II
En un parpadeo, y solo por puro instinto, Theo tomó a Dorimon entre sus manos y lo escondió tras su espalda cuando su padre entró de nuevo por la puerta principal. Lo miró hacia abajo, frunciendo el ceño en confusión.
—¿Qué pasó? —preguntó, mirando cautelosamente hacia varios puntos de la sala.
Theo desvió la mirada hacia un lado, luego de vuelta a su padre.
—Me tropecé —Theo contestó y se levantó lentamente, todavía sujetando a Dorimon tras su espalda y, de hecho, haciendo un poco de fuerza porque el digimon definitivamente quería salir de ahí. Su padre lo miró extrañado, pero Theo solo se hizo a un lado cuando su padre fue a tomar su chaqueta —. Uh, ¿todo bien?
Esta vez, su padre se encogió de hombros. No lo habían llamado de inmediato, por lo que lo más probable era que nada grave hubiera pasado, pero...
—No lo sé, apoyaré a la guardia de hoy por si acaso —, Theo se lo imaginó. Si bien en la radio nunca decían nada acerca de lo que los apagones causaban, quizá lo peor que había oído era acerca de alguna intervención en la cúpula II, su padre siempre tenía que estar presente hubiera amenaza o no —. No me esperes.
Así que, Theo se retuvo de decirle que igual no tenía que repetírselo y esperó a que cerrara la puerta definitivamente para correr a su habitación. Dejó al digimon en su cama, o más bien lo dejó caer —el digimon exclamó un "¡Woh!" —y pronto ambos se estaban observando otra vez. Aunque a diferencia de Theo, que estaba notoriamente confundido y hasta en pánico, el digimon parecía calmado y despreocupado.
—Un digimon —Theo repitió una última vez, entonces, como para terminar de convencerse.
—Dorimon.
—¿Qué hace un digimon aquí? —preguntó más para sí mismo.
—¡Dorimon!
—¿Cómo hizo un digimon para-...¡uoh?! —pero antes de que pudiera terminar, el digimon lo interrumpió, saltando con todas sus fuerzas a su cara. Theo a las justas pudo reaccionar, pero no lo soltó y sus pequeñas patas y dientes se enredaron en su cabello.
—¡Dorimon! ¡Me llamo Dorimon! ¡Ese es mi nombre!
—¡Bien, entiendo! —hizo un poco más de fuerza, pero el digimon no lo dejó —. ¡Entiendo, Dorimon!
Pero no fue hasta que lo llamó por su nombre que el digimon por fin dejó de morderle la frente. Theo estiró los brazos sin soltarlo y exhaló. Sus goggles habían caído a su cuello. El pequeño... ser era cálido, se dio cuenta.
—¿Cómo llegaste aquí, Dorimon? —intentó averiguar.
—Hm... —Dorimon lo pensó, cerrando los ojos en concentración y se tomó unos segundos, solo para después abrirlos de golpe —. ¡No tengo idea!
Theo casi pierde el equilibrio.
—Entonces, ¿por qué dijiste que me estabas buscando? —trató una vez más.
Dorimon alzó una de sus patitas y señaló hacia el cuerpo de Theo. Él había olvidado por completo el dispositivo en su bolsillo, cuyo brillo de la pantalla casi atravesaba la tela de su chaqueta.
—Por eso.
—¿Eso? —Theo frunció el ceño y volvió a dejar a Dorimon sobre otra superficie para sacar el dispositivo. No había sonado de nuevo, mas la pregunta seguía brillando en la pantalla.
Theo apretó los labios mientras intercalaba la mirada entre Dorimon y el dispositivo, tratando de hallar una conexión lógica. Pero mientras más pensaba, más preguntas surgían: ¿qué tenía que ver una cosa con la otra? ¿De dónde lo había llamado? ¿Siempre había estado ahí?
—Síp. Eres mi elegido.
Theo alzó ambas cejas.
—¿Y eso qué significa? —preguntó, aunque por cómo Dorimon había empezado a rodar sobre la cama justo después de decirlo, por alguna razón ya se imaginaba la respuesta.
—Quién sabe...
Al final, solo terminó suspirando, resistiendo una sonrisa. Era como tratar con un infante, pero las palabras de su padre no dejaban de sonar como un eco en el fondo de su mente: "tu madre nunca debió confiar en ellos". Theo desvió la mirada. Lo mejor sería reportarlo, ¿no? Un digimon no podía vivir dentro de la barrera, solo causaría problemas. Su padre se enojaría mucho si lo descubría, ni qué decir de la Resistencia o la Directiva, además...
—Theo... una cosa más.
—¿Hm? —Theo alzó la mirada, quizá con un poco de esperanza en saber algo más de la loca situación.
Y Dorimon se levantó de un salto, solo para volver a dejarse caer a un lado, emulando a alguien absurdamente agotado.
—Tengo hambre.
Theo se quedó sin palabras. En serio, eso era lo único en lo que se parecía a lo que su padre le había contado.
Con pereza observó la hora. Él tampoco había cenado. No le haría daño a nadie si le daba de comer, ¿no? Además, no había manera en la que llegara a alguna de las guardias a tiempo sin meterse en problemas. Ya al día siguiente lo reportaría.
O eso pensó, pero la verdad es que le resultó tan entretenido tener a alguien con quien desayunar después de todas esas semanas que se le olvidó por completo. No es como si fuera una compañía particularmente interesante, pero era genuina. Dorimon parecía que realmente solo estaba ahí por él, por más que los panqueques se robaran toda su atención.
Lo recordó, sin embargo, cuando de camino a clases pasó por una de las entradas más conocidas hacia los túneles subterráneos. Dos agentes de la Resistencia parados haciendo guardia, obviamente de rangos menores al de su padre, y tragó saliva, avanzando a paso veloz.
No podía no sentirse un poco culpable y hesitante, apretando los dedos en las correas de su mochila y agachando la cabeza como si eso fuera a ayudarlo a desaparecer. En teoría estaba poniendo a los humanos en peligro, después de todo, y no sabía lo que podía pasar si llegaban a intervenirlo. En el peor de los casos quizá hasta podrían expulsarlo.
Tragó saliva y pensó en lo que Aina haría...
—¿Estás bien, Theo? —y la voz aguda de Dorimon casi lo hizo saltar.
—¿Qué haces...? —iba a responder en impulso, pero rápidamente se puso la mochila por delante y evitó que Dorimon sacara la cabeza, no queriendo llamar la atención. No fue difícil, pero probablemente las personas que lo vieron se preguntaron cuántas cosas estaba llevando. No fue hasta que estuvo dentro de la seguridad de su escuela, que volvió a hablar, esta vez en voz baja —. Creí haberte dicho que te quedaras en mi habitación.
Dorimon se encogió de hombros... Bueno, esa fue la impresión que tuvo, ya que claramente no tenía hombros.
—¡No puedo dejarte solo, es mi deber protegerte! —le contestó.
Theo suspiró. ¿Qué era eso de su deber? No podía entenderlo.
—Estás preocupado, ¿no es normal que pregunte?
—¿Y a quién se debe que esté preocupado? —cuestionó Theo, negando con la cabeza. Miró por sobre el hombro una última vez, hacia los de la Resistencia y luego volvió la vista a Dorimon. Podía reportarlo en ese momento. Fue un pensamiento fugaz, pero al mismo tiempo inquietante. Incluso si lo dejaba en su hogar, cabía la posibilidad de que su padre volviera de improviso, como el día anterior, y que lo encontrara de casualidad.
No tenía que ocultarlo, no tenía que cometer un crimen... porque lo era, ¿o no? Theo no estaba seguro de si se trataba de un vacío legal, pero si los digimon en el exterior eran malos, entonces un digimon en el interior no estaba permitido, ¿no?
Quizá debería...
—¡Hey, Merabe!
Pero antes de que pudiera terminar de decidirlo, sintió un peso sobre sus hombros y a alguien poniendo su mano forzosamente en su cabeza, empujándola hacia abajo. Theo escuchó a Dorimon gruñir, pero rápidamente abrazó su mochila más fuerte.
—¿Eh? ¿Qué tienes ahí? ¿Algo para tu novia? —el chico más alto preguntó. No le dejaban alzar la cabeza para ver quiénes eran, pero aunque lo hicieran, Theo estaba seguro que no podría ser capaz de recordar sus nombres por más de que probablemente hayan estado en el mismo salón en algún momento.
Theo estaba a punto de replicar que no sabía de qué estaba hablando, cuando otro chico habló:
—No, no. Su novia fue seleccionada, ¿recuerdas?
—OH, ¡cierto! ¡Mi error!
Apretó su mochila un poco más. Normalmente no lo agarraban de punto, ni siquiera creía que su intención fuera fastidiarlo adrede, simplemente no pensaban lo que decían, pero no podía no sentir una incomodidad en el pecho y eso bastó para aflojar su agarre en su mochila lo suficiente como para que Dorimon se escapara.
Theo casi entra en pánico, pero ocultándose estratégigamente sobre la rama de un árbol, de pronto Dorimon exclamó:
—¡Gotas de metal!
Lo que sea que empezó a escupir golpeó al chico que tenía su brazo sobre sus hombros y luego pasó al otro más bajo. Ambos gritaron variaciones de "¿qué está pasando?" y "¿qué es esto?" antes de alzar la mirada. Dorimon se escondió detrás de un nido de pájaros y ellos creyeron erróneamente que alguien les había tirado piedritas de las macetas del tercer piso.
—¡Seguro fue Phebes!
—No, ¡fue el pesado del aula del frente, yo lo vi!
Y sin despedirse ni nada, salieron disparados, casi tumbándolo al tomar impulso.
Theo los miró irse y luego volvió la vista a Dorimon, que orgulloso bajó de un salto a su mochila.
—¡Hmph! ¡Qué ruidosos! —dijo —. ¡Interrumpieron a Theo!
Theo parpadeó, sin palabras.
—¡Pff!
Solo para después echarse a reír. Dorimon inclinó la cabeza y seguramente muchos voltearon a mirarlo, pero esta vez no pudo evitarlo. Era todo muy absurdo después de todo.
—Me alegro —, Dorimon dijo después de un rato. Theo frunció el ceño, preguntando a qué se refería en silencio, a lo que el digimon sonrió —. ¡Es la primera vez que te veo sonreír!
—¿En serio? —Dorimon asintió y Theo dejó de sonreír. No exactamente porque de pronto se sintiera triste, sino porque era raro. Si era sincero consigo mismo, las últimas semanas simplemente las había vivido en automático. Como sea, solo terminó suspirando y aprovechó la soledad del pasillo para volver a hablar: —. Es natural —, contestó —. De todas maneras, si planeas quedarte conmigo, no tienes que dejar que nadie te vea.
—¿Por qué? —quiso saber Dorimon.
Theo se preparó para responder, pero las palabras no encontraron salida. "Porque los Digimon son peligrosos", esa fue la primera justificación que cruzó su mente, pero Dorimon no parecía representar más amenaza que una simple ardilla. "Porque a los humanos no les agradan los Digimon", pensó, mientras él mismo estaba ahí, conviviendo con Dorimon sin problemas. ¿Por qué, entonces? Era una incógnita para la que Theo carecía de una respuesta específica.
No sabía qué consecuencias podrían enfrentar él o Dorimon si los descubrían. Esta preocupación se mantuvo presente durante todo el día escolar y persistió incluso al ir a dormir, prometiéndose a sí mismo reportar la situación al terminar el día.
Pero la dinámica con Dorimon continuó evolucionando. El Digimon comenzó a jugar al escondite con Theo cada vez que lo veía abatido, esforzándose por animarlo. Se empeñaba en acompañarlo a la escuela, siempre escondiéndose en su mochila o en su capucha, aunque no era necesario, y jugaba bromas a sus compañeros, actividades que solo Theo notaba, y que le sacaban sonrisas discretas en medio de las clases.
Los días pasaron de esta manera hasta una mañana de fin de semana, cuando Theo despertó y no encontró a Dorimon a su lado, sino a un Digimon claramente diferente.
Él tragó saliva. Y ahora, ¿qué significaba esto?
—Has estado diferente —su padre comentó la noche de sábado, cuando volvió del trabajo. Estaba tomando una taza de café mientras él preparaba dos emparedados, y unos cuantos bocadillos más.
Quizá era porque casi nunca lo veía seguido, pero Theo sentía que se veía más viejo de lo que en realidad era, no solo por el incremento de arrugas en su rostro o las canas esparcidas en su cabello oscuro, sino también por las ojeras y su voz cansada.
Cada vez que lo comparaba con el hombre de la foto del refrigerador pensaba que no había manera en la que fueran la misma persona y, sin embargo, sabía que no podía ser de otra forma. Theo no era ciego, podía distinguir claramente qué rasgos había heredado tanto de su padre como de su madre.
—¿A qué te refieres? —preguntó sin mirarlo.
—Has estado comiendo más.
Theo tragó saliva y miró a todos lados buscando qué decir, llegando a la cesta de basura.
—He estado... practicando baloncesto en la escuela —casi se golpeó a sí mismo por el invento tonto.
Su padre se quedó en silencio dos segundos. Claro, no había manera en la que le creyera, era una mentira obvia, nunca había estado interesado en ese deporte...
—Ya veo. Así que ahora juegas baloncesto.
Pero claro, Theo rodó los ojos, no había manera en la que él lo supiera. Como sea, fingió que comía mientras esperaba a que su padre volviera al trabajo. No tenían ninguna regla establecida sobre comer solos o acompañados, o en el comedor o en las habitaciones. En ese punto, daba igual, pero Theo sentía que si se levantaba de pronto iba a ser raro.
Cuando su padre por fin observó su reloj de muñeca, él lo tomó como señal.
Rápidamente se dirigió a su habitación con los emparedados en manos. Normalmente solo llevaría uno extra, pero desde el día anterior, en el que Dorimon había digievolucionado, como él lo llamaba, el hambre de Dorumon había estado insaciable.
—Qué... —miró a su alrededor cuando abrió la puerta de su habitación. Su almohada había sido destruída, sus cajones estaban abiertos y Dorumon ahora estaba entretenido con papeles de un viejo cuaderno y crayones que hacía años Theo no veía.
Él presionó los labios. No estaba molesto en lo absoluto, sino hasta le parecía gracioso. Todos esos días con Dorumon habían sido divertidos, por decir lo menos, y una vez más había olvidado lo que era sentirse solo, pero...
—Los digimon buscan peleas por naturaleza —, la voz de uno de sus profesores sonó en su memoria, de más temprano en la mañana —. Por eso no pueden estar entre humanos.
—¿Y qué pasaría si uno se cuela? —él había preguntado.
—Hm... Probablemente se lo llevaría el DNR para investigarlo, o lo eliminarían. Pero no te preocupes, Merabe. Es imposible que algo así suceda, ¿bien?
Se lo había dicho en un tono reconfortante, como si Theo fuera un niño que había pasado toda la noche pensando en que la luna se iba a caer o que el sol iba a explotar, lo cual, por supuesto, no funcionó.
Theo se aproximó a Dorumon, extendiendo la mano para acariciarle la cabeza. Ya no era una pequeña bola de pelos después de todo, sino un ser similar a un dragón más grande que un perro. Los ojos del Digimon brillaban con curiosidad y un atisbo de preocupación, como si captara los sentimientos de Theo: la angustia que lo envolvía.
En ese instante, parecía como si Dorumon entendiera los pensamientos del chico incluso mejor que él mismo, lo que le provocaba más que una simple conexión y cierta clase de nostalgia.
La imagen de Aina invadió la mente de Theo mientras entregaba la comida a Dorumon, quien la aceptó con alegría. Le resultaba muy difícil creer que él pudiera convertirse en una amenaza indiscriminada para las personas, nada como lo que su padre había mencionado, pero al mismo tiempo podía percibir su ansia de lucha y exploración.
Theo le sonrió para que siguiera haciendo lo suyo y una determinación se afianzó en él.
No permitiría que se llevaran a Dorumon.
—Tienes que irte —le dijo y una de sus manos arrugó la tela de su pantalón, no esperando ese aguijón de tristeza en su corazón ni ese nudo en la garganta.
—¿Hm? —Dorumon no pareció entender en un primer momento. Así que Theo se vió forzado a explicar.
—Yo... Te ayudaré a regresar con los tuyos.
Miró al suelo.
No importaba que fuera a quedarse solo otra vez.
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