X
Aina tragó saliva, sus ojos escudriñaron el entorno con una mezcla de curiosidad y desconcierto. Sus pupilas se deslizaron desde el suelo, donde sus manos transparentes parecían casi etéreas, hasta el paisaje que se desplegaba frente a ella, una amalgama de datos que se descomponían en colores prismáticos, como códigos de barras fugaces. El mundo, antes sólido y tangible, ahora se desmoronaba en fragmentos a su alrededor.
Entre los retazos de tierra que aún persistían, vislumbró a un grupo de jóvenes, seis en total, cuyas caras permanecían ocultas. Ni siquiera podía discernir a qué se enfrentaban, pero la escena se desarrollaba junto a otros digimon de proporciones monumentales que luchaban en la distancia. Aunque en cualquier situación normal debería estar experimentando una oleada de emociones, Aina notó con sorpresa que su estado de ánimo no se veía alterado en lo absoluto. Más bien, se sentía... ¿acostumbrada? Como si lo que sea que estuviera pasando ya estuviera dentro de lo calculado, o como si ya hubiera pasado tantas veces que simplemente era lo esperado.
—¡No tenemos otra opción! —gritó uno de ellos hacia los demás —. ¡Wingdramon está en su límite!
—¡No estás pensando en las consecuencias! —contestó alguien más, una chica —. Ya lo escuchaste, podría empeorar las cosas.
—¡Pero solo así salvaríamos a Wisemon y a los demás! —otra chica replicó, y todos se quedaron en silencio.
Un silencio en el que al parecer todos llegaron a la misma conclusión y entonces, Aina jadeó cuando los ojos del primer muchacho que habló se cruzaron con los de ella.
—¡Oye, tú! —él llamó, unos goggles de aviador colgados de su cuello, alzando un dispositivo bastante similar al digivice que ya conocía —. Haremos lo que dices, elegimos confiar, así que más te vale que mantengas tu parte del trato.
Aina tragó saliva, dispuesta a explicar que no sabía a lo que se referían, cuando otra voz, diferente a la suya, con mucho ruido, y como si no se pudiera distinguir si solo se trataba de una o varias voces, le ganó:
Correcto.
Como si un resorte invisible la hubiera impulsado desde su posición, Aina se incorporó de golpe, sintiendo un mareo momentáneo por el brusco cambio de posición. Su corazón martilleaba con fuerza, retumbando en su cabeza, sus labios se hallaban secos y sus dedos aferraban con firmeza la sábana raída que le habían proporcionado. De no ser por su elección de la cama individual en lugar de la litera, habría golpeado su cabeza contra la vieja estructura metálica o el techo.
Aunque tanto Nesta como Myah seguían durmiendo, una mirada a la cortina le dejó saber que ya estaba amaneciendo. Aina podía escuchar algunas voces afuera, acompañadas de cantos lejanos de aves silvestres. Dejó caer la sábana y sacudió la cabeza para sacarse de encima ese raro sueño y decidió levantarse con cuidado para no despertar a Tukaimon. Tras haber llegado el día anterior les habían dejado ir a descansar directamente, ofreciéndoles habitaciones y algo de comer, pues realmente habían caminado por tanto tiempo que perdieron la cuenta, y aunque ella hubiera preferido mil veces quedarse con Theo, al parecer no era algo que los demás aceptaran con naturalidad.
—No te preocupes, enamorado, nadie se va a llevar a tu novia —fue lo que le dijo T a Theo cuando él compartió su opinión. Aparentaba ser una broma, pero el tono que utilizó no indicó lo mismo.
—No es mi novia-... —fue todo lo que Theo pudo decir antes de que Ren y los hermanitos de Nesta lo empujaran con ellos hacia una de las cabañas. Para ser recién llegados, le había sorprendido el hecho de que no les dieran carpas.
Aina suspiró, poniéndose su suéter para salir. El día estaba fresco y aunque algunas personas ya se habían levantado antes que ella, era bastante diferente a las mañanas dentro de las cúpulas: menos movido, más cauteloso. Quizá por el riesgo persistente de que cualquier digimon pudiera aparecer y atacar.
Ese sueño... ella recordó mientras recibía un balde con agua limpia para lavarse. El contraste entre su falta de emociones pese al aparente caos la hacían sentir confundida, rara por decir lo menos. No era ajena a soñar eventos surrealistas y extravagantes, pero ¿lo normal no sería fundirse por completo y solo despertar al darse cuenta que nada era real? En cambio, ella-...
—¡Woah-...! —su línea de pensamientos fue interrumpida cuando trastabilló gracias a una gran piedra medio enterrada.
Tuvo que hacer malabares para que no se le cayera el balde y exhaló aliviada cuando lo logró.
—¡Ten cuidado, el agua es valiosa! —le dijo alguien de pasada, con una sonrisa en la cara, pues claramente había visto el espectáculo.
Aina devolvió la sonrisa, un poco avergonzada, y asintió. Sin embargo, cuando volvió la vista al objeto, lo que vio no fue su propio reflejo en el agua. O mejor dicho, no lo fue exactamente, ya que unos brillantes ojos rojos fueron lo que le devolvió la mirada, sobreponiéndose erráticamente, como si tuviera interferencia, con una figura extraña y desconocida.
Todo se detuvo un segundo.
Ba-thump.
Theo no fue el único que se despertó gracias a un grito repentino, agudo y cargado de angustia esa mañana. Ren y T abrieron los ojos de golpe, Myah se golpeó la cabeza con la cama de Nesta al sentarse y Nesta cayó al suelo al rodar por el susto; pero él fue el único que pudo reconocer a quien le pertenecía la voz casi al instante.
—¡Aina!
El terror se apoderó de él y lo forzó a levantarse y salir de la habitación como si él mismo estuviera en peligro, tomando su chaqueta de camino, con Dorumon detrás.
Tanto Ren como T también se levantaron, uno más confundido que el otro.
—¿Qué pasó? —preguntó el pelirrojo con el ceño fruncido, Jazamon ya estaba saltando de la cama
T soltó una especie de gruñido indignado.
—¿Es en serio? —cuestionó al aire.
Pero ninguno volvió a dormir.
Cuando Theo llegó a donde las personas estaban mirando, encontró a Aina sentada como si se hubiera caído. A su lado un balde estaba tirado, la tierra mojada y su rostro estaba tan pálido como si hubiera visto un fantasma.
—¿Aina? ¿Qué-...? —ella alzó la mirada hacia él, abrió la boca y luego la volvió a cerrar solo para no decir nada. Parecía casi tan desconcertada como él —. ¿Estás bien?
Extendió su mano para ayudarla a levantarse.
—Yo-... Había... —su mirada se dirigió al balde, el cual Theo se agachó a recoger. Lo inspeccióno por un lado y por el otro, pero no había nada fuera de lo normal.
—Para gritar así, esperaba que al menos un digimon te estuviera desayunando —y luego, T apareció con Ren detrás, ya cambiados. El primero caminaba con las manos en los bolsillos, mientras que el segundo lanzaba un gran bostezo.
Aina desvió la mirada y Theo frunció el entrecejo. Claramente algo había pasado, ella estaba perturbada, ¿qué acaso no podía tener más tacto? Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, alguien más se unió a la conversación.
—Cielos... —era Nesta quien apareció esta vez, con Bakumon empujándola —. Más vale que sea importante, me golpeé muy mal.
—Ni que lo digas —añadió Myah, con una mano en la coronilla —. ¿Qué pasó?
—Perdón —Aina tragó saliva —. Vi un insecto...
El rostro de T no tuvo comparación.
—¿Un insecto? —repitió, dando un par de pasos hacia ella, notoriamente molesto —. ¿Desperdiciaste toda esa agua, despertaste a todo el cuartel con tu grito, solo por un insecto?
Theo estuvo a punto de intervenir, aun sabiendo que Aina nunca había sido especialmente asqueada por insectos, cuando ella sujetó su manga con sus dedos índice y pulgar. No estaba seguro de si lo hizo para detenerlo, pero tampoco lo miró cuando él buscó una explicación.
Y entonces, dos aplausos hicieron que todos voltearan en la misma dirección.
—Suficiente, T, no lo hizo a propósito —dijo un hombre alto y fornido, con el cabello bañado en canas sujeto en una cola baja.
—A ustedes sí que no se les puede dejar a cargo de la bienvenida —comentó una chica, unos cuantos años mayor que ellos. Su cabello lacio y oscuro caía en una trenza, y sus ojos dorados divertidos fueron a parar a T sin ningún tipo de temor —. ¿Cuántas veces hemos hablado de sonreír?
A T le tembló una ceja.
—Tch, cállate.
—Fiu... —alguien más silbó. Un chico en sus veintitantos, que venía justo detrás del primer hombre con unas cuantas herramientas en las manos. También tenía el cabello oscuro, pero a diferencia de la chica, sus ojos eran de unos tonos más oscuros —. Cuidado te muerda, Lina.
—¿A mí? —la chica llamada Lina amplió los ojos con fingida sorpresa y sin cuidado se acercó a T. Él era más que una cabeza más alto que ella, pero eso no impidió que estirara sus manos para revolverle el cabello —. Este chico no podría.
—¡Deja de tratarme como mascota!
—No te trato como mascota, te trato como niño.
—¡Eso no ayuda!
Nesta estalló en carcajadas junto a la chica, mientras que Ren y los dos recién llegados sonrieron con una especie de gratitud.
El intercambio fue tan natural y sorprendente para Myah, Theo y Aina que simplemente observaron anonadados en silencio. Obviamente logró cortar lo que sea que fuera a pasar, mas todavía no tenían ni idea de lo que estaban presenciando.
—Eh... —por lo que Theo alzó una mano tímidamente, como si estuviera en clase —. ¿Qué es esto y quiénes son ustedes?
Eso pareció llamar suficiente la atención, ya que Lina se detuvo y el hombre mayor se aclaró la garganta. Su presencia no era amenazante en lo absoluto, sino todo lo contrario, pero Theo no pudo evitar pensar que de cierta forma le recordaba a su padre, quizá porque era igual de imponente, aunque con unas arrugas en el rostro que denotaba lo muy expresivo que era.
—Perdón por eso, chicos —dijo —. Mi nombre es Joseph Vespera, pueden llamarme solo Joseph, y podríamos decir que soy el que dirige este lugar. Estos son Lina y Drey. No hace falta que se presenten, Nesta y los otros dos ya nos comentaron de ustedes.
—Un gusto —Drey saludó con una sonrisa amistosa mientras que Lina alzó una mano y la agitó en el aire. Ninguno pareció especialmente incómodo o alerta con su presencia ahí, lo que resultó ser en cierta medida refrescante para Theo.
Tan refrescante que su estómago rugió, pues recordó que no había comido nada desde el día anterior.
—Parece que tienes hambre —Joseph mencionó, con una sonrisa divertida —. Tenemos algunas cosas de qué hablar, pero podemos hacerlo mientras comemos, ¿les parece?
—¡Por supuesto! —Nesta respondió primero, pero antes de que pudiera decir algo más, Lina ya se encontraba pellizcándole la nariz.
—No te estaba preguntando a ti.
—¡Pero-...! —su voz nasal logró sacar otra sonrisa. Al menos esta vez, lo que sea que estuviera tensando el ambiente desapareció ligeramente más pronto por la intervención de los adultos.
Sin embargo, cuando se dirigieron a comer, Theo no pudo evitar notar que, aunque ya había recuperado su color y parecía físicamente bien, Aina se mantenía todavía abstraída y silenciosa.
—¿Estás bien? —volvió a preguntarle, ambos siendo los últimos del grupo mientras se dirigían al comedor. Si pudiera transmitirle sus pensamientos, ella de seguro sabría que él no iba a estar tranquilo hasta que fuera honesta.
Lo que, por suerte, logró sacarle una risilla un tanto avergonzada.
—La verdad creo que sigo medio dormida.
Por su tono agotado, realmente no hubo razón para dudar de eso... O al menos, de eso trató Theo de convencerse.
Joseph los guió hasta un claro un poco alejado de ambas cabañas y las tiendas de campaña, en donde una gran mesa y sillas toscamente hechas de madera les dio la bienvenida, con una apariencia bastante rústica. El olor de la cocina con leña se expandía en el aire, por lo que no era raro que prefirieran mantener esa parte a una distancia prudente en caso atrajeran a algún digimon hambriento y curioso, pero más que todo, peligroso. Asimismo, un montón de frutas y alimentos recolectados brillaban en el centro, luciendo frescos y apetitosos, por más de que Theo jamás los había visto dentro de la Cúpula V.
Lina, con una personalidad notoriamente extrovertida, no dudó en tomar la iniciativa.
—Chicos, no se cohíban, todo aquí lo hemos recolectado solo para ustedes y les aseguro que es delicioso.
No tuvo que repetirlo, ya que realmente se estaban muriendo de hambre.
Mientras comían; sin embargo, Joseph, con una expresión más seria, mantuvo su palabra de tomar la oportunidad para romper el silencio y hablar sobre la razón por la cual todos estaban ahí.
—Necesitan saber la verdad —dijo como introducción, logrando que Theo, Aina y Myah levantaran la mirada —. ¿Están preparados?
Honestamente, aunque compartieron una mirada, no es como que tuvieran otra respuesta.
—Lo que les dijeron en las cúpulas no es necesariamente falso, el mundo exterior es realmente peligroso, pero así como ven, muchas personas encontraron maneras de sobrevivir.
—¿Cómo? —Myah preguntó —. Ren no llegó a contarme eso.
Theo escuchó a Drey reír un poco.
—No es como que tuvieras al guía más hablador, no te preocupes, no fue tu culpa —bromeó el mayor de los más jóvenes.
—Nos adaptamos —fue lo que Joseph respondió cuando Ren rodó los ojos —. En nuestro caso, buscamos crear un lugar cerca de fuentes naturales de agua para poder usarla a nuestro favor.
—Pero hay otros que se volvieron nómadas —agregó el pelirrojo a la explicación —. Siguiendo patrones en la migración de los digimon para nunca estar en su territorio, es lo que mi familia hacía al menos.
—¿Tu familia? —Theo repitió, a lo que Ren asintió.
—Yo decidí quedarme con Joseph hace unos años, pero no sería raro que nos los crucemos en algún momento —se encogió de hombros —. Es decir, si siguen vivos.
—Oh —fue todo lo que Theo pudo decir.
Y fue Nesta la que decidió intervenir, ya que probablemente percibió un tipo de incomodidad en él.
—Es normal que no todos tengamos una conexión tan fuerte con nuestras familias —dijo —. Amo a mis hermanos, por lo que también decidí quedarme con ellos aquí, pero no sé a dónde fueron nuestros padres.
—Básicamente, ¿... cada uno decide por sí mismo? —Aina se aventuró a preguntar y Nesta asintió feliz de haber sido entendida. La pelinegra suspiró —. Bueno, no es como que no sepamos lo que es, pero... —volvió a mirar a Joseph —. No lo entiendo, ¿aun así no fueron a las cúpulas?
—Esa es una buena pregunta —Joseph concedió —. Pero la respuesta no es tan interesante. Ustedes mejor que nadie saben lo estrictos que son, ¿no? Hasta donde sé, tampoco es que tengan la capacidad para dar la bienvenida a tantas personas sin que se arme un alboroto.
—Tiene sentido —Myah dijo, mirando su plato —. Al menos eso creo.
—Por otro lado —el hombre continuó —. Supongo que se habrán preguntado por qué y cómo es que T, Nesta y Ren supieron de ustedes en cuanto estuvieron en peligro.
—¿No es por estas cosas... los digivices? —Theo preguntó y Joseph asintió.
—Así es. Porque tanto ustedes como ellos, son lo que conocemos como elegidos.
Esta vez, la atención de Nesta y Ren también fue captada, y T fue el único que continuó comiendo casi imperturbado.
—¿Elegidos? —repitió Aina, su voz entintada con sospecha. Para ese momento ya la mayoría estaba terminando de comer.
Joseph asintió.
—Verán, es una especie de historia que solía escuchar cuando era niño. Hasta hace unos años creí que era solo un mito. Después de todo, aunque los digimon y los humanos podamos comunicarnos, debido a su naturaleza con ansias de lucha es difícil que podamos ser amigos, pero luego —su mirada se dirigió tranquilamente a T, casi con ojos orgullosos —. Conocí a uno.
Todos también volvieron la vista hacia el chico de ropa oscura, pero éste solo se encogió de hombros y se levantó de la mesa al terminar de comer.
Joseph sonrió resignado antes de también levantarse y haciendo un gesto con la cabeza les pidió que lo siguieran.
Theo se encogió de hombros. De todas maneras ya había terminado de comer.
—Conocí a Vorvomon cuando era niño y hubo un ataque —explicó seriamente al mismo tiempo que volvían hacia el cuartel, aunque el toque de tristeza en su expresión no pasó desapercibida —. En ese tiempo creían que vivir en los edificios cercanos a las cúpulas era lo más seguro. Bueno, no fue así.
—Escuchamos el caos y cuando llegamos, un digimon en etapa infantil estaba luchando con todo lo que tenía para defender al pequeño niño entre los escombros —Joseph continuó —. Y junto con él tenía este dispositivo raro al que llamamos digivice.
—Pero ya sabíamos eso—Nesta comentó, caminando hombro a hombro con Lina. Theo y las otras dos casi tropiezan, pues claramente olvidó que ellos no lo sabían—. Y hasta ahora no nos has dicho lo que son los elegidos exactamente.
Joseph asintió y saludó a un par de personas que caminaban con baldes llenos de agua en las manos. Asimismo, otros caminaban con telas y unos pocos parecían estar dirigiendo distintas tareas. Theo notó entonces que estaban pasando por todas las áreas de lo que era el cuartel.
—Según las historias, los elegidos son aquellos que salvarán el mundo junto a sus compañeros digimon. ¿De qué? —hizo una pausa para evaluar cómo estaban reaccionando —. No estamos seguros.
—No mientas —T acusó de repente —. Sabemos que algo tiene que ver con las cúpulas. De alguna forma siempre volvemos a ellas.
—Pero, ¿no es contradictorio? —Myah replicó, más por duda que por una cuestión de fe ciega —. Si algo son las cúpulas, es que son pacíficas.
Y no era mentira, pero...
—Yo... concuerdo con T.
Theo volteó hacia Aina cuando ella volvió a hablar de repente. Su semblante era un poco más sombrío que serio, lo que no solo le preocupó, sino que le recordó lo que él mismo vio cuando fue a por Dorumon.
—¿A qué te refieres? —le preguntó y ella lo miró a los ojos.
—Hay algo... No estoy segura realmente, pero tenían digimon apresados y estaban... ¿absorbiéndolos? Así lo llamó Tukaimon. No solo eso, las pruebas que hacían, estoy segura que no todos las pasaban, pero a pesar de que nunca habíamos escuchado de un recluta regresando a su hogar, de alguna forma disminuían. Yo... —Aina tragó saliva y se llevó una mano a la sien, como si estuviera tratando de forzarse a sí misma a recordar —. Escuché que mencionaban algo... Proyecto... Proyecto Nexus.
La pausa que siguió a lo que trató de explicar fue clave, no solo porque perimitió que los demás trataran de comprender lo que quería decir, sino porque las palabras parecieron hacer eco en Joseph.
—¿Nexus? —él repitió, no como una expresión de duda ni como si estuviera probando la palabra, sino con auténtica sorpresa. Dirigió su mirada hacia un lado, juntando los nudillos con los labios mientras fruncía el ceño —. Pensé que ya habíamos dejado eso atrás, era muy cruel...
Las palabras fueron murmuradas, como si estuviera sumido en un pensamiento abstracto que los demás no podían comprender o en recuerdo que no se molestó en explicar. Sus ojos, sin embargo, buscaron los de Aina.
—¿Estás segura de lo que oíste?
Aina asintió, confiada.
—También dijeron algo... "Está reaccionando".
Joseph no palideció ni mostró signos externos de inquietud. Sin embargo, dio media vuelta, lanzando una rápida mirada a Drey y Lina. Pareció transmitirles algún mensaje breve, algo así como "se los encargo", antes de despedirse con un gesto de la mano y retirarse rápidamente, aún inmerso en lo que sea que estuviera pensando.
—¿A dónde va? —Myah quiso saber.
Fue Drey quien respondió, encogiéndose de hombros.
—Quien sabe, quizá a hablar con su contacto.
—¿Contacto? —Theo miró a Ren y a los demás en busca de una explicación, pero estos solo negaron con la cabeza.
Lina sonrió.
—No nos ha dicho quién es o cómo se comunican, pero hey, hasta ahora toda la info que nos ha dado ha sido confiable.
Aina, Theo y Myah intercambiaron miradas. Quizá la duda fue obvia en sus expresiones, pero nadie lo mencionó cuando Drey se ofreció a mostrarles más del lugar, además de enseñarles cómo funcionaban las cosas.
Mientras tanto, en una de las cúpulas, un hombre más bien bajo y robusto observaba uno de los monitores gigantes. Detrás del mismo había un contenedor de tamaño impresionante. De hecho, estaba sorprendido de que cupiera en aquel aislado laboratorio.
—Así que, ¿funcionará? —preguntó, limpiando sus ansiosas manos sudorosas en el uniforme azul oscuro que indicaba su estatus como parte de la Directiva.
La mujer a su lado, alta y de facciones aniñadas, sonrió con autosatisfacción.
—Claro que sí, Representante Gideon, ¿no es así, Abraham? —ella volvió hacia su compañero, que manipulaba algunos botones y comparaba nuevos datos con los viejos dentro de una libreta.
El llamado Abraham los miró.
—Por supuesto.
Y Gideon sonrió complacido.
—Entonces, envíenlo. No queremos que Morgana se enoje, ¿o sí?
Los dos científicos sonrieron con los labios presionados. Claro que no querían eso.
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