Capítulo 3
Lara
El problema del primer día de vivir con alguien que no conoces, es que no sabes cuáles son sus horarios. Y aunque aún me costaba aceptar mi nueva situación, tenía que ir a trabajar. Desde las 10 am. hasta las 16 hrs. me tocaba trabajar jornada completa en la librería. Eran más horas de lo normal, pero iban a llegar cajas de libros que tenía que ordenar e inventariar.
Mi segundo trabajo comenzaba a las 17 hrs. Y aunque nadie me controlaba porque era editora freelance, calculaba que si no comenzaba a esa hora, no iba a lograr cumplir con la fecha de entrega prometida a un cliente.
Y yo podía ser varias cosas: torpe, ansiosa, y muchas veces, con la cabeza en las nubes. Pero nunca irresponsable.
Menos con Eduardo Tapia, escritor novato —y chileno—, con ideas asombrosas para libros de terror. Al nivel que prefería editar sus libros de día. Porque olvidé mencionar: también soy miedosa.
Era el segundo libro que editaba para él, y sospechaba que seguiría solicitando mis correcciones. Lo que me ayudaba mucho como ingresos extras. La escritura no era el trabajo que lo mantenía económicamente, pero sí el que más disfrutaba.
Así como yo.
Hasta que logremos el best seller.
Había escuchado la puerta de entrada unos minutos atrás, así que asumí que Oliver había salido. Miré el reloj: 9 am. Ese era su horario de salida.
Di un respingo.
—¡Mierda! Estoy atrasada.
Salí de la habitación de puntillas, como si él fuese a aparecer de la nada. Decidí darme un par de días para andar así de incómoda en el departamento. Tenía que superarlo, aunque la idea de encontrármelo de frente, con mi cara hinchada, el pelo desordenado y, peor, sin haberme lavado la cara, me desesperaba.
Él era demasiado guapo como para que me viera así. Y un desconocido.
Era una estupidez, lo sé. Porque él era un ser humano normal y yo solo la chica que alquilaba una habitación en su departamento. Pero no podía evitar sentirme así.
Tenía que dejar de darle tantas vueltas al asunto.
Otra cosa incómoda de vivir con Oliver era que las dos habitaciones del departamento tenían su puerta frente a frente. Así que, cuando Oliver abrió su puerta y salió a toda velocidad, y yo justo estaba fuera de la mía, no pudimos evitar chocar.
Yo llevaba la ropa que me iba a poner y la toalla en la mano.
Él llevaba puestos unos pantalones de pijama delgados, ajustados a la cadera y nada más. Se apoyó en el marco de la puerta y ladeó la cabeza al mirarme.
Él también se estaba recién levantando. Pero lucia... bueno, delicioso.
Dios mio, Si pusiera esos pensamientos en una escala del 1- 10 de cosas que no debía pensar, eso estaba en el número 10. Ese chico en un día, me tenía con las hormonas revueltas como si nunca hubiese visto un chico tan guapo... y sexy.
Con Halsey, nunca me sucedía que ella se aparecía por las mañanas, menos como si tuviese que salir corriendo.
Todo lo que yo tenía en la mano cayó al piso. Pegué un salto y un mini grito porque quedé con el corazón en la mano. No solo porque apareció como si fuese atrasado a dominar el mundo sin camiseta, si no que yo era un desastre.
Y lo peor: mis bragas de zorrita cayeron a sus pies.
Aún no lavaba ropa, y todos los calzones normales me los había llevado al viaje. Solo quedaban esos colaless rosas llenos de brillos, que Enrique me había regalado en algún momento de muy mal gusto. Eran horribles. Tenían tela suficiente para cubrir... nada. El pijama que llevaba puesto, encogido por la secadora, era tema aparte.
—Lara, disculpa, te asusté —dijo, agachándose para recoger lo que boté al suelo.
Estaba segura que no notó que entre esas cosas iban una bragas, hasta que las tuvo en la mano.
En la mano.
Sujetándolas entre su dedo índice y pulgar, como si fuesen algo extraño y gracioso.
Las dejó sobre el resto de ropa que recogió con extrema lentitud y me extendió todo con los labios apretados entre sí, aguantando la risa. Cogí mi ropa y de reojo vi sus abdominales.
Quería morir.
Mi cara pasó por todas las tonalidades fucsias y lo sentí.
—Pensé que habías salido —murmuré, más para mí que para él.
Se encogió de hombros, como si nada.
—Es que se fue alguien. ¿Te despertamos?
—No, de hecho voy un poco atrasada a trabajar. ¿Todo bien? Por poco pasas por encima de mí —dije, media nerviosa tratando de hacer del momento menos incómodo. Creo que mi voz tembló un poco.
Oliver me tapaba el camino hacia el baño y... que alto era comparado a mí.
Y no sé si ya comenté que sus abdominales estaban increíbles y seguían allí, marcándose de forma asombrosa.
Digno de admirar. ¿Si lo tocaba se sentiría tan firme como parecía? No era por comparar, pero Enrique no tenía abdominales... ni ninguno de mis ex novios era tan guapo.
—Todo bien, solo iba a lavarme los dientes. Es que están cambiando el lavabo de mi baño. Hoy estará listo, lo prometo. —Sacudió su cabello despeinado, que le caía sobre los ojos. Bajó su mirada a mis bragas y sonrió—. Creo que estás más atrasada que yo, así que ve tu primero.
—Gracias. Prometo ser rápida —repliqué, no dando más espacio a esa conversación de pasillo mañanera y extraña.
Cuando estaba entrando al baño, me habló:
—Ah, por cierto... la gata ya no es la gata.
Abrí la boca, impactada, y me giré. ¿Ya se había deshecho de ella?
—¿A qué te refieres? —pregunté, asustada.
—A que ahora se llama Atenea. ¿Te gusta?
Sonrió, y no pude evitar devolverle la sonrisa.
—Me encanta —susurré.
Y entré al baño. Cerré la puerta tras de mí, me apoyé en ella y tomé un par de respiraciones hondas. Mi corazón iba demasiado rápido. Eso no lo aceptaba, ¿Qué me estaba sucediendo? Ni siquiera lo conocía y me tenía acelerada. Solo porque estaba bueno.
Me toqué la frente, quizás tenía fiebre. Esas actitudes de niña hormonal de 15 años no iban conmigo. Me acerqué al espejo y me llevé los dedos al puente de la nariz. Estaba roja. Me había dejado en completa evidencia. Y no, no tenía fiebre.
Me duché en cinco minutos y salí del baño envuelta en una toalla. No me vestí en el baño porque no quería demorarme más y hacerlo todo más incómodo. Caminé rápido a la habitación, cruzando el pasillo. Cuando estaba cerrando mi puerta, escuché que él abrió la suya.
Atenea estaba sobre mi cama mirándome con expresión sospechosa, ¿acaso podía sentir mis hormonas volviéndose locas?
—Creo que te vas a quedar, Atenea. Si ya te puso nombre, no te dará tan fácil.
En diez minutos ya estaba vestida y maquillada. Bastante sorprendida de mi rapidez. Aunque también tengo que decir que me sentía hiperventilada y con la escena de mi calzón en sus pies y, luego en sus manos, pegada en mi cabeza.
Sospechaba que él tampoco iba a dejar ir eso tan rápido.
Llegué puntual a las 10 am. a la librería. Millie me ve apenas puse un pie dentro y corrió hacia mí. Ella era más o menos la única amiga verdadera que tenía en nueva York. Nos conocíamos desde hacía pocos meses.
Emilia era argentina, teníamos la misma edad, y casualmente, compartíamos los mismos dramas amorosos y sueños aún no frustrados: ella de actriz y yo, escritora.
Ninguna lo había logrado hasta el momento, así que éramos iguales y llorábamos juntas por nuestros fracasos. Que eran... varios.
Me abrazó fuerte como si no me hubiese visto en años.
—¡Te extrañé! Tuve tres citas que terminaron en un desastre, y no tenía a quién contárselas. —Se alejó y me miró con los ojos llenos de emoción—. Necesito saber todo de tu viaje. Cuando dijiste que ibas a desaparecer, no lo tomé tan literal. No subiste ni siquiera una historia y no contestaste ninguno de mis mensajes. ¿Como esperabas que sobreviviera a este mundo sin ti? —Resopló y se cruzó de brazos.
Me reí.
—También te extrañe, y no era mi plan estar taaaan desaparecida. Lo juro. —Arrugué la nariz—. Pero cuando bloqueé a Enrique, me agregó de otro Instagram para escribirme cosas desagradables y no... no me permití tener un viaje angustiada. Él no me iba a arruinar mi viaje.
Millie sacudió la cabeza y agitó las manos. Como si así pudiese alejar el nombre de mi ex.
—No lo nombremos por favor. Él no merece que lo nombres. —Luego me dio una sonrisa malévola—. Perdoncito, cuéntamelo todo. ¿Besaste a algún chico?
Pasamos las siguientes tres horas poniéndonos al día, mientras ordenábamos libros y atendíamos a los clientes. Recién cuando era hora de tomarnos el break para comer, llegué a la parte que sabía que a Millie le iba a encantar y volver loca: que vivía con un chico.
Se sentó con la boca abierta en una silla apenas las palabras salieron de mi boca. Sacudió la cabeza.
—Espera, no entiendo. ¿Enrique? —preguntó, arrugando la cara como si le hubiese dado una mordida a un limón—. ¿En serio? Dime que no, Lara.
Me demoré en contestarle a propósito.
—¿Qué? No... el nieto de Halsey. Ella...
—¿Quién demonios es Halsey? —Mi amiga parecía que iba a tener un ataque con cada palabra que yo decía.
—La señora con la que vivo... vivía. Lo que pasa es que ella...
—¿Pero qué tiene que ver con su nieto viviendo contigo?
—Más bien, yo vivo con él —repliqué fastidiada, algo divertida—. Él...
—No entiendo. ¡Explícamelo todo! —Dejó su comida a un lado y me dio una sonrisa un poco diabólica.
—¡Es que no me dejas hablar!
—¿Quién no te deja hablar? —interrumpió Demi, la dueña de la librería. Entró a la sala de descanso leyendo un libro. Nos habló sin levantar la mirada.
—Lara se fue a vivir con un chico —soltó Millie, histérica. Allí Demi alzó la mirada
—¡Lara! Qué bueno que regresaste hoy, pensé que eras Rose. —Luego me miró confundida—. ¿Enrique? Pensé que ya habían terminado.
—No es él. Halsey, la señora con la que vivía, decidió mudarse mientras yo estaba de vacaciones, y se le ocurrió la maravillosa y brillante idea de dejar a su nieto a cargo del departamento —aclaré a toda velocidad para que no me interrumpieran.
—¿Edad? —preguntó Demi. Cerró el libro.
—No lo sé... unos 28, quizás.
Los ojos de ambas se abrieron lentamente y vi en sus miradas la esperanza, probablemente de eliminar a Enrique de una vez por todas de mi vida. Había estado tan enamorada de él que todos pensaban que en cualquier momento caía en sus redes. Y eso no podía estar más alejado de la realidad.
—Foto, por favor, Lara. —Millie señaló mi celular sobre la mesa.
Rodé los ojos.
—No tengo. Y es horrible —mentí descaradamente. No quería poner más presión y expectativas en algo que no era nada de lo que pensaban. Apenas yo estaba soportando. Simplemente vivía con un chico. Ya luego cuando tuviese el asunto más digerido les confesaría con honestidad lo que Oliver era: un hombre guapísimo y que me ponía levemente nerviosa.
La decepción en la cara de ambas era notoria.
—Bueno, quizás es súper simpático —murmuró Demi, volviendo a su libro—. Eso es mucho mejor que un hombre guapo. ¿Has visto a mi esposo? Es simpático, y bueno, tiene otros talentos que no diré en voz alta.
Con Millie soltamos una carcajada.
—Quizás... —respondí, encogiéndome de hombros. La imagen de Oliver con mis bragas voló frente a mis ojos—. Aún no hemos hablado mucho.
Millie cogió de nuevo su comida.
—Igual quiero saber si lo besas o algo —murmuró.
Me dio un leve cosquilleo el siquiera pensar en eso. Tragué saliva.
—No lo haré, sabes que vivo ahí porque Halsey me arrienda muy barato. Hoy o pronto hablaré con él sobre eso. No quiero tener que irme en un par de semanas. Aunque no me siento del todo cómoda viviendo con él, pero trataré de pedirle un par de meses. Así puedo encontrar algo donde vivir que sea decente y pueda pagar.
Recordé mis bragas en sus pies. Y presentía que iba a ser algo que seguiría recordando... más de lo necesario.
—Mi amiga Rachel arrienda una habitación. No creo que tan barato como lo que pagas ahora, pero está a diez minutos en metro de aquí. Te daré su contacto si lo quieres —murmuró Demi, mordiendo una galleta sin sacar la vista de su libro.
—Gracias.
—¿Y cómo vas con tu otro trabajo? —pregunta Millie.
Ella siempre se emocionaba cada vez que alguien me pedía editar o corregir un libro. Así como yo cuando me decía que la habían llamado para un casting o un papel en alguna obra de teatro. Básicamente, estábamos a la espera de que alguna de las dos se volviese famosa millonaria para arrastrar a la otra al éxito.
—Bien. Hoy me llegó otra novela para editar y maquetar. Estoy emocionada porque es sobre misterio y soy adicta a esos libros. No como el que edité antes de irme de viaje que era la biografía de la abuela de alguien, que nunca hizo nada interesante. Entonces fue un libro que me costó mucho editar. Me quedé dormida en cada capítulo.
—Qué profesional amiga. —Se rio Millie, divertida—. Que bueno que te llegó otro más. Ya deberías cobrar más.
—Es que los libros que me llegan son de personas que están recién comenzando y persiguiendo el sueño. Gente que trabaja o estudian otras cosas y la escritura es su hobbie. Me alegra ayudar. Solo espero tener la experiencia suficiente como para ya editar en las grandes ligas y que me saquen de la pobreza —comenté riendo—. ¿Y tú? ¿Alguna obra a la que ya te deba ir a ver?
—Obvio que va a pasar y e iré a todas tus firmas de libros. —Sus pestañas revolotearon sobre sus ojos—. ¡Adivina!
—No tengo idea de obras, no puedo adivinar —bromeé—, ¿Broadway?
Asintió lentamente, con una expresión de emoción que solo le había visto cuando le dije que había mandado a volar a Enrique. Literal, le lancé una almohada para que se fuera del departamento.
—Sí —respondió, con los ojos poco a poco llenándose de lágrimas de emoción.
Me puse de pie de golpe, emocionada.
—¿Qué? ¿Vas a estar en Broadway? ¿Y cómo es que no me habías dicho? —La abracé fuerte.
—Espera que termine —murmuró Demi desde el sillón donde leía su libro. Y yo arrugué la frente. Millie hizo un mohín en su dirección.
—Seré un extra —aclaró—. Tengo que mezclarme entre los personajes en un par de escenas. ¡Pero estoy cada vez más cerca! Además, ya me hice amiga de varios actores, y tú sabes que con mi encanto me abriré camino como sea. Solo tenía que entrar. Y lo logré.
Di otro salto de emoción.
—¡Lo lograste! ¡Llegaste a Broadway! —Ella se puso de pie y comenzamos a dar saltos abrazadas. ¿Y qué si era un extra que aparecía en algunos momentos? Pronto iba a ser la estrella.
Cuando terminamos de saltar, Demi nos estaba mirando con una galleta a medio camino de su boca y expresión de no entender nada. Ella siempre era así, demasiado expresiva y honesta. A veces, de forma innecesaria. Pero era la hija de la dueña, así que le perdonábamos todos. Igual la queríamos.
—Eres como Mike wazowski cuando sale en la portada. —Lanzó un largo suspiro y se puso de pie—. ¡A trabajar! —exclamó, saliendo del cuarto.
Millie chasqueó la lengua.
—Es incapaz de demostrar emociones, pero me felicitó. Y ya tiene tickets para ir a verme, así que sé que está feliz también.
—¿Y cuándo empiezas? Tengo que ir a verte.
Buscó en su bolsito y luego de unos momentos sacó un ticket alargado brillante.
—Aquí tienes el tuyo. Bueno, tengo uno más por si quieres invitar a alguien. Sacó un segundo ticket y me lo entregó también.
—¿A Enrique? —bromeé. Su expresión se volvió diabólica en un segundo. Me estremecí.
—Ni lo pienses.
—No lo nombraré más, quizás si repito mucho su nombre termina apareciendo.
—Si lo dices tres veces seguidas, lo invocas. —Le dio un escalofríos.
Me largué a reír.
—Le preguntaré a Halsey si quiere acompañarme.
—Obviamente, preferiría que fuese un chico, pero puedes invitar a quién quieras. Es en una semana.
Horas más tarde, iba de regreso al departamento a recoger mi computadora para irme a editar a mi café favorito. Lo necesitaba.
Sin embargo, me detengo a unos metros de distancia, sin poder creer lo que veía.
—No puede ser. Parece que sí te invoqué después de todo —murmuré.
Me acerqué a paso rápido, no podía creer que Enrique estuviese fuera del departamento. Ese gorro de lana de color verde que odiaba lo reconocería en cualquier parte. Algo no cuadraba en la escena, pero no veía más porque justo había una fila de autos que me impedía ver bien. Apuré el paso, asustada, con el corazón latiendo a toda. velocidad.
A medida que me acercaba, vi algo que me desconcertó.
Enrique no estaba solo y empujó a alguien. Apagué la música apretando mis audífonos.
—No, no...no. Me van a echar del departamento si es lo que creo que es.
No podía ser. Estaba discutiendo, gritando, agitando sus manos. Recordé nuestras peleas horribles que terminaban con él pidiéndome perdón una y otra vez. El recuerdo y lo que estuviese haciendo fuera del departamento, me debilitó. La ansiedad comenzó a apoderarse de mí, y el pecho a doler.
A medida que me acercaba, la imagen de lo que no quería ver se volvía más clara.
Oliver.
Oliver y Enrique estaban justo afuera del departamento frente a frente.
Oliver tenía un hilo de sangre corriendo por su nariz.
Se me nubló la vista. Me dio mucho miedo.
Eso no podía estar pasando.
_____
Ayyyy el ex que arruina todo.
¿Cómo creen que reaccionará Oliver con este escándalo en la puerta de su casa?
¿y todo por una chica que NO conoce?
ufff, ¿qué quieren que pase a continuacion?
Gracias por escoger el nombre Atenea bbys. Síganme en mi instagram para que sigamos escogiendo cosas de este libro juntosssss (valerieparriss)
Besitoosssss
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