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32. Aventura

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"Y si te dejas llevar
Muchas cosas pueden pasar"

Laura

Oh, dios. He fallado tus pruebas.

Tengo un pie en el infierno.

Me estoy besando con Diego.

¿Y por qué no lo puedo detener?

Me acorraló contra la pared. Sus labios gruesos y carnosos eran extremadamente suaves. Su boca demandante, me pedía y exigía un beso profundo.

Tomó mis muñecas con la fuerza precisa para sentirme dominada.

Rayos.

Antes me había preguntado cómo Diego besaba, y estando allí... no pensé que sería así.

No, no era un tiernito romántico como podría haber sospechado. Era incluso... algo brusco y... sexy.

Dejó mis manos al costado de mi cara. Ni aunque hubiese querido las podría haber movido. Su lengua entró en mi boca haciéndose lugar como si él perteneciera a ella. Acarició la mía causando que hilos de corriente y de placer, se extendieran desde allí a todo mi cuerpo. Era un beso enojado, con una energía sorprendente. Diego estaba furioso, ¿conmigo? ¿con él? No sé, pero bajó sus manos grandes y presionó sus dedos alrededor de mi cintura, sin pegar su cuerpo al mío. Y esa distancia que había entre el calor de nuestros cuerpos, me desconcertó. Él me tenía firme, y yo bajo sus brazos no era más que un gatito indefenso.

Admito —con un poco de vergüenza— que me sentí tan diminuta entre sus brazos, que pensé en todas las posibilidades que eso implicaba.

Así como cuando los hombres ven a una chica muy flexible y se imaginan "todas las posibilidades"

Yo hice lo mismo, en versión: "Dios, este hombre es enorme y..."

Y ese pensamiento hizo que algo parecido a un shock eléctrico se extendiera desde mi entrepierna hasta mi pecho. Yo ya estaba excitada, y su beso amenazó con hacerme perder el control. Me costó —más de lo que debería— separarme de él.

Le eché la culpa al alcohol, pero en verdad ya se me había evaporado de la sangre. Lo separé, y él no se resistió.

Nos quedamos mirando desconcertados, ambos con la respiración agitada e inconstante. Nuestros pechos subiendo y bajando; y con labios húmedos.

Si alguien hubiese entrado a la escena habría pensado que acabábamos de ver un unicornio rosado o un duende con una olla de oro. Porque nuestras expresiones eran épicas.

Mierda.

Mierda.

Tragué saliva.

—Diego, yo...—Comencé a decir, con la voz entrecortada.

—No, Laura —dijo, frotando su cara con ambas manos—. Fue mi culpa, no sé. Vodka, whisky. —De repente, llevó la vista al cielo, como buscando respuestas allí.

Al parecer él igual tiene sus conversaciones con las divinidades.

—Sí, yo también. Mojitos, bebí como cinco —mentí. Me aclaré la garganta, y entorné los ojos como si estuviese pensando en la cantidad de mojitos. Pero en realidad estaba contabilizando los daños y estragos en mi ser. Como si un huracán hubiese pasado encima de mí, y tuviese que analizar los daños provocados por el desastre natural.

Pulsación en las nubes.

Corazoncito acelerado.

Culpabilidad nivel avanzada.

Interrumpió mis pensamientos.

—Si, esto fue el alcohol. Si no, no hubiese sucedido —aseguró, meneando la cabeza—. Fue una estupidez. Perdón.

—Sí, obvio. Mucho alcohol. —Me reí nerviosa, e hice un ademán con la mano para quitarle importancia—. No te disculpes. Fue el alcohol.

Oh, dios Laura deja de decir alcohol.

—Pero hagamos como que esto nunca pasó —agregó él, rápidamente.

—Sí, nosotros somos solo amigos. Aparte ya me tienes muy friendzoneada —dije, tratando de tirar una broma, que obviamente no salió como broma. Ya era experta en eso.

Él se rio.

—Sí, tú también.

—Sí, yo también. Por que está Oliver, y está Nicol.

—Nicol —murmuró, un poco contrariado.

—Sigue el plan, ¿cierto? —pregunté, inocentemente.

—¿Cuál? —dijo, mirando alrededor. La verdad es que parecía que quería mirar cualquier cosa menos a mí.

—Ese de que le vas a sacar celos, diciendo que somos amigos.

Yo haciendo como si no me hubiese mandado el show dramático de: Ella no te merece.

—Sí, sigue. Obvio. Debo irme —dijo, con la vista pegada a la calle.

Hicimos el típico baile vergonzoso de beso, abrazo, y estrecharse las manos. Y terminamos dándonos la mano y un abrazo torpe.

Ay, un desastre.

Y se fue.

Tenía diez llamadas perdidas de Oliver.

Oh, estoy enojada contigo...

Y, ¿qué iba a decir?

Oh, si me enoje contigo y salí a besarme con otro chico al callejón que está al costado del bar.

No podía ser tan descarada.

Sí, él fue un imbécil

Pero yo...mierda.

Salí del escondite y lo pille con el celular en la mano y el ceño fruncido. La perfección en dos patas estaba desconcertado, y yo también...pero por otros motivos.

—¿Dónde estabas?

Recordé palabra por palabra todo lo del bar. ¿Cómo podía ser tan tonta y pensar que él podía cambiar?

Me di un face palm imaginario.

Por un lado estaba enojada, y por el otro sentía frustración de mi misma.

—Necesitaba tomar aire —murmuré. Me llevé la mano a la cabeza, me palpitaba.

En teoría esa había sido mi intención al principio, algo tan inocente como tomar aire.

No me critiquen. Soy humana. Una simple humana entre dioses bajados del mismísimo Olimpo que reclamaban mis besos. O quizás... le estoy poniendo un poco de color.

—Laura...—Comenzó a decir a la vez que se rascaba la nuca—. No debería haber dicho eso.

Sí, no deberías.

—Está bien, Oliver. No te preocupes —dije, esbozando una sonrisa fingida.

La culpa me empezó a carcomer y a extenderse por mi ser. No sé en qué momento las cosas se retorcieron.

Yo quiero estar con Oliver.

¿Segura? Sí, no hay dudas. Me encanta.

Se acercó y me acarició la cara. Y no pude evitar que mis ojos se pusieran llorosos. Con una sensación de haberla cagado inmensamente.

—¿Quieres que te vaya a dejar a tu casa? —preguntó, rodeándome con sus brazos.

Asentí con la cabeza.

—Sí, me duele un poco la cabeza —murmuré, y extendí una sonrisa gigante.

Se rio y meneó la cabeza.

—Te puedo cuidar —murmuró, abriendo los ojos y mordiéndose el labio inferior a la vez.

Ese gesto tan simple era capaz de hacer que yo olvidara que existía el resto del planeta. Cada vez que se mordía el labio. No había nadie más que él y yo.

Pero te besaste con otro.

—Y tú deberías empezar a estudiar —dije, batiendo las pestañas. La culpa se extendía y yo pensaba en que quería un momento a solas para pensar en lo sucedido.

Se encogió de hombros, e hizo una mueca de hastío.

—No sé qué hacer. Tendría que hacerme una extracción de ti en mi cerebro para no pensar en ti.

¿Les ha pasado que alguien dice algo tan adorable que lo único que quieren es saltar y besarlo tiernito?

Eso me pasó. Pero me quedé quieta, encogiéndome en mi lugar porque minutos atrás había besado a otro.

Sí, muy loca y todo lo que quieran decir. Pero nunca tanto como para hacer que nada hubiese sucedido. Así que me paré frente a él, y le pellizqué las mejillas ante su mirada extrañada.

—Te comería —le dije, enarcando las cejas. Y en verdad tenía todas las ganas.

Miró alrededor y me agarró de la cintura.

—¿Ahora?

—Cuando termines ese examen.

Me alejó. Sus cejas estaban unidas en la mitad de la frente y se veía decepcionado.

—No puedo creer que juegues así de sucio.

Menee la cabeza, a la vez que me llevaba una mano al pecho, sorprendida.

—¿Te sigue sorprendiendo? —Enarqué una ceja—. Te espero como tú quieras cuando salgas de ese examen.

Sofía, superada.

Aquí es donde suelto el micrófono dramáticamente. ¿O no?

Se cruzó de brazos, sin quitar su mirada de mí; y obviamente yo tampoco de él, porque si un ser así de hermoso existía era para mirarlo.

Existen muchas cosas feas en la vida como para no mirar descaradamente lo que es bonito.

Sus ojos chispeantes y ardientes me escudriñaron, y finalmente esbozó una sonrisa coqueta. Como diciéndome: oh, ya sé cómo te quiero tener.

Me estremecí. De repente no me sentí tan valiente.

¿Y si quiere algo tipo Christian grey?

¿O estoy leyendo muchos libros?

—Será una semana sin verme —dijo, con voz ronca—. ¿Podrás soportarlo?

Se me formó un nudito en el pecho. Iba a extrañarlo mucho. Me acerqué y lo abracé. Porque uno no llega y suelta algo como él...así como así. Yo me hubiese pegado como una garrapata a un perro. Pero la vida no siempre conspira a nuestro favor.

Cerré los ojos.

Este olor me gusta más.

¿Ah, sí?

—Tú, preocúpate de estudiar, yo estaré llorando y extrañándote.

—Mínimo —respondió, con obviedad.

Rodé los ojos.

Me subí al coche, y recordé lo sucedido en el bar. ¿A que se referían exactamente? ¿con qué se pasaron Oliver y Clara? Me ardió la lengua por preguntar. Y en mi mente los pensamientos empezaron a luchar entre sí.

No le preguntes

No le preguntes

No le preguntes

—Oliver...—Tragué saliva.

—¿Humm? —respondió, distraído porque justo dieron verde. Me apoyé en el respaldo del asiento, girada hacia él. Se mordía el interior del labio cada vez que doblaba en alguna calle.

—Voy a estar contando los días para vernos —dije, con voz bajita.

Vulnerable y arrastrada. Y lo del bar, decidí dejarlo pasar. Yo tampoco me había comportado muy bien.

Cuando llegamos, nos dimos un beso largo.

—Luego de dos semanas nos veremos todos los días —murmuró, escondiendo su cara en mi cabello. Avanzó con ella hasta que su nariz quedó en mi mejilla, y allí la movió lentamente, en un gesto romántico, puro e inocente.

En ese mismo momento, me di cuenta que Oliver había bajado todos sus muros conmigo. Allí no estaba con un chico orgulloso, misterioso o autosuficiente. La intimidad se instaló entre nosotros, y la perfección en dos patas me quería, no lo podía negar.

¿Pero qué significaba querer para Oliver?

Le acaricié la cara y busqué su mirada. Estaba distinta.

—Te ves algo preocupado, ¿pasa algo?

—No quiero cagarla —confesó, encogiéndose de hombros. Me quedé en silencio, tratando de descifrar a qué se refería. Carraspeó—: contigo. Esto es muy nuevo para mí. He estado pensando, y te quiero preguntar algo.

Por la expresión de su cara, noté que era algo que le costaba trabajo decir.

Mi corazón se frenó, y sentí que el aire comenzaba a acabarse. ¿Me iba a pedir ser su novia? No podía pasar eso justo después de lo sucedido con Diego. Y todo era muy rápido. Me desesperé buscando una salida de la situación.

—Pregúntamelo después de tu examen —dije, esbozando una sonrisa.

¿Y si estaba enamorado de mí?

Mi ser y mi corazón eran para él. Pero no sé, de alguna forma se me hizo demasiado en poco tiempo. Justin apareció en mi mente como una cachetada recordándome lo que podía hacer el amor. Lo que podía suceder si un chico guapo quería estar contigo.

Allí me di cuenta que mi separación sí había tenido un efecto más grave en mí. La desconfianza, y solo lo supe en ese instante. ¿Confiaba en el chico que hasta unas semanas se las tiraba a todas? ¿confiaba en el chico que me ignoró antes?

Asintió y resopló.

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