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Asesinato. Homicidio. Aniquilación. Masacre. Exterminio. Cuantas palabras existen para referirse a causar el fin. Nuestra lengua está encantada por el acto de matar. Obsesionada, diría. La historia desde sus inicios está marcada con la sombra de la muerte. Descorramos el tupido velo y echemos un vistazo al primer asesinato de la humanidad: Caín, hirviendo en celos, levanta una piedra y hiere a su hermano Abel, arrancándole la vida. Imagino al escogido por Dios en un charco creciente de sangre. Le aporta color, brillo a la ya de por sí pintoresca escena de fratricidio.

Deletreen conmigo: A-S-E-S-I-N-A-T-O. Se cuenta que la palabra viene de una comunidad u orden militar de fanáticos musulmanes, llamados Los Asesinos (Haššāšīn). Dar muerte era su trabajo y lo hicieron tan bien que se empezó a usar su nombre para referirse al concepto. Un ejercicio tan antiguo como el mundo merece más que ser estigmatizado como malo. El arte de dar la muerte es una labor honorable. Para hacerla correctamente se necesita esfuerzo, planeación, nervios de acero, destreza para salir impunes, y una pizca de suerte.

Aliento a todos ustedes a probarlo, o mínimo imaginarse haciéndolo. ¿Quién sería su víctima? ¿Un conocido o un extraño? ¿Cuál arma utilizarían? ¿El martillo o el puñal? ¿Atacarían en pleno día o protegidos por el manto nocturno? ¿Tienen claras las vías de escape? Cierren los ojos, junten las manos y aprieten. Las yemas de los dedos se hunden en los músculos del cuello. Trata de respirar, pero las palmas impiden el aliento. Ojos vidriosos te encaran. Tu victima patalea debajo de ti. El alma se escurre entre tus uñas. Sigan presionando. Hasta que las caras se vuelvan purpura. Hasta que los ojos revienten.

La composición de un buen asesinato exige algo más que imbéciles peleando por una mujer a punta de botellas rotas. O un callejón oscuro, una navaja y un ebrio buscando problemas. Escupamos sobre los homicidas olvidados en prisiones, o los crímenes de un fin de semana. Alabado sea Charles Manson, que con su mente y voz alborotó la barbarie de sus amantes. Cantemos en honor de Jack el Destripador, quien nunca fue descubierto ni lo será. Dorángel Vargas es mi pastor, y con Jeffrey Dahmer la carne nunca me faltará. Aplaudamos lo último en moda del diseñador Ed Gein. Riamos con Pogo el payaso. Paseemos junto al monstruo de los Andes sobre cordilleras de costillas infantiles. Y al terminar el día, agotados, cansados y salpicados de barro, tomemos un descanso revitalizante en la tina de la condesa Báthory, acompañando el baño con audio-libros relatados suavemente por Ed Kemper.

Diseño. Escenario. La luz y la sombra. Furia o frialdad. Dominación y creatividad. La poesía de la muerte. Todo es importante en un acto de esta calaña, o al menos uno que valga la pena recordar. Abajo quienes alquilan mercenarios o toman la vía cobarde de pócimas nocivas. Los envenenadores y anestesista mal llamados Ángeles de la muerte, son estiércol comparados con el clásico degollador.

Sigamos descendiendo por esta escalera en espiral. Sumerjámonos en los extensos tribunales improvisados, templos de sacrificio construidos por quienes se vieron a sí mismos como jueces, jurados, y verdugos de sus víctimas. Sea la mujer o el marido. Amante o enemigo. Vecino o desconocido. Todos podemos ser asesinados. Eso incluye a ti y a mí. Fascinante, ¿verdad? Igual de fascinante es la alternativa de ser el que ataca.

Tú, futura presa o cazador, no bajes la cabeza si te toca ser lo primero. Encara la realidad. Es mejor caer siendo la obra esculpida por la mano cegadora de quien arremete contra tu vida, que fallecer postrado en una cama víctima de la vejez o la enfermedad. El filo de un arma blanca o el robusto martillo son males temporales y portadores de una misericordia tal, que las semillas del cáncer o el desollamiento del tiempo no pueden compararse.

Cada asesinato tiene sus matices. Rojos propios, rojos primarios y segundarios. Infinidad de formas para plasmar al cadáver tumbado y helado. Al igual que existen esculturas, cuadros, películas, grabados, canciones, videojuegos, etcétera.

El público mayoritario se conforma con cualquier cosa siempre contenga litros exagerados de sangre desperdiciada. El hombre de cultura exige más que tripas colgadas de las cortinas y materia gris desparramada en los suelos. Como con todo el arte, es indispensable que el homicidio se estudie y se asimile.

Wisconsin guarda su catálogo personal de monstruos. Hace un rato mencioné a dos: Ed Gain (1906 a 1984) y Jeffrey Dahmer (1960 a 1994). El primero fue un saqueador de cadáveres y posteriormente asesino, que disfrutó convertir a sus víctimas en vestidos, cinturones, tazas y chalecos de piel. Su conteo de muertes fue bajo (Apenas 2 mujeres), pero lo compensó con un ojo exquisito para el diseño de ropa y accesorios. El segundo, apodado El carnicero de Milwaukee, mejoró el número (17 asesinatos). Era un fanático de la carne masculina, cuyo amor por la sumisión atravesó las barreras de la muerte y el estándar culinario de la región. Daniel lamenta no haberlo conocido, se resigna a fantasear sobre acostarse y después ser devorado por él.

Hay un artista al que debo introducir, que además de novedoso es el más reciente en las crónicas policiales: Jeffrey Allen Woods, mejor conocido como Jeff the Killer. Nos encontramos con su historia en la biblioteca local, entre viejos artículos guardados en los ordenadores de uso público. Leer ese apodo es como una campanada que retumba en mi cabeza. Oí la voz de Tiara advirtiendo: Se cuidadoso cuando vuelvas de clase, y Si alguien te sigue, corre donde la policía. Los cuerpos que dejó Woods atrás aún no se funden con la tierra.

—Sí, lo recuerdo más o menos bien —Dijo Daniel, inclinado para leer los encabezados en el monitor—. Duró activo desde el 2001 hasta el 2004. Se corrió la noticia de personas siendo asesinadas mientras duermen. Más de uno se acostumbró a tener un revolver bajo la almohada. ¿Hay fotos?

Negué con la cabeza.

—¿Cuántas personas mató? —Me preguntó.

—No especifica —Dije—. Mira, encontré un artículo que habla de una sobreviviente. Dice que fue la primera aparición del asesino.

Lo leí en voz alta:

3 de Junio de 2001. Katie Robinson, de 18 años, afirma que sobrevivió al ataque de un escalofriante personaje. Con valentía relata los hechos.

"Tuve un mal sueño y me desperté en medio de la noche. Hacía mucho frío. Noté que por alguna razón la ventana estaba abierta, aunque recuerdo que la cerré antes de irme a la cama. Me levanté y la tranqué una vez más. Luego me metí debajo de las sábanas y traté de volver a dormir. Fue entonces cuando tuve una sensación extraña, como de estar siendo observada. Miré hacia arriba y casi salté. Pude verlos gracias a la luz que venía de las farolas de la calle. Había un par de ojos. No eran ojos normales, sino oscuros, siniestros. Y su boca... Una sonrisa ancha, tan horrenda que por poco me desmayo. Se quedó mirándome por un rato. Nunca parpadeó y nunca dejó de sonreír. Finalmente habló. Dijo algo, una simple frase, pero dicho de una manera que solo un loco podría hacerlo"

Vamos...

Ve a dormir...

"Grité. Algo brilló y me di cuenta que sacó un cuchillo. Saltó a mi cama, pero yo me defendí. Levanté la almohada y fue lo que protegió mi corazón. Salieron muchas plumas y creí que andaba soñando. Pero el miedo era real e hizo que me pusiera de pie. Entre el caos corrí a la puerta, pero él en seguida me derribó y se puso sobre mí. Sus manos eran... Heladas, tan blancas. Su aliento apestaba alcohol, no de licores, sino del que usan los médicos. Fue entonces cuando mi padre entró. El hombre lanzó su cuchillo y atravesó el brazo de mi padre. Probablemente nos habría matado de no ser porque uno de los vecinos alertó a la policía. Después me enteré que el señor Florek dijo ver a alguien sospechoso cruzando el techo de nuestra casa y por eso llamó. Oímos las sirenas y las ventanas reflejaron las luces. El desconocido arrancó el cuchillo de mi padre y huyó por el pasillo. Escuché un ruido, como si se hubiera roto un cristal. Me asomé y vi que la ventana que estaba apuntando hacia la parte trasera de mi casa se había roto. Fue la última vez que lo vi. Pero te puedo asegurar una cosa: nunca olvidaré esa cara, ni esos ojos, ni esa sonrisa psicótica. Me asusta abrir los ojos y reencontrármelo a mitad de la noche"

La búsqueda del culpable sigue en progreso. Si ve a alguien que encaja con la descripción del sujeto de esta anécdota, por favor, póngase en contacto con su departamento de policía local.

Terminé de leer el artículo. Hay un retrato a lápiz del presunto asesino, asemejándolo más a una máscara de Halloween que a un ser humano. Al lado está la fotografía de la "heroica" Katie Robinson.

—Menudo fracaso de homicida tuvo que ser para no arponear esa ballena —Daniel señala el rostro regordete de Katie en la pantalla. Un objetivo bastante grande, perseguirla debió ser como cazar dos personas atadas juntas de una pierna.

Busqué más noticias. Encontramos tres víctimas más, estas sí que acabaron con el pescuezo cortado. También leímos la conclusión del asesino a manos del actual Capitán de la policía: Edmund Hopkins. La historia nos supo a poco. ¿Este fue el culpable de aterrorizar el condado durante cuatro años? ¿Mucho estilo y poca sustancia?

—Seguro mató a más personas —Afirmé, sintiéndolo en las entrañas—. Falta información. Estos son solo los homicidios acreditados a él. Tal vez hubo otros, pero no contaron con las pruebas suficientes para ligarlo. Suele pasar con algunos asesinos seriales... Quisiera investigar más.

—Estamos hablando de los archivos de la biblioteca y sobre la policía local. No esperes milagros.

Abandonamos la biblioteca y pasamos por la licorería, esperé afuera mientras Daniel se encargaba de la compra. Luego entramos al primer callejón oscuro que encontramos.

—¿Alguna razón en especial por la que sientas interés en Jeff the fuckin killer? —Pregunta Daniel y me entrega el vodka.

Empiné la botella entre mis labios y luego se la devolví. Recosté la cabeza contra la pared de ladrillos. Cerré los ojos. El retrato blanco y negro flotó delante de mí. Le di profundidad, coloreé los rasgos, oscurecí el cabello desaliñado, doté de rojo su sonrisa y delineé los ojos... A diferencia de muchos humanos con entrañas de monstruos, Jeff es un monstruo por dentro y por fuera. Su expresión está repleta de matices, ninguno bueno. Suspiré.

—Creo que estoy enamorado...

Daniel se echa reír. Poco después me muestra el cuchillo que compró ayer. De filo curvo, plateado, nacido para la carne. Demos un paso al frente y construyamos nuestro templo.

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