La Trampa del Tigre
Estar en el Club Diógenes era como estar bajo el agua, pensó Irene. La quietud en este lugar no era una ausencia del sonido sino una presencia tangible, como un peso de agua presionando contra sus orejas. Irene tenía que tomar respiraciones profundas y recordarse a sí misma que no podía ser asfixiada por una atmósfera.
Es interesante, pensaba Irene, de las diferentes zonas de confort que los dos hermanos Holmes habían construido para sí mismos: comparar este mausoleo de un club de caballeros muy pulido y ordenado, con el piso de Sherlock en Baker Street, la cocina rebosante de platos sucios y potencialmente explosiva de experimentos. Se preguntaba si los hermanos viven sus vidas desafiando deliberadamente a los demás, o si la diferencia de temperamento entre ellos es meramente casual: una de las pequeñas bromas de la naturaleza.
Irene no tenía mucho tiempo para reflexionar sobre el tema. En poco tiempo, la puerta se abrió (tan suave y silenciosamente como cabría esperar) y Mycroft Holmes entró en su oficina. Se sentó en la pequeña mesa de té junto a la chimenea, y casi de inmediato apareció un camarero, colocando una bandeja de desayuno sobre la mesa frente a él. Mycroft levantó cuidadosamente la tetera y se sirvió una taza. Hay una pausa tensa, mientras Mycroft toma su primer sorbo de té, el camarero observa su cara en aparente suspenso. Al final, Mycroft baja la taza ligeramente e inclinó la cabeza hacia el camarero, un gesto de aprobación aparentemente, porque el hombre, visiblemente aliviado, se inclinó y se marchó. Irene esperó hasta que la puerta se cerró antes de salir de su escondite.
— Buenos días, señor Holmes.
Para su crédito, los ojos de Mycroft se ensanchan apenas antes de colocar su taza de té cuidadosamente en su platillo.
— Señorita Adler.
Irene le sonrió y cruzó la habitación hacia él, rozando los bordes de su escritorio con los bordes de sus dedos.
— Lo siento, se supone que no deberíamos hablar aquí, ¿verdad? Sabe que nunca he sido muy buena en seguir las reglas.
Mycroft sonrió débilmente.
— No se preocupe, siempre se pueden hacer excepciones. Póngase cómoda. Me disculpo, si me hubiera dado cuenta de que estaba escondida detrás de la cortina, habría pedido una segunda taza.
— Oh, bueno —sonrió Irene, sentándose en la silla frente a él y tomando una porción de su tostada—. Supongo que tendré que conformarme—. Aun con su sonrisa le dio un mordisco a la tostada.
Los ojos de Mycroft se entrecerraron con irritación.
— Bueno, está en un estado de salud bastante mejor de lo que me hicieron creer. Tendré que volver a evaluar mis estrategias de recopilación de inteligencia. Y mi seguridad, al parecer.
— Oh, ese es fácil. El limpiador —explicaba Irene—, lo conozco bastante bien. Tan bien para saber lo que le gusta.
Mycroft suspiró.
— Ah... Predecible, supongo.
— Exacto.
Mycroft tomó una tostada del lado más alejado del estante y comenzó a cubrirla con una fina capa de mantequilla, extendiendo delicadamente la grasa hasta los bordes del pan.
— Y entonces. ¿A qué debo el gran honor de su presencia? Espero que no intente tratar de chantajearme otra vez. Estoy seguro de que los dos recordamos que no terminó bien para usted la última vez.
— No. Según recuerdo, tu hermanito vino a la carga en el último minuto con una deducción para salvar el día. No es tan probable esta vez, ¿verdad?
Irene no estaba segura de cómo lo hizo, pero sin cambiar visiblemente un músculo, la cara de Mycroft pareció endurecerse, sus ojos azul oscuro emiten un frío casi palpable.
— Me complace ver que ha recuperado su antigua confianza —dijo—. Sin embargo, debo aconsejarle que sea cual sea la nueva ventaja que crea que ha ganado, no soy un hombre para ser burlado. Irene deliberadamente suavizó su expresión.
— Perdóneme. No tenía la intención de lastimarlo. Da la casualidad que a mí también me gustaba su hermano. Nosotros tenemos objetivos comunes, señor Holmes.
Mycroft Holmes la miró con frialdad.
— ¿Tenemos?
— Sí —Irene se inclinó hacia adelante— ¿Quiere vengarse de las personas que asesinaron a su hermano?
— Indudablemente.
— Y yo también —continuó Irene—. Podríamos trabajar juntos.
— No tengo el hábito de trabajar con personas que venden secretos de estado para su propia diversión.
— No, supongo que no —Irene dice—, pero harás una excepción para mí —Ella se recarga en la silla—. En veinticuatro horas le daré una carpeta con información suficiente para derribar toda la organización de James Moriarty, siempre que actúes con la suficiente rapidez.
Mycroft Holmes levantó las cejas.
— ¿Puedo preguntar cómo está intentando obtener esta información?
— Una chica tiene sus secretos, me temo.
Mycroft Holmes le dio una larga mirada calculadora.
— ¿Por qué debería confiar en ti?
Irene se encogió de hombros.
— No deberías —dijo mientras se ponía de pie—. Por otro lado, no tienes mucho que perder cooperando conmigo. ¿Si preparas a tu gente para hacer arrestos y no esparcir información?, imagino que has tratado con falsas alarmas en el pasado: nadie levantará una ceja. Por otro lado, si te niegas a hacer lo que te digo, podrías estar perdiendo la oportunidad de tu vida.
— Lo ha hecho ver muy tentador —dijo Mycroft, todavía mirándola— ¿Y qué gana exactamente de todo esto, señorita Adler?
Irene se encogió de hombros.
— Tengo mis propios problemas para resolver.
— ¿De verdad? —Mycroft se pone de pie. Él es más alto de lo que parece cuando está sentado. Él le mira de arriba abajo, sus ojos fríos parecen tomar cada detalle de su apariencia. Cuando sus ojos alcanzan sus zapatos, hace una pausa, frunciendo el ceño ligeramente, colocando una mano sobre su boca.
— ¿Tenemos un trato entonces, Sr. Holmes? —Irene preguntó.
Mycroft le mira bruscamente, como si hubiera olvidado que ella estaba allí. Por un momento, Irene cree que ve algo en sus ojos, un brillo peculiar, antes de que su expresión se instale en su habitual máscara.
— Hecho —dijo—. Pondré a mi gente en espera.
— Maravilloso.
Irene se da la media vuelta para irse cuando:
— ¿Señorita Adler? —ella se vuelve para ver a Mycroft, quien le mira. Su lenguaje corporal sigue tan cerrado como siempre, excepto por una mano, cuyos dedos se agitan brevemente, como si reprimiera el impulso de alcanzar un objeto en particular.
— Por favor, dígale a mi... por favor dígale a su compañero que me complace oír de su estado de salud. Dígale que no debe tener miedo de llamarme. Haré todo lo que esté en mi poder para asegurarme de que permanezca en esa condición.
Irene parpadeó.
— Se lo diré.
— Gracias.
Mycroft inclinó su cabeza hacia ella brevemente, antes de sentarse otra vez, enderezando las tasas de té. Irene le dio una última mirada evaluadora, antes de salir tranquilamente.
***
Irene llegó al apartamento de John para encontrar la puerta de entrada ya entreabierta. Al subir el primer tramo de escaleras, oyó un fuerte estruendo desde arriba. Una anciana asomó la cabeza por la puerta del rellano, con los ojos muy abiertos. Ella le hizo señas a Irene.
— He estado escuchando muchos gritos —dijo ella espantada— ¿Crees que debería llamar a la policía?
Irene mostró una sonrisa en su rostro.
— Oh, no. Mi novio ha estado tomando clases de actuación. A veces puede ser un poco entusiasta. Hablaré con él.
Las cejas de la mujer se posaron en su cabello.
— Bueno, será mejor que controle todo ese alboroto, pensé que había ocurrido un asesinato.
Irene sonrió enfermizamente y subió las escaleras un poco más rápido.
— ¡No puedo hacer eso, Sherlock...! —decía la voz de John desde el otro lado de la puerta amortiguándose ligeramente. Irene escuchó la respuesta de Sherlock en un tono más tranquilo, pero no puede distinguir las palabras— ¡Ese no es el punto, ese absolutamente no es el punto, no veo cómo puedes...!
Irene llamó suavemente a la puerta. Las voces se detuvieron y después de unos segundos, la puerta se abrió. Sherlock, pálido y con los labios apretados, le miró una vez, asintió y luego regresó a la parte principal del departamento. John Watson estaba de pie en la cocina de espaldas a la nevera, con los brazos cruzados. Una taza rota se encontraba en la esquina de la habitación. (Irene se siente aliviada al ver que parece haber sido dirigido a la pared en lugar de a Sherlock.)
— ¿Quien...? —John comenzó cuando Irene entró a la cocina. Él la mira con sorpresa por un momento, y luego inclina su cabeza hacia atrás y ríe sin humildad. Sherlock se estremeció.
— John...
— Dios mío. Fuiste tú, ¿no? Ese día. Cortaste la electricidad...
— Si pero yo...
— ¿Escuchaste todo lo que dije?
— Solo la última conversación... John...
— Sabes, cuando dijiste que la soledad te protegía, no me di cuenta de que la soledad llevaba el nombre de la puta Irene Adler. ¿Es ella en quien confiabas en vez de en mí?
— Bueno, yo...
— Todo lo que dije... sobre el luto, sobre nuestra amistad, sobre la lealtad.Debí haber sonado como un buen idiota para ustedes dos.
— Algunas veces, sí —Sherlock dijo.
Hay un largo silencio donde ambos hombres se miran el uno al otro.
— Bien—dijo John con fuerza—. Bueno, eso está claro. Nos vemos, Sherlock.
Levantó las llaves de la encimera y comenzó a caminar hacia la puerta. Sherlock se movió para bloquear su camino.
— Eso no fue lo que quise decir.
— Apártate de mi camino.
— No deberías arriesgarte a...
— Fuera del camino.
— No tenías idea de a qué te enfrentas.
— Fuera.
— No puedo dejar que te vayas, John.
— ¡Vete a la mierda! —John exclamó, empujando a Sherlock hacia atrás con fuerza. Irene se estremece cuando la cabeza de Sherlock golpea uno de los armarios de la cocina con un ruido sordo.
Sherlock se levantó y, frotándose la cabeza, sigue a John al pasillo.
— John... John. No puedes ir.
John negaba con la cabeza y continuaba caminando.
— John. Te necesito.
John se detuvo en seco en la entrada, y aparentemente con gran esfuerzo se giró. Él miró a Sherlock, con la mandíbula apretada, las manos en puños. Luego arrojó deliberadamente las llaves sobre la mesa del vestíbulo y dio unos pasos hacia la cocina.
— Bien —dijo e Irene puede ver todo su cuerpo todavía vibrando de ira—Explícate.
***
Sherlock le contó a John la historia de los últimos meses de una manera inusualmente cerrada, mirando frecuentemente a su amigo como buscando alguna señal de aprobación. Sin embargo, la cara de John permanecía tan pasible como un trozo de granito, aunque en un par de puntos de la historia, Irene ve que sus ojos se vuelven hacia ella con expresión especulativa.
— Entonces —concluyó John—. Tienes que alejarte de Moran, antes de que una delas varias personas a las que has pasado los últimos meses te moleste.
— Antes de que nos desaparezcan a nosotros tres —Sherlock dice— Sí.
— Genial —dijo John—. Fantástico. Muchas gracias por volver a mi vida, Sherlock.¿Supongo que tienes un plan?
Sherlock dudó.
— Si...
— ¿Estabas planeando informarme al respecto? —La mandíbula de John estaba, peligrosamente,apretándose.
— Sí, por supuesto que yo... —Sherlock encuentra los ojos de John y se detiene por un momento como si de repente no supiera qué decir.
— Por supuesto que lo íbamos hacer —Irene termina para él—. Te necesitaremos para la parte más importante, John.
Sherlock se estremeció un poco ante esto. Esa mañana hablaron largamente sobre los detalles del plan de Sherlock, y ella sabía que Sherlock no estaba contento con la parte de John en eso. Sin embargo, este era lo más lógico, en opinión de Irene. John ha cambiado su mirada hacia Irene.
— Continúa —dijo.
— Antes que nada, necesitamos algo que ofrecer a Moran. Un cebo. Sherlock es la elección obvia. Probablemente la única posibilidad de atraparlo y matarlo sea sacar a Moran de su zona de seguridad.
— Está bien... —dice John lentamente.
— Ahí es donde entro, interpretando a Judas. Conduzco a Moran a Sherlock. Loque no se dará cuenta es que tú también estarás allí, y tendrás tu arma.
— Y no es asesinato si disparas para protegerme —interrumpe Sherlock—. Ningún tribunal lo condenaría por ello. No lo hará, quiero decir, como yo lo entiendo,no interfiere con su moralidad.
John le mira largamente, bajo el cual Sherlock realmente parece retorcerse un poco—. Todavía podríamos, si quieres, darme el arma y yo lo haré...
— No —John chasqueó—. Diablos, no. He visto tu concepto de seguridad con armas. Yo lo haré.
— Estás seguro de que no...
— Estoy seguro —continuó John—. Tienes razón, he disparado para protegerte antes. Si es necesario, es necesario—. Giró su cabeza bruscamente, como si de repente estuviera decidido a no encontrarse con los ojos de Sherlock.
— Bueno, esto está arreglado entonces—Irene habló dulcemente—. Todo lo que queda es preparar nuestra trampa.
***
Irene se encontró con Moran en el bar del hotel Malgrave. Ella entró en tocador primero para ver su apariencia. Esta es la estafa de toda una vida: tiene que tocar exactamente la nota correcta. A las personas como Moran, encantadoras, triunfadoras,con tendencias psicopáticas, les resulta difícil ser engañados. Ellos saben cómo se juntan las personas. ¿De qué otra manera se vuelven tan hábiles para separarlos?
Irene saca su maletín y se da cuenta de que sus manos están temblando. Ella no era de ponerse nerviosa por una regla general. No se permite imaginar la perspectiva del fracaso. Pero las apuestas esta vez son más altas de lo que han sido antes. Ella no quiere morir, y tampoco le gustaría ver morir a Sherlock.
Irene se obligó a cerrar los ojos, respirar hondo y los abrirlos de nuevo. Ella podía hacer esto. Ella se miró fijamente en el espejo. No es malo tener nervios, se dice a sí misma. Ella puede usar esa energía nerviosa a su favor.Se mira en el espejo y trata de convencerse a sí misma a través de su rostro pálido, sus ojos deslumbrantes y salvajes pertenecen a alguien que acaba de hacer un descubrimiento que podría hacer o romper su carrera criminal. Irene levantó una mano y tiró de un mechón de su moño. Ella corrió desde el apartamento de Watson hasta aquí y no se detuvo para respirar. Puede confiar en mí, Señor Moran. Con una última mirada escrutadora al espejo, Irene se enderezó y salió del tocador. Moran estaba sentado en la esquina del bar, con un periódico abierto frente a él. Él no levanta la vista cuando ella se acerca. Irene se para frente a él y sea clara la garganta deliberadamente. El hombre frunció el ceño, tomó un sorbo desu whisky, pero no la miró. Irene colocó una mano en el periódico frente a su cara.
— ¿Señor Moran?
Levantó la vista y uno ojos fríos brillan de ira.
— Creí haber dejado en claro que la última vez que nos vimos no me encuentro con otra persona que no sea por cita.
— Tenía que verle de inmediato. Es urgente.
— Habla con mi hija.
— Es un asunto delicado, señor Moran. Pensé que era mejor ir directamente a usted.
Moran levantó sus cejas.
— Te lo aseguro, puedes confiar en Fiona con cualquier preocupación que puedas tener.
Irene tenía que forzar el impulso ligeramente histérico de reír.
— Lo sé —continuó seriamente—. Pero, si va a actuar de esta forma, no tenemos mucho tiempo, y yo... ¡Oh, demonios señor, mire esto! —Irene sacó su teléfono de su bolsillo y le muestra la foto que sacó fuera del apartamento de Watson. John y Sherlock están de pie en la ventana, con la cabeza inclinada,aparentemente platicando. Sherlock está usando su viejo abrigo y el cabello volvió a su color natural. Moran no jadeó audiblemente, pero Irene puede ver sus labios dividirse.
— ¿Lo ve? —Ella le dijo— Sherlock Holmes está vivo.
Hay una pausa larga mientras Moran mira la foto. Cuando miró a Irene, sus ojos se en tornan en ranuras.
— Si esto es un engaño...
— No lo es —aseguro Irene,y se deja caer en el taburete frente a él,inclinándose con vehemencia—. Los escuché a escondidas. Holmes planea huir, se irá en unas horas. No tenemos mucho tiempo si queremos atraparlos.
Moran levantó una ceja hacia ella.
— ¿Nosotros? ¿Te refieres a mí y a ti?
Irene se mordió el labio, y luego lentamente se sienta en la silla de enfrente.
— Por lo que Watson y Holmes decían, no somos las únicas personas que conocen la supervivencia de Holmes. Alguien le ha estado ocultando deliberadamente.
Los ojos de Moran parpadea ante esto. Irene respiró aliviada, tenía razón cuando adivinó que el hombre es paranoico, que desconfía de casi todos. Ahora si ella puede aprovechar su ventaja.
— ¿Qué dijo Holmes exactamente? —Moran cuestiona en voz áspera y baja.
— Dijo que estaría en contacto con su gente. Watson preguntó quién era y Holmes simplemente dijo que era alguien muy cercano a usted.
Moran respiró profundamente, sus fosas nasales se disparan levemente.
— Si me estás mintiendo...
— Puede cuestionárselo usted mismo —Irene dice—, todavía estará en el piso si nos damos prisa.
Irene se encuentra con los ojos de Moran, obligando a su propia mirada a no vacilar. No pida a sus guardias. No llame a su hija. No puede confiar en su propia gente, Señor Moran, pero puede confiar en mí. Hay un largo silencio mientras Moran la mira fijamente; luego,abruptamente, asiente y se levanta de la silla.
— Llévame a él.
***
El viaje en taxi es tenso. Moran en su asiento fruncía el ceño e Irene intentaba mantenerse lo más tranquila posible. No ha habido ninguna oportunidad de enviar un mensaje de texto a Sherlock y hacerle saber que iban en camino. Ella solo va a tener que orar para que los niños estuviesen listos.
En la acera, fuera del apartamento de John, Moran e Irene miran hacia la ventana donde está Sherlock. Su perfil distintivo es claramente visible desde la calle. Moran lo mira por un largo momento, antes de que Sherlock se aleje dela ventana y quedará fuera de su línea de visión.
— Le mostraré el camino hasta el piso —Irene dijo y su corazón latió incómodamente.
Moran le da una mirada pensativa.
— ¿Lo harás?
Ella coloca una mano en su brazo, justo encima del codo, agarrándose un poco fuerte para que se interprete como un gesto amistoso. Ambos cruzan el camino juntos e Irene se dirige hacia los escalones que conducen al apartamento de John.Moran la detiene, tirando de ella hacia la siguiente casa.
— Señor —dijo Irene—. Ese no es el edificio correcto.
La boca de Moran se curva en una esquina como una parodia de una sonrisa.
— He descubierto, señorita Adler, que al entrar en una situación desconocida es mejor no comportarse de manera predecible. Holmes esperará que cualquier intruso suba las escaleras. Lo mejor es no permitir que se preparen para eso,¿no es así? En cualquier caso... —él tira de Irene un poco más cerca y murmura en su oído—.Todavía no puedo descartar la posibilidad de que me esté llevando a una trampa.
Irene se obliga a no temblar.
— Claro que no...
— Espero que no, por su bien —Moran dice y la empuja hacia adelante. Suben los escalones hacia la casa contigua. Moran sacó un delgado artilugio de metal y escoge la cerradura con práctica facilidad—. Quédate cerca de mí —dijo al poco tiempo de entrar.
El apartamento de John está en el tercer piso, recordó Irene. Ambos suben los tres tramos de escaleras y se detienen frente a la puerta que Irene sabe que debe estar junto a la de John. Moran golpea la puerta. Una mujer joven con un chándal y una sudadera abre la puerta. Ella frunce el ceño a Moran e Irene.
— ¿Puedo ayudarles?
— Espero que sí —dijo Moran. Los ojos de la mujer se ensanchan cuando ve el arma en su mano. Ella se mueve para cerrar la puerta, pero Moran ha metido su pie dentro. Sin miramientos levanta el arma y la golpea con fuerza en la cabeza. Ella se quedó estática en el piso. — Venga—. Moran pisa el cuerpo de la mujer inconsciente y, tomando un respiro, Irene lo sigue al apartamento. Moran entra a la sala de estar y abre de un tirón la ventana delantera. Mira hacia afuera y hacia la ventana de Watson, y luego hacia la calle debajo de ellos.
— ¿Cómo se siente para escalar, señorita Adler?
— No soy gran fan —Irene dice, honestamente.
— Lástima —Moran continuó—. Porque no puedo dejarte fuera de mi vista. Ven aquí.
Irene lo sigue aturdidamente a la ventana. Él la acerca a su lado, empujándola para que ella se asome por la ventana. Irene traga y trata de no pensar en la caída debajo de ella.
— ¿Ves eso allí? —Moran señaló hacia arriba en el dintel de la ventana del piso debajo de ellos. Irene asintió—. Vas a pisar eso. Luego vas a pasar al que está fuera del apartamento de Watson. Vas a mantener la cabeza baja, y vas a esperar por mí. ¿Entiendes?
Irene asintió. Aferrándose al alféizar de la ventana, se baja al dintel de abajo. Gracias a Dios, se sostuvo. Intentando no pensar en lo que sucedería si pierde el equilibrio, saltó hacia la repisa debajo de la ventana de John. Por un breve y horrible momento, pareció que no pudo sostenerse en el alféizar dela ventana encima de ella pero, con las uñas arañando la superficie áspera, selas arregló. Se agachó y esperó a que Moran subiera.
— Buena chica —dijo Moran mientras llegaba a su lado. Con cuidado, se pone de pie, mirando hacia la ventana de John. Él saco su arma de su bolsillo e Irene puede ver a Sherlock parado junto a la puerta, evidentemente esperando que Moran la atraviese.
Está de espaldas a la ventana, él es el objetivo perfecto y Moran apuntó su pistola. Oh diablos. Irene pensó, y antes de que Moran pudiera disparar, golpeó violentamente la ventana. Sherlock se da la vuelta, y la pistola de Moran se dispara, rompiendo el vidrio frente a ellos. Los ojos de Irene se cerraron reflexivamente y sus oídos le zumbaron. Cuando levantó la vista, la cara de Moran está a centímetros de la de ella, con las pupilas dilatadas y furiosas. Levantó la mano de la pistola y la bajo con fuerza sobre su cabeza, dejándola de lado. El dolor explotó en la cabeza de Irene, pero se aferró con fuerza al alféizar de la ventana sobre ella. No importaba cuánto doliera, no podía dejarlo ir. Si ella cae, todo habrá terminado.
Vagamente, Irene se da cuenta de que Moran cayó a su lado, se levanta y se trepa por la ventana destrozada. Parpadeando brillantes chispas de dolor, Irene se endereza y con los brazos temblorosos, se arrastra por la ventana detrás de él.
Lo primero que ve es a John, parado en el medio de la habitación, con la pistola levantada. El hombro de John ha sido claramente herido por el vidrio de la ventana, haciendo caso omiso de la sangre que se filtra en su camisa. Él está mirando directamente hacia él, y cuando Irene se da vuelta para ver lo que está mirando, su corazón se hunde. Moran sostiene a un Sherlock ensangrentado frente a él, con una mano alrededor de su garganta y un arma presionada contra su sien.
— Pensaste que podrías tender una trampa para mí, ¿verdad, Holmes? —Moran le dijo a Sherlock al oído—. Parece que no eres un chico tan inteligente después de todo. Oh, realmente voy a disfrutar de cortar tu garganta.
— John —dijo Sherlock con urgencia, mirando a su amigo.
John negó con la cabeza.
— No puedo tener una oportunidad clara.
— He estado esperando esto por un largo tiempo —continuó Moran—. Después delo que le hiciste a mi compañero...
— ¡John! —repitió Sherlock.
— ¡Te mataré! —John dijo sin poder hacer nada.
— ¡Hazlo! —Sherlock insistió.
Hay un silencio mientras Moran mira exultante a Sherlock. Sherlock y John ambos congelados se miran fijamente, pero a la vez mira a Irene. Ella miraba alrededor de la habitación hasta recoger lo primero que pudo encontrar, un reloj de vidrio, claramente derribado de la mesa cercana en la lucha. Ella apuntó y lo lanzó, tan fuerte como puede en la parte posterior de la cabeza deMoran. Irene ve que el cuerpo de Sherlock se pone rígido, y por un momento cree que golpeó al hombre equivocado. Entonces, Moran se balancea y cae con un estruendoso golpe al suelo detrás de él. Hay un silencio después de que Moran golpea el suelo, en el cual todos lo miran fijamente. Entonces Sherlock mira a Irene, parpadeando.
— Buen tiro.
— ¿Estás herido? —John cruzó la habitación para examinar la garganta de Sherlock y el corte en su mejilla.
Sherlock asintió.
— Estoy bien, ¿Irene?
Irene obligó a sus piernas entumecidas a caminar hacia él.
— Un golpecito en la cabeza, pero estoy bien.
Miran hacia abajo al cuerpo a sus pies.
— ¿Está muerto? —Sherlock preguntó.
John se pone de pie al lado de Moran, sintiendo el pulso del hombre. Sus labios se tensan.
— No.
Sherlock se agacha junto a su amigo.
— Dame el arma, John.
John se da vuelta para mirar a Sherlock, luciendo repentinamente algo mareado.
— Está inconsciente —dijo—, desarmado. No podemos...
— Tu arma, John.
John parpadeó varias veces pero no se resiste mientras Sherlock le quita la pistola de la mano. Sherlock revisó el arma quitando el seguro y presionándole contra la cabeza de Moran. Hace una pausa por un momento, sus ojos brillan extrañamente mientras mira al hombre postrado. Luego traga, respira y...
— Espera —interrumpió Irene.
Sherlock mira hacia arriba.
— Comenzaste este juego fingiendo tu propia muerte. Me ayudaste a fingir el mío. Si le pidieras ayuda a tu hermano, estoy seguro de que podría hacer desaparecer a Moran. No tenemos que hacerlo de esta manera.
Sherlock la mira sin comprender durante un largo momento, antes de relajarse un poco, exhalando. Él se vuelve hacia John.
— ¿Qué piensas?
John miró a Irene por un momento, entre cerrando los ojos. De repente, él asintió.
— Vale la pena intentarlo.
— Muy bien —Sherlock aleja el arma de la cabeza de Moran, parado torpemente.Saca un teléfono de su bolsillo y se lo lanza a Irene—. Llama a mi hermano.John, tú y yo tenemos mucho que arreglar. ¿Dónde está tu computadora portátil?
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