Capitulo 15- Interrogatorio.
21 de Abril de 2665. Sistema Krebain. Planeta Midgard. 14:08.
La mirada de Maddox no solo no parecía taladrar la gran pantalla de cristal, sino literalmente la pared de metal de la habitación, la gran muralla de bordeaba la Base Omega, y literalmente, el planeta Midgard entero. Llevaba más de 7 horas en pie, en aquella pequeña habitación, mirando a través de la lámina de vidrio a la contigua. Dentro, estaba el prisionero que la unidad del capitán Ford atrapó en Trelleborg, la gran fortaleza de los Gélidos, que se encontraba después de los descomunales cañones antiaéreos que habían logrado destruir. Y allí, estaban, intentando sacarle información. Por su vestimenta, parecía un Gélido de Alto rango, de una casta superior a la del resto de sus congéneres. Su armadura era distinta, de brillante color gris ónice. Su casco tenía un tocado de forma puntiaguda, que semejaba una corona, y llevaba una capa de color blanco, confeccionada a partir de pelo de alguna criatura de su mundo. Era hembra, así lo mostraba su plano corporal, de sinuosas curvas que indicaban su feminidad. Eso sorprendía a muchos humanos. A pesar de de componerse de elementos distintos, los Gélidos tenían un aspecto muy similar a los humanos. En ciencia, a eso se le llamaba evolución convergente, cuando dos criaturas sin parentesco alguno, desarrollaban características similares.
—Sigue sin hablar—dijo una súbita voz.
El coronel se giró para ver a su lado al teniente Eric Kessler. El hombre alto y fornido de lampiña barba negra observaba a través del cristal a la Gélido. Maddox lo conoció cuando este era apenas un recluta. Él era capitán por ese entonces, y al principio, creyó que Kessler no duraría, como muchos otros. Pero para su sorpresa, aquel joven no solo no logró sobrevivir, sino que empezó a escalar puestos. Cuando llegó a coronel, siete años después, decidió nombrar a Kessler como sargento primero del operativo principal que solo respondía ante él. Cuatro años de leal servicio y exitosas misiones hicieron que ascendiera rápidamente hasta teniente, convirtiéndose así en su mano derecha de, asistiéndole en todo momento y realizando para él los trabajos más sucios y desagradables sin rechistar. Además, lo tenía más cerca para que así su relación pudiera continuar sin problemas. No era ningún secreto que Maddox y Kessler estaban juntos, pero preferían mantener la relación en la mayor discreción posible, no porque se viera con malos ojos que dos hombres se amasen, sino porque la relación entre un subordinado y su superior no estaba muy bien visto. De hecho, había quien afirmaba que la meteórica ascensión de Kessler se debía al romance que tenia con el coronel. Unas insinuaciones que enfurecían a ambos por igual. Ellos se amaban. Tras su relación había cariño y respeto, no mentiras y aprovechamiento. Maddox siguió posando la vista en la joven alienígena.
—La han bautizado como Freyja, ¿no?—preguntó Kessler.
Maddox miró al teniente, quien parecía sonreír pensando en el absurdo nombre.
—Si, el Alto Mando nos ha pedido que la designemos con ese nombre en clave.
—Resulta absurdo. No tienen nada que ver con los dioses de la mitología nórdica o vikinga— expresó con cierta elocuencia el teniente—. Todas esas tonterías del Legado no son más que cuentos chinos.
—Si, lo cierto es que no creo en esas absurdas doctrinas propugnadas por el profeta Cromwell— compartió Maddox mientras le sonreía suspicaz.
Miraron a Freyja. Estaba sentada, con las manos sobre la mesa, cabizbaja. Durante todo el interrogatorio, permaneció callada, sin decir palabra alguna. El coronel estaba cada vez más nervioso. Informó al general Coriolis de su gran captura, alardeando de ello como si fuera la guinda del dulce pastel que suponía su aplastante victoria en Midgard. Esperaba que les revelase importante información sobre los planes de la Xeno-Alianza con respecto a Midgard, cuales serian los siguientes movimientos del Linaje Congelado, y sobre todo, que fuera el Conducto. Aquel misterioso artefacto era lo que más obsesionado tenía al coronel de Infantería Básica. Pero en todo el tiempo que llevaban de interrogatorio no había hablado. A pesar de contar con expertos que conocían su idioma y que trataron de comunicarse con ella, no dijo ni una sola palabra.
—He llegado a pensar en la posibilidad de que esta Gélido tal vez no sea un oficial militar o alguien importante—dijo rígido Maddox.
Kessler le miró de soslayo. Parecía una afirmación fatalista.
—¿De veras cree?—preguntó silencioso.
—Estamos perdiendo el tiempo. No sacaremos nada de información de esta prisionera —Maddox lo dijo con un tono que sonaba pesimista, casi se podría decir apocalíptico.
El teniente volvió a mirarlo. Era evidente que el coronel estaba frustrado con todo aquello. Pero no iba a ser así. Maddox no era de los hombres que se rendían, siempre luchaban hasta el final, pero él no podía hacerse responsable de todo, necesitaba a personas que estuvieran a su lado dispuestas a ayudarle. Personas como él. Así que se adelantó y le dijo que iba a entrar.
—¿Estás seguro?—preguntó Kessler dudoso—. Déjeme un momento a solas con ella.
—¿De verdad conseguirías que abriese el pico? —Maddox no parecía muy convencido.
—Por supuesto señor—dijo seguro el teniente—. La haré hablar.
Freyja estaba aterrorizada. Llevaba en aquella pequeña habitación durante un considerable tiempo cuya extensión ignoraba. En todo ese momento, un humano tras otro había entrado haciéndole preguntas cuyo significado desconocía, o al menos, no tenía constancia de ello. Lloró en silencio. Tras la máscara no podían verla, y gracias a ello, pudo ahogar todo su sufrimiento y miedo sin que nadie se percatase. Eso fue algo que aprendió mientras vivió en el palacio de Odín, como la prisionera que era. Lo único que deseaba en esos momentos, era que todo acabase de una maldita vez. Era lo único por lo que imploraba al Gran Dios del Hielo Perpetuo de Asgard, que todo terminase ya. Entonces la puerta se abrió.
Al mirar, se encontró con un hombre alto y robusto, de constitución delgada, pero se notaba en buena forma. Su piel era clara, contrastando con la barba negra que portaba y sus ojos marrones brillaban como si un intenso y flamígero fuego ardiera en ellos. Se sentó justo en frente de ella y la princesa Gélida bajo la cabeza. Hubo un largo minuto de silencio en el cual ninguno habló. A Freyja todo aquello la ponía muy nerviosa. Podía notar en su espalda los tres latidos seguidos de su corazón de tres cámaras, que bombeaba la sangre violácea por todo su cuerpo. Respiró intranquila, notando su aire recorrer los tubos de respiración con rapidez.
El tipo tendió sus brazos sobre la mesa con pose relajada, y la miró justo antes de hablar.
—Mira, no pienso andarme con rodeos. He pasado muchas horas viendo como mis compañeros te interrogaban sin sacarte ni una mísera palabra. —Se mantuvo en silencio un poco— Sin embargo, eso ya se ha terminado.
Retiró una de sus manos, lo cual, puso tensa a Freyja. La joven alienígena comenzó a pensar en que sacaría. ¿Iba a torturarla? Tal vez, se dijo, los humanos son criaturas muy violentas, aunque no peores que su propia especie. De eso, ella ya tenía bastante experiencia.
Pero no sacó ningún instrumento de tortura, sino un pequeño disco de color blanco pálido. Este tenía los rebordes metálicos y en el centro había incrustado una pequeña esfera de cristal muy hermosa. Freyja se quedó admirando tan extraño objeto, seguramente creación humana, que le perturbaba. Solo un poco menos que la de los Quimeras. A su lado, lo que los humanos poseían, eran algo relativamente ordinario. El teniente Kessler posó su mano sobre el disco, y con la palma, presionó la esfera, haciendo que esta descendiese. De repente, esa bolita comenzó a parpadear con una blanquecina luz y, ante los ojos de Freyja, se desplegó una imagen holográfica cuya forma le resultaba del todo familiar. Era un objeto de líneas recta con forma de sarcófago, una extraña pirámide coronando el centro y arcos flanqueando por los lados. El tipo fijó la mirada en ella.
—Sé que los de tu especie han encontrado este artefacto. —Sus ojos marrones estaban clavados en la alienígena—¿Qué es?
La pregunta retumbó por toda su mente. ¿Creían ellos que ella sabía que era ese extraño artefacto que Sif encontró? El tipo la miraba impasible. Notaba la desesperación de este, que cada vez parecía perder la poca paciencia que le quedaba. Le hizo la misma pregunta esta vez en su idioma. Le sorprendió que los humanos supiesen algo de su lenguaje, aunque notó ciertos errores en lo que le había dicho Kessler. Ella se mantuvo callada. No solo por no saber que era, sino además, porque sabía que si hablaba se metería en problemas.
—Bien, así que quieres jugar, ¿eh?—dijo Kessler con voz siniestra.
Sin más, se levantó. Freyja se puso un poco tensa mientras veía como Kessler comenzó a caminar hasta colocarse justo detrás de ella. La Gélido se puso algo nerviosa. El tipo seguía detrás, parado, sin hacer nada. Entonces, sintió como una de sus manos se posaba en su hombro. Eso, la alteró aún más. Respiraba intranquila y noto como el tipo movía su mano, acariciando su traje. Notó la presión de esta, apretando cuando ya rozaba su brazo.
—Tenéis un traje muy bonito. Protector y acogedor, perfecto para viajar a otros mundos, ¿verdad?
En ese mismo instante, el tipo apretó su mano sobre Freyja, y con la otra, la estampó contra la mesa. La chica alienígena no se lo esperó y notó como Kessler apretaba con fuerza los brazos y empezó a golpearla contra la superficie metálica de la mesa. La golpeó varias veces, aunque su traje la protegía. Tras esto, Kessler la agarró de la cintura atrayéndola hacia él. Contra su cuello, sintió algo afilado y punzante.
—¿Sabes qué pasaría si te corto el traje?—La voz del militar sonaba tétrica.
Freyja lloraba desesperada. Desde su posición, el militar escuchaba sus sollozos. Este, presionó el cuchillo de combate con más fuerza.
—Bueno, es fácil de contestar—dijo sonriente—. El aire que respiras es toxico. Contiene oxigeno, no nitrógeno, el gas que necesitáis para vivir. Morirías por asfixia. Claro que también podría ir cortando tiras de tu traje y ver como tu piel se irrita por la presencia de elementos que reaccionarían de forma negativa.
A Freyja y a Frey los maltrataron de pequeños. El desprecio de Odín y su familia era horrible. Recordaba las palizas de los guardias cuando el monarca de los Gélidos así lo veía. O cuando ordenaba a sus consortes encerrarla en una habitación pequeña y oscura para divertirse escuchando sus lamentos. O Loki con sus insoportables bromas. Todo ello, junto con el desprecio, la humillación y el abandono solo por ser una Vanir. Una patética, inútil y endógama Vanir, frente a los grandiosos, fuertes y orgullosos Aesir. Había sufrido tanto, que ya no podría haber ninguna tortura que pudiera amedrentarla. Pero allí estaba, siendo cogida por un humano, que parecía a punto de violarla (y quien decía que no fuera a hacerlo), y se derrumbaba sin más. Pero realmente, ya estaba harta. Quería morir. Por eso lloraba. Porque su vida terminara ya. Por la pesadilla que no parecía tener fin. Solo deseaba cerrar sus ojos y no volver a abrirlos.
—¡Vamos puta! ¡Habla o te rajo el jodido cuello y dejo que te ahogues con tu propia sangre!— gritaba estruendoso Kessler.
—¡No se nada!—gritó desesperada Freyja—¡Se lo juro! ¡No sé nada de el Conducto!
Kessler la empujó contra la mesa. Freyja se dio la vuelta horrorizada. Miró al militar, cuchillo aun en mano. Ella temblaba con mucho miedo.
—Así que hablas mi idioma—dijo sorprendido—. Nos has estado tomando el pelo, ¿eh? Tranquila, porque ahora quien se va a divertir de verdad seré yo.
El militar avanzaba amenazante, apuntando con su cuchillo a Freyja. Esta, alzó las manos, alarmada.
—Por favor, ¡no me haga daño!—decía llorando—. Solo soy una simple noble. No sé nada de esta guerra. Ni de ese artefacto. No sé donde esta... Esura, ella lo sabe todo. Ella es quien lo oculta. Ella sabe que es, pero yo no sé nada, no sé nada....
Rompió a llorar. Ya no aguantaba más. Solo quería acabar. Con todo. Esperar que el militar fuera hacia ella, le clavase el cuchillo y le diera muerte. Así, estaría por fin en paz.
Justo antes de que Kessler cortara el cuello del traje de Freyja, inundándola de letal gas que la mataría, la voz del coronel Maddox interrumpió tan horrible acción. El teniente detuvo su acto cuando el veterano militar ordeno que se presentara ante él. Con mucho fastidio, dejó libre a Freyja, la cual cayó al suelo, mirando petrificada como este se alejaba. Freyja ahogó un llanto. Era incapaz de creer lo ocurrido. ¿Era todo aquello suerte o solo una cruel prolongación del tiempo de tortura al que sería sometida? La joven Gélida esperaba que no, pero en lo más profundo, sabía que se equivocaba.
Kessler se personó ante el coronel algo molesto en la otra habitación. Lo tenía todo bajo control y sin embargo, el decidió interrumpirlo. Estaba enojado y esperaba que Maddox tuviera alguna respuesta convincente al respecto.
—Creo que ya ha sido suficiente—dijo el coronel sobrio, sin alterarse—. No debiste sobrepasarte tanto con ella. No creo que tenga nada de informacion.
—Pero si hubiera seguido un poco más, habría desembuchado todo —argumentó cabreado Kessler.
—Podrías haberla matado. No es más que la hija de algún noble o algo así. No habría servido de nada.
—¿De verdad la crees?—preguntó el teniente mirándole con sus centelleantes ojos marrones.
—Si —dijo secamente Maddox.
El teniente acabó frustrado. Era evidente que discutir con Maddox seria inútil. Después de todo, era quien mandaba, y contradecir sus ordenes suponía ser condenado por insubordinación, algo que no deseaba. Además, le quería, y haría lo que fuese con el.
—Entonces, ¿qué harás con ella?—dijo Kessler señalando a la Gélido, que se encontraba tras la ventana de cristal.
—La dejaremos aquí como prisionera. Puede que quieran rescatarla. Podríamos negociar.
Esto que dijo, dejó a Kessler estupefacto.
—¿En serio, pretendes negociar con esos alienígenas?—preguntó incrédulo el teniente ante lo que sus superior decía.
—Sé que ahora eres escéptico, pero quizás tenerla como prisionera nos de cierta ventaja en esta contienda.
Aunque no estaba seguro de creerle, Kessler aceptó su idea. El siempre confió en Thomas, y esta, no sería una excepción. Ambos se besaron. No fue un beso muy largo, pero si lo suficientemente intenso como para dejar bien claro lo mucho que se deseaban.
Los dos guardias escoltaban a Freyja por los pasillos de la Base Omega. Ella estaba esposada y mientras caminaba por la instalación, se topo con algunos humanos que la miraban sorprendidos. Pasaron por el lado de la enfermería, donde Freyja vio petrificada a una gran cantidad de hombres y mujeres heridos, tendidos en camas. Aquellos eran los resultados de tan horribles guerras. La joven Gélida se quedó mirando impactada todo aquello. Si ya por si la vanidad de los Aesir le horrorizaba, esto se lo certificaba al cien por cien. Uno de los guardias la empujo para que continuase su avance. Pasaron al lado de dos humanos que conversaban aireadamente. Uno, una mujer con un uniforme azul, y el otro, un joven vestido con una bata blanca.
—Dígale que va de parte de Ezekiel Ralston vale—insistía el muchacho.
—Sí, pero no podré llamarlo hasta que acabe mi turno—respondía la mujer.
No pudo continuar escuchando la conversación, ya que siguieron adelante. Salieron fuera del edificio y quedo abrumada por lo que vio. A su alrededor todo era un caos de vehículos, robots y humanos que iban de un lado para otro. Freyja siempre se pregunto cómo sería el mundo de estos seres, y ahora tenía una visión de ello: intenso, acelerado y sin paz. Ignorando todo lo que veía, Freyja siguió su camino hasta llegar a otro edificio. Una vez allí, recorrieron un alargado pasillo, hasta que los militares la detuvieron. Después uno abrió una puerta a su lado. Freyja entro dentro. Era una habitación pequeña, con una cama, una mesa y un armario. En la esquina derecha, había un habitáculo con un extraño objeto de metal circular con un agujero en el centro. Se acercó, y al pulsar un botón, este se accionó. Vio como agua caía dentro del agujero. La tecnología humana era muy rara. Justo en ese mismo instante, los guardias cerraron la puerta.
Miró a un lado y a otro. Estaba sola de nuevo. Lejos de casa, lejos de sus seres queridos. En un mundo extraño e inhóspito, rodeada de criaturas horribles que no dudarían en matarla. Empezó a llorar, era lo único que podía hacer ahora.
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