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Capitulo 13- Reunión.

20 de Abril de 2665. Sistema Kepler. Nave Insignia de la flota Inmortal Cronos. 25:00.

Odiaba la espera. Era lo que peor se le daba. Ya fuera para una batalla, para firmar un decreto de paz o sellar una alianza, nunca fue muy paciente. Esa era una virtud perfecta para su padre, pero nunca afloró en él. Siempre fue impulsivo, deseoso de dar el primer paso, de que todo llegara con prisa. Y a pesar de lo que pudiese creer, eso a veces, no solía ser lo mejor. Esperar, como decía su padre, era lo que diferenciaba al temperamental guerrero del caótico loco. Pero Odín, patriarca de los Aesir y actual monarca de la Estirpe Congelada, no tenía más tiempo para esperas.

Allí estaba él, junto con su hijo Thor y su fiel guardián Heimdall, dentro de Cronos, la nave principal de la gran flota que poseía la Casta Eterna. Zeus, el emperador de los Inmortales, le había llamado para dirimir diversas cuestiones con él. Nunca le había gustado tratar con el sumo líder de los Inmortales. Tan orgulloso y déspota como el solo podía creerse. Lo odiaba muchísimo. Mientras que el Gélido gobernaba para proteger y cuidar de los suyos, el Inmortal parecía tener el poder para alimentar su creciente ego. Ego que se hinchaba conforme más planetas conquistaba y más razas derrotaba y sometía. Todo ello, sin obviar la cantidad de hembras de distintas especies que reclamaba para él. Odín no tenía ni idea de lo extenso que debía de ser su harén. Mientras que él le juró fidelidad eterna a su amada Frigg, Zeus campaba a sus anchas por toda la galaxia, hinchado de orgullo, por violar cada noche a una indefensa joven alienígena. Era un genócida y un violador. Que mejor retrato para una admirada figura como la suya. Pero en ese mismo instante, todos esos pensamientos tuvieron que disiparse, puesto que Zeus apareció junto a su séquito y lo mejor era dejar cualquier pensamiento negativo a un lado en su presencia.

La habitación era completamente circular y se encontraba justo en el centro de la nave, en la cubierta superior. Una gran cristalera a cada lado, indicaban la función del lugar: era un observatorio, un sitio perfecto para admirar la belleza del espacio. O el fragor de una devastadora batalla. En el centro de la misma, había un proyector holográfico, donde se mostraba la imagen tridimensional de un planeta. Una perfecta esfera de color azul celeste. Odín no tardo en reconocerla. Era Asgard, su hogar.

Me alegra que hayas venido, Ulthar —dijo Zeus con una ominosa voz—. O mejor debería llamarte Odín. — Carcajeó para sus adentros— Estos humanos, se inventan unos nombres muy extraños.

Si los dioses existieran, Zeus sería directamente hijo de ellos. Alto y robusto, su portentosa figura empequeñecía a los Gélidos. Una gran armadura color amarillo dorado recubría su cuerpo completo, bien adherido a cada extremidad, y a pesar de su aspecto rígido, podía mover cada brazo y pierna con una soltura sorprendente. Su cabeza iba coronada con un casco circular que le cubría media cabeza, dejando la parte inferior al descubierto, incluida su boca, la cual contenía una perfecta dentadura de brillante color blanco, como perlas del mar. Sus colmillos eran prominentes y afilados, dándole un porte agresivo y temeroso.

A cada lado suyo, había otro gran y poderoso ser. Ambos iban provistos de sendas armaduras similares a la que portaba el emperador Inmortal, pero una era roja y la otra azul. El azul era Poseidón y el rojo Hades. Los dos eran hermanos de Zeus. Juntos, conformaban el triunvirato del Imperio Eterno, bajo el que se encontraban sometidos todos los Inmortales.

Siempre que tú llamas, hay que venir —contestó Odín con tono jocoso.

Zeus no parecía percatarse de lo sarcástico del comentario que le acababa de soltar el monarca de los Gélidos pero Odín debía de ser cauteloso. Los Tres Inmortales hacían empequeñecer al Gélido y a su escolta. Mientras que Odín llevaba un traje de láminas metálico azul cobalto, su hijo Thor, uno de color azul más claro y Heimdall, uno completamente negro, Zeus y los suyos poseían impenetrables armaduras, que no solo les conferían una buena protección, sino que además, potenciaban mucho más sus habilidades, como fuerza, resistencia o velocidad. Los Gélidos necesitaban sus trajes para sobrevivir, los Inmortales tenían armaduras que los elevaban a la categoría de deidades. Es por ello, que debía de ser cuidadoso con lo que decía.

Cómo sabrás, los humanos han atacado ese mundo que tanto te prometieron la Estirpe Cambiante —comentó Zeus mientras se acercaba a la esfera de resplandeciente color azul.

De repente, esta cambió, y se transformó en una esfera de color blanco. Sobre ella, comenzaron a aparecer una gran cantidad de puntos, unos de color azul y otros rojos. Se mostraban toda clase de cifras y coordenadas, datos incomprensibles para Odín, todos en el idioma de los Inmortales.

Parece que habías logrado detener a las primeras avanzadillas, pero más refuerzos vienen desde el sur  —le informó este, mientras la esfera giraba y un punto parpadeante señalaba el hemisferio sur del planeta, de donde aparecían de forma intermitente más puntos rojos.

A Odín le sorprendió que Zeus mostrase tanto interés por su colonia. Nunca mostró la más mínima preocupación cuando los humanos arrasaron Alfheim, y no es que hiciese mucho cuando estos atacaron más colonias. Solo cederle algunas cuantas naves de transporte para evacuar a su gente de Nilfheim, mientras fuerzas de la Infantería Básica humana asediaban una ciudad. Pero Odín sí que sabía porque estaba tan interesado por Midgard. Que había allí que pudiera volver loco a Zeus. Lo sabía muy bien, y por eso, le inquietaba saber que planes tenía en mente. Simplemente, le aterraban las siniestras maquinaciones del líder de la Casta Eterna.

Sé muy bien que nos están atacando —replicó con seguridad el Gélido, dispuesto a mostrarle al Inmortal que no le intimidaba para nada—. Mis guerreros luchan con fiereza contra los humanos. Mi hija se está encargando de liderarlos y muy pronto los expulsaran de Midgard. Y en menos de lo que crees arrasaran su planeta.

Pareces muy convencido de ello —dijo Zeus con una lacónica sonrisa en su cara—. De todos modos, déjame recordarte que hasta ahora los Gélidos no habéis logrado ninguna significativa victoria contra los humanos.

¿Qué insinúas? —preguntó ya algo alterado Odín.

Solo digo que en estos, ¿cuántos? —se dijo preguntándose Zeus, aunque se notaba provocativo en su acción— ¡Ah, sí!, cincuenta años de guerra que llevamos librados, tu especie no me ha demostrado que sea lo bastante capaz para ganar una contienda. No parecéis ser esas criaturas llamadas a la victoria segura. Así que perdona, si no tomo en cuenta tus recientes palabras.

¡Cómo osas poner en entredicho la valía y fuerza de mi especie! —Odín, finalmente terminó por estallar. Esto, pilló desprevenido al Inmortal—. ¡Nosotros hemos luchado durante muchos años a vuestro lado, hemos combatido hasta nuestro último aliento y hemos muerto por impedir que estas horrendas criaturas, esos humanos, pongan un pie en alguno de tus malditos mundos!

La paciencia, esa sabia virtud que acompaño durante muchos años a su padre y que desesperadamente trató de inculcar a sus hijos, había desaparecido por completo. Odín era presa de una rabia incontenible. Aunque tapado por su casco, se podían escuchar los graves bufidos que emitía.

Avanzó varios pasos. Cada nervio de su cuerpo parecía accionarse con cada movimiento, emitiendo poderosas descargas eléctricas a cada musculo. Decidido y furioso, se plantó frente al titánico Inmortal que lo miraba incrédulo. Dispuesto a plantar cara por su especie. Listo para luchar por su honor mancillado. Justo en ese mismo instante, Zeus se hizo a un lado y dio paso a su hermano Hades.

Hades, conocido como el Jerarca de las Sombras o la Bestia de la Estrella Roja, se alzaba imponente ante Odín. Su hermética armadura color roja mostraba a una criatura monstruosa y heráldica. El rey de los Gélidos se detuvo en seco. Su cuerpo pareció quedar congelado de forma instantánea. Ante su infranqueable avance, Hades se colocó justo delante de él. Con tres metros y medio de alto frente a los dos con diez del Gélido, era realmente ominoso. Alzó sus brazos y los colocó justo delante de él, perfectamente rectos. De ambos, surgieron sendas cuchillas rectas de un opaco color negro que aun así tenían un intenso brillo sobre su superficie. Levemente delineadas en una pequeña curva, el filo ventral era recorrido por una hilera de sierras en punta. El doble corazón de Odín parecía querer estallar. Apenas pestañeaba ante semejante visión. Lanzó una mirada atemorizada a Hades pero no llegó a captar nada de su inexpresivo rostro, recubierto de un casco color rojo que cubría por completo su cara y que era completamente circular aunque estaba coronado por la cabeza de una extraña criatura de metal de color azul claro. Odín apenas podía reaccionar pero no tardó en oír un grito.

¡Padre! —gimió desesperado Thor, quien empujó al rey del Linaje Congelado a un lado.

Odín cayó de costado y fue socorrido por Heimdall, el cual le ayudó a levantarse. Vio paralizado como su hijo se colocaba desafiante frente al imponente demonio rojo. De su mano derecha, se desplegó una larga extensión de metal, acabada en un semicírculo en el cual había un hueco circular. Se trataba de Mjornil, el arma personal de Thor. Rayos de color blanco comenzaron a formarse dentro del círculo, rayos que formaron una esfera color blanco chispeante. Intensas chispas relampagueaban. El sonido atenazador de la esfera ya cargada indicaba que Thor estaba listo para el combate. Pero Odín no podía permitir eso.

¿Así que este es tu hijo? —preguntó con fascinación Zeus.

Odín miró a Thor. En tensión. Con Mjornil desenfundada, listo para luchar. Podía notar su cuerpo tembloroso. Aunque valiente, notaba el miedo en su cuerpo. Era un gran guerrero, pero frente a un oponente como Hades, tenía que reconocer que era un enemigo temible difícil de batir.

¿Cuántos años tiene? —La curiosidad picaba bastante al Inmortal—. ¿Ciento seis años?

 — Ciento veinticinco años —contestó Odín deprisa. 

 —Ya veo —convidó Zeus. Este estaba algo alejado de los contrincantes, con ambos brazos cruzados, totalmente despreocupado de lo que podía pasar.

Un hombre, un valiente guerrero. Todo un orgullo para su padre —decía como si pareciese burlarse de él—. Que lastima sería verlo morir en estas circunstancias.

Odín pensaba con rapidez. Tenía que parar todo aquello. Lo más rápido que pudiera, puesto que sabía cómo podía acabar todo. No dudaba de Thor. Era rápido, astuto y fuerte. Pero Hades le sacaba más de tres cabezas y con esas largas cuchillas, lo podía cortar en dos.

Ambos contrincantes estaban en tensión. Sus miradas se posaban el uno sobre el otro pero ninguno podía mirarse a los ojos, ocultos por las máscaras de sus trajes. Thor, dos aberturas circulares de cristal y Hades, una mera raya en la máscara que representaba la interfaz holográfica de la que recogía toda la información del exterior. Los dos hombres estaban listos. Thor se agazapó. Hades blandió sus dos cuchillas, listo para atacar. Se disponía a activar el dispositivo de camuflaje que lo ocultaba. La cabeza de reptil primigenio se accionó con un leve brillo rojizo emanado de sus ojos, clara señal de que su invisibilidad iba a tornarse. Pero entonces, se detuvieron. En verdad, nadie hizo nada, pues que ya habían llegado ellos, la Estirpe Cambiante.

Ya veo que cuando no estamos nosotros delante, las razas inferiores se dejan llevar por sus primitivos instintos de destrucción —dijo una voz, pero no una que escucharan, sino una que resonaba dentro de sus cabezas.

Deberás de entender hermano, que su capacidad intelectual les lleva a solucionar las cuestiones diplomáticas por medio de actos violentos, en vez de usar la dialéctica y la oratoria como métodos para zanjar discusiones —Intervino una voz femenina.

 —Tienes razón hermana. Es obvio, que aunque han desarrollado un lenguaje y cultura avanzados, y su sociedad se ha sabido organizar de un modo adecuado, sus remanentes más primarios siguen latentes y por tanto aún se lanzan a tomar actos irracionales por medio de esos impulsos. —La voz masculina parecía de acuerdo.

Todos giraron la vista a las tres figuras encapuchadas de color purpura que aparecieron justo detrás. Permanecían inmóviles, sin apenas movimiento alguno que pudiera atisbarse. Parecían tres grotescas estatuas que hubiesen aparecido de forma repentina en aquel lugar, como si una voluntad extraña y caprichosa las hubiera dejado allí. De repente, reaccionaron al mismo tiempo y con una sincronización asombrosa, llevaron sus manos a sus respectivas capuchas y las bajaron, dejando al descubierto sus cabezas. Y no podían ser más extrañas. Osiris tenía una cabeza de ave. Pico alargado, ojos negros circulares y plumas blancas salpicadas de dos líneas negras a cada lado. Set tenía un hocico alargado y curvo, orejas rectangulares y unos ojos rasgados color azul oscuro, un grotesco rostro completamente negro. Isis tenía un rostro más bello y grácil, o al menos, así lo era comparada con sus dos hermanos. Era casi humanoide, pero de su cabeza surgían dos cuernos blancos rectos como el marfil, que contrastaban perfectamente con la piel clara de esta. Sus ojos tenían el iris negro y parecían de un modo humano, pero sin llegar a serlo.

Muy bien, es hora de hablar de Midgard —dijo Osiris, zanjando cualquier asunto previo que hubiese allí.

Todos vieron a aquel extraño grupo, un delirante carnaval de animales acercarse a la esfera, rodeándola colocados en un perfecto cuadrado conformando cada uno de ellos, una esquina de la figura. El resto solo se limitaba a observar. Sus manos, delgadas y en apariencia raquíticas, iban señalando cada punto, pero a una desmesurada velocidad. Trabajaban sin previo descanso, mirando cada detalle y seleccionándolo, analizando cada dato. Odín estaba impresionado de lo evolucionadas que eran las Quimeras. Ni siquiera tenían que hablar, puesto que gracias a la telepatía podían conectar su mente y transmitir sus pensamientos al otro sin usar ninguna palabra. Finalmente, concluyeron su agitada actividad y volvieron hacia su audiencia, expectante.

Bien, la conclusión a la que hemos llegado es que los humanos son criaturas realmente admirables. —Esta afirmación de Osiris sorprendió a todos.

 — Si, tal como dice mi hermano para ser una raza que no ha necesitado del empuje de otra más avanzada, su salto tecnológico es espectacular. —añadió Isis. Señaló a la esfera que era Midgard. Una hilera de puntos azules parpadeo a lo largo del mapa— Eso son nuestras dotaciones de cañones antiaéreos alimentados con energía iónica, cedidos a los Gélidos. Sería de esperar que enviaran un gran ejercito directo para atacar, pero en su lugar han enviado señuelos en forma de naves no tripuladas para distraer a las defensas compuestas de sensores de movimiento, y han enviado a todo su ejército de infantería al nordeste, para desde ahí cargar hacia las defensas por el flanco más débil. Así es como han neutralizado los cañones y se han abierto camino hacia el Norte.

Realmente admirable —comentó mustio Set.

Ninguno de los allí presentes supo que decir. Odín permanecía callado, escuchando las divagaciones de las Quimeras, sin querer echarles en cara el que perdiesen el tiempo admirando a una raza que era su enemigo común. Pero como hacerlo, siendo ellos quienes les habían proporcionado toda la tecnología necesaria para escapar de Asgard y explorar el universo que les rodeaba. Para ellos, Odín tenía toda la paciencia que necesitara. Pero Zeus no, y en un arranque de ira, gritó a las Quimeras, que aunque no mostraron ninguna emoción, parecían sorprendidas.

¡No estáis aquí para alabar a esos bastardos humanos, sino para decirnos como acabar con ellos! —Su reacción era muy autoritaria.

De todas las Quimeras, Osiris fue la única que se adelantó y se colocó delante del Inmortal. Le miró fijamente con esos dos puntos negros que había en su rostro. Zeus, se mostraba imponente y orgulloso.

Tu ambición te ciega Zeus. Odín se te parece mucho, pero al menos más humilde. Tú, en cambio, eres tan soberbio que necesitas seguir alimentando ese ego, a base de acciones violentas e inmisericordes. — Osiris hablaba (o más bien pensaba) muy sereno. No parecía alterarle el gigante que tenía en frente—  Eso será tu perdición.

Zeus era presa de una ira incontenible. Fue directo hacia el humanoide de rostro aviano, haciendo temblar todo a su paso hasta estar justo delante de él. Se inclinó y tras resoplar molesto, le habló lleno de furia.

Como te atreves a insultarme a mí, el ser más poderoso de todas las galaxias, líder de la raza más temida por todas las criaturas insignificantes de este universo. —Osiris apenas parecía inmutarse por lo que el Inmortal le decía—. Tu osadía te saldrá cara cuando coja y te arranque ese piquito tan largo que tienes....

Modera tu lenguaje Zeus —dijo con tono seco Osiris—. Como dicen los humanos, "no muerdas la mano que te da de comer".

Se echó hacia atrás. Odín pudo ver una mueca de furia en el rostro de Zeus. Escuchaba sus dientes chasqueando, emitiendo un sonido que helaba la sangre. Temía por Osiris, pero la Quimera sabía lo que se hacía.

No te he insultado, solo te he advertido. —Se hizo un leve e incómodo silencio—. Tus impulsos tan salvajes serán tu condena y si no aprendes a controlarlos, un día, se volverán contra ti, y acabaras perdiendo. Así de simple.

Muy bien —dijo Zeus, que aunque parecía calmarse, respiraba de forma intensa—. Y por cierto— Osiris le miraba fijamente con sus negros ojos perfectamente redondos—, deja de llamarme de esa estúpida forma. No soy Zeus, sino Xorgorath, ¡el emperador supremo de los Inmortales!

Las denominaciones que nos han dado los humanos resultan fascinantes. Si te molestan, lo siento mucho, pero resultan curiosas —comentó la Quimera sin más.

Les dio la espalda. Volvió junto a sus hermanos. Zeus, el gran guerrero Inmortal, indestructible e imparable, derrotado y humillado por un pajarraco telepata. No podría haber nada más insultante para alguien de su orgullo. Una vez calmados los ánimos, las otras Quimeras restantes se colocaron al lado de Osiris e iniciaron su discurso.

La situación está así. Los humanos son insistentes. Están atacando los puesto del Linaje Congelado, pero tus hombres aún resisten —explicó Osiris refiriéndose a Odín en lo último—. Los humanos no aguantan tan bien el clima frio del planeta, y eso les ralentiza, así que es una ventaja a aprovechar.

Pero eso no será suficiente —inquirió el monarca Gélido—. ¿Cómo pretendéis ayudarnos?

Impaciente e impertinente —juzgó de mala manera Isis.

Lo sé Odín, no seas tan inquieto —respondió Osiris—. Os vamos a proporcionar una nueva unidad. Se trata de una criatura cuadrúpeda muy rápida, de hocico alargado, con una boca repleta de dientes afilados. Su piel es dura y resistente a los climas más fríos y es de color blanco, perfecta para camuflarse en ambientes con mucha nieve. Es perfecta para acompañar a la infantería y pueden atacar en manadas perfectamente coordinadas. Lo hemos llamado Fenrir.

Suena bien —dijo Odín satisfecho—, ¿y qué hay del Programa Berserker?

Osiris guardó silencio. No parecía querer decir nada, y aunque Odín quisiera, sería difícil sacarle algo. Estaba claro que hasta ahí había llegado y no podría continuar más.

Muy bien, entonces nos ocuparemos de todo —dijo Odín y le hizo una seña a su hijo y a Heimdall para marcharse—. Haremos todo lo posible porque Midgard no caiga.

Eso lo dijo dirigiéndose a Zeus. Notaba su inquisitiva mirada a través del casco dorado del Inmortal observándolo con escrutinio. En su propio rostro, una sonrisa de orgullo.

Más vale que sea así. Porque si no, tendréis problemas —le advirtió Zeus.

Pero su voz se oía lejana. Odín cruzó las puertas y avanzó por el pasillo que lo conduciría al amplio hangar de la Cronos, desde donde tomaría su nave de transporte para volver a su gran y todopoderosa nave, Jormugand, donde ahí si era el jefe de todo. Mientras caminaba, notó una leve presión en su hombro. Su hijo Thor había apoyado su mano en él. Notaba cierta preocupación.

¿Estás bien, padre? —Por su voz denotaba su intranquilidad.

Si padre, ¿se encuentra bien? —intervino también preocupado Heimdall, su otro hijo.

No os preocupéis —contestó Odín tajante—. Tu padre será más viejo que tú, pero es muy fuerte y resistente. Esas alimañas no me han hecho nada.

Lo dijo con el pecho lleno de orgullo pero por dentro, sentía mucho miedo. Si no fuera por el traje que ahora le ocultaba, todos verían su expresión de temor. Porque él, a diferencia de Thor, Heimdall y el resto de los habitantes de Asgard, si sabía porque era tan importante Midgard. Porque Zeus no quería que los humanos la conquistasen.

El Conducto. Se repetía a sí mismo. El Conducto. La Primera Raza. El Colapso. Todos aquellos oscuros secretos que Osiris le reveló la primera vez que se encontraron. Hechos, que de ser ciertos, mostrarían que esta guerra era algo más que un conflicto por intereses territoriales. Cuanta falta le hacía la paciencia de su padre en esos difíciles momentos. Mucha más de la que no tenía.

Las tres Quimeras ya estaban volviendo a su nave de transporte. Aton era una nave de aspecto circular con bordes dorados y una punta triangular en cada base de color blanco. Ya se dirigían hacia el tubo transportador que los llevaría de vuelta a ella, cuando Set decidió hablar.

Muchas responsabilidades estamos delegando en esta especie —dijo con tono de disgusto—. Los Gélidos no están demostrando mucha seguridad a la hora de proteger el Conducto. Concuerdo con el supremo emperador de los Inmortales, el Linaje Congelado no es de confianza.

Osiris, que había compartido ese deliberado pensamiento con su hermano, le observaba en silencio. Set notó los ojos como dos perlas negras que parecían otearlo con presión sibilante sobre él. Sabía que no debió de decir eso.

Entiendo tu escepticismo Set —comentó Osiris—. Sin embargo, no lo comparto.

Los dos, junto con Isis, se dejaron llevar por la cinta transportadora del tubo que los llevaba de vuelta a la nave.

Sabes que el Conducto es el más preciado legado que los Anurak nos dejaron. Si cayera en manos de los humanos, nuestra más preciada misión seria truncada. No podemos permitirlo.

Se quedó quieto al ver como los pensamientos de Set se volvían más turbulentos. Osiris bloqueó su mente, no pretendía dejar que ni una sola línea de sus conceptos fuese captado por Set. Hacía mucho que notaba la poca confianza de su hermano hacia él y el ansia de poder que recorría su por hasta ese entonces inquebrantable personalidad. Eran hermanos de probeta, clones de sus anteriores padres que vivieron 200 años, pero cuya frágil salud les obligaba a crear una copia de sí mismos, a las cuales educaban para continuar con la tarea de gestionar y mantener el gran Estado de la Estirpe Cambiante. Pero Osiris, había notado que Set se estaba corrompiendo. Sus deseos de llegar a tomar el control del gobierno eran cada vez mayor. Debía tener cuidado con él.

Entiendo tu preocupación —dijo conciliador—. Pero debes comprender que ahora debemos de confiar en Odín y su pueblo. Son leales y siempre están dispuestos a luchar hasta el final. Sé que sigues sin confiar, pero acaso preferirías que Zeus y sus guerreros campasen por allí a sus anchas, destruyéndolo todo.

Aquello pareció aplacar a Set. Usar el poco aprecio de Set por los Inmortales surtió el efecto que Osiris deseaba, que se apartase de la conversación. Así, su hermano relajó su rostro, y se dirigió a las capsulas de relajación. Parecía querer estar tranquilo por un rato.

Di lo que quieras, pero el Gran Colapso es inminente. Si no nos ponemos en marcha e intentamos evitarlo, el fin será inminente, y por el gran Aton, nuestro sumo creador e instructor, que este y otros muchos mundos, serán devastados.

Osiris escuchó con cierta inquietud los oscuros aunque por otro lado, ciertos pensamientos de Set. Tenía razón. La amenaza era peor de lo que habían pronosticado, y si las sondas enviadas parecían indicar era cierto, tenían menos tiempo del que precisaban. Mientras sentía la mente de Set relajándose y disponiéndose a descansar, la suave, pero, inesperada voz de Isis le hizo volverse.

Creo que de momento, bastantes problemas tenemos con los humanos como para andar enfrentados entre nosotros.

Ambos hermanos se miraron fijamente el uno al otro. Pese a la desesperada intervención de Isis, que lo único que intentaba era reencauzar una más que tensa conversación, era muy difícil a estas alturas lograr poner de acuerdo a ambos hermanos.

Espero que sepas lo que haces, hermano —Osiris se estremeció al notar sus azulados ojos mirándole de una manera tan siniestra—. No desearía que llevases a esta especie a la ruina.

Set empezó a alejarse tras decir esto.

¿Te encuentras bien, Osiris? —preguntó con calma Isis.

—Tranquila, lo estoy —dijo él, relajado.

No hubo más palabras. Avanzaron por los pasillos de color azul cobalto hasta llegar a una habitación circular. Justo en el centro de esa sala, se hallaba un pedestal, rodeado de una cúpula energética de color azul claro, un campo de fuerza protector. Sobre ese pedestal, descansaba un cilindro de color negro con varias muescas lineales recorriéndole de una punta a la otra. Un anillo de luz rojiza, parpadeaba sobre uno de los extremos circulares. Cogidos de la mano, hermano y hermana, contemplaban tan extraño objeto que les llevo a preguntarse porque la Primera Raza les había encomendado tan dura misión.

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