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Un Descanso sobre el Mar

Diez minutos después, el vino le devolvió el color a las mejillas de Sherlock y la comida había finalmente trabajado en su sistema sanguino, ya que él se encontraba observando, por todo el lugar, con enormes ojos brillantes. Después de observar, él se sentó en su sofá, estirando sus largas piernas para dejar caer sus zapatos sobre la mesita del té. Irene se acomodó en el sofá junto a él recargándose sobre el respaldo.

— Es realmente extraordinario —Holmes dijo suavemente, casi para él.

— ¿Qué lo es?

Sherlock inclinó su cabeza hacia ella, sus fríos y azules ojos la examinaron.

— Me imaginaba que comenzarías una vida en alguna parte del extrajeron. Las Vegas, Moscú, Dubái, donde fuese...

— ¿Emocionante? —continuó.

— Donde pudieras hacer usos de tus talentos.

Irene se encogió de hombros.

— Bueno, una gran cantidad de mis clientes suelen tener viajes internacionales. Si comenzaba un nuevo negocio donde fuera, solo sería cuestión de tiempo para que alguien me reconociera. Y de todas maneras, no tengo deseos de volver a comenzar a formar mi reputación desde cero. No es una buena escalera por la cual volver a subir.

— Entiendo. Y, por supuesto, no eres del todo joven que digamos —dijo, con un desprendimiento vicioso— ¿Cuál es la edad típica, para una mujer en tu profesión, retirarse? ¿Veintiocho, treinta? Era realmente por eso que jugaste con tu amigo Jim ¿Verdad? Querías tu pensión.

— Eso... y también me divertía —Irene dijo alegremente mientras estiraba sus pies suavemente sobre la tela negra de los pantalones de Sherlock. Él dio un vistazo a los pies de la mujer y al momento que hicieron contacto con su ropa, su cara no mostró expresión alguna. Irene sonrió de oreja a oreja. Era una especie de venganza, pero era inmensamente satisfactorio.

— De hecho, eso no es como si no tuvieras otras alternativas —Sherlock continuó, manteniendo sus ojos sobre sus muy bien arreglados pies— Tu podrías haber viajado a cualquier parte del mundo, empezando una nueva vida haciendo cualquier cosa. Y terminaste aquí en Worthing.
Irene volvió a encogerse de hombros.

— No es un mal lugar.

— Perfecta definición de aburrido —Sherlock declaró.

— Me gusta estar cerca de mar. Es romántico... 

Sherlock la miro como si ella se hubiese vuelto loca. Irene decidió que era tiempo de ir aquel punto importante.

— ¿Qué, exactamente, estás haciendo aquí? No solo estas buscando un lugar para quedarte. Naturalmente no en Worthing —Irene dijo imitándole su tono de desdén.
Sherlock inclinó su cabeza hacia atrás y apretó sus suaves labios tan inesperadamente. Él le habló al techo.

— Moriarty manejaba una vasta y compleja red de conspiradores criminales. Intento destruirla.
Irene alzo una de sus cejas, casí llegando a rozar su cabello.

— Eso es... ambicioso.

Ahora Sherlock alzó su ceja, para fingir sorpresa. Ella esperaría algo menos de él.

— ¿Y tú crees que yo puedo ayudarte? —Irene preguntó lentamente.

— Necesito información.

— No tengo ninguna información. He estado fuera por más de un año.

— Pero tú tienes contactos. Puedes acercarte a ellos, volver a las andadas. Necesito a un informante, Irene. No puedo hacer nada sin información.

Ella se recargó en el sillón, más cerca de él.

— ¿Quieres que sea una espía en la red de Moriarty?

— Si.

Un enorme silencio se presentó.

¿Tienes alguna idea de lo peligroso que esto sería?

— Si —Sherlock la mira con franqueza— Si lo logramos ambos conseguiremos volver. A nuestras vidas. En Londres.

Irene sonrió.

— ¿Tú te crees, realmente ser, más inteligente que Moriarty?

— Quizás no. Pero no importa. Moriarty está muerto.

— ¿Muerto?

— Se voló los sesos. En frente de mí. Trato de no tomarlo muy personal.

Irene tomo un momento para poder asimilarlo. De alguna manera las palabras Jim Moriarty y muerto no parecían ser coherentes en una sola oración.

— Así que, solo tenemos que burlarnos de sus subordinados —Sherlock le mostró una media sonrisa— Yo creo que nosotros dos somos listos, lo más que suficiente.

Irene ignoro el escalofrió que recorría su espalda al escuchar la palabra nosotros.

— Tú estás loco.

Sherlock se encogió de hombros.

— Quizás. Aunque tengo una alta tasa de sucesos extraordinaria.

— Si, la tienes. Pareciendo ser la encarnación viviente de la salud y la prosperidad.

— Estoy vivo —dijo Sherlock enérgico.

Irene respiro profundamente, tratando de pensar acerca de esto, tratando de calcular, los beneficios, los riesgos. De algún modo el pensar que Jim Moriarty se había volado los sesos, la mantenía intrigada. Ella recordaba la última vez que se vieron, en el Ritz disfrutando de una taza de té (ambas partes acordaron que si algo valía la pena hacer, tenía que hacerse con estilo.) Durante su convivencia, él siempre le sonreía y al final, como un buen caballero, se inclinó ante ella y le beso su mano.

Sherlock miraba su cara, muy de cerca, y con la frente ligeramente arrugada. Esperaba su respuesta.

— Si hago esto... ¿Serás capaz de mantenerme segura, en Londres? —Preguntó cuidadosamente— ¿Ninguna retribución para nadie?

— Absolutamente. Mi hermano me debe unos cuantos favores —Sherlock dijo amargamente.
Irene lo consideraba muy precavidamente. Si alguien, realmente, podría protegerla era Mycroft Holmes. Pero...

— ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? Puedes mandarme a Londres y luego traicionarme tan pronto como consigas lo que quieres.

— Si los asociados de Moriarty se dan cuenta que sigo vivo —Sherlock hablaba, de nuevo, con el techo, de forma monótona. Él había esperado esa pregunta y ya internamente había ensayado la respuesta—, ellos mataran a mis amigos.

— ¿John?

Irene miro al cuello de Sherlock y puso atención la su manzana de Adam, paso saliva con dificultad.

— Si. Y... otros. Pero bueno. Tú tienes el poder de destruirme en cualquier momento, y si a cualquier hora sientes el más mínimo rastro de amenaza. Lo único que tienes que hacer es abrir la boca. Puedes estar segura que haré, todo lo que este mis manos, para que no sea así.
Hubo un largo silencio.

— Muy bien —contestó, esta vez, pasando ella saliva con dificultad—. Dame... dame un poco de tiempo para pensarlo —dijo mientras se alzaba.

— De acuerdo —respondió Sherlock—. Duerme en tu cama. Yo tomaré el sofá. E Irene...

— ¿Qué? —ella giró para mirarle.

Sherlock, de nuevo, se inclinó hacia delante mirándola con unos enormes ojos pálidos.

— Si llegas a contarle de esto a alguien... si alguno de mis compañeros sale lastimado por algún sobre paso tuyo... Te mataré. Y no lo haré rápidamente.

Irene asintió con la cabeza, sintió como su boca se ponía algo seca, y remojo sus labios con la poca saliva.

— Buenas noches, señor Holmes.

***

Cuando Irene despertó en la mañana, Sherlock Holmes he había retirado. Preparó café y pan tostado y desayuno en aquel sofá donde, presuntamente, él había dormido. Ella pensaba si todo lo ocurrido de anoche había sido un producto de su sobre exagerada imaginación, pero si no hubiera sido por la pasta de dientes abierta y por aquella mitad de champú que había desaparecido, todo sería parte de esa sobre exagerada imaginación. Definitivamente Sherlock Holmes no conocía la vergüenza, acerca de, tomar cosas ajenas. Irene sonrió para sí, recordando la conversación de anoche.

Había sido bueno, verlo de nuevo. Sentir aquella extraña sensación en suestómago junto aquel hormigueo de incertidumbre que siempre engrosar ese aire entre ellos, como si una ventisca de aire caliente se tratase. Mientras Sherlock Holmes estuviera en su vida, brevemente, no sería aburrido. Él sería capaz de devolverle su vieja vida, y talvez, como retribución a ello, Irene probaría aquellos labios esculpidos... pero definitivamente no sería aburrido.

Mientras seguía pensando, Irene recordó que, si no se daba prisa, llegaríatarde a su trabajo.
Como todo lo demás, en esta nueva vida de Irene, su trabajo más reciente era, en gran medida, una larga tarea para encontrar un disfraz perfecto. Irene pasaba horas frente al espejo escogiendo exactamente el look adecuado para el día. Se había arreglado con una falda debajo de sus rodillas, una blusa floreada, unos pequeños aretes muy modestos y unos zapatos planos. Algo que no le favorecía a Irene Adler. Ella acomodo de un lado su cabello con un adorno y dejo que el resto se ondeara por su espalda. Al estar preparada, emergió como Iris Adams, bonita, dulce, un poco melancólica. Perfecta para ser considera una empleada ejemplar en Miliver's Ladies Fashion. No era un trabajo difícil. Irene ponía una sonrisa en su rostro y ayudaba a las mujeres de mediana edad a escoger la vestimenta adecuada para las bodas de sus hijas. No era realmente diferente al comercio sexual, unos buenos halagos más un cierto aire de control cortes, y los clientes eran pan comido en sus manos.

Desafortunadamente, no se le permitía llevar un látigo.

— Iris, cariño, ¿No hay problema si te dejo a cargo de la tienda por un rato? —La señorita Miliver pregunto tan pronto cuando la vio entrar— Iré a realizar unacompras.

— Claro —Respondió Irene muy dulcemente—. Tómese el tiempo que necesite.

Irene notó que "Los viajes de compras" de la señorita MIliver se habían vuelto largos y frecuentes, pero a Irene le gustaba tener momentos de libertad en la tienda, y más cuando estaba vacía, nadie gorgojando a su alrededor. Y hoy la tranquilidad era doblemente bienvenida, y pensándolo bien ya consideraba mejor la oferta de Sherlock. Ella acomodaba la horrible y mal diseñada ropa en los estándares cuando nuevamente recordó a Kate. Si ella estuviera ahí, se burlaría de todos esos ridículos diseños. Kate podría haber tomado algunas blusas, hacerlas pasar por la máquina de coser y realizar una maravilla de ropa.

Pero esos días habían terminado. Ella no volvería a ver a Kate. Probablemente ella ya habría encontrado una nueva jefa, o quizás se había en vuelto en un negocio propio. Ella tenía potencial. Irene no era lo suficientemente vanidosa como para pensar que Kate lloraría por ella durante mucho tiempo.

¿Y si Sherlock logrará resucitar a Irene? ¿Cómo reaccionaría Kate ante ello? Sentimientos. Una voz, muy familiar, le recordó en su cabeza. Irene ignoró sus pensamientos. Si ella iba a tomar esa decisión, tenía que hacerlo con los pies sobre la tierra, una mente muy clara.  No sería por la nostalgia de una aventura. O talvez por la oportunidad devolver al juego con un detective de armas tomar. O tal vez porque ha estado sola mucho tiempo.

Pensando en ello, objetivamente. Irene, siendo lo más realista posible, no tenía deseos de continuar con este ritmo de vida, incluso si dejaba su actual domicilio para irse con Sherlock Holmes (quien esperaba que ella lo hiciera), era poco probable que encontrará una vida tan satisfactoria a como ella quiere. No con medios limitados y la constante necesidad de estar mirando a susespaldas.

Lo que Sherlock le proponía era impresionantemente peligroso, pero era un peligro en el cual se entraba de forma deliberada y con los ojos muy abiertos. Ella se sentía como un pequeño conejo, agazapándose en una casa segura y esperando a que sus secretos salieran a la luz.

Ella tendría a Sherlock Holmes cuidándole las espaldas, por supuesto. Un aliado como un adversario, o como un caballero sonriente en armadura brillante. Ella tenía la oportunidad de jugar a su juego, y si tenían éxito, él le debería mucho.

Todo esto era una perspectiva interesante.

— Disculpa, ¿Haces sujetadores? —le preguntó una señora robusta, con un sombrero llamativo. Irene ya no se encontraba sola en la tienda.

Ella afirmo y mostró su mejor sonrisa como Iris.

— ¡Claro!, por favor sígame.

Irene no estaba engañando a nadie, y mucho menos a ella misma. Por supuesto que aceptaría el trato.

La única pregunta era, ¿Con cuales términos?    

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