ALEXANDRA [1]
1 de enero de 1643
Siempre me dijeron que todos nacemos con un destino sellado. No importaba cuanto quisieras huir, siempre lograba tenerte a su merced.
Una sólo acción de los demás y tu destino cambiaba.
— ¡Alexandra! —me llamó mi hermano Ion desde su cuarto.
Detuve mi caminata por la cocina de mi casa para posteriormente ir al cuarto de mi hermano.
Yo era la única mujer de la familia desde hace doce años cuando mi mamá murió al parir a mi hermano Felix. Tenía cinco años que llevaba las riendas de la casa y dos años desde que recibía ayuda por parte de mi cuñada. Nunca me quejé por mi vida, no tenía una casa grande pero nunca nos faltaba comida, cosa que agradecía.
Subí corriendo las escaleras y justo cuando llegué a donde mi hermano descansaba, él me intentó golpear pero lo esquivé.
— ¿Qué? —pregunté confundida.
—Debes practicar en todo momento —respondió. —Si no te cuidas pueden hacerte daño.
—Nadie me haría algo. Saben que sé defenderme.
—Cuídate, por favor. No soportaría que te hicieran daño.
—Soy fuerte, hermano.
Él me sonrió.
—Iré a buscar trabajo junto a nuestros hermanos y papá. Llevaré a mi esposa. ¿Te importaría cuidar a Artur?
—Yo lo cuidaré. Es mi deber como mujer.
—No pienses eso, Alexa —me pidió. —Recuerda que una mujer puede hacer mucho más que estar en el hogar.
Sonreí.
—Desde ahora lo tendré en mente.
—Me iré —sonrió —, nuestra familia me espera en la casa de Cornel.
—Ese tonto de Cornel.
— ¿Por qué no te agrada?
—Es muy fastidioso. Siempre quiere estar a mi lado.
—Es porque te quiere.
—Yo a él no.
Ion rió.
—Ya me voy —dijo para después darme un beso en la frente e irse de la habitación.
Yo sólo me dediqué a mirar como se alejaba mi querido hermano. Al verlo partir me dirigí con mi sobrino. El pequeño dormía plácidamente en la cama de mi hermano y su esposa.
Sonreí al verlo tan tranquilo. Era todo un ángel.
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Era medio día. Limpiaba la casa mientras tarareaba la canción que me cantaba mi madre antes de que ella falleciera, cuando yo era niña.
—El sol nace a mi alrededor
El sentirlo me hace perder el dolor —canté, sin embargo, fui interrumpida por alguien que rompió la puerta de mi casa.
Tomé un cuchillo que se posaba en la mesa de mi casa y con lentitud me acerqué a la puerta de mi casa. Eran seis hombres.
— ¡Busquen a ese zorra!
Dos de ellos se dirigieron a la cocina pero antes de que pudieran poner un pie en ella los golpeé en el estómago con tanta fuerza que los dejé sin aire pero no los lastimé con el cuchillo, los seguí golpeando hasta sacarles sangre.
Salí de la cocina y golpeé a otros dos en su masculinidad y luego en la cara, dejándolos un poco inconscientes. En ese momento pensé en mi sobrino por lo que corrí al cuarto de mi hermano donde lo primero que vi fue como un hombre me tomaba por atrás mientras el otro enterraba una daga en el corazón de mi sobrino.
— ¡No! —grité de dolor. — ¡Artur!
El hombre que me sostenía me aventó al piso. Sin pensarlo dos veces corrí con mi sobrino y vi como salía sangre de su pequeño cuerpo sin vida.
— ¡Artur! —volví a gritar, llevándome las manos a mi cara.
Sólo era un bebé. Me repetía. No entendía cómo alguien podía ser tan cruel. Y nunca lo sabría.
— ¿Qué hacemos con ella? —le preguntó al asesino de Artur.
—La deuda es con Bianca, no con ella.
— ¡Malditos! —les grité decidida a córtales el cuello pero el que me tomó de los brazos me golpeó en la cara provocando que perdiera el equilibrio.
—Eso es por matar a mi hermano —dijo el asesino.
Los hombres me miraron una última vez para después irse y dejarme a solas con el cuerpo de mi querido sobrino.
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— ¡Alexandra! —gritó Felix, mi hermano menor.
Yo sólo me dediqué a seguir a lado del cuerpo de mi sobrino. No me movía. Todo había sido mi culpa. Si tan sólo hubiera practicado más tal vez mi sobrina seguiría con vida. Pensé.
— ¿Por qué está todo desordenado? —preguntó mi otro hermano, Gabriel.
—Seguro jugó con Artur —dijo Florin.
Cerré los ojos con más fuerza al escuchar el nombre de mi sobrino.
Los pasos de mis hermanos y papá se hicieron escuchar por la casa hasta que se detuvieron en la habitación de mi hermano.
— ¡Alex! —exclamó Ion, feliz.
Regresé a ver a mi hermano con miedo y tristeza. Pensé que me comprendería.
—Dijeron que eso fue por matar a su hermano —susurré.
— ¿De qué hablas?
Me aparté y mi hermano vio a su hijo, muerto. Sus lágrimas empezaron a salir de sus ojos al igual que su furia.
— ¿¡Cómo lo permitiste!? —me gritó.
—Peleé todo lo que podía.
— ¡Por eso te entrené! ¿Cómo no pudiste defenderlo?
— ¡Eran seis!
— ¡Te entrenamos para pelear con más! —me gritó Gabriel.
— ¡Tenías que protegerlo! —me gritó Florin.
—No es su culpa —me defendió mi padre.
—Tu mujer provocó esto —le dijo Felix a Ion. —Te dijimos que la muerte de ese hombre nos traería problemas.
Él no dijo nada, sólo me tomó del brazo con brusquedad hasta llegar a la puerta de la casa donde posteriormente me aventó afuera de ésta.
— ¡No quiero que vuelvas!
—Yo soy el dueño de la casa y no sacarás a mi hija de aquí.
— ¡Por su culpa mi hijo murió!
—No importa —dijo Felix.
— ¡Eres una asesina! —me gritó Gabriel.
Yo sólo lloré. No soportaba tanto odio de esas personas que juraban ser mi familia pero, sobre todo, no soportaba el rechazo de Ion, de aquel hermano que juró dar la vida por mi.
Todos se gritaban y era mi culpa, no me gustaba escucharlos pelear, lo odiaba así que decidí comenzar a correr para huir, creí que era la mejor opción.
Corrí tanto como pude hasta llegar a la casa de mi amiga Catalina. Golpee su puerta y a los pocos segundos ella me abrió.
— ¿Por qué lloras? —preguntó preocupada.
—Yo...
— ¡Otomanos! —gritó un hombre. — ¡Vienen por las jóvenes!
— ¿Qué? —pregunté confundida, no sabía mucho de esos otomanos.
— ¡Catalina! —dijo su mamá jalándola adentro de la casa y posteriormente cerrar la puerta.
Vi a mi alrededor, todo era caos, familias corrían de un lugar a otro mientras otros escondían sus pertenencias de valor.
— ¡Corre! —me gritó un conocido de papá mientras él corría.
No comprendía casi nada pero por las acciones de las personas me daban a entender que eran personas malas por lo que también corrí hasta esconderme debajo de una mesa vieja que tenía encima una tela color blanca pero, tan pronto pasó el tiempo y la tela se volvió roja.
Quería gritar pero me cubrí mi boca para evitarlo. Escuchaba mucho caos. Tenía miedo de salir y justo cuando creí que todo lo mala ya había pasado, un señor corpulento alzó la tela y me sacó de la mesa con tal brusquedad que casi me caigo pero, no permitiría que me llevaran así que comencé a defenderme a tal punto que tuvieron que atraparme entre ocho hombre. Cuando lo lograron querían golpearme pero se detuvieron al uno sentenciarme.
—Irás al harem —dijo el más viejo.
— ¡Suéltenme! —grité, furiosa. — ¿A dónde me llevarán?
—A un lugar donde sólo podrás salir muerta.
9 de enero de 1643
— ¡Camina! —me gritó un hombre mientras me jalaba para que avanzara.
— ¿Dónde me llevan? —pregunté, resistiéndome.
—Al infierno —respondió y posteriormente me jaló.
En total fuimos veinte mujeres las que bajamos del barco que nos trasladó hasta donde estábamos pero, sólo ocho nos separamos de las demás.
Los hombres nos llevaron a un palacio enorme por donde entramos por la parte de atrás.
Al entrar, una mujer cubierta de su cara con un velo nos recibió.
— ¿Qué te trae por acá, Iskander?
Así se llamaba el idiota.
—Te traje a unas muchachas nuevas.
—Siempre traes a las más hermosas —dijo viéndonos. — ¿Cuánto quieres?
—Lo de siempre.
La mujer asintió y seguidamente le dio un pequeño costal. Éste me regresó a ver.
—Espero y sufras —sonrió para después irse.
— ¡Vamos, síganme! Pasarán por una gran inspección.
Todas teníamos miedo, lo sentía. A pesar de todo ninguna protestó. Desafortunadamente pasamos por una gran inspección de pies a cabeza, literalmente.
Una vez que todo terminó, nos hicieron ir a un lugar cerrado donde había muchas mujeres jóvenes y hermosas.
—Ustedes serán preparadas para servir a un şehzade —dijo señalándonos.
— ¿Şehzade? —preguntó una rubia.
—El hijo del gobernador del imperio otomano.
— ¿Otomano? ¿Dónde estamos? —pregunté.
—Estambul, la capital del mundo —respondió sonriente. —Sean buenas y tal vez la regente las elija para uno de sus hijos.
—¿Regente?
La señora asintió.
—Kösem Sultan.
¡Hola!
¿Qué les pareció el capítulo?
¿Listos para la nueva historia?
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