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El Amor es un Juego Perdido

Los hombres de Mycroft llegaron rápidamente, quitando el cuerpo de Moran, que todavía respira, en una bolsa para cadáveres. Sherlock los miraba trabajar pero no realizó ningún comentario. Hizo que John tomará las fotos del hombre inconsciente desde varios ángulos, removiendo el anillo de bodas, el arma y la billetera ensangrentada.

— Última oportunidad para cambiar de opinión —dijo Irene.

Los hombros de Sherlock se tensaron.

— Sí —dice estando de acuerdo.

Luego recogió la computadora portátil de John y comenzó a cargar las fotos que tomaron.

Irene se dejó caer en el sofá junto a él, exhausta. Sus ojos parecen cerrarse por su propia cuenta.

— No te vayas a dormir —dijo Sherlock cortante— John. Debes examinarla. Tiene una lesión en la cabeza.

John salió del dormitorio donde se había cambiado de camisa.

— Por supuesto. Ven conmigo.
Irene siguió a John a su habitación. Hizo un gesto hacia una silla y sacó su botiquín médico. Él examinó la herida que estaba medio oculta por la línea del cabello y la limpió cuidadosamente. Luego brilla una luz en sus ojos e inclinó su cabeza cuidadosamente.

— ¿Alguna nausea?

— No.

— ¿Algún zumbido en los oídos? ¿Te sientes confundida?

— No.

— ¿Pero estás cansada?

Irene le sonrió.

— He pasado los últimos días corriendo por Londres, irrumpiendo en guaridas secretas de delincuentes y teniendo diferencias con psicópatas.
John no le devolvió la sonrisa.

— Bueno, no creo que haya ninguna razón para que te preocupes. Vas a tener un moretón, bastante desagradable, y probablemente deberían vigilarte esta noche, pero de lo contrario...

— ¿Tomar dos aspirinas y volver a llamarte por la mañana? —Irene se burló.

— Eso es todo —John dijo fríamente, volviendo a enderezarse y guardando su equipo.

— Todo está bien en el mundo, entonces...

John cerró su caja médica con un chasquido.

— ¿Por qué le dijiste a Sherlock que perdonará a Moran?

Ah. Irene pensó. Ella había imaginado que John todavía estaba enojado con ella por el engaño, pero parece que estaba equivocada.

— Crees que todavía podría estar a su lado.

— Si pensara eso, estarías en esa bolsa con é —dijo John.

Irene levantó sus cejas.

— ¿Es eso una amenaza?

John se encogió de hombros.

— Si así te gusta.

— Eres muy protector con un hombre con el que aparentemente estás tan furioso.

John se cruzó de brazos.

— Tengo mis razones para querer cuidarlo. En este momento estoy interesado en ti.

Irene volvió alza sus cejas.

— Hicimos un trato, por supuesto. Él me ayudará a recuperar mi vida.

John miró hacia atrás, por la puerta de la sala de estar, donde supuestamente Sherlock aún estaba sentado, concentrado en su portátil.

— ¿Y esa es la única razón por la que estás aquí? ¿La única razón por la que lo estás ayudando?

— Bueno, eso y el sexo es bastante bueno —dijo con una sonrisa frágil.
John volvió la cabeza hacia atrás para mirarla tan rápido que cree que podría sufrir un latigazo cervical. Él la mira durante un largo momento, con los ojos recorriendo su rostro como si tratara de comprender cada detalle.

— ¿Por qué le dijiste que perdonará a Moran? —repitió.

Irene respiró profundamente y miró hacia otro lado. Es una buena pregunta, pienso Irene. Ciertamente no es la decisión más astuta que ha tomado en su vida. Se levantó y se alejó unos pocos pasos, examinando el tapiz.

— Tú y yo... —habló eventualmente—. Hemos matado antes. Nunca he tenido noches sin dormir.

— Yo tampoco —John dijo lentamente—. No más de eso, de todos modos.
Irene se dio la vuelta, recostándose contra la pared, para mirarle.

— Sherlock podría ser como nosotros. Sería aún mejor para desprenderse de sí mismo... la empatía no es algo natural en él. Pero eso no es lo que ha elegido ser, y eso es importante. ¿No es así?

John guardó silencio durante un largo momento, aparentemente sumido en sus pensamientos. Cuando Irene se desplazó, él extendió una mano, como advertencia, para evitar que se vaya.

— Es real entonces. Esto... algo entre ustedes. ¿Realmente te preocupas por él?

Hay muchas respuestas posibles a esa pregunta e Irene lucha con la necesidad de morder algo y expulsar un sarcasmo. Pero eso sería contraproducente.

Irene se obligó a mirarlo a los ojos.

— Sí —respondió— ¿Vas a estar satisfecho con eso o voy a recibir otro discurso de "si lo lastimas te mató"?
John le mira pensativo por un largo momento.

— La gente se lastima una a otra. Tú lo sabes. Yo lo sé —él hace una pausa—. No creo que lo haga. Es por eso que debemos tener cuidado.

— Ya he dicho que no tengo la intención de lastimarlo —Irene chasquea.

John le da una extraña mirada de consideración.

— Sí, tal vez no —dijo él.
Abruptamente, John desplego sus brazos, enderezó sus hombros y le sonrió lo más naturalmente. — Vamos, señorita Adler. Hemos estado aquí el tiempo suficiente. Nuestro público nos espera.

Él abrió la puerta de su habitación y ambos regresan a la sala de estar.

***
Irene se encontró con Fiona en un banco fuera del Museo de Historia Natural.

— Pensé que podríamos ir al café —dijo Fiona,mirando hacia arriba a las hojas de los árboles sobre ellos—. Pero es un día tan hermoso, ¿por qué perderlo?

Irene saca la carpeta con las fotos del cuerpo de Moran, el informe policial fraudulento y el certificado de defunción, y la pequeña bolsa que contiene las pertenencias ensangrentadas de Moran.

— Ya está hecho. Está muerto.
Fiona hojeo las fotos que Sherlock había pasado toda la mañana editando cuidadosamente con aparente desinterés, con cara inexpresiva. Irene intentó con todas sus fuerzas no mirar como si estuviera conteniendo la respiración.Finalmente, Fiona asintió a la distancia.

— Supongo que querrás esto —sacó una carpeta de su bolso y se la dio a Irene.Irene echó un rápido vistazo al interior, captando atisbos de nombres familiares y lo que parecen informes detallados—. Espero que su gente esté preparada para actuar rápidamente, señorita Adler. No será un buen augurio para usted si no lo hacen.

— Oh, lo harán.

Irene se puso de pie. Fiona la mira sombreándose los ojos ante un repentino estallido de sol primaveral asomando desde detrás de una nube.

— Bueno, adiós, señorita Adler. He disfrutado trabajar con usted.

— Igual que yo —dijo Irene con sinceridad—. Le deseo la mejor de las suerte esquivando las fuerzas de la justicia.

— No necesitaré suerte —Fiona le sonríe, antes de pararse—. Te veré por aquí, Irene.

Irene miró a Fiona alejarse, abrazando la carpeta en su pecho. Esperemos que no.

***
Ellos se ocultaban en el piso de John, esperando noticias de Mycroft. John estaba desplomado en el sillón, con su arma sobre la mesa a su lado. Sherlock estaba junto a la ventana, aparentemente demasiado nervioso como para molestarse con su computadora portátil. Irene encontró una botella de vino en la cocina, y vierte cantidades generosas en tres vasos. Su móvil suena. Ella lo recoge de inmediato.

— ¿Señor Holmes? —ella pudo sentir en lugar de ver a los dos hombres volverse hacia ella.

— Pensé que debía estar informada —dijo Mycroft—. La operación se ha llevado acabo con éxito. Tus pequeños amigos no te molestarán más.

Irene dejó escapar un suspiro, miró a Sherlock y asintió.

— Gracias —es todo lo que dijo, antes de colgar—. Bueno chicos —dice volviéndose para mirar la habitación llena de tensión— Parece que lo hicimos.

Después de varios bocados y la mayor parte del suministro de alcohol de John,la atmósfera en el feo apartamento de John se había relajado. En particular,John se había relajado bastante, reclinándose en su sillón con su vaso de whisky y riéndose para sí mismo.

— ¿Que es tan gracioso? —Sherlock preguntó mientras levantaba las cejas.

— Ella. Moran—John arrojó un brazo con bastante más entusiasmo que juicio en dirección a Irene—, por la forma en que ella lo noqueó. Te das cuenta de que ella literalmente lo noqueo.

Irene se sorprendió con un bufido de diversión.

— Sí. Lo hice.

— Dios mío —dijo Sherlock—. Y ahora los juegos de palabras han comenzado — dice sonriéndole a John y es recompensado con un inconfundiblemente y cariñoso volteo de ojos.

Cuando Sherlock miró a Irene, hubo una suavidad en sus ojos que no ha visto antes. El vino ha enjuagado débilmente sus mejillas y hay una leve sonrisa en sus labios. De repente, Irene deseo estar a solas. Un Sherlock sonriente, achispado y feliz es una novedad que Irene podría pasar un tiempo explorando.Ella se movió un poco, dejando que sus pies descansen contra su ángulo,arrastrando lentamente su pie por la parte posterior de su pantorrilla. La expresión en sus ojos se profundiza un poco, e Irene siente un agradable escalofrío de anticipación.

— Vaya —John se tambalea hacia adelante de repente, sacando algo de su bolsillo—. Alguien me está llamando. ¡Ahhhh, es Lestrade!

— ¿Qué es lo que quiere? —Sherlock preguntó con impaciencia, sin apartar los ojos de Irene.

— Él dice: ¿Qué demonios está pasando? Tengo cientos de arrestos que procesar de una absolutamente sangrienta nada,¿qué has estado haciendo con mi ciudad y es cierto que ese cabrón bastardo y desgarbado está vivo?

— Siento pena por Scotland Yard —dijo Irene—. Siempre parecen ser los últimos en saberlo.

Sherlock le sonríe. El teléfono de John vuelve a sonar.

Dile a ese mentiroso detective consultor que si no viene aquí y da una declaración lo estaré arrestando por obstrucción a la justicia. Lo digo en serio.

— Iré mañana —Sherlock dijo despectivamente.

La cara de John se pone rígida y, mientras se guarda el teléfono en el bolsillo, parece mucho más sobrio.

— El hombre pensó que estabas muerto —dijo.

Sherlock rodó sus ojos.

— Estoy seguro de que estaba desconsolado.

— En realidad, sí. Arriesgó su trabajo por ti, sabes —Sherlock miró a John,obviamente observando los hombros repentinamente tensos y su creciente ceño fruncido.

— De acuerdo —dijo y se puso de pie—. Te veré más tarde, Irene. Aparentemente tengo que ir y flagelarme frente a todos mis asociados, porque salvarles la vida no fue suficiente.

— Bueno, si lo que quieren son unos cuantos latigazos, soy más bien un especialista —Irene señaló.
Sherlock sonrió.

—Todavía estás muerta, desafortunadamente. Por mucho que esté seguro el mundo apreciaría a un zombi dominatrix...

— Ahora no es el momento —Irene termina por él—. Bueno, no tardes mucho. Te estaré esperando —Irene dejó sugerir lo suficiente en su tono para que Sherlock sonriera y mirará hacia arriba, En ello ve las cejas levantadas de John y en realidad se pone de un color rosado. John se aclaró la garganta.

— Está bien entonces. ¿Nos vamos?

***
Sola en el piso con un juego de botellas vacías, Irene rápidamente se encuentra aburriéndose. Es un pequeño lugar excepcionalmente deprimente, los muebles de color beige se desvanecen en las paredes blanquecinas. Irene encendió la televisión y trata de entretenerse por un momento al especular sobre cuáles delos actores de Eastenders están teniendo relaciones entre ellos, antes de concluir que, en general, llevan vidas personales menos interesantes que sus personajes.

¿Así sería la vida? Se encuentra preguntándose si Sherlock y John tendrán aventuras, mientras yo...

La línea de sus pensamientos es bastante deprimente, e Irene decide dejarla de lado, por el momento, y salir a caminar. Irene pensó que sería buena idea completar el suministro de alcohol de John con algo de mejor calidad. Siempre existía el peligro de que Sherlock se haya vuelto completamente sobrio para cuando llegará a casa, lo cual, en opinión de Irene, sería una lástima. Convenientemente, el Dr. Watson dejó su billetera en el mostrador de la cocina.Todavía está soleado afuera, aunque con un fuerte viento que hace que Irene se cierre el abrigo. Hay una licorería no muy lejos, e Irene recoge un par de botellas y algunos chocolates.

Cuando sale de la tienda, se da cuenta de un par de hombres apoyados ociosamente contra la pared opuesta. Cuando Irene comenzó a caminar otra vez, se retiran dela pared y casualmente empiezan a caminar detrás de ella.

Oh querido, Irene pensó y aceleró el paso. Ella ubica su teléfono en su bolsillo y comienza a textear cuidadosamente un mensaje para Sherlock. La calle delante de ella desafortunadamente está vacía y muy silenciosa. Ella dobla la esquina de la calle de John, y otro hombre sale delante de ella, alto, pesado, con una sonrisa sombría en su rostro. No es alguien que Irene reconozca de la red de Moran, pero eso no significa que no sea uno de ellos.

— Irene Adler —llamó—. Hemos estado queriendo hablar contigo.
Irene se da cuenta que hay un cuchillo en su mano.

— Estoy feliz de poder hablar —dijo mientras busca subrepticiamente en su bolso su revólver—, si solo guardas ese cuchillo...

El hombre gruñó y se adelantó agarrando su bolso y sacándolo de su hombro.Irene dejó caer la bolsa que tiene en la mano y oye como el vidrio se rompe yel líquido carmesí inunda el pavimento.

— Vamos —gruñó el hombre, apoyándola en la entrada de un callejón.

— No lo creo —Irene forcejea y se las arregla para soltarse, empujándolo y casi chocando con uno de los hombres que la estaba siguiendo. Él la empuja hacia atrás y se cierne sobre ella.

— Bueno, bueno —le dice al oído— ¿Qué tenemos aquí entonces...?
Se produce un repentino y fuerte golpe los oídos de ella resuenan momentáneamente. Una bella mujer de cabello castaño con un traje de pantalón bellamente cortado apareció a la entrada del callejón con una pistola en la mano.

— Ahora caballeros —dijo la mujer con frialdad—. Es hora de ponerse en marcha, ¿no creen?

Los hombres no necesitan escucharla dos veces, se alejaron de la oscuridad del callejón sin mirar atrás. La mujer vuelve su mirada, apreciativamente, hacia Irene.

—El señor Holmes quiere hablar contigo.

***
La mujer acomoda a Irene en un coche negro que luce ser caro, y luego procede a ignorarla durante el resto del viaje, aparentemente inmerso en su blackberry.Irene conoce a la asistente personal de Mycroft Holmes por su reputación y decide no perder el tiempo tratando de hablar con ella.
Irene necesito un poco de espacio para respirar, su corazón todavía palpita incómodo. Ella sacó su teléfono con el mensaje que había estado a punto de enviar a Sherlock y lo consideró un momento, luego lo borró. Ella está a salvo ahora, después de todo. La asistente de Mycroft la lleva a un bloque de pisos abandonado, aparentemente marcado para demolición. Irene siguió a la mujer auna habitación oscura, iluminada solo por el brillo azulado que emana de un banco de pantallas de televisión que muestran escenas diferentes. Mycroft Holmes está de pie, apoyado en su paraguas, frente a uno de los paneles de control y hablando con el hombre que maneja los botones.

— Señor Holmes.

Mycroft se vuelve para mirarla, parpadeando distraídamente, como gratamente sorprendido de verla allí. Irene no se deja engañar ni remotamente.

— Ah, señorita Adler. ¿Confío en que esto no es lo peor en sus aventuras?

— ¿Eran los hombres de Moran? —Irene preguntó molesta. Ella no está de humor para jugar juegos.
Mycroft suspiró, cambiando su peso en el mango de su paraguas.

— Mercenarios, creo. Señorita Adler, me temo que se encuentra en una posición bastante delicada. Parece que su afiliación con los Moran le proporcionó cierta medida de protección contra aquellos que habrían tratado de dañarla. Desafortunadamente usted todavía tiene un precio significativo a su cabeza, y con la presencia bastante formidable de los Moran en la escena del crimen de Londres, se extingue a todos los jornaleros asesinos de Gran Bretaña que repentinamente están ansiosos por conocerle.

Por supuesto, ella pensó. Ella era una tonta por no haber considerado eso.

— Sherlock me prometió cuando comenzamos esto que podrías ofrecerme protección—Mycroft no dijo nada, simplemente continúa mirando hacia abajo en la punta del paraguas en el que está apoyado—. Bueno, ¿puedes?

— Puedo —respondió Mycroft—. Dentro de ciertos límites.

— Sherlock no mencionó límites.
Mycroft sonrió débilmente.

— Raramente lo hace. Es un tema de debate si se da cuenta de que tales cosas existen.

Irene cruzó sus brazos fuertemente contra su pecho.

— ¿Vas a ayudarme o tengo que encontrar mi propia protección?
Mycroft inclinó su cabeza, considerándolo.

— Puedo ofrecerle una casa segura —dijo—. Mis agentes la vigilarán de cerca, monitorearán quién va y viene. Puede regresar a su antigua profesión siempre que comprendan que todos los clientes son muy investigados por mi gente. Me temo que será una existencia más bien restrictiva.

— Me estás diciendo que no podré salir.

— Las excursiones tendrán que planificarse y debatirse con antelación. De lo contrario, no puedo garantizar tu seguridad.

Irene tragó en seco.

— Y esta casa segura será...

— En cualquier lugar de Londres, donde quieras, con una excepción —Mycroft se vuelve para mirar su ojos verde tan fría y plana como las piedras en el lecho de un río—. No puedo permitir que te instales en Baker Street.

Hay un silencio.

— ¿Desaprueba mi... asociación con su hermano?

Mycroft levantó sus cejas una fracción, sin duda, respondiendo a la menos que hábil evasión de Irene de la palabra 'relación'.

— Claro que sí. Pero esa no es la razón por la que no puedo permitir que viva en Baker Street.

— ¿No?

— Mi hermano vive una vida peligrosa, como lo han ilustrado los acontecimientos recientes. No puedo contar a la mitad de los asesinos en el hemisferio occidental que llegan a su puerta, especialmente cuando encuentra formas y deeludir todas las medidas de seguridad que pongo en su lugar para su protección.

— Tu protección es reconfortante —Irene dice secamente—¸y sin embargo, no has venido a ver a tu hermano en absoluto, Scotland Yard parece más interesado en su regreso a la vida que tú.

Mycroft le sonríe, incongruentemente, como si le hubiera hecho un cumplido.

— ¡Oh, pero lo he visto! Daniel vuelve a angular la cámara 1034582, ¿quieres?

El hombre del panel de control mueve un botón, e Irene observa cómo una nueva escena cambia en una de las pequeñas pantallas de televisión. Un hombre con un abrigo largo está parado fuera de lo que ahora Irene reconoce como la entrada a Scotland Yard, hablando intensamente con un hombre de pelo gris y traje. Sin Detenerse en su conversación ni girar la cabeza, Sherlock se desplaza para mostrar dos dedos en la cámara de seguridad que está enfocada en su espalda. Irene sonríe.

—Como pueden ver, nuestra relación es completamente normal —Mycroft dice secamente.

— Y me quieres fuera de su vida —Irene dijo en voz baja, volviéndose para mirarlo—.Esto no se trata solo de seguridad, ¿verdad?

Mycroft le mira por un largo momento.

— Mi hermano rara vez crea vínculos emocionales. Cuando lo hace, tienden a ser obsesivos y duraderos. Solo hay que examinar su afecto por el doctor Watson, o su dedicación a esa casera suya para saberlo. Si hubiera podido evitar que se formará un vínculo contigo, ciertamente lo habría hecho. Tal como están las cosas, no soy lo suficientemente arrogante como para creer que puedo deshacerlo que he hecho. Solo puedo tratar de contener el daño.

Mycroft inclinó su cabeza hacia ella, sus ojos brillan oscuramente.

— Imaginase a usted misma, si quiere, viviendo en Baker Street. Tus movimientos serán restringidos, pero los de mi hermano no lo son. Usted lo mirará mientras se va para resolver crímenes y se quedará en casa, aburrida. Quizás pueda entretener a los clientes, en un lugar humilde, en el sótano. ¿Estará satisfecha intelectualmente? ¿Qué satisface las necesidades de tu ambicioso corazón? Imagine que deja su jaula dorada en Baker Street, tal vez envuelta en la emoción de uno de los casos de Sherlock o de alguna intriga privada. Supongo que solo sería cuestión de tiempo antes de que uno o ambos decidieran desafiar mi seguridad. Imagine que es encontrada y asesinada por uno de los muchos asesinos que tiene detrás de usted. ¿Cómo crees que mi hermano reaccionaría ante eso? Nunca lo ha visto afligirse, señorita Adler, pero déjame asegurarte que no lo toma bien.

Irene vuelve a tragar en seco mientras le mira.

— ¿Supongo que quieres ofrecerme una alternativa?

Mycroft de repente sonríe, por una vez en toda su cara haciendo que las comisuras de sus ojos se arruguen.

— Es muy astuta. Le dije una vez que deseaba tener mentes como la suya para la protección de nuestro país en lugar de contra él.

Irene parpadeó.

— ¿Quieres que trabaje para ti?

— Necesito a alguien en el extranjero —Mycroft continuó—. Alguien inteligente, valiente...no agobiado por los escrúpulos... Creo que podría ser una excelente candidata.Podría darle el desafío que desea, además de un salario muy generoso. Podría ofrecerle un nivel de seguridad itinerante que nunca logrará como un pato sentado en Londres.

— Y me quitarían de la vida de tu hermano.

— Temporalmente. Así que piénselo señorita Adler.

Irene lo mira por un largo momento, con la cara blanqueada a la luz azul de las pantallas de televisión.

— Lo haré.

***   
Irene pudo escuchar a John y Sherlock hablando y riéndose mientras subían las escaleras. Cuando finalmente entraron al apartamento surgió como una pequeña explosión de satisfacción, ambos riendo como un par de niños de escuela.

— Todavía no lo puedo creer... en realidad Lestrade trató de abrazarte... —John jadeó.

—Repugnante —la profunda barítona voz de Sherlock retumbó—. No puedo explicar el gusto de Donovan pero, puedo asegurarte que no tengo ningún deseo de terminar usando el desodorante de ese hombre.

Sherlock apareció en la sala de estar y sus ojos brillan cuando ve a Irene.

— Irene, no creerías... —dijo, y luego se detuvo, frunciendo el ceño—. Hay vino en tus medias.
Irene miró hacia abajo. Era cierto había una pequeña mancha que salpicó en la parte posterior de sus medias. Sherlock le sigue mirando, una tensión se forma en sus hombros—. Nos quedamos sin vino —continuó—. Así que saliste, compraste una botella. La dejaste. Usualmente no eres tan torpe. Y hueles a... —Sherlock de repente olió el aire— Residuo de pólvora. Fuiste atacada.

Las manos de Sherlock se han agrupado en puños. John miraba con los ojos muy abiertos y repentinamente muy serio, desde el pasillo.

— No hay de qué preocuparse —Irene responde fríamente—. Una de las personas de tu hermano me escoltó.

Los ojos de Sherlock buscan algo en rostro.

— ¿Y?

— ¿Y...?

— Algo más sucedió. Mycroft. ¿Qué te dijo?

Irene respiró profundamente.

— Me ofreció un trabajo.

Sherlock mostró sus dientes en lo que parece ser el comienzo de un gruñido.

— Espero que lo hayas rechazado.

Irene sintió una punzada de irritación.

— No, en realidad.

Los labios de Sherlock se tensaron, sus ojos se entrecierran cruelmente.

— Es un fanático del control. Sabes que en realidad no está interesado en ti. Solo quiere quitarme todo lo que es mío, como es de costumbre.

— Oh, no sabía que te pertenecía —Irene dijo.

— Eso no era lo que quería decir —continuó Sherlock—. Sabes que solo te quiere por cómo me afectará. Es su venganza por mantenerlo a oscuras todo este tiempo. Él es un...

— ¿Se te ocurre a ti —interrumpió Irene— que tengo mis propios talentos, que realmente podría ser útil para él? ¿Qué esperas de mí, que me quede aquí esperando mientras juegas tus juegos con Scotland Yard? Que me pase el resto de mi vida sentada aburrida para que puedas anotar un punto en contra de tu hermano.

— Él te sostendrá sobre mí todo el tiempo, enviándote al peligro...

— ¡Porque nunca estoy en peligro cuando estoy contigo! —Exclamó— Exactamente, ¿cuántas veces esta semana nos han matado a los dos?

Sherlock se estremeció como si lo hubieran abofeteado.

— Sé que he sido imprudente —dijo—. Me disculpé por eso. Pero créeme, Mycroft no tendrá interés en tu supervivencia. Serías un peón para él, una forma de controlarme.

— ¿Podría? —Irene cuestionó— ¿De verdad crees que me dejaría usar así?

— No entiendes... —Sherlock dijo en voz baja— Te enviará lejos.

Y luego, de repente, Sherlock se movió, giro junto con su enorme abrigo y salió del apartamento. Irene se fue detrás de él, pero John pone una mano en su brazo y observó sus amables ojos llenos de simpatía completamente indeseada.

— Es mejor darle algo de tiempo —John le dijo.

Irene quito la mano de su el brazo. Las paredes blanquecinas del apartamento parecen cerrarse sobre ella.

— Quiero un poco de aire...

John parece incómodo.

— Por lo que dijiste, no es exactamente seguro para ti salir.

Irene le mira y John se mordió el labio.

— Hay un tipo jardín en la azotea, en la parte superior del edificio —mencionó—. No voy demasiado allá, pero podría ser más seguro para ti, supongo.
Irene asintió con la cabeza y lo empujó.

***
Algo así, pensó Irene, es la palabra clave para el jardín de la terraza. Unos geranios que parecen marchitos en macetas y un banco bastante sucio son la suma de eso. Aun así es bueno estar afuera en el aire libre, y ver el laberinto de calles de Londres debajo de ella, el zumbido del tráfico y la conversación distante. Irene se sentó un rato, sintiendo el intermitente sol de primavera en su rostro. Ahora que su irritación con Sherlock se está desvaneciendo, no puede evitar sentirse desconsolada. Ella no quiere irse de Londres. Ella ciertamente no quiere dejarlo. Y todavía...

Después de aproximadamente media hora, oyó crujido detrás de ella. Irene no se dio la vuelta, pero reconoce las lentas y metódicas pisadas de Sherlock en el piso de grava. Él se detiene al lado de su asiento, con los brazos cruzados detrás de su espalda, la postura deliberadamente relajada.

— Una vista abismal —comentó— Apenas muestra lo mejor de Londres.

Irene le mira.

— Tendrá que hacer así por ahora.

La cara de Sherlock está aún más pálida que de costumbre, pero su mirada es constante mientras le observa.

— Deberías aceptar la oferta de Mycroft.

— ¿Debería?

— Es lo lógico por hacer. Él puede darte cosas que yo no puedo.

Irene guardó silencio, considerando aquello dicho.

— ¿Entonces, me estás dando tu bendición?

— No —respondió en breve Sherlock.

Hay un largo silencio mientras ambos miran el mar de tejados debajo de ellos

— Y entonces nuestra asociación ha llegado a su fin —habló Sherlock. Su expresión es muy fría, muy distante mientras contempla el derrame de calles y tejados que los rodean.

— ¿A su fin?

— Ciertamente, parece ser así.

Irene intentó controlar la puñalada de dolor que le atravesaba. Sherlock se movió levemente, inquieto y se acercó hacia el borde del techo. Hay una barandilla en el borde, en la que se apoya bastante, mirando hacia abajo. Se mantuvo apretándose en la barandilla, ya que Irene lo notó. Sus hombros bajo el abrigo, que lo ocultan, están sutilmente encorvados mientras se prepara para defenderse de un golpe. Irene se puso de pie.

— No ha cumplido sus promesas, señor Holmes —dijo.

Sherlock se vuelve para mirarla.

— ¿Oh? —Responde fríamente— ¿Y de qué manera particular te he fallado?

— ¿Recuerdas los términos de nuestro trato?

— Se suponía que debía ofrecerte protección —Sherlock dice apretando la mandíbula.

— Y lo has hecho —dijo Irene—, pero eso no es todo lo que ofreces. ¿No te acuerdas del resto? —Sherlock dudaba mirando un poco confundido—. Se suponía que íbamos a compartir nuestras cenas —continuó—. Compartir una cama. ¿Has olvidado la condición final?
Sherlock le mira sin comprender.

— Te he besado muchas veces.

— Esto es diferente —Irene dijo y da un paso hacia él—. Este es mi beso. Mi pago. Me lo debo, y ahora lo quiero.

Sherlock le mira con expresión insondable.

— Vas a hacer esto más difícil, de lo que ya es.

— No. En este momento eres tú quien hace eso.

Ella agarró las solapas de su abrigo, tirando de él hacia ella. Él se inclinó torpemente, a regañadientes, rozando sus labios con los de ella, pero Irene no le permitirá terminar con eso. Ella ahueca su cara en sus manos, acercándole de nuevo y presionando su boca contra la suya con dureza. Hay más sentimiento en el gesto que delicadeza, pero parece funcionar porque Sherlock deja escapar un suspiro, y su boca se abre levemente, y de repente hay una dulzura en el beso, una suavidad casi como una urgencia. Él se aferra a ella ahora, acercándola, con las manos en los costados reflejando el agarre en su abrigo. Irene gira su rostro ligeramente permitiéndole acceso a su garganta, para poder susurrarle al oído.

— Hagámoslo abajo.

Sherlock hace un ruido bajo en la parte posterior de su garganta ante esto, lo cual acuerda y su mano fue cerrándose alrededor de la muñeca de ella.

***
Cuando vuelven al apartamento, está vacío, y el siempre cauteloso Dr. Watson les ha dado claramente el lugar. Irene lo empujó hacia la habitación de invitados y Sherlock le mira, desorientado y un poco salvaje. Irene intenta alcanzarlo de nuevo, pero él la empuja hacia atrás.

— No —dijo—. Quiero verte.

Él la lleva al dormitorio y la besa de nuevo, esta vez con dolorosa lentitud, presionándola debajo de él en la cama. Cuando ella toma su cinturón, él la detiene, para desnudarla cuidadosamente, tomándose el tiempo para examinar cada centímetro de ella con sus dedos suaves y persistentes, y el suave roce de su boca.

Quiero verte, pensaba Irene, y no pudo evitar jadear cuando Sherlock acerca sus labios a su ombligo y moviéndose lentamente hacia abajo. No lo había hecho antes, pensó que Irene había tenido la intención de instruirlo sobre el tema pero no parece que necesite lecciones. Mientras le separa suavemente las piernas, ella trata de reprimir un gemido mientras su boca se mueve sobre ella, el aliento caliente contra sus muslos, y Sherlock levanta la vista, dándole una mirada irritada. Ah, ella pensó. Él no quiere que ella esconda lo que está sintiendo. Él quiere verla deshecha, desmoronándose. Bueno, ella puede darle eso, piensa inclinando su cabeza hacia atrás y cerrando los ojos, cediendo a las respiraciones jadeantes que están más cerca de ser sollozos.

Cuando termina, ella desnuda a Sherlock, quitándole las prendas con impaciencia, antes de presionar contra ella con un grito sofocado. Ella lo abraza mientras él se acomoda, deleitándose en el sonido frenético de su aliento en su oído.

***
Sherlock está muy quieto a su lado, mirando al techo.

— Volveré a Londres algunas veces —habló ella— Y tu viajarás. Podemos reunirnos, para cenar.
Sherlock inclinó su rostro muy levemente lejos de ella.

— No será suficiente — dijo con voz ronca.

— Lo sé —contestó Irene—. No creo que seamos el tipo de personas para quienes las cosas son suficientes.

Sherlock se da vuelta para mirarla por un momento antes de mirar hacia otro lado. Coloca una mano cuidadosamente sobre su muñeca, un peso suave, anclándola en su lugar. Se acuestan juntos así durante mucho tiempo.

***
Un automóvil, negro y reluciente, se detiene afuera de la puerta principal de John. Sherlock estaba de pie a su lado, con las manos en los bolsillos y la cara inmóvil, mirándola acercarse. Irene descubrió que no sabía qué decirle, inesperadamente consciente de los ojos del hermano de Sherlock, sin duda mirándolos desde el interior del automóvil. John Watson revoloteó torpemente en la puerta, con el ceño arrugado por la preocupación.

— Bueno —habló—. Ha sido un placer, señor Holmes.

— Igualmente señorita Adler —Sherlock dijo en voz baja.

Irene se da vuelta completamente para mirarle. Su rostro está quieto, pero hay una mirada de intención casi dolorida, sus ojos azul claro hacen que su corazón duela dolorosamente.

— Te veré muy pronto.

La boca de Sherlock se comprime por un momento, y él asiente brevemente.

— Eso espero.

Irene le alcanzó una mano, envolviendo sus dedos alrededor de su muñeca y apretando fuerte. Sherlock deja escapar un suspiro e inclinarse le da un abrazo incómodo.

— Adiós, Irene.

Dentro del automóvil, Mycroft espera con una expresión de esfinge y un conjunto de archivos, uno de los cuales le entrega a Irene.

— Ahora señorita Adler —Mycroft dijo—. Si está lista, me gustaría hablar sobre su primera misión. Permítame presentarle una pequeña operación que llamamos Proyecto Norton...

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