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Capítulo 29


MERYBETH


Hubiera dicho algo al respecto de no ser porque, cuando entramos a la caballeriza, Charles III relinchó asustado, encabritándose apenas nos vio llegar.

La escena del animal agitado en la oscuridad, tratando de salir de su cubículo y bufando desesperado, fue lo que me distrajo de lo que hacía Graham. Salió después de prender la luz, cerrando las puertas tras de sí y bloqueándolas desde afuera.

Charles se tranquilizó un poco apenas nos quedamos solos. Supuse que lo que lo alteró fue el escándalo al abrir las puertas, puesto que, por muy sensitivos que fueran los animales, había cierta conexión con Graham que los unía a pesar de la naturaleza de este último.

Pasaron los minutos sin que sucediera algo fuera de lo normal. Incluso llegué a relajar los hombros, pensando que nada sucedería. Luego, justo cuando el animal y yo ya habíamos alcanzado un estado de serenidad casi completo, un cristal quebrándose prorrumpió el silencio.

Me asomé por una de las diminutas ventanas. Nada se veía afuera.

Charles relinchó ansioso. Con sus patas delanteras trataba de empujar la puerta de madera que lo encerraba. Se veía asustado, como si estuviera desesperado por salir.

Haber pensado en el vínculo que compartía con Grahms me llevó a la conclusión de que quizá estuviera en peligro.

Estudié las ventanas, ignorando por completo el nudo en la boca del estómago y los golpeteos imperiosos a mi espalda. No eran tan grandes, pero si me quitaba el abrigo de seguro cabría.

Alguien quitó el gancho del cerrojo justo cuando empezaba a desabotonarme la pesada y gruesa prenda. Graham, con expresión indescifrable, entró como si nada malo hubiera sucedido. Si bien se veía serio, parecía ser más por cansancio que por enojo.

Me rodeó la cintura con un brazo. No entendía por qué, en vez de ir a la casa, nos encaminábamos al cubículo de su caballo. Al llegar hasta él lo acarició con parsimonia, tranquilizando los alterados nervios del equino.

—No pasa nada, campeón —murmuró ausente al tiempo que le acariciaba la parte posterior de las orejas—. Estoy bien.

Un nuevo episodio histérico por parte de Charles empezó tras escucharse un sonoro golpe seco en la casa.

El agarre de mi prometido me evitó avanzar hacia la puerta.

—Beth —dijo con el mismo tono—, no vayas. Estaré bien.

Solo entonces, al escuchar sus palabras mecánicas y ver ese gesto ido, me percaté de que él no era Graham. O al menos no el real.

—¡¿Qué está sucediendo?! —grité, perdiendo los estribos. No estaba para sus trucos paranormales.

—Beth...

—¡No! ¡Nada de Beth! —exclamé sin amilanarme—. ¡Explícame qué está pasando!

La bilocación de Graham desvió la mirada. Era obvio que no iba a decir nada. Bien, si a esas íbamos...

Corrí hacia las puertas lo más rápido que mis piernas temblorosas me permitieron. No pude abrirlas ni diez centímetros debido a que las manos a los costados de mi cabeza ejercieron la fuerza opuesta. Sentía el aliento tibio en mi coronilla y su pecho a milímetros de mi espalda.

Sin decir ni una palabra, me abrazó con fuerza. Fue un gesto más protector que cariñoso. Lo hacía solo para evitar que me fuera.

Era una batalla perdida.

Me resigné a hacer lo que él dijera. Me llevó de nuevo con Charles, solo que ahora nos metimos junto a él y nos sentamos en un montículo de paja bajo su curiosa mirada. Al principio no hablamos. Él seguía ausente y yo molesta por no dejarme ir.

Llegó un momento en el que el caballo se echó en el piso. No parecía que estuviera muy cómodo; de hecho, había adoptado una posición que no nos quitara espacio a nosotros, privándoselo a él mismo. Graham le acarició el lomo hasta que se dejó caer sobre su costado y estiró las patas; sus ojos completamente abiertos se fueron entrecerrando en una expresión relajada, placentera.

Para no empezar a comerme las uñas, me percaté por primera vez del interior de la caballeriza. Ni siquiera sabía que Charles ya se había mudado del establo en el que estaba al principio.

Es verdad que hubiera estado muchísimo más cómodo aquí, donde gozaba de un espacio el triple de grande que el anterior, pero Graham dijo que primero tenía que remodelarlo, puesto que de los tres espacios disponibles, el establo más chico era el que mejor se conservaba.

No vi el estado del sitio antes; sin embargo, ahora se veía impecable. Las paredes recién barnizadas, los objetos en perfecto orden, cristales limpios y cubículos listos para albergar a cinco ejemplares más.

—Te quedó increíble —dije dándole un apretón en la rodilla—. ¿Cómo lo hiciste tan rápido?

—Tardé bastante. Inicié justo la noche que nos conocimos en la biblioteca. No pude dormir porque estaba eufórico de que habías aceptado mi invitación, así que pensé que sería provechoso hacer algo.

Asentí.

—¿Qué tan malo es? —pregunté sin poder contenerme más—. Ya sabes, me refiero a lo que ocurre allá en la casa.

Sus ojos se volvieron vidriosos por una breve fracción de tiempo.

—No me mientas, por favor —especifiqué al verlo abrir la boca sin siquiera verse alterado.

Replanteó su respuesta antes de hablar:

—Lo suficiente como para que me haya tenido que dividir. Te adoro, Beth, pero a veces tu terquedad me trae dolores de cabeza. No podía arriesgarme a que escaparas y, por el cambio en tus emociones, supe que quizá ya lo estabas planeando. Por eso lo hice.

—¿Así será siempre? —recriminé molesta—. ¿Cada vez que sientas que debes protegerme harás labor de niñera?

Su brazo me rodeó los hombros. Sin siquiera darme cuenta, nos fuimos recostando sobre la panza del caballo que ya dormía profundamente. Graham me abrazó por la espalda; dejó un beso en la curvatura de mi cuello y suspiró pesado.

—También lo hice cuando tuve que quedarme a cuidar al Collie, hace cuatro días. Y eso no fue porque quisiera ser tu niñero, Beth.

Esa noche recibí su llamada. Antes de que me dijera algo respecto al tema de que no llegaría a casa, le dije que por fin había decidido la película que veríamos después de cenar. Un poco decepcionada por su ausencia encendí el DVD; llegó minutos después diciendo que quizá no fuera por completo él, pero que para el caso era lo mismo.

Mis divagaciones se vieron interrumpidas cuando un nuevo golpe se escuchó en la lejanía, dentro de la casa. Los brazos que me rodeaban se ciñeron más.

—¿Y no pudo venir él y dejarte a ti allá?

Una tarde que fuimos a pasear al lago decidimos abordar el tema del Radisson. No fue la charla profunda que debió ser para dar por concluido aquel perturbador episodio, sino fue un breviario muy superficial de lo que le sucedió, más que nada porque pensé que moriría con la golpiza que Alex le propinó.

Al respecto, Graham dijo que los golpes los sintió como si él hubiera estado ahí, pero que la probabilidad de morir distaba mucho de ser posible, puesto que lo que estaba en esa recámara con nosotros no era él tal cual, sino una proyección de su cuerpo.

—No —repuso tras pensarlo bastante tiempo—. Mi cuerpo necesita estar ahí.

—Dime qué es lo que haces, justo ahora.

—¿Es necesario? —cuestionó dubitativo. Proyección o no, él me conocía lo suficiente como para saber que no dejaría pasar el tema, así que después de soltar el aire de golpe, continuó—: Estoy buscando las cenizas de mi padre.

Claro. La respuesta más casual del universo.

—¿Por qué?

—Porque las llevaré a la cabaña conmigo.

—¿Es algo que..?

—¿Quisieras o deberías saber? —interrumpió. El suave movimiento de sus dedos en mi cabello me estaba causando un letargo confortable—. Aunque te dé una respuesta negativa, seguirás insistiendo y yo terminaré por ceder.

—Si ya me conoces solo deberías desembuchar y no alargar el drama.

El aire que sopló al reír me despertó del sueño en el que iba cayendo.

—El espíritu de una persona que muere cuando no debió hacerlo permanece en aquel lugar que fue significativo para ella. Sin embargo, aunque se vea atraído a ese lugar, sucede que su lazo con lo que resta de su cuerpo es aún más fuerte. Quiero llevarme la urna a la cabaña para alejarlo un poco de ustedes.

—¿Por eso está enojado?

—Cree que lo tiraré al lago, o algo por el estilo.

No volvimos a hablar. Nos sumimos en un silencio apabullante que solo fue interrumpido unas cuantas veces por algún sonido proveniente del interior de la casa. Las horas pasaron hasta que cerré los ojos para descansar un poco mis párpados pesados.

Para cuando los volví a abrir, ya era de día. La luz mortecina del sol se colaba por las ventanitas, dotando a la caballeriza de un ambiente que oscilaba entre lo mágico y lo nostálgico. Motas de polvo flotaban en el aire, ingrávidas.

Graham seguía abrazándome. El exterior se veía frío, pero ahí adentro se estaba muy bien, ya fuera por el calor de los tres cuerpos que reposábamos sobre la paja, o por la mullida manta que me cubría.

Me pregunté si todavía estaba con el Grahms bilocado; no obstante, mi duda se esfumó al notar que en la barrera divisoria de los cubículos la urna en perfecto equilibrio reposaba.

—Buenos días, princesa —dijo Graham somnoliento. Su tono tranquilo me indicó que volvía a ser Jekyll—. Perdón si no te llevé a la cama, es que...

—No importa. Dormí bien.

Giré para encararlo. Lo dulce de ese despertar se esfumó al ver los tenues cardenales sobre su cara, la costra de un corte que parecía profundo sobre su ceja, y las oscuras manchas bajo sus ojos esmeraldas.

—No le agradó la idea de que quisiera pasar un tiempo a solas con él —bromeó débil al sentir mis yemas rozar sus heridas—. Vamos, te prepararé el desayuno.

Él, al igual que yo, hubiera preferido quedarse ahí por un rato más. Sin embargo, últimamente rechazaba mis caricias cuando veía que abordaríamos sus lapsos nocturnos. Por un lado le avergonzaba comportarse como un cretino; y por el otro, le frustraba que, ni aunque se mentalizara todo el día, por la noche no pudiera ser capaz de controlarse.

Ahogué un grito al ver el interior de la propiedad. Los cuadros de las paredes se hallaban en el suelo; unos —los menos—, no habían sufrido daño alguno, otros permanecían boca abajo con los marcos descolocados, y en los peores casos, rotos sin remedio inmediato.

La fornitura era más de la misma historia. Los sillones desacomodados, mesillas tiradas, cojines por doquier, y lo que apenas ayer eran decoraciones de porcelana, ahora no eran más que incontables trozos regados en el piso de madera.

Muchas habitaciones lucían de manera semejante, unas más que otras. Mientras Graham hizo el desayuno, apenado por el estado en que dejó la casa a solo unas horas de que llegaran nuestras invitadas, yo me puse a acomodar aquello que los ojos de mis amigas verían. Me enfoqué primordialmente en las salas comunes, dejando para el último las bodegas, nuestra habitación, el ático y el sótano.

Limpiar fue una actividad que nos llevó toda la mañana y parte de la tarde. Terminamos justo a tiempo para llegar al aeropuerto a unos cuantos minutos de que el primer vuelo, o sea el de Valerie, llegara.

Ver a mi amiga después de tantos meses me levantó el ánimo. Seguía igual de despistada y dicharachera que siempre. Las dos horas que nos quedamos aguardando el vuelo de Irlanda se fueron entre sus anécdotas de enero a la fecha y sus preguntas de los detalles generales de lo que ella aseguraba, sería la boda más romántica de la historia.

Aileen llegó antes de lo planeado con dos maletas enormes y con su energía rebosante. No sé si fingió la alegría al ver a Graham, pero se le veía incluso más emocionada que la propia Val.

—Entonces... —dijo Aileen, sacando del bolsillo trasero de sus jeans una pequeña libreta. Tenía medio torso atravesando el hueco entre los asientos delanteros del Honda en el que nos dirigíamos a un pequeño restaurante de mariscos en pleno Port Seton—, ¿Dónde será la ceremonia?

—En la Abadía de Culross —respondí fingiendo interés—. Aileen, ¡quítate! Grahms no puede ver por el retrovisor.

—Valerie, serás nuestro nuevo retrovisor —dijo para solucionar el problema. La aludida soltó una risilla, y aunque fingió darle por su lado, la vi mirando de vez en cuando hacia atrás—. ¿Y la recepción?

—En los campos al lado de la granja. —Esta vez fue Graham el que respondió.

—Yo esperaba el salón de un hotel cinco estrellas, pero creo que les va muy bien ese aire autóctono.

—No es autóctono —se inmiscuyó Val—. De hecho, es muy romántico.

Graham, tras rodar los ojos, me lanzó una mirada significativa en la que se mofaba de que al menos él se libraría de esas chicas durante la noche.

Por unos segundos lo envidié.

—Claro, claro —le respondió sin dejar de anotar lo que iba recabando de información—, veremos si dices lo mismo cuando los mosquitos te absorban toda la sangre, una vaca se coma tu vestido y la cabra loca de algún vecino se suba a la mesa del pastel. Hablando de eso... ¿De qué será el pastel?

Aquí vamos, pensé. Prepárate para recibir el sermón del año, Beth.

—Bueno, amiga —dije como quien no quiere la cosa—, ya que estás haciendo anotaciones, escribe los pendientes que tenemos: pastel, comida, ramo, votos, vestido...

—¡¿Estás loca, Beth?! —interrumpió exaltada. Graham me miró con un claro te lo dije entre ceja y ceja—. O sea, no quiero ponerme en el papel de la rubia perfeccionista que por ley protagonizaría Kate Hudson en cualquier película yanqui, pero me estás obligando a hacerlo. ¡¿Cómo dejas todo a último minuto?! Por favor, chico guapo —dijo con más condescendencia dirigiéndose a mi prometido—, dime que al menos tú eres más sensato y ya tienes lo que te corresponde.

—Tengo todo listo Aileen, hasta mis horarios para ir al sanitario.

Valerie y yo apretamos los labios para no reír. A veces Grahms podía ser tan locuaz como ella. Sin embargo, nadie le ganaba a la irlandesa.

—Perfecto, te pasaré los míos para reajustarlos por si en una de esas coincidimos. ¡Por favor, gente!, ¡¿Nadie toma en serio esta boda?!

Graham la instó a sentarse como debería, puesto que más adelante se veía un agente de tránsito. Aprovechando que teníamos la luz roja del semáforo, sacó su cartera y le tendió una tarjeta a mi amiga que seguía refunfuñando al tiempo que escribía en su libreta.

—Para que veas que sí la tomo en serio, te hago responsable de esto —dijo dándole el pequeño rectángulo de plástico—. Tendré mucho trabajo esta semana y no las podré acompañar, pero diviértanse, ¿sí?

—Graham, no es necesario —intervine.

No quería una boda demasiado lujosa si sería solo para los más cercanos; y mucho menos si eso significaba gastar nuestros ahorros en algo que pudiera sernos más útil a largo plazo, como la reanudación de la clínica.

—Ah, ¿chicas? —continuó, estaba empeñado en ignorarme respecto a ese tema—, no le hagan mucho caso a Beth, sé que en el fondo quiere algo bonito, aunque no lo admita.

Llegamos al restaurante a buena hora. Desde la ventana se veían los barcos pesqueros que arribaban al puerto; el interior no era tan ruidoso, o quizá era que los sonidos propios de la hora de la cena no eran tan escandalosos como el desembarco de las toneladas de peces que los marineros ya iban descargando.

Por fortuna, el tema de la boda pasó a segundo plano para dar cabida a la actualización profunda de lo que habíamos hecho desde la última vez que las chicas estuvieron de visita en Escocia. La familia, el trabajo en las oficinas de Nueva York, un romance secreto entre el tío Eoghan y la recepcionista, y hasta el creo-que-Tom-es-como-mi-novio-virtual-pero-no-sabría-decirlo-con-certeza de Valerie, hicieron de esa velada una reunión que no sabía que me faltaba. De verdad que la presencia de la muerte en la granja me estaba quitando mi vitalidad.

Regresamos a Guildtown cuando las horas del reloj marcaban las diez de la noche. Graham se excusó alegando que tenía que ir a la clínica por una emergencia, no obstante, yo bien sabía que la energía gastada en desaparecer sus magullones lo tenía cansado, por lo que prefería irse de una vez a la cabaña, y que se fuera de súbito a vagar por el pueblo, solo levantaría sospechas por su extraño comportamiento.

Llevé a las chicas a sus habitaciones. Val se quedaría en la planta baja, en el cuarto de invitados; mientras que Aileen ocuparía la recámara de infancia de Grahms. No quisieron darse su tiempo para desempacar o tan siquiera descansar del viaje, sino que muy dispuestas buscaron el alcohol que sobró en diciembre. Mentalmente me preparé para una noche de chicas improvisada.

—Val, ahora sí no te salvas —dijo Aileen sirviendo vodka en vasos de cristal con hielo—. ¿Conociste a ese tal Tom en Tinder? ¿Está guapo? Dime que ya se vieron por video llamada, no vaya a ser uno de esos sujetos viejos y calvos con filias extrañas.

Las ocurrencias de esa chica no conocían límites; aunque, obvio está, esa era una posibilidad no tan disparatada. Las noticias estaban plagadas de casos semejantes.

—No, al contrario. Es muy dulce, gracioso y simpático —respondió con una tímida sonrisa.

—¿Beth? ¿Te acuerdas de lo que decíamos de los tipos simpáticos? —Entrecomilló la última palabra con los dedos.

—¿Son feos? —respondí escueta, terminando de un solo trago el líquido transparente.

Valerie rodó los ojos, entretanto la otra me servía más.

—Quizá no tiene los rasgos de Henry Cavill —aceptó recostándose en las mantas que pusimos en el piso—, pero es adorable. Ya lo conocerás el miércoles, Aileen. Lo invité a la boda como mi acompañante; no sé si fue buena idea, digo, jamás salimos a una cita como tal ni mucho menos, y tal vez parezca inoportuno, mamá dice que a las bodas se va con una pareja formal, pero supuse que si de todos modos él estaba invitado, no tendría nada de malo ir juntos.

"En fin, no sabía que él no estaba enterado, abrí mi bocota, lo invité y, aunque tardó días en confirmarme, dijo que me acompañaría. ¿Me doy a entender?

O mi cerebro no estaba haciendo las conexiones pertinentes, o de plano Valerie ya estaba ebria.

Aileen, sin pelos en la lengua, le respondió:

—No, la verdad no te entendemos. ¿Quién es Tom y por qué se supone que estaría invitado a la boda? ¿Es un amigo de Graham?

Hasta donde yo sabía él solo invitó a Albert, el exesposo de Aileen, porque hubo un tiempo en que se volvieron inseparables, y a unos sujetos llamados Bruce y Rodric, de quienes fue amigo por lo menos diez años y que viven sobre Oakbank Road.

—Es un amigo de Beth. Lo conocí en el aeropuerto.

Las piezas fueron encajando lentamente.

—¡Mierda! —solté, casi ahogándome con el alcohol—. ¿Hablas de TJ, Val?

La aludida encogió los hombros. Aunque sabía que ella no estaba al tanto de la verdad, su inocencia me alteró los nervios.

—Estoy perdida —terció Aileen—. ¿Qué tiene de malo ese sujeto?

Esa última frase, así como mi cara consternada, alertaron a Valerie. Como no quería que esa exageración mía lo bajara del pedestal en el que lo habían puesto, me apresuré a responder:

—Nada. TJ es un chico formidable y trabajador. Es solo que..., uno de sus amigos es algo problemático.

—Beth, no tienes que seguir fingiendo —murmuró Val, haciendo un mohín—. Me dijo que se conocieron porque salías con uno de sus amigos. En fin, no voy a meterme en tus asuntos, cada quien sabe lo que hace.

No lo dijo como reproche. Había total sinceridad en sus palabras.

La verdad estaba saliendo a flote como esos molestos cuerpos que los mafiosos tratan de desaparecer en el mar.

—Alex —aclaré con pesadumbre, dándole a Aileen una mirada cargada de significado.

—Sin embargo —prosiguió Val, ladeando la cabeza y levantando las manos con las palmas hacia enfrente—, me siento perpleja de..., ya saben..., el parecido a Graham.

Nuestras caras fueron un poema.

Estúpido Facebook omnisciente, pensé.

—¿Lo conociste? —intervino Aileen como si por dentro no sintiese la incertidumbre que podía notar en su pie juguetón que oscilaba como si estuviese aburrida.

Una de las cualidades que más me impresionaban de ella era su rapidez para sopesar la gravedad de los problemas y enfrentarlos con la cabeza fría. Practicidad ante todo.

—En fotos. —Sacó el celular del bolsillo de su abrigo, pasó el dedo unas cuantas veces y nos lo entregó—. Solo se ve de perfil, pero de frente ha de parecerse más, ¿no? Hasta pensé que era él.

Las imágenes provenían de la cuenta de TJ. Todas eran demasiado improvisadas, tomadas en fiestas o reuniones, por lo que en ninguna aparecía un primer plano de su rostro. Verlo sonriendo me encogió el corazón.

—Ni tanto, aunque en esta foto hasta podrían pasar como hermanos —respondió casual Aileen—. Oye, ¿y este guapísimo moreno de acá es tu dichoso Tom?

—No, ese es Robert —anuncié agradecida de que volviera al tema de TJ—. Es él.

Señalé con mi índice la cara regordeta de mi amigo.

—Oh, sí. En verdad es simpático. —Le di un golpe en el hombro justo después de que la otra le arrebatara el teléfono de las manos—. ¡En el buen sentido, exageradas!

La velada continuó entre anécdotas graciosas y planes inconclusos que haríamos a partir del día siguiente. Investigamos en internet los sitios más prometedores para nuestros propósitos, realizamos itinerarios y hasta un organigrama tan complejo que mis catedráticos de la universidad estarían orgullosos.

El tema de Alex no se volvió a tocar. Aunque no vi muy convencida a Valerie, su sospecha decayó a los dos segundos de sacar a colación las tradiciones de boda.

En definitiva rechacé la lluvia de basura y la boda de penique; no quería que los invitados llevasen sus propios alimentos, y mucho menos ser bañada con desperdicios orgánicos e inorgánicos. Asimismo, en nombre de Graham también decliné la costumbre de que al novio se le embadurnaran las piernas con grasa, carbonilla y cenizas.

—¿Vieron esa película donde sale el guapísimo Patrick Dempsey y se enamora de su mejor amiga que está a punto de casarse? ¿La tradición de la despedida de soltera es cierta?

—¿La de prostituir tus labios por dinero? —interrogó Aileen levantando una ceja—. Sí. Podríamos hacerlo. De igual forma le decimos a los chicos que disfracen a Graham de mujer embarazada para que lo hagan desfilar y cantar por las calles. Apuesto a que Albert lucrará con su video en Youtube.

Las tres soltamos estruendosas carcajadas.

Pusimos un poco de música, hicimos karaoke y nos tomamos fotos haciendo poses divertidas. En esta ocasión no queríamos darnos a la perdición y tomar sin desenfreno, puesto que los siguientes días serían bastante ajetreados; así que poco después de la una de la mañana nos fuimos a dormir.

Sentía que apenas había cerrado los párpados cuando ya volvía a despertar dando un sobresalto en la cama que se percibía enorme sin la presencia de su otro ocupante.

Creyendo que solo había sido uno de esos reflejos que aparecen cuando se está entrando al mundo de la inconsciencia, volví a cerrar los ojos. Entonces lo sentí. Era como una imperiosa necesidad de verlo.

Fue como si el aire a mi alrededor no me fuera suficiente y ese vacío en mi pecho solo pudiera dejar de incordiar con la cercanía de Grahms. No sentía el apremio de ir hacia él para saber si estaba a salvo, puesto que yo lo intuía; más bien, solo quería... su presencia.

Me puse mis botas afelpadas, dos suéteres gruesos y uno de sus abrigos. Bajé las escaleras y salí por la puerta de la cocina. Una parte de mí le encontraba lógica a mis acciones, me parecía lo más sensato y natural del mundo ir hacia el establo en el que tuvimos ese encuentro apasionado. No obstante, lo que creí que era mi escaso raciocinio no dejaba de cuestionarme por qué lo hacía.

Abrí las viejas puertas de madera. En la mesa había una vela encendida que no iluminaba más allá que unos cuantos centímetros a la redonda. Aun así, pude ver la silueta de Graham recargado en la pared, aguardando mi llegada.

—No creí que funcionaría —murmuró con voz aterciopelada. Letal.

La pequeña llama se apagó sin que hubiera un motivo aparente. En un parpadeo ya estábamos en completa oscuridad.

—¿Graham? —susurré temerosa, extendiendo mis brazos hacia enfrente en un acto reflejo de buscar algo que pudiera orientarme.

El toque que percibí de su parte no fue lo que yo esperaba. Sus manos se aferraron a mi cadera al tiempo que su aliento cálido se estrellaba en mi cuello. No fue pasional y mucho menos romántico.

Fue espeluznante.

—Creo que nos vamos a divertir mucho, princesa.

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