Veinte | Separados
"Hay que tener un gran coraje para enfrentarse a nuestros enemigos, pero se necesita aún más valor para enfrentarnos a nuestros amigos", Harry Potter y la piedra filosofal.
Mimi se los llevó apenas un minuto antes de que la ola arrasara con aquella zona, y todos aparecieron sanos y salvos en lo alto de la torre que se situaba al otro lado del volcán, por lo que hasta ellos no llegaban las olas del tsunami. Un claro se extendía a los pies de la torre, que sobrepasaba en altura a los árboles y plantas que lo rodeaban. Desde la planta más alta, podían observar a la perfección el volcán a lo lejos, que escupía humo negro, cenizas y ascuas, aunque todavía sin expulsar el magma. Dentro de la torre, una gran pantalla oscura custodiaba la estancia de paredes cilíndricas y techo en bóveda de madera. La luz del sol entraba directa por casi todas partes, iluminando con facilidad la amplia y limpia sala, que apenas estaba adornada con una mesa rectangular bajo la pantalla oscura y un par de puertas a los lados. Los chicos observaron que la madera crujía a sus pies, probablemente por la cantidad de humedad que había en el ambiente y, casi por inercia, se pusieron a investigar qué era ese lugar.
–Aquí hay unas escaleras que bajan –indicó Yolei.
–No creo que sea buena idea bajar, de momento –la detuvo Ken.
Tras Kari, la puerta de lo que parecía un armario le generó una sensación desagradable que le hizo abrazarse a sí misma y alejarse de ella y, en consecuencia, de Davis. Un segundo paso sobre aquella madera hizo que esta cayera y que su cuerpo fuera con ella, acompañada por un grito ahogado que los sobresaltó a todos.
–¡Kari!
TK y Davis corrieron hacia ella, pero, para su sorpresa, en el lugar en donde debería haber un hueco tan solo había madera y ni rastro de Kari. En ese mismo instante, la puerta del armario se abrió de golpe y Davis fue arrastrado hacia dentro, dejando tras de sí nada más que la puerta nuevamente cerrada.
Ante su propia estupefacción, se miraron unos a otros en silencio y, sin pensarlo demasiado, TK y Pandora corrieron escaleras abajo en busca de Kari.
–¡TK, espera!
Ninguno de los dos hizo caso de la advertencia de Izzy y continuaron bajando. En el tercer escalón, la escalera cayó y sus cuerpos desaparecieron de la misma forma. Yolei y Ken abrieron la puerta del armario con cuidado pero, de alguna manera, el armario se los tragó a ellos también.
–¡No se muevan! –Gritó Izzy, alerta– Algo nos está separando otra vez, así que juntémonos.
Mimi, Izzy y Cody se acercaron al centro de la estancia, pero algo hizo caer a Cody y, de la misma forma que Kari, desapareció. Izzy miró el suelo con estupefacción y separó las manos de su cuerpo, buscando encontrar con ello alguna manera de saber la solución al nuevo enigma que Whisimbell les presentaba. Con Mimi muy pegada a él, se agachó y palpó el suelo con desesperación, pero, tal y como esperaba, era un suelo de madera normal y corriente.
Mimi tragó saliva y se llevó una mano al pecho y la otra a la boca.
–Maldita sea –murmuró Izzy desde el suelo.
A su derecha, la pantalla se encendió de golpe y emitió una imagen cargada de píxeles blancos, negros y grises, que emitían un sonido seco y lineal. Izzy frunció el ceño y agarró el libro que todavía llevaba encima: lo colocó sobre el suelo y pasó sus páginas, convencido de que había leído algo relacionado con una pantalla gris. Mimi dobló las rodillas para ponerse a su altura y lo miró pasar páginas con expresión afligida.
–Palmon... –susurró.
Izzy detuvo su búsqueda y la miró: la chica había clavado sus ojos en la página abierta al azar del libro que él sostenía, y tras sus pestañas le pareció ver a la Mimi que con 10 años lloró y pataleó por volver a casa. Con el corazón encogido, dudó: ¿Salir de ahí? ¿Buscar la respuesta en el libro? ¿Ir a por Cody y los otros? ¿Gritarle a su digivice que trajera a Tentomon? ¿Llorar como lo hizo Mimi con 10 años?
Miró la pantalla gris durante un segundo y devolvió la mirada al libro para continuar buscando aquello que creía haber leído hacía no mucho, pero su memoria, con tantísimos detalles y tanto frenesí, le estaba fallando. ¿Desde cuándo le fallaba la memoria? Era casi lo único en lo que podía confiar a veces. Con el ceño fruncido, se levantó todavía ojeando el libro y alternó su mirada entre este, Mimi y la enorme pantalla, pero nada en el libro parecía indicarle que no se había inventado lo que creía recordar. Desesperado, cerró el libro entre sus manos y lo dejó caer al piso. Mimi se sobresaltó.
–¡Maldita sea! –Golpeó la mesa con un puño bajo la atenta mirada de una Mimi que nunca creyó que lo vería así. Temblando, se miró el traje– Este libro, este mundo, todo esto... el emblema del Conocimiento, incluso mis poderes; no sirven para nada.
Mimi tragó saliva y se miró las manos, conteniéndose para no llorar. Izzy, en su lugar, se llevó las manos a la cabeza e intentó respirar para calmarse y pensar con más claridad.
Un estruendo desvió la atención de ambos hacia las ventanas y corrieron para asomarse; a lo lejos, el volcán había entrado en erupción.
A unos pocos metros de la erupción, Ari bajaba de nuevo con dificultad hasta tocar a Pelumon y a Jake y, en un momento desesperado, el chico los hizo desaparecer de allí y aparecer al otro lado del volcán, aunque demasiado cerca como para encontrarse a salvo.
Antes de que Ari pudiera darse cuenta, Jake cayó desplomado sobre la tierra caliente.
–Jake... –la chica se acercó a su novio y comenzó a moverle con cuidado– Jake, responde, por favor.
La tierra se movió una vez más y la lava del volcán apareció en su campo de visión, deslizándose por la ladera a una velocidad que le intimidó todavía más. Al no obtener una respuesta del chico, comenzó a levantarlo del suelo para intentar cargárselo a la espalda, pero su novio medía y pesaba mucho más que ella, que era demasiado delgada incluso para alimentar a una anciana con los pechos de piedra y a su hija cantarina.
A su lado, Pelumon se puso en pie y le dio la espalda, y Ari frunció el ceño mientras se esforzaba por levantar a Jake. El domovoi la miró de reojo y acercó todavía más su espalda a ella, a lo que Ari reaccionó dejando a su novio en el suelo y levantándose para mirarlo desde arriba.
–¿Qué...? –Pero su cerebro le respondió a su propia pregunta antes de que pudiera formularla. Sin pensarlo más, alzó a Jake y, entre los dos y como pudieron, lo cargaron a la espalda del domovoi al que habían decidido llamar Pelumon.
Ajeno a todo lo ocurrido con el volcán y el tsunami, Joe caminaba por aquella isla con la cabeza gacha y la mente lejos. Sentía el estómago revuelto y una sensación en el pecho le oprimía, al mismo tiempo que sus nervios le jugaban una mala pasada y hacían que sus piernas temblasen y que el sudor frío le erizara la piel. Abatido, se detuvo con la mano derecha apoyada sobre el tronco de un árbol cualquiera. No dejaba de darle vueltas a lo que había pasado, y las imágenes venían a su mente una y otra vez, sin dejarle un descanso para reflexionar en frío. Al contrario, le avasallaban con lo que le había dicho Tai, con lo que él había hecho mal y con todo lo que podría haber dicho o hecho en lugar de lo que hizo. Y es que él siempre había sido un histérico; Tai tenía razón. No era más que un cobarde que se asustaba por todo y que, en lugar de ayudar a los demás, solo se dejaba llevar por el miedo y empeoraba la situación. Y eso le angustiaba y le dolía. Sabía que había madurado, que ya no era el mismo Joe que se hacía pis en los pantalones por cualquier susto, pero al mismo tiempo seguía siendo aquel que tan solo quería volver a casa y llevar una vida normal. ¿Por qué siempre ellos? ¿Por qué entonces? Ir a ese lugar le había descolocado. Toda la madurez y la templanza que pensó que había adquirido durante años, las había perdido en apenas unos instantes, y todo por volver a ser elegido para luchar en algo que ni entendía ni había pedido. Eso era lo más difícil.
–¿Crees que todo esto es por culpa de este mundo?
La voz de su amigo lo sobresaltó y lo hizo girarse de golpe: allí, frente a él, con los puños cerrados y el ceño fruncido, Tai le miraba con una dureza que pocas veces había visto en él.
–¿Qué? –Articuló.
–Es muy fácil echarle la culpa de tus problemas a los demás, ¿verdad? Si no me la echas a mí, se la echas al hecho de haber llegado a este mundo. A eso yo le llamo tirar balones fuera.
–No, no es eso –se excusó.
–¡No mientas! Nunca has sido capaz de solucionar tus problemas porque no eres capaz ni de admitírtelos a ti mismo. ¿Crees que le haces honor al emblema de la Sinceridad? Yo creo que eres un hipócrita.
Los párpados de Joe se separaron más de lo habitual.
–Tai...
–¿Me lo vas a negar? –Su expresión se volvió todavía más inquisitiva– Dices que no querías estar aquí, que por eso te comportas como un cobarde, te pones histérico y huyes. ¿Y qué pasa con Setsuko?
–Ella no t...
–¿Me vas a decir que no eres igual con ella? –Lo interrumpió– Tienes una novia que quiere verte y con la que estás teniendo problemas porque no eres capaz de enfrentarte a nada, y lo primero que haces es evitar enfrentarla.
–Tai, por favor –sus hombros se deslizaron hacia abajo.
–¿Qué? –Sonrió– ¿No te gusta que te recuerden en quién te has convertido?
Joe se quedó en silencio, con los labios separados mirando a su amigo. El chico que estaba frente a él se había cruzado de brazos y le clavaba una mirada que sentía como una flecha atravesada contra su cuerpo. Nervioso, juntó los labios que le temblaban y bajó la mirada hasta la tierra húmeda. No sabía si era porque tenía los ojos empañados o no, pero la tierra había adquirido un tono grisáceo que no recordaba.
–Es una lástima que uno de nosotros sea así.
Joe miró a su izquierda: allí, a poco menos de tres metros de él, Matt había apoyado la espalda sobre un tronco y lo miraba con la misma expresión que Tai.
–¿Tú también? –Le preguntó.
–¿Acaso crees que Tai es el único del grupo que piensa así?
–Ya eras así antes de llegar a este mundo –Sora apareció tras él.
–Así que no le eches la culpa a nadie más que a ti mismo –Izzy se colocó al lado de Matt–. Estamos hartos de soportar tus gritos.
–Eres un miedica –le apoyó Sora.
–Todos hemos crecido, ¿pero tú? –Mimi negaba con la cabeza desde la izquierda de Tai– Hasta yo me doy cuenta de que sigues igual que el primer día.
–Siempre tan torpe –añadió el rubio.
–Siempre chillando, histérico –Sora resopló.
–No haces más que llorar y quejarte –Mimi apoyó sus manos sobre su cadera.
–Impulsivo, desconfiado y egoísta –Izzy arrugó la cara–. Siempre nos retrasas en algo.
–Y para colmo tenemos que seguirte –aportó Tai–. No eres capaz de solucionar los problemas por ti mismo y huyes como lo que eres.
–Un cobarde –Kari apareció a la derecha de su hermano.
–¿Y tú eres el mayor del grupo? –TK le juzgó desde su espalda.
–Me da vergüenza haber heredado tu emblema –tuvo que volver la mirada al frente para ver a Cody justo delante de él, mirándole con una rabia que jamás había visto en sus ojos–. Un emblema tan importante, pero que contigo está tan carente de sentido... Me envenena que se haya mancillado con alguien como tú.
Joe tragó saliva y dejó caer una lágrima.
–Siempre hemos sabido que no sirves para nada –Matt inclinó la cabeza desde su posición.
–Ahora solo queda que Setsuko se dé cuenta –habló Tai– y te quedarás solo, como siempre debiste estar.
–Hice todo lo posible por que lo nuestro funcionara –una chica de pelo negro apareció en su diagonal, entre Kari y Matt, y lo miraba con los ojos empapados en lágrimas y algo más que detectó como decepción.
–Setsuko –hizo amago de acercarse a ella, pero se detuvo.
–Pero es imposible, Joe –continuó–. Lo nuestro nunca funcionará –de sus ojos oscuros, empezaron a caer lágrimas que acompañaron a sus sollozos. Lo miró una última vez a los ojos y, dolida como jamás pensó que la vería, se alejó de él y desapareció en el bosque.
–¡Setsuko! –Corrió hacia ella, pero una voz lo detuvo de golpe:
–Joe.
Bajó la mirada. A sus pies, Gomamon lo observaba con tristeza.
–Gomamon... –se dejó caer de rodillas con los brazos en alto y comenzó a llorar.
–Siempre tuve fe en ti –continuó el digimon–, pero no puedo continuar con esto. Eres... –dudó–. Eres muy difícil de entender. Y los chicos tienen razón... ojalá fueras de otra manera.
Sin atreverse a tocar a su compañero, cerró las manos y acercó los brazos a su cuerpo entre sollozos. Desalentado, se abrazó el cuerpo y gimoteó entre lágrimas.
–Ya está llorando otra vez –escuchó a Mimi.
–Cómo no –advirtió Tai.
Sombra&Luz
¿Alguien más muere de ansiedad porque todavía no podemos ver Kizuna?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro