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Tres | Baba Yaga, la ogresa de los bosques

"¡Oh! ¿Por qué no soy de piedra como tú?", Nuestra Señora de París.

Yolei corrió con el teléfono pegado a la oreja, esquivando a las personas que se iba encontrando por el camino.

-¡Mimi! –Le gritó al aparato– Escucha, creo que Davis también ha desaparecido.

-Está bien, ¿dónde estás?

Se detuvo en seco e intentó recuperar el aire perdido.

-Llegando a casa –jadeó–. Vengo a por mi D3, no pienso salir sin él a partir de ahora. Lo pensé antes, pero siempre se me olvida llevármelo.

Yolei escuchó voces a través del auricular y supuso que Mimi estaría hablando con Tai y Matt. Subió por el ascensor y se secó el sudor de la frente. Temía desaparecer en cualquier momento.

-Escúchame, vamos a reunirnos en casa de Sora. Ven en cuanto puedas, tenemos alguna información que nos puede ayudar a averiguar lo que pasa.

-¿Gennai? –Inquirió llegando a su piso. Siempre era él el que les daba la información.

-Izzy –respondió–. Cuando Izzy desapareció, Tai y los otros encontraron varias pestañas abiertas en su ordenador y un mensaje que no está en nuestro idioma y, que yo sepa, en ninguno de este mundo. Maldito Izzy, debería ser el último en marcharse. Sin él no sabemos cómo averiguar las cosas.

Yolei pensó en Cody, que también había desaparecido uno de los primeros. ¿Se los habrían llevado a ellos antes por algún motivo en especial? Justamente a los elegidos del Conocimiento, los únicos que serían capaces de indagar en lo que quisiera que estuviera pasando.

-Cojo mi D3 y voy para allá. Si se trata de tecnología, déjamelo a mí.

-Estupendo. Ah, y dice Tai que traigas algo de tu tienda. Me da cosa pedírtelo, pero si lo dice el líder habrá que hacerle caso.

A Yolei le pareció escuchar al muchacho quejarse de algo y Mimi se rió.

-Está bien, Tai no ha dicho nada. Es que tengo hambre.

-¡No te preocupes! –Sonrió– Yo me encargo de la comida.

Algún lugar desconocido

El cuerpo de Davis tiritó. Los dientes le castañearon y el vello de los brazos se le puso de punta. Miró al suelo: habría por lo menos cuatro metros entre él y la nieve. Se abrazó al tronco al que pertenecía la rama sobre la que había aparecido de repente y cerró los ojos para intentar dormirse. Debía tratarse de un sueño, sin ninguna duda. Pero el frío era demasiado intenso y los detalles del entorno que lo rodeaban demasiado claros. Apretó los párpados con fuerza, pero los movimientos involuntarios de su cuerpo, que respondía al frío, no lo dejaban relajarse. Eso y que se encontraba sobre un árbol.

-¡Davis!

Se sobresaltó.

-¿Qué? –Dijo abriendo los ojos de golpe.

Una chica lo observaba desde la nieve, con el pelo castaño por debajo de los hombros y una manta roja cubriéndole el cuerpo.

-¿Estabas durmiendo? ¿Es que quieres morir congelado?

-¿Ari?

-¿Qué hacías con los ojos cerrados?

-¿Esto no es un sueño?

La chica no respondió. Su mirada era suficiente para darse cuenta de que estaba diciendo una tontería.

-¿Dónde estamos, entonces?

Ari miró a su alrededor mordiéndose el labio.

-Eso me gustaría saber a mí. Llevo aquí horas y no tengo ni idea, no he encontrado a nadie. ¿No es el Mundo Digital?

-No. Bueno, no lo creo –rectificó.

-A lo mejor estamos muertos y resulta que esto es lo que hay después de la vida.

-¿Cómo?

El susto que se llevó Davis al plantearse esa posibilidad lo llevó a resbalarse de la rama helada, pero se sostuvo con ambos brazos.

-¡Era broma! ¿Estás bien?

Ari se puso una mano en el pecho, notando que el corazón le latía con fuerza.

-S-sí –respondió con esfuerzo.

Las piernas le colgaban a varios metros del suelo y el frío le entumecía los brazos, dificultando el agarre. Aún así, se balanceó en el aire y rodeó el tronco con las piernas. Entonces estiró los brazos, se aferró al árbol con fuerza, imitando la incómoda postura de los koalas, y se bajó despacio. Ari se acercó a él y los rodeó a ambos con la manta.

-Tranquila, creo que he entrado en calor.

-Davis, estás sudando.

-¡Atchús! –Estornudó.

Apartamento de Sora y Olympia. Odaiba, Tokio

Sábado 21 de septiembre del 2013, 4:08 p.m.

-Sea quien sea el que mandó el mensaje, está obsesionado con los mitos.

Tai empezaba a cansarse de la situación. Quería marcharse de allí y reunirse con su hermana y los demás, estaba harto de no saber lo que ocurría. ¿Por qué no se los llevaban a todos de golpe? ¿Qué problema había?

Matt leía el mensaje que había en la pantalla de Izzy, una y otra vez.

"Hello! Xssxhh... psh! Dnn's trsnak 8. Djisu ka isndhu do do dai ma. Mamatsu isndhu... Dnn's trsnak, kimenu haruupsh sjxss onssfieri do mina Chsisu: Vodyanoi, Yamamba... Psh, ksiedo psh. Halluremo jiemba. Xssxhh, Dnn's trsnak.".

Intentaba cambiar las letras de sitio, leía de atrás hacia delante, pero no le encontraba más sentido que el que le había encontrado Izzy: Vodyanoi y Yamamba eran criaturas mitológicas, nada que le diera una pista de lo que significaba el resto.

-Voy al baño –dijo al fin, marchándose de la cocina.

-¿Y si el mensaje es una broma? –Pensó Mimi haciéndose una trenza.

-¿Crees que Izzy se hubiera molestado en investigarlo si fuera una broma? –Soltó Tai.

Mimi entornó los ojos.

-Y yo qué sé, no estaba ahí con él cuando lo recibió.

El chico se sentó a su lado suspirando.

-Creo que voy a volverme loco.

-¿Quieres un batido de chocolate? –Sonrió.

El chico la miró impasible.

-¿Lo dudas?

Unos minutos más tarde, Yolei llegó al apartamento con una bolsa llena de productos de su tienda. La dejó en la mesa de la cocina y comenzaron a comer en lo que ella investigaba la única pista que tenían del motivo por el que Izzy y los demás desaparecieron. Tai fue a buscar a Matt cuando pasaron otros diez minutos, pero no había nadie en el baño. Al volver a la cocina se encontró a Olympia con sus otras dos amigas. Esta lo saludó y se marchó a su habitación para cambiarse.

-O a Matt se lo ha tragado el váter –dijo Tai cuando la chica desapareció de su vista– o también ha desaparecido.

Algún lugar desconocido

Davis y Ari caminaron por la nieve blanda durante varios minutos, pero el intenso frío les complicaba la búsqueda de algo que comer o con lo que calentarse. Después de horas, lo único que había conseguido Ari en ese bosque helado era, increíblemente, aquella manta térmica que parecía no tener dueño. La había encontrado colgando de la rama de un árbol y no necesitó pensárselo mucho para decidirse a intentar conseguirla.

Por lo que veían, eran los únicos que se encontraban recorriendo aquel terreno, pues no se toparon con nada de vida ni algo que indicase que la hubiera cerca. El silencio se rompió cuando la madera vieja de los árboles comenzó a chasquear, alertando a los chicos. A pesar de lo extraño que les pareciera, no se detuvieron, pero entonces una ventisca les azotó en la cara y comenzó a ralentizarlos.

-Me estoy congelando –dijo Davis lo suficientemente alto como para que se le oyera por encima del sonido del viento.

Ari se fue quedando atrás hasta que una ráfaga con mayor intensidad la derribó y Davis se acercó a ella para ayudarla a levantarse.

-¿Estás bien?

-Sí –respondió en el mismo tono.

La chica abrió un ojo con dificultad y de pronto pareció quedarse congelada, y no precisamente por estar sentada sobre la nieve. Davis siguió la dirección de su mirada y frunció el entrecejo a falta de poder abrir bien los ojos y la boca debido al fuerte viento

Una mujer anciana se acercaba a ellos subida en una especie de cubo fabricado con madera, a una velocidad sorprendente. No quisieron ver más; Ari se levantó y continuaron su marcha, pero el viento iba en su contra y les dificultaba la tarea.

-Davis... no puedo –gritaba, quedándose atrás.

-Vamos –y la agarró de la mano para tirar de ella.

-¡Davis!

El mencionado se giró bruscamente y fue cuando vio a la anciana de pie sobre la nieve, con su cubo y una escoba a un lado. Era alta y delgada y, si le permitían a Davis una descripción más acertada, diría que era tremendamente fea. Tenía una pierna mucho más delgada que la otra, y ambas parecía que fueran a romperse en cualquier momento, pero la velocidad a la que se empezó a mover descartó esa teoría. Para su desgracia, pudo presenciar perfectamente cómo la anciana se bajaba la parte alta de su ropa harapienta y los atacaba con sus pechos arrugados. ¿Estaba viendo bien? ¿Los estaba atacando con los pechos? ¿Seguro que no estaba soñando?

Se quedó paralizado mirándola sin creérselo hasta que Ari lo empujó, haciendo que cayera. Ella se apartó hacia el lado contrario justo cuando los pechos atizaron la nieve blanda con la rudeza propia de una roca lanzada con un cañón. Los ojos de ambos se abrieron, olvidándose del viento y del frío.

-No puede ser... –Susurró Davis, atónito. Una anciana estaba utilizando sus pechos de piedra para atacarlos. Aquello no era ni medianamente normal.

Lo que quisiera que fuera aquella criatura recogió sus armas y se acercó a Ari a gran velocidad. Esta se quiso levantar para huir, pero, de nuevo, la naturaleza se puso en su contra. Davis intentó pensar cualquier cosa para salir de esa, pero ¿qué podía hacer? Intentase lo que intentase, no podría ganar a aquella cosa. No tenía a Veemon, y ninguno de los elegidos se encontraba con él. Ni siquiera se encontraba en el Mundo Digital y estaba casi convencido de que en el suyo tampoco. Entonces ¿qué pasaba?

Con un grito con el que pretendía darse coraje, se abalanzó sobre la anciana y se aferró a su cuello. Su grisáceo pelo enmarañado parecía ondear sin obedecer la dirección del viento, como si tuviera vida propia, y su mandíbula comenzó a tantear en el aire algo que apretar y destrozar. Davis gruñó y se apartó de ella al sentir sus dientes clavarse en su antebrazo. Se lo miró: le había dejado las marcas de su afilada dentadura y pequeñas gotas de sangre.

La anciana se agachó y se puso de cuclillas sin quitarle los ojos de encima. Tenía la cara muy arrugada y los dientes amarillos. No tuvo el placer de acercarse a comprobarlo, pero Davis imaginó que el aliento le olería a muerto. Sobre su nariz aguileña había una verruga con algún que otro vello. Para su sorpresa, Ari no estaba ahí. Pero la anciana, como si la hubiera olido, se acercó a una roca enorme que estaba casi por completo cubierta de nieve y la encontró escondida detrás. Entonces la agarró de un brazo y tiró de ella para llevarla a su cubo y alejarla de allí, bajo la atenta mirada de Davis, que se sentía impotente.

-¿Pero qué haces? –Susurró, dejando la pregunta en el aire.

-¡Suéltame! –Le gritó Ari, intentando zafarse de ella.

Al contrario de lo que le pedía, la anciana la atrajo más hacia sí y juntó sus frentes para mirarla directamente a los ojos. Gruñó. Ari intentó tragar saliva sin éxito; tenía la garganta seca. Entonces la anciana refunfuñó de nuevo, pero esta vez no era por ella. Una piedra cubierta de nieve había impactado sobre su cabeza sin provocarle el más mínimo dolor aparente, y su mirada se había clavado en el muchacho que se la había tirado. Jake se encontraba a tres metros envolviendo otra roca con la nieve.

-Te ha dicho que la sueltes, ¿es que no la has oído?

La mujer –si es que se le podía llamar así– alzó a Ari en brazos y corrió hacia el cubo, así que Jake le tiró la bola de nieve una vez más, dándole en la espalda, y ambas cayeron al piso. La chica quedó boca arriba con aquella criatura sobre su cuerpo, imposibilitándole cualquier movimiento, e hizo amago de zafarse. Davis entonces aprovechó que Jake estaba recibiendo toda la atención de la anciana para coger otra piedra y tirársela. Entonces el chico rubio se intentó acercar y ambos se detuvieron en seco. La mujer había posado sus afiladas uñas amarillentas sobre el cuello de Ari, amenazando con clavárselas. Viendo lo que habían visto, estaban seguros de que esas no eran unas uñas normales, así que no querían arriesgarse.

-Esto no me hace ninguna gracia –soltó la chica cuando la anciana la miró directamente a los ojos, aún sin despegar las manos de su cuello.

Se acercó a su cara y la olfateó, como si quisiera averiguar de esa manera qué clase de persona era. Ari intentaba respirar con normalidad, tan concentrada que no se había dado cuenta de que la ventisca había cesado y de que la humedad se le había calado hasta los huesos. Jake apretó los puños y Davis maldijo a lo que quisiera que hubiera decidido que no se cruzaría con Veemon. De pronto, con un ágil movimiento, la anciana la alzó de nuevo y se subió con ella a su cubo, alejándose de los dos muchachos.

-¡Ari! –Gritaba Jake corriendo en la misma dirección que ellas.

-¡Maldita vieja! –Reprochaba Davis a su lado.

Al final, el cubo de la anciana desapareció entre las montañas y no pudieron hacer otra cosa que detenerse a recuperar el aire. Jake se arrodilló en la nieve, ignorando el frío.

-La encontraremos –dijo Davis sin apartar la mirada del lugar por el que se habían esfumado.

-¡Mierda!

Jake golpeó la nieve con el puño cerrado.

Odaiba, Tokio

Sábado 21 de septiembre del 2013, 9:49 p.m.

Tai dobló la esquina para llegar al complejo de edificios en el que estaba su apartamento. Había dejado a las tres chicas viendo una película en la casa de Sora después de la cena. Yolei se iba a quedar a dormir ahí porque no estaba Ken, así que le explicó a Olympia que su novio había tenido que irse a casa de sus padres por asuntos familiares. Pero Tai no pensaba en eso, sino en sus amigos que habían desaparecido sin más. Le tranquilizaba saber que estarían todos juntos y que Kari no estaría sola en ningún momento. O eso quería pensar.

Miró la hora en su móvil y vio que había recibido un mensaje de Mimi: "Oly no está!". Sin necesidad de leer nada más, dio media vuelta y se reunió de nuevo con Mimi y Yolei en casa de Sora.



Sombra&Luz

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