Capitulo 12- Despertar (Parte 1)
4 de Febrero de 2663. Sistema Solar. Planeta Tierra. 08:36.
Era el momento de desayunar. El reloj digital marcaba las 8 y media en aquella caótica cocina, parte de la vivienda donde vivía la familia Ralston. Mientras la leche se calentaba en el microondas polarizado y las tostadas terminaban de hacerse en la freidora portátil, la familia se reunía en torno a la mesa. Melissa Ralston bebía su nutritivo zumo de naranja, mientras que el patriarca de la familia, Henry, esperaba a sacar las tostadas antes de que se quemasen. La esposa, Karen, miraba la televisión despreocupada, tan solo a la espera de comer.
—Pobres diablos—señaló la madre hacia la televisión. Henry, de espaldas a ella, sacaba las tostadas para dejarlas sobre la mesa.
—¿Qué pasa?—preguntaba este, mientras se sentaba para comer.
—Dicen que la cuarta colonia de Orión, Darea, ha sido destruida—contestó ella con un tono de voz pesimista—. Cuentan que ya han muerto unos doce mil soldados de Infantería Básica en la evacuación de los civiles.
—Ya ves tú—decía el hombre con completa indiferencia.
Karen lo miró sorprendida. No era la primera vez que su marido no se interesaba por las noticias sobre la Guerra Interestelar, pero nunca mostraba ninguna clase de sentimiento ante estos hechos importantes que sacudían la existencia y el sentido de la raza humana. Tan solo indiferencia.
—Al menos, podrías fingir algo de preocupación. Siempre se te dio muy bien—dijo la mujer algo molesta.
Henry la miró con disgusto. Odiaba esas pequeñas indirectas que su mujer solía lanzarle. Era su pequeña gran virtud, lanzar esas diminutas punzadas que sin embargo, dolían más de lo que creían.
—Ya tenemos suficientes problemas encima como para colmo preocuparnos de estas cosas— replicó él.
—¿Y cuando vengan?—preguntó ella—¿Entonces qué haremos? Te recuerdo que hasta ahora los ejércitos no han logrado vencerles.
—Karen—dijo Henry tajante—. Hace falta que te recuerde que ninguno de los dos tiene trabajo, que vivimos con una mísera paga que se nos acabara dentro de unos meses y que lo más probable es que tengamos que vender la casa. —Ella lo miraba fijamente— Créeme, lo que menos me preocupa ahora es que un montón de alienígenas desciendan del cielo y lo destruyan todo. Incluso, lo agradecería.
Toda esta escena era observada por un chico de unos 20 años de edad, de pelo marrón oscuro, piel morena y mirada baldía. Entró en la habitación, y enseguida recibió la atención de sus familiares.
—¡Ya era hora de que levantaras!—dijo algo enojada su madre.
Ezekiel Ralston prefirió ignorar lo que le había dicho. Se sentó, algo apesadumbrado por lo que tendría que comunicar enseguida a sus padres. Lo que había hecho, no les iba a gustar nada, sobre todo su padre, que no dudaría en matarlo de enterarse. De hecho, su progenitor se acercó y le dio un vaso de naranja.
—Tómalo, antes de que se le vayan sus cualidades—habló presuroso Henry.
Zeke empezó a beberse el zumo. Sentía el sabor dulzón y refrescante de este en su boca, pero sentía que aun así, esa desazón del corazón no se le iba. Seguía ahí, molestando, y continuaría, a no ser que les confesara todo a ellos.
—Papá, mamá. Os tengo que decir algo—dijo, alzando la voz lo suficiente como para que le prestasen atención.
Ambos padres se quedaron mirando fijamente a Ezekiel. Su hermana Melissa, que ya estaba tomando una buena tostada de mermelada de fresa, también lo observaba.
—Bien...—se quedó en silencio por un leve momento. Le costaba hablar con tantos ojos posados sobre él— Cómo recordareis, ayer fui al centro comercial.
—Si, ¿ y?—preguntó expectante su padre.
—Pues, en realidad, no fui—se estremeció al ver como el rostro de Henry se endurecía.— Fui a un puesto militar a alistarme.
Un leve silencio se produjo en la sala. Corto, pero muy incomodo.
—¿¡Pero tu estás loco?!—gritó su madre con voz estruendosa.
Se sobresaltó, igual que el resto. Su madre lo miraba muy enfadada, pero quien realmente le preocupaba era su padre. No por ser un hombre irascible, sino porque odiaba el ejercito con toda su alma. Para él no era más que una institución alienante y dictatorial que adoctrinaba a sus soldados y los convertía en simple carne de cañón.
—¿¡Como se te ha ocurrido?!—siguió gritándole su madre que ya afligida, comenzó a llorar.
Henry la abrazó con fuerza, envolviéndola con sus brazos, mientras seguían mirando a su hijo. Ezekiel notaba en esa mirada mucho enfado y cólera. Se estremeció al ver como dejaba a su madre en una silla de forma delicada y acercándose a él.
—¿Se puede saber qué coño pasa contigo?—preguntó gruñendo. Su tono de voz denotaba enojo.
—Papá, yo...
—Cállate —dijo este tajante. Ezekiel sintió un escalofrió recorriendo todo su cuerpo—. De verdad, no alcanzo a comprender todavía cómo has hecho semejante gilipollez.
—Lo he hecho por nosotros—explicó Ezekiel—. Tal como nos encontramos, creo que alistarme es la mejor opción.
El rostro de Henry se contrajo un poco. Arrugas se formaron en su cara denotando lo tenso que se encontraba. El muchacho temblaba cada vez más.
—Así que por nosotros, ¿eh?—preguntó Henry, en aparente calma—¿¡Tú eres imbécil o te estás quedando conmigo?!
El grito era tan fuerte que Melissa dio un pequeño salto, chocando contra la mesa, haciendo volcar el vaso de leche. Su esposa la miraba estupefacta ante la reacción de su marido.
—¡¡¡Sabes lo que pienso del puto ejercito, de esa panda de pistoleros imperialistas!!! —gritaba encolerizado. Zeke retrocedió— Y tú, en el mejor de los supuestos, decides joderme metiéndote en él, porque así es como mejor puedes humillar a tu viejo, ¿no?
Ezekiel se sentía abrumado. Era incapaz de saber que contestar a esa imponente bestia en la que se había convertido su padre. Tragó saliva y parpadeó unas cuantas veces hasta que sus ojos le lagrimeaban. Sentía miedo, pero tenía que plantarle cara y decirle porque había tomado semejante decisión.
—Sé que estas enfadado, y lo comprendo. Entiendo tu opinión con respecto al ejército y la comparto —Tomó un poco de aire. Se sentía algo eufórico por todo aquello—, pero fíjate en cómo estamos. No tenéis trabajo, no nos darán más ayudas. No digo que sea la mejor solución, pero recibiréis una paga, mucho mejor que lo que ahora tenemos.
Su padre lo observaba en silencio en todo momento. Permanecía inmóvil, prestando atención de todo lo que su hijo le decía. De hecho, parecía tan inmóvil que Zeke empezó a ver que aquello no podía ser normal. Miro a su madre y hermana y un súbito temblor lo puso en guardia. Su madre permanecía paralizada sin moverse, con lágrimas cayendo de sus ojos, pero sin llegar a derramarse. Su hermana, estaba limpiando con un trapo la leche que había tirado por encima de la mesa. Veía el trapo mojado cogido por su mano, recorriendo la superficie metálica, pero sin hacer ninguna clase de movimiento. Todos habían quedado congelados, como si el tiempo hubiese decidido desaparecer del mundo, dejando a todos aquellos inactivos y sin posibilidad de moverse.
Estaba tan absorto ante aquella situación que no reparó en la súbita bajada de temperatura que había en la habitación. Al dejar de mirar a su paralizada familia para ver a su alrededor, quedo conmocionado. Ya no estaba en la cocina de su casa. Ni siquiera estaba en la Tierra, sino en Midgard. Al volver para buscar a sus padres, estos ya habían desaparecido. Al igual que su hermana. Al igual que toda su vida.
Vestía el uniforme blanco militar salpicado de manchas marrones de la Infantería Básica. Llevaba puesto su casco en la cabeza, unas recias botas y unos guantes. Escuchó sonido. Sonidos de guerra, de encarnizada batalla en la que se encontrarían dos facciones enfrentadas. Miró al fondo, y vio como un gran ejército de soldados humanos avanzaba imparable hacia la guerra. Soldados, tanques, jeeps, robots, caminaban a paso atronador mientras que por encima eran surcados por naves. Del otro extremo, vio venir al ejército de los Gélidos. Alfars, Jotuns y Valquirias iban directos por sus enemigos, escoltados por vehículos de estos como Drakkars y Arvaks. Todos directos hacia la destrucción y el caos que se iba a desatar. Y así ocurrió.
Mientras la batalla tenía lugar, al mismo tiempo que balas misiles y bolas y lenguas de plasma iban directas por sus víctimas, Ezekiel miró a su alrededor. Por todas partes, vio cadáveres de soldados muertos. La mayoría yacía inerte, con quemaduras. Otros desmembrados, con miembros arrancados, algunos por explosiones, pero otros claramente por el propio enemigo. Muchos tenían cortes por todo su cuerpo. Muchos habían sido destripados. Otros tenían el rostro totalmente desfigurado de la cantidad de golpes recibidos. Y entonces, quedó horrorizado ante lo que vio.
Reconoció uno de los cuerpos. Era de su compañero Chang, quien se sacrifico para salvarlo del Arvak. Exactamente como lo recordaba, con su cuerpo carbonizado y destrozado. Y al mirar a un lado, vio a la sargento Muller, sin su pierna. Y más adelante, a Kingston. Y a su lado, puesta de lado, a la medico de la Compañía Lobo Katie Burrows. Detrás de ella, vio a la aguerrida Cruz, que al final no pudo escapar a las garras de la muerte. Y justo delante de ella, al sargento Skinner y al capitán Oliveira. Por supuesto, Zeke no quería ver a quien menos deseaba. Se resistía a pensar que el pudiera haber acabado igual. Pero allí estaba. Su gran amigo, la única persona que había estado junto a él toda su vida, compartiendo su gran amistad. El bromista e idiota de Kyle Sandler. Muerto, como todos.
Zeke no se percató de quienes había su alrededor. Justo en frente suya y a su derecha e izquierda, tenía a tres Gélidos. Una Valquiria en el centro, con sus doradas alas extendidas y dos Alfar, armados con lanzas, a cada lado. Le observaban pacientes y sin apenas mostrar ni un solo ápice de vida. Tres estatuas inmoviles y en apariencia sin vida. Ezekiel, inquieto, llevó su mano a la pistolera, en busca de un arma con la que plantarles cara, pero no encontró ninguna. Entonces los Gélidos se movieron. Ella se apartó y el joven soldado se vio frente a una criatura que jamás creyó ver. Realmente no podía distinguir de que se trataba, era un ser bípedo, mas alto que él y mucho más robusto. Su cuerpo estaba recubierto de una intensa y blanca luz que emanaba un brillo etéreo. El ser no tenía rostro alguno ni ningún otro detalle aparente que indicase realmente de quien se pudiera tratar.
—El fin se acerca —dijo una voz.
Ezekiel buscó a quien se pudiera tratar, pero no encontró a nadie. Entonces, volvió la vista hacia la fantasmagórica aparición. Entendió que era él quien le hablaba.
—Esta lucha, no tiene sentido—parecía advertirle—. Este conflicto que mantenéis entre especies de distintos mundos carece de la mas mínima importancia. De ninguna, frente a la gran amenaza que se cierne sobre todo el universo. Un peligro, que aniquilara este mundo y todos los que le rodean. Que erradicara toda forma de vida, ya sea compleja o simple. Que desgarrara el universo completo.
No entendía a que se estaba refiriendo el espectro. No podía descifrar tan raro mensaje. Intentó hablar, pero no pudo. Ninguna palabra podía salir de su boca. Tan solo, observar tan misterioso espectáculo.
—Debes buscar el Conducto. Solo así descubriréis la verdad y podréis hacer frente a la gran amenaza que se cierne sobre todos—ordenó de forma autoritaria con una tenebrosa voz.
Tembloroso, Ezekiel se veía incapaz de comprender lo que aquella extraña aparición estaba diciéndole. Justo en ese mismo instante, las nubes grises que cubrían el cielo se apartaron repentinamente. Una gran espiral de luz clara muy brillante se formo. Aquel enigmático torbellino resplandecía muy fuerte, emitiendo un sonido como de metales chocando entre ellos. De él, surgió una gran columna de energía pura que comenzó a descender. Zeke miraba hipnotizado aquella extraña aparición, mas salida de la mente de una persona que hubiese consumido alguna droga alucinógena. La columna tocó tierra y, de repente, tuvo lugar una gran explosión. Todo tembló, el viento golpeó el rostro del joven y este se cubrió. Un poderoso destello le cegó. Sus ojos quedaron irritados al clavarse la luz en ellos, como dagas. Escuchó un potente bramido, como la marcha de una estampida de animales que huyeran despavoridos. Al abrir sus ojos, vio petrificado, como una gran ola de energía amarilla avanzaba imparable hacia él, engullendo todo lo que encontraba en su camino. Ezekiel quería correr, huir, ponerse a salvo, pero no podía moverse. Solo podía ver, como los soldados y alienígenas que combatían eran quemados por esa potente pared de radiación incandescente. Poco a poco, se fue acercando a él, sintiendo el calor que emanaba. La intensa luz cegadora era lo único que veía. Y escuchó de nuevo aquella misteriosa voz.
—Tu mundo tal como conoces no volverá a ser igual. De ti depende que se dé a conocer la verdad. Si no, al igual que a nosotros, vuestra especie y todas las que habitan este universo, desparecerán en la infinidad del tiempo y el espacio para ser olvidadas.
Abrió los ojos.
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