Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 13

ALEXANDRE

Los últimos días había tenido sueños tan lúcidos que ya me era difícil saber si estaba dormido o despierto.

En serio, incluso un día le pregunté a Monique por la sopa de verduras que había hecho y se burló, diciendo que yo no entraba a la cocina más que para picotear lo que ella estaba preparando.

Así que empecé a monitorear mis sueños para poder diferenciarlos de la realidad, como si no tuviera bastantes cosas por hacer.

Bueno, encontré un patrón que, si bien no era cien por ciento certero, al menos parecía no equivocarse la mayoría de las veces. Descubrí que si estaba mi chica presente, en definitiva era falso; por más que pudiera caminar junto a ella, hablarle, hacerla reír con charla insípida, e incluso oler su fresca fragancia, no era real.

Y aquí estaba de nuevo, viéndola como si fuera la primera vez que lo hacía.

Siempre supe que era bonita, pero habíamos pasado por tanto que, después de creer que la perdería para siempre, empecé a apreciarla más.

¡Dios! Podría pasar toda una vida admirando ese cabello enmarañado, o ese gesto fruncido que, de seguro, lo había provocado yo. Era tan injusto —como divertido—, que incluso en sueños tuviera el infortunio de hacerla enfadar.

En un parpadeo, sus brazos me rodearon el cuello. Siempre me gustó que tuviera que pararse sobre las puntas de sus dedos para abrazarme de esa forma; la hacía ver tan pequeña y tan frágil, que de inmediato mis instintos protectores salían a la superficie, a pesar de que dichos reflejos eran inexistentes antes de que ella apareciera.

Quise decirle que la amaba, que la extrañaba como el infierno, que no volviera a separarse de mí... No obstante, me conformé con aliviar un poco de lo que sea que la estuviera afectando en esos momentos.

***

Desperté con un sobresalto.

El reloj marcaba poco antes de las siete, justo la hora en que había programado mi alarma. La música de Monique se escuchaba en la estancia principal y supuse que ya estaba despierta, preparando el desayuno.

Gracias a mi molesta insistencia, la doctora incrementó las sesiones de terapia al día. La última semana trabajamos bastante en ese aspecto; bueno, cada que podíamos porque, justo como planeé, organicé mi agenda lo más apretada que pude para reducir el tiempo del proyecto.

Todos esos aburridísimos lapsos de veinte minutos entre juntas, dieron sus pequeños frutos. Ahora ya podía caminar por el departamento casi sin la ayuda de la muleta. No había prescindido de la silla, puesto que todavía la ocupaba para ir al súper o hacer trayectos largos, pero ya era ganancia; en especial, cuando mi pie no me recriminaba exigirle cinco pasos seguidos apoyando totalmente mi peso sobre él.

Sobre la encimera de la cocina había un plato enorme con waffles recién hechos. Partí uno por la mitad y me llevé el pan, todavía caliente, a la boca. No sabía qué les ponía, pero estaba decidido a pedirle la receta.

—Buenos días —dijo Monique, sirviendo leche en dos vasos de cristal.

Desde que me burlé de su ridículo pijama, se había comprado un camisón corto de satén que constantemente me distraía. Claro que si me lo preguntaran, diría que Merybeth es más sexy con sus pantalones de chándal, y no mentiría; no obstante, seguía siendo hombre, y mirar es algo que ya viene en nuestras venas.

—Hola —respondí, apartando la vista de sus piernas—. Hoy vendrá mi equipo a las nueve; quizá no se vayan hasta la una de la tarde.

—¿Me estás corriendo del departamento? —preguntó sin mostrar signos de enojo.

—No. Pero te aviso por si prefieres salir a pasear, o ir a comprarte algo lindo. Hay muchos lugares de interés por esta zona.

—Está bien. De cualquier forma, me gustaría encerrarme en mi cuarto y video chatear con mis padres. Ya iremos a esos sitios otro día.

Tal como prometió, desapareció del ojo público tras la puerta. A pesar del carácter fuerte que tenía como profesionista, convivir con ella era en extremo sencillo.

Por otro lado, lamento decir que vi más progreso en mi recuperación física, que en el proyecto de la compañía. En más de una ocasión tuve que mandar a que se corrigieran varios documentos mal redactados que podrían usarse en nuestra contra en caso de que algo saliera mal. No conforme con eso, el parto adelantado de mi mano derecha nos retrasó un par de días al buscar un reemplazo decente.

De Graham, no había ninguna novedad. Tenía la idea de que actuaría rápido; si ya estaba cerca, ¿por qué seguía ocultándose?

Mi paranoia me hizo querer llegar a extremos un tanto desesperados. Mi mayor preocupación seguía siendo Charly, así que en más de una ocasión me vi a punto de llamar a una agencia de seguridad privada para contratar un guardaespaldas que pudiera hacer lo que yo no.

Sin embargo, siempre abandonaba ese plan en cuanto me ponía a pensar en todas las verdades que saldrían a la luz. Nunca fuimos de los que tuvieran imponentes equipos de seguridad; apenas si llegábamos a tener chofer y era más por conveniencia laboral que por capricho lujoso; como dije, Simone quería que fuéramos autosuficientes y mi padre no le negaba sus deseos ni aunque ya estuviera muerta. Así que no sería fácil explicar por qué un monigote fortachón seguía a mi hermana por todos lados.

Y, siendo franco, ya tenía mucho con qué lidiar; mi cabeza no estaba como para trabajar horas extras, buscando argumentos lógicos. De por sí, ya vivía con la constante preocupación de que Dunne no se enterara que a escondidas depositaba un poco más en la cuenta a la que le enviaba el dinero a sus padres. Claro que no tendría que estresarme por eso si desde un inicio ella hubiera aceptado el bono, pero esa parecía una maldición personal, las chicas con las que trataba nunca me hacían las cosas fáciles.

De igual forma, la actitud que a veces presentaba Monique me desestabilizaba un poco. Supuse que todo el tiempo que pasamos juntos fue el incentivo que provocó su atracción. Aunado a eso, mi promesa de ser amable con ella, el inevitable contacto físico, la certeza de que aquí yo era su único contacto social, y supongo que también el hecho de que le recordaba en cierta medida a su hermano... bueno, no era difícil comprender que sintiera esa confusión.

El sonido de mi celular me regresó a la realidad. Al ver el nombre de mi primo en la pantalla, desvié la llamada entrante y apagué el aparato. No teníamos nada de qué hablar, por lo que supuse que solo presumiría el hecho de que ya había iniciado su encomienda, en tiempo y forma; nada que mi padre no me haya echado en cara ya.

Las siguientes horas traté de concentrarme en los papeles que tenía entre las manos. Era la tercera vez que me los entregaban para firmar, y aunque ya había localizado los callejones más grandes, en el colegio aprendí que siempre había diminutos huecos que, si no se veían a tiempo, podían ocasionar grandes problemas.

Al final, la junta se prolongó más de lo que pensé; y para colmo de males, descubrí un pequeño fallo que me impidió firmar la autorización para que de una vez por todas se iniciara la construcción.

—Vamos a Terrebonne —dije, entrando en la habitación de Dunne apenas se fueron mis socios.

—¿Para qué? —La doctora, que sostenía un libro entre las manos, me miró curiosa.

—Venden una pizza que no te puedes perder.

El lugar no era la gran cosa. De hecho, si lo veías desde afuera, parecía un lugar tan común que ni pensarías en entrar. Sin embargo, siempre estaba a reventar; y eso era debido a la excelente pizza al horno que preparaban, y por la variedad de cervezas que ofrecían, tanto nacionales como extranjeras.

Tuvimos que esperar un rato antes de que alguna mesa se desocupara. Al menos llegamos a una buena hora, porque no pasó mucho tiempo antes de que los grupos de personas se empezaran a aglutinar en el exterior, deseosos por entrar.

—¿Qué cerveza me recomiendas? —preguntó, examinando la carta.

Como había ido millones de veces, ya no necesitaba revisar el menú. Me lo sabía de principio a fin.

—Depende. Si quieres llevarte la experiencia Canadiense, pide la especial de la casa. Y si quieres probar la mejor cerveza que encontrarás en tu vida, pide una alemana; la primera de la lista, para ser más específico.

En cuanto la mesera nos tomó la orden, supe que teníamos por delante mucho tiempo para hablar. Los alimentos, que se hacían al momento, generalmente tardaban tanto en llegar que no era raro ir en la segunda o tercera ronda de cervezas.

—¿Vienes seguido aquí?

—Bastante —respondí con honestidad—. Ahora no tanto, pero de adolescente era común verme aquí cada tarde con mis amigos.

—¿No les aburría estar siempre en el mismo lugar?

Bufé. Todos se preguntaban lo mismo.

—En realidad, no. Era el único lugar que nos vendía alcohol a pesar de ser menores de edad; a partir de las ocho hay música en vivo y, por si no lo habías notado, las meseras de este lugar son contratadas con el único propósito de atraer al público. ¿Crees que un grupo de adolescentes se aburre en donde hay cerveza, música, comida y mujeres exuberantes?

Monique no pudo evitar escrudiñar a la chica que llegó a dejarnos la cerveza.

—Así que... —comenzó, llevándose el tarro a los labios—, te gustan las mujeres así, ¿eh? Oye, tenías razón, la mejor cerveza de mi vida.

Sonreí triunfante.

—Te lo dije. Y no, afortunadamente mi gusto no es tan vulgar; pero cuando uno es joven, bueno, no piensa con la cabeza.

Rio. Tenía las mejillas sonrosadas, no sé si por el calor del local, o porque se había tomado más de la mitad de la bebida en un tiempo récord.

Justo como prometí, a las ocho en punto se subió una banda desconocida al escenario. No eran tan buenos, pero amenizaban el ambiente. Para ese entonces, Monique ya iba en su cuarta cerveza; aunque se veía achispada, seguía sonando cuerda.

La verdad, no habíamos pasado un momento tan agradable como ese. No solo nos conocimos mejor, sino que nos desentendimos de la tediosa rutina que habíamos adquirido en ese departamento. Se sentía bien salir a divertirse.

En algún punto de la velada, Monique comenzó a mover los hombros con ritmo. La mirada de anhelo que le dedicaba a las parejas que bailaban cerca del escenario, me confirmó lo que sospechaba.

Sentí su contención. Yo mismo me había prohibido mirar demasiado en esa dirección, puesto que me darían ganas de unirme al buen ambiente que creaban las parejas en la pista de baile improvisada. Mi pie todavía no estaba listo para someterse a una actividad que me mantuviera tanto tiempo parado y ejerciendo semejante presión.

—Ve a bailar, Dunne —grité para hacerme escuchar por encima de la música.

Frunció los labios.

—Deberíamos irnos ya —respondió, acercándose tanto a mi oreja que sus labios rozaron mi piel. Un apenas perceptible escalofrío nació en mi cuello—. Ya es tarde. Además, me siento un poco mareada y todavía tengo que conducir.

—Pediremos un taxi. ¿Una última ronda?

Al librarse de esa responsabilidad, aceptó quedarse un rato más. La desesperación por volverme a sentir el mismo de antes pudo más que cualquier otra cosa.

Regresamos al departamento poco antes de medianoche. Monique, que seguía riéndose de un chiste muy malo que escuchamos en la mesa contigua, ni siquiera podía abrir debido a las carcajadas que trataba de acallar para no despertar a los vecinos.

En cuanto entramos, me quité los zapatos y me senté en el sillón más grande.

—No más cerveza para ti, Dunne —bromeé.

—¡Tú tomaste más que yo! —reclamó, sentándose junto a mí.

No mentía. En mi patético esfuerzo por sentirme el que fui antaño, vacié dos tarros cuando ella apenas llevaba la mitad de uno.

—Pero estoy mejor que tú —contraataqué—. ¿Qué haces?

Sus delgados dedos iban desabrochando los botones de su blusa. Debajo de esta, traía una camiseta ceñida que dejaba ver la sombra de su sostén.

—Tengo calor, Alex. ¿Te incomoda?

—¿Quieres mi respuesta sobria, o la de ebrio?

—No lo sé. ¿Cuál es la que me conviene?

Mi cerebro ni siquiera tuvo tiempo de procesar su pregunta, puesto que también se despojó de la camiseta, quedando únicamente en jeans y sostén rosa.

Estaba tan consternado que el efecto del alcohol me abandonó se súbito. 

¡¿Qué diablos?!

—No creo que...

Se abalanzó sobre mí. En un segundo, sus labios ya estaban sobre los míos, moviéndose con fiereza para hacerme sucumbir.

—Dunne... —murmuré cuando su boca bajó a mi cuello. No sé si mi voluntad estaba traicionándome o su cuerpo delgado tenía más fuerza de la que aparentaba, pero no podía separarla por más que la trataba de empujar.

Apretó el lóbulo de mi oreja con sus dientes y soltó una risilla, creyendo que mi renuencia era graciosa. Coqueta, se apoderó de la hebilla de mi pantalón para desabrocharla, pero sus manos no hacían más que rozar, una y otra vez, mi miembro.

No sabría decir que es lo que la motivaba a actuar de esa manera. Me hubiera encantado creer que era debido al influjo de todas las cervezas que bebimos, sin embargo, su grado de lucidez me indicaba que eso solo había sido lo que le dio el valor, no el impulso.

A pesar de que Monique era una mujer realmente bella e inteligente, no podía permitir que aquello continuara. En primer lugar, por Merybeth; no querría ni imaginar cómo se pondría al saber que estuve con otra chica. Y en segundo lugar, porque no me gustaría arruinar las cosas con la doctora; sería muy incómoda la convivencia después de una aventura de una sola noche.

—Dunne —insistí, poco antes de que sus labios subieran de nuevo a los míos.

—Déjate llevar, Alex —dijo con una sensualidad que me distrajo por unos breves segundos.

¿Dejarme llevar? Esa sería la opción más fácil. Digo, si lo hiciera, no sería tan difícil perderme en los encantos de Monique; una chica que sacaba un lado de mí que me sorprendía. Con ella, no era un idiota; tenía la habilidad de mermar mi nivel de testarudez, así como equilibrar una vida profesional sin sentirme atrapado por las responsabilidades, puesto que esa pizca de juventud la obtenía de las contadas veces que salíamos.

Sin duda, no sería arduo pasar una larga temporada con ella. Sin el peligro de algo sobrenatural, ni la bipolaridad de una chica, y mucho menos la amenaza de una muerte segura.

Sí, quizá me dejaría llevar si me gustara lo sencillo. Si no me gustara el peligro, ni la adrenalina, ni la satisfacción de la recompensa al final del esfuerzo. Si no me encantara Merybeth McNeil.

—Detente, Monique —sentencié, tomando su cabeza por los lados para obligarla a mirarme. Sus ojos mostraban desconcierto y algo de vergüenza por el disgusto que parecía causarme su intento de seducción—. Ya fue suficiente.

Quiero suponer que tomó mi negativa con madurez. Sin decir palabra alguna, se levantó con la frente en alto, tomó su ropa y se dirigió a su habitación. El portazo que imaginé, fue sustituido por un cierre discreto.

Frustrado, me llevé las manos a la cabeza. Lo peor de todo es que ninguno de los dos estaba lo suficientemente ebrio como para fingir demencia al día siguiente.

Poco a poco, una terrible sensación de fracaso me fue cubriendo. En completa oscuridad, todos los problemas que no había querido ver de frente, me abofetearon al mismo tiempo.

¿Qué es lo que iba a hacer cuando regresara a Escocia? No dudaba de que quería estar junto a la pelirroja, no obstante, estar juntos significaba dejar todo, quisiera o no.

Sabía que, mientras Graham viviera, nunca estaríamos a salvo; y si quisiéramos estarlo, solo había una forma de lograrlo.

Yo tenía mis defectos; sin embargo, no era un asesino. ¿Cómo podría quitarle la vida a alguien?

—Quizá deberías dejar las cosas como están.

Supe que me había quedado profundamente dormido, cuando Graham Sinclair apareció frente a mí.

La habitación seguía igual que antes. Fría, solitaria y apenas iluminada con la luz de los faroles de la calle. Apenas si podía ver la silueta de mi doppelgänger junto a la ventana, observando el exterior con mirada ausente.

—¡Graham! —exclamé con falsa emoción—. Debí suponer que tú eras el culpable de los sueños. Si no te importa, prefiero que aparezcas a Merybeth. Con bikini. Y en una playa paradisíaca.

Si estaríamos aquí por un buen rato, al menos me divertiría a sus expensas.

—No sé de qué hablas —contestó inalterable—. Así que era cierto. El gran amor que solías presumir era mentira.

—En realidad, ni siquiera creo que seas tú. Suelo tener pesadillas cuando estoy cansado. No eres real.

Dio media vuelta para encararme. Seguía sin ver sus facciones con claridad, pero de alguna forma, el odio que irradiaban sus ojos me calaba hasta los huesos.

Aun así, no iba a claudicar.

—¿Sabes? —dijo con un tono amenazante—, por un momento creí que debía dejarla ser feliz contigo, Tremblay. Creí que, después de todo, podrías ser el hombre que ella merece.

"Pero no lo eres. Ella merece más que ser suplantada a la primera oportunidad. Y sí, tal vez yo nunca podré cambiar lo que soy y lo que me estás obligando a convertirme, pero créeme que lucho, todo el maldito tiempo, para ser digno de su cariño.

Nada de lo que decía parecía tener sentido. En verdad que mis sueños se estaban volviendo cada vez más raros.

Con pasos firmes, se acercó hasta mí. Al tenerlo a unos cuantos centímetros, me convencí por completo de que aquello era producto de mi imaginación. No parecía un ente corpóreo, sino una imagen creada por un proyector visual.

Su mano, que simuló tomarme del cuello, ni siquiera se sentía.

—Será la última vez que te lo advierto, Tremblay. No vuelvas, ¿me oíste? Que ni se te ocurra acercarte de nuevo a ella, o...

—O, ¿qué? —interrumpí, tan altanero como siempre—. ¿Volverás a lastimarla?

El gruñido gutural que emitió me sobresaltó. Entonces, sí que pude sentir sus dedos sobre mi cuello, apretando lo suficiente como para notar cierta incomodidad.

Sentí miedo. Había tanto odio emanando de su cuerpo etéreo, que temí que la hora de mi muerte había llegado. ¿Y si esto no era un sueño y por fin había decidido hacer su aparición?

Cerré los ojos. Sus dedos cada vez se percibían más reales, más afanosos sobre mi piel.

Luego, desperté.

El flujo de adrenalina había hecho que mi corazón latiera desbocado. Todavía era de noche; era la misma escena que en mi sueño, solo que ya no había nadie más en la habitación.

Me gustaría decir que era un sujeto valiente al que aquello no lo había trastornado, pero mentiría. La verdad, es que a partir de ese momento me aterró siquiera la idea de dormir. No quería volver a vivir esa experiencia.

Para evitar otro disgusto, opté por trabajar. Redacté unos cuantos documentos y revisé los planos de la construcción; no tenía muchos conocimientos sobre arquitectura, solo lo poco que había aprendido las veces que me metía a las clases de TJ, pero necesitaba una distracción.

Las primeras luces del alba me encontraron viendo videos graciosos en Youtube. Sí, en algún punto de la madrugada, el cansancio amenazó con vencerme y preferí hacer algo que no me debilitara más de lo que ya estaba.

Monique salió de su recámara; nuestros ojos se cruzaron, pero desvió la mirada, un tanto avergonzada.

La seguí hasta la cocina. Desde que salimos para ir a la pizzería, no había podido hacer mis ejercicios diarios, por lo que no me sorprendió encontrar mi pie más entumido de lo normal.

—Buenos días —canturreó sin quitar su vista de los ingredientes que iba acomodando sobre la encimera—. ¿Tortitas?

—Dunne, tenemos que hablar de lo que sucedió anoche.

Su incomodidad era casi tan grande como la mía. Yo tampoco estaba entusiasmado por sacar el tema a relucir, pero sería mejor hacerlo cuanto antes.

Carraspeó.

—Alex, fue un impulso. No estaba pensando con claridad. ¿Contento? No volverá a pasar porque sería moralmente incorrecto y porque...

—Tengo novia —interrumpí su verborrea. Ambos sabíamos que sus palabras, tan ensayadas que habían perdido frescura, no eran ciertas. Pude comprobarlo al ver la decepción en su semblante—. Tengo novia, Monique. La amo, y sería incapaz de engañarla.

Renuente, sonrió.

—¿Ves? Entonces, ¿de qué quieres hablar, Alex? Nada pasó.

No volvimos a hablar. La tensión en el ambiente era tan densa que prefirió irse a desayunar a su habitación.

Miré el reloj. Todavía faltaban horas para mi reunión sabatina.

La noche en vela ya me estaba pasando factura. Regresé al sofá y cerré los ojos. Tal vez, con la luz del día, las pesadillas no fueran tan aterradoras.

***

Mis dedos rasgaban las cuerdas de una guitarra no tan afinada. Giré un par de clavijas y volví a tocar. Mejor que antes, aunque no como yo quisiera.

El característico sonido de los pasos bajando las escaleras me distrajo. Poco después, Merybeth entró a la sala.

Sonreí. Al menos, esta vez mi sueño sería agradable.

—¿Interrumpo algo? —preguntó.

—No. Nunca.

¡Dios! De nuevo sentía esa necesidad de ir hasta ella y abrazarla y besarla hasta robarle el aliento. ¿Por qué no me armaba de valor?

—¿Tocarás algo? —continuó.

Sabía que había notado la forma en que la observaba. No obstante, prefirió hacer caso omiso.

—¿Qué quieres escuchar?

—No lo sé. —Encogió los hombros. Caminó hasta donde estaba y se sentó junto a mí—. Sorpréndeme.

Suspiré. Me sentía nervioso, y ni siquiera sabía por qué.

Acomodé la guitarra sobre mi rodilla, me incliné un poco para estar más cómodo y dejé que mis dedos se acostumbraran a esa antigua sensación.

So remember we were driving, driving in your car. Speed so fast I felt like I was drunk. City lights lay out before us, and your arm felt nice wrapped 'round my shoulder. I had a feeling that I belonged. I had a feeling I could be someone, be someone...

Canté; más para mí, que para ella.

Al mirarla, vi tristeza en sus ojos. Sabía que había llorado. Me partía el alma verla en ese estado.

Sintiendo mi escrutinio, volteó, dueña de una sonrisa fingida.

—Vámonos —murmuró. Al considerar el significado de lo que acabada de decir, un destello de esperanza se instauró en sus ojos azules.

—¿A dónde? —pregunté con curiosidad. Nunca dejaba de sorprenderme.

—Lejos. Da igual, solo... vámonos.

Ni siquiera tuve que pensarlo dos veces. Iría a donde ella me dijera.

Una súbita necesidad de protegerla se apoderó de mi cuerpo. Siguiendo mi instinto, me acerqué para rodearla con mis brazos. Podía sentir la fragilidad de su alma en esos momentos.

—Vámonos, cariño —dije, besando su coronilla.

Levantó su cabeza. Tenía sus labios a solo unos cuantos centímetros de los míos. Moría por besarla. Hubiera dado cualquier cosa por tener las agallas de hacerlo. Pero no podía arriesgarme a perderla.

Sus dedos tomaron mi nuca para jalarla con determinación.

En el momento en el que nuestros labios hicieron contacto, ya nada importó. Dejé de pensar en todo, excepto en la sensación de paz que me traía tenerla de esta forma, sintiendo lo terso de su piel, o la suavidad de su cabello.

Aquel beso se me antojó exquisito. Todo era perfecto; el ritmo acompasado, el sabor dulce del desayuno tardío y el olor a moras que emanaba de su cuerpo.

Luego, mi mente detectó algo anormal. Un intruso. La presencia de un tercero que no debería estar con nosotros.

¿Qué diablos haces aquí, Tremblay?, me recriminé a mí mismo. Sonaba furioso, como si estar soñando esa fantasía fuera lo peor que pudiera hacer.

¡Sal de mi cabeza!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro