Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 25


ALEXANDRE


¿Quién hubiera creído que terminaría por proponerle matrimonio a una chica testaruda, caprichosa, desesperante y, por si fuera poco, con quien solo había pasado una noche —o media, si consideramos que me abandonó en plena madrugada—, como Dios manda?

TJ, Robert, Lucas y Charly solían bromear diciendo que, el día que yo decidiera sentar cabeza, el mundo se iba a acabar.

No pensé que aquello fuera literal hasta que lo vi con mis propios ojos.

Aunque mi propuesta fue la menos romántica del universo —e impulsada por la desesperación de ya no perder a la escocesa—, fue tan natural que ni siquiera tuve que procesarla en los pocos filtros que había entre mi cabeza y mi boca. Salió así, de súbito. Y debo decir que jamás había sentido tanta satisfacción; en verdad lo quería.

La reacción de la pelirroja fue algo que debió grabarse para la posteridad. Un miedo muy gracioso tiñó sus facciones; imagino que no salió corriendo debido a que la tenía encerrada entre mi cuerpo y el colchón, pero de haber podido, no dudo que se habría ido del hotel con solo mi playera y su ropa interior.

Si bien podría describir y llenar todo un libro con la infinidad de sensaciones y pensamientos que tuve en ese momento, lo cierto es que fue solo eso: un breve instante.

Un segundo después, el enorme espejo de la habitación explotó, ensordeciéndonos con su agudo sonido, y una fuerza apabullante me tomó del cuello para separarme de la mujer a la que le había propuesto pasar el resto de su vida soportando a un sujeto egocéntrico, payaso y que solía hacer malos chistes de sus propias desgracias. Lo sé, si lo pongo de esa forma, ninguna chica sensata aceptaría, pero hay que decir las cosas como son.

Retomando el tema anterior, la mano fría que me jaló con furia le pertenecía, nada más y nada menos, que a Sinclair. Sí, su molesta nueva habilidad era más inoportuna que mis trucos de salón para abrir cerraduras.

Vagamente me pregunté si haría eso cada vez que se le olvidaba la llave. Sería en extremo cómico tener que aparecer una versión de sí mismo para que le abra la puerta y lo reciba en casa. Y de nuevo, ese pensamiento revoloteó durante una fracción de segundo, puesto que mi cabeza fue estrellada contra la pared.

El grito aterrado de Merybeth fue lo que me obligó a aferrarme a ese endeble borde de consciencia que aún me quedaba. El martilleo en mi cráneo se sentía de los mil demonios; no creía poder ser capaz de siquiera enfocar la vista que se me había obnubilado, pero no iba a rendirme tan fácil.

—¡Graham, detente! —Escuché a mi chica en la lejanía.'

No creí que aquello fuera a funcionar hasta que, tras un enérgico golpe en mi estómago que me sacó todo el aire, sentí mi cuerpo resbalar, sosteniéndose únicamente a la pared que no volvía estrepitoso ese descenso.

No obstante, si Sinclair me soltó, solo fue para demostrarme que estaba postrado a su disposición y misericordia. Al aclarar mi visión, lo descubrí en cuclillas muy cerca de mí, observándome como quien mira a un bicho desagradable que agoniza en la acera.

Ese instante me pareció eterno; como si las manecillas del reloj se movieran en un medio gelatinoso que no las deja avanzar adecuadamente. La sangre martillaba en mi cráneo; no conforme con eso, terribles espasmos a la altura del diafragma me impedían adoptar una posición más digna para hacerle frente a lo que sea que viniera.

Traté de ignorar el zumbido en mis oídos, la obstrucción presente en la epifaringe, el dolor sordo por encima de la nuca, y esas terribles ganas de dejar que mis párpados se cerraran por un buen rato. Pero no podía. Era difícil concentrarse en otra cosa que no fueran las consecuencias de querer burlar a un ser salido del infierno.

Con una calma perturbadora, Graham tomó un pedazo del espejo y lo acercó a mi torso desnudo. Recorrió mi piel con el frío cristal, ejerciendo la presión necesaria para que el filo me causara dolor, pero no una herida profunda. Había éxtasis en sus ojos. Ver mi vida en sus manos lo tornaba frenético.

Aterrado volteé hacia Merybeth. Sus orbes azules miraban en nuestra dirección, pero era como si no estuviera viendo verdaderamente la escena frente a ella. Su atención estaba fija en la cara de mi doble en vez de centrarse en lo que alertaría a cualquier espectador, o sea, el cristal en sus dedos que en cualquier momento me perforaría.

—¿Otra vez con tus trucos? —Un borbotón de sangre salió escupido al preguntar—. ¿Así es como consigues que te siga creyendo? ¿Le ocultas tu lado más oscuro, hijo de puta?

—Tiempos desesperados requieren medidas desesperadas, Tremblay. No es honesto, pero...

—¡Alex, suelta eso! —gritó la pelirroja con gesto aterrado, haciendo amago de acercarse a nosotros, pero deteniéndose al instante. ¿De qué rayos estaba hablando, si el que me amenazaba era él?—. Por favor, no lo hagas.

Graham sonrió satisfecho.

—Conveniente, ¿no crees? Lástima que el último recuerdo que tenga de ti sea una versión monstruosa. —Su mano ascendió hasta mi cuello; sentí el filo presionando más, mientras él daba lo que sería su sentencia final—: No te preocupes, la cuidaré mejor de lo que tú podrías hacerlo.

El flujo de adrenalina —y la desesperación, por supuesto—, me hizo actuar de la manera más orgánica del gran Alexandre Tremblay: a lo estúpido.

Solté un golpe en su arrogante cara que terminó por desestabilizarlo. El factor sorpresa no iba a durar por siempre, tendría que aprovecharlo a pesar de que me sentía mareado y a punto de colapsar.

Lo golpeé de nuevo, esta vez asegurándome de estrellarle la cabeza contra el piso. Si bien la alfombra amortiguó el impacto, lo hice con la suficiente fuerza para que se desconcentrara y liberara a Merybeth de lo que sea que estaba viendo.

Cuando trató de levantarse, me abalancé sobre él. ¿Quería que peleáramos? Bien, resolveríamos ese asunto de una vez por todas. Ya ni siquiera me importaba que mi vida dependiera de su existencia, acabaría con ese monstruo así me condenara en el proceso.

—¡Basta Alex! ¡Lo estás matando! —clamó mi chica con desesperación; intentando, en vano, alejarme de Graham que se veía más débil con cada puñetazo que le propinaba.

La desesperación en los gritos de McNeil aumentaba en proporción a la saña con la que yo embestía mi puño en ese cuerpo que no hacía amago por siquiera protegerse. Vagamente escuché las súplicas para que me detuviera, sin embargo no lo hice, cada vez que arremetía contra Sinclair, toda la impotencia que sentía se liberaba un poco.

Entonces, lo comprendí. La sonrisa de satisfacción en la cara de mi doppelgänger solo podía significar una cosa; le estaba dando el placer de que Merybeth me viera cómo él había intentado hacerme lucir minutos atrás, solo que esta vez no era una ilusión. Ella estaba frente a esa oscuridad en mi interior que quería deshacerse para siempre de su exnovio, costara lo que costara.

Había caído en su juego.

Con miedo, me separé de Graham. El temblor en mis manos ensangrentadas me hacía ver como un tipo endeble que no es dueño de sí mismo.

—Merybeth, yo... —susurré incapaz de defenderme.

Cualquier excusa que estuve a punto de inventar fue interrumpida cuando el demonio se levantó con una gracilidad impropia de alguien que recién había sido golpeado hasta casi la inconsciencia.

Los reflejos de la pelirroja fueron más eficientes que los míos. Su cuerpo se interpuso entre ambos, dándome la espalda. Luego, dio dos pasos hacia atrás. Fue entonces que vi lo mismo que ella: a Graham sonriendo de la manera más macabra que uno jamás podría imaginar. La ira que irradiaba su gesto sugería que quizá su sed de sangre podría más en esta ocasión que cualquier cosa que pudiéramos hacer contra él.

—¿Grahms? —dijo ella con miedo.

Traté de jalarla del brazo para ponerla detrás de mí; no la quería cerca de ese demonio que se nos iba acercando con el mismo trozo de espejo de antes. No obstante, se zafó de mi agarre y caminó directo a él.

Creí que la había hipnotizado de nuevo.

—Grahms —repitió con más seguridad. Al estar a unos cuantos centímetros de distancia, ella acarició su rostro y rodeó su cuello con ambos brazos—. Estás bien, ¿de acuerdo?

Sinclair, si bien dejó de lado su intención de acercarse, siguió mirándome con cólera.

Pasaron varios minutos para que soltara lo que traía en la mano y rodeara el cuerpo de Merybeth, quien seguía susurrándole cosas al oído. No sabía lo que le decía, solo podía comprender que, cualquier cosa que fuera, se estaba llevando la maldad de aquella aparición espectral.

Luego, así como vino, se fue. Graham Sinclair se desvaneció frente a mis ojos.


***


Un par de delgadas manos se agitó frente a mi cara con la clara intención de hacerme volver a la realidad. Charly, todavía con los ojos como platos, y una sonrisa tan grande que resultaba ridícula, se esforzaba por mantener mi concentración en la charla en la que nos habíamos enfrascado antes de que Gerard llegara del trabajo.

—¿Y entonces? —preguntó exasperada—. ¿Se lo propusiste al puro estilo de Hollywood? Por favor, dime que hubo fuegos artificiales iluminando Edimburgo, un paseo al atardecer en los jardines de Princes Street, y una noche romántica con una botella de Dom Pérignon Rose Gold y la cama llena de pétalos de rosa.

Bueno, querida hermana, quise decirle, la verdad es que los efectos especiales sí fueron muy al estilo Hollywood, ¿eso cuenta?

Luego, mi cerebro terminó por procesar la frase que había dicho.

—¡Charlotte! —exclamé indignado—. Te prohíbo pensar en alcohol y camas decoradas.

Rodó los ojos.

—Como digas. ¡¿Y el anillo?! Supongo que ya lo trae puesto, pero ¡¿le tomaste alguna foto?! Conociéndote, de seguro ocupaste todo tu fideicomiso para impresionarla.

La emoción de Charly me hizo pensar si fue buena idea haberle dicho.

—Bueno, la verdad es que no le di ningún anillo. Y no necesito impresionarla, hermanita, ya lo está con mi sola existencia.

Miró al techo exasperada, haciendo amago de hablar con alguien en el cielo que pudiera darle paciencia.

—¡Alexandre! —regañó con falsa desesperación—. ¡Tenías una oportunidad para hacer las cosas bien y la desperdiciaste! En verdad que ni siquiera puedo creer que te haya dicho que sí. ¡Yo no lo hubiera hecho!

Desvié la mirada.

es una palabra muy explícita.

—¡¿Te dijo que no?! —Se llevó las manos a la boca para ocultar su diversión—. ¡¿Alguien le dio un rotundo no a mi hermano?!

La señalé con el dedo. De igual forma, no paró de reír al ver mi amenaza implícita.

—Dijo que lo pensaría.

Mentira piadosa. No iba a revelar la escena de terror que vivimos, así como tampoco que McNeil dijo que me daría una respuesta cuando llegara de Irlanda.

—¡Qué emoción! —gritó con el mismo entusiasmo de antes—. ¿Cuándo regresas a Edimburgo? ¿Sólo a eso viniste? ¿A darnos la noticia? ¿Te dará una respuesta cuando vuelvas? ¡Espera! —Levantó las manos como si fuera a detener el tráfico. Se dio tres segundos para tomar aire y continuó con su interrogatorio—: Ella es de Escocia, ¿dónde será la boda? ¿Y dónde vivirán? ¿Por qué te apresuraste en primer lugar? ¡Ay, no! Dime que no hay un bebé de nacionalidad indefinida que esté de por medio.

¡Vaya! Charly sí que iba rápido. ¿Cómo es que su línea de pensamiento la condujo a la idea de un bebé? Tenía que detenerla antes de que me inventara un futuro amorío secreto con mi asistente, un inminente divorcio, la difamada crisis de los cuarenta, calvicie prematura y una hipoteca sin pagar.

—Charlotte, eso hace la gente que se quiere. Se casa así porque sí.

—Conste. Que el abogado guarde esta declaración para cuando su linda hermana encuentre al amor de su vida.

Fruncí el ceño.

—Tú serás monja. Fin de la discusión.

Su risa musical, que fue interrumpida por el clásico sonido de la puerta al abrirse, me subió el ánimo.

Gerard llegó en compañía de un hombre cuya visita no me esperaba, puesto que creí que la cena sería más de corte familiar.

Wang había servido para la compañía toda su vida. Desde que entró como becario, treinta y nueve años atrás, se esforzó por subir los peldaños jerárquicos hasta que su esfuerzo dio frutos y, mi abuelo mismo, lo nombró miembro honorario del comité. No conforme con ser la cabeza del cuerpo de abogados que defendía la empresa, fue consejero cercano del abuelo y muchas de las decisiones que se tomaban debían pasar primero por su ojo crítico, puesto que su aprobación era casi necesaria.

—Tus arrendajos ya han crecido bastante, Gerard —dijo Wang después de darnos afectuosos abrazos. Aquel término me hizo sonreír. Así solían llamarnos los miembros del comité cuando el abuelo nos llevaba a las oficinas centrales—. ¿Cómo estás, Alex? Por ahí me enteré que tuviste otro accidente en esa cosa infernal. Sigues metiéndote en problemas, ¿eh?

—Los mismos de siempre, Ju —respondí palmeándole el hombro, a lo que Gerard me lanzó una mirada para reprenderme en silencio. Nunca le gustó que tuviera tanta confianza con los integrantes más respetados de la compañía—. Qué gusto verte; me extrañó tu ausencia en la cena de Toronto.

—Era el cumpleaños de uno de mis nietos, no me lo iba a perder por nada del mundo.

Sus ojos rasgados se hicieron aún más pequeños al sonreír.

Gerard nos instó a pasar al comedor. La cocinera que había contratado tras la muerte de mamá ya nos tenía una exquisita cena. Fue una lástima tener que disfrutar de deliciosos alimentos con una charla profesional gris y fría.

Para cuando nos trajeron un impecable pouding-chômeur, ya no podía con el tedio. Charly, que en la última media hora perdió por completo el interés, al menos podía entretenerse en el teléfono que revisaba por debajo de la mesa. Sin embargo, yo no tenía la mínima posibilidad de mandarle mensajes románticos a Merybeth porque, número uno: acordamos que ese tiempo sería exclusivamente para ella, y número dos: Wang y Gerard insistían en involucrarme en lo que sea que estaban hablando. Y digo lo que sea, puesto que mi cerebro dejó de funcionar cuando implicaron términos demasiado engorrosos a los que solo podía responder con un asentimiento de cabeza.

—Bueno, Gerard, ya hemos pasado un rato muy agradable —dijo Ju. En ese momento quise preguntar quién lo había pasado, pero me mordí la lengua para no importunar—, así que solo me queda una cosa por hacer. ¿Te molesto si me dices dónde podríamos hablar sin que nos interrumpan?

Resoplé para mis adentros. Cualquiera de las habitaciones era lo suficientemente tranquila para ese propósito.

—Claro. Alexandre, el señor Wang quiere hablar contigo a solas.

Gerard se dirigió a la pequeña biblioteca que otrora le sirvió a mamá como refugio de inspiración. Encendió las luces y, tras un breve asentimiento de cabeza, nos dejó solos.

Wang se sentó en el sillón giratorio detrás del escritorio, sacó unos papeles de su maletín de negocios y los leyó por un par de minutos. Se aclaró la garganta para que le pusiera atención, me indicó que me sentara en una de las elegantes sillas y, cuando por fin estuvimos frente a frente, habló solemne:

—Sabes que tuve una relación muy cercana con tu difunto abuelo, ¿verdad?

Asentí dubitativo. No sabía a dónde quería llegar.

—Bien —continuó impertérrito—. En su testamento, que yo mismo redacté, hay una cláusula en la que se expresa su profundo deseo por que la empresa siga en manos de su línea de sangre directa. Y ahora, con la inminente secesión de Gerard, es necesario que sepas que la responsabilidad pasa directo a ti.

Eso no lo vi venir.

—Pero Sebastian... —Se suponía que nos habían puesto a prueba para seleccionar al prospecto más capaz—. ¿Mi padre lo sabe?

—Sí, por supuesto. La farsa de los proyectos solo fue mera apariencia y, quizá también, una prueba que se te puso para demostrarnos que tu competencia laboral es más alta de lo que hasta ahora has demostrado con tus actos.

¿Por qué a todo mundo le había dado por insultarme de manera sutil?

—¿Debería ofenderme, Ju? —pregunté con un tono tan divertido como amenazador.

Supongo que el oriental ni se inmutó porque me había visto hacer desplantes más dramáticos.

—Debería preocuparte, Alex. ¿Sabes por qué se te dio a elegir entre una empresa transnacional y otra cuyo nombre quizá nunca salga de la oscuridad?

Estuve a punto de decir que eso había sido porque no tenían otro proyecto mejor en puerta, pero me retracté al último segundo porque la compañía se distinguía por tener una larga lista de espera en la que figuraban nombres de empresas y magnates mundialmente conocidos. Además, si mi padre estaba dentro de la organización de esa prueba, sabía de antemano que yo elegiría al pez gordo.

—Fue una trampa —murmuré más para mí que para Wang.

—Tómalo como que te encaminamos al proyecto que queríamos verte gestionar. Todos conocemos tu volatilidad, hijo. Sabíamos que si te lo asignábamos a la fuerza no lo harías con la misma dedicación que algo que tú eliges por tu propia voluntad.

Me sentía como una marioneta cuyos hilos son manejados por cualquiera, menos por mí.

—Debiste esperar para decírmelo, Wang —recalqué su fallo. Si lo que querían era que no sintiera cierta aversión por verme obligado a hacerlo, este no era el momento para revelar la verdad—. Aún no lo termino.

Ju suspiró pesado.

—Eso es lo que Gerard mencionó. Pero fallaste una parte de la prueba y quería hablar contigo para asegurarme que al menos la otra parte la lleves como se debe. No es mi deseo probar que alguien más, digamos Sebastian, tiene las facultades requeridas para ocupar ese escritorio.

—¿En qué fallé?

Wang me miró severo.

—Eres conocido por ser un trotamundos, hijo. No digo que esté mal, yo mismo he visto que eso te ha dotado de una cultura muy rica. Pero las empresas no pueden viajar contigo. ¿Me entiendes?

Intuí la dirección hacia la que íbamos.

—Me quieren tener prisionero en mi propio país —sentencié cansado.

Comprendí, entonces, que al irme de Canadá fallé parte de la prueba; quizá por eso mi padre se había apropiado de mis documentos.

La risa de Wang sonó inapropiada para ese momento en el que me debatía en una encrucijada.

—Lo haces sonar como algo malo —dijo aún divertido—. Eres joven, Alex. Juro que tendrás mucho tiempo para seguir conociendo el mundo, pero los primeros años sí será necesario que tu residencia sea fija. Un pequeño sacrificio para abrirle las puertas a mayores ganancias.

Me tendió una hoja. Era una parte del testamento del abuelo que, aunque recordaba vagamente haber escuchado cuando se hizo la lectura después de su muerte, en esa ocasión no le había prestado la atención debida.

En resumen, era una versión más detallada de todo lo que había dicho el abogado. Sí, se expresaba la condición de que un pariente con línea de sangre directa debía quedar al mando de Gerard Tremblay's Company, en este caso su hijo Gerard Theodore, sus nietos Gerard Alexandre y Geraldine Charlotte, así como cualquier descendiente de ellos que cumpliera con los requisitos establecidos.

Ver el mismo nombre, y una variante femenina, en el mismo párrafo me causó cierta aversión. La pretensión en su máxima potencia.

No obstante, en un subapartado se establecía que dicha cláusula podría quedar inválida en dos casos. El primero si por voluntad propia se cedía el privilegio. Y el segundo, si se demostraba la incapacidad de los mencionados para adquirir los derechos que el presente documento les otorgaba; en cuyo caso, se tomaría en primordial consideración a los descendientes de los hermanos de Gerard Belmont Tremblay.

—¿Sebastian también está al tanto del show que montaron?

Wang se sobresaltó al escucharme hablar después de esos minutos de silencio.

—No. La fachada también se construyó para él. No queríamos arriesgarnos a un posible escándalo de su parte solo porque no está en la primera fila de selección.

Asentí. Inflé mis mejillas y traspasé el aire de un lado a otro.

Cuando hablé con Merybeth en KennArt's la vi hacer ese gesto gracioso e inconscientemente ahora la imitaba.

—Pensé que Gerard quería que Bastian lo sucediera.

Se me hacía bastante extraño que mi padre, con todo a su favor para darme el golpe definitivo, no aprovechara la oportunidad.

—Sí, por supuesto; no lo ha estado asesorando por tanto tiempo solo por diversión. Pero ya sabes lo que se dice, la sangre pesa más que el agua y, al final de cuentas, su renombre también está de por medio.

Claro. Tanta condescendencia tenía la promesa de un beneficio. Después de todo, sería una vergüenza para él que su propio hijo no fuera capaz de seguir los pasos de todo un linaje.

Parecía que las cosas se volvían a poner en mi contra.

Si estaba renuente a quedarme en Canadá no era porque no quisiera o no me gustara; al contrario, amaba mi país y uno de mis deseos era traer a Merybeth para enseñarle toda la belleza que Quebec podría ofrecerle. No obstante, a corto plazo tendría que regresar a Escocia para resolver nuestros asuntos y, si los dioses me favorecían, asentarnos sería un lujo que difícilmente podríamos darnos en un futuro próximo.

No es que no confiara en la pelirroja para resolver problemas. Digo, era tan testaruda y tenaz que de seguro encontraba el modo de salirse con las suyas. Pero había algunas cosas que estaban más allá de sus habilidades, por ejemplo, la sed de sangre de un demonio.

Ella era el ancla; por consiguiente, atraería a Sinclair así nos escondiéramos con los aborígenes australianos en lo más profundo de Cabo York. No había de otra que una vida nómada a su lado hasta que encontráramos la forma de desunirme de Graham y, aunque suene sumamente descortés, matarlo.

—Wang —dije pensativo—, si bien terminaré el proyecto, no esperen que me quede, tengo que resolver unos asuntos en Reino Unido. ¿De cuánto tiempo dispongo antes de que Gerard dimita?

—Este es su último año. A partir de enero la compañía será toda tuya.

Aunque era poco, al menos el margen no era tan reducido como pensé. Tenía ocho meses para deshacerme de mi doppelgänger.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro