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Treinta y siete | Cámara magmática

"La esperanza es lo que nos hace más fuertes; es la razón por la cual estamos aquí. Es con lo que luchamos cuando todo lo demás se ha perdido.", God of War.


–¡TK!

Matt, Joe y Kari se agacharon a su lado.

–Solo es un desmayo –dijo el mayor.

Matt y Yung cargaron a TK en la espalda de Pelumon antes de volver a ponerse en marcha. Una nueva puerta apareció y todos la cruzaron sin hacerle demasiadas preguntas a un Joe que también parecía exhausto, quizás más de manera mental que física. Mientras lo hacían, Izzy leía en voz alta algunas partes del libro que creía importantes y buscaba respuestas a varias de las preguntas que se estaban haciendo.

–Los poderes de Joe y TK funcionan de manera parecida a los de Cody y los que participaron en la prueba de peleas –decía.

–¿Y eso qué significa? –Inquirió Tai.

–Que en el momento de hacerlo no lo notan, pero en cuanto la prueba se termina es como si toda la energía que emplearon se les drenase de golpe. TK debe de haber utilizado una cantidad de energía muy grande para haber acabado desmayándose. Cuando abría una caja, ¿no podías ver lo que le tocaba hacer?

Joe negó con la cabeza por tercera vez. Notaba los músculos entumecidos y un cosquilleo exagerado en la punta de los dedos, que no hacía más que darle ganas de frotárselos una y otra vez para calmar la picazón. Su mente había perdido todo atisbo de concentración que pudo tener en algún momento, y las palabras de sus amigos le sonaban tan lejanas que a veces se obligaba a mirarlos a la cara para asegurarse de que le estaban hablando. Sora se esforzó por sonreírle bajo su brazo.

–¿Te encuentras mejor?

–Tengo el estómago revuelto –confesó, pero no dijo nada más. Su lengua también estaba entumecida y seca.

–Pues seguramente haya tenido que darle energía a alguien o quitársela –continuó Izzy–. Control de energía vital. Está claro. La energía que haya usado TK para la prueba lo ha dejado agotado.

Ken atravesó la puerta el último, y esta se cerró sola detrás de él. Aquella nueva sala quedó en penumbra por un momento, por lo que Mimi se aferró otra vez al brazo de Izzy y a este se le escurrió el libro.

–Mimi –chasqueó la lengua–, ten cuidado.

–Perdón –murmuró.

Una luz cálida, de tonos anaranjados y amarillos, lo iluminó todo en un instante. Ya no se encontraban en el mismo tipo de sala de observación al que habían estado acudiendo en cada una de las pruebas: las paredes no tenían esquinas y formaban un enorme círculo de roca y tierra que los rodeaba y sostenía varias antorchas encendidas. El suelo tampoco era de metal como las otras veces, sino de roca dura e irregular. Sobre ellos, el techo, también de roca, no era plano: tenía una estructura redondeada, convexa, que disminuía de altura conforme se acercaba al centro de la sala. En el punto más bajo de aquel techo, que debía encontrarse apenas a medio metro del suelo, había un agujero del que caía magma como en un torrente. Yolei arrastró a Cody un par de pasos para ver mejor, y pudo darse cuenta de que debajo de aquel hueco del techo, había otro hueco en el suelo en el que caía la lava, como si el techo se tratase de alguna clase de embudo destinado a verter la lava en el subsuelo. Hacía calor; el ambiente estaba cargado y espeso.

–Parece una cueva –observó Tai.

Izzy se agachó a recoger el libro sin dejar de mirar cómo descendía la lava. Al levantarlo del suelo, el sonido de algo pequeño y metálico chocando contra la roca retumbó por todas partes: una llave que pendía de un cordel negro había caído de entre las páginas. Las llamas de la lava y del fuego de las antorchas refulgieron en destellos ante su brillante color dorado.

–La llave del Maestro –explicó al ver las miradas inquisitivas de todos–. Se quedó en el libro cuando él... se fue.

–Elegidos –la voz resonó de manera profunda y recóndita por entre los huecos que dejaba la roca, como en un eco–, bienvenidos a la penúltima prueba.

–¿La penúltima?

–Has oído bien, heredero del Valor. En realidad, esta no será más que la prueba que os llevará al final de esta aventura. ¿No es sobrecogedor?

Por un momento, lo único que escucharon fue el fuego crepitando en las antorchas y el magma derramándose frente a ellos.

–No, no lo es –dijo Sora–. ¿De verdad piensas dejar aquí a Olympia?

–Oh, es una lástima que no hayáis conseguido salvarla de Whisimbell. Sobre todo teniendo en cuenta que lo que habéis salvado a su costa no puede marcharse. Cualquiera diría que os acompaña la mala suerte.

Matt tensó la mandíbula sin alejarse de su hermano.

–No le he visto la cara y ya tengo ganas de que alguien se la deforme –murmuró Ari.

–Lejos de molestarme, vuestro creciente odio me satisface. Los índices de audiencia de las últimas horas han aumentado de manera más que considerable, y un poco de drama siempre viene bien para mantener al público en vilo.

–¿Drama? –Soltó la chica– ¿Condenar para siempre a dos personas a las que ni siquiera conoces solo por llamar la atención te parece un drama? A mí me parece que eres imb...

–Ari –la interrumpió Jake.

–¿Quién dice que no las conozco? Las conozco muy bien, ser enviado. Quizás tan bien que incluso me atrevería a decirte que este pequeño trauma para con tu pareja te compensa. A nadie le conviene juntarse con asesinos de otros mundos, mucho menos de manera sentimental. Nunca sabes cuándo pueden marcharse o volverse en tu contra.

Ari fue a decir algo más, pero se mordió la lengua.

–Todavía tiene poder sobre nosotros –le recordó Jake, que estaba siendo ayudado por Tai para mantenerse en pie–. Déjalo estar.

Ella asintió. Ya se había dado cuenta.

–Bien, ¿alguno tiene algún otro aporte que hacer antes de comenzar la prueba?

Todos guardaron silencio. El solo hecho de estar atrapados en su juego era suficiente como para que contuvieran todo lo que les estaba pasando por dentro. El calor hizo que Joe se dejara caer de rodillas sobre la roca, y Sora le ayudó.

–En ese caso, procedo a la explicación. Supongo que os habréis fijado en que esta sala es... diferente a las otras. Esto es solo porque las cosas se ponen, incluso, más interesantes al final. Sobre vuestras cabezas tenéis, nada más y nada menos, que una cámara magmática, llena de una desorbitada, infinita y burbujeante cantidad de magma. Por supuesto, todo esto no sería posible si no fuera por todas las oportunidades que ofrece Whisimbell; pero dejemos la bajada a la realidad para cuando volváis a casa. Los que volváis, quiero decir. Para ir a la última prueba, tendréis que abrir una puerta con esa llave que os dejó vuestro querido Maestro. Simple, ¿verdad?

–¿Cuál es el truco? –Inquirió Tai.

–Hasta ahí quería yo llegar –continuó–. ¿Os habéis preguntado por qué estáis bajo una cámara magmática?

–Estamos dentro de un volcán –respondió Cody.

–En efecto; os encontráis en el interior del volcán que reina en el centro de La China. Imagino que debe hacer un calor sofocante, pero os aseguro que, dentro de la cámara, el magma alcanza temperaturas superiores a los 1000 ºC. ¿Veis la cueva que hay al otro lado de la sala?

Se fijaron: detrás del magma que se desbordaba, había una apertura en las paredes de roca y tierra, entre dos antorchas, que parecía dirigir a otro lugar.

–¿La puerta está por allí? –Preguntó Ken.

–Sí, pero me temo que solo es posible abrirla por uno de los lados. Si accedéis a esa cueva y seguís su rumbo, llegaréis a la puerta, pero no podréis abrirla de ninguna manera y os quedaréis dentro del volcán para siempre. La única manera de llegar hasta la puerta para poder abrirla y liberaros es atravesando el magma.

–¿Qué?

–Sí, heredera del Amor, has oído bien. Quienquiera que participe en esta prueba tendrá que acceder a la cámara magmática, sin caerse por el hueco del suelo, y subir por el magma; atravesar la chimenea del volcán y salir al cráter. Allí se encontrará que el volcán continúa en erupción, pero de una manera mucho más suave que antes. Sí, todavía en erupción incluso aunque ahora estéis viendo que el magma cae hacia abajo. Cae y erupciona al mismo tiempo, sin agotarse. ¿No es Whisimbell maravilloso? Desde el cráter, quienquiera que vaya, podrá entrar en una cueva que también conduce hasta la puerta, y podrá utilizar la llave para abrirla sin problemas. No os preocupéis; la llave no se desintegrará con el magma.

–Ya, ¿y nosotros? –Soltó Tai.

–No, Tai –habló Izzy–. Matt tiene el poder de la invulnerabilidad. Nada ni nadie puede hacerle daño físico, ni siquiera el magma.

Todos miraron al rubio.

–Estás chiflado –añadió el líder.

–Oh, es posible. No podía permitir que la penúltima prueba resultase menos interesante que las anteriores, con lo mucho que he estado esforzándome por generar contenido de calidad para nuestros espectadores. Pero voy a ser generoso y os voy a conceder la posibilidad de escoger a dos de vosotros para superar esta prueba. Aunque es una pena que hayáis perdido a los únicos dos Elegidos que podían hacer algo por vuestra integridad física en caso de que algo saliese mal.

–Así que TK tendría que haber participado en esta prueba –Izzy se ganó la atención de todos esta vez. Su mirada continuaba clavada en el libro–. Podía controlar la energía vital, así que Matt aguantaría sin problemas en caso de que se cansara demasiado a medio camino del cráter. No necesitaría ni respirar.

–Pero nos ha quitado a TK antes como castigo –murmuró Kari.

–Y nos ha quitado también al único que podía curarnos –Sora miró a Joe.

–Vale, ¿y qué otro puede hacerlo? Tiene que haber otro que pueda ayudar a Matt –insistió Tai.

Izzy se secó el sudor de la frente sin apartar la vista de las letras.

–Estoy en ello.

–No necesito a nadie más –habló el rubio–. Soy invulnerable, ¿no?

–Sí, Matt, pero no es tan sencillo –Izzy negó con la cabeza–. Ahora eres invulnerable, pero en cuanto abras esa puerta y se termine la prueba, tu poder se desactivará. Si... ¿nadas? en el magma no podrás respirar, porque en el magma no hay aire. Es como una pasta densa y viscosa que ni siquiera estoy seguro de que puedas llegar a ingerir pero que, si lo haces, es muy probable que se termine la prueba y te diluya los órganos. Se supone que en Whisimbell no podemos morir, pero no podrías salir de este mundo hasta que el magma se enfriara dentro de, no sé, quizás miles de millones de años, y entonces serías un colador. O quizás ya estuviera seco cuando se terminara la prueba. Y entonces, incluso, tendrías roca volcánica en los pulmones. Por eso nos está dando la posibilidad de que otro de nosotros te ayude, pero... no se me ocurre quién.

Cody se colocó a su lado para leer también.

–¿Y entonces para qué sirve la cueva que hay ahí? –Preguntó.

–Los demás tendréis que ir por ese camino –explicó la voz–. Podréis llegar hasta la puerta para que el Elegido de la Amistad os abra desde el otro lado. Oh, casi lo olvido: desde que la puerta se abra, tendréis diez minutos para atravesarla o acabaréis encerrados en el volcán para siempre.

–Podemos ir yendo en lo que Matt sube, ¿no?

Cody negó con la cabeza a la pregunta de Davis.

–Alguno de nosotros se tiene que quedar a ayudarle –pensaba–, así que seguramente no podrá marcharse de aquí hasta que Matt no salga del magma.

–¿Por qué no?

–Porque hay poderes que necesitan mucha concentración, y no podemos atravesar una cueva y ayudar a Matt al mismo tiempo. Además, casi la mitad de nosotros estamos ya agotados y necesitamos ayuda. Jake apenas puede caminar, y TK está inconsciente. Tendremos que dividirnos y quedarnos al menos dos o tres a ayudar al que se quede con Matt.

–¿Y cómo vamos a saber cuándo Matt abrirá la puerta?

–No podéis saberlo, Elegidos. Esa es la parte divertida.

Divertidísima –dijo Ari.

–Cody, ¿qué piensas de Ken? –Murmuró Izzy.

El mencionado volvió a clavar la vista en el libro.

«Telequinesis» –leyó, y frunció el ceño–. No te sigo.

–El aire. Si es capaz de formar una burbuja de aire alrededor de la cabeza de Matt, al menos, podrá llegar hasta arriba respirando.

–¿Crees que podrá mover el aire?

–Si puede mover objetos, ¿por qué no materia gaseosa? El aire está formado por moléculas, al fin y al cabo, y los objetos también son moléculas.

Cody caviló en silencio.

–Ken, ¿crees que podrás hacerlo? –Izzy no esperó una respuesta del menor.

–Eh... no lo sé. Si es mi poder... ¿supongo?

–Tienes que decir que sí puedes hacerlo –añadió Tai–. No puedes dudar.

Matt miró a Ken.

–No le presiones, Tai –intervino–. No es tan fácil decidir algo así.

–Tenemos que proteger tu perfecto rostro o las fans se nos echarán encima.

–Idiota.

Ichijouji miró el suelo por un momento, y después asintió sin pensarlo demasiado. Que la vida de alguien dependiera de él era algo que le asustaba de muchas maneras, pero era imposible decir que no. Era el único que podía hacerlo.

Odaiba, Tokio

Domingo 29 de septiembre de 2013, 9:45 p.m.

–¿Hola?

–Te oímos, Willis. Estamos todos escuchando.

Los padres se acercaron por inercia al teléfono de la señora Izumi.

–He estado investigando la información que me mandó de ese hombre, señora Takaishi, y... –se aclaró la garganta– llevaban razón. Es él.

Un barullo general se extendió por la habitación de hotel.

–¡Silencio!

Todos obedecieron al señor Ishida.

–Vuelvo a pedir discreción –continuó Willis al otro lado de la línea–. Ahora mismo no puedo hacer nada por traerlos de vuelta, pero les aseguro que dentro de poco tendré acceso a su ordenador sin que se dé cuenta. ¿Lograron ponerse en contacto con los elegidos de todo el mundo?

–Sí, ya están todos avisados –la señora Izumi miró a Michael asomarse a la ventana con su dispositivo digital en alto–. Están intentando abrirla entre todos, pero no lo consiguen. Willis, ¿crees que podréis?

–Lo intentaremos, señora. Se lo prometo. No puedo estar del todo pendiente, así que necesito que usted me avise de cualquier pequeño indicio de que la puerta vaya a abrirse. ¿Lo entiende?

–Sí.

–Es muy importante –insistió–. Si todo va bien, cuando la puerta se abra tendré que cortar el directo.

El barullo comenzó de nuevo.

–No cortaré la conexión con Whisimbell –aclaró, y todos se callaron–. No cortaré la conexión con Whisimbell; simplemente cortaré el directo para que nadie pueda ver a los digimon en caso de que viajen a ese mundo. Estoy tratando de cambiar el servidor para poder manejar el ordenador principal que está emitiéndolo todo. Si lo consigo, le quitaré el poder a ese tipo y lo tendré yo. No dejaré que los chicos se queden atrapados en ese mundo. Pero, por favor, no se alteren si desaparece el directo cuando la puerta al Digimundo se abra. Todo será parte del plan.

La China, Whisimbell

–¿No saldrá ardiendo el traje? –Preguntó Pandora.

–Si su poder es la invulnerabilidad, imagino que su traje seguirá intacto –respondió Izzy, aunque no sonaba del todo convencido–. De todas maneras, Matt, cuando llegues arriba quítate el traje y límpiate cualquier resto de lava que puedas tener en cualquier lado. Asegúrate bien de que estás limpio antes de abrir la puerta, por si el poder se desactiva y te quemas. Así también nos darás tiempo de llegar.

Matt tragó saliva sin que nadie se diera cuenta. El calor del magma cada vez era mayor, y el solo hecho de mantenerse en aquella sala les estaba haciendo sudar. No se imaginaba entrando en el magma y saliendo ileso, así que tuvo que inspirar hondo con disimulo para que su corazón desbocado no se le escapase de los nervios. Ken, a su lado, intentó hacerse un nudo con el pelo, pero no lo tenía tan largo como para mantenerse. Miró el techo de piedra sobre sus cabezas y se abanicó con las manos mientras su novia continuaba diciéndole cosas que había dejado de escuchar.

–Yolei –murmuró, pero ella no pareció darse cuenta–. Yolei. Yolei, por favor, para.

La chica se detuvo y lo miró.

–Perdón, ¿te estoy poniendo nervioso?

–Sí. Bastante.

Yolei juntó su dedo índice y pulgar y recorrió sus labios de una comisura a otra.

–Que comience la prueba, Elegidos.

La voz de aquel hombre desapareció entre las rocas, justo cuando las llamas de las antorchas centellearon con más fuerza por un momento. El fuego creaba sombras difusas entre las paredes de piedra, que iban bailando con movimientos irregulares por aquella gran pared circular.

–La entrada a la cámara magmática es la más crítica –habló Izzy mientras los observaba–. Si no lo hace bien, Matt podría ingerir alguna gota. Creo.

Ken clavó los ojos en el rubio, que estaba demasiado concentrado observando la lava caer. Pensó en cómo podría mover el aire para crear una burbuja alrededor de su cabeza, pero por más vueltas que le daba no lograba entender cómo iba a ser capaz de hacer algo así. Yung se cruzó de brazos al lado de TK y Pelumon.

–Imagínatelo –dijo–. Algunos poderes funcionan con la imaginación, y cuanto más nítido te lo imagines, mejor te va a salir.

Joe asintió al lado de Sora. Su poder había funcionado de la misma manera.

Ken obedeció. Se imaginó una burbuja de aire condensándose en la cabeza de Matt; las partículas de gas arremolinándose a su alrededor y volviéndose más espesas al juntarse las unas con las otras. Pudo ver que Matt hacía una mueca con los labios y entornaba los ojos.

–¿Sientes algo? –Preguntó Izzy. El rubio asintió con la cabeza.

–Ken, ¿lo tienes? –Quiso asegurarse Sora.

–Creo que lo tengo –murmuró.

Matt volvió a tragar saliva. Miró a su hermano inconsciente sobre el cuerpo de Pelumon y después se dirigió al magma. Notó que el calor iba aumentando, que las rocas de aquel techo redondeado estaban especialmente caldeadas y que el traje se le pegaba más, si cabía, al cuerpo. Los ojos le molestaron cuando se acercó lo suficiente, pero no lagrimearon ni tuvo que cerrarlos para adaptarse. Se agachó cuando el techo era lo suficientemente bajo, y llevó la mano hasta la piedra más cercana. Dudó un segundo antes de tocarla, porque el calor que emanaba le atravesaba la tela fina y le calentaba los dedos con fuerza, pero no notó más calor que el que podía notar cuando acercaba la mano a cualquiera de los platos de comida que preparaba. Así, tras una mirada rápida a Tai, posó la mano sobre la roca. No quemaba. Tan solo estaba caliente, pero no lo suficiente, siquiera, como para resultar desagradable. Palpó las piedras cercanas por si acaso y el resultado fue el mismo. Finalmente extendió el brazo y miró a sus amigos detrás del magma. Tai apretaba los puños con tanta fuerza que tuvo que apartar la mirada de él, y volver al magma. A pesar de que sabía que era inútil, se limpió el sudor con el antebrazo del traje azul, y volvió a acercar la mano hasta la lava. Aunque notaba que el calor aumentaba, no llegó a ser tanto como para quemarle. Cuando pudo armarse del valor suficiente, tocó el magma rápidamente con un dedo.

No quemaba. No sentía nada.

Volvió a tocarlo, varias veces, hasta que se convenció de mantener la mano dentro durante un rato más prolongado. No le quemó en ningún momento, ni le molestó. Ni siquiera le destruyó el traje.

Inspiró hondo y llevó las manos al interior de la cámara. El magma, como bien había dicho Izzy, era una sustancia muy densa, espesa, incluso viscosa, a la que le costaba mucho más desplazarse que al agua. Pesaba y tendía a tirarlo hacia abajo, por aquel hueco cilíndrico que había en el suelo y que descendía hasta algún punto del que no eran conscientes, pero tensó los músculos para no ceder ante el peso. Se aferró con fuerza a la roca y, con los nervios a flor de piel, confió en Ken.

–Ya voy –le informó.

Ken se puso alerta, todavía concentrado. Cuando Matt se acercó, el magma no llegó a tocarle el pelo; tenía una burbuja de aire rodeándole la cabeza.

Sus amigos respiraron con cierto alivio. Matt, todavía precavido, metió la cabeza poco a poco y notó el magma deslizándose por su cuerpo y empujándole la cabeza, como en una masa densa, caliente y pesada. Se armó de toda la fuerza que pudo y se impulsó con los brazos para adentrarse en la cámara magmática sin caerse por el hueco del suelo. El magma se esforzaba por arrastrarlo hacia abajo, y era una materia tan espesa que le costaba mover las articulaciones, pero aun así logró impulsarse y entrar en la cámara. Cuando pudo pisar algo firme, y cuando el magma dejó de arrastrarlo con tanta fuerza, se detuvo un momento a mirar su alrededor: aquella materia tupida le rodeaba por todas partes, de una manera tan penetrante que sintió que su corazón palpitó incluso más fuerte que antes. La masa se le pegaba al cuerpo como si quisiera empujarlo contra sí mismo, desde todas partes, y empequeñecerlo en aquel espacio en el que no parecía caber nada más que magma. Una sensación de claustrofobia le provocó ansiedad al pensar que era imposible salir de ese espacio, así que tuvo que inspirar y expirar el aire de su burbuja varias veces para calmarse. Cuanto antes se pusiera en marcha, antes saldría.

Movió los brazos y las piernas y trató de imitar el movimiento que se hacía al nadar hacia arriba, pero aquella masa no tenía nada que ver con el agua, así que sus extremidades tenían que esforzarse y abrirse más para poder subir. Izzy le había dicho que debía llegar un punto en el que el magma le impulsase hacia arriba y no hacia abajo, y se aferró a ese pensamiento para no perder fuerza. Se vio tentado, en más de una ocasión, de dejarse arrastrar por la fuerza de la caída, que se empeñaba en tirarlo hacia abajo. Pero no se dejó.


Fuera del magma, Ken se mantenía todo lo concentrado que podía. Había descubierto que no solo podía controlar el aire, sino también el magma, y que era mucho más sencillo ayudar a Matt si mantenía la lava alejada de él. A pesar de que no lo veía, podía sentir la concentración de aire alrededor de su cabeza, y cuándo las partículas de magma se abrían paso para dejarle avanzar.

Por otro lado, los demás agarraron algunas antorchas y pasaron por la pequeña cueva que había al otro lado de la sala. Sora fue primera, para ir abriendo camino y para asegurarse de que los que estaban más débiles podían pasar sin demasiados inconvenientes. La cueva continuaba en dirección ascendente, así que el camino les resultaría mucho más complicado de lo que les hubiese gustado. Con la ayuda de Yung, Pelumon podía acceder a las zonas más complicadas de la cueva con el cuerpo inconsciente de TK a su espalda; Ari, que se sentía especialmente bien en comparación con los demás, avanzaba despacio y bajo la supervisión de Kari; Mimi ayudaba a Joe, cuando no necesitaba que la ayudasen a ella; Cody parecía haberse recuperado y se negaba a aceptar la ayuda que le ofrecían, así que, cuando veía que Izzy no podía, ayudaba a Jake a seguir avanzando. Davis se quedó parado en la entrada de la cueva.

–Tai, deja que yo me quede con ellos –decía.

–Yo me quedo –el mayor se cruzó de brazos. No quiso alzar el tono de voz para no desconcentrar a Ken.

–No tienes por qué hacerlo. Yo puedo...

–Davis –su voz sonó tan firme que el chico guardó silencio–, vete. Yolei y yo nos quedamos con Ken.

El heredero del Valor y la Amistad se giró. Detrás de él, ya todos habían emprendido la marcha sin esperarlos. Hizo una mueca de desagrado con los labios antes de volver a mirar al que había sido su capitán.

–Está bien –murmuró.

Y se marchó para ayudar a Pandora, que también parecía encontrarse mucho mejor.

–Puedes irte, si quieres.

Tai tardó dos segundos en ser consciente de que Yolei había hablado. El susurro de su voz fue tan bajo que se perdió entre las rocas como si nunca hubiese estado ahí. La miró: sus ojos se clavaban en su novio como si con ello pudiese estar insuflándole fuerza. Apenas pestañeaba, y sus pupilas no se desviaron de Ken ni siquiera cuando el fuego de las antorchas se sacudió y creó sombras bailarinas entre las paredes. Solo una vez, cuando una gota de sudor se deslizó por la sien de Ken, hizo amago de limpiárselo. Pero su mano retrocedió antes de tocarle.

–Yolei –murmuró Tai al cabo de un rato–, ¿estás bien?

Ella asintió con la cabeza.

–No quiero estropearlo –susurró. El sonido del magma desbordándose opacó su respuesta, y Tai apoyó una mano en su hombro.

–No lo harás –le aseguró.

–Puedes irte –insistió ella–. Si quieres.

–No me iré hasta que Ken no termine.

No dijeron nada más.


Matt intentó hacer una pausa para recuperar el aliento, pero el magma todavía se esforzaba por arrastrarlo hacia abajo y no se lo pudo permitir: en su lugar, forzó a sus músculos a seguir continuando, aunque no estaba seguro de que todo su esfuerzo estuviese sirviéndole. La sensación de que subía le resultaba tan irreal y frágil que tenía que convencerse de que tan solo era eso, una impresión, infundada por el escenario en el que se encontraba. Tras un tiempo que no supo determinar del todo, la corriente de magma se enturbió a su alrededor. Dejó de sentir que la masa lo arrastraba hacia abajo, y empezó a notar que estaba revuelta, que había dejado de seguir una dirección determinada. El eco profundo y opaco del sonido del magma burbujeando a su alrededor volvió a constreñirle el pecho. Aprovechó ese momento en el que la corriente ya no tiraba de él para tomarse unos segundos de descanso y recuperar el aliento. Después, continuó subiendo.


Pero Pelumon subía cada vez con más dificultad. La cueva se iba ensanchando conforme la atravesaban, pero también se iba empinando. Sora palpaba las rocas sobre las que podían apoyarse sin provocar un desastre y todo parecía estable y sencillo, salvo por las piedras punzantes o la inclinación cada vez más pronunciada. Se detuvo y se giró a mirar al grupo: Kari y Ari le pisaban los talones, a pesar de que la segunda parecía ir despacio; Yung estaba justo detrás de ellas, custodiando y ayudando a un agotado Pelumon que cargaba con TK; Joe y Mimi habían ralentizado el ritmo detrás de ellos, tanto que Izzy, Cody y Jake los habían alcanzado.

–¿Tai? ¿Davis? –Preguntó en voz alta cuando Kari y Ari la alcanzaron.

–¡Estamos aquí! –Davis y Pandora aparecieron al fondo– Tai se quedó con Yolei.

–Está bien. ¿Vamos todos bien? ¿Alguien necesita ayuda?

Pelumon se detuvo y se dejó caer al suelo con lentitud. Yung sostuvo el cuerpo de TK para que no se cayera, y Sora se acercó corriendo para ayudarle.

–Pobre Pelumon –murmuró a su lado–. Debe estar agotado.

–Podríamos turnarnos para llevarlo –propuso Yung–. No vamos a aguantar mucho cargando con él, pero le daremos tiempo a Pelumon para que descanse.

–¿Y por qué no paramos a descansar y ya? –Mimi se arrodilló en las rocas– Me duelen las piernas.

–No podemos parar, Mimi. No sabemos cuánto tardará Matt en llegar al cráter.

–Por favor, Sora –juntó las manos delante de su boca–. No vamos a tardar más que él subiendo por la lava. ¿Podemos descansar un poquito?

La pelirroja sonrió ante el pequeño puchero de su amiga.

–Tenemos que seguir –insistió–. Ya descansaremos cuando lleguemos arriba.

–Mentirosa –se cruzó de brazos–. Cuando lleguemos arriba pasará otra cosa más y tendremos que seguir.

–Si llegamos pronto es más probable que podamos descansar –la agarró del brazo para que se levantara–. Vamos. Estoy segura de que todo esto se acabará pronto.

Yung había empezado a cargarse a TK a la espalda con la ayuda de Kari. Su cuerpo inerte pesaba más de lo que esperaba, pero dio un pequeño salto para colocárselo bien y comenzó a caminar sin esperar a que los demás se pusieran en marcha. Kari fue detrás de él para ayudarle en caso de necesitarlo, y Ari apremió a Pelumon a que siguieran avanzando.

–¡Chicos! Un momento.

La voz de Cody les hizo detenerse de nuevo. Detrás de ellos, Jake había hincado una rodilla en el suelo mientras Cody le sostenía de un brazo.

–¿Estás bien? –Ari retrocedió y se acuclilló a su lado.

–Sí –respondió. Al contrario de lo que les había pasado a los demás, el dolor de su cuerpo no parecía disminuir–. No puedo seguir.

–Podemos intentar cargarte como a TK –propuso Pandora.

Él negó con la cabeza, y ese simple movimiento hizo que se mareara.

–Voy a ralentizar más al grupo –explicó–. Puedo teletransportarme hasta arriba cuando me encuentre un poco mejor.

–¿Y si no consigues hacerlo? –Cuestionó su novia– No tienes fuerzas ni para caminar.

–Es que solo necesito descansar un poco –hizo una pausa. Su cuerpo debilitado se esforzó por dejarlo caer del todo al suelo, pero se sostuvo con la rodilla y el brazo de Cody para mantener el equilibrio–. En cuanto descanse unos minutos podré teletransportarme sin problemas –la miró–. Lo prometo.

Todos los demás se miraron entre ellos. No sabían cuál era la capacidad de Jake, teniendo en cuenta que el poder de su traje estaba desactivado, ni cuántas posibilidades tendrían de llevar dos cuerpos a rastras hasta la puerta a la que debían llegar.

–Entonces me quedo contigo –Ari se sentó a su lado.

–Espera –intervino Davis–, ¿cómo vas a subir si te quedas?

–Si apenas puede teletransportarse a sí mismo, dudo mucho que le sirva que tú también te quedes –aportó Izzy–. No creo que tenga fuerzas para tanto.

–Podrá teletransportarnos a los dos –insistió ella–. ¿Verdad que sí?

Jake no le quitó la mirada de encima. Inspeccionó su rostro como si estuviese buscando alguna respuesta y, cuando ella le sonrió, entornó los ojos.

–Sí. Supongo que podré.

–Jake, ¿estás seguro? –Sora dio dos pasos hacia él.

El chico volvió a inspeccionar a su novia, para posteriormente asentir con la cabeza.

Tras algunas palabras más con las que quisieron asegurarse de que todo iría bien, los demás emprendieron la marcha y dejaron a Ari y a Jake atrás. Los dos se sentaron con la espalda pegada a las paredes de roca, y Ari trató de recogerse el pelo ante el calor que emanaba el volcán. Después de algunos pocos minutos, los pasos apesadumbrados de los demás parecieron alejarse tanto que casi dejaron de escucharlos. El silencio se formó entre las paredes de roca durante unos minutos, siendo interrumpido solamente por algunas gotas solitarias que caían de vez en cuando desde algún lugar de aquella cueva que no podían saber cuál era. Jake había cerrado los ojos mientras intentaba centrarse en recuperar una energía que parecía que le había sido arrebatada del todo y sin su permiso; en tan solo un segundo cuando el poder de su traje se había desactivado. Notar su verdadera energía, con toda la capacidad de la que realmente disponía, recorriéndole el cuerpo durante las pruebas de lucha, había resultado un alivio para sus músculos agarrotados y su poder disminuido con el paso de los años y el nulo uso que le había dado hasta entonces. Pero volver a perderla y sentir de nuevo que su cuerpo se volvía pesado, algo torpe y más débil le había descuadrado por completo. Aunque sabía que era algo que debía pasar, no estaba seguro de lo que hubiera dado por mantener aquel cuerpo sano que su propio traje le había regalado durante unas pocas horas. La realidad ya se había asentado sobre sus hombros, pero no podía evitar echar de menos el poder ser lo que realmente era. Abrió los ojos para mirar las rocas puntiagudas del techo de la cueva, y desvió la atención de su cabeza hacia otro lugar que le pareció más cómodo en ese momento.

–¿Estás haciendo esto para asegurarte de que subo? –Rompió el silencio.

Ari se encogió de hombros a su lado.

–Podrás subirnos, ¿no?

–Me costará el doble.

–Pero podrás.

–No me voy a quedar aquí, pequeño saltamontes –volvió a mirarla–. ¿Era eso lo que te daba miedo? ¿Que decidiera quedarme en el interior de un volcán?

Ella volvió a encogerse de hombros.

–No. No quiero dejarte solo –murmuró.

No lo miraba, pero no necesitó hacerlo para saber que él sí tenía la vista clavada en ella. Y él tampoco necesitó saber lo que pensaba ella para darse cuenta de que, en realidad, tan solo quería aprovechar los últimos minutos que, probablemente, les quedasen juntos.


El cuerpo de Ken dio un brinco.

–¿Todo bien? –Yolei se sobresaltó.

El chico no respondió. Concentrarse en mantener la burbuja de aire alrededor de la cabeza de Matt, y el magma alejado de esta, era probablemente de las cosas más complicadas que había hecho en su vida y, desde luego, algo que nunca llegó a pensar que haría. La necesidad de concentración que le requería era tan extrema que no podía ser consciente de quién se había quedado con él, de si la voz de Yolei era realmente de Yolei o de si todavía se encontraba bajo la cámara magmática del volcán. No sabía lo que le había dicho aquella voz, pero no podía pensar en ello. El magma que rodeaba a Matt parecía que iba cambiando de dirección de caída en movimientos irregulares, como si alguien estuviese revolviéndolo con alguna especie de cucharón gigante para que no se quedase estático. Agradeció el momento en el que dejó de caer y de arrastrar a Matt consigo, pero no estaba seguro de que aquellas turbulencias fuesen mejores.

Tai apoyó una mano en el hombro de Yolei.

–Está todo bien –le susurró. Ella asintió con la cabeza sin dejar de mirar a Ken.

En ese momento, Ichijouji volvió a dar un brinco. El movimiento del magma había empezado a cambiar de dirección de nuevo, y casi pudo notar cómo el aire que estaba comprimiendo alrededor de Matt se le descontrolaba. Por suerte, pudo mantenerlo en su sitio.


El corazón de Matt también se aceleró. Notó que su cuerpo dejaba de recibir la fuerza del magma por todas partes, y sintió cómo este se esforzaba por subir. La fuerza de la lava comenzó a arrastrarlo poco a poco, hasta que empezó a tomar una velocidad que le pareció abrumadora. Como le había dicho Izzy, ese debía ser el momento en el que su cuerpo ya se encontraba en la chimenea del volcán, así que era cuando el magma comenzaba a subir y no a bajar. Trató de mover brazos y piernas para estabilizarse, pero la fuerza de la lava subiendo cada vez era mayor, y no pudo luchar contra ella.

En apenas unos segundos, el aire que estaba hecho una burbuja espesa a su alrededor se descomprimió y se liberó en todas las direcciones; su cuerpo dejó de sentir la fuerza del magma que le subía y, en su lugar, notó que comenzaba a arrastrarlo de manera horizontal. La luz de algún sol le dañó los ojos por un momento, y miró a su alrededor en cuanto pudo: había salido y se encontraba en el cráter del volcán, con toda la lava que todavía se rebosaba y se desparramaba por todos lados. Intentó ponerse en pie para no dejarse arrastrar más por aquella masa viscosa y que esta no lo llevase a caer por la ladera, pero todavía intentaba empujarle los pies. Gateó sobre esta hasta que, por fin, llegó a una parte rocosa un poco más alta y a la que no parecía haber llegado la lava. Allí pudo sentarse a recuperar el aire. Mientras, buscó la entrada de alguna cueva con la mirada y, cuando dio con ella, se puso en marcha.


–Acaba de llegar.

Tai y Yolei lo miraron. Ken pestañeó varias veces.

–¿Matt? ¿Ya salió del magma? –Inquirió el mayor.

Ichijouji asintió con la cabeza y los miró, sin dejar de pestañear.

–Entonces vamos subiendo. Rápido.


Después de atravesar el cráter rebosante de lava lenta, espesa y todavía burbujeante, Matt llegó a una apertura de roca en los laterales del volcán. Se dio cuenta de que aquella masa caliente no llegaba hasta la cueva, por lo que le resultaría mucho más sencillo atravesarla. Echó un vistazo al cielo azul, y al horizonte alrededor del volcán: la isla de La China era un lugar cargado de zonas verdes y húmedas. El inmenso mar de árboles se extendía en varios kilómetros a la redonda, pero mirase hacia donde mirase, también podía ver el mar –de agua– rodeando la isla. Una sensación angustiante volvió a pasar por su pecho en apenas un segundo, y se obligó a centrar su atención en la cueva. Se introdujo en ella. Las paredes cargaban antorchas encendidas que iluminaban el camino, pero solo tuvo que caminar diez metros para llegar a un punto en el que la pared de roca no le permitía avanzar, y sobre la que encontró la puerta que el hombre de la voz le había prometido. Separó el cuello de su traje azul de su piel y extrajo el cordón con la llave que habían encontrado en el libro; el mismo en que el Maestro se había convertido.

Pero se detuvo.

No sabía por dónde irían los demás, y debía recordar quitarse el traje antes de abrir la puerta, para que su poder no se desactivase en ese momento.

Miró su alrededor: un gran baúl de madera descansaba en una esquina de la cueva, al lado de puerta. Se acercó y dejó la llave sobre su superficie. Después, se quitó el traje, lo dejó tirado en el suelo de roca, y agradeció que hiciera un calor asfixiante y no frío. Su ropa interior era más que suficiente para abrigarlo. Volvió a dirigirse al baúl, se colgó la llave del cuello y apoyó las manos en su superficie mientras se llenaba el pecho de aire. Trató de levantar la tapa, pero esta no se movió un solo milímetro. Se acuclilló para buscar un candado, y cuando no lo encontró se puso en pie y observó la puerta con inquietud. ¿Cómo podía saber cuándo era el mejor momento para abrirla? Ken se había quedado abajo, así que era posible que todavía estuviese subiendo por la cueva para llegar hasta el otro lado de la puerta.

Se descolgó la llave del cuello y enredó el cordón negro en su mano antes de quedarse estático y con el corazón en un puño. El sonido de la lava desplazándose fuera de la cueva fue lo único que llegó hasta sus oídos antes de que se acercara hasta la puerta y pegase la oreja en la madera rugosa. Al otro lado, todo parecía estar en silencio.

–Estoy seguro de que al público le está encantando verte en ropa interior, pero me temo que no podrás esperar más, Elegido de la Amistad –la voz resonó por las paredes de la cueva y sobresaltó a Matt–. Ya hemos esperado mucho, ¿no crees?

En lugar de responderle, el chico se mordió la lengua. Acercó la llave a la cerradura y, con toda la lentitud que pudo, la abrió. La madera parecía estar tan hinchada por la humedad que le costó moverla, y tuvo que usar toda la fuerza de la que disponía para arrastrarla y abrirla del todo. De manera automática, el traje azul que había dejado tirado a un lado de la cueva comenzó a echar humo, y una pequeña chispa se prendió hasta incendiarlo. El calor que había recibido del magma todavía no se había esfumado; agradeció haberle hecho caso a Izzy.

Su mirada se dirigió al interior de la cueva, pero no se atrevió a traspasar la puerta por si esta se cerraba. Apretó la llave con fuerza entre sus manos cuando creyó escuchar la voz lejana de Sora.


–Estamos llegando –decía la pelirroja, que trataba de recuperar el aliento sin éxito–. ¿Vamos todos bien?

Joe asintió a su lado, cabizbajo. Davis levantó el dedo pulgar desde el último lugar del grupo, y Kari y Yung doblaron las rodillas para apoyar a TK en el suelo con todo el cuidado posible. Sora y Cody se acercaron para ayudarlos a subirlo de nuevo a la espalda de Pelumon.

–¿Crees que los demás estarán subiendo ya? –Murmuró Kari. Yung le echó un vistazo rápido.

–Eso espero –respondió Izzy.

–Claro. Ya deben estar subiendo –aseguró Sora.

Pero sus palabras y su sonrisa cálida no tranquilizaron a Kari. La elegida de la Luz apoyó una mano en la espalda de TK y se quedó mirando sus ojos cerrados por unos segundos. El pelo le caía sobre la frente y terminaba entremezclado con la mata de pelo grisácea de Pelumon, y su cuerpo inerte no parecía ser capaz, siquiera, de sostenerse sobre la criatura con forma de anciano. El domovoi la miró a los ojos y ella le sonrió. Después, Yung los instó a seguir y continuaron la marcha a pesar de las quejas de Mimi y del cansancio de todos.

Pero poco tardaron en comenzar a ver que la luz de aquella cueva se hacía cada vez más intensa. Tras avanzar por las rocas, subir los escalones de piedra y rasgarse la piel de las manos, pudieron divisar el marco de una puerta abierta de par en par, y a un chico semidesnudo esperándolos al otro lado.


La respiración de Jake había comenzado a estabilizarse. Su pecho cada vez se elevaba menos, y el mareo que había estado sintiendo se volvió mucho menos exagerado. Pasase lo que pasase, le costaría volver a recuperar la forma que había perdido tras tantos años sin usar sus poderes, y esperaba hacerlo lo suficientemente bien como para que su cuerpo debilitado no le fallase y terminara estallando. Tragó saliva y volvió a abrir los ojos. Ari lo estaba mirando.

–¿Es verdad eso? –Dijo ella– ¿Te matarán si sales de Whisimbell?

Él dudó, pero finalmente asintió con la cabeza.

–No lo entiendo –insistió Ari–. ¿No se suponía que no podían matar humanos? Tú eres humano.

–No del todo –habló despacio–. Tengo una parte sombra y no me queda de otra que rendirles cuentas.

–¿Pero por qué?

Jake notó que se le quebraba la voz. Inspiró hondo antes de responder:

–Sabes que se lo toman muy en serio. La confidencialidad de su mundo –aclaró–. La condición que me pusieron en el juicio era que, después de los cinco años de cárcel que pasé, podría volver a vivir como un humano corriente solo si de verdad me comportaba como tal. Al utilizar mis poderes frente a todo el mundo habré quebrantado sus leyes varias veces y de muchas formas, así que no creo ni que me den la oportunidad de explicarme y someterme a juicio una vez más. Con mis antecedentes y lo que he hecho aquí, querrán quitarme de en medio lo antes posible.

–Yo creía que te protegerían. Creí que te habían protegido en el juicio que te hicieron.

–Y lo hicieron. Me rebajaron la condena porque entendieron la situación en la que me encontraba, y que sea medio humano para ellos es como una especie de discapacidad –sonrió–. Pero se les acaba la paciencia muy rápido. Un segundo juicio solo se da en momentos excepcionales, si los crímenes son menores. El mío es gravísimo –ironizó.

Ari se giró hacia él.

–¿Y no podemos hacer algo? Esto no es justo, Jake. Nunca son justos contigo.

–Es complicado –hizo una pausa. El sonido de alguna gota que cayó contra la roca llegó hasta ellos–. Estoy seguro de que tienen sombras acechando los dos mundos por si se me ocurre salir de Whisimbell contigo. Me atraparán antes de que ponga un pie sobre tierra firme.

–¿Por qué estás tan seguro? Podemos intentarlo. Eres rápido; no tienen por qué atraparte.

–¿Y pasarme el resto de mi vida huyendo de ellos? –Negó con la cabeza– No puedo hacer nada. Ni siquiera puedo ser tan rápido como antes, al menos de momento. Me encantaría irme de aquí, volver a Odaiba contigo y hacer mi vida sin tener que rendirle cuentas a nadie. Pero no puedo –con cada palabra, observaba la reacción de Ari.

–¿Y si me quedo contigo?

Jake no evitó que se le escapara una risa.

–No te rías –añadió ella–. Podemos hacernos una casa con patas de gallina y ser vecinos de Baba Yaga.

–¿Y comer carne de persona los fines de semana?

–Estoy segura de haber visto que tiene una barbacoa.

Él volvió a reír.

–No suena mal, pero estoy seguro de que tu madre encontraría la manera de venir hasta aquí a buscarte.

–Se acostumbrará.

–Si no fueras a dejar toda tu vida atrás, no sería mala idea –separó la espalda de la pared.

–Tú también vas a dejar tu vida atrás.

–Ni siquiera sé si mi madre sigue viva. Después de ti, los que más desean que regrese son los sombra, y es tan solo para darme caza, fingir un juicio rápido y matarme antes de que me dé cuenta –clavó la vista en la pared de roca que tenía enfrente–. No estoy dispuesto a permitirlo. Si tengo que darle la vuelta a la situación y engañarme para pensar que Whisimbell es todo lo contrario de lo que ha sido hasta ahora, lo haré. Estoy seguro de que puedo encontrar una manera de hacer que este mundo sea mucho más ameno, de que me cueste menos creer que puedo vivir aquí. No importa. No quiero morir, y la única forma de no hacerlo es quedarme aquí. No se atreverán a venir a Whisimbell, porque saben qué clase de mundo es y no tendrían manera de encontrarme sin arriesgarse a volverse locos. La fama que tiene Whisimbell me protege –la miró–. Puedo hacerme creer que viviendo aquí seré libre; y en parte creo que podré serlo. Al menos, seré más libre de lo que podría serlo viviendo bajo su vigilancia constante.

–¿Serías libre encerrándote en Whisimbell?

–Solo seré libre de verdad cuando me dejen en paz –sonrió–, pero no lo van a hacer. Puedo intentar ser todo lo libre que pueda, donde sea, mientras esté vivo.

–Guíñame el ojo izquierdo si tienes un plan.

Él rio y la observó con atención. A pesar de que muchas de sus palabras siempre le sonaban a broma, sabía a la perfección que lo estaba diciendo muy en serio; que estaba buscando en él algo que le dijera que tenía un plan para salir de ahí, pero que no podía decirlo en voz alta porque sabía que todo se estaba retransmitiendo en directo y que los sombra lo estaban viendo y escuchando. Se humedeció los labios, se mordió el inferior y apoyó la mano derecha en la mejilla izquierda de Ari para atraerla hacia sí. Después, le dio un beso en la mejilla, acercó los labios a su oído y susurró:

–Yo siempre tengo un plan, pequeño saltamontes.


–¿Ari también se quedó atrás?

–Quiso quedarse con Jake. Dijeron que podrían llegar hasta aquí sin problemas.

La explicación de Sora no pareció aliviar a Matt, pero no añadió nada más. Se concentró en cómo Joe le tomaba la temperatura y el pulso a su hermano.

–Está bien –explicó el médico–. No creo que tarde mucho en despertarse.

Habían dejado a TK en el suelo con cuidado, para que Pelumon pudiese descansar un poco más. La cabeza del elegido de la Esperanza reposaba sobre el regazo de Kari, que había apoyado una mano en su frente mientras observaba la puerta por la que debía aparecer su hermano.

–La puerta debe llevar abierta más de cinco minutos; tal vez casi diez. Si no aparecen ya, se va a cerrar.

–¿Estás seguro, Matt? –Izzy pareció sobresaltarse ante esa información.

El rubio dirigió la mirada severa a la puerta abierta, pero sus amigos no aparecían por ninguna parte. Davis cerró un puño desde el marco, y Mimi posó las manos sobre sus propias mejillas sin dejar de mirar el sitio por el que habían venido.

–¡Tai! –Gritó– ¡Yolei! ¡Chicos! ¡La puerta se va a cerrar!

El eco de su voz se extendió por las paredes de roca, y cuando dejó de sonar todos mantuvieron el silencio y agudizaron el oído todo lo que pudieron. Un silencio profundo y vacío fue la única respuesta que recibieron.

–¿Qué pasará si no llegan?

–Llegarán, Mimi.

–¿Pero qué pasará si no?

Izzy tragó saliva.

–Que se quedarán atrapados –respondió.

–Eso es lo que estás deseando, ¿verdad, cerebrito?

Todos se giraron ante esa voz. Tai había puesto los brazos en jarra detrás de ellos, mientras que Ari y Ken ayudaban a Jake a volver a sentarse en el suelo. Yolei sonrió. Kari contuvo las ganas de correr hacia su hermano.

–¿Jake pudo con todos? –Inquirió Izzy.

Pero nadie pudo responder a su pregunta. Un rugido burdo y atroz llegó hasta sus oídos y pareció instaurarse en todos y cada uno de los recovecos de la cueva, y la piel de la mayoría de ellos se erizó cuando ese chillido los estremeció por completo. Las paredes de la cueva comenzaron a temblar y a resquebrajarse; pequeñas rocas se desprendieron del techo y dos antorchas cayeron y se apagaron de golpe. Matt dejó que su cuerpo se interpusiera entre las rocas y TK.

–¿Qué es eso? –Yolei gritó para hacerse oír por encima del ruido.

–¡Cuidado! ¡Fuera de la puerta!

Sin saber por qué, todos obedecieron al grito de Davis y se agacharon con el cuerpo pegado a las paredes. Entonces, pudieron apreciar cómo un dragón verde y alargado atravesaba la puerta con brusquedad y se detenía en medio de la cueva para observarlos. Nadie se atrevió a mirar sus ojos rasgados, porque su bigote, el brillo de sus escamas y el tamaño de sus garras les llamaron más la atención. Izzy cerró el libro sin dejar de mirar a la criatura con una nota de fascinación y otra de incredulidad.

–La perla del dragón –murmuró.





Sombra&Luz

En la clase de hoy tenemos: las partes de un volcán :v okno.

Les dejo la imagen en multimedia por si les resulta más sencillo: ellos llegarían al lugar que está debajo de la cámara magmática, y desde ahí verían el magma caer y subir al mismo tiempo (esto en realidad es imposible, but estamos hablando de Whisimbell (?)). Matt entraría al magma y subiría por la chimenea principal, e imagínense que una de las chimeneas secundarias no es una chimenea y es en realidad la cueva por la que suben los demás. Cerca del cráter estaría la otra entrada a la cueva.

Espero que les haya gustado y siento mucho el retraso. Ya lo dije, pero seguiré tardando en actualizar. De todas maneras, ya solo quedan cuatro capítulos de Whisimbell, omg. Casi no me lo creo jajaja.

Recuerden que sus votos y comentarios son lo que más me anima a seguir escribiendo. ❤  Gracias.

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