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Capitulo 17- Turno de guardia (Parte 2)

25 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 22:01.

Ezekiel no tardó en encontrar la prisión. Se trataba de un alargado edificio colocado en la parte trasera de la base, alejada del resto de complejos. Se notaba que querían aislar a los prisioneros, pese a que en realidad, solo tenían uno, y no parecía realmente peligroso.

Llegó al lugar, y no sin ciertas reticencias, abrió la puerta metálica. Daba a un amplio pasillo, donde a cada lado, habían varias puertas que debían ser las celdas. Nada más entrar, de su lado izquierdo vio venir a dos soldados que escoltaban a un hombre. Vestía ropa corta, dejando al descubierto varios tatuajes en los brazos y piernas, todos ellos parecían runas o letras chinas. Tenía un cuerpo muy musculoso, los ojos de color negro y una barba de color anaranjada, además del pelo en punta. Miró a Ezekiel por un leve instante. El muchacho se inquietó ante aquella mirada. No era la de un soldado, sino la de un asesino.

Mientras salían, uno de los soldados le habló.

—recuerda Seth, procura no volver a emborracharte.

No llegó a escuchar más de la conversación, ya que estos se marcharon, y él tenía que reunirse con el guardia que iba a relevar. En total, pasaría ocho horas vigilando al prisionero, toda la noche y parte de la madrugada con ella. Se llamaba Freyja, la Princesa Frígida, como la habían apodado en la base. Siguió su camino metido en esas cavilaciones hasta que llegó a la puerta donde se encontraba el soldado. Este estaba sentado en una silla al lado de la puerta. El tipo parecía adormilado, pero en cuanto vio a Ezekiel, se recompuso. Se le quedó mirando por un instante, en el que Ralston pudo ver agotamiento en su cara.

—Eres el que me viene a relevar, ¿verdad?—preguntó ansioso el hombre.

—Sí, soy el soldado Ezekiel Ralston....

—Olvídate de presentaciones—interrumpió el tipo sin más—. Tengo ganas de irme a sobar. ¿Tienes todo el equipo?

Le mostró que sí. Un fusil de asalto Sable, una pistola Beretta modelo  8, más antigua que la que le dieron para la batalla, un cuchillo, un transmisor para estar en contacto con seguridad de la base y, como no, la tarjeta de seguridad, único modo de abrir la bien cerrada puerta de acero. No había ningún otro modo de abrirla, a no ser que el prisionero fuera experto en informática o tuviera explosivos.

—Bien, pues ya sabes cómo va esto—dijo mientras recogía sus cosas—. Te quedas aquí sentado. Ni te despegues. Si oyes cualquier cosa rara ahí dentro, abres la ventanita de la puerta para mirar, pero no el cristal, que si no, puede atacarte. Cualquier cosa rara, avisas primero a la base, ¿entendido?

El muchacho asintió hábilmente. Tras esto, vio al hombre marcharse y él se sentó en la silla. Aquello iba a ser el principio de su larga noche.

En la celda, Freyja intentaba dormir. Pero por más vueltas que diese no podía. Entre el hermetismo generado por su traje y la estrechez de la habitación, la Gélido se sentía atrapada, incapaz de dormir. El agobio la invadía de forma súbita cuando menos esperaba y por mucho que tratase de resguardarse en sus más gratos recuerdos era inútil. La nostalgia de tiempos pasados y sobre todo, la añoranza de una distante libertad, atenazaban su alma, produciéndole un terrible malestar, pero sobre todo, pocas ansias de seguir adelante. Ya tan siquiera lloraba. Había decidido dejarse abandonar a lo que el destino la tuviese preparada, pero desconocía que era lo que le esperaba encerrada en aquel lugar. Cerró los ojos, tratando conciliar el sueño.

Buscó en su letargo los helados paramos de Asgard. Recordar las tierras plagadas de nieve y hielo, un vasto territorio helado gobernado por su padre, Njoror. Trataba de imaginarse con su hermano Frey, corriendo por aquellos lugares, atravesando los bosques de ramas largas y hojas puntiagudas, llegando hasta el lago que había a unos kilómetros de su hogar. Un perfecto circulo de agua colindado con la montaña del Anciano Errante, un descomunal promontorio considerado por muchos como la mayor montaña de toda Asgard. Según les contó su padre, aquella gran montaña era la tumba de una horrible bestia llamada Ymir, que según decía, fue derrotado por los Primeros Guerreros, y condenada a permanecer atrapada en esa prisión de roca. Según contaban, si te acercabas a la montaña, podían oírse los rugidos de la gran bestia tratando de escapar de su eterna condena. Esta clase de historias eran las que le gustaba escuchar mientras se iba a dormir, ya fuese su padre, su madre o su comadrona quien se los contaba. Ella se iba durmiendo, al igual que su hermano Frey.

Hermano—dijo en un leve susurro—, ¿dónde estas? ¿Por qué estoy aquí, siendo prisionera de estos horribles seres?

Lagrimas cayeron de nuevo por sus ojos. El recuerdo de su hermano, de su familia y de los tiempos felices quebró su ser e hicieron que volviera a revolverse. Intento clamarse, y a base de respirar muy profundamente lo consiguió. Se sentó sobre la cama, mirando hacia un lado y otro. Buscando una posible salida. Pero sabía que escapar no serviría de nada. No tenía ni idea de donde se encontraba, de que camino tendría que coger para volver. Además, Trelleborg había caído, y no sabía ni idea de donde se habrían ocultado Sif y las Valquirias. Estaba atrapada en aquel lugar y ya solo podía esperar.

Miró a la puerta. Antes, había tratado de comunicarse con el guardia, pero no le había respondido. Bueno, una vez si lo hizo, pero tan solo para empezar a insultarla y gritarle, atemorizándola más de lo que ya estaba. Pero a pesar de esto, Freyja ansiaba hablar con alguien, aunque se tratase del guardia que custodiaba la puerta. Necesitaba del contacto de quien fuese, aunque se tratara de su enemigo. Así que se levantó, acercándose paso a paso a la puerta. Miró indecisa, no sabía si la respuesta volvería a ser de nuevo gritos e insultos. Tenía miedo, pero tal como dijo su padre, "como temerás a algo, si ni siquiera te has enfrentado a ello". Quedó frente a aquella pesada puerta de metal. Temblorosa, cerró la mano, la acercó y golpeó con sus nudillos el frío metal.

Zeke estaba a punto de dormirse. Sus parpados se cerraban de forma discordante, y en cualquier momento creyó perder la consciencia para entregarse a los brazos de Morfeo. En esos mismos instantes, una serie de golpes metálicos sobresaltaron al hombre.

—¿¡¿Pero qué?!?—gritó alborotado mientras agarraba el fusil con sus manos, listo para luchar.

Silencio. Era lo único que escuchaba. Ezekiel pensó que debía de ser su mente, que somnolienta, le estaba jugando una mala pasada. Pero más golpes se escucharon. Esta vez, Zeke concluyó que eran reales, y hasta descubrió de donde procedían. De la puerta.

Se acercó algo temeroso. No tenía ni idea de que podrían ser esos ruidos. ¿Acaso el preso se estaba volviendo loco y golpeaba la puerta nervioso queriendo escapar? ¿O lo hacía por simple diversión? Tal vez, ¿pretendía usarlo como método para huir? La mente paranoica de Ralston era capaz de hilar los pensamientos mas dementes que pudiera imaginarse, pero ya no se fiaba de nada. Se quedó mirando la puerta sin saber qué hacer, y entonces recordó que podía abrir la ventana de la puerta, para asomarse. El cristal era de doble reforzado y podría protegerle de cualquier inesperado ataque. Además, razonó que habría cámaras en el cuarto, con las que vigilarían la actividad del preso. Si este trataba de atacarlo, ellos lo verían y vendrían en su ayuda.

Sin pensárselo, quitó el cierre que sujetaba la placa de metal que recubría el cristal y retiró esta. Miró a través del cristal, pero solo veía una habitación vacía. Eso le inquietó y dudoso, se aparto, dejando la puertecita metálica medio entornada. Dubitativo, no sabía qué hacer. Si se asomaba, tal vez el prisionero le atacaría, tratando de agarrarle por la cabeza. Lo más seguro, es que le rompiese el cuello o lo apuñalara con algo afilado. La paranoia de Ezekiel llegaba a límites que ni el muchacho podía imaginarse. Al final, se dijo que todo aquello no era más que cosas de su mente, alimentada con demasiadas películas sobre fugas de prisiones y motines carcelarios. Viendo que no había nada, se apartó, cuando de repente, ella apareció.

Freyja no quería, al principio, asomarse. Tenía miedo de ver la reacción que tendría el guardia al verla. Estuvo dudosa de si hacerlo o no, y por un instante, se quedó agachada, como si se estuviera escondiendo. Escuchaba su respiración, como retiraba la placa de metal que recubría la ventanita de la puerta, y luego, silencio. Sabía que estaba mirando, buscando el origen de aquellos sonidos. Freyja no sabía qué hacer, tenía miedo, pero por otro lado, si no se arriesgaba, como iba a tener alguna clase de contacto. Así que sin pensárselo, se levantó. Fue entonces cuando vio al humano.

Él era joven, tenía un rostro juvenil y suave. Sus ojos eran marrones, sus labios finos, su nariz puntiaguda y unas orejas redondas que no sabía porque le hacían gracia. Era un rostro agradable, pero en él se notaba cierta tensión. Tensión que aumento al verla, ya que el humano salto para atrás alterado, que cayó al suelo. Freyja se asusto al ver aquella reacción, y temerosa, salió corriendo de nuevo a su cama, acurrucándose contra sus piernas, las cuales, rodeaba con su brazos, como si tratase de proyectar un escudo invisible que la protegiese de todo peligro.

Zeke logró levantarse y volvió a levantarse. Aun no se hacía a la idea de que los Gélidos tenían por rostro un casco con un simple cristal para poder ver. El de ella no era muy distinto, aunque  era de color negro y con un cristal mas grande. Ese encuentro le había asustado. Creía que la Gélido iría por él, y por ello se había retirado de forma tan agresiva. Ya de pie, se asomó por la ventana y vio que se había vuelto a su cama. Vio como estaba, recogida y temblando, como si fuese a esperar su ejecución final. Ezekiel pensó que no resultaba tan peligrosa como en un principio creyese. 

La observó con mas detenimiento, notando como su cuerpo vibraba de forma disonante. Se fijó en su traje. Eran placas metálicas segmentadas que se unían entre ellas como piezas. Estaban hechas para ajustarse con su cuerpo, para ser cómodas. Nada que ver con las placas metálicas que recubrían su cuerpo de forma uniforme cuando iba a entrar en combate y que lejos de protegerle, le entorpecía y molestaba. Zeke sintió pena por la chica. Por eso, decidió hablarle, aunque desconocía si comprendería su idioma.

—Eh, ¿estás bien?—dijo con un tono de voz moderado, para sonar tranquilo y confiable.

Al principio, Freyja no reaccionó. Eso frustró un poco a Ezekiel, quien creía que al igual que un asustadizo animal, ella también desconfiaría de él.

—Tranquila, no voy a hacerte daño —habló calmado—. Es solo que me asustaste un poco, por eso reaccioné así, pero créeme, no quiero lastimarte.

La Gélido giró su cabeza. Ezekiel notó un leve escalofrío recorrer su cuerpo al mirar su cara. Inexpresiva, solo veía un cristal azulado que reflejaba la poca luz que entraba en la habitación. De repente, vio como se levantaba. Al hacerlo, la túnica que le cubría se abrió, mostrando su cuerpo recubierto por la armadura. Zeke tragó saliva. Serian seres de otro planeta, pero aquella criatura tenía un cuerpo muy parecido al de una mujer. Eso, además de sorprender a Zeke, le llevó a preguntarse si realmente aquellos seres, los de la Xeno-alianza no serian de verdad auténticos dioses, seres venidos desde las estrellas para crear a la especie humana y a la que después abandonaron, tan solo para acabar enfrentándose a ellos. Trató de disipar esa idea de su mente. Era ridículo. Freyja no era ninguna diosa, solo una alienígena atrapada en un conflicto de la cual no era responsable. Tan solo se trataba de una víctima.

Se fue acercando. Ezekiel la miraba. Le parecía atractiva. Era estúpido pensar en ello, ya que no sabía que se ocultaba bajo esa armadura, que clase de cuerpo tendría, pero había un magnetismo en ella tan atrayente, que le resultaba irresistible. Además, parecía frágil y vulnerable, una criatura a la que deseabas proteger. Y eso, le atraía.

Freyja caminaba algo indecisa. No sabía si era o no buena idea acercarse a Ezekiel, pero de momento, era el único soldado que había mostrado algo de interés por ella. Le había asustado, era normal, no tenía ni idea de con quién iba a encontrarse, y ese momento, pensaba la Gélido, podría haber arruinado todo. Sin embargo, no fue así, y ahora aquel muchacho quería hablar con ella.

Fue acercándose. Algo nerviosa, pero firme. Ya estaba más cerca de la puerta. A través del cristal, se veía el rostro algo distorsionado de Ezekiel. Freyja se colocó en frente. Le miró fijamente. Ezekiel tenía una expresión de sorpresa grabada en su rostro. El silencio les acompañaba. Estuvieron así durante un pequeño rato hasta que finalmente fue Freyja quien hablo.

—Bien, ¿qué quieres?


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