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Treinta y ocho | Syrleys

"Tengo el presentimiento de que algo ocurre cuando unimos nuestros corazones.", Takeru Takaishi.


La tensión en aquella cueva había aumentado de golpe. Los movimientos de los chicos se volvieron lentos y desconfiados delante de aquel inmenso dragón que los observaba sin ningún interés aparente, y cuyas escamas parecían reflejar con esmero la luz de las antorchas, en tonos que variaban entre los naranjas, los verdes y los violetas.

Tai había hincado una rodilla en el suelo de roca por puro instinto, al sentir que la peligrosidad del dragón le abrumaba.

–¿Qué pretendes? –Frunció el ceño.

–Os presento a Syrleys –continuó la voz–. Mi pequeña Syrleys. A veces prefiere que la llamen Syrlong, pero suele ser cuando está lo suficientemente satisfecha como para que todo le importe más bien poco. Es una dragona realmente juguetona; adora la competitividad, y estoy segurísimo de que le encantará divertirse con vosotros.

–No puedes estar hablando en serio –se quejó Davis–. ¿Es que buscas destruirnos?

–Oh, casi me ofendes, heredero del Valor. Si buscase destruiros ya lo habría hecho. Sin embargo, continuáis con vida, ¿no es cierto? Syrleys es muy juguetona, pero no intentará comerse a nadie a menos que yo se lo pida, así que no temáis.

–Es el mismo dragón que nos atacó en el tren –dijo Ari.

–En efecto, ser enviado. Ya os conocíais, pero creía necesaria una presentación más formal. Ahora, si me lo permitís, vamos a proceder con el motivo de este encuentro tan desafortunado para vosotros, ¿de acuerdo?

Tai sobresaltó a Joe cuando se puso en pie de golpe. Se limpió el sudor de la frente con el antebrazo y apretó los puños con fuerza.

–Vamos a terminar con esto de una vez –soltó.

–¿Veis el baúl que está al lado de la puerta por la que, técnicamente, deberíais haber entrado? –La mayoría de los presentes no se giraron a mirarla; Syrleys se llevaba toda su atención– Bien. En él guardo unas pocas cositas que nos servirán después, pero antes debo pediros que, todos los que conservéis los poderes, os acerquéis al arca y la toquéis.

Los elegidos se miraron. La tensión acumulada en el ambiente había hecho que sus mentes y sus cuerpos se mantuviesen tensos y alerta, y que la principal fuente de su atención no fuese otra cosa que las garras y el hocico de Syrleys, cuyas fosas nasales se abrían y cerraban en busca de determinar cuántos olores distintos podría encontrar dentro de aquel lugar. Izzy tragó saliva cuando Tai lo miró de reojo.

–Deberíamos hacer lo que nos dice –habló el pelirrojo, despacio.

–¿Estás seguro, cerebrito?

Izzy asintió con la cabeza.

–Es lo único que podemos hacer desde aquí, ahora mismo.

Tai paseó la mirada por los demás antes de asentir. Ese simple movimiento de cabeza bastó para que Izzy, Davis, Yolei y Yung lo acompañasen a tocar el baúl.

–Oh, Elegido del Conocimiento, ¿a dónde vas? –Interrumpió el hombre.

Todos se detuvieron.

–Has dicho que toquemos el baúl –dijo.

–He dicho que toquéis el baúl, los que conservéis vuestros poderes.

La boca de Izzy se abrió para rebatir, pero se detuvo de golpe antes de pronunciar una sola palabra.

–¿Cómo? –Soltó Tai.

–Izzy no ha usado sus poderes –Sora se puso en pie al lado de Joe.

–¿Estás segura? Creo recordar que el Elegido del Conocimiento activó sus poderes durante unos segundos en la primera prueba, antes de que la Elegida de la Inocencia os sacase de aquel embrollo. Estoy bastante seguro de ello, en realidad.

–No puede ser –rebatió Matt–. No utilizó su poder para nada.

–Sí lo hizo. Utilizó su poder y, cuando eso pasa y termina la prueba, el poder se desactiva. Es una verdadera lástima, pero son las normas del juego.

–Ni siquiera sabíamos que habían empezado las pruebas –Ishida apretó los dientes.

–No es posible que nos quites poderes cuando ni siquiera sabemos que estamos jugando.

–En realidad sí es posible, Elegida del Amor, y es precisamente eso lo que ha pasado. Decir que no soy yo quien ha inventado las reglas sería demasiado contraproducente, porque no es cierto, pero decir que sois vosotros mismos los que habéis desaprovechado esa oportunidad me parece más acertado.

–Pero...

–Tai –Izzy le interrumpió–. Déjalo. Activé mi poder durante medio segundo, así que no hay nada que hacer.

Los puños del líder se apretaron con más fuerza.

–Deberíamos seguir –añadió Davis.

Los cuatro que quedaban se dieron la vuelta y tocaron el baúl.

–Enhorabuena, Elegidos; ahora sois, de manera oficial, los objetivos principales de Syrleys.

La dragona, como si lo hubiera entendido, dobló el cuello para elevar la mirada y, con ella, soltar un rugido profundo que provocó un escalofrío en todos los presentes. Algunos de ellos retrocedieron un par de pasos cuando de sus fauces emergió una pequeña llamarada.

–¿Eso qué significa? –Inquirió Yolei.

–Oh, ¿no has entendido mi referencia, heredera de la Inocencia? Siendo la gamer del grupo, esperaba que pudieses llegar a la conclusión tú sola.

–Arranca de una vez –insistió Davis.

–Enseguida. Elegidos, bienvenidos a mi fantasía final –en ese momento, la gruesa y rugosa piel del dragón pareció estremecerse bajo sus escamas, y el fuego de las antorchas aumentó de golpe–. Veréis: Syrleys es tan juguetona que hace varios miles de años se tragó, puede que sin quererlo, a un grupo de personas que trataba de retarla para robarle su perla. Esperemos que eso no os pase a vosotros, claro está; pero el problema radica en que esa perla se convirtió en una de las joyas más valiosas del Reino de China y, desde entonces, nadie ha conseguido quitársela a la que los antiguos llamaban Syrlong. Por lo menos hasta el momento.

–Eso... Eso fue lo que me dijo el libro que me hablaba en la Biblioteca de Whisimbell.

–En efecto, Elegida del Amor. Aquel libro que respondía a tus preguntas no te mintió: habéis venido hasta aquí para conseguir esa perla.

–¿Y por qué querríamos quitársela? –Preguntó Cody.

–Porque os interesa salir de aquí con vida, por supuesto. Oh, ¿os referís a cuál es mi interés en conseguir esa perla? En realidad, poco me importa su valor. A Syrleys es a la que le importa esa joya brillante. Lo interesante de todo esto es que cuatro de vosotros os vais a tener que enfrentar a un dragón con vuestros poderes; que vais a tener que vencerle para conseguir la perla y que los índices de audiencia han aumentado desde que la pequeña Syrleys ha aparecido en pantalla. Decir que os tendréis que enfrentar a ella no solo lo vuelve algo mucho más interesante para mí, sino que la propia audiencia está tan interesada en verlo que incluso estamos recibiendo donativos para que continuemos emitiéndolo. Todo un detalle por parte de nuestros patrones que agradezco sobremanera.

Matt apretó los dientes con más fuerza. Mimi se encogió sobre sí misma.

–¿Y cómo pretendes que se la quitemos? –Inquirió Izzy– Si se la tragó hace tantos miles de años.

–Como os iba diciendo, los cuatro que habéis tocado el arca habéis quedado marcados como objetivos de Syrleys. Esto significa que su intención a partir de ahora no será otra que destruiros. Lo cual, por supuesto, tampoco quiere decir que los demás estéis a salvo.

–¿Nos va a matar?

–Al menos lo intentará, heredero del Valor. No podemos pedirle que no se defienda, ¿no?

–¿Y los demás? –Habló Tai– Los que no participan en la prueba deberían poder salir de la cueva, o esperar en un lugar seguro.

–Me temo que eso no va a ser posible. Me atrevería a decir que ninguna de las partes de Whisimbell puede considerarse un lugar seguro, Elegidos, así que esperar aquí o junto a la lava del volcán no parece influir demasiado en vuestra integridad física.

–¿Y ponernos un escudo o algo así? –Aportó Sora.

–¿Un escudo? Creo recordar que ya tuvisteis la oportunidad de tener un escudo en el grupo, pero que no supisteis aprovecharlo, como tantas otras cosas. ¿Sabéis? Me habéis tomado el pelo varias veces a lo largo de todo este juego, y si hay algo que no soporto es que jueguen a ser Dios con mis propias normas. Sé que el castigo de quitaros a los elegidos de la Sinceridad y la Esperanza os ha afectado, pero no juguéis más con mi paciencia. No puedo ser más generoso de lo que lo estoy siendo.

Los chicos mantuvieron el silencio por un momento y se miraron entre ellos en busca de alguien que tuviese las palabras adecuadas.

Pero nadie parecía tenerlas.

–No te hemos tomado el pelo en ningún momento –habló Matt.

–Hemos estado todo el tiempo jugando bajo tus normas –rebatió Izzy–. Que tu juego tuviese lagunas no es nuestro problema.

Las miradas de todos se centraron en él. Su mirada seria y firme se dirigía a la dragona, a pesar de que no era de ella de donde venían las órdenes.

–Me temo que no va a ser posible ningún escudo, Elegidos. No pienso poner ningún tipo de separación entre vosotros y el terreno de juego, por lo que Syrleys podrá moverse libremente por todos los recovecos de la cueva. Por supuesto, sobra decir que tenéis terminantemente prohibido salir por cualquiera de las dos salidas que tiene; y que si lo hacéis os quedaréis atrapados en Whisimbell para siempre –Tai fue a decir algo, pero la voz de aquel hombre no le dejó intervenir–. Dentro del baúl que muy gentilmente habéis tocado para mí podréis encontrar un buen puñado de armas que estoy seguro de que os serán realmente útiles, porque me temo que solo con vuestros poderes no va a ser suficiente. Ah, y estad tranquilos; en cuanto habéis tocado el arca, vuestros poderes se han vuelto a activar.

La tapa del baúl, de pronto, comenzó a elevarse sola. Davis asomó la cabeza para encontrarse con un montón de arcos, espadas, mazas, lanzas, flechas y otras cuantas armas.

–Has dicho que esta es tu fantasía final –pensó Yolei en voz alta–. ¿Esta prueba va a ser como el Final Fantasy?

–Veo que al fin has captado mi referencia, heredera del Amor. Para que esto no resulte un caos absoluto he decidido seguir el funcionamiento de ese mismo videojuego y dejar que peleéis por turnos. Cada uno de vosotros tendrá su propio turno para atacar a Syrleys, moveros, defenderos o ayudar a vuestro equipo; empezando por el Elegido del Valor, siguiendo por su heredero y continuando por ti, para terminar en nuestro querido Elegido de la Oscuridad. Después, será Syrleys quien mueva ficha, y podrá hacerlo dos veces seguidas.

–¿Por qué ella dos y nosotros una? –Se quejó Yolei.

–Vosotros sois cuatro –explicó–. Mi pobre Syrleys tan solo es una; no sería justo.

Se contuvieron para no responderle.

–Syrleys tendrá dos posibilidades para mover ficha –continuó–, y en ese tiempo vosotros no podréis hacer nada. Si lo intentáis, perderéis vuestro turno. Pero estad tranquilos, porque ella tampoco podrá moverse durante vuestros turnos.

–Deberíamos ponernos detrás del baúl –advirtió Sora, que ayudó a Joe a ponerse en pie para moverse. Izzy, Mimi y Ken movieron el arca para dejar un espacio entre esta y la pared de roca; mientras que Matt, Kari y Cody cargaban a TK; y Ari y Pandora ayudaban a Jake.

–El problema de la pequeña Syrleys es que tiene un punto débil que deberíais encontrar para ganarle, y que va a ir cambiando cada vez que ella utilice su turno. Dicho punto débil puede tratarse de un material, como el hierro, la madera o la roca; de una de las magias que están imbuidas en las armas que hay en el arca, como el hielo, el rayo o el sacro; o incluso puede tratarse de alguna de las partes de su cuerpo, como los cuernos, las patas, los bigotes o la punta de su cola –hizo una pausa–. Veo caras realmente confusas ahora mismo, así que vamos a poner un ejemplo sencillito: digamos que el punto débil de Syrleys empiezan siendo sus patas. Entonces, vosotros tendríais cuatro turnos individuales y Syrleys podría realizar dos acciones después de vosotros. Imaginemos que malgastáis vuestros turnos, y que Syrleys, en su primer turno, decide que va a atacaros, y eso hace. En ese momento, el punto débil de Syrleys dejarían de ser las patas para convertirse en el hielo; y solo podríais vencerle utilizando el hielo.

–Pero luego volvería a ser el turno de la dragona y entonces volvería a cambiar de punto débil –completó Izzy.

–Eso es.

–Y no podríamos saber cuál es su punto débil.

–No podréis.

–Tendríamos que adivinarlo a base de azar.

–Necesitáis un buen puñado de suerte, sí.

–Esto es absurdo –susurró–. Es imposible que acertemos su punto débil sin mi poder.

–Oh, eso deberías haberlo previsto antes, Elegido del Conocimiento.

El chico ignoró su comentario y volvió a centrar su atención en el libro.

–¿Y cuándo acabará la prueba?

–Cuando venzáis a mi pequeña Syrleys, o cuando Syrleys os venza a vosotros, Elegida del Amor.

Los rostros de angustia no tardaron en magnificarse.

–¿Qué pasará si sus ataques nos alcanzan? –Preguntó Yung.

–Bueno, teniendo en cuenta que no podréis moveros o protegeros durante los turnos que no sean los vuestros, estoy seguro de que os dolerá bastante. Eso sí: podréis continuar en el juego, siempre y cuando vuestros cuerpos os respondan, claro.

–¿No va a ser como en la prueba de las peleas? –Inquirió Davis– ¿Si una lanza nos atraviesa la cabeza moriremos?

–No podemos morir –respondió Cody.

–Pero nuestros cuerpos dejarán de responder –completó Yung–. No veo mucha diferencia con estar muerto.

–Eso podríais haberlo pensado antes de cambiar todos mis paradigmas, ¿no creéis? Basta de tanta cháchara. Escoged armas y buena suerte, Elegidos. Estoy seguro de que esta vez sí que la vais a necesitar.

Syrleys estiró el cuello con un rugido del que dejó escapar una llamarada que se expandió por el techo de piedra. Los chicos se agacharon, y Tai abrió el baúl e inspeccionó su interior con desconcierto.

–¿Izzy? –Dijo– ¿Qué hacemos?

–No ha mencionado el fuego como posible punto débil –el pelirrojo separó el rostro del libro y alzó la voz desde detrás del arca–. Tenemos que descartar las armas que lleven la magia del fuego; no le van a hacer nada.

Davis y Yolei sacaron del baúl todas aquellas en las que había una etiqueta que ponía Fuego y las dejaron a un lado.

–Ni siquiera sé cómo se usa todo esto –se quejó ella.

–Davis –Izzy se puso en pie–, tu poder es el de clonarte.

–Qué pasada –sonrió.

–¿No tenemos suficiente con uno solo?

–Calla, Yolei.

–Por lo que creo haber entendido –continuó Izzy–, puedes clonarte en tu turno, y después cada uno de tus clones tendrá su propio turno para atacar, defenderse o moverse, antes de pasar al turno de Yolei.

–¿Así que tendremos más de cuatro turnos?

–Eso creo. Algo así, ¿no es cierto? –Alzó la voz para que el hombre se diera por aludido, y funcionó:

–No te equivocas, elegido del Conocimiento. Crear clones será lo único que el heredero del Valor pueda hacer en su turno, pero luego será el turno de sus clones, que podrán actuar después de él como si fueran jugadores. Puedes comenzar a clonarte cuando quieras. La supervelocidad del elegido del Valor funciona de una manera similar, por lo que podrá usarla siempre en su turno para moverse por el espacio y después atacar. Sería inútil que tan solo pudiera moverse rápido, ¿verdad? Podréis cambiar de armas cuanto y cuando queráis; estarán a vuestra disposición a lo largo de todo el juego. La heredera del Amor y la Inocencia podrá traspasar su energía cinética explosiva como único movimiento en su turno y, como es lógico, el Elegido de la Oscuridad no puede hacer más que generar sombras.

–¡¿Energía cinética explosiva?! ¿Eso qué significa? –Preguntó Yolei.

–Puedes hacer estallar objetos, como si fueran bombas –explicó Izzy leyendo el libro.

–Ah.

–¿Preparados? La audiencia está impaciente.

Syrleys recogió su cola alargada hasta que la pasó por detrás de su espalda. Sus ojos rasgados parecieron clavarse en todos y cada uno de ellos, a pesar de que era imposible, e Izzy tragó saliva y volvió a prestarle atención al libro mientras volvía a ocultarse detrás del baúl plagado de armas.

–Yolei –dijo–, ¿qué sabes de Final Fantasy?

–Pues, básicamente, parte de lo que él ha dicho: hay cuatro personajes que actúan por turnos y tienen armas legendarias. No hay nada más que me recuerde al juego, salvo lo de las magias que están en las armas: el hielo, el fuego, el rayo y el sacro.

El pelirrojo hinchó su pecho con el aire que dejó pasar a sus pulmones, para tratar de pensar con claridad. Después, inspeccionó a la dragona con atención.

–Parece que se está protegiendo la cola –murmuró–. Yolei, ¿esa es la espada de Excalibur?

La chica asintió con entusiasmo.

–Tai, usa esa espada contra su cola; debe ser la más poderosa. Tienes que ser muy rápido para que la dragona no se mueva y lo esquive.

El líder del grupo movió sus extremidades tratando de calentarlas para no comenzar la prueba en frío, a pesar de que no se recordaba un solo momento en frío durante la semana que habían pasado en aquel mundo. Antes de agarrar la espada, les echó un vistazo a sus amigos detrás del baúl y se miró el traje naranja, como si pretendiese infundirse fuerzas.

Después, se agachó para agarrar la que parecía la espada de Excalibur y, sin darle tiempo a ninguno de sus amigos ni a Syrleys de procesarlo, se dirigió hacia la cola de la dragona y le dio una estocada con todas sus fuerzas. Su movimiento fue tan veloz que sus amigos y los propios espectadores desde el Mundo Real todavía tenían los ojos clavados en el lugar que había ocupado frente al baúl, y tan solo fueron conscientes de su nueva posición al lado de Syrleys cuando la dragona emitió un rugido de dolor que se le escapó desde lo más profundo de la garganta y terminó en una llamarada que Yung esquivó a duras penas. Las exclamaciones de sorpresa no tardaron en aparecer, y Tai maldijo en voz alta cuando, todavía con la espada de Excalibur en la mano, se había desplazado unos metros de la dragona sin que, de nuevo, nadie pudiera verlo moverse. Ni siquiera Syrleys, que había alejado la cola de él con fiereza.

Izzy tragó saliva. Su expresión afligida y nerviosa contagió de inmediato a varios de sus amigos.

–Davis –dijo–, clónate todo lo que puedas y haz que tus clones agarren todos los arcos y flechas que hay en el baúl.

El chico, sin rechistar, cerró los ojos y se concentró. Su cuerpo seguro y firme contrastó con el punto de comedia que les transmitió su rostro tenso y arrugado, a pesar de que a ninguno de ellos les apetecía reírse. Entonces, a su alrededor, el aire comenzó a enturbiarse y a formar grandes burbujas contrahechas que fueron tomando forma y consistencia a una velocidad que los dejó pasmados. Poco a poco fueron convirtiéndose en siluetas que, en pocos segundos, se habían convertido en figuras tan similares a la de Davis que Yolei ahogó un grito de sorpresa.

–Vale –mientras los cuatro clones que Davis había conseguido se cargaban con arcos y flechas, Izzy pensaba en cómo iban a proceder–. Maldita sea –chasqueó la lengua–. Necesito que un clon proteja a Tai y que otros dos esperen en la retaguardia con los arcos cargados, apuntando con las flechas a la cola.

–No te preocupes por mí, Izzy. Estaré bien.

–Te necesitamos entero, Tai.

–No desperdicies clones –frunció el ceño.

Izzy le lanzó una mirada reprobatoria.

–Te necesitamos entero –repitió– y podemos generar más clones en el siguiente turno. Davis.

–¿Qué?

El ceño de Izzy también se arrugó cuando los cinco Davis le respondieron al unísono.

–Davis original –aclaró.

–Dime.

–Usa la maza de platino. ¿Esa es una espada Masamune?

Yolei volvió a asentir.

–Pues que la use el cuarto clon –esta vez se dirigió a él–. Intenta acercarte a su cola todo lo que puedas y atacarle con ella. Parece que hemos acertado con su punto débil y que Excalibur le ha hecho algo; esperemos que Masamune también.

Y eso hizo: corrió con un grito furioso hacia la criatura mitológica, blandiendo la espada samurái con toda la firmeza con la que el propio Davis lo haría. Pero, antes de que su filo se acercase a menos de cuatro metros de su cola, Syrleys estiró una de sus garras y golpeó con ella al clon, que salió disparado y se convirtió en humo blanco al chocar de lleno con la roca de la pared. El Davis original apretó con fuerza la base de su maza de platino, e Izzy se puso de nuevo en pie.

El resto de los elegidos observaba la escena con atención, pero ninguno se atrevía a intervenir en las elucubraciones de Izzy y en la tensión de los cuatro que estaban participando y viendo el turno de Syrleys cada vez más cerca.

–Son muy lentos para Syrleys. Yolei –el pelirrojo tragó saliva al sentir que sus propias dudas se le agolpaban en la garganta–, carga las flechas de los dos clones de la retaguardia con energía cinética explosiva.

–¿Y después? –Preguntó ella.

–Después, los clones lanzarán las flechas hacia la cola de Syrleys y espero que estallen en ese momento.

Yolei obedeció: miró las flechas de los dos clones y, como si hubiera estado haciéndolo toda su vida, utilizó su poder con tanta facilidad que pronto los Davis notaron que el peso de las flechas aumentaba. Pero, para sorpresa de todos, la confirmación de la habilidad de Yolei para con su nuevo descubierto poder vino con la consecutiva explosión de las flechas, que se llevaron por delante a los clones de Davis y provocaron la aparición de dos estallidos de humo blanco que no dejaron más que dos flechas y dos arcos como único rastro de que habían existido los clones.

La decepción provocó que Izzy dejara caer los hombros.

–¿Se puede saber qué has hecho? –Se quejó el Davis original– ¡No sabes usar tu poder, Yolei!

–No ha sido ella –intervino el pelirrojo sin dejar de mirar a la dragona. Sus cuerdas vocales titilaban con cada palabra que pronunciaba, a pesar de sus intentos por mantenerse estable–. Sabía que esto podía pasar. Le he dicho a Yolei que use su poder antes de su turno.

–¿Y ahora? –Inquirió Tai.

–Ahora le toca a Yung, y después a Syrleys.

–Escúchame, cerebrito –Izzy prestó atención a su líder, que lo miraba con una seguridad y una templanza que parecían implacables–. Tranquilízate. Si algo de esto sale mal, no será culpa tuya ni de nadie, ¿de acuerdo? Estamos todos juntos en esto y confiamos en ti porque eres el que tiene más capacidades para lograrlo. Si te equivocas será solo porque juntos no hemos sido capaces. ¿Lo pillas?

Izzy asintió. Después respiró hondo y soltó el libro, que cayó al lado de Sora con un estruendo al que nadie prestó atención.

–Está bien –dijo–. Ahora mismo no podemos atacar. Yolei, ¿qué magia tiene esa vara de ahí?

–Magia hielo. Es una vara gélida.

–Vale. Ya hemos perdido el turno de los clones, así que... –caviló– Yung, tienes que generar sombras para protegernos y coger esa vara gélida. Cuando hayas terminado, Syrleys tendrá dos turnos –les recordó, y todos asintieron–. Debemos tener mucho cuidado.

Yung agarró la vara gélida y generó muros de sombras oscuras que se posicionaron entre los elegidos y la dragona; que llegaban desde el suelo hasta el techo de roca. Tan solo un instante después, Syrleys volvió a rugir, justo antes encorvar su espalda larga, tensar sus músculos grandes y prietos, y abrir las fauces para dejar escapar una llamarada de fuego mucho más grande de las que les había enseñado hasta el momento. Los chicos, por instinto, se encogieron desde sus lugares. Matt se inclinó sobre el cuerpo de su hermano, que descansaba con la cabeza apoyada sobre el regazo de Kari, y Mimi se aferró a Joe con fuerza, aunque este apenas pudiese entender lo que estaba ocurriendo.

Aunque el fuego no logró tocar a nadie, el clon que había quedado de Davis y las sombras que Yung había generado desaparecieron cuando el fuego las devoró, llevándose consigo cualquier atisbo de seguridad que les pudieran ofrecer. Cuando se descubrieron ante Syrleys sin nada de por medio, sus cuerpos se estremecieron, pero no fueron capaces de mover un solo músculo: la tensión ante la mirada penetrante de la dragona parecía haberles paralizado, a pesar de que era imposible.

–¡Tai!

El grito de Sora se vio opacado por el sonido de la cola de Syrleys colisionando con fuerza contra el elegido del Valor. Su cuerpo cubierto por el traje naranja chocó de bruces con la pared de la cueva antes de caer al suelo como si tan solo fuera un muñeco de tela. Davis corrió hacia él.

–¡PARA! –El grito tajante y la mano extendida de Izzy fueron suficientes para que el chico se detuviese después de dos pasos y se girase a mirarlo con incredulidad–. No te muevas, Davis; no es tu turno. Podríamos perder dos turnos de golpe si vas a ayudarle.

–Hermano...

Matt apoyó una mano sobre el brazo de Kari, como si temiese que se fuera a mover de su sitio. TK se removió en ese momento, y Kari fue la única en darse cuenta.

–¡Tai! –Sora se puso en pie detrás del baúl– ¿Estás bien?

El chico, dolorido y con magulladuras por todas partes, estiró el brazo derecho con dificultad y levantó el dedo pulgar como única respuesta. Se incorporó en el sitio con esfuerzo, hasta que pudo levantarse al fin.

–¿Por qué no ha huido? –Preguntó Mimi sin soltar a Joe– Con lo rápido que es podía esquivarlo.

–No puede esquivar los golpes si no es su turno –explicó Matt–. Ha hecho bien en no moverse.

–¿Y ahora? –Inquirió Tai entre quejidos.

El pelirrojo había entornado los ojos sin dejar de mirar la escena, y Yolei casi creyó poder escuchar a su cabeza funcionando.

–¿Por qué ha atacado solo a Tai? –Pensó Izzy para sí mismo– ¿Porque Excalibur le hizo daño en la cola o por otra cosa?

Cody se colocó a su lado.

–Syrleys ya ha usado sus dos turnos –dijo– y con cada uno de sus turnos su punto débil cambia. Eso significa que al habernos atacado a todos, su punto débil ha dejado de ser la cola. Cuando ha atacado solo a Tai, su punto débil ya era otro. ¿Qué tipo de magia tiene la espada de Excalibur? –Miró a Yolei.

–La magia sacro –respondió.

–Eso es, tienes razón –asintió Izzy, que de pronto parecía haber vuelto en sí–. Ha atacado a Tai para alejar la espada de Excalibur por miedo a que le haga algo con su magia sacro. Su primer punto débil fue una parte de su cuerpo, y el segundo un tipo de magia; la sacro. El tercero debe ser uno de los materiales: el hierro, la roca o la madera –se llevó las manos al pelo–. Maldita sea, ¿cuál?

–La Excalibur está hecha de hierro, ¿no? –Inquirió Tai– Podemos probar.

Izzy examinó el exterior del baúl mientras su cabeza bajaba y subía con lentitud. Antes, siquiera, de que Izzy terminase de asentir una sola vez, Tai ya se había colocado frente a la dragona y le había dado una estocada en el hocico. Izzy quiso gritarle que se detuviera, pero era demasiado lento para él, y la espada Excalibur ya había rebotado sobre las escamas gruesas y rugosas de la criatura como si hubiese intentado clavar un alfiler sobre una superficie de metal. El rostro del líder de los elegidos se desencajó. Syrleys movió el hocico de un lago al otro mientras abría y cerraba las fosas nasales como si algo le hubiese hecho cosquillas.

–Mierda –bramó Tai.

–Acabo de darme cuenta –pudo decir Izzy–. Esa espada no podría haberle hecho nada ni aunque su punto débil fuese el hierro, porque la etiqueta que tiene pone Sacro. No hay ni una sola arma que tenga dos etiquetas, así que para probar con el hierro deberíamos haber usado un arma que tuviera la etiqueta de Hierro –bufó, se dio la vuelta y se llevó las manos a la cara–. Esto no puede estar pasando.

Tai tragó saliva al comprenderlo, y Sora se acercó hasta Izzy y apoyó una mano en su hombro.

–Ya has escuchado a Tai –dijo–: esto es cosa de todos. No te preocupes.

–Estoy cometiendo errores estúpidos, Sora –se apartó las manos de la cara, pero no la miró–. No es posible que no me haya dado cuenta de esto a tiempo.

–Tai es muy rápido –añadió Matt a su lado–. No tuviste tiempo de reaccionar.

Volvió a girarse. Evitó los ojos de sus amigos para no terminar de venirse abajo y se dirigió a Davis.

–Clónate otra vez –le dijo, y el chico obedeció. Enseguida había otros cuatro Davis rebuscando entre las armas del baúl–. Que uno use un arco para proteger a Tai, y que otros dos también se carguen con arcos y flechas y esperen en la retaguardia hasta que yo lo diga. Que las flechas sean de hierro –aclaró–. Y el último clon –lo miró–; corre, agarra la espada Masamune que está cerca de la dragona y ataca como puedas. Lo importante es que la toques con el filo. ¿Podrás hacerlo sin acercarte a más de cuatro metros de ella?

El cuarto clon sonrió antes de responder:

–Por supuesto.

Se prepararon. Cuando Izzy asintió, el cuarto clon corrió con todas sus fuerzas, agarró la espada Masamune al vuelo y retrocedió un par de pasos. Después, tomó impulso y, con toda la potencia con la que contaban sus brazos y, por ende, los del Davis original, dio algunos pasos más y lanzó la espada. Su grito se vio opacado por la fuerza de Syrleys golpeándolo con una garra, y por su posterior rugido de dolor al sentir el hierro de la espada quemándole las escamas. Unas gotas de sangre de la dragona se desparramaron sobre la roca de la cueva, al mismo tiempo que el clon de Davis se desvanecía en una explosión de humo blanco. La sangre de Syrleys derramada sobre la roca comenzó a echar humo, como si sus niveles de ácido fuesen tan elevados como para disolverla.

–O sea, que su punto débil sí es el hierro –comentó Pandora.

Izzy asintió con la cabeza sin perder la concentración que tenía puesta en la dragona.

–Adelante, Izzy –habló Tai–. Vamos con todo.

El pelirrojo no era consciente de que estaba temblando, pero obedeció al que una vez fue su líder sin rechistar. Su cerebro iba con más lentitud de la que sabía que tenía, pero los nervios lo tenían tan enfrascado en el juego que no podía pensar con la suficiente claridad como para saber que necesitaba parar unos segundos a relajarse.

Cuando dio la orden, los clones dos y tres de Davis lanzaron las flechas de hierro, que impactaron en el cuerpo rugoso y grande de la criatura mitológica. Su rugido, esta vez, pareció estar bañado en furia y no en dolor, pero las flechas provocaron más salpicaduras de sangre que llegaron hasta el primer clon, que protegía a Tai, y lo convirtieron también en humo blanco. Después, también bajo las órdenes de Izzy, Yolei corrió hacia la espada Masamune, que había quedado cerca de Syrleys, y se quedó esperando. Yung usó su poder para protegerlos a todos con sus sombras antes de que llegara el turno de la dragona. Pero poco duró aquella protección, porque Syrleys no dudó en atacarlos a todos de una sola vez con su llamarada. Las sombras se desvanecieron de la misma forma de la que habían aparecido y los dejaron a todos al descubierto para que la dragona, gracias al doble turno que le correspondía, volviese a atacarlos, furiosa por el daño que había recibido momentos antes.

–¡A cubierto! –Gritó Sora.

Los que estaban detrás del baúl se encogieron para protegerse con el mismo. El fuego pasó por ambos lados y por encima y, aunque no llegó a tocar a nadie, todos pudieron notar el calor que emanaba.

Al otro lado del baúl, Tai, Davis, Yolei y Yung no corrieron con la misma suerte: recibieron el calor de lleno, con tanta fuerza que sus amigos detrás del baúl se estremecieron ante sus gritos desesperados. Los cuatro habían llegado a hacerse una bola sobre su propio cuerpo para que el impacto no fuese tan fuerte, pero el dolor continuaba ahí.

Cuando la llama se detuvo, Ken fue el primero en asomar la cabeza: todos habían caído al suelo, y ninguno se movía. Los clones de Davis habían desaparecido.

–Yolei...

Hizo un amago de acercarse a ellos, pero los brazos de Cody detrás de él lo obligaron a detenerse.

–¿Qué les has hecho? –Bramó Ichijouji, forcejeando– ¡¿Qué les has hecho?!

Pandora tuvo que unirse a Cody para agarrarlo, y ninguno de los dos lo soltó a pesar de sus gritos y de los movimientos violentos de su cuerpo.

Sora, de rodillas, observaba a sus cuatro amigos sin apartar las manos de su boca. Sus ojos se habían abierto como platos, en un intento por procesar que lo que estaba ocurriendo era real, y que hacía ya días que no soñaba con nada. A su lado, Izzy había apoyado las manos detrás para no caerse, y su perplejidad combinaba a la perfección con la del resto de sus compañeros. Los sollozos de Mimi provocaron que ambos tragasen saliva.

TK volvió a moverse desde el regazo de Kari, que esta vez estaba tan atenta al estado de su hermano y sus amigos que no fue consciente. Matt bajó la mirada.

–¿TK? TK, ¿cómo estás?

–Hermano –susurró Kari.

–No pued... –Izzy negó con la cabeza. Se encontraba tan abrumado que había comenzado a perder el control de sí mismo–. No puede... Mierda –golpeó el suelo de roca con un puño–. Mierda, mierda, ¡mierda! –Volvió a golpearlo, esta vez con tanta fuerza que se hizo daño en los nudillos. Sus ojos se llenaron de lágrimas en apenas un instante, pero ni eso ni la sangre o el dolor impidieron que volviese a golpear la roca con cada palabra que emitía–. No. No. No. ¡MIERDA!

Los sollozos de Mimi se hicieron más fuertes con sus gritos. Joe tuvo que usar todas las fuerzas que le quedaban para alzar los brazos y rodearle el cuerpo con ellos.

Izzy se llevó las manos a la cabeza, se revolvió el pelo con energía y se apretó con fuerza, antes de alzar el brazo para volver a golpear la roca. Pero, esta vez, Sora lo detuvo como pudo.

–Ya está –susurraba ella, tratando de hacerse oír por encima de sus alaridos, de los gritos de Ken y de los sollozos de Mimi–. Ya está, Izzy –se le quebró la voz, pero intentó recomponerse–. No pasa nada. Escúchame, Izzy, tranquilízate.

Pero el Elegido del Conocimiento no la escuchaba. Ni a ella ni a nadie. Su respiración se había acelerado de una forma a la que nunca había ido, y había perdido de tal manera el control de su propio cuerpo y de sus propios pensamientos que ni siquiera las caricias y el intento de abrazo de su amiga pudieron calmarle. Por un momento, incluso, le costaba tanto respirar que creyó que se estaba muriendo.

–Izzy, por favor –esta vez, Sora se rompió un poco más ante la impotencia–. Izzy, escúchame. Tranquilo, está todo bien. Izzy, por favor, estás teniendo un ataque de ansiedad. Por favor, Izzy. ¡Izzy!

Rompió a llorar ella también, pero se detuvo un instante a respirar para tranquilizarse. Cuando volvió a mirar a su amigo, lo agarró de la cabeza para atraerlo hacia su pecho y apretarlo con toda la fuerza que podía, en parte porque sabía que lo necesitaba, y en parte para que no continuara haciéndose daño.

Izzy continuó llorando, temblando y gritando, pero cada vez con menos fuerza.

–Ya está –continuaba ella–. Ya está.

Matt, tras comprobar que su hermano todavía no se había despertado, se puso en pie. La furia que transmitía tan solo fue captada por Ari, que llevaba ya un rato mirándolo al intuir lo que se avecinaba. El rubio no dijo nada, pero sus intenciones sobre acercarse a los cuatro heridos eran más que evidentes.

–Matt, por favor, vuelve a sentarse –pidió Sora desde su lugar–. No vayas ahora. No podemos ir ahora.

–¿Y qué hacemos, Sora? –Le gritó– ¡Están los cuatro tan heridos que no pueden ni moverse! Ese tipo está tan putamente loco que va a terminar por matarlos –comenzó a caminar.

–Matt. ¡Matt! –Insistió entre gritos, sin soltar a Izzy– ¡Matt, por favor! ¡No sabemos cómo pueden reaccionar! ¡Matt!

Antes de que Matt terminase de pasar al lado del baúl, Jake lo agarró por detrás de ambos brazos y lo obligó a detenerse. Se zarandeó para intentar zafarse, pero no lo consiguió.

–Suéltame, Jake.

Ari se colocó frente a él y apoyó ambas manos en su vientre para ayudar a Jake a empujarlo, aunque no necesitase una ayuda real.

–Matt, vamos. Sora tiene razón –dijo.

–Dile a tu novio que me suelte o le desfiguro la cara.

–Te dejo que le pegues, pero no le desfigures la cara, porfi. Y ahora de verdad, Matt, cálmate. Vamos a volver atrás para no cagarla más.

–Están todos heridos, Ari –dejó de forcejear para mirarla a la cara. La ira todavía lo dominaba, pero su determinación parecía ir desvaneciéndose poco a poco–. Tenemos que ayudarles. No van a poder contra esa cosa; tenemos que sacarlos de ahí antes de que sea peor.

Jake aprovechó que había dejado de hacer fuerza para arrastrarlo hacia detrás como podía, pero Matt volvió a forcejear. Aun así, y aunque Jake no estaba en sus plenas facultades, no pudo resistirse a su fuerza y se vio arrastrado hacia detrás.

–Sora tiene razón –continuó Ari–; no sabemos cómo puede reaccionar ese... señor. Ni la dragona.

–¡Suéltame!

Mimi se llevó las manos a la cabeza bajo el abrazo débil de Joe.

–Palmon –gimoteó–. Palmon, ayúdanos...

Joe movió el brazo sin despegar la palma de la mano de su espalda encorvada, pero Mimi no dejó de llorar.

–Veo que os está quedando demasiado grande esta prueba, Elegidos –la voz del hombre que estaba provocando todo aquello se dejó oír por todos los huecos de la roca. Su tono, lejos de acompañar al de los chicos, sonaba incluso burlón.

–Me las vas a pagar –gruñía Matt. Jake y Ari lo arrastraron todavía más atrás.

Ken se desprendió del agarre de Cody con un movimiento violento. Pandora lo agarró con más fuerza del otro brazo. En lo que Cody volvía a recuperar las fuerzas para volver a agarrarlo, a Ken le dio tiempo de avanzar un par de metros.

–Ya basta –murmuró Mimi.

Una pequeña luz brilló desde el techo de la cueva, pero estaban todos tan absortos que no se dieron cuenta.

–Izzy, por favor –gimió Sora.

–Hermano –repitió Kari.

En ese momento, sintió que alguien se aferraba a su mano y bajó la mirada. TK, a duras penas, había entrelazado su mano con la de ella y se esforzaba por incorporarse. En cualquier otro momento, tanto Kari como Matt y el resto de sus amigos hubiesen insistido en que se mantuviese tumbado, pero la tensión, los gritos y el miedo no dejaban que ninguno de ellos pensase con claridad. Kari devolvió la mirada a los cuatro cuerpos que todavía reposaban frente a Syrleys, y TK apoyó la mano que tenía libre en la roca para sostenerse como podía. Desde ahí, miró su alrededor y después a Kari. Había estado inconsciente todo ese tiempo, pero a pesar de ello, se dio cuenta de que sabía todo lo que estaba pasando. Abrumado, cerró los ojos con fuerza para apaciguar su mareo.

Fue entonces cuando Kari apartó su mano de la de él y se puso en pie. Sin mediar palabra y sin apartar su mirada de los cuerpos, caminó hacia el de Tai, a pesar de que era el más lejano.

–Kari... –murmuró TK con dificultad–. Kari, espera –se levantó.

Su cuerpo se tambaleó sobre sus piernas todavía débiles y su fuerte mareo, pero no se detuvo: la siguió hasta que la alcanzó a unos pasos por delante de Matt, Ari y Jake, y entonces le rodeó el cuerpo con los brazos para detenerla.

–Hermano...

–Kari, no –pudo decir.

Un par de lágrimas se escaparon de los ojos de la chica, que llevaba varios minutos sin pestañear.

Aunque la luz del techo comenzó a intensificarse, ninguno se dio cuenta. Tan solo los que lo observaban todo desde el mundo real eran conscientes del círculo que había empezado a formarse.

Tokio, Japón

Domingo 29 de septiembre de 2013, 10:48 p.m.

–¡Ahora, Willis! ¡La puerta se está abriendo!

La voz de la señora Izumi a través del auricular externo que había conectado a uno de sus teléfonos móviles hizo que lo mirase por un segundo, antes de volver a teclear en su ordenador con más fuerza. Apretó el botón con el que cambiaba de destinatario antes de decir:

I proceed to cut the connection. Repeat: I proceed to cut the connection.

Sus compañeros y aliados a su alrededor elevaron la vista hacia él por un segundo, antes de asentir y continuar con su trabajo.

–¿Todo controlado, agente Williamson?

Uno de los ministros que representaban a Japón se colocó a su lado. Había llevado las manos juntas a la espalda de su cuerpo menudo y erguido, y su mirada severa se dirigía a las pantallas de trabajo de Willis como si comprendiera a la perfección lo que hacía.

–Todo controlado, ministro –respondió Willis sin dejar de teclear–. Hemos logrado introducir el virus programado del subtipo de ransomware en el sistema de Masanori Nakano. Ahora mismo disponemos de un 62,3% de control sobre su dispositivo y sobre el directo, así que pronto se acabará todo esto. Nos está costando un poco más de la cuenta, pero creo que podremos conseguir todo el control. Ahora estamos procediendo a cortar la conexión con los dispositivos de todo el mundo, con un segundo virus enviado a la red.

El ministro entornó los ojos.

–¿"Rainusomweru"?

–El ransomware es un tipo de virus que secuestra el ordenador y pide un rescate a su dueño –explicó–. En este caso hemos llevado a cabo una serie de modificaciones para que el virus no le quite el acceso al ordenador, y para que no le pida un rescate a Masanori Nakano. De esta manera podremos tener el control total de su dispositivo sin que él lo sepa, y podremos maniobrar sin problemas hasta que sea el momento para detenerlo –lo miró–. Es un subtipo de ransomware con características de rootkit que nos puede venir muy bien.

Aunque resultaba evidente que el ministro no se había enterado bien del todo de lo que le había dicho, este no añadió nada más y continuó mirando las pantallas.

Apenas unos segundos después de que Willis liberase ese segundo virus en la red, los dispositivos electrónicos de todo el mundo recibieron en sus pantallas, al mismo tiempo, un pantallazo en azul, que venía acompañado por un mensaje en un recuadro en el medio que ponía No connection. Willis llevó una mirada rápida a las pantallas de los gobiernos japonés y estadounidense, que eran los únicos que todavía podían observar sin problemas lo que estaba ocurriendo en Whisimbell. A sabiendas de que el ministro que estaba a su lado no tenía idea de lo que estaba haciendo en realidad, apretó unas cuantas cosas más desde el ordenador que estaba controlando y que, en realidad, no le pertenecía. Desde ahí, podía ver a la perfección lo que hacía aquel hombre, Masanori Nakano, desde la tranquilidad de su hogar: veía la flecha de su ratón moverse en la pantalla, y cómo de esa forma movía las cámaras para que la emisión se repartiera por el espacio de Whisimbell y las facciones de todos los elegidos fuesen emitidas en el directo, sin excepción.

Willis apretó los dientes, entornó los ojos y, sin que el ministro supiera nada, cortó también la conexión de los gobiernos. Las quejas de los hombres y mujeres a su alrededor no tardaron en llegar, alarmados por que en su plan surgieran imprevistos.

–¿Qué ha pasado? –Bramó uno de los hombres– ¡Hemos perdido la conexión con el sujeto!

–Quizás, al soltar el segundo virus y cortar la conexión con los dispositivos de los usuarios, también la hemos perdido nosotros –habló una mujer detrás de Willis.

–Debe ser eso –añadió él–. Eso o que el sujeto se ha dado cuenta de que hemos logrado entrar en su dispositivo y controlar parte de su sistema, y por eso ha cortado también la conexión con nosotros. Claro, aquí está: también se ha cortado su conexión con Whisimbell –mintió–. Debe ser un fallo del segundo virus.

–¿Y ahora, agente Williamson? No podemos saber lo que ocurre. ¿Cómo procedemos?

Willis miró la hora.

–No importa –respondió–. Contábamos con que este tipo de imprevistos podían darse, así que continuaremos con lo que teníamos planeado. Con el acceso al servidor principal de Masanori Nakano tenemos el control absoluto de lo que les ocurre a esos chicos: volverán a nuestro mundo cuando menos lo esperemos.

Una vez instaurado el pánico y la alerta en ambos gobiernos, el Gobierno Japonés procedió a dar el aviso para que los agentes entrasen a la fuerza en el hogar del hombre que había estado haciendo todo eso. Willis sonrió para sus adentros, pero continuó trabajando sin añadir nada más. A su lado, el ministro Hirobumi inclinó el cuerpo para acercarse a su altura.

–Agente Especial Williamson –susurró–. Si no le resulta a usted de mucha molestia, me gustaría que hablásemos en privado cuando termine todo este asunto.

Willis lo miró de reojo durante un segundo. Aunque no podía ver ya lo que ocurría, suponía que la puerta al Mundo Digital estaba a punto de abrirse, por lo que cortó la conexión con la señora Izumi sin que el ministro supiera, de nuevo, lo que hacía. Después, terminó de instaurar un tercer virus en la red con la atención puesta en que nadie más se diese cuenta, y se puso en pie en cuanto terminó. Se guardó un par de pequeños dispositivos y los tres teléfonos que le pertenecían en los bolsillos de su chaqueta y su pantalón.

–Compartimos objetivos, ministro Hirobumi –susurró en el mismo tono–. Aunque quizás deberíamos hablarlo incluso antes de que todo esto termine. ¿Me acompaña, por favor? Conocemos el lugar en donde los ciudadanos japoneses atrapados en ese mundo aparecerán de un momento a otro. Gran parte del equipo ya se está desplazando hacia allí, pero estoy seguro de que podremos hablar con más tranquilidad.

Hirobumi le mostró su respeto con una reverencia antes de seguirle.

–Agente Williamson –la mujer de antes hizo que se detuvieran antes de abandonar la sala. Con una evidente muestra de preocupación, se puso en pie desde su lugar y se subió las gafas por el puente de la nariz–, se han perdido todos los datos informáticos de los dispositivos de toda la red –varias personas a su alrededor lanzaron una exclamación de asombro–. Todavía no podemos determinar el cálculo exacto, pero creo que las pérdidas se remontan hasta hace unos días atrás. Todos los datos y archivos de todos los dispositivos informáticos creados o guardados desde hace, de momento, un par de días, han desaparecido por completo.

Willis tragó saliva antes de fruncir el ceño y fingir preocupación. Se cruzó de brazos con la cabeza gacha, como si pretendiese mostrarles lo inquieto que estaba.

–No puede ser –dijo–. Maldita sea. Debe ser otro fallo del segundo virus.

–¿Hemos hecho bien en soltar ese virus, señor?

–Lo creamos en muy poco tiempo, Rutkowska. Es normal que esté teniendo efectos secundarios que no preveíamos –chasqueó la lengua–. Este tipo de consecuencias serán bienvenidas mientras no sean especialmente grandes y mientras podamos traer a esas personas de vuelta. Tenemos que acabar con esto, antes de que las consecuencias sean mayores.

La China, Whisimbell

Tai, Davis, Yolei y Yung no respondían. Los cuatro se habían hecho una bola sobre sí mismos, y sus espaldas todavía desprendían humo. Sus trajes, lejos de lo que podía parecer, continuaban intactos.

Ken volvió a zafarse, esta vez del agarre de ambos, y corrió. Antes de llegar a Davis, que era el más cercano a él, Pandora logró darle alcance y, junto a Cody, lo detuvieron hasta inmovilizarle contra el suelo de roca.

Izzy continuó llorando y temblando. Sora no lo soltó.

–Ya basta –murmuraba Mimi–. No quiero seguir. ¡No quiero seguir!

–Hermano... No –añadió Kari, y comenzó a forcejear también–. No. ¡No!

TK la agarró con toda la fuerza que sus músculos debilitados le permitían.

Jake tuvo que tumbar a Matt para sostenerlo con mayor facilidad, y Ari se inclinó a su lado para tratar de convencerlo.

La luz del techo creció aún más, con tanta potencia que Syrleys se la quedó mirando con la cabeza inclinada hacia un lado. Joe fue el primero en verla cuando alzó la mirada sin soltar a Mimi, pero la potencia de su cansancio no le permitió hacer nada más que preguntarse qué era aquello. Tragó saliva.

TK trató de atrapar a Kari entre sus brazos.

Matt dejó que el pelo le tapase los ojos ante las palabras de Ari y la fuerza de Jake.

Ken no dejó de forcejear.

Sora apretó a Izzy con más fuerza contra su pecho cuando los temblores eran demasiado fuertes.

Y Tai, a lo lejos, elevó la cabeza con esfuerzo. Después, su brazo derecho se escapó de la prisión que él mismo había generado con su cuerpo, y apoyó la mano sobre la roca. Luego apoyó la otra y miró a Syrleys, justo en el mismo momento en el que Kari lo veía y dejaba de intentar llegar hasta él. Justo cuando Ari le dijo a Matt que lo mirase, y justo cuando Joe cayó en la cuenta de lo que estaba pasando.

–Tai... –susurró Sora con una sonrisa.

–Esto no se acaba aquí –pudo decir el chico. Le costó tanto pronunciar esas palabras que tuvo que detenerse a tragar saliva tres veces seguidas, pero aun así no desistió en su intento por ponerse en pie–. No nos vamos a rendir. Vamos a acabar con esto, de una vez por todas.

–Chi... Chicos –murmuró Joe. Nadie pareció haberle escuchado.

Nadie salvo Gomamon, que asomó sus garras por un pequeño hueco circular que dejaba pasar la luz y se lanzó a su abrazo de cabeza. Solo cuando el digimon impactó en la cabeza de Mimi y esta se quejó por el dolor fue cuando Joe terminó de creérselo.







Sombra&Luz

¡Hola! Espero que la dinámica de esta prueba se haya entendido. También espero que se haya entendido la parte de Willis y, por supuesto, que les haya gustado.

Gracias infinitas por su paciencia. Estoy escribiendo muy poco a poco, pero sigo haciéndolo. No sé cuándo volveré a actualizar, pero tan solo quedan 3 capítulos para que termine este fic y estoy emocionada aiusbsjhbrf.

Muchas gracias, de nuevo, por leer y comentar, y por tanta paciencia.

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