Veintiocho | Melocotón
Melocotón o durazno. (?) Como lo conozcan.
"Tu sombra, sin embargo, ya no te sigue. En algún momento te ha abandonado silenciosamente. Tú haces como que no te das cuenta, pero sí te has dado cuenta. Tu jodida sombra ya no va contigo, pero bueno, eso puede explicarse de muchas formas...", 2666.
Izzy se había convencido de que se estaban acercando a aquel claro al que le habían asegurado que debían ir, pero por muy convencido que estuviese, el viaje le estaba agotando y el hambre de su estómago parecía robarle más atención de lo que su mente inquieta solía hacer. Para su desgracia, las quejas continuas de Mimi a su lado no ayudaban, por mucho que supiera que no podía recriminárselo; él también quería quejarse, aunque él sí había podido dormir. Además de que pensaba pedirle que, cuando llegaran al claro, se teletransportara para encontrar a todos sus amigos y los llevara hasta ese claro. De poco le servía hacerlo antes de llegar al claro si después tenían que decidir entre todos cuál era el mejor camino para llegar.
Se detuvo cuando dejó de ver a Mimi por el rabillo del ojo y se giró para mirarla: se había agachado de cuclillas una vez más y había dejado caer la cabeza entre sus rodillas.
–¿Qué pasa ahora? –Resopló él.
Ella levantó la cabeza con la mirada todavía clavada en la tierra, y señaló con un dedo algo que parecía imperceptible a ojos de Izzy.
–Alguien se ha comido una ciruela –le dijo.
–¿Qué? –El ceño del chico se arrugó y ella ladeó la cabeza.
–O un melocotón.
–¿De qué hablas? –Se acercó hasta ella y se agachó a su lado.
–Mira, es un hueso de alguna fruta.
El pelirrojo observó lo que le señalaba y, efectivamente, parecía el hueso de una ciruela o de un melocotón. Su apetito pareció aumentar.
–La China –miró a su alrededor en busca de algún árbol que tuviera más fruta, pero no lo encontró–. El melocotón es originario de China.
El estómago de Mimi rugió a su lado.
–¿Crees que se lo habrán comido los demás?
–Es difícil saberlo, pero supongo que puede ser –Izzy observó el hueso de la fruta con detenimiento, y luego prestó atención a la tierra, que parecía removida en zonas por las que ellos no habían pasado. Escrudiñó de nuevo a su alrededor–. Sea quien sea, tiene que haber pasado por aquí hace poco.
Los arbustos a su derecha se agitaron y ambos se levantaron sobresaltados. Allí, saliendo de entre los matojos, Jake los miraba con expresión cansada.
El grupo más grande se puso en marcha tras encontrarse con Yolei y Ken, que parecían haber presenciado todo el espectáculo mientras el chico, tímidamente, había ido recobrando el ánimo ante la adrenalina que le transmitían sus amigos y las tonterías que hacía Davis. Yung les había asegurado que debían continuar hasta un claro cercano en el que, según las palabras del Maestro, debían encontrarse todos tarde o temprano. No tardaron mucho más de diez minutos en llegar, así que aprovecharon para sentarse y descansar. A su alrededor, tan solo un círculo de árboles los rodeaba. La tierra por aquella zona parecía más seca de lo que la habían visto hasta el momento, y la luz del sol lograba pasar a la perfección hasta ellos ante la ausencia de árboles interfiriendo. En el centro apenas había algunas pocas rocas pequeñas y arbustos que no sobrepasaban, quizás, el cuarto de metro de altura. Ken se sentó al lado de la roca más grande, cercano al centro del claro, y los demás hicieron un círculo con él. A su lado, Yolei se llevó las uñas a la boca y empezó a mordérselas. Cody se había quedado de pie frente a él y había cruzado los brazos con gesto serio y pensativo.
–Cody –se armó de valor para hablarle, y todos le dirigieron una mirada atenta–, ¿puedo hablar contigo?
El menor del grupo dobló las piernas hasta sentarse sobre sus rodillas y, mirándolo a los ojos, respondió:
–Si es sobre lo que ocurrió... no te preocupes, Ken. Entiendo que este mundo puede sacar lo peor de cada uno.
–Ese no era yo –negó con la cabeza y Yolei se agarró a su brazo–. Yo no soy ese.
Cody hizo un pequeño gesto de asentimiento con la cabeza.
–No te preocupes –desanimado, le dedicó la sonrisa más sincera que pudo ofrecerle. En realidad, para él Ken siempre sería Digimon Emperador, por muchos cambios que hubiera dado el chico a través de los años. Y Whisimbell se lo había demostrado: en el fondo, aquel monstruo seguía ahí–. También debió ser horrible para ti.
Ken bajó la mirada hasta la tierra seca y notó las manos de Yolei aferrarse con más fuerza a su brazo. Siempre conseguía traerlo a la realidad, y él no pudo hacer más que inspirar hondo y posar su mano sobre la de ella para agradecerle su apoyo.
Estaba cansado de sí mismo, de todo lo que tenía que soportar por no ser capaz de perdonarse y de dejar el pasado atrás. Como si la carga de todo lo que hizo alguna vez fuera a acompañarlo hasta la muerte, en un matrimonio que no quería pero que, aunque le doliese admitirlo, había escogido él mismo tiempo atrás. Y lo escogió con todas sus consecuencias; las mismas consecuencias que estaba pagando todavía a día de hoy. Apartó su mano de la de Yolei y dejó caer su frente sobre su palma. El pelo le cubrió los ojos y su codo se clavó sobre su regazo sin miramientos, pero estaba tan enfrascado en su mente que no era capaz de obedecer las señales de su cerebro que le decían que apartase el codo de ahí. Frustrado, cerró los ojos para frotarse la cara con la mano y los volvió a abrir para observar desde ahí el color de su traje, del mismo que el emblema de la Bondad. La Bondad, le murmuró a sus pensamientos. ¿La Bondad lo convertía en Digimon Emperador o lo curaba de ser quien había sido? Siempre le quedaría esa duda.
La mano de Yolei se desplazó a su rodilla y él regresó de nuevo al presente.
–Yo creo que tu poder será el de molestar tanto a los demás que acabarás con ellos –le decía a Davis–. Así, de sopetón –TK se reía de su broma mientras ella movía su mano libre en el aire, gesticulando las explosiones que se imaginaba que ocurrirían con quienes se viesen afectados por el poder del chico con el pelo pincho–. Como haces ahora, pero más fuerte.
Davis entornó los ojos mientras la miraba fijamente y se mantenía estático.
–¿Qué hace? –Le preguntó Pandora a TK.
–Creo que está intentando acabar con Yolei.
–Calla, ya casi lo tengo –le recriminó Davis, y los demás estallaron en carcajadas. Ken rio también, y la mano de Yolei hizo presión sobre su rodilla.
–Yung –habló Kari en voz baja. La sonrisa del chico se dirigió hacia ella, que le hablaba desde su derecha con la cabeza gacha–, ¿crees que los demás vendrán?
–Eso me dijo el Maestro. Supongo que no mentiría.
La chica dudó antes de mirarlo. Aun a pesar de que lo parecía, todavía le costaba creer que estuviese presente. Sus ojos le devolvieron una mirada que reconoció como suya, pero en la que había algo que era indiscutiblemente distinto. Algo había cambiado en el chico que alguna vez había sido su novio, y antes de eso un gran amigo. Con miedo de comenzar a soltarle preguntas delante de todos que ninguno estaba preparado para oír en un momento como ese, bajó la mirada. Al otro lado de Yung, se encontró con los ojos de TK fijos en ella. Sus iris azules la miraban con la complicidad de quien entiende que, en ese momento, el mundo de Kari se estaba tambaleando de una manera que hacía ya tiempo que no ocurría. El rostro del rubio se tornó en algo tranquilizador, y Kari se descubrió inspirando hondo y calmándose. TK le mostró una pequeña sonrisa y ella cerró los ojos durante un segundo e inclinó la cabeza de manera casi imperceptible para que el chico lo entendiera: le daba las gracias.
Algunos minutos más tarde, Cody escuchó un ruido y les indicó a todos que guardaran silencio. Se pusieron en pie y centraron su atención entre los árboles que los rodeaban, atentos a cualquier pequeño ruido que les indicase que no estaban solos. Kari desapareció de nuevo sin darse cuenta y Davis tuvo que tantear el aire para buscarla y creérselo: el solo pensamiento de querer esconderse provocaba que su poder se activase. La chica apareció entre ellos al darse cuenta. En ese momento, Ken escuchó también un ruido y alzó el brazo hacia la zona opuesta por la que habían llegado, para indicarles a los demás por qué zona creía haberlo oído. Cody entonces agarró a Kari del brazo y la arrastró consigo para introducirse juntos en el bosque, con todo el sigilo que pudieron y cerca de la zona que les había indicado Ken. Le indicó que se hiciera invisible y la chica lo entendió: usó su poder y comenzó a alejarse de él para investigar su alrededor sin hacer ruido. Desde ahí y tras dejar a Cody atrás, oculto entre los matojos, le echó un vistazo a la zona y pudo ver algo que, en realidad, sí esperaba: Izzy, Mimi, Ari, Jake y Pelumon caminaban hacia ellos a lo lejos. Sin pensarlo, se dio la vuelta y corrió hasta Cody con menos cuidado que antes. Se hizo visible a sus ojos y, tras el sobresalto, lo agarró del brazo y lo arrastró con ella para mostrarle quiénes eran. Cuando Cody los vio, no se lo pensó y se presentó frente a ellos para recibir el sobresalto de los cuatro, porque Pelumon parecía no inmutarse.
–¡Cody! –Se sorprendió Mimi, que de manera automática buscó a más de los suyos.
–TK y los otros están en un claro –señaló con el dedo–. Está aquí al lado.
Kari se hizo visible frente a ellos y los sobresaltó.
–¿Invisibilidad? –Adivinó Izzy.
No se lo pensaron y, juntos, fueron a encontrarse con ellos y regresaron al claro entre preguntas. Cuando llegaron, Izzy y Mimi se quedaron paralizados ante la presencia de Yung. Izzy abrió la boca para decir algo, pero no se atrevió a articular palabra y Mimi se le adelantó:
–¡Yung! –Gritó corriendo a abrazarlo– ¡Estás bien! –El chico la recibió con los brazos abiertos y una sonrisa.
–¿Es real? –Izzy les frunció el ceño a sus amigos con suspicacia.
–Eso parece –Davis asintió con la cabeza.
Ari y Jake se sentaron sobre las pequeñas rocas que custodiaban el centro del claro y, a su lado, Jake y Pelumon habían dejado dos grandes hojas que habían usado como bolsas para cargar distintas frutas. Mimi se acordó de ellas entonces y arrastró a Yung consigo. De esta forma, se sentó delante de la comida con las rodillas hincadas en la tierra y le indicó al muchacho que se sentara a su lado, pero Izzy la detuvo con velocidad antes de que él la obedeciera.
–Mimi, espera –le llamó la atención a su lado–. Tienes que ir a por los demás.
–Jo, ¿tiene que ser ahora? –Refunfuñó– ¿No puedo comer algo antes?
–Tiene que ser ahora –Izzy la miró como si le recriminara a su hija que no hubiera hecho los deberes del colegio–. ¿No quieres encontrarte ya con los demás?
Mimi se mordió el labio al mirar la fruta delante de ella.
–Sí, claro –admitió levantándose–. Pero no empiecen a comer sin mí –le advirtió. Izzy puso los ojos en blanco.
–No, Mimi, te esperaremos.
–Vigílalo, Yung –le pidió, y el chico amplió su sonrisa antes de afirmar.
–Por supuesto.
Mimi se concentró para pensar en Sora y, de un instante a otro, desapareció del claro. Izzy dirigió su ceño fruncido hacia Yung y la sonrisa de este desapareció.
–No voy a saber responderte a nada –le advirtió el moreno, como si leyera en sus ojos las múltiples preguntas que debían estar pasándosele por la mente.
–No se acuerda de nada de lo que pasó en estos años –le explicó Kari acercándose.
Izzy alternó su mirada entre uno y otro, como buscando en ellos las respuestas a las preguntas que nadie parecía poder responder y, con la mente hecha un lío y el estómago vacío, terminó sacudiendo la cabeza.
–No es momento para hablar de eso ahora –dijo, más hacia sí mismo que hacia Kari y Yung–. Lo hablaremos cuando salgamos de aquí.
Jake se acuclilló delante de Ari con una fruta en la mano y, desobedeciendo por completo la advertencia de Mimi, se la tendió para ofrecérsela. Ella negó con la cabeza.
–Tienes que comer algo –insistió él. Desde que Pelumon había vuelto con su cargamento de fruta, Jake había estado insistiendo en que debía comer algo, pero ella se negaba ante las náuseas que le producían el simple hecho de verlas. TK se acercó y se sentó donde antes estaba Jake.
–Jake, que no puedo comer nada –le repitió con los brazos cruzados con cuidado sobre su tripa revuelta–. Voy a vomitarlo.
–¿Qué tienes? –Le preguntó su amigo a su lado.
–Llevo con náuseas desde que me desperté.
–Lleva sin comer desde que vinimos a este mundo –le recordó Jake–; es normal que esté así.
–Y Jake quiere que te vomite encima otra vez –bromeó ella.
–¿Como cuando teníamos siete años? –Recordó TK riéndose– Creo que podré soportarlo. Pero estoy de acuerdo con Jake, deberías intentar comer.
La cara de Ari se arrugó en una mueca de asco ante el melocotón en la mano de Jake, y en ese momento Mimi apareció en el claro junto a Tai, Matt, Sora, Joe y Olympia.
–Done! –Mimi se abalanzó sobre Sora para abrazarse a ella como acababa de hacer segundos antes, y la pelirroja le correspondió el abrazo con una sonrisa.
Tai escrudiñó una a una las caras de todos los presentes en el claro hasta que encontró la que buscaba. La sorpresa se instauró en su rostro en tan solo un instante, y su cuerpo pareció acompañarlo al inclinar el tronco hacia la derecha y alzar los brazos sin saber muy bien qué hacer con ellos. Matt también se sorprendió a su lado, Joe se llevó las manos a la cabeza y Sora se separó de Mimi para comprobarlo por ella misma. La expresión de Tai se arrugó, mientras su boca se abría y se entrecerraba en un intento constante por decir algo, pero su mente no parecía querer aclararse y no se decidía acerca de lo que debía decir.
–Yung... –Sora se acercó hasta él para abrazarlo.
–¿Cómo es posible? –Soltó Joe con los brazos extendidos hacia Yung– Pero, él... nosotros... ¡arg!
–Ya te dije que no mentía –le recordó Mimi a su lado–. ¡Es Yung! –Sonrió.
El brazo de Tai se extendió hacia el chico mientras su boca se abría una vez más, y Matt lo miró con la misma expresión de incredulidad que tenía su amigo. Y, aunque continuaba intentándolo, de la boca de Tai tan solo salieron sonidos de confusión y ninguna palabra coherente. Matt sacudió la cabeza y miró a su hermano pequeño, que continuaba sentado junto a Ari, antes de devolverle la mirada a Yung. Confundido, se acercó a él y lo miró de cerca: parecía realmente incómodo al sentirse la diana del grupo, pero aun así pretendía aparentar que no pasaba nada y que no le afectaba todo lo que estaba pasando. Como siempre, él también callaba más de lo que podía decir, y Matt creyó ver en él al mismo chico que había sido elegido como portador del emblema de la Oscuridad tiempo atrás. Tragó saliva al darse cuenta de su traje negro y, apiadándose de él por tener que verse en una tesitura en la que a Matt nunca le gustaba estar, lo abrazó también. Yung tan solo le devolvió el abrazo y le dedicó una sonrisa como respuesta. Joe se encontraba al lado de Matt cuando se separaron.
–No sé qué está pasando –confesó–, y no estoy seguro de querer saberlo. Pero espero que hayas estado bien.
Yung se encogió de hombros.
–No lo sé –le respondió–. Supongo que sí y que por eso estoy aquí.
La cabeza de Joe se movió de arriba abajo con el gesto serio y en un movimiento involuntario. Le dio un par de golpes en el hombro. Tai se llevó las manos a la boca detrás de ellos, y Mimi le dio un golpe en el brazo.
La boca de Tai se abrió de nuevo.
–¿Es...? –Logró articular– ¿Es de verdad? –Miró a Kari al hacer la pregunta, pero se desvió hacia Izzy antes de que su hermana pudiera responderle– No será un robot de los tuyos –lo acusó.
Izzy puso los ojos en blanco.
–¿Desde cuándo creo androides, Tai?
–No lo sé, Izzy. Cada día inventas cosas más raras. Esta es una de tus bromas, ¿verdad?
–Tai –Kari lo llamó desde el fondo en tono serio. Se había cruzado de brazos y, a juzgar por su mirada, no tenía la paciencia necesaria para soportar nada de eso. Tai trató de relajarse y tragó saliva en el sitio antes de mirar de nuevo a Yung.
–No soy un robot –le dijo el chico–, ni una broma de Izzy. Pero entiendo que no termines de creértelo.
Tai no fue capaz de responderle. Se le quedó mirando una vez más, esta vez con gesto grave y con la boca cerrada, y Yung no pudo evitar desviar la vista de él.
–Bueno –el líder del grupo relajó los músculos de la cara y se rascó la nuca con una mano–. Lo siento, Yung. Bienvenido de nuevo al grupo.
Jake se puso en pie todavía con el melocotón en la mano.
–¿Quién es? –Ari le preguntó a TK a su lado.
–Claro, no les hemos presentado –se dio cuenta y se levantó al lado de Jake–. Yung, ella es Pandora, una amiga mía.
La chica lo saludó al lado de Davis, y Yung le devolvió el gesto.
–Amiga –murmuró Tai. Matt le dio un golpe en el brazo.
–Encantada; soy Olympia –añadió la rubia con timidez.
–Supongo que ellas dos son las que vinieron por error –murmuró Yung.
–Y ellos son Ari y Jake –concluyó TK.
Davis terminó explicando lo que estos dos últimos les habían contado a ellos; aquello que supuestamente ocurrió entre 2005 y 2006 y que nadie más que ellos dos recordaba. Yung entornó los ojos desde su posición.
–¿Y no son niños elegidos? –Preguntó.
–No; él es un alien –Ari señaló a su novio.
–Medio alien –enfatizó él. Se había cruzado de brazos frente a ella, y Yung no podía dejar de mirarlos. Ni siquiera apartó la mirada de ellos cuando Mimi pasó a su lado para acercarse corriendo a la fruta, y un corro después de ella se congregó alrededor de la comida que Pelumon les había conseguido. Jake notaba claramente sus ojos fijos en él, pero aun así no apartó la mirada de su novia enferma, que le hablaba desde abajo con mucho mejor ánimo del que había tenido en todo el día.
Una mano sobre el brazo de Yung fue lo único que lo hizo apartar los ojos de ellos: a su lado, Sora le sonreía de manera cálida.
–¿Quieres comer algo? –Le preguntó.
–Claro –el chico le devolvió la sonrisa y la siguió hasta el corro de elegidos que había empezado a dispersarse tras conseguir un par de piezas por persona.
Al pasar al lado de Jake, el rubio pudo notar cómo su mirada se clavaba de nuevo en él de manera directa, como si estuviese analizando algo en él de una forma tan intensa que hubiera jurado que tan solo quería encontrarse con su mirada para declararle algún tipo de guerra. Pero, en su lugar, Jake no dejó de conversar y reír con su novia en ningún momento, fingiendo que no era consciente de esos ojos fijos en él. Cuando Yung pasó por detrás de él, Jake alzó la vista y giró hasta mirar cómo su espalda se unía al corro alrededor de la fruta. Ari se levantó con dificultad y también miró a Yung.
–¿Qué ha sido eso? –Le preguntó a su novio.
Jake entornó los ojos y, pensativo, ladeó la cabeza ligeramente. Después miró a Ari sin descruzar los brazos.
–No lo sé –confesó, y devolvió la mirada al elegido de la Oscuridad–. Hay algo raro en ese chico.
–Sí, no necesito ser un sombra para darme cuenta –apoyó la cabeza con desgana sobre su brazo–. Pero ¿raro en qué sentido?
Jake meditó durante unos segundos. La sensación que había sentido cuando Yung le miraba la nuca debía ser parecida a que alguien le apoyara un tubo de metal frío en ella después de que hubiese corrido una maratón y, por extraño que pareciera, era una sensación que le resultaba terriblemente familiar. Inspiró hondo para borrarse esa sensación de la piel y divagó entre decenas de posibilidades que no tenían ningún tipo de sentido. Kari se acercó hasta ellos con cuatro piezas de fruta y se las tendió.
–Yo ya comí hace unas horas, pero gracias –le dijo Jake, que devolvió la mirada rápidamente a Yung.
Ari aceptó las dos piezas de fruta que le correspondían, pero esta vez no puso cara de asco ni se dio cuenta de que Jake continuaba teniendo el melocotón.
–Kari, ¿podemos hacerte una pregunta? –Le dijo Ari antes de que se marchara.
–Claro, dime.
Ari pensó durante dos segundos antes de formularla.
–Ese chico...
–¿Yung?
–Eso, Yung. ¿Es de fiar? –Soltó.
Jake también miró a Kari esta vez, esperando su respuesta. La elegida de la Luz le dirigió una mirada rápida al chico, que conversaba como si nada junto a Yolei y Ken.
–Sí, claro –respondió–. Es uno de los nuestros. ¿Por qué?
Ari miró a Jake, pero él tan solo le sonrió a Kari.
–Por nada –le dijo–. Es solo que nos pareció rara la reacción de tu hermano.
–Entiendo –el tono de Kari tenía un matiz triste, pero le devolvió la sonrisa–. Es que pasaron muchas cosas con él, pero es de fiar.
Kari se marchó y Ari dejó las frutas a sus pies y cruzó los dedos de sus manos sobre el hombro de Jake para mirarlo directamente. El rubio había vuelto a Yung.
–¿Por qué no le podemos decir la verdad? –Le preguntó Ari– Si se puede saber.
Jake le devolvió la mirada.
–Porque no estoy seguro de lo que pasa con él –le explicó–. Kari parece que está convencida de que es uno de los suyos, y a pesar de la sorpresa y de las reacciones, todos han aceptado que haya vuelto sin rechistar. Puede que sea este mundo, su emblema, o que tan solo haya sido mi imaginación.
–Yo también vi cómo te miraba –reprochó–. No fue tu imaginación.
–Bueno, a lo mejor le gusto –bromeó él.
Ari le golpeó el pecho con una mano.
–No le culpo –se encogió de hombros.
–Si sigues sin comer tendré que plantearme dejarte por él –le mostró de nuevo el melocotón.
Ari miró la fruta con una pequeña mueca de duda entre los labios. Resignada, aceptó.
Todos se habían buscado un hueco en el claro en el que sentarse a comer, y habían terminado repartiendo las frutas que sobraron entre todos. Por suerte, Ari parecía haber recuperado un poco el apetito y sus náuseas no la obligaron a vomitar la fruta en ningún momento. Al contrario: como había dicho Jake, le había sentado bien. Al cabo de algunos minutos, Tai se levantó y dio dos palmadas en el aire para llamar la atención de todos.
–Bien –dijo–, cerebrito, ¿para qué se supone que nos han mandado hasta este sitio?
Izzy tragó el último trozo de fruta y se puso en pie. De pronto más nervioso de lo que pensó que estaría, inspeccionó las caras de todos uno a uno antes de decir lo que él y Mimi habían descubierto en la torre.
–¡Nos están grabando! –Se le adelantó Mimi de pronto– Ya ni me acordaba.
–¿Qué?
–Sí, vamos por partes –Izzy se aclaró la garganta–: Resulta que el hombre que nos trajo hasta aquí también ha estado emitiéndolo todo en directo en nuestro mundo. Todo. Absolutamente todo –precisó–. Y no hablo solo de que haya estado emitiendo nuestras imágenes en Whisimbell –se sonrojó al recordar las palabras de Tai en la pantalla de la torre–. Ha estado emitiendo imágenes nuestras, en general, de nuestra vida. Como niños elegidos, como estudiantes, como hijos... como parejas –tosió–. Todo. Para esa persona, esto no es más que un juego.
–Pero, Izzy, ¿cómo es...?
El pelirrojo alzó un brazo ante las palabras de Joe.
–Déjame hablar –le pidió–. Parece ser que solamente somos piezas con las que alguien se está divirtiendo, y todo esto no ha sido más que un juego para entretener a la población. Imagino que los niveles de audiencia deben ser inmensos –se contuvo para no decir otras palabras–, porque esto es algo que cualquiera querría ver, por supuesto. Así que sí, llevamos... calculo que alrededor de una semana pasando hambre y con el corazón en un puño porque a algún maldito desalmado se le ocurrió que sería una buena idea traernos al mundo más... –se mordió la lengua para contener su rabia– Que sería una buena idea traernos al mundo más loco que existe. Y, por supuesto, no contento con eso, ha decidido que tenemos que ganarnos el derecho a salir de aquí –con la mandíbula tensa, ojeó las caras incrédulas de todos los presentes, que no se atrevieron, esta vez, a articular palabra alguna. Se dio la vuelta para coger el libro–. Además, según el libro, nosotros... nosotros... no. No puede ser.
–Nosotros ¿qué? –Le animó Tai.
–¿Dónde está el libro? –Preguntó al aire, incrédulo, en el mismo instante en el que el suelo del claro se derrumbó de manera literal debajo de ellos.
Sombra&Luz
Ahora síííí, comienza la cuenta regresiva. ¿Qué les pareció el capítulo?
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