XXIV
Te estaré esperando.
Theo se detuvo. En medio de la calle ocupada, donde apenas notaba los rostros de las personas que iban y venían, alguien lo llamó. O se sintió así. Como el tintineo fugaz de la campana de una bicicleta, que cuando volteó, ya no encontró.
Miró hacia un lado, luego al otro, la sensación persistente e insistente en su pecho.
—¡Theo! ¿Qué pasa? —y luego su papá lo llamó y se dió cuenta que habían avanzado unos muchos metros de distancia sin él.
Por un segundo, Theo entró en pánico al creer que los perdería entre la multitud. Con tantas personas, tantos colores, tantas luces y sonidos, se volvieron borrosos a la distancia. Empezó a caminar más rápido, luego a trotar, y la cantidad de gente que los separaba comenzó a aumentar.
No, no podía perderlos de vista también. ¿Por qué no se acercaban? En ese punto parecían solo dos personas no enfocadas en una foto de algo más grande. De no ser por la cinta rosa de su—
¿Para mí?
Theo casi se tropezó. De pronto, una voz distante como un eco y una imagen incompleta, atravesada y partida, de lo que parecía ser una niña junto a él en un parque, atravesó su mente como una centella. El ruido de las calles se volvió secundario y por un momento todo pareció ir más lento, casi pausado, en lo que volvía a la normalidad. Esa imagen, como un recuerdo, desapareció tan rápido como apareció que casi no pudo distinguir el sentimiento raro con el que lo dejó, o más bien, que le hizo recordar —como si estuviera olvidando algo muy importante.
Pero luego sintió que lo tomaban de la muñeca y alzó la cabeza.
—¿En qué estás pensando? ¡Vamos a llegar tarde! —su mamá lo regañó.
Theo no pudo evitar fruncir el ceño cuando su mirada se dirigió a su cabello suelto.
—Mamá —la llamó —. ¿Qué pasó con tu cinta?
Ella parpadeó, genuinamente confundida por la pregunta.
—¿Cinta? ¿Qué cinta? —y rió suavemente, como si fuera un niño hablando de un juego loco que acababa de inventar —. En serio, ¿te picó algo? Vamos, que la comida ya debe estar por llegar.
Él se quedó en blanco.
Cierto, ¿en qué estaba pensando? ¿Qué le había pasado? Casi se rió de sí mismo también, sabiendo que seguro era por todas esas noches de sueños largos que no recordaba...
Plap.
—¡Oh, perdón! —se disculpó cuando chocó su hombro con el de alguien más, alguien que parecía estar teniendo problemas para mantenerse en pie. Su madre siguió jalando de él, ni siquiera pareció notarlo, por lo que no tuvo tiempo de ver más allá de su poncho negro.
Mas eso no impidió que escuchara:
—Hey, ¿no sientes como que algo falta?
Fue como una mezcla de distintas frecuencias de sonido, junto a un zumbido cuyo objetivo era interceptarlo. Intentó volver hacia la persona de nuevo, solo para no encontrarlo. Como si nunca hubiera estado ahí para empezar pues nadie reparó en la presencia de alguien extraño.
Volvió su mirada a la espalda de su mamá, luego a sus dedos envolviendo firmemente su brazo, y fue casi como si algo así ya hubiera pasado, solo que mucho tiempo atrás, en un contexto diferente, con alguien muy importante para él.
¡Theo!
Theo entreabrió los labios y luego los cerró.
Una vez llegaron a su casa, entendió por qué todo, aunque igual a lo que estaba acostumbrado, se sentía ajeno. Su papá en algún momento desapareció de su rango de visión, logrando que la sala de estar y el comedor parecieran mucho más grandes y oscuros de lo que realmente eran, y sólo quedaron él y su mamá. Ella le estaba contando algo que le había pasado en el día, con una vecina de la que no tenía conocimiento, en el centro comercial que supuestamente amaba mientras guardaba algunos platos y utensilios con la rapidez y facilidad de alguien que hacía eso cada día.
La comida que habían pedido y que "no tardaba en llegar" no estaba en ningún lugar a la vista. De hecho, dudaba que la hubieran pedido en primer lugar. Ni siquiera recordaba haber sentido hambre en todos esos días. Theo observó sus manos por un momento. Su mamá giró hacia él.
—¿Ocurre algo, hijo? —su voz dulce era tal como le gustaba fingir que recordaba.
Quizá fue algo que mostró en su expresión lo que la hizo preguntar, quizá solo fue el instinto de madre, que su padre alguna vez mencionó que tenía, pero sus facciones se arrugaron en preocupación y acomodó su cabello, que ya no estaba retenido por la cinta, detrás de su oreja como para prestar mejor atención.
Y la primera grieta apareció.
—Te extraño —Theo no pudo evitar decir.
Ella fue tomada por sorpresa.
—No solo yo... —no pudo verla a la cara por más tiempo. Las paredes de la casa parecieron temblar, las mismas cambiaron de color incontables veces, rápidamente, como si la entidad que lo manejaba ya no supiera como igualar el recuerdo —. A papá le haces tanta falta... Yo no quiero volver a perderte-... Perderlos a ambos.
Hubo una pausa. La imagen de su mamá se acercó un solo paso, dejando un par de cucharas en la cubierta de la cocina.
—¿Pero de qué hablas, cariño? Tu papá y yo estamos aquí, yo siempre estaré cont-...
Pero Theo no la dejó terminar lo que iba a decir. En un parpadeo cruzó la distancia que los separaba, a cada paso una nueva grieta en la imagen se fue formando, y la abrazó con fuerza, haciéndola casi retroceder de nuevo por el impulso.
No se sentía cálido, no se sentía frío. Theo enredó sus dedos en la tela de su vestido floral y ella rió, casi como si no pudiera mostrar otra expresión que no fuera la más ideal.
—En serio, ¿qué pasa, Theo?
Ahí todo era tan tranquilo. Casi tan bueno como siempre debió haber sido, sin la irrupción de Yggdrasil o cualquiera que haya sido la amenaza que le obligó a actuar. No tenía que quedarse solo, no tenía que forzarse a estarlo ni fingir que estaba bien.
Pero.
Por mi culpa, te pierdes.
No estaba completo.
—Tengo que irme.
Empezó a alejarse, su mamá inclinó la cabeza. Sus manos sobre sus hombros no lo sujetaban, ni parecían tener la intención de retenerlo.
—¿Tan pronto? Si acabamos de volver.
Prométeme que volveremos.
Salvemos los mundos, T.
—Mis amigos me están esperando —sus palabras resonaron en la habitación, tiñéndola de una melancolía palpable. Su visión se tornó borrosa y sus labios temblaron con el peso de la culpa. Por un instante, sintió que su madre podía ver a través de él, que podía leer sus pensamientos más profundos, pero la certeza de su decisión mantuvo firme su voz —. Alguien importante me está esperando.
—¿Es alguien que conozco?
Theo negó con la cabeza, sintiendo un nudo en la garganta, y entonces dio un paso atrás. Las manos de su madre cayeron a los costados, y la habitación pareció encogerse, abrazada por la oscuridad que se cernía a su alrededor. Él sonrió, aunque probablemente sus cejas lo traicionaron —. Pero si lo hicieras, la amarías.
Ella pareció pensarlo por un segundo y luego su rostro se iluminó por la complicidad de un amor maternal inquebrantable, casi como si hubiera comprendido algo que el mismo Theo ignoraba.
—Entonces, no la hagas esperar —susurró con una sonrisa, empujando su cabeza con el dedo índice en un juguetón y cariñoso toque.
Theo asintió, el gesto acompañado por una mezcla de determinación y pesar. Dio un paso atrás, luego otro, giró sobre sus talones y continuó hasta que llegó a la puerta y se detuvo, justo cuando su mano alcanzó el picaporte. Cerró los ojos brevemente, inhalando profundamente antes de girarse para mirar una última vez a su madre. La imagen de ella se superponía con la fotografía que su padre atesoraba con tanto cariño, y el dolor punzante en su pecho se intensificó...
Sin embargo, su corazón no dudaba.
Con un adiós silencioso y definitivo en sus labios, abrió la puerta y atravesó el umbral, y el mundo detrás de él terminó por quebrarse por completo hasta desvanecerse en la oscuridad.
Aina suspiró aliviada cuando él abrió los ojos. Sus manos sujetando firmemente su mano izquierda con el digivice.
—¡Theo! —pero no tuvo tiempo de preguntar nada cuando Dorumon saltó sobre su estómago, sacándole todo el aire que pudo.
—Ugh-... Yo también me alegro de verte, Dorumon —replicó sin aliento y le acarició la cabeza, antes de volver a mirar a Aina. Sentía que habían pasado décadas desde la última vez la vio —. Me hiciste falta.
Ella mantuvo la sonrisa, pero fue alguien más quien contestó:
—Pero si la viste ayer, qué dramático —T comentó, tirado en el suelo, con Lina atendiéndolo como si recién estuviera despertando también. Vorvomon a su lado le soplaba, pero como era aire caliente, solo terminó haciéndolo toser.
Joseph y Drey rieron, y Aina se encogió de hombros, resignada.
—¿Estás, ya sabes, bien? —preguntó con precaución.
Theo cerró los ojos y sonrió ligeramente, solo para tomar aire y exhalar. Aunque podría estar mejor, no era algo por lo que debieran preocuparse. Estar junto a Aina de nuevo en ese momento, a pesar de lo que sea que hubiera pasado en su cabeza, era suficiente para reconfortarlo. Así que no le soltó la mano y, más bien, le devolvió el gesto, dándole un apretón a sus dedos ligeramente.
Ya tendría tiempo de hablar de eso, de su madre, y de todo, cuando volviera y pudiera preguntarle a su padre.
Miró a los demás.
—¿Me ponen al día?
T se quejó en voz alta.
—Por más de que amaría explicar la situación otra vez, creo que esperaré a que los demás despierten también —exhaló pesadamente y se levantó con cansancio. Ahora que Theo lo recordaba, él también había aparecido en su sueño. No sabía cómo lo había hecho, pero claramente le había cobrado factura —. Lo único que tienes que saber es que es tu turno, porque no hay manera de que yo sobreviva a una tercera aventura de esas.
—¿Aventura... qué?
Lina exhaló, exasperada por su apatía.
—Básicamente, por lo que entendí, están atrapados en sus propios mundos ideales y tienen que despertar o se quedarán ahí para siempre.
Pese a que lo que decía sonaba serio, una palabra resaltó de entre todas.
Ideales... Él volvió a mirar a Aina, ella agitó la cabeza.
—Como todo esto no existe en un mundo ideal, el hecho de entrar al sueño y no... fundirte con el mismo requiere un gran esfuerzo —ella terminó de explicar, sus ojos enfocados en un punto invisible para él.
—Ah... —por eso T se había visto tan mal ahí, Theo concluyó.
Pero entonces frunció el ceño. ¿Cómo había entrado a los sueños para empezar?
Aina se levantó primero, solo para ayudarlo seguidamente. Sin embargo, aunque le sonrió, Theo pudo distinguir cierta inquietud en su expresión que se vio obligado a dejar pasar cuando ella dijo:
—Ya verás.
Ese día, Myah, una vez más, casi inserta su llave en la puerta de sus vecinas. La casa estaba a solo unos metros de distancia de la suya, era tan raro que últimamente doblara antes de lo que debía.
Aunque no recordaba desde cuándo era "últimamente".
Se miró al espejo. Alguna vez había escuchado que si uno se quedaba observándose por mucho tiempo de pronto aparecían figuras extrañas. No sabía por qué lo recordaba en ese momento; pero, con el cabello recogido, lista para lavarse el rostro, por alguna razón sentía que algo no cuadraba en el reflejo. No era ella, desde luego. Quizá sus padres habían movido algunas cosas sin su saber.
Como sea, eso no impidió que encontrara las cremas de su madre de nuevo. Los olores peculiares y texturas le hacían sentir que flotaba. Le hacían sentir más cercana a ella. Pero, sobre todo, le hacían sentir que estaba bien estar ahí, sin preocupaciones más allá de su vida social o escolar, con sus padres que tanto la querían y protegían.
Recogió agua con las manos y se retiró del rostro la espuma, y luego usó la toalla para quitar la humedad y fijar su vista una vez más en el espejo.
Sintió una presencia detrás de ella. Unos ojos rojos le devolvieron la mirada desde su espalda, más solo bastó un parpadeó para hacerlo desaparecer, y dejar, en consecuencia, un escalofrío en el cuerpo de Myah.
Tragó saliva y asomó la cabeza hacia el pasillo, oyendo las voces animadas de sus padres hablar sobre algo que no entendía, lejos en su propia pieza y supuso que se había tratado de su imaginación. ¿Hace cuánto que no dormía, después de todo? Ella suspiró y agitó la cabeza. Tenía que dormir, definitivamente, así que también regresó a su habitación.
Se detuvo por completo al terminar de entrar, sin embargo, cuando encontró a su peluche de conejo en el suelo. Sus ojos de botones dirigidos a ella como si quisieran decirle algo. Hubo unos segundos de pausa, un sentimiento en el fondo de su pecho.
Myah se agachó para recogerlo, y en cuanto sus manos tocaron al juguete, una voz fugaz la hizo parpadear.
¡Te estaba esperando!
Lo observó entre sus manos y se le formó un pequeño agujero en el corazón.
—Myah —la puerta se abrió sin previo aviso, entonces, y ella alzó la mirada. Era la voz de su papá. Sabía que era la voz de su papá, pero él no se asomó, sino que se quedó detrás de la puerta. Unos minutos atrás habría pensado que era para darle privacidad, pero ahora que lo pensaba, Myah no lo había visto en todo el día... o todos los días —. Venía a darte las buenas noches, pero ¿sucedió algo?
Myah se quedó callada unos segundos. De pronto su voz había sonado diferente, ¿o quizá siempre había sonado así? Apretó al peluche entre sus manos.
—No, solo... creí ver un fantasma.
Oyó a su padre reír y se imaginó que así había sonado en algún momento.
—No te preocupes —le dijo —. Este lugar es seguro.
No necesitamos nada más que nuestra seguridad, ¿no, Laurel?
Las grietas empezaron a notarse y Myah cerró los ojos con fuerza. No quería pensarlo en ese momento. Todavía no.
El reloj fue el único sonido de fondo que se quedó a acompañarla cuando su padre se retiró. Dió media vuelta hacia su cama, pero al momento sintió un jalón terrible en el cabello. Retrocedió un poco y notó que un mechón rizado se había quedado prensado en algo que no podía ver. Intentó girarse y pensó en llamar por ayuda, pero...
Tan lista y tan descuidada.
La voz que susurró a su oído fue inofensiva y bromista, tan conocida que sus brazos, alzados en fallidos intentos de liberarse, cayeron a los lados de su cuerpo, relajándose. Myah presionó los labios, y por unos segundos se negó a voltear.
¿Estás bien?
Es una larga historia.
Y entonces suspiró. La historia no paraba de crecer al parecer.
—Gracias... Theo.
Su cabello fue liberado y Myah se acarició la cabeza, con el corazón en la garganta. Había sido muy lindo, pero por más de que le encantaría que lo fuera, no era real.
—Apuesto a que ellas quieren hablar contigo, Myah.
Una grieta más apareció y se unió a otra, y luego a otra, y Myah miró una vez más al peluche entre sus manos. Pensó en lo que Ren alguna vez le dijo, sobre cómo a pesar de no saber nada había simplemente aceptado seguirlo, y el aguijón de culpa que todo ese tiempo había estado ignorando volvió a aparecer con más fuerza.
—... Y yo quiero hablar con ellas.
Entenderlas y que entiendan.
—Bienvenida.
Ren observó por la ventana, la brisa elevó algunas hojas y las hizo bailar en espirales hasta caer y perderse en el pasto. El cielo azul se cubría de nubes, pero a veces otros colores se asomaban como si no se decidieran cuál era el más adecuado.
Los pájaros cantaron entre las copas de los árboles a la distancia. Árboles, entre cedros y ceibos y ficus, que a veces parecían estar más cerca, otras más lejos. Mientras más cerca le daban la impresión de estarlo apresando, y mientras más lejos le hacían sentir que debía perseguirlos.
Volvió la mirada al interior de la casa. El vestíbulo daba paso a la sala y un pasillo se extendía a la cocina, así como a las habitaciones. ¿O era así realmente? Caminó hacia dentro. Las paredes eran de color blanco humo, los muebles de tonos grises. Como un lienzo en blanco que su madre ya habría pintado de solo pisar el lugar. ¿No había un retrato de su familia en la pared? ¿Y plantas?
De pronto, un sonido lo hizo girar la cabeza, haciéndole olvidar lo que su mente estaba formulando. Un tac-tac-tac. Y luego otra vez. Y otra vez.
Ren frunció el ceño y caminó hacia el comedor. Pensó que se trataba de su mamá, pero el pensamiento pronto desapareció de su mente cuando, golpeando cada ventana que veía, encontró un pequeño pájaro volando en círculos. De plumaje gris y ojos rojos. Sintió un cosquilleo en una de sus manos y tragó saliva.
¿Cómo había entrado?
Exhaló y abrió una de las ventanas. El diucón voló hacia la otra y cuando Ren intentó enviarlo hacia la ventana abierta, o bien abrir otra, voló hacia el pasadizo, solo para chocarse con las pequeñas ventanas de la puerta de entrada.
Ren lo siguió de cerca, el ave lo miró y algo en su mirada rojiza lo hizo detenerse.
¡Yo protegeré a Ren!
Él parpadeó. El latido de su corazón retumbó en sus oídos con añoranza y miró hacia todos lados. El diucón volvió a golpear su pico contra la ventana de la puerta, esta vez más calmado, y Ren presionó los labios.
—¿Vas a algún lado, hijo? —Jin Erakis preguntó, apareciendo de la cocina, como si siempre hubiera estado ahí, cuando Ren abrió la puerta para liberar al pajarito.
El diucón voló a un árbol cercano y se detuvo a observarlo fijamente. Saltó una vez, dió una pirueta en el aire y volvió a la rama para mirarlo.
El ficus más cerca que hace un parpadeo.
—¡Ren! —su papá lo llamó, saliendo de una de las habitaciones. Una gran sonrisa en su cara mientras sostenía un viejo aparato, de esos de carcasa de plástico, con perillas grandes y botones que se podían manejar fácilmente —. Mira lo que encontré. Ven, te enseño a repararlo.
Una radio. La había visto antes, sabía cómo utilizarlo. Pero, aunque se le hizo extraño, sonrió con una curiosa emoción y empezó a empujar la puerta para cerrarla. Le gustaba pasar tiempo con sus padres por más de que no siempre lo demostrara y últimamente podía verlos seguido.
—Sí-...
Enfrentar la realidad o quedarte en tu paraíso.
Ren se detuvo, la puerta no se cerró y el cielo resquebrajó cual espejo, cada fragmento de un color distinto, luchando por tomar el mayor espacio. Esa no era su voz.
—¿Ren? —su mamá lo llamó, pero cuando alzó la mirada hacia ella, otra imagen se superpuso. Lo mismo pasó con su padre. Ambos de repente tenían otra ropa, una apariencia más desaliñada y práctica, pero un parpadeo después todo se distorsionó y volvió a lo anterior. A la tranquila, de ensueño y normal, apariencia.
Asintió, confundido por lo que acababa de pasar e intentó volver a cerrar la puerta, solo para que alguien lo impidiera. Lo sorprendió en una primera instancia, sobre todo porque su figura parecía... inestable, por decirlo de alguna forma.
—Tú me dijiste eso —apenas pudo escuchar su voz, como si hubiera una pared entre ellos —. Para conocer el increíble mundo.
Un mundo increíble, Ren exhaló, cerrando los ojos y agitando la cabeza. Una mezcla conocida de gracia e indignación apareció en su pecho junto a la sensación cosquillosa en su mano y el diucón voló para posarse en su hombro. El viento sopló y pudo recordar aquella vez que desafió la gravedad junto a su compañero.
—Realmente estuviste esperando la oportunidad para decirme eso, ¿no? —preguntó al aire.
No la vio, pero supo que Myah sonrió.
Observó a sus padres por última vez, a la proyección perfecta y sonriente de los mismos, y tomó aire.
Lo estaban esperando. Ellos, Jazamon y los demás.
Nesta observaba a sus hermanos. Una vez más, en el patio de su casa, jugando entre ellos y con su mamá. Los árboles de colores anaranjados casi se perdían y mezclaban con el cielo del atardecer. Su mamá continuaba diciéndole que no se preocupara, pero como la fuerza de gravedad, había algo, un sentimiento, que no la dejaba tranquila si se iba lejos o por mucho tiempo.
Ni siquiera sabía por qué debería o tendría que irse. Tenía que cuidarlos. Ese era su deber, ¿no? Como hermana mayor, como elegida.
Nesta frunció el ceño.
Miró hacia un lado y luego hacia el otro, las risas de sus hermanos quedaron de fondo. Hubo una especie de interferencia, un zumbido inesperado en sus oídos-...
¡Sí, Nesta!
Y entonces el cielo era azul otra vez, y sus hermanos vestían ropa linda y su mamá preparaba el almuerzo.
Ella volvió hacia Set, que era el que la había llamado... o no. Ninguno de sus hermanos la miraba.
Se llevó una mano a la cara y respiró profundamente. Uno, dos, tres...
¿Por qué sentía que no estaban completos?
Tragó saliva. No hacía falta nadie. Ese lugar era su hogar. Las cosas no podían estar mejor. Era como...
Como un sueño hecho realidad.
Sí, exactamente eso.
Agitó la cabeza.
Paz, lo que todos querían. No dormir a la intemperie, no temer por lo que les rodeaba. Tranquilidad. Que todos estén a salvo.
Dijiste que podíamos confiar en ti, ¿o no?
Una sonrisa se le escapó entonces, y de un salto se levantó para llamar a sus hermanos.
—¿Nesta? —Merrick la llamó cuando les dió un gran abrazo de oso grupal —. ¿Qué pasa?
—¿Te vas? —preguntó Gabe.
—¡Hay que seguir jugando! —Set le insistió.
Y ella tardó un segundo en responder. Como la última vez que los vio antes de tener que dejar el Cuartel por su seguridad, su corazón fue estrujado.
Pero ella no era la única que quería, necesitaba salvar el mundo.
—Sí, seguiremos jugando —prometió —. Cuando vuelva.
Los tres le sonrieron de regreso, y luego el espacio en el que estaban desapareció.
Bakumon saltó a los brazos de Nesta cuando ella despertó y ella rió divertida, devolviéndole el gesto con una gran sonrisa.
—Nesta —no solo Bakumon, sino también su mamá se acercó. Ambas se miraron por un segundo, antes de que la mujer se agachara para rodear a su hija con los brazos, tomándola por sorpresa.
Aina, T, Theo y Myah sonrieron suavemente antes de alejarse para darles privacidad.
Ren, por su parte, también estaba conversando con sus padres al respecto.
—Eso fue rápido —Myah comentó con su cabello ahora en una cola desordenada.
Había pegado el grito al cielo cuando vio todo lo que Lopmon había jugado con su cabello cuando despertó y ahora, a pesar de que la había extrañado, la tenía vetada de sus brazos como castigo.
—Aunque no lo parezca, Nesta es bastante fuerte —T suspiró y miró a Aina de soslayo —. Por otro lado...
Ella bostezó.
Y luego volvió a bostezar.
Theo presionó los labios. Con cada conexión, sea como sea que lo hubiera hecho, más agotada se había visto. Aina no parecía querer decirlo en voz alta, sin embargo.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Aina alzó la mirada. En un parpadeo sus ojos brillaron en rojo y luego en lila de nuevo.
Hasta ahora ninguno lo había mencionado.
—Sí, solo... —se estiró con pereza —. Creo que voy a descansar. Luego me ponen al día de los detalles.
No les dió tiempo para responder cuando se adelantó, con torpeza y errática, hacia dónde estaban las tiendas de dormir. Intentó aparentar tranquilidad, pero claramente le había costado.
Theo tragó saliva.
Se preguntó si todo eso siempre tendría algún costo que pagar.
Y si era así...
Apretó las manos en puños.
El unir los mundos de nuevo, ¿cuál sería el precio?
—¿Estás bien tú? —Myah se acercó a Theo, tocándole el hombro y dejando que T fuera a descansar también —. Te ves algo aturdido.
Theo, que se había sobresaltado, sonrió de lado y trató de sacar esos pensamientos de su cabeza. Tal vez no era momento para ponerse a darle vueltas a eso. Todavía no.
—Algo así. No esperaba pasar por una experiencia así —confesó, levantando su mano y jalando uno de los mechones rebeldes de su coleta, divertido —. ¿Te pasó un tornado?
—Ni lo menciones.
Con ella quitando su mano como si espantara un mosquito, Theo respiró profundamente antes de cambiar de tema.
—Lograste oírme ahí dentro —dijo, ocultando sus manos en sus bolsillos —. Por un momento temí que no me escucharas.
—Es complicado ignorarte, con lo molesto que eres —correspondió golpeándole levemente el hombro, pero una pausa después, tras adelantar unos pasos, agregó sin mirarlo: —. Admito que un mundo sin ustedes es aburrido.
—Deja de ponerte sentimental.
Ella volteó, ambos se miraron y soltaron una risa. Aunque no sabrían decir si era porque compartían la misma edad o por lo surrealista de la situación, por alguna razón ambos sentían… no, sabían que se habían hecho más cercanos. No solo ellos dos.
Por su lado, tras hablar de cosas que no habían tratado antes con sus padres, Nesta y Ren se sentaron en silencio, lado a lado, contemplando el nuevo vistazo al mundo y a sus propios deseos ignorados durante mucho tiempo. Por supuesto, aunque no cambiaba su situación, ya que el grupo todavía necesitaba de Jin, Hugo y Vera, se había sentido bien quitarse esa carga emocional del pecho.
Finalmente, Nesta suspiró profundamente.
—Gracias, por buscarme.
Ren fue tomado por sorpresa, pero pudo disimularlo y solo se encogió de hombros, restándole importancia.
—No ví nada que no ya imaginara —confesó, observando a sus padres a la distancia.
Nesta siguió su mirada, una especie de compresión y tristeza en su expresión por unos segundos, solo para después desaparecer en lo que se levantaba de un salto.
—¿Quién fue por ti? —le preguntó entonces.
—¿Realmente quieres saber?
—No, ya lo sé.
Ella lo miró desde arriba y una sonrisa juguetona adornó su rostro, solo para después tenderle la mano. Ren contuvo su propia risa, rendido a los cambios de emociones de su amiga.
Tomó su mano y se levantó también.
—Tuvimos el mismo sueño, ¿no?
Ren estuvo por asentir, mas lo pensó mejor y suavemente negó con la cabeza. Su mirada paseó por todos sus compañeros digimon, familia y amigos, deteniéndose brevemente en Myah, Theo y T, quienes agitaron manos en el aire para llamar su atención, y Nesta supo lo que iba a decir antes de que lo dijera.
Quizá era lo que Pajiramon había querido mostrarles, quizá no, pero…
—No, tenemos el mismo sueño.
No había una mejor manera de decirlo. Ella asintió.
—Sí, así es.
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