Capítulo 14
MERYBETH
Llegué a Guildtown en menos tiempo del que esperé. Al dar la vuelta en Wolfhill, y dejar atrás las casitas del inicio de la calle, los verdes pastizales me hicieron sentir una paz que no creí posible en esos momentos.
En cuanto la granja quedó a la vista, aceleré. Sabía que mis emociones en ese instante eran tan fuertes que, sin duda, Graham las sentiría.
Ni siquiera tuve que tocar la puerta, puesto que, apenas me acerqué, ya la había abierto para darme la bienvenida.
Nos miramos por unos segundos.
Por un momento, mientras venía hacia acá, me pregunté si sería buena idea. Pero al ver la tranquilidad que él le daba a mi espíritu, supe que había sido la decisión correcta.
Lo abracé como solía hacerlo antaño.
Lo que sucedió después me hizo recordar las tantas veces que mis cólicos menstruales me tumbaron en la cama. Con una paciencia infinita, me escuchó; puso atención a lo que había sucedido, a cómo me sentía y a las quejas que no paraban de salir de mi boca. Preparó té, trajo mantas suaves y nos sentamos en el sofá a ver películas.
Aquel gesto, aunque muy íntimo, no fue para nada romántico; en especial, si tomamos en cuenta que yo estaba afectada por la traición de alguien que quería.
Lo más notable es que en ningún momento intentó presionar las cosas entre nosotros. Si al final de la película yo estaba sobre su hombro, fue por iniciativa propia. Se sentía agradable tener la amistad de Graham.
Por la tarde, fuimos a Port Glasgow y llevamos a mamá a cenar al puerto. Al principio estaba renuente; lo que había visto en el artículo, así como las palabras de Sebastian, no me tenían con el ánimo suficiente para montar escenas creíbles. No obstante, el par que me acompañaba se las ingenió para sacarme sonrisas involuntarias.
Poco antes de medianoche, nos subimos al auto. El plan era regresar a Newington; después de todo, debía ir a la sucursal al día siguiente. Sin embargo, la soledad del piso me haría pensar en cosas que no estaba preparada para enfrentar.
Por petición mía, regresamos a Guildtown.
Al salir del vehículo, el cielo estrellado me maravilló. Ni una sola nube se veía a kilómetros. Eran contadas las ocasiones en las que eso sucedía.
—¿Podemos quedarnos un rato aquí? —pregunté sin despegar mis ojos de la inmensidad sobre nosotros.
—Si eso quieres, Beth. Iré por las mantas.
Me senté en las escaleras del porche. El viento primaveral apenas si era una suave brisa que hacía ondular las puntas del césped creciente.
—A veces no comprendo tus locuras, pero me gusta ser parte de ellas —murmuró Graham detrás de mí. Puso una frazada sobre mis hombros y se sentó a mi lado.
—Gracias por esto —susurré con honestidad.
No hacía falta decirle que mi agradecimiento no era solo por quedarse conmigo en la madrugada a ver las estrellas, sino por actuar de la manera en que lo hacía, por ser sincero finalmente, por estar conmigo a pesar de que le dolieran los sentimientos que me provocaba alguien más, y por estar junto a mí de la manera en que necesitaba.
—Gracias a ti por permitirme seguir en tu vida, Beth.
Su mano encontró la mía. El contacto de nuestras pieles hizo un breve corto circuito. Esa indecisión era tan similar a la de aquella noche en la fuente del Tritón, que de inmediato sonreí. Afiancé mis dedos con los suyos, sosteniéndolo con seguridad.
—Cuéntame algo que me haga reír.
Miró al cielo, implorando clemencia. Siempre que le pedía una anécdota graciosa se devanaba los sesos para acordarse de alguna que pudiera servir.
Después de un rato, suspiró.
—Bien. No sé que tan gracioso te pueda parecer esto, pero ¿sabías que la primera vez que Aileen estuvo en esta casa fue en el último año de secundaria?
La mandíbula casi se me desencaja de la sorpresa.
—Y, de hecho —continuó avergonzado—, ella fue la razón por la que Jenna rompió conmigo.
¡¿Jenna?! ¿La mojigata del club de Matemáticas fue novia de Graham?
—De acuerdo —respondí seria—, creo que tienes mucho por explicar.
Dejó salir el aire con pesadez.
—Como ya sabías, Aileen y yo estábamos en el taller de Gestión Hotelera; y, para ser más específico, incluso estuvimos en el mismo equipo de trabajo. Durante las vacaciones de Pascua debíamos terminar un proyecto; así que ofrecí esta casa para la toma de fotografías, armar las maquetas, etc...
"En fin. Debes saber que en esos días mi tío se enfermó y mi padre fue a visitarlo hasta a Altnaharra, por lo que la granja se quedó sola. Invité a Jenna porque... bueno, creo que no hace falta entrar en detalles.
—¡¿Te acostaste con Jenna?! —reclamé, obviamente ofendida. Con disgusto, retiré mi mano de la de él—. ¿Y por qué nunca me lo dijiste?
Cohibido, encogió los hombros.
—No lo sé, Beth. Pensé que habíamos aceptado que teníamos una historia antes de que lo nuestro llegara. Es como si yo te reclamara por tu relación con el chico de la enfermería. No viene al caso.
Abrí los ojos. ¿En qué momento habíamos llegado a esta conversación?
—¿Cómo es que tú sabes lo de Paul?
—En cuanto el colegio se vaciaba, ustedes no se preocupaban mucho por la discreción. En una ocasión salí tarde del club de Reciclaje y los vi.
La sangre dejó de subir a mi cabeza. No quería hacerlo, pero debía preguntar:
—¿Qué viste?
Ahora, el molesto era él.
—¿Te parece si dejamos los detalles a un lado? O quien terminará enojado seré yo.
No sabía qué tan saludable había sido ignorar un tema tan importante para una pareja. Cuando recién inició nuestra relación, y tratamos de abordar esa conversación tan delicada, llegamos a la conclusión de que, en realidad, no era relevante.
Y ahora, aquí estábamos, molestándonos por simplezas que ya ni siquiera deberían importar, puesto que ya no había relación sentimental de por medio.
—Bien —acepté a regañadientes—. ¿Cómo es que Aileen entra en este embrollo?
Suspiró, no tan seguro de seguir hablando.
—El día que Jenna vino a pasar la noche, tu amiga también llegó. Ella afirmaba que debíamos apurarnos con el proyecto, así que, para sorpresa mía, decidió que también dormiría aquí.
"Como podrás imaginar, fue una situación incómoda. Más si tomas en cuenta que trajo una botella de vodka y trató de embriagarnos. Bueno, con Jenna lo logró.
Levanté las manos, sin poder creerlo.
—¿Me estás diciendo que Aileen los embriagó y por eso rompieron?
—¿Me estás diciendo que no es algo que ella haría?
Callé. Conociendo a mi mejor amiga, eso se me hacía bastante amateur.
—Y no rompimos porque emborrachó a Jenna —continuó—. A la mañana siguiente, con total confianza, se puso mi ropa y no sé qué cuento le habrá dicho a mi novia, pero Jenna se lo tragó completo y salió de aquí, llorando y gritando que no quería volver a verme. Ni siquiera tuve tiempo de reaccionar, puesto que seguía con el dolor que su alcohol barato me había causado.
Bufé. ¿Cómo es que ninguno de los dos me había contado eso?
—¿Y después? ¿No la querías lo suficiente como para aclarar el malentendido?
Ahora que ya hablábamos con menos tensión que antes, de nuevo se atrevió a tomar mi mano.
—Supongo que no. Cuando la chica no es la correcta, nos damos por vencidos a la primera oportunidad.
Aquello me hizo recordar la traición de Alex. Una inmensa melancolía me oprimió el pecho al darme cuenta de que yo estuve a punto de dejar todo para escaparnos juntos y él, en cambio, se rindió y me suplantó con la primera que encontró.
Supe que Graham no lo había dicho intencionadamente cuando su cara palideció al relacionar sus palabras con mi súbito estado de ánimo.
De inmediato, me atrajo a su pecho, acurrucándome con mucho cariño.
—Lo siento. No era mi intención —rogó con voz dolida—. Qué torpe soy.
—Está bien. No es tu culpa.
Por un rato permanecimos en esa posición, disfrutando de la quietud que traía la noche. Cuando la brisa se tornó iracunda, nos metimos a la casa.
Graham me ofreció la habitación principal, pero preferí quedarme en su antigua recámara. Pasó un rato en el que no hice más que dar vueltas debajo de las cobijas, intentando dormir a toda costa; porque si no lo hacía, el tormento al que le había estado dando evasivas, encajaría sus garras sobre mí.
Quizá uno de mis mayores defectos era que no sobre pensaba mucho en mis emociones, fueran positivas o negativas. Las sentía, por supuesto, pero si me ponía a pensar en ellas, encontraría una intensidad para la que no estaría preparada.
Sin poder evitarlo, unas cuantas lágrimas se escaparon de la comisura de mis ojos. Me resultaba increíble pensar que, después de todo, Alex sí resultó ser el tipo banal y egoísta que aparentó en un principio.
Al separarme de Graham, su efecto analgésico se fue con él. Quería su compañía por más que eso se pudiera malinterpretar por su parte. ¿Sería correcto? ¿Qué es lo que diría?
Da igual, Beth, pensé con sorna, ya lo engañaste, sabe que eres una chica patética que sufre porque un idiota la ilusionó cual adolescente, y hasta sabe lo de Paul De Luca. Ya no puedes caer más bajo
Fui a su habitación.
Contra todo pronóstico, lo encontré despierto. Yacía sobre la cama matrimonial con los ojos abiertos y el semblante rígido, en un rictus de enojo. Estaba tan pálido y delgado que parecía sin vida.
Verlo así me dio miedo. No entendía por qué por las noches adquiría un aspecto tan desmejorado.
Estaba tan concentrado en la nada que no pareció escucharme, ni percatarse de que me acercaba.
Mi mano tocó su frente. Estaba frío.
—Graham —susurré temerosa, moviéndolo con suavidad.
Enfocó su mirada en mi rostro. Era evidente la sorpresa que se llevó al verme ahí.
—¿Estás bien? —preguntó, mirando todo a su alrededor como si temiera encontrar algún peligro.
—¿Puedo dormir contigo?
Levantó las cobijas para que me acostara junto a él. Sin que se lo pidiera, me abrazó.
—¿Qué te está sucediendo, Graham? —cuestioné—. ¿Por qué pierdes tanta energía por las noches?
El aire que dejó salir sobre mi nuca me causó escalofríos.
—Estos días he gastado más energía de la que he podido recuperar.
—¿En qué la gastas?
Zafándome de su abrazo, giré para tenerlo cara a cara.
—Principalmente, en no dejar que me veas como soy.
Eso me desconcertó. ¿A qué se refería con no verlo como era? ¿Esa fachada en realidad era falsa? ¿Si se quitaba la máscara vería la verdadera cara del demonio que decía ser?
—Hey, no te espantes —murmuró—. Me refiero a que..., cuando te fuiste, me di por vencido; casi no comía y mi estado anímico se fue en picada. Luego, cuando regresaste y tuvimos que ir a casa de tu mamá, tuve que crear la ilusión de que estaba bien. Para hacerlo tuve que gastar la poca fuerza que tenía. ¿Entiendes?
—Quiero verte como realmente eres.
La duda y el dolor aparecieron en sus facciones. Me di cuenta de que mi petición lo acorralaba, ya que no quería hacerlo, pero su promesa de ser honesto también lo mantenía contra la pared.
—¿Segura? —Acarició mi rostro con desconsuelo.
Asentí. Quería ver la gravedad de sus dolencias.
Estiró el brazo y encendió la luz del buró más cercano.
El hombre frente a mí no era lo que estaba acostumbrada a ver. Su imagen se parecía más a cuando recién salió del hospital después de despertar de su coma auto inducido. Cadavérico, débil, como si llevara mil años enfermo.
Y aun así, nada de eso se podía comparar a cuando lo encontré inconsciente en uno de los cuartos. En esa ocasión sí que temí lo peor.
Al menos en sus ojos se podía percibir un poco de vida.
—Ya no tienes que fingir, Graham. —Ahora eran mis dedos los que rozaban su piel traslúcida—. Enfoca tu energía en recuperarte por completo.
—No quiero que me veas así. Debería ser fuerte para ti, Beth.
Acuné su cabeza en mi pecho. La evidente fragilidad que mostraba, tanto externa, como por dentro, tocó fibras muy sensibles.
Graham, fuese doppelgänger o no, era ese chico dulce del que me había enamorado.
—Lo eres, Grahms.
Sus brazos me rodearon la cintura. Era un encuentro tan íntimo, tan familiar, que no quería que terminara nunca.
—Hace mucho que no me decías así. —Había tanta alegría latente en sus palabras, que no pude evitar sonreír—. Me gusta.
—A mí también.
***
Desperté justo a la hora en la que debía entrar a trabajar. Mis ojos se sentían hinchados debido a que, una vez que Graham se quedó profundamente dormido, varias cosas me echaron en cara las malas decisiones que había tomado en los últimos meses, por lo que estuve un largo rato llorando en silencio.
El otro lado de la cama estaba vacío, excepto por un papel doblado sobre la almohada.
Llamé a Bertrand para avisar que estabas enferma. No me creyó, pero aun así desea que te sientas mejor.
Descansa, lo necesitas.
Sonreí. Esa pequeña mentira la habíamos aplicado un par de veces en Nueva York cuando era una fecha importante y queríamos pasar el día juntos.
Aunque todavía me sentía cansada, quería levantarme a estirar los músculos. Al final, me decanté por darme una ducha rápida y cepillar mis dientes. Me sorprendió encontrar algunas prendas mías sobre la cama cuando salí del cuarto de baño, así como un platito con pan tostado y mantequilla de maní
Las notas de la guitarra se oían en el piso de abajo. Hacía tanto que no escuchaba a Graham tocar, que apresuré mis pasos hacia la sala, masticando el último pedazo de pan.
—¿Interrumpo algo? —pregunté.
—No. Nunca.
Sonreí al ver su verdadera apariencia. No es que me gustara su estado demacrado, pero era mejor eso a saber que estaba invirtiendo mucho esfuerzo en aparentar estar saludable.
—¿Tocarás? —cuestioné para no pensar en la forma en que sus ojos brillaban, dichosos de verme.
—¿Qué quieres escuchar?
—No lo sé. Sorpréndeme.
Me senté en el mismo sillón que él. Tardó un poco en inspirarse, pero al final se decidió por una de sus canciones predilectas.
Conforme cantaba el coro de Fast car, los pensamientos que me habían hecho llorar, volvieron.
¿Por qué todo se había vuelto tan complicado? ¿Por qué las cosas no pudieron quedarse como antes? ¿Cómo es que llegué a anteponer a alguien a quien no le importaba lo suficiente, antes que aquel que sentía tanto amor por mí? ¿Por qué tomaba malas decisiones, una tras otra?
—Vámonos —dije, siguiendo un impulso.
Las cosas serían tan sencillas si solo fuéramos nosotros dos. Si empezáramos de nuevo, pero haciendo las cosas bien esta vez.
—¿A dónde?
—Lejos. Da igual, solo... vámonos.
Dejó la guitarra en el piso para abrazarme con fuerza. Su dulce fragancia fue un recordatorio de los viejos tiempos. Los buenos tiempos.
—Vámonos, cariño —respondió, sus labios contra mi cabeza.
Volteé a verlo. La poca distancia que nos separaba me empezó a doler. Necesitaba más de él.
Lo jalé del cuello hasta que nuestros labios se unieron después de tanto tiempo de haber estado separados. Era increíble sentir la familiaridad y confort que me proveía ese beso tierno, dulce.
Enterró sus dedos en mi cabello, todavía húmedo; había demasiada sutileza en su tacto, como si se empeñara en tratarme con cuidado, o como si temiera romperme.
Creí que estábamos en la misma sintonía hasta que su cuerpo se puso rígido. Seguía correspondiéndome, pero no con la misma entrega de antes. Había algo que le impedía seguir.
Ahora que encontraba un poco de estabilidad, no iba a permitirme perderla.
Me senté a horcajadas sobre su regazo. Con sutiles caricias intensifiqué el beso, procurando tocar aquellas zonas que doblegaban su voluntad. En dos segundos, ya estaba de vuelta conmigo, rodeándome la cintura para evitar que un solo centímetro nos separara.
Cuando traté de quitarle el suéter, la magia se rompió. Detuvo mis manos, así como el beso que ya había subido de nivel.
—Beth... —susurró contra mis labios, con los ojos aún cerrados.
—Dime que no lo quieres y me detengo —reté, tratando de usar mi tono más seductor.
Me ayudó a bajar de su regazo como si le ayudara a un niño a bajar de un sitio peligroso. Con simple afecto.
—Princesa, no hay nada que pudiera querer más en estos momentos. —Justo debajo de esa fachada de tranquilidad escuché deseo—. Pero no lo haré.
Antes de que me levantara iracunda para irme de ahí por su rechazo, me tomó la mano y se la llevó a los labios para depositar un beso sobre mis nudillos.
Rodé los ojos. A veces odiaba que supiera cómo calmar mi genio.
—¿Por qué no? —recriminé.
Suspiró pesado, mirando hacia todos lados, menos a mí.
—Porque estás herida y no pienso aprovecharme de eso.
Ahora fui yo la que desvió la mirada.
No era tan tonta como para no saber que ese impulso había nacido de la necesidad de olvidar mi dolor, de querer vengarme en cierta forma de Alex. Con lo que no contaba era que Graham se diera cuenta.
No quería que pensara que lo hacía solo porque era el primero que se había cruzado en mi camino; sino que notara que quizá esta era nuestra oportunidad para iniciar de nuevo. Era mi forma de demostrarle que tal vez no todo estaba perdido.
—Beth, mírame —dijo. Su índice levantaba mi barbilla con suavidad para tratar de encontrar mis ojos renuentes. Cuando por fin lo hice, sonrió con gentileza—. ¿Te parece si aprendemos a caminar antes de correr? Mira, piénsalo unos días. Si decides que en verdad quieres irte lejos, nos vamos. Pero iremos con calma para que este corazón pueda sanar.
Al decir esto último, su mano bajó por mi cuello hacia mi pecho. Un acto que debió parecer erótico quedó opacado por la determinación en sus ojos. Estaba dispuesto a esperarme.
Lo abracé, tratando de hacerle llegar todo el cariño que creí perdido.
—Oye, sé que dijimos que pasaríamos los fines de semana con tu mamá, pero ¿podríamos hacer algo hoy, solo tú y yo?
Asentí. Al estar con él, era más fácil recuperar mi buen ánimo.
No supe qué es lo que tenía planeado hasta que terminamos de almorzar. La tarde era cálida y algunos brotes ya habían florecido. El cielo estaba nublado, pero no se veían signos de que fuera a llover.
Esperé a Graham en el porche. Minutos después, apareció con Charles III siguiéndole los pasos.
Aunque el caballo seguía viéndose imponente, ya no tenía el mismo brío de antes. La decaída de Grahms también le había afectado a él.
Caminamos hasta la calzada y entramos a los pastizales del otro lado del asfalto.
En el tiempo que hicimos el recorrido, no hablamos. Solo se escuchaban las fuertes pisadas del animal y sus esporádicos bufidos.
—¿Estás lista? —preguntó al detenernos a unos cuantos metros del camino.
Había una emoción casi infantil en su cara.
—¿Lista para qué?
—Te enseñaré a cabalgar.
Por inercia, volteé a ver al caballo que olfateaba un helecho del que salió un conejo despavorido.
—¿Me voy a subir en Charles? —pregunté con un dejo de pánico.
—Sí, esa es la idea.
Aunque entrelazó nuestros dedos como si fuera un gesto casual, había algo que me indicaba que era un paso importante para él.
Nos acercamos al semental y llevó nuestras manos unidas al suave pelaje marrón. Lo acaricié con delicadeza, temiendo que mi toque fuese a alterarlo.
—¿Y si no puedo? ¿Qué tal si Charles no quiere que lo monte y me tira?
Sonrió sin dejar de mirar al caballo.
—No le tengas miedo, Beth; los animales son seres muy inteligentes y perceptivos. Confía en él. ¿Ves sus ojos? —cuestionó emocionado. Miré las grandes esferas oscuras que transmitían una serenidad impresionante, como si no tuviera ninguna prisa por irse de ahí. Asentí—. Está contento, tranquilo. ¿Qué me puedes decir de sus orejas?
No noté nada peculiar. Eran dos triángulos de piel y cartílago que se movían cada cierto tiempo, curiosas.
—Es su estado natural; está atento a lo que le rodea —susurró con admiración—. Procura que esté tranquilo cada que vayas a montar un caballo. Sé firme, pero no agresiva. Siéntete segura.
¡Ja! Lo último que me inspiraba un animal tan magnífico era seguridad.
—Quita esa cara de preocupación, cielo —murmuró, esbozando una sonrisa—. Iremos poco a poco.
—¿Eso qué significa? —Mi recelo no le pasó desapercibido.
—Que hoy solo te subirás en él y avanzaremos un par de metros. Aunque confío plenamente en Charles, no me sentiría seguro si no tienes un casco. Además, no me he dado el tiempo de conseguir la montura, las riendas, y todo lo necesario. Solo... creo que me dejé llevar por la emoción. Esto es algo que siempre quise compartir contigo.
Al decir aquello, perdió un poco de efusividad. Cohibido, se rascó la nuca.
Sabía lo mucho que significaba el caballo para él y la ilusión que le había hecho por fin poder tener uno propio. Sin embargo, nunca supe que quería compartir esa experiencia conmigo. Me dolió darme cuenta que, con todo lo que había ocurrido, había olvidado que Graham Sinclair era el hombre más dulce que conocía.
—Estoy lista —dije con confianza—. ¿Cómo me subo?
Sus ojos se iluminaron.
—¿Lo dices en serio o solo para que no me sienta tan mal?
—¡Grahms! —regañé—. Odio que me conozcas tan bien. ¿Me ayudas, o lo hago yo sola?
No agrandó el conflicto. Le dio una última caricia a Charles y entrelazó sus dedos para que me sirvieran de apoyo.
Claro que decir siempre es más fácil que hacer. Cuando tomé impulso para brincar de ese improvisado escalón al lomo del animal, una ola de miedo se apoderó de mí. ¿Y si no lograba hacerlo bien y mi pierna lo golpeaba? ¿Y si resbalaba hacia el otro lado? ¿Y si ahora que otra vez el temor me invadía, el caballo lo sentía y se resistía? No quería caer de semejante altura sin algo que pudiera ofrecerme una mínima protección.
Una sensación de júbilo me hizo sonreír con escepticismo al descubrir que, por muy insólito que pareciera, logré subirme sin lucir tan torpe como me imaginé. Hubo un poco de renuencia por parte del equino, pero Graham lo tranquilizó con caricias enérgicas en su cabeza.
—¿Cómo te sientes allá arriba? —preguntó contento.
—Bien, creo. —La crin negra se sentía suave entre mis dedos y, muy diferente a lo que pensé, había cierta fortaleza en el musculoso cuerpo del semental que me hacía sentir segura—. ¿Y ahora?
—Mantén tu espalda recta. Recuerda, eras la que manda, pero nunca le pierdas el respeto. Sostente fuerte y cuida tu equilibrio.
Hice cuanto dijo. Avanzó un metro sin darle la espalda a su mascota y lo llamó con cariño. Di un pequeño respingo al sentirlo moverse.
Charles caminó con parsimonia. Si bien quería acercarse a su dueño, no parecía estar apurado por hacerlo de inmediato; se daba su tiempo.
Repetimos el proceso unas cuantas veces, aumentando la distancia en cada ocasión.
No creí que cabalgar resultaría tan placentero. O quizá lo fue debido a que la emoción de mi instructor era contagiosa. Cualquiera que haya sido el motivo, me descubrí ferviente por conseguir el equipo necesario para continuar con esa actividad. Quizá hasta comprara un par de esas bellísimas botas hípicas que usan las amazonas.
Cuando la emoción del caballo lo hizo incrementar el brío de sus pasos, Grahms decidió que ya había sido suficiente. Me ayudó a bajar y nos sentamos un rato sobre el pasto verde para que los tres disfrutáramos de la tarde.
Aquella convivencia se me antojaba tan familiar que no me sorprendió encontrarme recargada en su hombro, sonriendo como hace mucho no lo hacía.
***
La semana transcurrió con tranquilidad.
El lunes regresé de nueva cuenta a la sucursal de Victoria Street. El equipo de construcción empezó a trabajar en el local contiguo, por lo que nosotros seguiríamos con nuestras actividades cotidianas. Eso también incluyó la rutina de ir a comer con Graham —con todo y los comentarios mordaces de Bertrand, tanto al irme, como al volver—, y su compañía al atardecer, puesto que me llevaba a mi piso en Newington al salir del trabajo.
No olvidé lo que habíamos hablado. Todas las noches me ponía a pensar en lo que quería hacer. En definitiva deseaba que nos fuéramos una temporada; pero conforme le daba vueltas al asunto, más me daba cuenta de que ahora lo quería porque necesitábamos conocernos, y no tanto por el impulso de una decisión visceral.
Para cuando llegó el viernes, ya había planeado decírselo a Graham. Sin embargo, me cohibí al ver su actitud en el auto. Algo le molestaba.
—¿Qué tienes, Grahms? —pregunté, dándole un ligero apretón en la rodilla.
—Desde la mañana me ha dolido la cabeza. Solo es eso.
—Pues cúrate a ti mismo —dije como si fuera la respuesta más natural del mundo.
Sin hacerlo de manera intencional, en nuestras conversaciones empezamos a incluir su peculiaridad. El algún punto llegó a ser tan orgánico que era como decir: ah, sí, Graham es escocés, un veterinario y también un doppelgänger, ¿y qué? Inclusive, en un par de ocasiones insistí en que, cuando se recuperara por completo, hiciera ese truco de la bilocación; no descansé hasta que me dio su palabra.
Su risa melódica se escuchó por encima de la música. Aquel sonido me alejó de mis divagaciones.
—Qué más quisiera, cariño. Ojalá funcionara de esa forma.
—Tus poderes son inútiles, Grahms —bromeé.
—Al menos tengo, humana indefensa —respondió con voz ronca.
Reí.
—Por favor, dime que no estás imitando a Batman.
—No salió tan mal esta vez —se defendió, encogiendo los hombros.
Al llegar a mi piso, salió para acompañarme hasta la puerta. Sus dedos se sentían cálidos entre los míos.
—Gracias, Grahms —susurré antes de meter la llave en el cerrojo.
Como cada noche, dejó un beso tierno en mi mejilla.
—Te veo mañana, ¿de acuerdo? —preguntó muy cerca de mi rostro. Desde el sábado, no habíamos vuelto a besarnos. Así que cada día la tensión era más grande.
Hizo ademán de acercarse a mis labios, pero terminó por dirigirlos a mi frente.
Lo vi marcharse. Esta semana que no había gastado energía le había servido para subir un poco de peso y mejorar su aspecto. Aún conservaba las ojeras bajo sus ojos y cierta palidez, pero ahora ya no parecía enfermo, sino desvelado.
La casa estaba sola. Subí a mi piso y me dejé caer en el sillón más grande, completamente agotada.
Entonces, un movimiento me hizo ponerme en guardia.
Creí que estaba soñando cuando lo vi salir de la recámara. Su cabello estaba un poco más largo de lo normal, y esa barba naciente hacía que se viera un par de años más grande.
No obstante, esos ojos del color de la esmeralda seguían siendo los mismos; al igual que aquella sonrisa ladeada que parecía ocultar un secreto que solo él podría entender.
—Hola, pelirroja. ¿Me extrañaste?
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