VIII
Advertencia: Este capítulo contiene escenas de una pareja compuesta por el personaje principal y otro que no ha aparecido durante los capítulos anteriores al fanfic. Además toca temas que pueden resultar sensibles para algunas personas.
Los diálogos en cursiva quiere decir que están "hablando en francés" y los normales es en "japonés".
Espero disfruten su lectura.
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Arreglaba sus maletas con tranquilidad y entusiasmo. La sonrisa en su rostro no había desaparecido desde que su madre le había entregado aquella carta tan importante que cambiaría el ritmo de su vida.
Su sueño estaba cada vez más cerca de cumplirse. Y aunque eso significaba que debía dejar su tierra natal por un par de años y vivir en una cultura completamente diferente, lo haría con gusto, todo por estudiar lo que le apasionaba.
—¿Chuuya?—la voz de una Kyoka de nueve años de edad se escuchó desde la puerta de la habitación del aludido.
Este dejó la prenda que había tomado con anterioridad para doblarla sobre la cama y le hizo un gesto a su pequeña hermanita para que entrara.
—¿Qué sucede, Kyoka?
La niña se subió a la cama tratando de no botar nada y le miró.
—¿Cuándo llegará mamá?
Chuuya soltó un suspiro y tomó asiento junto a ella.
—Fue a buscar unas cosas que necesitamos para mañana y a despedirse de mami—fue lo más sutil posible. La verdad es que a ambos les habría gustado acompañar a su madre para despedir a su mamá y dejarle unas cuantas flores, después de todo, aun no tenían claro cuándo volverían.
—Yo también quería ir a ver a mami y llevarle las flores que le gustaban—hizo un puchero y sus ojitos azules se cristalizaron.
Chuuya acarició su cabeza con cariño.
—Lo sé, yo también. Pero tenemos muchas cosas que hacer. Mamá lo entenderá—y le regaló una sonrisa cálida.
—¡Ya llegué!—en ese momento se escuchó la voz de Kouyou desde la entrada de la casa. Kyoka se colocó de pie y salió corriendo hacia su madre.
Chuuya le siguió los pasos.
—Bienvenida—le saludó Chuuya una vez junto a ella.
—¿Cómo vas con las maletas?—le preguntó entrando y encaminándose hacia la cocina para comenzar a preparar la cena.
—Bien, ya casi termino.
Kouyou asintió y se puso manos a la obra.
—¿Cómo estaba mamá?—preguntó Kyoka subiéndose a un banco para esperar la cena.
—Bien—una sonrisa un tanto nostálgica que formó en sus labios—Ya encontré quién se puede encargar de llevarle flores y mantener limpia su lápida mientras estamos fuera.
—Eso es bueno—pero a pesar de decir eso con una media sonrisa, Chuuya no pudo evitar sentirse un poco triste; desde que su mamá había fallecido hace tres años producto de un cáncer al estómago, habían ido a verla religiosamente todos los domingos, sin falta.
—¿Te despediste ya de tus amigos?—cambió de tema Kouyou sin descuidar lo que estaba haciendo.
—Sí. Mark y Tachihara querían ir mañana al aeropuerto, pero nuestro vuelo sale muy tarde y luego no tienen cómo volver a sus casas.
—La intensión es lo que cuenta—Chuuya asintió ante ello—¿Estás nervioso?—inquirió, mirándolo con una media sonrisa.
—Un poco—le sonrió de vuelta—Aun no puedo creer que mañana nos vayamos a Francia.
Chuuya estaba que explotaba de la emoción. Hace tres meses había postulado a una beca para estudiar en una prestigiosa universidad gastronómica en Francia y hace un mes recibieron una contestación afirmativa. Por lo que desde ese momento, todo en la vida de Chuuya y su familia había sido un caos, preparando todo lo necesario para el viaje.
Y ahora, a un día de salir de viaje, todo seguía pareciendo demasiado irreal.
—Tranquilo, ya verás que de ahora en adelante solo cosas buenas te pasarán—le regaló una caricia en la mejilla—Te mereces felicidad.
Vio la puerta de entrada al salón con nerviosismo. Su pulso estaba tan acelerado que inclusive lo sentía en sus oídos.
Respiró profundo, una, dos, tres veces, juntando el valor para por fin entrar.
Tomó con fuerza la correa de su mochila que colgaba en su hombro, donde traía unos cuantos cuadernos y su uniforme.
Y entró.
El salón era bastante grande; con muchas butacas y mesas personales adheridas a ellas, en frente un gran telón se mostraba y un mesón largo con lavabo, quemadores y una gran campana sobre ella. En un rincón apartado estaban unos cuantos refrigeradores, congeladores y estantes con muchos implementos de cocina.
Sus ojos no dejaban de mirar cada centímetro del recinto, encantado con cada detalle.
—Buenos días—una voz desconocida le sacó de sus cavilaciones.
Chuuya centró su mirada en el receptor y sus ojos captaron la silueta de un muchacho alto (no sabía cuánto exactamente, pero le pasaba por mucho), de cabellos negros largos y piel blanca como la porcelana.
—Buenos días—le contestó en aquel francés que aun practicaba.
—¿Tu nombre?
—Nakahara... digo, Chuuya Nakahara—aun no se acostumbraba del todo a presentarse con su nombre de pila antes que su apellido. Pero al extraño pareció no importarle aquel detalle.
—Un gusto Chuuya—le mostró una leve sonrisa—Soy Fyodor Dostoievsky, de segundo año y parte del consejo de carrera—se presentó—Me dejaron a cargo de esta sección, así que si tienes preguntas o necesitas ayuda, puedes buscarme.
Si bien, era bastante guapo a la vista, para Chuuya lo más atrayente eran aquellos ojos color púrpura que poseía.
Y su aroma, un delicioso aroma a cacao... sin duda era un alfa.
En ese momento un señor de unos cuarenta años de edad, mirada seria y porte erguido, vistiendo una chaqueta blanca de cocina, hizo acto de presencia.
Chuuya se encaminó a un lugar desocupado, lo más adelante posible y esperó que la clase comenzara.
La primera semana había pasado bastante rápido. En las mañanas despertaba con energía, desayunaba con su madre y hermana, para luego salir sin prisa y con bastante tiempo antes de su primera clase del día, todo eso porque aun no se acostumbraba del todo al transporte y temía perderse en el camino. Luego tomaba su clase correspondiente y estas en cuanto terminaban, iba a la gran biblioteca de su universidad, buscando libros que pudieran complementar cada uno sus ramos. Y pasaba horas leyendo, haciendo anotaciones e investigando.
Aunque esa semana solo habían sido inducciones por parte de los profesores acerca de cada una de sus asignaturas, Chuuya quería estar preparado para cada una de ellas.
Y esa tarde de martes no fue la excepción.
Luego de su clase de Cata de vinos I, siendo su única clase del día, tomó sus cosas y fue hasta la biblioteca, tomando asiento en la acostumbrada mesa que utilizaba.
Sacó su laptop, unos audífonos y sus materiales de estudio. Ya les habían dejado el primer trabajo a realizar, así que comenzaría en cuanto antes.
Los minutos comenzaron a pasar mientras Chuuya tecleaba y recopilaba toda la información posible para su informe.
Y así pasó una hora, cuando alguien tomó asiento en la silla desocupada de la mesa a su lado y un olor familiar a chocolate inundó sus fosas nasales.
Chuuya sin poder evitarlo, desvió la mirada de la pantalla de su laptop hacia la persona a su lado y se sorprendió de ver al muchacho con el que habló cuando llegó el primer día; Fyodor Dostoievsky.
Pero con lo que no contaba Chuuya es que este mismo le había mirado al sentarse y sus ojos se encontraron. Fyodor le mostró una débil sonrisa y Chuuya le contestó.
La música en sus audífonos terminó al momento en el que el alfa abrió su boca para hablar.
—Nunca había visto a alguien que pasara tanto tiempo en la biblioteca—pronunció en un fluido francés, a la vez que abría un ancho libro y pasaba sus hojas hasta llegar a una en especifica.
Chuuya al escucharlo sintió algo parecido a la adrenalina subiendo por su pecho.
—¿Me has visto?—se atrevió a preguntarle, sacando un auricular de su oído y pausando la canción que comenzaba.
El aludido le miró fijamente y Chuuya sintió a su omega inquietarse. Los ojos y la presencia de Fyodor lograban que algo dentro de él se sintiera extraño. Le había sucedido el primer día que se vieron y lo hacía ahora.
Además, el aroma a chocolate del otro le resultaba atrayente, como nunca antes le había pasado con otro alfa.
—Todos los días te veo llegar, yo también paso mucho tiempo acá—le explicó sin problema.
—Ya veo...
Un pequeño silencio se formó entre ambos antes que Fyodor volviera a tomar la palabra.
—¿Eres japonés?
Chuuya se rio un poco antes de asentir.
—¿No se nota?—soltó con gracia.
Fyodor frunció el labio y el ceño.
—Tienes razón, fue una pregunta idiota para romper el hielo.
Soltó otra risa antes de asentir.
—Un poco—ahora Chuuya le miró más tranquilo—Y tu eres ruso ¿no?
Este asintió.
Prontamente las tareas que ambos estaban haciendo fueron olvidadas y una fluida conversación dio a lugar, haciéndose preguntas sin ningún tipo de problema.
Esa tarde Chuuya olvidó un poco los libros y disfrutó el tiempo con quien en su idioma natal sería su senpai.
Una tarde no le haría daño a nadie ¿no?
Comenzaron a frecuentarse todas las tardes en la biblioteca. Chuuya aprovechaba para preguntarle cosas respecto a las asignaturas y los profesores, además de otras cosas respecto al país y la sociedad francesa, después de todo Fyodor llevaba más tiempo que él viviendo en el país.
Y a este no le molestaba enseñarle todo lo que sabía.
Prontamente sus reuniones comenzaron a ser en otros lugares fuera de la biblioteca, viéndose en una que otra cafetería y parque, conversando y conociendo más a fondo al otro.
El primer mes pasó entre salidas, clases y sonrisas. Y con ello, un sentimiento nuevo de calidez comenzó a desarrollarse en el pecho de Chuuya, comenzando gradualmente a expandirse por todo su cuerpo.
Terminando el segundo mes, Chuuya se sintió con la confianza de invitarlo a casa un sábado a cenar todo por insistencia de su madre, quien quería conocer el motivo por el cual su hijo mayor se levantaba cada mañana con una sonrisa en los labios y volvía a casa con una más grande, aunque Chuuya en todo momento negó sus palabras, restándole importancia.
—Bienvenido, siéntete como en casa—le saludó Chuuya en cuanto vio a Fyodor aparecer al otro lado de la puerta del que era su hogar.
—Gracias. Ten—le entregó una bolsa con una caja de tamaño considerable dentro de ella—Traje algo para después de la cena, espero les guste.
Chuuya le regaló una cálida sonrisa.
—Muchas gracias. No debías molestarte.
—¿Chuuya?—la voz de Kouyou se escuchó a lo lejos, dejando mostrar enseguida su silueta por la entrada al comedor. Este se volteó hacia su madre y habló.
—Mamá, él es Fyodor—le presentó al otro en cuanto llegó a su lado—Fyodor, ella es mi madre.
Ambos se saludaron cordialmente.
—Me alegra conocerte por fin. Chuuya me ha hablado mucho de ti—Kouyou dijo sin reparar en el sonrojo que comenzó a mostrarse en las mejillas de su hijo, un poco incómodo por la revelación que hizo su madre.
Fyodor mostró una pequeña y tranquila sonrisa, sin decir nada respecto a la último, para no aumentar la incomodidad del omega.
La cena transcurrió con tranquilidad. Kouyou estuvo a la altura de una buena anfitriona, sin indagar demasiado en la vida personal del chico que les visitaba, aunque su parte alfa quería cerciorarse de que el otro no fuera a lastimar a su cachorro e interrogarle sobre las verdaderas intensiones para con él.
Pero no sería lo correcto ni mucho menos elegante dejar que su loba interior fuera la que tomara las riendas.
No esa noche, por lo menos.
Luego de comer, fueron a la sala a seguir conversando temas triviales y al terminar la noche, Kouyou había quedado bastante contenta con el chico; toda la velada se había mostrado respetuoso, caballeroso y atento, cualidades que realmente valoró.
—Gracias por la cena—agradeció Fyodor, parado junto a la puerta de entrada, mientras se despedía de Chuuya y Kouyou.
—Gracias a ti por venir. Espero te veamos más seguido—le sonrió ella. Luego se dirigió a su hijo junto a ella—Cariño, ve a despedirlo a la puerta.
Chuuya asintió y ambos salieron.
Una vez que ambos salieron, el manto oscuro que significaba el cielo estrellado de Paris se alzó sobre sus cabezas. En la lejanía, la punta de la Torre Eiffel les saludaba y un sin fin de luces y edificios enmarcaban la postal.
Dos meses llevaba en esta extraña ciudad y aun no terminaba de acostumbrarse. Su vida era tan diferente ahora a como era en Japón; los paisajes, las calles y la gente. Y por sobre todo él mismo.
—Gracias por la invitación—Fyodor interrumpió sus pensamientos con su voz tranquila. Y aunque Chuuya se había dejado arrastrar por ellos, no se asustó, en cambió una sonrisa se formó en sus labios. La voz de Fyodor era tranquila y le daba calma, algo que jamás había sentido con otro alfa que no fuera su madre ni su hermana.
Le gustaba, le gustaba mucho y no se iba a intentar engañar a sí mismo negándolo.
—Espero que mi madre y hermana no te hayan incomodado—respondió él. Sabía que su pequeña familia podía resultar un poco intimidante para otras personas, sobre todo por la seriedad que envolvía a su madre y la efusividad que caracterizaba a su hermana.
Fyodor soltó un pequeño sonido parecido a una risa.
—Para nada—negó—Son cálidas, me gusta...—y al momento de decir aquello, una de sus manos enguantadas rozó la de Chuuya, enviando descargas a traves de ellas y a cada rincón de su cuerpo. Su pulso se aceleró y sus mejillas se calentaron.
—Fyodor...—sus labios se separaron unos milímetros, logrando que su voz saliera en un susurro, que si no fuera por la pequeña distancia que separaba sus cuerpos y a cada segundo se hacía más corta, el otro no le habría escuchado, dejando que su nombre se perdiera en la brisa nocturna que mecía levemente sus cabellos.
Los ojos azules de Chuuya brillaban cual estrellas en el firmamento y Fyodor no pudo hacer nada para no perderse en ellos. Eran tan grandes, tan demostrativos y tan llenos de vida. Aquellos ojos habían capturado su atención desde el primer día que los había visto, hace dos meses atrás.
—¿Puedo...?—y aunque nada más brotara de sus labios, ambos sabían a qué se refería.
Ambos lo deseaban, eran conscientes de ello, así que Chuuya no quiso esperar más tiempo y movió su cabeza de forma afirmativa.
Fyodor tomó el rostro de Chuuya entre sus manos, con delicadeza, usando sus pulgares para masajear sus blandas mejillas en una tierna caricia.
Y a pesar que su diferencia en estaturas fuera lo bastante grande, ambos dieron de su parte para que sus labios llegaran al encuentro con los contrarios, compartiendo un afectuoso y dulce primer beso.
Chuuya esa noche vio las estrellas con los ojos cerrados y tocó el cielo con sus dedos. Su primer beso fue mejor que cualquier otra cosa que pudo haber imaginado con anterioridad, rozando la perfección.
Esa noche, comenzó su primera historia de amor.
Luego de ese primer beso que compartieron frente al hogar de Chuuya, ambos habían decidido comenzar a salir, aunque intentando llevar las cosas con la suficiente calma. Eran conscientes que aun debían seguir conociéndose mutuamente y aprender muchas cosas del otro.
Pero aquello no los desalentó para disfrutar al máximo cada oportunidad que tenían para compartir.
Las semanas siguieron pasando y el final del primer semestre escolar de ambos estaba a la vuelta de la esquina. Los profesores habían sido lo suficientemente claros diciendo que si reprobaban o sus calificaciones no eran demasiado altas, podían reprobar sin problema el semestre, lo que le agregaba aun más estrés a la situación, a pesar que Fyodor se ofreció para ayudarle en lo que necesitara para que no tuviera que pasar por aquel fatídico desenlace.
Pero Chuuya sabía que él también debía prepararse para los propios, que eran aun más difíciles y estrictos al ser de semestres más avanzados. Así que amablemente declinó su oferta, además de limitar los encuentros entre ambos, sabiendo que debían colocar todo su parte para salir victoriosos en ellos.
Fyodor lo entendió y aceptó, prometiendo que en cuanto las vacaciones comenzaran sus salidas volverían a ser como antes. ¿Y quién sabe? Quizás podrían salir a vacacionar a algún lado juntos.
Así que con esa promesa en mente y con el deseo de salir bien en los finales de su primer semestre, Chuuya se enfocó de lleno en sus estudios.
Fueron dos semanas del terror, pero pudo superarla con creces.
Así que en cuanto salió de la cocina, luego de rendir su último examen práctico que había durado unas largas y exhaustivas nueve horas, simplemente soñaba con volver a casa, caer rendido en su cama y no despertar hasta dos días después, esperando luego encontrarse con Fyodor en la cafetería que se había convertido en su lugar habitual de reunión y compartir una sesión de caricias y besos que tanto le gustaban.
Pero sus planes fueron agradablemente interrumpidos por el chico de sus pensamientos, quien se encontraba ya esperándolo fuera de la universidad.
Chuuya notó que para Fyodor esas dos semanas tampoco habían sido fáciles; los círculos oscuros bajo sus par de ojos violetas y lo pálida que se encontraba su piel lo confirmaban.
Aunque eso poco le importó, su omega interno simplemente necesitaba sentir los brazos del alfa rodear su cuerpo, embriagándolo con su reconfortante calor. Es por ello que, dejando que sus instintos salieran a flote, que casi corrió hasta él, de forma casi necesitada.
Pero a Fyodor tampoco le molestó aquello, recibiéndolo gustoso y sintiendo el dulce aroma a naranjas que desprendía el cuerpo del omega.
—¿No deberías estar descansando?—preguntó Chuuya una vez que levantó su cabeza del pecho de Fyodor para mirarle directamente a sus ojos.
—Quería verte luego de tu examen y acompañarte a casa—explicó.
—No era necesario.
—Aun así—le restó importancia, encogiéndose de hombros.
Chuuya frunció el ceño ante aquello y le miró duramente, para luego soltar un suspiro.
—Bien. Vamos antes que se haga tarde entonces—dijo, soltándose del agarre para que ambos comenzaran a caminar hasta la estación de metro cercana.
Fyodor asintió con la cabeza y emprendieron camino.
En cuanto llegaron al hogar de Chuuya, el delicioso aroma de la comida de Kouyou les recibió en la puerta, junto con la calidez del interior.
—¡Llegué!—anunció su llegada a su madre en su idioma materno, tal y como acostumbraban en su país.
Kouyou salió a su encuentro, contestándole de igual forma. Pero en cuanto vio al otro alfa junto a su hijo, recompuso su postura, saludándole en francés.
—Bienvenido, Fyodor—asintió con su cabeza—¿Te quedarás a cenar?
—Gracias por la invitación—respondió él—Pero no quisiera molestar. Chuuya está cansado luego de los exámenes.
—No es ninguna molestia—respondieron en unísono Kouyou y Chuuya, soltando luego una risa.
—Suponía que vendrías, así que cociné para nosotros cuatro—agregó la mujer.
—Bueno, si es así no puedo declinar la invitación—terminó por aceptar.
Rápidamente, fueron hasta el comedor, donde Kyoka terminaba de colocar los últimos servicios que necesitarían para comer y procedieron a cenar.
La velada pasó con tranquilidad, conversando sobre distintos temas que salieran a colación; como lo eran el trabajo de Kouyou o la vida escolar de los otros tres. En ocasiones, Fyodor les comentaba sobre ciertas cosas sobre Rusia y su antigua vida allí, despertando la curiosidad de Chuuya por querer conocer el frío país.
Por su parte, la familia también le hablaba sobre ciertas costumbres y cosas que aun no terminan por acostumbrarse en el actual; como por ejemplo el no tener que sacar sus zapatos para ingresar a casa o el saludar con reverencia.
Así fue como la noche cayó antes que se dieran cuenta de ello y Fyodor se dispuso a abandonar la dependencia, a pesar del posterior ofrecimiento de Kouyou sobre pasar la noche en casa, ganándose una mirada nerviosa por parte de su hijo. Pero prefirió declinar por ahora, alegando que no quiere seguir causando molestias, además que no traía ropa de cambio ni nada de lo necesario. Aunque prometió que en otra ocasión lo haría con gusto.
Una vez que el ruso tomó el taxi que había pedido por la aplicación y se fue, Chuuya regresó hasta la cocina para ayudar a su madre con el resto de la limpieza, lo que fue momento ideal para que ambos pudieran hablar de temas que solo les concernía a ambos, aprovechando que la pequeña Kyoka ya se había ido a su habitación a dormir.
Ciertamente Kouyou estaba feliz por su hijo. Desde que había conocido al ruso, le había visto con un brillo especial en los ojos y una sonrisa que no se le borraba por nada del mundo. Incluso ahora, con el cansancio plasmado en su rostro luego de un semestre difícil, donde muchas veces estuvo desvelándose por los estudios, pasando largas jornadas dentro de una cocina caliente o pasando muchas horas en el salón aprendiendo sobre etiqueta y servicio, llegando luego a casa con los pies adoloridos, las manos cortadas o alguna quemadura en sus antebrazos. A pesar de todo ello y de lo que significaba vivir en un país desconocido, su hijo estaba feliz y lleno de vida. Cada día se convencía que haber dejado todo atrás para seguir los sueños de su hijo había sido lo correcto.
Cuando el último plato estuvo seco y listo para guardarse en la alacena, Kouyou se acercó hasta él, encerrándolo en un cálido abrazo, el cual fue correspondido por el omega. Los aromas a naranjas y fresas dulces inundó la cocina por completo.
—¿Te sientes feliz?
Chuuya movió su cabeza de forma afirmativa, con un leve tono rosado pintando sus mejillas.
—Mucho.
Kouyou besó su cabeza tiernamente y luego se separó.
—Me llena el corazón saberlo.
—¿Hay algo en especial que quieras hacer?—Fyodor acariciaba sus naranjos cabellos con sus dedos. La cabeza de Chuuya descansaba sobre su pecho mientras ambos estaban recostados en el largo sillón de la sala viendo una película. En esta ocasión, estaban en el departamento de Fyodor.
Ambos pasarían su primer fin de semana juntos, así que aprovecharían al máximo el tiempo compartido, viendo películas, alguna serie y cocinando juntos.
No negaría que estaba nervioso. Ya llevaban varios meses saliendo, compartiendo besos, abrazos y caricias. Pero nunca habían estado completamente solos y bueno... Chuuya sabía lo que podía significar todo esto, tenía la edad suficiente para saberlo y ser consciente de que tarde o temprano sería un paso que tomarían.
Y su madre también, sus miradas no fueron muy discretas cuando le comentó sobre sus planes sobre quedarse aquel fin de semana en el departamento de su novio.
De todas formas, es algo que comenzaría a hacer regularmente. Además que las vacaciones recién estaban comenzando y dentro de sus planes estaba el viajar solos a algún lugar cercano.
—Estamos en tiempo de cosecha, tengo ganas de visitar alguna viña—respondió él, moviendo un poco su cabeza para mirarle directo a los ojos—¿No te gustaría? El más cercano es en Montmartre, pero también podríamos ver otras opciones, como en Chambord, está a un poco menos de tres horas.
Fyodor asintió, sin detener sus caricias.
—Me parece bien.
—¿Y tu? ¿Planeabas algo?—indagó ahora él.
—Quizás conocer el mar—dijo simplemente.
Su curiosidad despertó.
—¿No conoces el mar?—preguntó mientras se incorporaba un poco para mirarle mejor. Fyodor detuvo el movimiento de su mano, bajándola hasta su pecho.
—No—negó—El mar está demasiado lejos de mi ciudad natal.
—Ya veo—asintió él—En cambio Yokohama, donde nací, es una ciudad portuaria. La vista al mar era algo cotidiano—comentó, volviendo a recostarse sobre su pecho, mientras su mente se llenaba de distintos recuerdos de sus vivencias en Japón—Es extraño ahora no verlo.
Fyodor notó un leve cambio en el aroma del omega, dándole la sensación repentina de nostalgia. Rodeó el cuerpo de él con sus brazos y procedió a hablar.
—¿Extrañas Japón?
Chuuya suspiró.
—No mucho realmente; hablo de vez en cuando con mis amigos por WhatsApp y Facebook, no tengo más familia más que... bueno, mi mamá, pero ya sabes...—su voz se apagó unos tonos antes de callarse—Extraño ir a verla los domingos, pero no hay mucho que pueda hacer.
—Lo sé—y le dio un corto beso en la cabeza.
El silencio se hizo presente por unos momentos, mientras disfrutaban de la compañía del otro a la vez que los suaves rayos del atardecer entraban por el gran ventanal cerrado que había a un lado de la sala. La noche estaba pronta a caer y sus estómagos dentro de nada comenzarían a pedir alimento, así que con ese pensamiento en mente, Chuuya se recompuso otra vez.
—¿Preparemos la cena?
—Pensé que querrías pedir algo—comentó el alfa, sentándose en el sillón. Chuuya bufó y le tomó de la mano, pidiéndole con ello que se colocara de pie junto a él.
—No soy fan de la comida rápida—dijo él, viendo a Fyodor ahora parado frente a él—Además que nunca hemos cocinado juntos, es una buena oportunidad.
—Está bien.
Y así pasaron las siguientes horas, preparando distintos platillos con los ingredientes que la despensa de Fyodor ofrecía, bebiendo un poco de vino carmenere y con las hermosas tonadas de Queen sonando de fondo.
Cenaron un poco después, en la barra de la misma cocina y luego limpiaron todo lo que utilizaron para cocinar. Y cuando estuvo todo listo, Fyodor le indicó el camino hasta su dormitorio, donde pasarían la noche.
En cuanto entró, el aroma a cacao del alfa se concentraba en cada rincón, logrando que su omega interior comenzara a sentirse inquieto, como si quisiera lanzarse en la cama tamaño matrimonial para asfixiarse con ella.
—Si quieres usar la ducha o el baño, está allí—Fyodor le interrumpió su lucha interna para darle las indicaciones. Chuuya centró su atención en él, intentando ignorar sus impulsos y asintió.
Tomó el pijama que había guardado en su mochila antes de salir de su casa junto con el resto de pertenencias que podría ocupar durante su estadía con Fyodor y fue a asearse.
Por su parte, Fyodor arregló ciertas cosas en su habitación mientras esperaba a que Chuuya volviera y fuera su turno de ingresar al baño. No quería que el omega interno del chico se alterara demasiado (había notado un leve cambio en su aroma cuando entró a su cuarto, lo que era normal, después de todo su habitación gritaba que pertenecía a él y al no haber un lazo que los uniera, el omega podía reaccionar de distintas maneras). Buscó su ropa de cambio, cerró el ventanal de su cuarto junto con las cortinas para que las luces de la calle no entraran, prendió el televisor y corrió las frazadas de su cama, para luego sentarse un momento en ella con celular en mano.
Un par de minutos después, Chuuya salió del baño vistiendo unos holgados pantalones grises junto con una camiseta blanca que se ajustaba perfectamente a su pecho.
Fyodor se colocó de pie, indicándole que se pusiera cómodo y luego de regalarle un corto beso en la frente, se encerró en el baño.
Chuuya aun se sentía un poco nervioso y el nudo en su estómago parecía que se acrecentaba cada vez que pensaba que esa sería la primera noche que compartirían juntos. Y aunque Fyodor nunca se haya propasado o dado algún indicio de querer cruzar esa línea aun, su mente le jugaba malas pasadas, haciendo que escenas inventadas aparecieran como flashes.
Tampoco era puritano ni se iba a comportar como una doncella virginal, él tenía el conocimiento necesario sobre sexualidad y disfrutaba de la autoexploración, por lo que aquellas sensaciones no eran nuevas en él. Solo... no era lo mismo hacerlo solo que con tu pareja, así que desde su perspectiva, era normal sentir vergüenza y pudor.
Y realmente, el sentimiento se hizo mucho más intenso cuando vio que Fyodor salía del baño y se acercaba a la cama por el lado contrario.
—¿Pasa algo?—le preguntó el alfa al verlo tan callado.
Chuuya negó con la cabeza y se acomodó en la cama. La noche estaba helada, así que una vez que estuvieron recostados y tapados, Chuuya se acercó hasta Fyodor buscando calor, aunque en parte siguiera sintiéndose nervioso.
—¿Vemos una película?—propuso el alfa, tomando el control del televisor y apareciendo el logo de Netflix en la pantalla.
—Claro.
—¿Alguna idea?
—Lo que quieras.
—Bien.
Finalmente, Fyodor colocó una película cualquiera, una que supuso sería del agrado de ambos y dejó el control a un lado.
Los primeros minutos lo pasaron en completo silencio y aunque Fyodor quiso ignorar el comportamiento inusual de Chuuya, la tensión en su cuerpo y la leve alteración en su aroma le indicaban que algo le sucedía al omega, y su alfa interior no podía ignorarlo.
Asi que cuando ya llevaban casi media hora de película (la cual a pesar de todo no ha podido prestarle la atención adecuada), desvió su mirada de la pantalla hacia el rostro de Chuuya, encontrándose con el ceño fruncido del chico a la vez que mordía su labio inferior.
—Hey—le llamó a lo que Chuuya casi saltó y le miró rápidamente.
—¿Mm?
—¿Pasa algo?
—No.
—¿Seguro?—insistió, no convencido por su respuesta.
Chuuya soltó un suspiro, acomodándose de mejor forma, aun con su cabeza en el pecho del alfa.
—No es nada, solo...
—¿Te sientes incómodo?—indagó.
—¡No! Para nada—negó inmediatamente fijando su mirada en él—Solo son los nervios de saber que pasaremos nuestra primera noche juntos.
—Ya veo...
Chuuya desvió su mirada hacia otro punto de la habitación, sintiéndose ahora terriblemente avergonzado. No quería que Fyodor se hiciera una idea errónea de él, pero tampoco iba a mentirle. Nunca lo había hecho (detestaba las mentiras) y no iba a comenzar a hacerlo ahora, aunque eso signifique morir de vergüenza.
—No haré nada que tu no quieras, Chuuya—dijo luego de un momento, volviendo a llamar la atención del omega.
—Pero...—el pulso de Chuuya se aceleró a la vez que su voz se hacía un poco más débil—¿Y si realmente quiero?
—Entonces no veo problema—y dicho eso, las manos de Fyodor capturaron las mejillas de Chuuya, algo que adoraba hacer cada vez que se disponía a besarlo y juntó sus labios, saboreando cada rincón de su boca.
Y aunque ambos eran inexpertos, hicieron lo posible para que su primer vez juntos fuera algo memorable, algo de lo que ambos no fueran a arrepentirse. Fyodor fue delicado al explorar cada milímetro de su piel. tomándose su tiempo, casi como si lo adorara. Y Chuuya se sintió amado, como nunca antes lo había hecho.
Chuuya sabía que estaba cayendo en las redes del amor, cada vez más profundo. Y no quería resistirse a ello.
El tiempo siguió pasando sin reparo; el primer año juntos había sido como un sueño. Como toda pareja, habían tenido sus problemas y discusiones, pero nada lo suficientemente grave como para lograr separarlos a ambos, finalmente siempre encontraban una forma para solucionar todo.
Los viajes se hicieron cada vez más recurrentes, yendo a distintas regiones de Francia, conociendo más de cerca su gastronomía y vinícola. Al ser un tema que a ambos les apasionaba, podían encontrar panoramas rápidamente para compartir. Aquello también había servido para mantener la llama encendida entre ambos.
Así también, las quedadas en el departamento de Fyodor se comenzaron a dar casi todos los fines de semana, y algunas veces entre ellas. A Kouyou no le molestaba, mientras no descuidara sus estudios ni su familia, algo que sabía Chuuya jamás haría.
Y así un año se convirtió rápidamente en dos y luego en tres y finalmente en cuatro. Campanas de boda ya sonaban en sus cabezas, sobre todo ahora sabiendo que Fyodor estaba a poco de recibirse y que planeaban viajar dentro de unos meses a Rusia para conocer definitivamente a la familia Dostoievski, algo que habían estado posponiendo por la falta de dinero (ser universitarios era un problema), y que a Chuuya le faltaba tan poco para luego seguirlo.
Este había sido un tema de conversación recurrente entre el omega y su madre. Ella, preocupada por el futuro de su hijo, no había dudado en poner sobre la mesa sus dudas y los planes que la pareja tuviera. Habían muchas cosas que le preocupaban, como por ejemplo el estilo de vida que adoptarían una vez que ambos se graduaran finalmente; ella y Kyoka sin duda volverían a Japón, pero Chuuya podría querer quedarse allí en Francia o irse con Fyodor a Rusia. Pensar en estar lejos de su hijo le rompía un poco el corazón y su propia alfa interna lloraba, pero sabía que era algo que tarde o temprano podía suceder.
Pero Chuuya había sido franco con ella. Realmente con Fyodor no habían hablado muy a fondo respecto a un futuro casamiento entre ambos, aunque sí intercambiaban ciertos planes que comprometían un porvenir.
De todas formas y mientras no hubiera una marca que les uniera, todo podía pasar.
Las festividades de final de año habían pasado hace un par de días y Fyodor había recibido una invitación por parte de su familia para que volviera a casa y pasar la Navidad con ellos. Y aunque de igual forma ampliaron la invitación a Chuuya, este declinó, sabiendo que Fyodor querría pasar el máximo de tiempo con su familia, aunque este no se mostraba abiertamente sentimental cuando hablaba de ellos.
Así que con la promesa de que en cuanto el semestre de Fyodor terminara y se recibiera, harían lo posible por ir a quedarse unas semanas con ellos, tomó el avión el dos de enero por la mañana para pasar una semana en Rusia.
Era la primera vez dentro de esos cuatros años que llevaban juntos que pasarían tantos días tan lejos el uno del otro, pero Chuuya sabía que estarían bien, después de todo, una semana no era nada.
Durante su ausencia, la comunicación se vio un poco afectada, sobre todo por la diferencia de horarios (Fyodor estaba seis horas por delante) y la familia de él ocupando gran parte de su tiempo. Sus videollamadas estaban limitadas a compartirse un par de minutos por la mañana (en caso de Chuuya) y el enviarse mensajes cada que pudieran.
Finalmente, el día siete de enero (día que se celebraba la Navidad en Rusia), el alfa le compartió unas fotos que su familia había sacado antes que llegaran los vecinos del otro lado de la calle que, según por lo que Fyodor le había comentado rápidamente con anterioridad, habrían llegado hace un poco más de un año al barrio y rápidamente se hicieron muy buenos amigos. Además que la pareja solo tenía un hijo, el cual se encontraba estudiando en Moscú (y que volvería justamente en estas fechas para pasarla con su familia), así que se juntaban con regularidad para apaciguar los momentos de soledad.
Hasta ahora, Fyodor no había conocido a la pareja y mucho menos a su hijo, así que la cena de Navidad sería, según sus padres, la ocasión perfecta para hacerlo.
Chucha sintió una extraña punzada en el pecho al saber aquello. No podría decir que eran celos porque realmente nunca lo había sido, pero sí era como la idea que algo malo podía suceder.
Quiso pensar que solo estaba confundiendo sus sentimientos y realmente solo le extrañaba, por lo que prefirió no darle vueltas al asunto.
Se despidieron, con Fyodor dándole las buenas noches y recordándole que solo dentro de dos días más volverían a verse.
Eso le entregó un poco de consuelo al corazón del omega.
Al siguiente día, Fyodor no le llamó como acostumbraba, despertando aun más la ansiedad de Chuuya, quien intentó concentrarse en sus propias cosas para no pensar demasiado en ello y reuniendo toda su fuerza de voluntad para no llamarlo él. Quizás simplemente la noche anterior se habían desvelado hasta muy tarde, lo que era común en festividades así y lo sabía, por ello podían despertar más tarde de lo normal. O quizás simplemente hicieron otros planes que Fyodor no alcanzó a comunicarle.
De todas formas, debería calmarse y no dejar que su mente divague tanto sin motivo aparente.
Había intentado ocuparse con Kyoka, viendo películas, cocinando algo o saliendo a dar una vuelta por el barrio, mientras Kouyou estaba en el trabajo. Pero en cuanto llegó a casa, notó el extraño comportamiento de su hijo, preocupándose al instante.
—¿Pasó algo, hijo?
Chuuya soltó un largo suspiro, para luego dejar la cuchara que momentos atrás había ocupado para comer el pastel red velvet que su madre trajo para el postre.
—No realmente—negó, comiendo otro bocado—Hoy no he hablado con Fyodor, solo estoy un poco preocupado.
Kouyou al escucharlo le sonrió tierno.
—Lo amas demasiado ¿no es así?
—¡Mamá!—exclamó de forma inmediata, sintiendo cómo sus mejillas se calentaban con la misma rapidez.
Kouyou rio. A pesar de todo, Chuuya jamás había sido demasiado abierto con sus emociones, así que era muy rápido de perturbar cuando se trata de ellos.
—No tienes que ponerte de esa forma, hijo. Ya llevan bastante juntos, es normal.
—Lo sé, pero aun así.
Kouyou le regaló una tierna caricia en sus rizos rojizos seguido de un corto beso en la frente.
—Ya verás que pronto te hablará. Quizás solo ha estado muy ocupado.
—Tienes razón—de forma casi inconsciente respiró hondo, buscando llenar sus fosas nasales con el aroma de su madre, buscando de aquella forma encontrar tranquilidad—Me iré a dormir ahora.
—Está bien. Buenas noches.
—Buenas noches.
Y tal como le dijo su madre, Fyodor le envió un mensaje un par de horas después, cuando el reloj estaba por marcar las dos de la mañana. Gracias a la ansiedad que aun se negaba a abandonar por completo su cuerpo, cualquier sonido que sintiera le despertaba, por más que intentara caer profundamente dormido, así que en cuanto el sonido que tenía predeterminado para el chat de Fyodor sonó, sus ojos se abrieron desmesurados y rápidamente tomó el móvil entre sus manos, encendiendo la pantalla.
Al abrir el mensaje, lo primero que vio fueron unas palabras de disculpas por parte del alfa, seguido de la razón de su ausencia. En ella explicaba (a grandes rasgos, Fyodor tampoco era alguien demasiado comunicativo realmente) que la cena con su familia y los invitados se había alargado hasta casi las cuatro de la mañana entre conversaciones, sobre todo porque el hijo de los vecinos resultó ser alguien demasiado excéntrico y hablador.
Y para rematar, al finalizar la velada tuvieron la idea de organizar una rápida salida para el día siguiente (es decir, hoy) con la excusa de tener una tarde de campo junto a un rio cercano. El problema era que la señal era pésima y recién en esos momentos obtuvo nuevamente señal, ya que habían salido a la carretera hace unos minutos.
Chuuya respiró con tranquilidad.
Luego de leer el mensaje se sintió un poco pátetico por estar tan ansioso y pensativo durante todo el día. Era normal que aparecieran imprevistos, sobre todo si estaba tan lejos en una tierra que él mismo desconocía.
"Chuuya N.
Hola.
Está bien, no hay problema. Cuídense de camino"
Contestó rápidamente.
Los tickets azules aparecieron inmediatamente y el "escribiendo" bajo el nombre de Fyodor se dejó ver.
"Fyodor D.
¿Te desperté?"
Volvió a teclear rápidamente en la pantalla.
"Chuuya N.
No, solo no podía dormir.
Tranquilo."
"Fyodor D.
Está bien.
Mi vuelo sale mañana por la mañana, ¿nos veremos?"
Chuuya le sonrió a la pantalla antes de responder.
"Chuuya N.
Claro que sí.
Te iré a esperar al aeropuerto."
"Fyodor D.
Nos vemos entonces.
Te avisaré cuándo salga.
Buenas noches."
"Chuuya N.
Bien.
Nos vemos.
Buenas noches para ti también."
Y bloqueó la pantalla, quedando en una completa oscuridad nuevamente.
Respiró hondo, liberando las tensiones que había estado acumulando durante el día. No entendía porqué la ansiedad le había afectado tanto, ¿acaso sería que su celo estaría pronto a llegar? Eso explicaría que a pesar de saber que todo estaba bien con el alfa, su omega siguiera sintiendo una pizca de inquietud, como si hubiera algo de lo que no estaba enterado.
Y en medio de su tumulto de pensamientos, su mente dijo "basta" y cayó dormido por el cansancio.
Al día siguiente, tomó desayuno junto a su hermana y madre, allí le contó que Fyodor le había hablado durante la noche para que tampoco se preocupara demasiado y que ese día el alfa volvería al país, por lo que iría a buscarlo y luego ir a pasar la noche en su departamento.
Aun les quedaba una semana de vacaciones que les habían dado en la universidad por las fiestas, así que Kouyou no tenía gran problema de que su hijo pasara unos días con su novio antes de seguir el semestre.
Así que luego de almorzar, Chuuya fue hasta su habitación para arreglar un bolso con unas pocas cosas que podría necesitar, aunque ya tuviera unos cambios de ropas en el ropero de Fyodor.
Un par de minutos después, recibió un mensaje del alfa comunicándole que ya estaba por abordar el avión de vuelta a casa. Chuuya le contestó de vuelta y puso manos a la obra. Tenía planeado salir antes de su casa para pasar a hacer las compras al supermercado y poder preparar una exquisita cena, y de paso a una pastelería para elegir un postre para la misma.
Finalmente, pasadas las siete de la tarde, tomó un taxi con dirección al aeropuerto internacional Charles de Gaulle, donde el avión de Fyodor estaría pronto por aterrizar.
Su nerviosismo estaba por las nubes. No tenía muy claro porqué pero ya quería ver al alfa y que este lo encerrara entre sus brazos, llenarse de su aroma hasta casi intoxicarse y no despegarse de su lado hasta que su omega sintiera que es suficiente. Aunque se sintiera realmente avergonzado al tener todos aquellos pensamientos en ese momento.
Pero toda la vergüenza que pudo sentir minutos antes, desapareció instantáneamente en cuanto vio al alfa cruzar el umbral de embarque con maleta en mano hacia su dirección.
Y Fyodor tal parecía que se sentía de la misma forma, porque en cuanto llegó a su lado, lo atrapó fuertemente entre sus brazos, como nunca antes lo había hecho. Y aunque Chuuya realmente disfrutó de tenerlo de vuelta, sabía muy en el fondo que algo extraño sucedía con el otro. Lo notó enseguida, en la forma desesperada en la que se aferró a él, en como su cuerpo tembló levemente al separarse y por sobre todo, como evitó hacer contacto visual con él una vez se dispusieron a caminar hacia la salida para tomar un taxi hacia su departamento.
¿Es que acaso había sucedido algo mientras estaba en Rusia?
No quería bombardearlo con preguntas, no cuando toda esa semana había anhelado tenerlo de vuelta y el viaje había sido demasiado largo.
Confiaba en él, en esos cuatro años juntos había demostrado ser un alfa excepcional; no muy romántico (ninguno de los dos lo era cabe destacar) y muy poco expresivo, pero siempre detallista y preocupado por él. Por ello no tenía motivos para pensar que el otro podría estarle mintiendo o escondiendo algo.
Quizás simplemente estaba cansado por el viaje.
Sí, eso debe ser...
—Creo que debería darte una llave—dijo Fyodor una vez que estuvieron dentro de su departamento.
Chuuya le miró sorprendido, dejando las bolsas con las compras sobre la mesa.
—¿Estás seguro de ello?—preguntó.
—Sí, ¿por qué no? Será más cómodo y podrás entrar cuando quieras.
—Como quieras—le respondió con una sonrisa—Ahora, ve a ducharte y cambiar de ropa. Yo comenzaré a preparar la cena.
—Como tu digas—le dio un corto beso en los labios y luego se fue con su maleta hasta su cuarto.
Fyodor no demoró demasiado en estar listo, así que en cuanto salió de su habitación, vio a Chuuya moviéndose dentro de su cocina. Estaba consciente que algo tan simple como una cena para dos no era demasiado trabajo para él, pero siempre disfrutaba de hacer cosas con el omega.
—¿Ya saliste?—Chuuya notó su presencia en la puerta y giró un poco su cuerpo, sin dejar de cortar unos vegetales que posteriormente saltearía para acompañar el resto de la comida.
Él asintió, llegando a su lado. Posó sus manos en las caderas de Chuuya y colocó sus labios en su cuello, aspirando profundamente su aroma a naranjas, a la vez que cerraba sus ojos, dejándose llevar por las sensaciones que el omega le provocaba.
Fue dejando cortos besos a lo largo de su cuello mientras sus dedos comenzaban a moverse lentamente por la pretina de su ajustada polera, metiendo las yemas de ellos por debajo y comenzando a tocar la caliente y suave piel de Chuuya.
Un pesado y largo suspiro escapó de los labios del omega dejando que su espalda se encontrara con el pecho del otro.
—Fyodor...
—¿Mm?
—Debemos cenar.
El alfa soltó una corta risa, dejando un último beso sobre el cuello de Chuuya y se alejó un poco.
—¿Qué veo?—preguntó, echando un rápido vistazo a la encimera.
—El costillar que está en el horno.
Asintió, tomando un paño de cocina luego de colocarse su mandil y luego hacer lo que el omega pidió.
Al poco rato después cenaron. Fyodor le contó ciertas cosas que había hecho con sus padres y parte de su familia (como tíos y primos) que fueron a verle para darle algunos obsequios y saber cómo le estaba yendo aquí en Francia con sus estudios. Como él no era muy amigo de las redes sociales, tampoco se habían enterado del todo de la existencia de Chuuya, aunque había compartido unas cuantas fotos en Facebook e Instagram con él, pero solo a sus padres les había contado oficialmente sobre su relación, por lo que se esperaba el bombardeo de preguntas luego de estar casi cinco años lejos de casa.
Antes que se fueran, les hizo prometer que intentaría llevar al chico en cuanto pudiera para conocerle y darle la bienvenida a la familia.
Cuando terminaron de comer, como de costumbre, limpiaron lo sucio y se fueron a la recámara.
Los besos no se hicieron esperar una vez estuvieron resguardados dentro de aquellas cuatro paredes. Las caricias fueron subiendo de intensidad gradualmente la ropa fue desapareciendo de sus cuerpos.
La sed del otro era incontrolable. Sus instintos tomaron riendas del asunto y ellos simplemente se dejaron caer por ellos, sin querer ignorarlos realmente.
—Fyodor...—gimió Chuuya cuando el alfa tomó uno de sus pezones entre sus dientes—Fyodor. ¡Ah!
—Chuuya...
—Fyodor, márcame—pidió con sus ojos azules cargados de anhelo.
El alfa lo miró sorprendido por unos momentos, no esperando que Chuuya le pidiera algo así, no en ese instante por lo menos.
—¿Estás seguro que quieres eso?—preguntó, atento a cada una de sus facciones buscando algún signo de duda.
Pero no, Chuuya se veía más seguro que nunca, como siempre se había mostrado ante el mundo; como un omega lleno de orgullo y con seguridad en cada una de las cosas que hacía.
—Estoy seguro—contestó.
La única contestación que recibió del otro fue un beso cargado de amor y pasión.
Esa noche lo hicieron lento y con ternura entre mezclada con la pasión que sentían por el otro. Chuuya sintió un poco de dolor al momento en el que Fyodor le marcó, pero el otro hizo lo posible para que el sufrimiento del omega fuera el mínimo posible.
Cuando terminaron, limpió su herida lo mejor posible para que no se le infectara ni molestara al dormir. Luego se acurrucaron, entre débiles caricias y se durmieron. Fyodor estaba consciente que al siguiente día Chuuya estaría indispuesto por el lazo, así que como su alfa se preocuparía de que su omega estuviera lo mejor atendido posible.
Y con eso en mente, cayeron dormidos sin dejar de abrazarse.
Cuando Chuuya volvió a casa, dos días después, Kouyou se encontró con la sorpresa de la marca. Si bien, era algo que tarde o temprano iba a suceder, no pensó que sería tan pronto. En su mente, se había hecho la idea de que Chuuya esperaría terminar la universidad y encontrar algún trabajo para forjar el lazo y luego proceder a casarse.
Pero no sacaba nada con llorar sobre la leche derramada. Simplemente y como siempre lo había hecho, le demostró su apoyo a su querido hijo, haciéndole saber que siempre estaría a su lado y le acompañaría en cada uno de sus pasos.
Las siguientes semanas comenzaron a pasar con tranquilidad. El semestre había comenzado y cada uno se estaba enfocando en sus propias obligaciones. Al ser el último de Fyodor, este había estado mucho más ocupado que los semestres anteriores con todo lo que significaba su tesis y proyecto final. Muchas veces aparecía por la universidad con dos o tres horas de sueño en el cuerpo con suerte y mucha cafeína.
En momento así, era cuando Chuuya caía en máxima preocupación por él, puesto que Fyodor siempre había sido propenso a tener bajones anémicos durante procesos de estrés, así que él cumplía con el rol de hacer que se alimentara lo mejor posible y que intentara descansar lo más posible.
Aun así, a pesar de lo ocupado que pudieron estar, se dieron el tiempo para pasar juntos el próximo celo de Chuuya. Al ser el primero luego de forjar el lazo era uno de los más importantes he intensos.
Esa semana la pasaron dentro del departamento de Fyodor con el alfa saliendo solo lo justo y necesario. A él también le sirvió para tomar un descanso de la universidad, aunque no desentenderse completamente de sus obligaciones, puesto que estaba a solo un mes de por fin titularse.
Pasado el tiempo, las cosas siguieron su rumbo acostumbrado; viéndose cada que podían tanto como dentro o fuera de la universidad, hablando por mensajes y llamadas, estudiando y realizando los últimos exámenes. Hasta que finalmente el semestre terminó, Fyodor salió victorioso de su tesis y podrá tener su ceremonia de graduación sin problema.
Su titulación sería dentro de un mes y los padres de Fyodor tenían planeado ir hasta allá para estar con él. Sería la oportunidad perfecta para que Chuuya los conociera oficialmente y luego viajar con ellos y su alfa a Rusia, como tenían planeado.
Pero sus planes se vieron afectados unos días después que el semestre terminó oficialmente.
Era sábado por la noche y ambos estaban recostados en la cama matrimonial de Fyodor viendo una serie que hace muy poco habían comenzado a seguir. El otro recibió un mensaje vía WhatsApp.
Supuso que podía ser alguno de sus padres que le hablaba como costumbre, pero al ver, sin quererlo realmente, vio un nombre completamente nuevo de contacto.
Notó que Fyodor frunció el ceño al leer el mensaje, tecleando una respuesta rápida y manteniendo la vista concentrada en el chat.
Chuuya notó un cambio en el aroma del alfa, volviéndose un poco más ácido de lo acostumbrado, mientras que, gracias al lazo, podía darse cuenta que sentimientos negativos comenzaron a aparecer en él.
Preocupado, decidió preguntarle.
—¿Sucedió algo?
Fyodor dirigió su mirada hacia él y contestó.
—No estoy seguro—dijo—Es el vecino de mis padres, dice que mi madre ha estado un poco enferma estos días, pero no habían querido decirme por la tesis.
Chuuya se preocupó.
—¿Es muy grave?
Escuchó el sonido característico de un mensaje entrante en el chat y Fyodor negó.
—Creo que no, pero...—su voz se apagó en lo que volvía a contestar.
—¿Vas a volver?
—Creo que es lo oportuno.
Él asintió, completamente de acuerdo, aunque la idea de separarse de Fyodor nuevamente y sin una fecha estimada de regreso no le parecía lo mejor, pero sabía que era un asunto urgente y no se metería en ello. Él haría lo mismo si fuera su caso.
Al día siguiente, Fyodor buscó un vuelo hacia Rusia lo más pronto posible y partió en la mañana del otro día.
Chuuya se quedó a la expectativa. Esta ocasión era muy diferente de la anterior; ahora no tenía certeza de cuándo volvería el alfa al país, podían pasar varios días como semanas. Una parte de él temía que eso jugara un papel perjudicial en su relación, pero a la vez se sentía egoísta pensado de esa manera, sabiendo que la madre de Fyodor podía estar en peligro de salud.
De todas formas, esperaría a que el otro le habla cuando arribara al país y supiera de la situación.
Quizás no era tan grave cómo pensaba y él podría volver dentro de poco para seguir con los planes que tenían desde un principio.
Esa misma noche Fyodor de llamó contándole un poco de la situación; resulta que la mujer fue diagnosticada con anemia (tal parecía que era algo de familia) y había estado sufriendo descompensaciones a pesar de estar tomando su medicina y comiendo a sus horas, según ella. Pero como el padre de Fyodor no estaba en todo el día por asuntos del trabajo, no podía estar seguro de que siguiera las indicaciones del médico. La mujer era bastante terca por lo que pudo notar, así que era esperado que le pidieran al alfa que fuera a cuidarla durante unos días.
Lo que a Chuuya no le terminaba de convencer era que fuera el supuesto vecino el que le avisara sobre la salud de su madre y no su propia familia, pero quería pensar que era por la misma cercanía que Fyodor le había comentado que tenían entre ellos.
"Chuuya N.
Espero que tu madre se recupere pronto.
Dale mis saludos."
"Fyodor D.
Lo haré."
Y aunque Chuuya no quisiera sonar demasiado demandante, no pudo evitar preguntarle cuándo pensaba que iba a volver a casa.
"Fyodor D.
En unas dos a tres semanas."
No puede decir que aquella respuesta le dejó satisfecho, pero algo era algo. Tal parecía que sus planes no se verían afectados.
"Chuuya N.
Está bien, solo quería saber.
Cuídate mucho.
Estamos hablando."
"Fyodor D.
Claro.
Tu también cuídate."
Pero a pesar de decir aquello, los días siguientes hablaron muy poco y nada. De forma paralela, Chuuya gradualmente comenzó a sentirse enfermo, todas las mañanas las sentía como si realmente no hubiera dormido nada a pesar de estar en cama por lo menos a las diez de la noche, comenzó a tener deseos de comer ciertos alimentos a horas imprevistas e iba al baño más seguido de lo normal.
Pero por sobre todo y el cambio más drástico que tuvo, fue la alteración de su aroma, siendo acompañado por un leve toque de menta.
Kouyou lo supo, una semana después de que Fyodor se fue a Rusia. Conocía a su hijo a la perfección y los años le daba la experiencia para saber lo que significaba todo aquello.
Es por eso que, para la segunda semana de julio, hizo cita con el médico para que simplemente confirmaran sus sospechas, a pesar que Chuuya no quería ir realmente y simplemente quería responsabilizar la ausencia de su alfa para con los síntomas que su omega estaba desarrollando.
Pero para no discutir con su madre (estaba demasiado cansado como para hacer eso), simplemente dejó que la mujer hiciera lo que quisiera.
El médico, un beta de avanzada edad, fue quien le atendió, checando sus signos vitales (presión, temperatura, ritmo cardiaco, etc) y anotando cada uno de los síntomas que le relataban. Seguido de ello, le hizo un pequeño chequeo físico y al no encontrar nada extraño, procedió a darle una orden para realizarse exámenes de sangre, lo más rápido posible. Debían descartar alguna enfermedad, como la anemia (por el cansancio extremo, sobre todo).
En cuanto salieron, Kouyou enseguida apartó hora para el día siguiente.
Le hicieron los exámenes y dos días después estuvieron listos. Ese mismo día, el médico anterior los recibió para la lectura de ellos.
Cabe destacar que durante las escazas conversaciones que Chuuya tuvo con Fyodor, en ningún le comentó respecto a sus visitas al médico. Sentía que no debía preocupar al alfa, no cuando estaba tan lejos y tenía sus propios problemas con su madre, quien por lo que él mismo le había dicho hace unos días, ya estaba mejorando. Eso le daba ánimo, pensando que pronto podría volver a tenerlo a su lado.
Aun así, la comunicación se había mantenido distante, más de lo que deberían y Chuuya no podía evitar sentir que algo andaba mal entre ellos.
Su pecho era un tumulto de emociones y la ansiedad no le dejaba tranquilo.
Y esto que estaba viviendo, tampoco era un aporte para que su omega se mantuviera tranquilo.
—Bien, joven Chuuya, tengo en mis manos los resultados de los exámenes—habló el médico, tecleando unas cosas en el computador de escritorio que allí tenía.
—¿Qué es?—habló Kouyou. Aunque sospechaba, una parte de ella quería equivocarse. Su hijo aun era demasiado joven.
—Pues bien joven, tienes seis semanas de embarazo.
—¿Eh?—sus ojos se abrieron desmesurados y su piel se tornó unos tonos más pálidos. Inconscientemente llevó sus manos hasta su vientre y se miró.
¿Embarazado? ¿Él, a sus veintidós años?
—¿Está seguro?—preguntó con la voz temblorosa.
El médico asintió.
—Tus síntomas así lo dicen y el perfil hormonal lo termina de confirmar—explicó.
—Entiendo...
El beta escribió un par de cosas más en la computadora y luego imprimió unas páginas.
—Te dejaré una receta con medicamentos para que comiences a tomar desde ahora y una orden para que vayas a realizar tu primera ecografía y saber que todo está bien con el embrión.
Tanto Kouyou como Chuuya asintieron. Recibieron las demás indicaciones del médico y salieron.
Cuando llegaron a casa, Chuuya se mantenía en un trance que preocupaba la alfa. No quería que su hijo se sintiera culpable o pensara que su vida se arruinaba por su embarazo.
—¿Hijo, vas a comer algo?—quiso romper el silencio que les envolvió cuando entraron. En casa solo estaban ellos, ya que una de las amigas de Kyoka le había invitado a almorzar y pasar la tarde juntas.
—No, no tengo hambre—negó, lanzando luego un bostezo—Iré a mi cuarto a tomar una siesta, luego comeré.
Kouyou le miró preocupada. Pero aun así no insistió.
—Está bien. Cualquier cosa estaré en la sala.
—Bien.
Y se retiró a su habitación.
Encerrado en aquellas cuatro paredes y con su cuerpo descansando en la comodidad de su cama, Chuuya se permitió pensar.
Seis semanas de embarazo... eso quiere decir que quedó esperando en su último celo (el primero que compartió con Fyodor). ¿Qué debía pensar? Si bien ya estaban enlazados dando a entender de aquella forma que sus planes eran estar el resto de sus vidas juntos, no habían hablado sobre tener hijos, mucho menos tan pronto y cuando Fyodor recién podría titularse.
¿Qué pensaría él?
Pero por sobre todo ¿qué pensaba él mismo de todo esto?
No podía negar que le hacía ilusión la idea de tener un cachorro dentro de su vientre. Su omega interno se regocijaba en felicidad al saber que albergaba al primogénito de Fyodor, su alfa. ¿Ahora serían una familia? ¿Qué harían con sus estudios? ¿Irían a vivir juntos?
Rápidamente el temor y shock inicial se convirtieron en ilusión y emoción. Quería tener este bebé, quería estar con Fyodor y quería formar una familia a su lado.
A pesar que todo parecía ir demasiado rápido, no se arrepentía y disfrutaría de su embarazo.
Por el momento, no le diría nada a Fyodor. Esperaría a que él volviera y le daría la noticia personalmente.
Era lo mejor.
Luego de ello, tomó la siesta que tanto anhelaba, soñando con una casa junto al mar, Fyodor y una pequeña criatura de negros cabellos y azulados ojos.
Cuando Kyoka volvió a casa, Chuuya ya había hablado con su madre contándole todo lo que en su pecho guardaba. La chica se emocionó al saber que sería tía y que pronto habría una pequeña versión de Chuuya con ellos.
Kouyou también se permitió sentir una enorme felicidad. La idea de un nieto o nieta en camino le llenó el corazón de alegría.
Luego de ello, los días pasaron con tranquilidad. Chuuya había hablado un par de veces con Fyodor, solo lo justo y necesario, pero nunca le nombró algo sobre la noticia.
A pesar de la felicidad que significaba su embarazo, la distancia tanto física como emocional con Fyodor le traía con un dejo de tristeza. Y aunque intentaba mantenerse sereno y positivo, habían noches en las que la soledad le golpeaba fuerte.
Quería culpar a las hormonas de ello.
El día de la ecografía llegó. Hoy sería la primera vez que vería al pequeño ser que había escogido su vientre como hogar durante los próximos nueve meses.
Lo recostaron sobre una camilla dentro de una habitación completamente oscuras, con diferentes pantallas en las paredes (todas encendidas por cierto, con cosas que Chuuya realmente no entendía qué eran) y un ecógrafo junto a él.
El médico le saludó junto a su madre y procedió.
Luego de toda la preparación previa al examen en sí, pasó el brazo de la máquina por el vientre de Chuuya y en la gran pantalla que estaba a sus pies comenzó a verse una imagen distorsionada en tonos negros y amarillos.
Él médico comenzó a dictar números y descripciones al enfermero que le acompañaba, tomando apuntes en la computadora de todo lo que decía y que Chuuya no tenía idea qué cosas eran. Hasta que el médico le miró e indicó con uno de sus dedos hacia la pantalla.
—¿Lo ves? Ahí está el embrión. Tiene siete semanas de gestación—tocó un par de botones de la máquina y luego miró a Chuuya—Escucharemos sus pulsaciones.
Chuuya instintivamente buscó la mano de su madre a su lado y la tomó con fuerza.
El nerviosismo, ansiedad y emoción eran palpables.
—Ahí está.
Y un fuerte y rápido sonido inundó la habitación.
Era el latido de su cachorro, de su bebé.
Sus mirada se volvió borrosa enseguida y en su garganta se formó un nudo por la emoción. Jamás pensó que viviría algo como esto y ahora que lo hacía se sentía una felicidad indescriptible.
Le habría fascinado tener a Fyodor a su lado en este momento, pero bien sabía que pronto tendrían su tiempo.
Ya quería tenerlo de vuelta a su lado y poder darle la noticia.
La ecografía terminó instantes después. El enfermero que les había acompañado le entregó una carpeta donde estaban las imágenes de su bebé impresas y un disco con el video de él antes que abandonaran la clínica. Ambos le agradecieron y dejaron el lugar, ambos con las emociones as flor de piel aun.
Otra semana pasó con rapidez, Chuuya ya no aguantaba la espera.
Todas las noches soñaba despierto con el futuro que le deparaba a su bebé y a su alfa, en las cosas que querría hacer y lograr, hasta caer realmente rendido.
Y finalmente sucedió.
Aquel domingo por la mañana Chuuya despertó cerca de las ocho, plantando carrera inmediatamente hacia el baño. Las nauseas y vómitos habían comenzado hace unos días, así que lo primero que hacía luego de abrir los ojos era hacer una visita inmediata al baño.
Su teléfono móvil sonó, anunciando una llamada entrante.
En cuanto la vio, notó que era una llamada por WhatsApp de parte de Fyodor.
Extrañado (nunca le había llamado tan temprano, tomando en cuenta que allá serían las dos de la mañana), lo tomó y contestó.
—¿Fyodor?
—Chuuya—se escuchó la voz del alfa al otro lado. Chuuya notó que sonaba un poco decaído y su preocupación aumentó.
—¿Pasó algo?—fue directo, temiendo que algo malo haya sucedido con el alfa.
—Volveré a Francia mañana.
¿Acaso Fyodor acababa de ignorar su pregunta? ¿Tan malo era?
—¿Sucedió algo con tu madre?
—No, ella está bien.
—¿... Entonces?
Escuchó que un suspiro salía de los labios del alfa.
—Hay algo de lo que debemos hablar—soltó simplemente.
Chuuya sintió su ansiedad elevarse a las nubes.
—Bien. Yo también debo hablarte de algo—dijo.
—Está bien. Nos vemos el martes.
—¿Eh? ¿No quieres que vaya por ti al aeropuerto?—preguntó.
Algo andaba mal.
—No, no es necesario—negó—Nos vemos el martes en la cafetería de siempre.
—De acuerdo.
Y colgó.
Efectivamente, algo no andaba bien.
El martes llegó más lento de lo que Chuuya esperaba. La noche anterior la pasó en vela pensando en un sin fin de cosas que podía querer hablar Fyodor con él. Su mente no era amable consigo mismo, llevándolo a los peores escenarios posibles.
¿Es que acaso se había enterado de su embarazo?
Era algo difícil, tomando en cuenta que llevaba casi un mes en el otro país y antes de su ida ninguno de los dos había notado un cambio en su cuerpo. El lazo entre alfa y omega era fuerte, pero no creía que lo fuera tanto, menos si tomamos en cuenta que ellos no son destinados.
¿Entonces? ¿Debía mantenerse tranquilo? Ciertamente eso sería lo correcto, si es que no quería que su embarazo se viera afectado por sus emociones.
Pero por más que intentó mantenerse sereno, no podía lograrlo.
Y todo empeoró cuando al momento de llegar a la cafetería, Fyodor le recibió de una manera tan lejana, como nunca se había comportado con él.
En este punto, Chuuya dudaba el contarle la noticia de su embarazo y entregarle las fotografías de su ecografía.
—¿Me dirás qué sucede?—Chuuya jamás había sido alguien demasiado paciente y todo este lío ya lo estaba llevando al límite.
Fyodor tomó un sorbo de la taza de café que tenía frente a él antes de hablar.
Y a pesar de que Chuuya imaginó todos los escenarios posibles, jamás nunca pudo pensar que lo que salió a continuación de los labios del alfa se podía cumplir.
—Encontré a mi destinado.
Para Chuuya, el mundo se detuvo un segundo en ese momento.
—¿Q-Qué?
Su corazón se agitó y sus manos comenzaron a temblar. Fue como si su alma cayera al suelo en un milisegundo.
—Encontré a mi destinado en Rusia—repitió.
Su respiración se hizo más difícil y aunque intentaba mantenerse calmado, las emociones simplemente fluían, queriendo estallar.
—¿Cuándo?
—Para Navidad.
Espera... ¿qué?
—¿En Navidad?—Fyodor asintió—¿Es el chico que tus padres te presentaron?
El alfa volvió a tomar un sorbo de su taza y le miró directamente a los ojos.
—Sí.
—¡¿Y me lo vienes a decir ahora?!—finalmente explotó, a la vez que sentía su garganta arder por el llanto contenido.
—No estaba en mis planes relacionarme con él—explicó—Pero simplemente pasó—centró su mirada en los azules ojos de Chuuya—No se puede ir contra el destino.
Chuuya se colocó de pie haciendo un gran estruendo y llamando la atención de las otras personas que estaban en el lugar.
—¿... Terminaste?—escupió finalmente.
Fyodor asintió.
—Adiós.
Y Chuuya salió del lugar sin mirar al alfa, dejando con él todos sus sueños y anhelos, su amor, sus momentos, sus aspiraciones.
Se fue, marcando un final abrupto, uno que realmente no deseó.
Cuando Kouyou se enteró de lo sucedido, solo pudo abrazar a su hijo, intentando consolarlo y protegerlo de aquel daño irremediable que se había provocado en su corazón.
Le dolía el alma, no podía negarlo. Nunca había visto a su hijo tan destrozado como esa tarde cuando llegó de la cafetería. Chuuya había llegado a su lado, igual como lo hacía cuando solo tenía cinco años y buscaba consuelo luego de rasparse las rodillas en la tierra al caer producto de algún juego.
Aunque ahora su hijo no tenía cinco años y mucho menos esto era un simple raspón en sus rodillas que se pasaría con ungüento y curitas, pero él lloró en su pecho, lloró de la misma forma, con la misma intensidad. Y ella estuvo ahí, hasta que dijo basta.
Los siguientes días estuvo decaído, comiendo solo lo justo y necesario, pasando gran parte del día encerrado en su habitación durmiendo.
Kouyou estaba muy preocupada. Pronto las clases volverían a comenzar y su hijo debía volver a la rutina. Le faltaba muy poco para terminar su carrera que sería algo realmente malo si no podía seguir.
Chuuya por su parte, había intentado asimilar todo lo que había pasado.
La ruptura fue tan rápida e inesperada, que le costó varios días darse cuenta que realmente había sucedido.
Debía pensar en lo que haría, en su embarazo, su carrera y su vida en sí.
¿Quería tener a su cachorro? Obviamente. Aunque tuviera parte de Fyodor, también era parte de él.
Sabía que lo que se le venía no era un camino fácil, ser padre soltero jamás lo era. Pero era un precio a pagar por la estabilidad y tranquilidad que esperaba obtener con su cachorro.
Es por ello y consciente de que su madre estaría preocupada por él, que intentó hacerse el ánimo.
Las clases estaban a la vuelta de la esquina y dentro de unos meses ya podría titularse también. Así que con esa idea en mente, habló con su madre, para darle calma que sabía necesitaba.
Los meses comenzaron a pasar. La pena y desamor de Chuuya se habían ido calmando acorde los días iban transcurriendo. Junto con ello, su vientre iba creciendo poco a poco y los síntomas problemáticos iniciales de su embarazo ya estaban desapareciendo.
Luego de la "conversación" que tuvieron esa tarde donde marcaron el final de todo, no había vuelto a tener noticias ni mucho menos comunicarse con Fyodor. Le bloqueó de todas las redes sociales y se deshizo de cada cosa que él le había dado. Era como si aquello jamás hubiera sucedido.
Aunque aun habían momentos en los que los recuerdos le golpeaban y sus ánimos se iban al suelo, nada más sentir su vientre bajo su tacto, le traía al presente. No, no estaba solo y tendría a alguien muy pronto a su lado, a quien amaría incondicionalmente y viceversa.
Y ese recordatorio se hizo más real una noche, cuando atravesaba su cuarto mes y una semana de gestación, luego de cenar y despedirse de su familia, estando en la tranquilidad de su habitación, pudo sentir el movimiento de su bebé.
Fue un momento mágico e indescriptible, algo que le llenó el corazón de alegría.
Esa misma semana tenía control para ver que todo estuviera bien y para conocer el sexo del bebé.
Grande fue su alegría cuando el médico encargado le dio la noticia que era una niña y que todo parecía ir de viento en popa.
Cuando volvieron a casa, pidieron comida a domicilio (no tenían muchas ganas de llegar a cocinar) y cenaron los tres sentados en la sala acomodados para ver una película en familia.
—¿Haz pensado en un nombre para la bebé?—Kyoka preguntó, sentada a su lado y tocando su vientre. Cada vez que Chuuya comía algo, su hija comenzaba a moverse sin parar, así que en momentos como ese tanto como Kyoka y Kouyou aprovechaban para sentir sus patadas contra sus manos.
Chuuya sonrió, moviendo la cabeza afirmativamente.
—Tengo uno en mente.
—¿Cuál?
Miró a su hermana y luego a su madre, también atenta a la revelación que estaba por dar su hijo.
—Sorano.
—¿Sorano?
Kouyou le miró sorprendida un segundo, para luego sonreír tiernamente.
—Significa "que viene del cielo"—dijo ella.
Chuuya asintió.
Porque eso mismo significaba su hija; un regalo del cielo.
Lastimosamente, la vida golpeó nuevamente de la peor forma a Chuuya, recordándole que aunque quisiera enterrar su pasado en el lugar más recóndito del mundo y jamás volver a saber de él, era algo imposible de hacer.
Y así se le confirmó una mañana de su quinto mes y medio de embarazo. La marca donde Fyodor había hecho el lazo comenzó a sangrar de un momento a otro, produciéndole un dolor agonizante, que le hizo encorvarse en el lugar dónde se encontraba.
Sus demás compañeros, al saber la condición de Chuuya, no dudaron en socorrerlo, al ver como el cuello de su camisa comenzaba a mancharse cada vez más de aquel líquido vital que brotaba de su cuello.
Su vientre se puso tenso, enviándole fuertes punzadas por todo el cuerpo.
Su vista se nubló a la vez que sus piernas flaquearon. Sentía cómo las fuerzas iban dejándolo a cada momento. Hasta que su mundo se tornó negro, perdiendo el conocimiento en medio de la desesperación y el miedo.
Cuando despertó, lo primero que vio fue un techo blanquecino sobre él.
Solo un segundo después, las imágenes de él desmayándose en medio de su clase junto con el dolor indescriptible en su cuerpo.
—¡Sorano!—exclamó, llevando sus manos hasta su vientre. Pero grande fue su sorpresa al no encontrar nada más que su plano vientre.
—¡Chuuya!—en ese instante, Kouyou entró en la habitación, luciendo sus azulados ojos hinchados y una expresión preocupada—Por fin despertaste—llegó a su lado, impidiendo que el omega se incorporara en la cama.
—Mamá, Sorano...—sus ojos comenzaron a lagrimear. Temía lo peor—¿Qué pasó con ella? ¿Dónde está?
—La doctora ya viene, ella te explicará todo—intentó consolarle, pero ambos sabían que las noticias no eran muy alentadoras.
En ese momento, una mujer omega entró en la sala, junto con el que sería el expediente de Chuuya en la mano.
Miró al muchacho en la cama, acercándose hasta él y revisando sus signos vitales.
—Doctora...
—Sé que tienes preguntas y estoy aquí para contestarlas—dijo ella, terminando sus anotaciones—Dime, Chuuya ¿haz terminado tu relación con el alfa que te marcó?—preguntó directamente.
Chuuya asintió, temiendo lo que ello podía significar.
—Lo suponía—escribió nuevamente en el papel y luego le miró—Bien, lo que sufriste fue el síndrome del lazo roto. En pocas palabras, el alfa que te marcó hizo un nuevo lazo con otro omega—explicó lo menor hiriente posible—Cuando esto sucede tu cuerpo busca expulsar todo rastro del alfa, es por eso que tu marca comenzó a sangrar y comenzaste con contracciones.
—¿Y mi hija? ¿Qué pasó con ella?—preguntó, mientras sostenía la mano de su madre, buscando apoyo.
—Tuvimos que practicarte una cesárea de emergencia y tu hija está ahora mismo en una incubadora—explicó—No te mentiré... por su cuerpo tiene muy pocas probabilidades se sobrevivir. Solo debemos esperar un milagro.
Y en ese momento, Chuuya se quebró.
No supo cuáles fueron las palabras que dijo la doctora luego de eso, su mente había dejado de procesar cualquier tipo de información. Solo podía pensar en el dolor que sentía al saber que su hija estaba al borde de la muerte.
Las próximas horas pasaron con lentitud. Por lo que su madre le había dicho luego era que lo dejarían unos días en el hospital para tenerlo en observación. La peor parte había pasado para él, pero aun debían ver cómo evolucionaba su cuerpo y por sobre todo si su omega interno mostraba signos de despertar.
Dos días después del evento, Chuuya pudo salir de su habitación si compañía. La herida de su vientre aun dolía, pero sus ganas de ver a su pequeña hija eran más fuertes. Necesitaba verla, tenerla cerca, conocerla.
Pero aunque estuvo mentalizándose durante horas, nada pudo prepararlo para la imagen que se retrataba ante sus ojos; en una pequeña sala, también inmaculada, con una pequeña cuna encapsulada en medio de ella y varias máquinas (una que marcaba los latidos, un respirador mecánico, sondas y cables que transportaban suero). Y finalmente, una pequeña criatura recostada al centro de aquella cuna.
Sus ojos, llenos de lágrimas acumuladas que amenazaban con escapar en cualquier momento, recorrieron el delicado cuerpo de la niña; su piel era tan blanca que incluso las venas podían verse a través de ella y sus extremidades tan delgadas que amenazaban con romperse en cualquier movimiento.
Veía el movimiento de su pecho, dando cuenta que estaba viva y respirando, aunque sea con la ayuda del respirador que hacía aquel trabajo.
Apoyó una de sus manos en el plástico transparente que los separaba y sus lágrimas cayeron sin poder detenerlas.
Era tan pequeña, tan frágil, que su corazón se rompía a cada segundo que la veía.
No merecía sufrir de esa forma, no merecían que esas cosas les sucedieran. Pero ahí estaban; él con un lazo roto, con su omega dormido y su cuerpo desajustado, y su hija aferrándose a la vida con todas sus fuerzas.
No supo cuánto tiempo estuvo allí, simplemente contemplándola dormir. Sólo salió cuando una enfermera apareció; tal parecía que le habían estado buscando , ya que su madre había ido a verle.
Simplemente por eso accedió a volver a su habitación, con la silenciosa promesa de volver cada vez que pudiera.
Así pasó una semana; Chuuya iba todos los días hasta la habitación donde estaba su pequeña Sorano, conversándole a la nada, cantándole canciones de cuna y contándole cómo valía la pena vivir, aunque a veces las cosas no sucedieran como uno planea, pero a veces sucedían cosas maravillosas como su propia existencia, que hacían que todo lo malo fuera insignificante.
Pensó que si hacía eso, hablarle como siempre lo había hecho cuando la niña aun estaba en su vientre, las cosas podían mejorar. Puso todas las esperanzas en ello.
Pero aunque lo intentó, aunque quiso creer, sus plegarias al cielo no fueron suficiente.
La noche del quince de diciembre, en medio de una nevada, el corazón de la pequeña Sorano dejó de latir. Y ningún esfuerzo logró que volviera.
Chuuya entendió que su corazón puede ser roto en más de una forma y que a veces los regalos del cielo son como las estrellas fugaces; rápidas pero inmensamente maravillosas.
Chuuya y su familia decidieron cremar a la pequeña, en una ceremonia íntima y familiar, guardando sus restos en una hermosa ánfora de madera tallada, la cual luego le harían un altar en casa para mantenerla allí.
A raíz de lo que le sucedió, la universidad le dio la posibilidad de realizar exámenes libres (gracias a sus excelentes calificaciones) y poder terminar su semestre sin problemas.
Al siguiente, a pesar de lo difícil que pudo ser, logró sacarlo adelante y obtuvo su titulación.
Unos meses después, su madre, Kyoka y Chuuya volvieron a Japón, a su hogar.
Allí Chuuya hizo un pequeño santuario en el patio trasero de su casa, donde quiso colocar una pileta de agua con plantas, flores y luces. Ese lugar, lleno de vida, sería el lugar de descanso para los restos de su pequeña y amada hija; Sorano Nakahara.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
Dios, juro que quiero llorar.
Lo terminé. Finalmente lo terminé.
Cincuenta y cuatro páginas de word, más de trece mil palabras. He dejado mi alma en este capítulo.
Juro que estuve meses sufriendo, escribiéndolo, queriendo que saliera perfecto, puesto que este capítulo era el más importante y especial, el que más me hacía ilusión escribir. Es por ello que la presión que me autoimpuse para lograr mis expectativas fueron horribles y lograron estresarme.
Pero por fin lo logré. Y me siento tranquilo.
Una disculpa para quienes estuvieron tantos meses esperando actualización, pero por los motivos anteriores fue el retraso.
No planeo dejar el fic de lado, porque me hace mucha ilusión. Así que espero que las actualizaciones vuelvan a ser regulares.
Bien, siendo sincero, el capítulo no está beteado, así que si tiene algún error no duden en hacérmelo saber.
Espero haya sido de su agrado y si a alguien no le gusta el FyoYa, me disculpo, pero en las advertencias previas al fic especifiqué que podía agregar otras parejas. De todas formas, era algo importante y que no podría cambiar.
Bien. Estaremos leyéndonos dentro de poco.
Me disculpo nuevamente.
Saludos a todos.
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