Rutina
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CAPITULO I: RUTINA QUE AGOBIA
Sábado tres de diciembre, 3:23 p.m.
A veces, el infinito también comete errores...
╰☆╮
El aire que inhalo se vuelve suave en mi sistema respiratorio, tan ligero como el agua que resbala mientras evapora. La paz que me envuelve se enrolla a mi alrededor como una reconfortante manta un día de invierno, y pronto yo mismo me siento liviano. Casi puedo sentir el camino que recorre la sangre que bombea mi corazón a través de mis venas.
Casi. Porque un zumbido es suficiente para desvanecer en un instante mi profundo estado de concentración. La salida resulta tan repentina que me provoca un ligero sobresalto que le disimulo a las paredes...
Mi falsa coraza de mantas se rompe y de ella emerge un yo malhumorado, que se estira en las sábanas en busca de desentumecer mi cuerpo. El zumbido se repite dos veces más y rebota encima de mi cama, proviene de mi móvil y todavía sin verlo puedo reconocer al que siempre interrumpe mis meditaciones. La composición de Tchaikovsky acompaña mi entrada a la app de mensajería con dos mensajes nuevos. Como era de esperarse; se trata de mi mejor amigo.
Hyunnnng
15:25
Me aburro, estoy yendo
a tu casa :)
15:25
¿Con invitación de quién?
15:25
No finjas despreciar mi
presencia, los dos
sabemos que me adoras
15:26
Llego en 10 <3
15:26
¿No quieres que vaya por
ti? Es peligroso
15:27
Iré en taxi, tranquilo :p
15:28
Ya te he dicho que no hace
falta que te preocupes
tanto por mí, Taehyunguie
15:28
Bueno... ven con cuidado
15:28
Lo tendré
15:29
Terminando la conversación, intento distraerme un rato hasta que llegue mi amigo navegando en Twitter en busca de algo que atraiga mi atención. Fallo en mi cometido, así que apago mi móvil y permito que mis ojos deambulen por mi habitación, a pesar de que conozca bien cada rincón de memoria: el clóset, el peinador, el escritorio con la tarea —todavía si hacer— desperdigada encima, y el inmundano hueco vacío de la pared. Es curioso ver tanto color y artilugio en las paredes para encontrarte después con ese espacio libre justo al lado de la puerta.
Estoy en busca de algo que decore mi alcoba, tal vez un cuadro o un espejo, no lo sé. De momento nada parece adecuado, por lo que prefiero dejar el vacío esperando que el desagradable hueco me sirva de inspiración.
No soy consciente del tiempo que pierdo en mi habitación esperando a que llegue mi visita, pero estoy seguro de que no debieron pasar tantos minutos cuando Jungkook toca la puerta principal, tan puntual como siempre que promete. Escucho bullicio antes de que logre bajar al primer piso; mi madre debió abrirle, desde la escalera los escucho hablar con entusiasmo. Estoy seguro de que, a estas alturas, mis padres ya lo consideran un segundo hijo en la familia. Sabiendo que mi amigo ya fue atendido, decido regresar a mi habitación a buscar el celular que dejé olvidado en alguna parte de la cama.
Para cuando bajo, veo a los tres situados en la cocina con Jeon narrando a mis padres sus clásicas historias de combate.
—Así que lo agarré con fuerza del muslo, puse presión en ambas piernas como soporte y, sin pensarlo, lo cargué sobre mi espalda —Jungkook imita su posición de defensa y los ademanes necesarios para recrear la escena, y yo sólo puedo reír con ternura por lo pasión que demuestra hacia su deporte—. ¡Zas! Al suelo apenas sonó el silbato.
—Impresionante, eres muy fuerte, Jungkookie —mi madre lo alaba, ayudando a papá a cocinar mientras porta una sonrisa genuinamente orgullosa en su rostro. Jungkook también sonríe, todavía haciendo mímica de su posición de pelea.
—¿No lo grabaron en vídeo? Me encantaría verlo —secunda mi padre, atendiendo como puede tanto al estofado y como a Jungkookie.
—Creí que estaban en contra de la violencia —alego una vez que llego a la isla de la cocina, al lado de mi amigo que sonríe encantadoramente cuando me ve.
Los adorables hoyuelos que se le forman a los costados de esa sonrisa son demasiado para resistirme, me termino inclinando hacia su costado para saludarlo con un fugaz beso en la mejilla antes de que él pueda pronunciar una palabra.
—El Karate no es violencia, es un arte marcial —aclama mi padre, indignado mientras echa sal al estofado—. Y Jungkook es muy bueno en él. Quizá puede enseñarte a pelear, ¡tal vez puedan hasta tener un combate juntos algún día!
—¡Papá! No es muy generoso lanzar a pelear a tu hijo así.
—Me disculpará ahí, señor Kim, yo solo peleo con profesionales —alardea el azabache en contra, dedicándome una miradilla despectiva que sabe que va a enfurecerme—. Taehyung hyung no es rival para mí.
—¿Disculpa? Puedo vencerte cuando quieras.
—Si, si, hyung... Por cierto, mi próxima competencia es este sábado, espero verlos ahí.
—Estaremos encantados de ir a verte ganar, gracias —acepta mi madre, viéndose jovial con nuestra discusión.
Yo no me quejo del cambio de tema, pues aunque él sea menor que yo por un año, Jungkookie me asusta con esa anatomía inflada y musculosa. Aún así, picoteo sus costillas en protesta por convertir a mis padres en unos salvajes.
No mucho más tarde, los cuatro nos encontramos comiendo el estofado recién preparado, tan caliente que el vapor baila sobre nuestras cabezas. La comida transcurre rápido entre una plática reconfortante y la felicidad vivida de ser un fin de semana y olvidarse de las obligaciones por un par de días. Una vez terminado, ambos agradecemos la comida y yo me apresuro a tomarle la muñeca y guiarlo hasta mi alcoba, a pesar de que él ya tiene bien memorizado el camino a ella.
Él se deja caer sin cuidado a mi cama, mientras yo me detengo frente al espejo y arreglo descuidadamente mi despeinado cabello castaño, inspeccionado la piel de mi cara para asegurarme de no tener granitos visibles. No los encuentro, sin embargo, las grandes ojeras debajo de mis ojos sí representan un problema del que me encantaría deshacerme, pero he tenido problemas para conciliar el sueño en estos días.
Al darme la vuelta me encuentro con la mirada somnolienta de Jungkook sobre mí, cauteloso.
—Te ves bien —musita, casi tímido. Su voz es baja, pero hay un silencio apreciable en toda la habitación que me permite escucharlo con claridad. Ese tono de voz suyo me provoca un leve sonrojo involuntario.
—¿Lo crees? Yo me siento hecho un desastre.
Él no contesta, pero su mirada expresa un signo de interrogación perfectamente visible. Aún sin palabras, esa es suficiente respuesta para ponerme nervioso.
Permanezco en silencio, me descalzo los pies hasta quedar sin calcetines y subo a la cama, ayudándole a quitarse también las pantuflas a un pesarozo e inmóvil Jeon. No es ningún secreto que la comida de papá tiene algún condimento especial para aotarnos fisicamente, por lo que no es la primera vez que Jungkook llega a mi casa simplemente a comer y dormir en mi cama, desparramado sobre las sábanas como un gato.
Pero no supone ningún problema para mí, pues como él mismo lo dijo más temprano, no puedo engañarme y fingir que desprecio su presencia.
Quedamos recostados frente a frente, él con el rostro sereno y adormilado. Mi corazón palpita tímido. En el silencio profundo y caótico del cuarto —y de mi mente— descubro que sus ojos son la galaxia incrustada me provocan la misma sensación pacífica que surge mientras intento meditar.
Horas más tarde, despierto para darme cuenta de que la luz ha atenuado a través de la ventana. La iluminación azulada a causa de las cortinas provoca un ambiente encantador en mi habitación, simulando a la perfección un día como se presume en diciembre. Me doy la vuelta sobre mí mismo y visualizo a Jungkook bocarriba con un brazo bajo su cabeza, a modo de almohada, y con el otro sosteniendo su móvil que le ilumina el rostro.
—¿Cuánto dormí? —inquiero con voz ronca, tallándome los ojos secos con una mano.
—Uhm, dos horas.
Yo asiento y él apaga la pantalla para girar su cuerpo cuarenta grados, directo a mí. Su rostro luce levemente hinchado.
Y silencio. Sigo adormilado, no sé bien qué decir. Tanteo en la cama por el teléfono de mi compañero para leer la hora. 18:06. Mis ojos se deslizan del móvil hacia el objeto poco nítido por encima de este: encima de mi cama, sobre la cabecera, cuelga mi violín. Fue mi primer amor, merecía ser tratado como una reina. A pesar de que he estado a punto de golpearme con el arco algunas cuantas veces al despertar, vale la pena.
Jungkook, con voz suave para no perturbar el ambiente pacífico que se ha instalado, me comenta sobre una venta de garage que se ha promocionado en redes sociales, no es algo muy grande ni muy organizado, pero como fiel consumidor de las ventas locales, le comento que estoy obligado a ir.
Con tiempo de sobra en el reloj, nos tomamos unos minutos para terminar de despertar e ir al baño. No tardamos mucho en estar en el auto, con la respectiva dirección en el GPS.
Hay bastantes cosas que ver, desde ropa hasta muebles completos. Y lo que más me interesa, decoraciones poco comunes. Jungkook me sigue como un pollito cada vez que me muevo, mirando y tocando ocasionalmente algo de su agrado. Yo me divierto tratando de ponerle nervioso cada vez que le llamo para mostrarle algún objeto que me guste, tocando sus manos, pasando un brazo por sus hombros o jugando con su barbilla, pero pierde un poco mi paso al pasar por una mesa repleta de maquillaje. Me pierdo pensando en las cosas que hasta el momento pienso llevar, procurando no perder de vista a mi amigo porque sé que no le gusta quedarse solo.
Pero en una de esas, cuando alzo la mirada, descubro que ya no lo está. Sólo me queda apreciar sorprendido al muchacho bajito que inicia una conversación con él.
No puedo evitar fingir concentrarme en un artículo al azar para escuchar su conversación. Aunque no puedo distinguir grandes oraciones por el ruido extra, deduzco que es una charla banal con intento de coqueteo, es fácil imaginarlo por su lenguaje corporal.
—¿Cómo te llamas? —pregunta el muchacho. Y no puedo ver el rostro de Jungkook, pero por el leve jadeo que escapó de su boca, noto que se sorprendió por la pregunta.
—Soy Jungkook, Jeon.
—Jungkook, lindo nombre.
No soy capaz de escuchar más. Decido seguir en busca de cosas exóticas, comprendiendo que ese chico le hará compañía por un buen rato.
Y no me equivoco, porque es hasta que termino de pagar, que Jungkook vuelve conmigo. Tiene una sonrisa preciosa y una mirada de astucia que me causa ternura.
Teniendo ya mis compras acomodadas en la cajuela, entramos al interior del auto. El viaje de ida a casa Jeon es silencioso, con los coros de una balada interpretada por la mítica IU rellenando los espacios vacíos del auto. Vamos en silencio, pero no resulta desagradable en lo más mínimo. Simplemente disfrutamos de la compañía muda del otro. Como mejores amigos.
—Conocí a alguien —comenta mi copiloto de repente, de reojo puedo verlo apoyando su codo en el borde de la ventana abierta, disfrutando de la leve brisa que le enrojece las mejillas.
—¿Si? ¿El chico con el que hablabas? —respondo, natural.
—¿Nos viste? Es muy guapo, y tiene un aura como de persona refinada. Es muy agradable.
Frunzo los labios, simplemente me es inevitable hacer una mueca.
—No era tan guapo.
—Entonces no vimos a la misma persona —lanza una risilla, apoyando ahora su cabeza sobre su puño aún apoyado en la ventanilla—. Fácilmente podría pasar como modelo. O puede que ya sea modelo y no me lo dijera por discreción.
—Uhm, si tú dices... ¿Qué pasó con el otro chico de antes?
—Ya no hablamos.
—¿Por qué? —la pregunta me sale más curiosa de lo que quería que saliera, pero ya es muy tarde para regresar a mi boca. Bajo la velocidad al acercarnos a una fila frente al semáforo, y aprovecho a sacar mis manos del volante para secar el repentino sudor sobre la tela de mi pantalón—. Digo, se notaba el interés mutuo.
—Mhm, no buscábamos lo mismo.
—Que raro. Él se veía dispuesto a ir en serio.
—Sí... No quiero hablar de eso. Te estoy contando de Jimin ahora.
—¿Jimin? Es un nombre tierno.
—¿Verdad? —y su voz nuevamente se vuelve animada, cambiando de posición en el pequeño lugar. Ahora cruza las piernas por encima del colchón y recarga su espalda en el asiento—. Intercambiamos números y quedamos en hablar más tarde. Esperaré a la noche para mandarle un mensaje.
—Suena bien.
Cuando llegamos a su casa, Jungkook se deshace de su cinturón de seguridad con manos ágiles y se apresura a devolverme el beso en la mejilla que le di más temprano en la cocina de mi casa, cruzándose por encima del baúl miniatura en medio de ambos asientos. Me sonríe con aprecio cuando se reclina hacia atrás.
—Gracias por traerme —murmura, abriendo la puerta del auto—. Nos vemos mañana.
Respondo con un "descansa" antes de que él baje del vehículo y pueda ver su silueta fornida en el atardecer del día, dirigiéndose a abrir la puerta de su propia casa. Me cuesta unos segundos retirarme.
Sigo pensando en el hecho de que la rutina de mis días, por más simple y monótona que parezca a ojos ajenos, está lejos de ser una prisión.
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