que tenían que ser aniquilados. Eso les decían sus instructores mientras se entrenaban. Pero ahora, Zeke no lo tenía tan claro. Antes si, pero tras conocer a Freyja, todo había cambiado por completo.
Miró el medallón azulado que sostenía en su mano. Alzó la vista y se volvió a Freyja. Ella se acercó hasta que de nuevo sus rostros que sus rostros quedaron a escasos centímetros.
—Te lo prometo—dijo el soldado de Ezekiel Ralston—. Te protegeré de todo peligro hasta mi último aliento.
9 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 21:15.
Los tres Alfar caminaban a paso ligero por la cueva. Tomarksu iba delante, mientras que los otros dos le seguían detrás. La gruta era oscura y lúgubre. Se escuchaba el agua gotear del techo y caer al suelo en un piloso sonido que parecía anunciar la presencia de algo más. Ninguno de los soldados se sintió amedrentado por este ambiente tan extraño e inquietante, pero aun así, tenían miedo.
A medida que avanzaban, vieron que la arquitectura de la cueva fue cambiando. De un techo arqueado y cóncavo, con protuberancias puntiagudas surgiendo hacia fuera, pasaron a unas paredes perfectamente rectas con un techo redondeado. Era como si alguien decidiese construir una entrada, pero al final prefirió dejar que la naturaleza siguiese su curso hasta abrir ella misma la entrada. Continuaron su avance hasta que Tomarksu se detuvo.
—¿Qué pasa?—preguntó uno de sus acompañantes, detrás suya.
—¿Por qué no avanzas?—dijo el otro, con tono de enojo.
Tomarksu miraba el amplio pasillo. Vio algo raro en las paredes. Algo en su textura. Vio que estas se dividían en varias baldosas con dos rayas paralelas recorriendo su centro. Vio que el suelo también estaba dispuesto de la misma forma. Algo no le encajaba.
—Si no avanzas tu, lo haré yo—espetó uno de los Alfar que iba detrás suya.
De un empujón lo apartó. Tomarksu trató de detenerlo, pero justo cuando puso un pie en una de las baldosas, ya era tarde. Las líneas del centro de las baldosas, tanto de las paredes como del suelo, comenzaron a iluminarse con un destello azulado que se hacía por momentos más intenso. Tomarksu extendió su brazo intentado frenar a su compañero, pero ya era tarde. Rayos incandescentes de brillante luz azul clara relampaguearon alrededor del Gélido. Estas se movían como los tentáculos de una bestia con vida propia. Sus dos compañeros se retiraron hacia atrás ante tan estridente brillo, llevándose sus manos a su rostro para protegerse. El Alfar comenzó a arder con anaranjadas llamas envolviendo su cuerpo mientras un desgarrador grito emitido por el se perdía por la cavernosa inmensidad de la cueva.
Cuando Tomarksu y el otro abrieron sus ojos vieron el cuerpo calcinado de su compañero. Pequeñas llamas recubrían su brazo y pierna. Jirones del traje quemados pendían hacia arriba mientras que la carne aun se cocía. Una capa de espeso humo emanaba del cuerpo. Ambos se lo quedaron mirando y luego dirigieron la vista hacia la tan bien oculta trampa.
—¿Co..como cruzaremos?—preguntó desvalido el Alfar a Tomarksu.
Este realmente no tenía ni idea. Se adelantó un poco más. Recordó como los rayos surgían de las líneas dibujadas en el suelo y las paredes. ¿Algún modo habría de evitarlas? Se fijó en la extraña disposición. Vio que había dos pares de baldosas en el suelo. Observó que unas tenían líneas centrales, pero las otras no. Percibió lo mismo en las paredes. Se preguntó si tal vez en unas no se generarían esos rayos y en las otras no. Quizás, si se quedaba en una baldosa mientras se generaba la corriente eléctrica en la otra y luego saltara a otra sin líneas centrales, tal vez pudiera evitarlas. Esto le recordó a cuando tenía que saltar de un trozo de hielo a otro mientras la banquisa se resquebrajaba. Creyó que al igual que en esa situación, tal vez pudiera evitarlo, pero solo era eso, una suposición. Finalmente se decidió.
—Quédate aquí—le dijo a su compañero.
El Alfar paso al lado el cuerpo calcinado y se colocó justo frente a las baldosas. Las miró, repasando el alineamiento. Uno con líneas a la derecha, otro a la izquierda, otro a la derecha. Había en total seis. Indeciso, adelantó un pie, listo para caminar. Se disponía a posarlo en la primera baldosa. Detrás, sentía clavándose en él la mirada de su compañero. Temblaba de miedo, desesperado ante lo que podía ocurrir. Posó el pie y vio las líneas brillar con un intenso brillo azul. El primer rayo surgió justo a su derecha. Saltó hacia la derecha para acabar en la baldosa de al lado y un fulminante rayo pasó por encima suya. Volvió a saltar ahora hacia la izquierda, agachándose. Sintió calor rozando su cuerpo. Calor intenso, a pesar de llevar su traje. Vio mas rayo, esta vez de ambos lados, lo cual le llevó a dar un salto hacia delante con una voltereta. Llegó al otro lado. No se lo podía creer. Su compañero estaba impresionado.
—Enseguida vuelvo—habló Tomarksu.
Tras decir esto, siguió adelante. Se registró el cuerpo y vio que se había quemado la capa y un poco el traje, pero no era grave. Continuó caminando, viendo como aquel pasillo se iba haciendo más y más oscuro. Se preguntó si no habría más trampas, así que registró cada palmo de pared y suelo, a la espera de algo, pero nada halló. Siguió con su avance y entonces, a lo lejos, vio un leve resplandor. El destello era pequeño y difuso, pero podía distinguirlo de la tenue negrura. Se acerco cada vez más y el destello se iba haciendo cada vez más intenso.
Cuando lo tuvo en frente no podía creérselo. Brillaba con luz propia, como la de las inmensas estrellas que vio cuando embarco en una nave en su primer viaje. Impertérrito, observó el objeto, allí puesto encima de aquel pedestal. Parecía algo divino, esculpido por dioses que la habrían creado de los materiales más duros y poderosos de toda la galaxia. Era precioso y parecía estar llamándole. Poco a poco, se fue acercando hasta que quedo muy cerca de este. Alargó su mano y con sus 4 dedos, recogió el objeto. Era un medallón hexagonal de color azulado. Y al tocarlo, de forma repentina, su mente se contrajo. Todo a su alrededor pareció desvanecerse, y si ya se encontraba en la oscuridad, ahora parecía que una espesa negrura lo hubiese devorado todo. Su mente se vació de cualquier pensamiento existente. Solo escuchó una voz que parecía de resonar en millones de lugares. Un infinito eco que parecía extenderse más allá de los límites de la realidad.
—Una gran amenaza se cierne sobre todas las formas de vida de este universo—dijo una ominosa y fuerte voz—. Una implacable fuerza que arrasara todo, sin dejar ni rastro de orden. Solo caos. Tan solo el Conducto podrá frenarlo. Solo si es encontrado....
—No debimos liberarlo—habló otra voz por debajo de esta.
—Nada puede detenerlos. Ya lo hemos probado todo.
—Ellos son nuestra única esperanza.
Un coro de voces se unía de forma caótica en su mente. Pensó que de un momento a otro estallaría su cabeza. Palabras, frases, silabas. Todo se confundía en su interior, sin saber qué significado tenía todo aquello. Siguió envuelto en aquel monstruoso torbellino.
Hasta que finalmente se hizo el silencio. Entonces, oyó una última vez a la voz.
—Debes comprender las pistas. Solo así nuestro legado será útil. Solo así lograremos salvaros a todos.
Miró su mano. El medallón estaba en su palma. Le habían enviado para buscarlo, era la clave para averiguar que era el Conducto, pero ahora, ya no lo tenía tan claro. Ahora Tomarksu comprendía todo. No conocía la verdad. En realidad, estaba lejos de averiguarla, pero ya sabía que todo era más complejo de lo que aparentaba. Que toda aquella guerra no tenía ningún sentido. Un peligro real y mayor que aquel conflicto se cernía sobre todos ellos. Ahora era su misión. Y no dudaría en aceptarla.
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