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I

Fuera de las barreras es peligroso.

Fuera de las barreras no hay en donde ocultarse de los digimon.

Fuera de las barreras, en el mundo exterior, no hay nada que valga la pena.

Es curioso cómo todos simplemente aceptaron esos hechos. 

Lo que hay más allá de las barreras, solo unos pocos pueden descubrirlo y hacerlo realidad.


Si a Theo le preguntaban si sentía algún tipo de interés por el exterior...

La respuesta era no.

Y claro, si alguien le hubiera dicho que ese día su vida daría una vuelta de 180 grados, tampoco se lo hubiera creído.

"... Y para concluir con el segmento de hoy, la Directiva les recuerda que—"

Theo silenció la radio cuando las noticias empezaron a dar el anuncio rutinario, el cual probablemente ya todos en las cúpulas se lo sabían de memoria: "La Directiva les recuerda que no deben acercarse a las barreras ni a los túneles sin supervisión. Caso contrario, serán intervenidos."

Dejó caer su mochila sin cuidado sobre el sofá y se dirigió a la cocina. Había una nota pegada en el refrigerador, la cual solo leyó por si había noticias de ella, pero cualquier atisbo de esperanza que pudiera tener desapareció al instante con solo ver las primeras letras. Una vez más solo se trataba de su padre indicándole que haría horas extra y que no lo esperara despierto, aunque, probablemente, ninguno de los dos recordaba cuándo había sido la última vez que lo había hecho.

Theo solo recordaba la última conversación relevante que habían tenido, ya meses atrás. Aunque, por supuesto, "conversación" solo era un disfemismo.

¿No puedes hacer nada para impedirlo? —él había preguntado, casi rogado, mientras veía la movilidad del DNR estacionado frente a la casa del frente —. Padre...

¡Theo! —ella lo llamó cuando salió de su casa. Más que llamarlo, pareció sorprendida de verlo ahí, lo cual en sí no sería raro. Intentó soltarse del agarre de sus padres, pero ellos solo siguieron empujándola con falsa delicadeza. Theo tragó saliva y solo pudo hacer el intento de ir hacia ella, de alcanzarla, de llamar su nombre... cuando su padre lo detuvo, tomándolo por la muñeca y evitando que otros agentes tomaran medidas más bruscas.

No —respondió a su pregunta anterior, sin despegar la vista del automóvil —. Debes dejar de ser egoísta. Esta es una gran oportunidad para ella.

Pero, ¿realmente lo era cuando ella claramente tampoco quería ir?

Theo agitó la cabeza y sacó el papel del refrigerador.

A lo que su padre se había referido era al programa de reclutas lanzado por una rama de la Directiva, el DNR, o Department of Noteworthy Recruits.

Era una oportunidad de oro, una cosa de locos, suerte de una en millones —según los profesores y todos los adultos. Pero la verdad era que hasta ahora ninguno estaba completamente seguro de cómo funcionaba ese nuevo sistema que habían implementado unos años atrás. Nadie sabía cómo o cuándo evaluaban, ni si realmente era lo que decían que era (pues no había pasado el suficiente tiempo para averiguarlo). A él no le gustaba ser la oveja negra del rebaño, realmente, pero ¿que acaso no les preocupaba en lo absoluto?

Theo estaba listo para arrugar el papel y botarlo a la basura, pero no contó con que el movimiento tosco también haría caer la única foto familiar que todavía mantenían. Apretó los labios al mirar una imagen de sí mismo cuando apenas tenía uso de razón, en brazos de su madre, con su padre abrazándolos. No sabía por qué era la única foto que su padre mostraba, pero tampoco es que dijese mucho el hecho de que solo era sostenida por un viejo imán en forma de pez payaso, al cual incluso se le había roto una aleta.

Theo se detuvo.

Si bien casi no recordaba a su madre, sintió un poco de pena. Lo poco que sabía era que era una investigadora de reconocimiento de la Directiva cuando falleció por el ataque de un digimon en el exterior. Su padre le mencionó una vez, quizás solo como desliz, que nunca debió confiar en esas criaturas para comenzar, pero jamás le había explicado a qué se refería.

El recordarlo terminó haciéndolo suspirar y desvió la mirada al reloj de pared. Como todavía tenía tiempo, decidió ir al ático. 

Aunque ese lugar de la casa siempre había sido un misterio para él, sabía que ahí encontraría un portaretratos, o al menos un imán más decente, para la foto de su mamá. Era raro que nadie se hubiese dignado a limpiar esa habitación desde que se mudaron a esa casa, pero en su defensa, él ya se encargaba de limpiar el resto de la casa cada vez que se empezaba a empolvar.

Una pequeña sonrisa se formó en su rostro mientras subía las escaleras.

Cuando los demás niños lo molestaban por quedarse en su casa todos los días, Aina lo defendía y luego de alejarlos, le bromeaba diciendo que sería un perfecto amo de casa algún día.

Su sonrisa se convirtió en una expresión abatida. Él creía que estaba acostumbrado a estar solo, pero vaya que se había mentido.

Como sea, como era de esperarse, lo primero que le dio la bienvenida en el ático fue una puerta medio trabada y una telaraña del tamaño de su cabeza, que casi lo hace tropezar. Las cosas que estaban acumuladas ahí llevaban años sin revisarse. Theo estaba seguro que la mayoría le pertenecían a personas que habían vivido ahí antes que ellos, pero hacía tiempo que había dejado de creer que fantasmas aparecerían para reclamarle por el cuidado de sus pertenencias. 

Hacía tiempo que había dejado de creerlo, pero entonces, cuando por fin parecía encontrar un marco del tamaño adecuado, la primera cosa rara del día sucedió cuando algo se movió detrás de él. Theo saltó cuando un libro cayó haciendo un ruido raro y levantando una pequeña nube de polvo. 

Que eso casi le dio un paro cardiaco era decir poco, pero de alguna forma bastó para picar su curiosidad. No todos los días era testigo de un evento paranormal, mucho menos uno que desafiaba las leyes de la física. El libro no se había abierto al caer, pero tampoco había caido en dos momentos como para que lo anterior tuviera sentido. Con cuidado, con las tablas viejas rechinando bajo sus pies, se acercó para recogerlo, y lo primero que notó fue que no pesaba tanto como su volumen parecía indicar. Era un libro grueso, incluso de tapa dura, aunque con las esquinas malgastadas y los bordes de las hojas amarillentos. El título apenas se veía, pero tenía la sensación que realmente no importaba cuando lo abrió.

—¿Huh? —y eso fue lo que salió de sus labios cuando, en lugar de encontrar hojas completas, las escontró con un agujero en el medio. Un agujero que rodeaba un dispositivo raro que jamás había visto en su vida. Parecía uno de esos dispostivos que su padre usaba para comunicarse con sus compañeros, pero tenía una pantalla relativamente grande para su tamaño. Cuando lo tocó, el aparato pareció reaccionar, emitiendo un sonido agudo, rítmico, que casi lo hizo soltar el libro otra vez.

Y una pregunta extraña brilló en la pantalla cuando se encendió: "¿quieres evolucionar?"

—Entonces, ¿simplemente lo guardaste y lo trajiste aquí? —Myah Aishlynne, su compañera de clases, con la que solo había terminado cruzando palabras porque se sentaba a su lado, alzó ambas cejas. 

Theo observó el dispositivo dentro de su mochila. De color negro con detalles anaranjados y un par de inscripciones que no podía leer, por detrás tenía un símbolo raro, dos círculos entrelazados con lo que parecían ser estrellas de cuatro puntas a los lados. Lo único que había atinado a hacer cuando la alarma sonó fue guardarlo en su bolsillo para pensar en ello luego. Después de un rato sin tocarlo, la pantalla se había vuelto a oscurecer.

—Solo... No supe qué hacer —él se encogió de hombros —. Luego le preguntaré a mi padre.

Ella lo miró por un par de segundos en silencio, como si estuviera analizando lo que iba a decir a continuación, y acomodó su cabello castaño detrás de su oreja antes de suspirar.

—Deberías esconderlo bien, sabes lo estrictos que son.

Theo asintió reflexivamente. Dada la atracción de los Digimon por la tecnología digital, los protocolos de control en las cúpulas eran rigurosos. En teoría, era su obligación reportar lo que había encontrado, ya que se trataba de un dispositivo digital que podría desequilibrar el funcionamiento de las barreras o atraer a otros digimon más peligrosos. Sin embargo, no creía que lo que había encontrado, con lo pequeño que era, pudiera tener repercusiones significativas. Sobre todo cuando se trataba de algo que siempre había estado ahí.

Oyó a Myah tomando una profunda respiración mientras acomodaba sus libros y Theo ya estaba dando la conversación por terminada, cuando ella volvió a hablar:

—Y... ¿has sabido algo de, um, tu amiga? —fue cuidadosa al decirlo, como si no quisiera incomodar. Y Theo casi sonrió por inercia.

Myah era una persona sumamente empática, después de todo. 

Aunque él había empezado el año escolar por primera vez sin la vibrante presencia de Aina a su lado, alentándolo a conectar con sus nuevos compañeros, le había resultado sorprendentemente sencillo hablar con Myah. Entre todos, ella se destacó como la única persona que genuinamente preguntó, sin presumir la felicidad de Aina al marcharse. 

No asumió simplemente que Aina o que él estaban contentos con la situación, porque ni siquiera los conocía cuando la noticia de que una alumna de un año superior había sido seleccionada se expandió como fuego. En cambio, se tomó el tiempo para entender y escuchar, ofreciendo un oído atento y una perspectiva comprensiva cuando Theo terminó contándole, en un momento de soledad, lo que en realidad había pasado, por más que él temió que fuera a reprocharle su egoísmo tal y como su padre lo había hecho, o que fuera a enojarse cuando se diera cuenta que no recordaba su nombre por más de que se había presentado más temprano.

Probablemente solo se había acercado a él por pena, pero no importaba ya.

Así que él negó con la cabeza para responder.

Aunque tenía entendido que el viaje entre cúpulas podía tardar días, incluso semanas por la planificación de recursos que se requería, se le hacía raro que siendo algo directamente supervisado por la DNR, no estuviera mejor organizado. Habían pasado dos meses ya, y no le había llegado ni una sola carta cuando hasta su padre había podido comunicarse con él las veces que tuvo que ir a apoyar a la Resistencia en algunas de las otras intersecciones. 

Sus ojos azules lo miraron con simpatía, quizá hasta tristeza por el tiempo que se tomó en responder, pero para cuando Theo iba a decirle que no se preocupara, el profesor ingresó al aula para dar inicio a la clase.

La segunda cosa rara del día de la que Theo fue consciente fue cuando vio las luces encendidas de su hogar y supo que, después de mucho tiempo, su padre había regresado temprano. Incluso antes que él volviera de la escuela.

De hecho, notó al entrar, todas las luces de la casa estaban encendidas. Los cajones estaban abiertos, los muebles movidos... 

—¿Qué estás haciendo? —fue lo primero que salió de su boca cuando su padre bajó por las escaleras. No planeaba sonar hostil ni nada por el estilo, pero igual no fue algo a lo que su padre le tomara importancia.

El hombre todavía miraba a los alrededores cuando lo escuchó.

—Ah, bienvenido. Por casualidad no habrás... —Theo inclinó la cabeza, esperando a que terminara la pregunta, pero justo en ese momento, las luces, todas las luces tanto del interios como de las calles se apagaron. 

Ambos miraron hacia el techo instintivamente. Las barreras no eran infalibles el 100% de las veces, lo sabían, pero aun así era más que bastante raro presenciar apagones en toda la cúpula.

Luego de unos segundos, menos de un minuto, sin embargo, se volvieron a encender. Por un rato más reinó el silencio en todos lados, al menos hasta que su padre exhaló y volvió a tomar su chaqueta.

—Eso no fue normal. Voy a ver qué pasa —dijo, olvidando completamente sobre la pregunta que le iba a hacer y se dirigió sin decir ni una sola palabra más hacia la puerta. 

Theo frunció el ceño. Como usualmente pasaba con la radio, cada vez que su padre tenía que salir olvidaba por completo lo que estaba haciendo antes y a él le tocaba ordenar. Unos meses atrás no le habría importado, ahora que siempre estaba solo, empezaba a irritarle de sobremanera.

Entonces, antes de que pudiera volver a su habitación solo para dejar sus cosas, el sonido rítmico del dispositivo que había encontrado más temprano lo hizo detenerse y una pequeña espina de culpa le hincó la consciencia, ¿y si ese dispositivo había causado el apagón? 

Tarde o temprano igual tendría que decirle, se recordó a sí mismo, y suspiró, buscando el dispositivo en el fondo de su mochila. La pantalla brilló cuando lo tomó y dió media vuelta para seguir el camino de su padre, dispuesto a llamarlo, cuando de repente las luces volvieron a parpadear y algo se cruzó en su camino.

Él solo se distrajo por medio segundo, en verdad, pero fue suficiente para olvidarse no solo de sujetarse de algo, sino de poner sus manos como reflejo.

¡Bam!

—Ay... —cayó de golpe. 

Se hubiera muerto de vergüenza de estar en la calle o con alguien más, pero por suerte su padre había juntado la puerta y él estaba sólo... O eso pensó, cuando una voz aguda lo hizo levantar la cabeza.

—¿Mm? ¿Estás bien?

—¡¿Uh?!

Una bola peluda con orejas puntiagudas y ojos amarillos y redondos de pronto se encontraba observándolo fijamente, esperando una respuesta, y la cinta de sus goggles jalando su cabello por la posición era la única razón por la que sabía que no estaba alucinando ni soñando.

Theo amplió los ojos y se sentó lentamente, observándolo de regreso. Como una avalancha, todas las historias e imágenes que le mostró su papá aparecieron en su mente. 

Tragó saliva, las palabras apenas saliendo de su boca.

—Un... Un digimon...

Pero.

El digimon inclinó la cabeza, o eso pareció porque Theo no estaba seguro de en donde terminaba su torso y comenzaba su cuello. Ni siquiera se le ocurrió llamar por ayuda. No solo no sentía que estuviera en peligro, sino que estaba completamente atónito.

—¡Dorimon! ¡Me llamo Dorimon, te estuve buscando Theo! —el digimon dijo, saltando enérgicamente.

Theo abrió la boca y luego la cerró.

¿Cómo es que este digimon había atravesado la barrera?

No...

¿Cómo es eso de que lo estaba buscando?

Entonces, el dispositivo en su bolsillo volvió a sonar y Theo escuchó las pisadas de su padre volviendo de la calle. Definitivamente, si alguien le hubiera dicho que ese mismo día presenciaría cuatro eventos raros, no lo hubiera creído.

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