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Morena de mirar inefable. Muchacha de extravagantes encantos egipcios. Escucha bien lo que te debo decir. Plasma en tu mente las verdades de un romance real. Aprende de la historia de un semidios en el reino. Corrige tus errores e intenta disipar tu ignorancia frente a su presencia angelical. Reprime tus impulsivas acciones. ¡Debes guardar silencio mientras hablo!

No vuelvas a lanzar tu miserable existencia a los brazos fuertes de Anubis*. No vuelvas a hablarle de esa manera tan irresponsable. ¿No sabes lo que dicen del gran esposo real?

Dicen que es la misma diosa Isis* entre nuestro bendecido e inevitable fugaz existir. Dicen que es gentil como el beso del Nilo luego de un abrazo solar. Es dulce como la caricia de Hathor* al arrullo de un melifluo suspiro. Es paciente e inquebrantable. Firme como Horus* en el cielo e impaciente protector como Bastet* con su reino. Posesivo de su amor e indiscutible deseo. Enamorado de la dulzura de su romance. Del precioso fruto de su vehemencia e irrebatible calor.

¡No seas pertinaz doncella ignorante! Pocos son los que disfrutan de un roce en su cuerpo. Sus manos son fieles a su trono e impacientes a las curvas de su esposo. Firmes sobre el brillo de su espada e incapaces de probar otra piel. Sus brazos solo rodean las caderas de su eterno amante. Su pecho solo recibe el calor de sus cachorros. Sus labios solo acarician el cuello de su esposo. Su lengua solo disfruta el sabor de su siempre amado e inigualable gran esposo real.

¡Dioses! ¡Oh por los Dioses! El soberano ha sido capturado por nuestra Luna con un simple mirar. Lo ha domado hasta tenerlo besando sus pies. Lo ha enamorado por completo con un solo beso. No seas tonta muchacha de Apep*. El descendiente del sumo sacerdote ha hechizado por completo a nuestro soberano.

Nunca ha tenido un solo rival. Su imponente alfa solo suspira ante su presencia indescriptible. Lo observa completamente perdido cuando se desplaza por el palacio. Lo toma en sus brazos para sentarlo en su regazo. Lo besa frente a sus fieles sin temores ni remordimientos.

No puedes intentarlo. Tu presencia es insignificante frente al gran esposo real. No anheles las glorias de la realeza o los deseos infundados por darle un heredero. Tu soberano tiene un cachorro fuerte e impaciente por gobernar. ¡Insolente! No intentes desquitarte con el menor de sus cachorros. Ese tierno cachorro es la luz de su mirar.

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¡No puedo creerlo! Las tormentas de tu cuerpo son despreciables e inexplicables. Las nubes oscuras del alma se han apoderado de tu nata pureza e inocencia. Tu lealtad es con la familia real que comparte de sus glorias con su reino. El respeto es con el soberano que mantiene a su pueblo a su cuidado. Tu embebecimiento es con la gran luna de Egipto que transmite su misericordia a nuestro protector.

Debes ocultar los oscuros deseos que cosquillean tu mente. Suprime tu sed corrupta en lo profundo de tu templo. Anubis* respira en tu cuello.

Vas a caer.

Antiguo Egipto 2521 a. C.

El cielo fue acariciado por Ra* para compartir su tibio calor con sus seguidores ansiosos por vislumbrar su luz. El reino del sol ha despertado para presenciar el ascenso divino del complemento de su soberano. Al inicio de una tarde fuerte—en el momento en el que el dios Sol estuviera firme para ser fiel testigo—iban a tener al esposo del soberano. Egipto iba a gozar de un nuevo tesoro divino dispuesto a compartir su felicidad con su nuevo hogar.

Las caricias tenues sobre el cuerpo inexperto provocan cosquilleos inevitables. Las telas de lino blanco han empezado a caer delicadamente sobre su piel. Suaves y moldeando la figura de un precioso muchacho que no encuentra la calma para sus desesperados latidos. El manto azul* cubre sus hombros desnudos para proteger la eternidad de un amor que iba a consumarse por gracia de los dioses. El inicio de una familia real bendecida e impaciente por hacer historia con sus acciones.

El khol* fue aplicado como marco protector de su mirar tan inolvidable. Pronto sus labios fueron pintados de un tono granate para realzar el brillo de su sonrisa e iniciar con la ceremonia espiritual. El novio iba a convertirse en el gran esposo real. La contraparte respetable del gran soberano sobre las tierras del reino.

Sus manos temblaron al ver a su padre frente a sus aposentos. El sacerdote observaba con nostalgia al bello novio que intentaba ocultar una sonrisa inestable por las sensaciones que rondaban por su cuerpo.

Los primeros pasos fueron lentos e incluso torpes. Los temblores eran imposibles de calmar. —Imploro que los dioses me resguarden en sus manos y calmen las inquietudes en mi pecho—el sacerdote dio unas caricias sobre la mano suave de su cachorro antes de continuar con el recorrido.

—Son ellos los que han decidido tu destino. Y son ellos los que van a cuidar del equilibrio en tu nueva vida como gobernante de nuestro reino—el novio hizo del agarre en su padre su soporte. —Nuevas puertas se abren para ti. Nuestros ciudadanos esperan las bondades de este maravilloso encuentro.

—Oh padre. Es suficiente con las miradas anhelantes que recibo de todos los que se resguardan en este palacio—el frente de soldados ha empezado a hacerse visible. —Mis hombros no creen poder resistir tantos deseos.

¡Anunciando la llegada de los nobles!

El aviso es emitido al llegar al pasillo principal de la sala del trono. El futuro esposo del soberano tiembla sobre su sitio antes de abrazarse con fuerza al brazo de su padre. —Mi precioso suspiro de Isis. No tienes que temer—los dedos grandes acarician el rostro del menor con afecto. —Un nuevo amor te recibe con los brazos abiertos—las damas reales hacen una fila a la espera del gran sacerdote. —No vas a decirme ahora que te arrepientes de unirte a nuestro inexperto soberano. ¿Es ese el caso?

El calor invade su rostro ante el interrogante. —¡Oh por los dioses! No- No puedes decir cosas como esas—los cabellos se mueven con gracia ante su firme negativa e incluso las piedras preciosas que adornan sus brazos parecen burlarse por su estado nervioso. —Nuestro soberano es... Nuestro soberano es un hombre respetable e incapaz de descuidar a su reino por razones soberbias o codiciosas. Es un fiel protector del equilibrio del cosmos. Sus acciones solo han deslumbrado a sus seguidores—sus labios tiemblan e intenta mostrarse indiferente. —No tengo el valor para traicionar la confianza de un hombre que me ha confesado sus honestos sentires. El soberano se ha hecho un camino hasta acariciar mi alma como las mareas del Nilo—el suspiro abandona sus labios. —Por los dioses. No tenga edad para avergonzarme por cosas como estas.

El sacerdote se alivia e intenta reprimir los sentimientos de nostalgia tocando su pecho. —Te has enamorado. Y no existe delito por sentirte de esa forma hacia tu futuro esposo.

El novio intenta calmarse.

—No me sueltes.

—No pienso hacerlo.

¡El sumo sacerdote del reino! ¡Nuestra nueva luna de Egipto!

Las flores acomodadas al suelo por el viento crearon el camino hacia un futuro prometedor. El destino se hizo eterno ante el remolino de sensaciones a punto explotar. Realmente estaba pasando. Los nobles observaron satisfechos las sabias decisiones de sus preciadas divinidades. La princesa real lo observaba en silencio desde el inicio del trono. Las miradas estaban inmersas en lo deslumbrante de su futuro gobernante. Fascinados por la imagen divina que estaba creando el descendiente del sumo sacerdote.

En lo alto del trono se encontraba el soberano. Fuerte e impaciente por encontrarse con el precioso tesoro que los dioses decidieron confiarle. Esos luceros iridiscentes lo observaron con anhelo e inevitablemente se vio preso del cautivador zagal.

—Pidamos por la voluntad de los dioses—. El principiante soberano desciende los escalones hasta tomar con ternura la mano temblorosa de su futuro esposo. —Te solicitamos con gratitud Isis—el sacerdote recurre a su puesto de inmediato.

—Mi padre ha complacido bien a los dioses—el tono cauteloso toma por sorpresa al novio de cabellos claros. El soberano no voltea a ver a su prometido a pesar de sentir los curiosos luceros esperando por sus argumentos. —Se encuentran tan satisfechos que han decidido bendecir a su hijo con un amante hermoso e inigualable—el ligero temblor en el agarre de sus manos le provoca una sonrisa incapaz de ocultar. —Oh dioses. Debes guardar las formas—sus dedos acarician la palma suave del menor. —Puedo notar el rubor en tu rostro sin necesidad de voltear a verte.

—... Es usted demasiado elocuente—responde el otro. El soberano resopla ante la mirada acusatoria del sacerdote. Los invitados han empezado a formarse alrededor del extenso pasillo para atender la ceremonia real.

—Mis palabras solo se endulzan para mi esposo... Dioses. Temo por las reacciones que provoco solo con hablarte—interrumpe. El tono divertido se hace evidente ante el nerviosismo de su prometido. —Menudo cachorro.

—Usted no es precisamente un lobo formado—el soberano voltea a verlo por primera vez en la tarde. Incapaz de reaccionar ante el comentario.

Un cosquilleo inesperado recorre su pecho ante el rostro serio del menudo muchacho que ahora ignora toda su presencia. Al menos no ha soltado su mano.

Cielos. Tengo un esposo apasionado tras esa apariencia angelical.

Las campanillas suenan con exactitud. El honesto agradecimiento a sus dioses es emitido por los nobles. Ignorantes del apenas perceptible calor en el rostro moreno de su emocional soberano.

—Con el respaldo de Isis*... —el novio se sostiene de los brazos fuertes del alfa que lo mira en silencio. —La eterna protectora del alma de Osiris*—sus palabras salen dulces—Pido brillar con la fuerza de Ra* ante la mirada de mi esposo.

—Con el respaldo de Osiris*—el soberano se mantiene firme. —Prometo cuidar del brillo que Ra* le brinde a mi esposo—el menor es acercado con sutileza antes de escuchar un susurro. —Mi dulce tonada de Hathor*.

—¡De la misma forma en la que nuestro gran Amon Ra* pudo emerger de la oscuridad desde una flor de loto para liberarnos del caos! —el sacerdote extiende los brazos hacia el cielo. —¡Pedimos que este matrimonio sea bendecido y que su semilla produzca muchos frutos para nuestro reino!

La mano firme del Sol toma la cintura de la eclipsada Luna de Egipto.

Los colmillos traspasaron la tierna carne. Una gota brillante hizo su recorrido por el rostro del menor. Los besos intentaron calmar el temblor. Suaves sobre la nueva marca en el cuello del hermoso muchacho. El gran esposo real.

©lduhn2here.

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