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19. Duro y Suave

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"Dale sin miedo que a mí no me asusta
Dale duro y suave, que nadie sabe"

Laura

No podía dormir. Me giré en la cama durante una hora hasta que Emma despertó y me pidió que no me moviera más.

Los labios de Oliver.

Su lengua.

Sus manos recorriendo mi espalda.

Su mirada.

Parecía pez fuera del agua, moviéndome de un lado a otro.

No me culpen. El sueño se me había ido con ese beso, al igual que la sensatez, y el control que pensé que tenía sobre mi cuerpo. Mi mente también hizo lo suyo, haciendo que me imaginara las situaciones más excitantes y calientes con Oliver. Me transporté a todas los escenarios posibles donde él y yo podríamos encontrarnos, y cada escena del libro que estaba leyendo se convirtieron rápidamente en la mejor ayuda para mi mente perversa.

Me llevé las manos a la cara, y con ese puro gesto Emma gruñó otra vez. Sentía la garganta seca, y no podía estar más acostada. Debía ir a tomar agua y despejarme un poco. No podía continuar horas con la mente perdida en ese beso. Me iba a volver loca, ¿En qué momento había perdido el control de mis pensamientos y de mí misma?

Me levanté sigilosamente, y agradecí que Emma no se diera cuenta, sino me iba a hacer muchas preguntas, y no tenía respuestas para nada. Emma era muy perspicaz, se daba cuenta de todo lo que me pasaba y no quería ocultarle nada más.

Bajé las escaleras, y me fui a la cocina. Aproveché de leer el correo de Michelle, Diego ya había respondido.

—¿Vengativa? —murmuré, enojada. Vi la hora, eran las cuatro de la madrugada. Me encogí de hombros y le envié un mensaje.

Laura: ¿Vengativa? ¿Tú crees que yo fui parte de los dibujos a Justin? Pensé que no eras de los: "Oh, no le hagas más daño al pobre Justin".

Lo envié enojada, y le agregué varios emoticones expresándolo, por si no le había quedado claro. Después pensé que a esa hora podía estar con Nicol. Cerré los ojos, apoyando la cabeza entre las manos y esperando no haberla cagado.

Una sonrisa apareció en mi rostro al recordar cuando nos encontramos en la mesa de los bebestibles. Que me dijera que estaba manteniendo a Justin alejado me pareció algo increíblemente adorable. Me dieron ganas de agarrarlo de las mejillas, y abrazarlo. Definitivamente era un buen amigo, aunque me dijera vengativa. Ya le aclararía esa parte. Tampoco lo podía culpar, todas las señales indicaban que yo era la mente creativa de los cinco centímetros.

Golpee los dedos en la mesa. Mi corazón seguía acelerado. Sin saber qué hacer, se me ocurrió cambiarle el nombre con el que tenía guardado el número de Diego. "Diego" era muy sospechoso. Si mis amigas lo leían no iban a creer ninguna excusa, sabrían perfectamente que no tenía ningún pariente lejano llamado así.

Me dio un poco de risa ponerle "Conejito", así llamaba yo a uno de mis primos con los que no me llevaba bien, todo para molestarlo. Al menos esa historia, era bien conocida por mis dos amigas.

Volví a abrir el correo para ver la nueva pregunta. Rodé los ojos al leerla. Por supuesto, Michelle estaba subiendo de intensidad. No tenía nada de sueño, así que me quedé pensando. ¿Creía que Diego me besaría? Imposible, no creía que en su mente existieran otros labios además de los de Nicol. Se notaba embobado con ella.

Eso es lo mismo que respondí y envié.

Nicol se veía controladora, y Diego, que era uno de los chicos más guapos de la escuela, parecía que le daba en el gusto en todo a su novia. Suspiré con este último pensamiento. ¿Qué podía opinar yo? No tenía a nadie. Aunque... admito que no era partidaria de Nicol para él.

No con lo que ya conocía Diego.

—¿Qué haces? Son las cuatro de la madrugada —preguntó alguien en voz baja.

Tiré el celular lejos del susto. Y me llevé la mano al pecho, inhalando aceleradamente. Dirigí mi mirada hasta el marco de la puerta, Oliver estaba allí. Y con eso mi respiración en vez de tranquilizarse, se aceleró aún más.

Sentí su mirada quemándome o quizás solo era yo, sintiendo que hervía por dentro.

Mierda.

Me giré lentamente para recoger el celular, con miedo de que me diera un paro cardíaco de los nervios. Me tomé todo mi tiempo, y lo recogí en cámara lenta, solo para que mi pulso volviera a la normalidad, y me sintiera segura de que mi voz no iba a salir temblorosa.

Lo dejé encima de la mesa, y enfrenté su mirada.

Oliver me observaba con su sonrisa arrogante y el cabello desordenado. Su presencia era intimidante a niveles que causó todo tipo de emociones en mi cabeza, y un escalofrío que recorrió mi cuerpo.

—No podía dormir —dije, yendo a servirme un vaso de agua. Como si encontrarme con él a esas horas de la noche, no significara nada para mí. Como si minutos antes mi mente no lo hubiese estado desnudando. Puse mis manos bajo el chorro de agua, y bebí un vaso entero. No sabía si él seguía a mi espaldas o no. Cuando me giré nuevamente, habló:

—Yo tampoco —murmuró, con cierta aspereza. Se despegó del marco de la puerta, y comenzó a caminar hacia mí.

Viene para acá.

¿Qué hago?

Contrólate Laura, no te lances arriba de él.

De inmediato, el aire de la cocina se cargó de su aroma. De su olor a perfume.

Di un paso atrás con el vaso de agua en la boca. Me afirmé con una mano en el mueble que tenía más cerca. ¿Qué iba a hacer? Abrí la boca para decirle que se alejara, sin embargo, él pasó por mi lado y comenzó a servirse agua. Sigilosamente me deslicé lejos, recobrando el aliento.

Debería irme.

¿Por qué no me puedo mover?

Diosito, no quiero más pruebas en mi vida.

No me puedo resistir.

Debía irme, subir a la habitación de Emma, corriendo si fuese posible, sin embargo, mis pies se pegaron al piso. Quería estar allí, y deseaba que él viniera por mí. Deseaba sus besos. Lo deseaba a él.

Y él está prohibido.

¿Qué hago? Laura, corre, huye, sálvate.

Negué con la cabeza, no iba a huir.

Oliver estaba de espaldas a mí. Andaba con bóxers. Nada más. Yo con un pijama que Emma me había prestado: un short y una camiseta que me quedaba un poco corta. Me apoyé en la isla de la cocina. Cerré los ojos e hice respiraciones para no perder el control. Cuando los abrí, él me miraba con una ceja levantada, con su aire de autosuficiencia y una sonrisa burlesca.

—Pareces nerviosa —comentó, con cierto aire de desinterés.

—No lo estoy —repliqué, con toda la seguridad que mi ser me lo permitió.

Aunque no sé si bajo su mirada analítica pasé la prueba.

—¿No? Porque parece que te faltara aire —dijo fríamente.

Estoy confundida. Primero me da un beso y luego quiere molestarme.

—¿Te importa? —pregunté, tratando de imitar su expresión y frialdad.

—Me importa si es que soy yo quien te provoca eso —replicó.

Oh, mierda.

—¿Por qué no puedes dormir? —pregunté, haciendo un esfuerzo sobrenatural para que la voz no me temblara. Sentí que habían encendido una chimenea en la cocina. Admito que por un momento creí que así había sido, hasta que me di cuenta que la única llama que se había prendido estaba dentro de mí.

Se movió y mis dedos se tensaron alrededor del celular.

—A veces cuando quiero algo me cuesta dormir hasta que lo consigo. —Caminó hasta apoyarse en la isla, frente a mí. Un pedazo de madera nos separaba. Sus ojos verdes me escudriñaban. En la oscuridad de la cocina los podía distinguir perfectamente. ¿Estaba diciendo lo que yo creía?

—A veces me pasa lo mismo —respondí, sorprendida de mi atrevimiento. Era mi momento, y no lo iba a dejar ir. Me acordé del libro que leía, donde la protagonista, Sofía, era muy atrevida, y yo la consideraba la ama. Y yo iba a ser ella.

Oliver Ross, a mí no me asustas.

Esbozó una sonrisa.

—¿Y qué es lo que quieres tú? —preguntó, ladeando la cabeza. Comenzó a golpear la yemas de sus dedos en la madera.

Se me cortó la respiración. Era demasiado sexy, sobre todo cuando estaba vestido con nada más que sus bóxers. Las imágenes de nuestro beso me torturaban en ese instante. No sabía qué decir. Dejé que el silencio se interpusiera unos momentos y bajé la vista a mis manos.

¿Qué es lo que diría Sofía?

Inhalé profundamente.

—Quiero hacer cosas nuevas —respondí, casi en un susurro—, hacer algo que nunca he hecho. —Le clavé la mirada. Me arrepentí de inmediato, ¿le acaba de decir que nunca había tenido sexo? Rogué para que no hubiese entendido—. ¿Y tú? ¿qué quieres?

Oliver me sonrió como si esa fuera la respuesta que había estado esperando. Dio un último golpe en la mesa y se mordió el labio inferior. Respiró hondo, y comenzó a rodear la isla, acercándose a mí.

Ok, caí.

Esto es inevitable, no puedo resistirme.

—¿Qué haces? —pregunté, ya no sintiéndome tan valiente. No dejé de seguirlo con la mirada mientras se acercaba cada vez más. Cada paso rebalsaba en confianza y determinación.

—Voy en busca de lo que quiero —respondió, con obviedad—. Y tú —agregó, enarcando las cejas y lanzándome una mirada que recorrió todo mi cuerpo—. Harás algo que nunca has hecho—. Apoyé mi espalda en la isla, así él quedó frente a mí. Dejó las manos en la mesa a mis costados. Así que quedé atrapada entre sus brazos. Se inclinó, y seguro de sí mismo, susurró—: Así los dos podremos dormir tranquilos esta noche.

Inhala.

Exhala.

Mi respiración entrecortada era algo imposible de ocultar.

Sacó las manos de mis lados y retrocedió unos pasos. Ahora un espacio nos separaba, y se quedó allí, de brazos cruzados y mordiéndose el borde del labio.

Acércate.

¿Hace esto para torturarme?

Porque lo está logrando.

Podía ver mi pecho subiendo y bajando, y él ni siquiera me estaba tocando. Era su presencia la que me tenía loca. Lancé una mirada asustada a la escalera que se dejaba ver desde donde yo estaba. Si alguien bajaba nos vería. Y eso en vez de hacer que me arrepintiera de todo, me excitó más.

Cuando volví mi mirada hacia él, lo tenía más cerca. ¿Qué pretendía? No podía tener mi primera vez en la cocina.

—¿Buscas otro éxito? —pregunté, divertida. Tratando de disminuir la tensión del momento. El cosquilleo en mi vientre se intensificaba a cada segundo.

Se rascó la nuca.

—¿Te molesta? —Extendió su brazo y comenzó a deslizar su dedo por el mío, erizando cada vello de mi piel, mientras me analizaba con su mirada.

Me quedó claro que eso era todo lo que quería y nada más. Pensé que era perfecto para que fuese una vez, y así nadie tenía por qué enterarse. Negué con la cabeza.

—¿Quieres que me acerque? —preguntó, con voz ronca.

—Sí —susurré, consciente de lo que estaba haciendo.

Avanzó, y quedó a unos centímetros de mi boca, a unos centímetros de mi cuerpo. Sentía su respiración en mi piel. Puso un mechón de cabello tras mi oreja,

—¿Y quieres algo más? —Sus dedos avanzaron hasta mis labios y comenzó a recorrerlos de una forma excitante—. Dime, y hago lo que tú quieras.

Tragué saliva.

¿En qué momento pasó todo esto?

¿Lo que yo quiera?

Me tenía atrapada, con sus brazos a mis costados. Quité sus dedos de mis labios e incliné la cabeza hacia él, sin poder aguantarme. Sentía la humedad en mis bragas, y llevaba demasiadas horas pensando en otro beso. Estampó sus labios contra los míos.

Pegó su cuerpo al mío, haciendo que su beso fuese más intenso y fogozo que el anterior. Su piel caliente traspasaba la telita del pijama. Rodee con mis manos sus brazos y presioné con mis dedos, como si así fuese a calmar la vibración que me recorría. Sus manos se deslizaron desde la mesa hasta mi cadera, y comenzó a subir desde mi abdomen lentamente, pasando por uno de mis pechos y llegando al cuello.

Se separó de mí para tomar aire, rodeó mi cuello y acarició mi clavícula con el pulgar. Nos quedamos mirando con nuestras respiraciones agitadas. Definitivamente, él era lo más excitante que había experimentado hasta ese momento en mi vida.

Apretó sus dedos alrededor de mi cuello, la presión suficiente para debilitarme más. Volvió a pegarse a mi cuerpo y a besarme. Y sin apartarse de mi boca, en un movimiento rápido me subió a la mesa. Mis piernas rodearon su cintura por instinto; y pensando en que yo era la ama de ese momento, acerqué su pelvis. Sentí, por primera vez en mi vida, una erección haciendo presión contra mi cuerpo, contra mi entrepierna.

Me separé de sus labios para tomar aire de la impresión y de lo magnifico que se sentía.

No, Sofía no lo había descrito tan bien.

Recorrió mis piernas. En mi mente no estaba nada más que su lengua rozando la mía, sus manos juguetonas amenazando con subir hasta mi entrepierna, y su miembro cada vez haciendo mayor presión.

Cada vez que sus dedos tocaban la parte alta de mis muslos, tenía la sensación de lanzarme por una montaña rusa, con el aire abandonando mi cuerpo. El hormigueo se extendía desde donde me tocaban las yemas, hasta el centro de mi pecho. Sus caricias eran como fuego sobre mi piel, y quería que siguiera tocándome cada parte posible.

Me estremecía bajo sus manos, y no me dio vergüenza dejar escapar el aliento o apretar su cuerpo. Me dejé llevar, bajando todos mis temores y nerviosismos. Nuestras respiraciones aceleradas, y besos húmedos reinaban la cocina.

Se separó de mí, y me clavó una mirada ardiente, mientras se acomodaba su miembro con una de sus manos.

Analicé nuevamente la perfección de su cuerpo.

Dios, ¿no estarás hecho para esto Oliver?

Mis ojos se deslizaron a su ropa interior, y allí se marcaba todo. Todo.

Me mordí los labios, nerviosa por lo que se venía. Él, esbozó una sonrisa ante ese gesto. Se acercó decidido a darme otro de sus besos, pero antes de tocar mis labios, desvió su boca. No sabía qué más podía sentir, para mí, había llegado al límite de éxtasis en ese momento.

Jugó con su lengua por mi cuello, y comenzó a bajar hasta que chocó con el borde de mi pijama. Me miró sonriendo con los ojos. Con sus dos manos tomó mi camiseta, y la bajó dejando mis pechos al descubierto. Los acarició delicadamente; y me mordí el labio para contener el sonido de mi respiración. Haciendo presión, me inclinó hasta quedar con toda la espalda apoyada en la mesa.

Mesa... de la cocina.

Una neurona funcionó en ese momento.

Todas las demás estaban nadando en las sensaciones de la excitación.

—Estamos en la cocina —murmuré, apenas.

Soltó una risita sexy y exhaló profundamente. Cogió mis manos y me sentó en la mesa para luego subirme sobre él. Me quedé entre sus brazos con mis piernas envolviendo su cintura.

—Entonces te llevo a mi habitación —replicó. Eso no era una pregunta—. No te vas a escapar de mí, Laura. Me tienes loco, ¿te das cuenta? —preguntó, presionándome contra su pelvis—. No tienes idea de todo lo que te haría.

Asentí con la cabeza, apenas uniendo los pensamientos.

—¿Qué tienes pensado? —quise saber, en un acto de valentía.

—¿Quieres que te lo diga o quieres que te lo haga? Tú, solo dilo.

Esto está mal

Esto está mal.

—Que lo hagas —susurré.

En ese momento, nos distrajimos porque mi celular se encendió junto a nosotros, como un foco en la oscuridad de la cocina. Un mensaje de "Conejito" abarcó toda la pantalla, y los dos nos quedamos mirando:

Conejito: ¿Despierta a estas horas? ¿Te desvelaste pensando en si te besaría o no? Retiro lo dicho sobre vengativa. No lo eres, perdónameeeeeee.

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Hellouuuuuu por fin subí el nuevo capítulo.

¿Qué les pareció? jijiji

¿Qué opinan del apodo "conejito"?

¿Qué pensará Oliver de este mensaje?

Uffff, Muack.

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