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8

Daniel arrancó los ojos de las corneas con una cuchara. Según él, para el recuerdo. La chica ya estaba muerta, y eso a él le molestó porque sintió que debió hacerlo antes. Cuando ella pataleó y lloró, y se meó encima. Nuestro debut en el arte de arrebatar la vida fue como un poema sin pulir, no brilló lo suficiente para satisfacer a mi cómplice. Sé que desea con urgencia un segundo intento.

La furgoneta nos la prestó un amigo de Daniel, un tal Chuck, cerdo amante del guacamole y los Doritos. El tipo le debía un favor a Daniel por darle una cuartada luego de la violación de una niña exploradora. Chuck eludió la justicia, y ahora espera en el sillón de su sala a que más niñas vendiendo galletas toquen el timbre de su madriguera.

Eché la cabeza atrás. El ventilador del techo gira y gira. Olfateé mis dedos, aun huelen a queso y sangre, y con el aroma metálico emanan los recuerdos. Ladeé la cabeza hacia el estante, a la jarra.

Ojos violetas que flotan en formol, ¿ven el mundo de manera diferente? Creí que sí. Por eso la seguí luego de las prácticas del coro y la acosé durante días. Hasta le pedí disculpas cuando la tropecé deliberadamente en la acera. Ella sonrió y peinó su cabello dejándolo tras la oreja. Recordé esa sonrisa al cortarla...

La sangre brota. Ojos violetas se mueven temblorosos, lloran. La boca amordazada es incapaz de gritar. Me miran, me reconocen de la acera, en silencio ruegan por misericordia. ¿Se puede leer el pedido de piedad en la mirada ajena? Sí, es un brillo singular, un temblor en la pupila, la dilatación exacta para trasmitir el más absoluto horror. Seguí cortando.

Tracé líneas desde el antebrazo hasta el codo. Mejilla. Frente. Subí por su abdomen terminando en el seno izquierdo. El pecho subió y bajó al ritmo de la agitada respiración. Sudó terror. Rebané el pezón. Mis manos se vistieron de rojo y brillo, oxido y hedor a Doritos. Maldita sea, Chuck, limpia tu coche.

Daniel se entretuvo con el mazo. Le atinó al fémur, luego a la rodilla, que crujió, y al tercer golpe un hueso salió para decir Hola. Daniel lo volvió a meter de un nuevo golpe. La invitada se sacudió y tuve que apretar las ataduras. Mi amigo se bajó los pantalones. Le dije que se me olvidó comprar condones. Maldijo y se desahogó con un mazazo en el estómago. Coca cola y palomitas de maíz semi-digeridas brotaron entre la mordaza.

Vaya noche.

Salí del dormitorio y en el comedor encontré un invitado sorpresa. Me recordó al niño de la otra noche, pero no es él. Es más pálido, joven, cabello rubio, nariz pequeña, traje blanco de marinerito. La cinta americana evita que se caiga de la silla.

—¿Cómo está Tiara? —Pregunta Daniel, de cara al fregadero y de espalda a mí.

—No lo sé. Ya casi nunca la veo.

—Tengo ganas de echarle el diente. Es un poco mayor, sí, pero sigue estando guapa. Me recuerda a mi madre... Esta vez no olvides los condones.

—¿Vamos ahora?

—Lo siento. Ocupado.

—¿Dónde conseguiste al chico?

—Lo rescate de un agujero. ¿Qué clase de desgraciado entierra un niño perfectamente utilizable? El mundo cada día está más loco.

Daniel puso a calentar el aceite en un salten. Está cocinando. Él nunca cocina.

—Iré a ver a alguien —Revelé.

—¿No será tu amigo rarito de la internet?

—No. Él vive en Venezuela.

—Bueno... Te guardaré el almuerzo. Y consigue un buen jabón de manos, que mis dedos apestan a Doritos.

Asentí y salí del apartamento, divagando en mis ideas.

¿Por qué se admira a otra persona? Es habitual que un hombre o una mujer tengan un ejemplo a seguir o alabar. Puede ser un profesor, doctor, científico, compositor, escritor, director de cine, etcétera. Generalmente son personas con ideas o historias que lograron enterrarse profundo en la vena sentimental de quienes los miran con esperanza. Tienen algo que el que babea y aplaude carece. Llámalo intelecto, dinero, o poder. La admiración es la hermana linda de la envidia, porque cuando no podemos ser más que mediocres, lo único que nos queda es aferrarnos al superior. No es culpa nuestra. Desde que naces te hablan e instruyen para que seas la mejor versión de ti, y esa versión de ti es, digamos, prácticamente inalcanzable. Además, ¿cómo estar seguro de lo que es ser "mejor" y "bueno"? Tal definición cambia con las épocas y las sociedades. Un hombre decente del conservador medio oriente, apedrea a una adultera. Un hombre decente del progresista occidente, aplaude a la adultera.

Mi caso es un tema aparte, porque cuando todo luce opaco y la moral poco interesa, hace falta escudriñar más en el lodo para encontrar a la persona que te empuje y te obligue a hacerte preguntas. De la misma forma que muchos alaban a Gandhi o Martin Luther King, otra mayoría aplauden los nombres Stalin o Fidel Castro.

Afinca. Corta. Pulsa. Ella llora. VE A DORMIR, susurra una voz en mi cabeza.

Hace una semana encontré una página en internet tributo a Jeff the killer. La página se llama Dime Jeff. Hice buenas migas con la administradora del sitio. Una noche, somnoliento por cinco horas de platica ininterrumpida, le confesé que mi amigo y yo le arrancamos lo ojos a la cachorra del vecino. Ella me preguntó cuánto lo disfruté. Contesté que mucho. Nina estuvo feliz por mí y me envió la dirección donde reúne al grupo.

El lugar está aquí en La Crosse, pero no les diré la dirección exacta para evitar husmeadores. Descendí las escaleras de la parte trasera del edificio. En la puerta de metal que va al sótano, está escrito con trazos salvajes el nombre de la página web, letras rojas que lloran como cuencas en las que se inserta una cuchara...

Le recordé a Daniel la frase de Jeff, a él le pareció gracioso garabatearla en la pared del almacén. VE A DORMIR... Que a estas horas los niños malos juegan, y un rostro blanco acosa todos mis pasos.

VE A DORMIR... Que el espectro quiere ocupar tu lugar.

Un anillo de sillas, solo cinco personas, seis contándome. Nina toma lugar a las 12 en punto; Un tipo cualquiera a mi derecha, con traje barato de oficinista; El veterano de uniforme militar dos sillas a la izquierda; Mi profesora de geografía se sienta a la izquierda de Nina e hizo como si fuésemos desconocidos, gesto que repliqué; Un tipo gordo de barba oscura toma sitio dos puestos a la derecha de la anfitriona.

Nina es de mi misma edad. Usa mucho maquillaje, no para lucir bella sino para acercarse a su ídolo, su cara deja atrás la palidez de ultratumba y se interna en el estilo de las fotografías blanco y negro, con delgados labios rojos como pétalos de rosa que rompen la monocromía; Su cabello termina en una coleta de tinta; Usa ropa de morados chillones y medias largas de franjas naranjas. Nina muestra una sonrisa grande, poco natural pero verdadera.

—Iniciamos la treinta segunda reunión del Club de Jeff. Bienvenidos, mis príncipes —Fue un apodo cariñoso. La voz chillona de campanilla me recuerda al tono de una niñera—. Hoy tenemos un nuevo invitado. Digan hola a Josh.

Los demás me saludan en sincronía, ninguno suena animado.

—Josh contactó conmigo hace como diez días. Chateamos mucho, aprendimos bastante el uno del otro. Casi hasta puedo jurar que somos almas gemelas —Me mira. Todos me miran. Incluyendo la cara pálida que flota al fondo y nadie más parece ver—. Saben que soy muy cuidadosa a la hora de traer nuevos compañeros, así que no desconfíen y muéstrense abiertos. Él es cómo nosotros, un inconforme. ¿De qué exactamente? Saben que suele variar.

Su mirada viaja en el sentido de las agujas del reloj.

—El trabajo. La sociedad. El país. La familia. Hasta el simple hecho de vivir suele ser motivo de insatisfacciones. Somos infelices, eso es un error. Jeff también era igual. Pero él encontró la respuesta en el sufrimiento, su camino propio para ser feliz. ¡Hay una respuesta! ¡Esa es la frase clave! Repitan después de mí.

¡Hay una respuesta! Clamé junto a los otros, sintiéndome como un idiota. Pero algo de razón tenía Nina en que somos una sociedad de infelices.

—Para comprender lo que digo es necesario escuchar y aprender la historia de Jeff —Dice ella, entonces me mira—. ¿Entiendes, Josh? De él se sabe poco, la policía quiere que se sepa poco. Gracias a unos amigos de mi padre pude obtener información privilegiada. Presta atención.

Asentí. Ella empieza a contar.

Jeffrey Allen Woods. Nacimiento: 3 de Abril de 1986. Hijo de un matrimonio convencional. Hermano de Liu. Familia de clase media sin grandes gozos ni pesares. El padre consiguió un ascenso y lo transfirieron a Wisconsin, hecho que conllevó que la familia se mudase a un suburbio del condado. El expediente escolar de Jeffrey revela que tenía buenas notas, aunque siempre cayó en peleas con los bravucones. Un suceso que encendió varias alarmas fue cuando un chico terminó apuñalado en el brazo durante una pelea que lo incluyó a él y a su hermano. La policía investigó, y Liu decidió cargar con toda la culpa. La fiscalía tuvo en cuenta la edad de Liu y su carencia de antecedentes, fueron clementes, sentenciando una pena de medio año en correccional. El evento afectó mucho a Jeff, sintiéndose culpable, decía que fue él quien apuñaló al abusón y golpeó al resto. Se mostraba distraído en clases o a veces se dormía en mitad de una conversación, dejando entrever problemas de insomnio.

Quince días más tarde se celebró la fiesta de un niño del suburbio. Jeff fue invitado. Su madre lo instó a asistir, creyendo que quizás mejoraría su humor. Según cuentan los testigos, Jeff se relacionó bien con los otros niños. Hasta que el mismo trío de la pelea con Liu irrumpió en el patio de la casa. Uno llevó una pistola. Hubo un tiroteo, aunque nadie murió por heridas de balas. El cabecilla del grupo falleció por un golpe contundente en el área del pecho, los nudillos de Jeff le quedaron marcados en la piel. Otro abusón quedó inconsciente. El último se enfrascó en una pelea con Jeff que los llevó hasta el baño de la casa.

—¡De las estanterías les cayó una lluvia del alcohol y lejía! —Exclama como si relatase un suceso de la biblia y de un salto se pone de pie en la silla—. Pero... —Baja el rostro y la voz, al mismo tiempo que coloca ambas manos sobre su pecho—. Uno tuvo un encendedor y el otro no... Mi príncipe acabó siendo el afortunado. El sufrimiento quemó el velo y pudo ver la verdad, pudo ser libre.

Imaginé la escena. El alcohol se prende en llamas y el químico se interna en los cráteres abiertos por el calor. Gritos desesperados. Rostros de asombro. El hijo del alcohol y la lejía nace de una ola de fuego.

—Jeffrey acabó internado de emergencias en el The Sacred Heart Hospital, en Tomahawk —Nina continua el relato—. Duró inconsciente hasta finales del año —Agrega y manda a traer una mesita rodante con un televisor y un reproductor VHS encima—. Conseguí las cintas hace un par de meses. No preguntes cómo. Una chica tiene sus contactos y secretos.

—¿Es legal grabar a los pacientes? —Quise saber.

—Por los problemas que tiene el país con la amenaza comunista y la ola terrorista, aquí se graba todo. Claro, en secreto para no espantar a quienes piensan que vivimos en una sociedad libre.

Amenaza comunista... A estas alturas suena como algo que le diría el señor Burns a Smither.

Meten la cinta y la imagen monocromática baila con la estática antes de estabilizarse. No hay sonido. Muestra un paciente sentado en una cama de hospital, con el rostro vendado hasta el cuello. Una enfermera y una mujer a la que Nina señala como la madre de Jeff, esperan sentadas.

Jeff mantiene la cabeza gacha, con el cuerpo encorvado y las manos cerradas en puños. Permanece en esa posición largos minutos. No pasa mucho más, solo la visión de un joven deshecho.

Nina cambia la cinta por una de una semana después. La familia (Excepto Liu) se reúne para ver el estado del rostro de Jeff. En cuando las vendas son cortadas y caen, el horror se hace patente en las expresiones de los visitantes. Los labios quemados son un par de sombras; La piel inmaculada como una hoja en blanco; Su cabello castaño y liso mutó en una maraña de greñas negras; El rostro plano y la pésima calidad del vídeo, convierte su cara en una mancha blanca ajena a todo lo que es humano. La madre se echa a llorar en el hombro de su padre, el padre por su lado se echa a temblar. Las enfermeras lucen incrédulas por lo que ven, intercambian miradas entre sí, una de ellas corre a llamar un doctor, otra le acerca un espejo de mano al chico que insistía en ver cómo quedó. Encarando su reflejo, Jeff estremece, luego echa la cabeza atrás, sus hombros bajan y suben, su boca abierta de par en par al ritmo de carcajadas mudas por la falta de audio. Nina pausa el vídeo justo en el frame que su cara luce más inhumana.

¿Es normal que terminase así? Pregunté, y Nina dijo que no, que es un milagro, y continua explicando.

—Se volvió loco. Necesitaba atención psiquiátrica urgente... Quizás hasta ser internado. Pero el padre dijo que no, y sobornó al hospital para llevarse a Jeff. Desfigurado y demente, los Woods querían a su hijito de vuelta. Muy tierno... Esa misma noche mi príncipe usó un cuchillo para tallarse una sonrisa de oreja a oreja, se quemó los parpados con un encendedor, y finalmente asesinó a toda su familia. Los envió a dormir para siempre.

—¿Por qué lo hizo? —Pregunté.

—¿Qué cosa? —Nina parpadeas repetidas veces, como desconcertada de que se le cuestione.

—Todo.

—¿La sonrisa? Quizás para siempre mostrarse alegre. ¿Los parpados? Tal vez amó demasiado su nuevo rostro y ansiaba admirarlo sin interrupciones. ¿El asesinato? Hay demonios hambrientos en el corazón humano que no se pueden ni se deben controlar. Pero al final... ¿Qué se yo? Soy una simple fan.

El grandote barbudo se lleva la mesita con el televisor. Nina reanuda sus palabras.

—Es normal que poco a poco nos invada una sensación extraña, que casi parece al azar y te deja muchas dudas. Dile vacío, dile impulso, dile necesidad de sentirse satisfecho y conforme con tu vida. Nace, crece, reprodúcete, y muere. No somos animales, hace falta más que eso para completarnos. A veces lo que necesitamos no es agradable para el mundo. Pero no tiene que serlo, lo importante es que nos sintamos bien y libres con nosotros mismos.

Cada quien tuvo su turno para contar su insatisfacción, y explicar la respuesta que creen es ideal y única para calmar definitivamente la sed que ennegrece sus días y no se calma con agua. El veterano ansia matar a los inmigrantes y sus defensores, les tilda de sanguijuelas que huyen de países en ruinas para succionarle la sangre al suyo desde adentro... Seguro si conociera a Daniel lo vería con malos ojos por su herencia latina, y todavía más a mi amigo de Venezuela. El veterano planea una matanza en un Walmart, y todos les deseamos suerte.

El asalariado se queja del trabajo, comenta que lo transformaron en una maquina sin capacidad de pensar u opinar, atrapado por los grilletes del sueldo y la deuda, esos que te echan el diente apenas inicia la vida adulta. Alquiler, facturas, impuestos. Encasillado en un cubículo hasta que sus ojos se derritan por la radiación del monitor y la artritis provoque que lo reemplacen por otro robot más joven e igual de desechable. Quiere pegarse un tiro, así que el veterano le regala una glock.

Es el turno de mi profesora.

—No puedo resistirlo. Las imágenes vuelan a mi cabeza, en mis sueños, cuando paseó por el parque, mientras almuerzo o me ducho. Suele variar... A veces es un coche, o en la cama de mi apartamento, incluso donde trabajo. Puede ser una compañera, o mi hermana, o mi tía. Yo sonrío satisfecha... Quiero ser feliz... Pero es tan... Inadecuado. Es un pecado. No me... No me siento lista.

—Sin presiones. Te saldrá cuando deba —Dice Nina, y vuelve a barrernos con la vista, preparándose para soltar un nuevo sermón—. Lo que hacemos no es corrupción. Es filtración. Asimilación y liberación de nuestros demonios internos para alcanzar el bienestar. Basta de ocultarnos tras las caretas de moralidad impuestas por gente no más talentosa o mejor que nosotros. Abandonemos el vacío, sintámonos llenos. Purificación, iluminación, Nirvana... Esa es la respuesta que toca alcanzar a cualquier costo. Solo así serán felices. Felices como Jeff. Y cuando les toque la hora de dormir para siempre, abandonaran este plano sin arrepentimientos.

Termina la reunión.

Llegué al apartamento de Daniel. El aroma a estofado de carne y vegetales recién servido me recibe. El marinerito de la mañana desapareció, sustituido por un hombrecillo calvo, panzón, con la nariz rota, que lleva una camiseta con el cuello oscuro de sudor y los calzoncillos apestando a semen. La cinta americana lo mantiene quieto en la silla.

—Hey, Chuck —Saludé al barrigón.

—Quemaremos la camioneta con él —Avisa Daniel mientras me pone un plato con puré de patatas y caldo con cuadritos de carne. Se limpia la sangre de los nudillos en el delantal—. No junto a él, con él.

—Entendí a la primera. ¿Habló con la policía?

—Aun no. ¿Pero confiarías en esta basura?

—Solo confío en ti —Afirmé, pinché un cuadrito de carne con el tenedor, y me lo llevé a la boca. Mastico.... Grasoso, blando y amargo. Sabe fatal. Ojeé alrededor—. ¿Dónde metiste al chico?"

—Bon Appétit —Responde con una sonrisa de revista.

La policía no tardó mucho en abandonar el caso de un pederasta vuelto carbón. Seguro hasta aplaudieron tras enterarse. Por otro lado, el caso de la estudiante decapitada con una guillotina para papel recibió más atención. Atraparon a la culpable, y la escuela necesitó buscar una suplente para mi clase de geografía.

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