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El policía y el asesino se encaran desde los extremos de la mesa, el primero llevando su traje de ley, el segundo obligado al mono azul de la cárcel local. La mano derecha de Edmund Hopkins queda sobre un álbum cerrado, y la izquierda atrae un vaso de café sin azúcar a sus labios. Los dedos de Joshua tamborilean sobre la superficie de metal, siguiendo un ritmo que solo él puede entender.

—¿Sabes? Siempre guardo una foto de las víctimas de todos mis casos. ¿Obsesivo? Tal vez, pero un viejo amigo mío llamado Murr me enseñó que la obsesión te aporta determinación —El capitán deja la taza y abre el álbum. Con cada movimiento de página muestra decenas de rostros idos—. Crímenes resueltos, crímenes sin resolver, en cualquier caso son vidas perdidas para siempre. Y eso, chico listo, es una verdadera tragedia.

—Nos vigilan... —Dice Josh con el rostro ladeado hacia el espejo de la habitación.

—¿Importa?

Josh se encoge de hombros y vuelve lento la cara. Edmund saca la fotografía de una joven de ojos violetas que sonríe hacia la cámara en un día de sol junto al Misisipi.

—Natalie Parker. Secuestrada, torturada, y finalmente asesinada. Créeme que la fiscalía procurará que el jurado imagine cada truculento segundo de la larga agonía que la víctima vivió. Intercambiando con frases estilo: Pudo ser el hijo de cualquiera. Súmale las drogas, el equipo para raptos en los que se incluyen mordazas y sogas, ¿y cómo olvidarme de los aperitivos? La carne humana en la nevera de tu amiguito Daniel Moreno, que será un detalle que le dará color al caso. Eso sí, el jurado se alegrará al descubrir que ese trozo de basura ya está tieso. Aunque me pregunto... ¿Por qué lo mataste? ¿Querías deshacerte de un cómplice molesto, tal vez...?

Los ojos de Josh se abren como platos, grita y golpea la mesa repetidas veces. Edmund ni se inmuta.

—¡No lo maté por eso!

—Pero eso es lo que el fiscal contará al jurado. No permitiremos que te alivianes la sentencia argumentando problemas mentales o autodefensa, Joshua. Eres un adulto ante los ojos de la ley y ante mis ojos. Si no diera por hecho que te clavaran una aguja en el brazo, te habría puesto un tiro entre ceja y ceja aquella noche.

Edmund deja la fotografía de Natalie en la mesa.

—¿Qué pasa? ¿Enmudeciste...? Ni has pedido un abogado. ¿Esperas que tu madre entre por esa puerta y te salve? Verás, la señora Darling se limitó a asentir y regresar al trabajo en cuanto le di la noticia, como... Como si no le importara qué hiciéramos contigo. Seguro ya sospechaba tus jueguitos macabros, una madre tiene buen instinto. Quizás la única pregunta que rondaba en su cabeza era saber cuando su hijo se convirtió en un monstruo.

Edmund devuelve la fotografía al álbum, lo cierra, y luego termina de beber su café. Josh se encorva hacia adelante y hunde el rostro en las manos, gruñe. Edmund se queda viendo al muchacho, ocurriéndosele que si desconociese sus crímenes, podría pasar como cualquier vándalo juvenil de poca monta.

—Supongo que la frase Pudo ser el hijo de cualquiera también se aplica contigo. Pero no me malentiendas, eso no te salvará. Hay demasiado mal como para apiadarnos por otra alma descarriada.

El capitán recoge el álbum y lo guarda bajo el brazo.

—He visto almacenes de niñas mutiladas y convertidas en muñecas sexuales. ¿Sabes qué son las películas snuff? Cada día tienen más demanda, y con el auge del internet... Oh, chico. El mundo es un lugar terrible, al igual que sus dueños —Se levanta del asiento y niega con la cabeza—. Hacemos lo que podemos con lo que tenemos. Solo me queda sonreír y actuar como si la porquería que se oculta detrás de mí sea fuera de lo común.

Los labios del hombre se curvan hacia arriba, no de forma forzada, esta insólita vez le sale natural.

—Pero te diré algo... A veces puedo sonreír de verdad. Porque cuando veo a los bebes recalentados en hornos o a las mujeres sodomizadas con bates de beisbol, me produce un intenso espasmo de asco y odio que sé, millones de personas comparten. El mal, a muchos, no nos seduce... El mal, a muchos, nos da nauseas. Solo me toca rezar a cualquier entidad lo bastante desocupada para oírme, que los buenos seamos más que los villanos y, el cielo quiera, todavía más que los indiferentes.

El capitán da media vuelta para marcharse y dejar solo a Josh con sus demonios, pero un golpe fuerte le lleva a girarse con la guardia en alto.

Josh atiza su cabeza repetidas veces en la mesa, hasta que se abre la frente, el metal abolla, y un reguero de sangre le empapa el rostro. Edmund trina una orden, policías entran a la sala y someten al prisionero, evitando que se lastime más.

—¡Mente sana come manzana! ¡Mente sana come manzana! ¡Mente sana come manzana! —Grita el muchacho entre risas y llanto mientras es arrastrado fuera. En el espejo a espaldas de Edmund, Jeff sigue a Joshua con los ojos.

...

Joshua terminó ingresado en un manicomio de máxima seguridad. Jesús se enteró de la sentencia dos meses después, tras optar por indagar en el destino de su amigo de la red. A Jesús le sorprendió a medias los crímenes, sirviéndole para confirmar que todos esos actos que Joshua le relataba con una pasión propia de las más intensas fantasías, en realidad fueron crónicas rojas verdaderas. Jesús pensó en borrar los textos para evitarse cualquier problema, pero al final optó por guardar los testimonios, creyendo que ya no podrían hacer ningún mal. Además a Jesús le gustaba la prosa de su amigo.

Con el tiempo Jesús también descubrió que el delirio mitológico conocido como Jeff the killer no fue inventado por Joshua, sino que se trató de un fruto comunitario del horror de internet. Los años transcurrieron, y cuando la leyenda urbana de Jeff quedó bajo el polvo, Jesús decidió visitar al monstruo, apoyándose en los testimonios macabros de Joshua, que mezclados con ficción de su propia mano, convirtió en la historia corta: Dime Jeff.

Jesús publicó Dime Jeff repetidas veces en diferentes medios. En algunos casos obedeciendo un impulso de testarudez, ya que varias veces le pasó que su mezcolanza entre ficción y realidad terminó borrada (Principalmente debido a la falta de sutileza que hacía sencillo encontrar los nombres y ubicaciones reales). Pero en la mayoría de ocasiones Jesús optaba por redescubrir el manifiesto de Joshua debido a un pálpito temeroso en el corazón, que aparecía cada cierto tiempo, cuando empezaba a notar una mancha blanca y fugaz por el rabillo del ojo. Efecto óptico que solo dejaba de molestarle cuando volvía a esparcir la historia.

A veces Jesús hasta podría jurar que la mancha blanca le sonreía.

Fin.

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