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"Me gusta donde haya peligro, donde haya delirio"
Laura
Pasaron algunos días hasta el siguiente correo de Michelle. Lo esperaba con ansias, no porque estaba desesperada en responderle a Diego, sino porque lo único que deseaba era que todo terminara y que esa foto desapareciera del mundo. Lo envió justo antes de finalizar la última clase.
Pregunta número 3: ¿Qué haces cuando te sientes triste? ¿por qué?
Le lancé una mirada de consternación, ella sonrió y me cerró un ojo. Esta fue la primera pregunta que encontré muy personal, ¿por qué tenía que estar diciéndole a alguien que yo no conocía algo así? Le di vuelta muchas veces a la posible respuesta. Ni tomé atención al profesor.
Me costaba especialmente porque en ese momento me encontraba pasando por el periodo más triste de mi vida, y me sentía miserable, sin embargo, trataba de no expresarlo de ninguna forma. No lloraba, y cada vez que Justin aparecía en mi mente, reemplazaba su imagen por otra cosa. Me di cuenta que lo único que estaba haciendo era esperar a que el dolor desapareciera, dejándolo estar en mi corazón, guardado, esperando a que el tiempo pasara.
—¿Vas a necesitar el libro de historia? —preguntó Emma, justo antes de llegar a la intersección en la que nos separábamos para ir a nuestras casas.
—Sí, no encuentro el mío. Creo que se lo pasé a Justin. —Exhalé fuerte, y miré al cielo—. No se lo voy a pedir.
—No te preocupes —respondió, negando con la cabeza—. Ese libro está maldito ahora. Yo te presto el mío, ya lo leí. Alcanzaras a terminarlo para el examen.
—¿Me lo prestas ahora? —pregunté, con una sonrisa enorme en la cara.
Emma asintió con la cabeza.
—Vamos a buscarlo.
Al acercarnos a su casa, tuve un deja vu del momento exacto en el que íbamos en la misma dirección con la pizza en la mano. Me sonrojé, para variar. La imagen de Oliver seguía muy clara en mi mente, torturándome de vez en cuando.
Crucé la puerta con un pie, y me devolví. Como si cruzar el umbral provocara automáticamente que algo vergonzoso sucediera. Retrocedí lentamente hasta quedar fuera de la casa. Emma notó que no la seguía.
—¿Te vas a quedar en la puerta?
—Sí —susurré, y luego con la voz un poco más alta para que me entendiera, dije—: No quiero ver a tu hermano.
Emma rodó los ojos y subió las escaleras corriendo. Apenas desapareció de mi vista, alguien carraspeó desde algún lugar desde el que no tenía visión. Oliver salió de la cocina.
Ay, no
¿Por qué me pasa esto?
Su humanidad se presentó ante mí. Con el cabello alborotado y esos ojos verdes misteriosos, siempre destellantes de pasión. Para tormentar mi mente y mi corazón, andaba solo con ropa interior. Tragué saliva. La boca se me secó, y lo único que quería era lamer mis labios. Me contuve, no quería hacerle saber que él había estado ocupando gran parte de mis pensamientos en los últimos días, todo por culpa de ese libro, de mis hormonas alborotadas, sus palabras calientes y ese beso idiota.
Se movió lentamente hacia mí, con la perfección de su anatomía presentándose como un suplicio para mi alma deseosa.
—¿Así que no me quieres ver? —preguntó, tratando de reprimir una sonrisa. Se divertía. Caminó hasta quedar frente a mí, y el calor de su cuerpo hizo que se me erizara la piel. Se apoyó en el marco de la puerta, más cerca de lo que mis hormonas podían aguantar sin hacer que hirviera por dentro, y plantó una mano a mi costado. Dejándome arrinconada entre el marco y él.
Dios mío, ayuda.
Ya no lo podía negar, Oliver era totalmente delicioso. Insoportable, y nunca lo tendría de novio...pero delicioso igual. Yo, siendo inexperta en todo lo referido a seducción y sobre todo al sexo, me hubiese lanzado a él en ese momento, sin importar mi nula experiencia.
—No —respondí, tratando de huir. Me agaché para pasar por debajo de su brazo, pero él me lo impidió. Se acercó a mi oído.
—¿Te pongo nerviosa? —Ladeó su cabeza, y se quedó esperando mi respuesta.
¡Ah! Maldito idiota. Está acostumbrado a provocar esto. ¿cómo te explico que ponerme nerviosa es poco? Oh, Oliver... te lanzaría sobre ese sofá.
Laura, cálmate.
Inhala.
Exhala.
Bufé, negando con la cabeza, como si me estuviese diciendo lo más absurdo de la vida. La verdad, era que tenía un huracán dentro mío. El olor que tenía era para guardarlo en una botellita y llevarla siempre conmigo. No era a perfume, ni colonia...era él. ¿Existía algún remedio para dejar de ponerse roja? ¿Era normal sentir las piernas de lana?
—Digamos que no soy tu fan —respondí, encogiéndome de hombros. No intenté moverme de nuevo, no quería que pensara que me sentía intimidada por él.
—¿Estas segura? —Sacudió su cabello, y levantó una ceja. Sentía su mirada quemándome, y de repente me perdí en sus ojos verdes. Pensé que eran como un bosque oscuro y desconocido. Y yo no estaba segura de si me atrevía a entrar o de si era lo suficientemente valiente—. A mí me parece que sí te intereso
Ya saben, en un bosque nos podemos encontrar con mil cosas que nos pueden hacer la existencia y la sobrevivencia más complicada.
Emma...¿por qué no apareces?
—Sí... —Me tomé mi tiempo, para luego agregar—: no me agradas.
Se rio, mostrando sus dientes perfectamente blancos. Se pasó la punta de la lengua por la comisura de su boca.
Detente, por favor.
Era toda la verdad. Que Oliver fuera guapo, era otra cosa muy distinta. El fuego que sentía dentro de mí en ese momento, era por la curiosidad que me provocaba estar con alguien como él. Sin compromisos, sin ataduras, y con esa actitud de nada me importa. No era el tipo de hombre con el que quería estar de novia, era del tipo con el que quería descubrir esa parte de mí que recién estaba floreciendo.
Oliver tenía la misma actitud del protagonista del libro erótico que leía. Él mismo que protagonizaba las escenas más calientes. En otras palabras... Oliver era del tipo de sexo en la entrada de su casa y tú contra el sillón. Tragué saliva y tomé aire disimuladamente. En mi mente sucia se juntaron las imágenes de Oliver, y del libro; de una forma poco saludable para alguien como yo: soltera y con ganas de experimentar.
Escuché que Emma cerró la puerta de su habitación. Oliver miró hacia la escalera, y acercando su cara, preguntó:
—Quiero tocarte Laura. Y creo que también lo quieres. —Susurró, tocándome el cuello con su aliento tibio. Deslizó su dedo por mi cara y aguanté la respiración—. Y... estás roja como un tomate.
Maldito creído.
Era mi deseo prohibido. Me hubiese encantado saber qué pasaba por esa mente. Puse los ojos en blanco, y con el indice de mi mano, como si quisiese tocar lo menos posible de él, lo hice hacia un lado.
—Te darás cuenta que me pongo roja todo el tiempo —respondí, enarcando las cejas. Para dejar de mirarlo, comencé a estirar mi falda.
Caminó hacia la cocina a la vez que Emma comenzó a bajar las escaleras con el libro en mano.
—Te demoraste —dije, entre dientes.
—Estaba debajo de la cama. No lo encontraba...¿pasó algo?
—No, es que tengo frío —mentí. Fue lo único que se me ocurrió.
Suspiró.
—Es que estás con falda y está que llueve. —Me quedó mirando con el ceño fruncido—. Aunque estás muy roja Laura, ¿te sientes bien?
Corrí a mi casa, como si estuviese arrancando de alguien.
Al otro día, casi terminando la última clase del día, me llegó un mensaje en Instagram. Me causó extrañeza porque yo no usaba mucho esa aplicación, de hecho mi primera foto la había subido hace unos pocos días. Me sorprendí al notar que la cantidad de seguidores había aumentado considerablemente.
El profesor estaba anotando algunas cosas en la pizarra, así que abrí los mensajes. Solté el celular al ver el nombre de Oliver.
Oliver
¿Están poniendo a prueba mis capacidades de control?
—¿Sucede algo señorita Miranda? —El profesor se ajustó los lentes para observarme mejor, y yo escondí el celular bajo mis brazos.
—Nada, se me cayó algo. —Esperé que todos dejaran de observarme para leer el mensaje.
Oliver: ¿y qué pasó con la fotos de los dos? Me imagino que ya la tienes enmarcada.
Oh, dios mío. Se cree la última papa frita del paquete.
Y lo és.
Puta madre.
Laura, ¿cómo te vas a salvar de esta?
Guardé el celular cuando pillé a Emma tratando de ver qué estaba haciendo.
Esa misma tarde, al llegar a mi casa me encontré con mi mamá en la cocina. Aún no hablábamos del tema Justin, y me dio un presentimiento de que ese sería el día en que lo haríamos.
—¿Laura? —preguntó, asomándose por la puerta de la cocina con el delantal manchado de harina—. Estoy preparando una torta de chocolate, estará lista en una hora más.
—¿Alguien está de cumpleaños?
—No mi amor. Es para nosotras dos —respondió, esbozando una sonrisa maternal.
¡Ay! Cómo amo a mi madre.
—¿Por qué? —pregunté, respirando ampliamente y casi saboreando el olor a chocolate.
—Es nuestro favorito, y...—comenzó a decir un poco dudosa, a la vez que una arruga se asomaba en su frente—, nada mejor para arreglar corazones rotos. Puedes invitar a tus amigas.
Se me hizo un nudo en la garganta, llevaba evitando a mi madre varios días, y ella hizo un pastel de chocolate para acercarse a mí. Comprendí de inmediato por qué también estaba en la casa. Se había pedido el día libre.
—Gracias mamá. —Me acerqué a ella y la abracé. Intenté resistirme a llorar, pero sentí que una bola de aire comenzó a subir desde mi pecho hasta quedarse atorada en mi garganta.
Entre sus brazos me liberé. Lloré todo lo que no había llorado. Me había dicho a mí misma que tenía que ser fuerte, que una persona como Justin no merecía nada de mí, y era verdad. ¿Pero qué podía hacer si sentía que mi corazón se estaba inundando?
Había decidido mantenerme como si nada hubiese importado, sin embargo, en ese momento me di cuenta de que también necesitaba sacar, sacar mis lágrimas, sacar la pena, sacar la rabia.
No sé cuanto tiempo estuve en sus brazos, dejando mis lágrimas fluir. Ella se mantuvo acariciando mi cabello sin decir palabra. Cuando me separé, limpiándome las lágrimas, y haciendo un puchero; me sonrió, y me sacó el cabello que se me tenía pegado en la frente.
—Me pasó lo mismo a tu edad —dijo, dando un largo suspiro—. Pensé que iba a morir de tristeza. Todos somos distintos, y mientras algunos pueden permanecer estoicos y fuertes, otros, simplemente se desmoronan. Y Laura, está bien.
—¿Está bien desmoronarse? —pregunté, aún sollozando.
—Por supuesto, tienes que hacer lo que para ti sea más liberador. Lo importante es hacerlo y seguir adelante. No significa que vas a llorar dos meses enteros, pero sí algunos días.
—Creo que con esto ha sido suficiente —murmuré, apenas.
Me besó la frente.
—Haz lo que tu corazón sienta. Entonces...¿pastel de chocolate? —preguntó, sacándome una lágrima.
Asentí con la cabeza, esbozando una sonrisa.
—Llamaré a las niñas, les encantará venir.
Llamé a mis amigas, le contesté los mensajes a Oliver, y me propuse responder el correo antes de que llegaran.
"Diego. Me ha costado responder estar pregunta... ¿es muy personal o no? (Michelle si lees esto, por favor no sigas leyendo)
Te quería decir que me sorprendí con tu afición por la lectura, ¿Diego Ragni un ávido lector? No sé...tendría que ver para creer. Aunque tengo que admitir, que el tipo de libros que lees no me llama la atención para nada :) ¿Estas interesado en leer libros eróticos? Me pregunto cuánto me pagarían las chicas de la escuela por este tipo de información :P En todo caso, solo conozco uno y aún no lo termino, quizás cuando lo finalice te lo recomiende (o no...es que es bastante explícito, no sé si podrías soportarlo).
Ahora, respondiendo esta pregunta...supongo que sabrás que este momento de mi vida no es el más feliz. Tuve que replantearme un poco cómo estaba enfrentando, o más bien, no enfrentando, lo sucedido. Creo que eso es lo que hago la mayoría de las veces que estoy triste, tratar de no sentir la tristeza. No me gusta llorar, y darle vueltas al asunto, implica llorar. Admito que lo he hecho hoy, y se sintió bien".
Presioné enviar, y me di cuenta de lo sincera y abierta que había sido. Fue algo catalizador. Contarle a alguien casi desconocido lo que me sucedía no se sintió extraño como pensé que sería. Se sintió bien. ¿Qué podía hacer Diego? Tampoco podía decirle a nadie lo que estábamos haciendo, y además si Nicol se llegaba a enterar armaría todo un escándalo.
En esos momentos, escribirle a Diego era como enviar mensajes anónimos, aunque él sabía quien era yo, nadie más se enteraría.
Mis amigas llegaron algunas horas más tarde.
Comimos las cuatro —con mi mamá— una rebanada enorme de pastel, y luego mi madre se fue hacia su habitación. Emma la siguió con la mirada, y cuando iba en la mitad de la escalera se giró y nos quedó mirando con una sonrisa enorme.
—Tengo una noticia —susurró Emma.
—¿Por qué hablas tan bajito? —pregunté, imitándola.
—Es sobre Alex —dijo, quedándose en silencio para agregar dramatismo a su historia—. Estaba con Oliver. Lo fui a saludar, y le dije que tenía una amiga...y le pregunté si quería tu número.
—¿Y? —pregunté, dejando el tenedor sobre el plato. De los nervios no quería comer nada más.
—Oliver dio un salto y me prohibió hacerlo —respondió, frunciendo el ceño—. Dijo que no iba a soportar ver a su amigo con la amiga chica de su hermana, dijo que...—Se mordió el labio, dudosa.
—¿Qué dijo? Si ya sabemos que tu hermano es un idiota.
Emma suspiró.
—Dijo que no estaba dispuesto a verte tanto, que si empezaban a andar juntos andarías en todas sus salidas.
Rodé los ojos.
—¿Entonces no se lo diste? —preguntó Abril, frunciendo el ceño—, ¿para qué nos ilusionas? Laura ya estaba sacando su ropa interior nueva.
Le dí un golpe en el brazo.
—¡Auch! —gritó, riéndose.
—Se lo di igual. Lo anoté en un papel, y lo dejé sobre su libro. Si Oliver se entera, me matará.
—Que deje de molestar, no puede tener control sobre todo —murmuré, enojada.
—Si te habla nos tienes que contar, y con detalles —Abril miró mi celular, ansiosa—. Una vez vi a Alex. Es guapo, no tanto como Oliver, aunque guapo igual. —Lamió el tenedor con la mirada perdida, y luego con una sonrisa coqueta dijo—: Es que yo no soy de rubios. Me quedo con los castaños de ojos verdes.
Emma la miró con los ojos entrecerrados.
—Sí, rubio y de ojos azules —afirmó Emma. A mi me parece más atractivo que todos los chicos que conocemos.
—Si es tan guapo como dices quizás ni me hable —resoplé. Luego bajé la voz—: ¿han estado leyendo el libro que les dije?
—Duré cinco páginas, hasta que apareció la primera teta —rio Abril—. Cuando tenga novio, lo voy a leer.
—Yo lo he estado leyendo, voy en el capítulo seis —murmuró Emma, dando un suspiro exagerado—. Me encantó que Sofía haya tomado las riendas, lanzó a Ian a la cama, y le bailó. Ella comenzó. —Bajó la voz, y agregó—: Es la puta ama.
—Lo leí anoche, casi morí —respondí, mordiéndome el labio de emoción—. Estaba acostumbrada a que el hombre iniciara todo. Quizás suene extraño...pero nunca lo pensé al revés.
—¡No me cuenten! Está bien, lo leeré. ¿La chica le baila a él? Me encanta.
—Y no solo le baila —agregó Emma, picarona.
Abril le tapó la boca con la mano.
—¿Está todo listo para mañana? ¿cómo llegaremos? —preguntó Abril, cambiando de tema. Se sirvió otra rebanada—. Tu madre hace los mejores pasteles.
—Le pediré a Oliver que nos lleve. —Emma hizo una mueca, y entrecerró los ojos—. Me debe una.
—¡Ay! No, no quiero verlo —dije avergonzada. De la pura idea mis mejillas se colorearon— ¿por qué no tomamos un taxi?
—¿Esto es porque conoces su pene? —preguntó Abril, riendo.
Justo en ese momento mi papá iba entrando a la cocina. Su expresión se torció, y se le fue el color de la cara. Allí, un día cualquiera, se enteró que su pequeña hija, ya estaba viendo miembros masculinos.
Ni siquiera me sorprendí de mi mala suerte.
—Hola papá —dije, lanzándole una mirada de furia a Abril. Ella reaccionó bajando la cabeza.
—Hola niñas —respondió, sin inflexión en la voz. Sacó un vaso de agua lo más rápido que pudo; y subió las escaleras de dos en dos, como si estuviese echando una carrera.
Suspiré.
—Le fue a contar a mamá —dije, resignada—. Cree que estoy en la etapa de despecho acostándome con todos. —Escondí mi cara entre las manos, mientras daba un largo suspiro.
—Pero no es así —aclaró Emma, acariciándome el hombro.
Giré mi cara, con expresión de desdicha.
—Al menos podría ser con uno —acoté, encogiéndome de hombros.
Nos reímos a carcajadas.
Cuando más tarde volví a mi habitación abrí el correo. Michelle aún no enviaba nada, sin embargo, justo me llegó un mensaje:
Número desconocido: Hola Laura, soy Alex...el amigo de Oliver, ¿cómo estás?
Así que tu amigo, Oliver.
___
¡Hola! Este si está un poco más largo como me pidieron. Además...aparece Oliver (parece que Laura ya está perdiendo el control, ¿o no?)
¿Con quién creen que Laura tendrá su primera experiencia...amorosa?
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