VI
Si el temblor no lo despertó, seguramente fue la estridente alarma que empezó a sonar. La iluminación normal había dejado de funcionar y ahora solo había intervalos de color rojo y oscuridad gracias a las luces de emergencia.
Theo se aproximó rápidamente a los barrotes. Desde donde estaba no tenía un buen ángulo de visión, siendo que parecía estar justo en una especie de instalación en el subsuelo, pero veía las sombras moverse de un lado al otro hacia el final del camino que la comandante y su padre habían tomado.
—¡HEY! —gritó, su voz perdiéndose en todo el escándalo y ajetreo —. ¡¿Qué está pasando?! ¡Oigan!
Otro temblor. Aunque más que un temblor, Theo sintió que era una fuerte sacudida, como si todo el lugar fuera golpeado en lugar de solo desestabilizado. Solo había una razón para que ese fuera el caso, pero no quería pensar en eso.
Empezaba a asustarse. No era especialmente claustrofóbico, pero realmente no quería morir enterrado bajo escombros.
Solo entonces vio a una figura acercándose rápidamente, y aunque más pronto que tarde se dio cuenta que era su padre, no pudo evitar sentir una oleada de alivio recorrer su cuerpo.
—¡Theo! —lo llamó, trastabillando por el movimiento. Tenía un conjunto de llaves en las manos. Mientras se acercaba, buscaba desesperadamente entre todas.
—¿Qué está sucediendo? —Theo preguntó cuando por fin pudo salir del cuadrilátero. Su padre ya había dado media vuelta para dirigirse a la salida.
—La barrera —contestó, confirmando sus sospechas así de simple —. Tomará unos minutos, pero muchos digimon ya se han acercado. ¡Sígueme!
Sin muchas opciones frente a él, Theo se vio casi arrastrado por la urgencia detrás de la figura impasible de su padre. Cada sacudida de la instalación resonaba en sus oídos, como el tambor de una amenaza inminente. Entre los estruendos, los gritos de temor y desesperación se entremezclaban con los alaridos de los digimon salvajes. Asimismo, a medida que avanzaban, fugaces destellos a través de las ventanas le brindaban una visión rápida pero inquietante del caos que se desataba apenas ahí mismo. Las criaturas, tal y como había dicho su padre, algunas majestuosas como ángeles caídos y otras tan extrañas como salidas de los dibujos de un niño, pululaban por los alrededores. Sus formas variadas y colores vibrantes chocaban con la oscuridad del entorno, una amalgama de seres que luchaban por poder y entretenimiento más que por supervivencia.
Eran apenas tres, quizás más, Theo no podía precisarlo en ese momento. Pero cada una de esas criaturas, concentradas en la frontera, lanzaba rayos o golpeaba con ferocidad. Sus movimientos eran una coreografía desordenada pero coordinada con un objetivo que solo ellos conocían. No había sido algo planeado, pero todas las fuerzas disponibles de la Resistencia ya se habían formado en posición de defensa.
Ambos llegaron al final de un pasillo, un cruce en el que las opciones se bifurcaban en dos caminos divergentes. Su padre, sin titubear, se dirigió decidido hacia la derecha, apresurando el paso con determinación. Theo, a punto de seguirlo sin cuestionarlo (como nunca), se detuvo en seco. Quizá fueron las personas que lo pasaron sin pena al huir, vistiendo batas blancas, con papeles y cosas en las manos, que venían de la otra dirección; pero, si era sincero consigo mismo, solo se trató de un sentimiento. Un latido en su cabeza. Una fuerza invisible y un eco distante, pero conocido, que lo llamó en la otra dirección.
—¡¿A qué estás esperando?! —su padre gritó. Theo lo miró, luego volvió a mirar hacia el otro lado y tragó saliva.
De ese lado estaba Dorumon. Simplemente lo sabía.
Pero Dorumon era fuerte. Era un digimon después de todo. Podía protegerse, escapar con seguridad y dejarlo atrás, ¿verdad?
—¡Theo! —su padre insistió.
Pero...
¡Es mi deber protegerte!
¡Eres mi elegido y eso es algo que solo tú eres capaz de ser!
Las palabras del digimon hicieron eco en su mente. No habían pasado más de unos días, poco más de una semana, pero la conexión que había sentido no era imaginación suya ni algo unilateral. Había estado genuinamente preocupado por él, Theo mismo había estado aterrado cuando lo capturaron y no pudo hacer nada al respecto más que mirar.
¡Theo!
También pensó en el último día que la vio. Como una gran ola que golpea contra la costa sintió otra vez toda la frustración e impotencia que sintió esa vez.
Y entonces, sus pies empezaron a moverse solos. Oyó a su padre llamarlo a la distancia, justo cuando un rayo de energía oscura rompió la pared detrás de él, impidiendo que lo siguiera de cerca. La onda de energía lo empujó, como si lo estuviera apresurando, y los restos de pared y vidrio se clavaron en su ropa. Le sentaba mal dejar a su padre, pero no disminuyó la velocidad.
Theo corrió como si supiera a donde estaba yendo, lo cual era toda una falacia. Esquivó a las personas que iban en sentido contrario e ignoró entradas y otras puertas sin saber realmente lo que había dentro, solo siguió de frente hasta que la vio: una puerta de vaivén de color gris.
La abrió sin pensar en nada más cuando otra sacudida lo hizo casi golpear una columna. Humo salía de algún lado, varios frascos habían caído. Una rápida mirada alrededor le dejó saber que estaba en una especie de laboratorio, aunque en realidad no estaba seguro de si pensar en eso le hacía sentir mejor. Cerca de él, lo que podía identificar, eran varios tipos de jaulas de tamaños medianos y pequeños, y dentro de ellas habían digimon del tamaño de Dorimon. Todos eran de diferentes colores, algunos con cola, otros una bola solamente, y estaban apilados en una esquina, mas ninguno tocaba los bordes por más de que pareciera simple vidrio. A diferencia de la barrera exterior, esas no se habían llegado a desactivar por algún motivo.
—¡Theo! —por suerte lo oyó y dio casi toda una vuelta sobre su propio eje para encontrarlo. Su digimon estaba al otro lado de la sala, también dentro de una de esas jaulas raras y se movía de un lado al otro con su cola ondeando frenéticamente.
—¡Dorumon! —Theo se acercó a él, deteniéndose para inspeccionar el objeto que lo tenía aprisionado —. Aguanta, te... —miró a los otros digimon, tragó saliva y se corrigió a sí mismo —. Los sacaré de aquí.
Se volvió hacia una mesa con botones y pantallas raras, habían unos cables rotos que soltaba chispas, pero no fue hasta que se agachó por un lado que vio, en el borde de la mesa, un botón rojo. Dudó de presionarlo, ya que realmente no sabía lo que podía hacer, pero el siguiente movimiento, acompañado de una explosión, básicamente lo obligó a hacerlo. Presionó no solo ese botón, sino otros más de casualidad al apoyarse.
Las jaulas se desactivaron al instante y Dorumon corrió hacia otro lado sin que Theo lo notase. Los digimon pequeños también salieron saltando, primero asustados y despavoridos hacia muchas direcciones, luego hacia él como si fuera su única opción.
—¡Tienen que irse! —Theo les dijo, señalando la salida con el dedo índice y tosiendo por el polvo que se levantó con la última sacudida, pero todos ellos intercambiaron miradas.
—¡Nos comerán! —dijo uno, con forma de planta, saltando.
—¡Nos atraparán de nuevo! —exclamó otro, que a primera vista parecía un gato.
Y luego todos empezaron a saltar uno a uno, pareciendo por un momento el mecanismo interno de un piano al presionar teclas.
—¡No sabemos a donde ir!
—¡Este lugar da miedo!
—¡Ayúdanos!
Theo casi cae de espaldas cuando todos buscaron refugio sobre él y tuvo que apilarlos dentro de su capucha como medida desesperada, metiendo a los más pequeños en los bolsillos de su chaqueta.
—¡Dorumon, vamos-... ugh! —otra explosión, aunque una más pequeña y proveniente de los muchos aparatos, lo hizo caer sobre una rodilla.
—¡Theo!
Theo se giró al instante al escuchar su nombre, aliviado por la presencia de Dorumon, listo para dirigirse con él hacia la salida. Pero en un instante, el escenario cambió drásticamente. Lo que sucedió a continuación pareció transcurrir en cámara lenta, como si el tiempo hubiera decidido dilatarse para resaltar cada detalle. Primero, una luz deslumbrante surgió de la nada, un resplandor tan intenso que paralizó por un instante cualquier acción. Los contornos se difuminaron y las formas se tornaron borrosas, todo envuelto en una claridad cegadora.
Y luego, como si el mundo mismo se hubiera fracturado, el techo sobre sus cabezas pareció desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos. Los materiales se desmoronaron y se elevaron en una nube de escombros. Un estruendo ensordecedor retumbó en sus oídos, un rugido formidable que sacudió los cimientos de la estructura, desencadenando una tormenta de polvo y cascotes en el aire. Los digimon pequeños que tenía con él empezaron a lanzar unas burbujas al cielo, las cuales derretían lo que podían, pero no era suficiente.
En aquel instante, lo único que Theo pudo atinar a hacer fue correr hacia Dorumon, quien se estaba volviendo a levantar tras haber sido sorprendido por el impacto. Con todo cayendo a su alrededor y sin saber cuánto más soportaría la estructura, Theo se quitó la chaqueta y terminó arrodillándose al lado de Dorumon, cubriéndolos con su cuerpo lo mejor que podía. Su mente maquinando a mil por hora, buscando cualquier opción viable para sobrevivir a eso, pero fallando en el intento.
¿Eso era todo lo que podía hacer? ¿Quedarse quieto, mirando, esperando?
Los digimon pequeños se encogieron bajo Dorumon. Dorumon, en cambio, se removió entre sus brazos hasta liberarse y, de un salto, romper uno de los pedazos de techo con su cuerpo, luego otro, y otro.
—¡No te preocupes, Theo! —exclamó, sin importarle ser golpeado mientras él estuviera bien —. ¡Puedo protegerte!
Algo se movió dentro de Theo.
¿Quién protegería a Dorumon luego?
Un brillo bajo él llamó su atención, justo cuando Dorumon se vio incapaz de esquivar un pedazo de techo.
—¡Dorumon!
"¿Quieres evolucionar?" la pregunta se repitió en su mente. El extraño dispositivo había llegado con él, seguramente Dorumon lo había encontrado.
Evolucionar, una habilidad que los digimon conseguían tras derrotar a otros y absorber sus datos, le habían dicho en la escuela. Theo lo había creído increíble. Dorimon había evolucionado con solo estar a su lado, pero eso solo demostraba que poseía ese poder.
Un poder que Theo también anhelaba.
El poder para crecer, el poder para cambiar... ¡Theo lo necesitaba más que nada en ese momento!
Entonces, el dispositivo pareció aceptar su respuesta y emitió otra luz cegadora, la cual fue directamente hacia Dorumon.
—¡Es la luz de la digievolución! —alguno de los pequeños dijo.
—¡Dorumon, digievolves... !
0s y 1s rodearon el cuerpo de Dorumon evitando que los demás cascotes lo tocaran, estos números intangibles se comprimieron y luego se expandieron, solo para desaparecer dando paso a un digimon diferente. Sus alas eran más grandes, sus garras más largas y afiladas, pero tenía la misma determinación en la mirada.
—¡Dorugamon!
Con una velocidad asombrosa, terminó de destrozar todos los pedazos peligrosos, sus alas cortando lo que sea que se cruzara en su camino. No solo eso, apenas tuvo la oportunidad, corrió hacia Theo y los digimon pequeños para montarlos a su espalda. Ahora tenían una salida, Theo se dio cuenta. Sin embargo, antes de que pudieran continuar, un alarido seguido de un ataque hizo que Dorugamon saltara hacia otro lado para esquivarlo.
Uno de los digimon salvajes lo había identificado. Parecía un loro gigante, de color verde, que volvió a atacarlos apenas tuvo la oportunidad. Dorugamon lo evitó, lanzando su propio ataque, disparando una bola de metal desde su hocico, el cual atinó al gran cuerpo del digimon, haciéndolo perder estabilidad. Por coincidencia, los de la Resistencia también atacaron, lo que les brindó tiempo para salir de ahí.
Observó con un atisbo de pesar el pasillo que quedaba atrás. La puerta vaivén, antes protegida y custodiada, se erguía solitaria entre muros destrozados, envuelta en humo y llamas danzantes. Aun así, apretó con firmeza la estola de Dorugamon, comunicándole su decisión de seguir adelante.
Theo evitó pensar en otra cosa.
Para cuando Dorugamon volvió a ser un Dorimon, ya habían llegado fuera de la cúpula. Theo tragó saliva, era la primera vez que salía, así como la primera vez que veía a su hogar desde fuera. Literalmente era un enorme domo casi en medio de la nada, ni siquiera podía ver las otras cúpulas desde donde estaba, tal vez por la distancia o por el ángulo.
Contó a los pequeños para asegurarse de que no había dejado a nadie atrás y suspiró. Lo único que tenía consigo ahora era la ropa que llevaba puesta y el dispositivo que parecía haberse descargado de momento.
—¡Lo hicimos, Theo! —había exclamado Dorimon cuando escaparon, pero ahora se preguntaba qué es lo que realmente habían logrado.
Con un suspiro se dejó caer para pensar en el siguiente paso y descansar un poco, cuando de pronto escuchó un horrible y escandaloso zumbido. Todos los digimon volvieron a saltar dentro de su capucha a excepción de Dorimon, que valientemente lo pasó de largo, poniéndose en guardia.
Theo miró por sobre su hombro, y al instante dió media vuelta sin importarle ensuciar sus pantalones de tierra, solo para encontrarse a un enorme insecto de color rojo, cuya mandíbula resultaba ser el atributo más resaltante puesto que ni siquiera se podían diferenciar sus ojos. Asimismo, sus patas parecían pinzas y a cada pisada el suelo seco bajo él se agrietaba.
No sabía si había llegado de casualidad o si lo habían botado de la cúpula sin eliminarlo, de alguna forma, pero vaya que era mala suerte.
Theo se preparó para huir e intentó levantarse, pero se encontró con que sus piernas no le hacían caso. Siendo que la adrenalina ya había dejado su cuerpo durante esos pocos minutos en los que nada pasó era simplemente natural. Mal momento, pero de esperarse. Sin embargo, cuando el digimon gigante hizo el ademán de lanzarse sobre ellos...
—¡Gran flama! —una voz se escuchó y una gran bola de fuego golpeó contra el cuerpo del digimon insecto. En lugar de esparcirse, el fuego se deshizo apenas tocó a su objetivo y Theo fue capaz de sentir el calor por el aire.
Luego otra bola de fuego, y luego una más, y entonces un digimon con forma de dragón, aunque distinto a Dorugamon, apareció para taclear al otro, lo cual fue suficiente para ahuyentarlo.
Si hubiera visto la pantalla del dispositivo digital en su bolsillo, habría leído: "Lavorvomon".
Por un segundo, solo por un segundo, Theo tragó saliva, pensando que este nuevo digimon los atacaría también; no obstante, apenas cruzó miradas con él, una luz lo rodeó y, en un parpadeo, se convirtió en un digimon más pequeño, casi del tamaño de Dorumon.
—Buen trabajo, Vorvomon —y otra voz se hizo notar. Theo supo instantáneamente que no se trataba de otro digimon nuevamente cuando volvió la cabeza en su dirección.
Un chico de su edad, de cabello grisáceo largo y ropa decolorida por el uso, alto y de apariencia ruda.
Su mirada se elevó a Theo y no mostró ni una sola facción amable cuando, sacando el mismo dispositivo que él tenía, solo que con detalles azules, continuó;
—Así que tú eres el nuevo —dijo, con una voz casi indiferente.
Theo frunció el ceño, finalmente sintiendo de regreso el control de su cuerpo a pesar de la cautela que lo invadía.
—¿Quién eres tú? —preguntó, receloso.
El chico exhaló, aunque su semblante reveló un deje de aburrimiento, o quizá desdén.
—Me llaman T —se presentó de manera breve —. Y tú, junto con esos digimon, deben venir con nosotros antes de que empiecen a buscarlos... O puedes quedarte y arriesgarte a lo que venga. La decisión es tuya.
Sin darle tiempo para hacer más preguntas, T se puso en marcha, indicando claramente que era momento de seguir adelante.
Theo frunció el ceño e intercambió una mirada con Dorimon, que simplemente le sonrió antes de liderar el camino, siguiendo al otro digimon llamado Vorvomon.
Por más de que no tenía idea de quién era o qué quería realmente, Theo terminó suspirando antes de seguirlo.
Tenía razón en que iban a buscarlo a él y Dorimon. Quisiera o no, de pronto al menos tenía una opción.
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