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Capítulo 01. / Tell me: Who will you run from?

Tell me — Who will you run from?

Noemí Higgins

En cuanto salí de mi universidad, una ráfaga de viento me hizo estremecer.

Debería haber traído una chaqueta.

La canadiense acostumbrada a la nieve, se queja del frío de uno de los países más cálidos y templados, eso sí es cómico.

Froté mis brazos intentando calentarme. De seguro pronto comenzaría a llover y yo no traía ni paraguas, ni ropa demasiado abrigada.

Hoy sin duda no es mi día.

Pues, era uno de esos días que suelo denominar como "down day", un día en el que las cosas no me resultan como quiero, donde no encontraba motivación o ánimos, en el que mis pensamientos me ahogan poco a poco y mis malos recuerdos no dejan mi mente.

Había tenido esa mala sensación desde que me levanté de la cama y no me la había podido quitar del cuerpo. Era como si tuviera el presentimiento y supiera que algo malo iba a pasar, solo que no sabía que.

No sé si debí haber tomado como señal el que me llegara el periodo por la mañana y manchara mis sábanas blancas y mi pijama favorito, él que mi profesor había rechazado todos mis bocetos publicitarios, aun cuando soy el mejor promedio de su clase, o que una chica escribiera "Noemí Higgins es una puta" en uno de los baños de la universidad.

¿De verdad creía que no reconocería su letra?, esa chica se sienta junto a mí en la clase de historia.

De todas formas, mi día ya estaba por terminar, solo debía llegar a casa y dormir con la esperanza de que mañana alguna cosa me resultara bien.

Saqué los audífonos de mi mochila, preparada para irme todo el camino a casa escuchando algo que mantuviera mi mente ocupada, pero un mensaje me interrumpió.

— Emi, se me hizo tarde en una reunión, ¿Podrías pasar por Nate? Tenía entrenamiento de fútbol. Gracias :)

Me reí un poco ante el intento de Marcus para pedir algo.

Él era el hermano de mi padre, y fue el único que se hizo cargo de mí cuando mi disfuncional familia se quebró. Vivía con él y mi primo pequeño, Nate, en un bonito edificio céntrico en la ciudad.

Si, pero deberás traer la cena—

Persuadí.

— Trato hecho.

Entonces, cambiando mis planes espontáneamente, emprendí mi camino para recoger a Nate en su primaria. Por alguna razón las frías calles de Madrid el día de hoy estaban particularmente vacías, eso me sorprendió, ya que era viernes y recién eran las 7 de la tarde. Supongo que era por la tormenta que se avecinaba. El invierno recién comenzaba y los pronósticos decían que hace años que no había tan bajas temperaturas.

Casi como si la llamara con mis pensamientos, unas débiles gotas de lluvia comenzaron a caer sobre mí. Apresuré un poco el paso con la esperanza de no quedar tan empapada, pero aún me quedaban un par de calles para llegar.

Entonces, al detenerme en una esquina, recordé aquel atajo que Marcus me había enseñado para llegar más rápido. Sin darle demasiadas vueltas al asunto, doble por esa calle, buscando la rapidez a mi destino.

Si creía que en el resto de calles había poca gente, esta, estaba realmente desierta. De no ser por aquel sujeto que caminaba detrás de mí, estaría completamente sola.

Miraba a todas partes y no veía a nadie más a mi alrededor, la calle estaba totalmente vacía excepto por él y yo. La paranoia no tardó en hacer efecto. Me intenté convencer de que eran solamente presentimientos míos, pero algo en aquel sujeto seguía resultándome incómodo.

¿Qué mierda estoy pensando?, ¿Desde cuándo me volví tan paranoica?.

Me quité los audífonos nada más para estar más atenta al camino y apresuré el paso con algo de temor a que mis sospechas fueran ciertas. Odiaba sentirme tan insegura cuando un hombre caminaba detrás de mí, en especial cuando iba sola.

Voltee a verlo nuevamente y pareció notar que lo miraba demasiado. Mi corazón se aceleró y el miedo que sentía me mantenía inquieta. Tomó su teléfono y murmuró algo inaudible para mí antes de aproximarse amenazantemente y sujetarme por el brazo con salvajismo, impidiendo que pudiera seguir caminando.

— Te tengo— lo escuché decir y mi cuerpo por completo se tensó.

—¡Suéltame! —grité intentando llamar la atención, pero era inútil, no había nadie que me ayudara. Tenía más fuerza que yo y me ganaba en altura. Aunque considerando que mido menos de un metro sesenta, eso cualquiera. Lo más rápido que pude le di un fuerte codazo logrando soltarme de su agarre y comencé a correr lo más veloz que mis piernas me lo permitían, pero para mi mala suerte, él también lo hizo.

Estaba aterrorizada, pero la adrenalina que sentía me impedía parar a pensar demasiado en ello. No tenía tiempo para voltear, la ahora densa lluvia golpeándome y el que algunos de los mechones de mi mojado cabello se cruzaran por mis ojos entorpeciendo mi visión me estaba impidiendo correr más fuerte. Mis piernas dolían y sentía que el corazón se me saldría del pecho en cualquier momento por lo acelerado que estaba. Mantenía mis ojos bien abiertos en el camino, mientras me decía a mí misma que por más cansada o asustada que estaba no podía parar o él me atraparía.

Pero, ¿A quién quería engañar? No tenía oportunidad. No podía seguir. Sentía pesadas las piernas y ya casi no podía respirar.

Desesperada comencé a gritar por ayuda, pero no veía a nadie cerca, estaba por mi cuenta, como siempre.

Fue en ese momento cuando un auto se atravesó en mi camino y tuve que parar abruptamente para no ser arrollada por este. Creí que esa podía ser mi salvación y pedir ayuda, pero cuando la puerta del auto se abrió y el hombre que venía detrás de mí, me sujetó por la cintura intentando subirme al auto, supe que no podía estar más jodida.

Con desesperación y aún sin rendirme, comencé a patalear, a golpearlo para que me bajara, pero por más que lo intentaba, mis esfuerzos parecían ser nulos. Mis gritos nadie los escuchaba y los golpes que le daba parecían no ser lo suficientemente fuertes como para lograr escabullirme de su agarre. Su mano fue a mi boca, acallando mis gritos mientras me sujetaba firmemente, lastimándome.

El conductor de aquel auto se bajó con algo oculto entre sus manos. Lo último que pude ver antes de que clavara la aguja en mi cuello fueron sus ojos color marrón y el ave tatuada en su cuello.

No podía quitar de mi mente que era mi culpa.

Quizás no debí quedarme en la universidad hasta tan tarde, quizás no debí haber caminado sola por esa calle.

Quizás estaba pagando mi karma por acostarme con él.

Mi vista se nubló y por más que intenté mantenerme consciente, aquel cansancio inexplicable me ganó y todo se oscureció.

El zumbido en mis oídos estaba presente y mi vista aún era borrosa. En la lejanía de la total oscuridad podía apreciar una pequeña, pero muy molesta luz que poco a poco me fue ayudando a despertar y a ponerme nuevamente alerta. No tenía idea de donde estaba y mucho menos cuánto tiempo había pasado desde que quedé inconsciente, pero para mí habían parecido pasar solo un par de segundos.

Estaba recostada en el sofá de lo que parecía ser un despacho, con ropa que claramente no me pertenecía, era una sudadera y un buzo que me quedaban notablemente más grandes, pero por lo menos estas prendas estaban secas y limpias.

Lentamente, aún algo mareada y con el peor dolor de cabeza que había tenido en mi vida, me levanté con cuidado. Miré toda la habitación en busca de alguna persona que me diera una explicación del porqué me encontraba aquí, pero estaba completamente sola en aquel extraño lugar.

No saco nada en desesperarme y comenzar a gritar por ayuda, Debo aprovechar la soledad del sitio para intentar escapar.

No había rastro de mis cosas, mucho menos de un teléfono, el cual poder usar para pedir ayuda. Este lugar no tenía ni una sola ventana, la única salida era la puerta. Fui directamente hacia la gran puerta de madera obscura, pero cuando intenté abrirla noté que esta estaba cerrada con seguro.

Debí suponer eso.

Algo desesperada por mis intentos fallidos por huir, comencé a analizar la habitación. No tenía ninguna fotografía o decoración muy llamativa, solamente un escritorio vacío, el sofá en el que desperté y un gran estante repleto de libros, puestos allí sin ningún orden específico. Lo que llamó mi atención es que estaban en inglés. Todo en la habitación era de colores oscuros y opacos, a excepción por un gran cuadro aparentemente pintado a mano de "la creación de Adán" que estaba a espaldas del asiento del escritorio, justo en frente de la puerta. De seguro está puesto estratégicamente allí para que quien entrase a la habitación fuera lo primero que viera.

Me aproximé a él, titubeante, pero con un triste recuerdo en mi interior. Era el mismo tatuaje que tenía en la zona de mi costilla derecha, las manos de la creación de adán. Me lo hice porque esa pintura me recordaba a ellos, la disfuncional familia que de un día a otro se destruyó. Esa era su pintura favorita.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo cuando lo comprendí.

— Nahim...—murmuré en un susurro casi inaudible.

El sonido de la puerta abriéndose a mis espaldas logró sobresaltarme. De inmediato me volteé, solo para confirmar mis sospechas.

Cuando creía que este día no podía ir peor, él apareció. Mis ojos no podían creer lo que veían. Estaba viendo a un puto fantasma.

Un nudo en mi estómago se hizo presente y mis manos comenzaron a temblar.

Era él, y estaba aquí, a un par de metros de mí.

¿Qué hacía aquí? ¿Qué lo había traído de vuelta a esta ciudad?, en especial después de tanto tiempo...

Amargos recuerdos llenaron mi mente cuando sus pupilas se fijaron en las mías.

Le entregué todo de mí. Incluso cuando no podía conmigo misma estuve para él. Recuerdo pasar noches enteras despierta porque él llegaba demasiado ebrio o drogado como para valerse por sí mismo. Cada vez que lo escuchaba llorar por las noches, me levantaba y me recostaba junto a él para consolarlo, algunas veces teniendo que cambiar la almohada porque la dejaba empapada de lágrimas. Lo intenté aconsejar cuando me enteré de que se estaba metiendo en cosas malas. Pero jamás escucha. Me desgasté a mí misma solo para que cuando yo lo necesitara por primera vez, me dejara sola.

Tenía rabia, tristeza, me sentía usada, sentía que había sido su juguete de consuelo, me hizo sentir desechable. Se supone que nos teníamos el uno al otro, pero en realidad él solamente pensaba en sí mismo y yo solo me tenía a mí. Me aguanté mi tristeza exclusivamente para cuidar de él. Fingí ser fuerte, fingí ser adulta siendo nada más una niña, fingí saber cuidar de mí misma. Entonces, cuando no pude más y exploté, él no hizo más que desaparecer y yo terminé destruyéndome a mí misma.

Pasé 4 años intentando superar todo el daño que me había hecho, tratando de olvidar cada uno de los mil recuerdos que tenía junto a él, recuerdos que me lastimaban. Y cuando al fin creía haberlo logrado, luego de que pasara tanto tiempo y que por fin logré sentirme bien, a él le había dado la gana aparecer.

—Hola Emi—murmuró con su ronca voz, robándome un escalofrío.

No había cambiado demasiado desde la última vez que lo vi. Su pálida piel, su oscuro cabello castaño, igual de largo y desordenado que siempre. Por poco había olvidado que sus ojos eran tan verdes como los míos, solo que los de él eran mucho más intimidantes y para la gran mayoría difíciles de contemplar. Estaba más alto y fornido, mientras que en sus carnosos y rosados labios se posaba una inexplicable sonrisa.

Me quedé parada intentando asimilarlo. Pensé que no volvería a verlo nunca y ahora estaba de pie frente a mí, fingiendo naturalidad, sonriéndome.

Separé los labios para responder, pero simplemente las palabras no fluían de mi boca. Noté como me examinaba de arriba abajo con su potente mirada mientras lentamente se aproximaba hacia mí sin borrar aquella sonrisa, logrando intimidarme. — Estás más alta— dijo con cierta nostalgia en su voz –y muy guap...

No lo dejé terminar de hablar por la fuerte bofetada que le di. Él rápidamente tocó su mejilla y apretó la mandíbula intentando aliviar el golpe que le había dado.

—Idiota.

¿Idiota? ¿4 años y no se me pudo ocurrir algo mejor?

Me lancé a él y comencé a darle golpes en el pecho, cachetadas, pero a él parecía no hacerle ni cosquillas.

Lo odio. Lo odio por dejarme sola, por hacerme sentir culpable, miserable, por no apoyarme cuando lo necesitaba. Me dejó cargar con todo a mi sola.

Lágrimas de rabia descendieron lentamente por mis mejillas, odiaba llorar por él, porque sabía que no valía la pena, siempre terminaba llorando en cada una de nuestras peleas, odio ser tan sensible.

Entonces me sujetó fuertemente por las muñecas deteniéndome. — Cálmate— ordenó, pero yo continué intentando librarme de su agarre para seguir golpeándolo. —¡Ya Noemí! —exclamó lanzándome fuertemente al sofá en el que estaba anteriormente, alejándome de él.

— Te dije que no era buena idea, Nahim— murmuró un chico desconocido que miraba la escena con cierta diversión, apoyado en el marco de la puerta. Ni siquiera hubiera notado su presencia aquí, de no ser porque habló.— La pobre niña está asustada—dijo con cierto sarcasmo en su tono de voz.

No pasaba de los 22 años. Era delgado, quizás hacía ejercicio, pero la sudadera holgada que traía no te dejaba saber mucho. Su cabello era castaño claro, casi rubio, sus ojos eran de color marrón y lucían expectantes a cada uno de mis movimientos, poniéndome algo incómoda. Tenía una mandíbula y nariz envidiables junto a sus carnosos labios. Sin duda era de los chicos que llamaban la atención en cuanto entraban en alguna habitación por lo intimidante de su apariencia. Fue entonces cuando no tarde en reconocer el ave tatuada en el cuello.

—¿Asustada? ¿De este idiota? — Pregunté con tono de burla limpiando mis lágrimas con el puño de la sudadera —sí, no lo creo— dije levantándome nuevamente del sofá.

—De seguro que la forma de tratar a las personas se la enseñaste tú —le dijo a Nahim riendo un poco mientras jugueteaba con los anillos de sus dedos, fue cuando note los tatuajes también en esa zona.

—¿Podemos hablar como gente civilizada? —pidió ignorando al que supongo, es su amigo. –no es necesario tanto drama— Me observó expectante, logrando que volviera a mirarlo con atención.

Solté una pequeña risa cínica—¿De verdad?, ¿Apareces como si nada después de años diciendo "hola", creyendo que tienes el puto derecho a secuestrarme y de pedir que hablemos? —cuestioné incrédula, alzando un poco la voz. Tenía un nudo en la garganta e intentaba contener mis ganas de llorar, definitivamente la herida que él había dejado aún no sanaba.

— Vamos Emi. Hablemos—pidió esta vez con un tono más amable. —No vine a discutir. Quiero que nosotros...

— Me importa una mierda —interrumpí cruzándome de brazos.

— Emi—sonó suplicante. —Me metí en problemas y, necesito que tú...— La desesperación y culpa se veía en sus ojos. Pero yo ya no creía en él, porque con esa misma mirada me dijo que jamás se iría, que jamás me dejaría sola. Y mintió.

— Yo también necesité de ti, pero tuve que arreglármelas sola— le recordé –Además ya estás bastante grandecito, ¿no?. Soluciona las mierdas en las que te metiste por tu cuenta. Ahora dame mis cosas y me largo—ordené dispuesta a marcharme por la puerta, sin siquiera saber a dónde me llevaría.

Solamente quería volver a estar lejos de él, pero me sujetó por el brazo impidiéndomelo y obligándome a verlo.

—¡Carajo! ¿Quieres escucharme?— pidió con desesperación.

Me solté de su agarre bruscamente. —¡No! ¡No quiero! Tal vez si no hubieras tardado tanto en regresar, quedaría alguna parte de mí queriendo oír alguna de tus estúpidas excusas, pero realmente no tienes ¿no?.

— No todo es como tú crees. Cada maldita decisión que he tomado, ha sido pensando en ambos.

—¿Pensando en mí? — me señalé— Cuando me dejaste tirada en un puto hospital, ¿pensaste en mí? — Ataqué —Solo eres un egoísta de mierda que cuando las cosas se pusieron feas no dudo en desaparecer.

Estaba comenzando a cabrearse de mi actitud tajante. Lo noté. Siempre comienza a tocar su nariz y a acomodar su cabello de esa forma en particular. Tiene poca paciencia, al igual que yo.

—¡Te di espacio! ¿Por qué no puedes entender eso?

—¡No necesitaba espacio!, necesitaba a mi hermano— murmuré con la voz quebrada –Pero eres igual a ella, ¿verdad?, huyes de los problemas en cuanto tienes oportunidad sin importar a quien lastimes. —declaré al borde de soltar mis lágrimas.

Mis palabras lo enfurecieron, pero le dije eso a propósito, porque sabría que lo haría enfadar, siempre que la nombrábamos lo hacía enfadar.

Me sujetó por el brazo bruscamente, lastimándome, pero no demostré debilidad — repítelo —desafío amenazante.

—¿Qué pasa? ¿No te gusta escuchar la verdad? —Desafié esta vez yo.

Sin duda mis palabras lo sorprendieron. De seguro esperaba encontrarse a la niña sumisa que lo idolatraba, con la niña que se sentía segura cuando él la abrazaba, con la niña que no cuestionaba sus decisiones, pero esa niña ya no existía porque se fue junto con él, hace años.

Apretó más el agarre de mi brazo, y yo casi suelto un quejido de dolor cuando la otra persona de la habitación intervino.

—Nahim—dijo en tono de advertencia, mirando como sujetaba mi brazo con fuerza desmedida. Me sorprendió como sus palabras lograron que él me soltara de inmediato.

¿Es que el secuestrador ahora es pasivo?

—Lo lamento—se disculpó por lo bajo.

Sabía que no era del todo su culpa, porque ambos estamos jodidos, es por eso que no podemos estar cerca. Nos hacemos daño.

Pero, en el fondo, sabía que la verdadera razón por la cual me desagradaba su regreso, era porque las cosas cambiaron demasiado desde que se marchó y ahora me sería más complicado para mí esconder los secretos y mentiras que me atormentaban desde el día que se fue.

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