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Nueve | Deseos


"Tal vez seamos el sueño de alguien que duerme en un universo paralelo al nuestro.", Shecid Lovelace.


La luz del sol se trasladó directamente a su rostro, despertándola con delicadeza y obligándole a abrir los ojos para comprobar en dónde se encontraba. Sobre su cabeza, las hojas de los árboles se mecían con suavidad, movidas por la suave brisa que refrescaba el ambiente cálido que el sol estaba dejando. Miró a su alrededor y pronto se dio cuenta de que unos brazos le rodeaban y de que ella estaba recostada sobre el cuerpo al que pertenecían esos brazos. Giró la cabeza con cuidado y ahí estaba TK, con la cabeza gacha, los ojos cerrados y la respiración lenta. Sus manos descansaban sobre el vientre de la chica, y su espalda estaba apoyada en un tronco grueso que Kari pensó que no debía ser demasiado cómodo.

Miró a su alrededor en busca de Joe y Pandora, pero lo único que había era un frondoso bosque que esa noche no había podido apreciar tan bien como entonces. ¿Qué había ocurrido y dónde estaban los demás?

Con cuidado para no despertarlo, le apartó las manos de su vientre y las posó en el suelo con delicadeza, pero las piernas del chico se movieron de pronto.

–¿Kari? –Articuló medio dormido, recordando enseguida lo que había ocurrido esa noche y posando, entonces, la mano en su frente.

–¿Qué pasa? –Cuestionó ella.

–Creo que ya no tienes fiebre. Anoche te desmayaste; Joe y Pandora fueron al lago a por agua para bajarte la fiebre, pero no volvieron y... luego me quedé dormido –masculló, maldiciéndose por dentro–. Tienes mejor cara que anoche.

Kari se puso la mano donde había estado la del chico hacía un momento, y luego la bajó hasta su mejilla, pero no notó que estuviera caliente. Con cierta dificultad, apoyó la mano en el suelo y se levantó: le dolía todo el cuerpo.

–¿Y si les ha pasado algo?

TK la imitó con el cuerpo entumecido y dolorido.

–Esperemos que no –escrutó el bosque en busca de alguna señal que le indicara cualquier cosa acerca de su paradero o del de sus amigos, pero lo único que había eran árboles y maleza. Una mueca de dolor se asomó en su rostro cuando intentó estirarse: le dolía la espalda, como si hubieran estado presionándosela durante toda la noche.

Pronto se pusieron en marcha, decidiendo que lo mejor sería volver atrás para encontrar a Joe y a Pandora, pero ninguno de los dos estaba seguro de cuál era el camino de vuelta. Durante más de diez minutos caminaron en silencio, ambos cansados, hambrientos y, a pesar de que se conocían desde hacía más de trece años, incómodos. El dolor que sentían por haber dormido en el suelo se fue mitigando poco a poco y trasladándose a sus cabezas y a sus pies, y ninguno de las dos eras capaces de pensar con claridad ni de concentrarse en lo que tenían alrededor; todo parecía demasiado abrumador.

Kari se detuvo de manera repentina y TK la imitó. La chica miraba a su alrededor con desconcierto y cierta desconfianza.

–¿Qué pasa? –Le preguntó el muchacho.

–¿No lo oyes?

–¿Oír? –Inquirió, confuso– ¿El qué?

–La música.

TK miró a todos los lados como si quisiera ver la melodía de la que Kari hablaba, pero el bosque, para él, continuaba igual que hacía un par de minutos; ni la veía ni la escuchaba.

–No oigo nada –le informó, esta vez clavándole la mirada a ella porque estaba seguro de que, lo que fuera que la chica escuchara, era más real que él mismo.

–Es por allí –señaló con el dedo hacia su izquierda y se puso en marcha con el chico tras de sí–. Es preciosa.

El rubio observó su nuca mientras caminaban, con una mezcla entre curiosidad, melancolía y tristeza, y algo relacionado con la culpa, quizás.

Cuando ella se detuvo, él hizo lo mismo y miró al frente, boquiabierto de pronto porque, por fin, aquella melodía llegaba hasta sus oídos y sí, Kari tenía razón: era preciosa. Frente a ellos se extendía una laguna angosta y de verdes aguas, rodeada por completo de frondosos sauces y un ambiente más húmedo que el que se habían encontrado durante su estancia en el bosque. Olía a hongos, a resina y a algo húmedo que oscilaba entre lo dulce y lo salado y que ni Kari ni TK pudieron siquiera detectar. Pero lo que les sorprendió no fue nada de eso, sino las varias mujeres de piel nívea y largo pelo verdoso que rodeaban la laguna mientras realizaban cánticos sobre la melodía que ellas mismas emitían con sus cantos a capella. Todas ellas estaban ataviadas con túnicas del blanco más puro que quizás habían visto nunca.

TK la agarró del brazo con delicadeza y se escondieron tras un enorme sauce.

–¿Qué son? –Susurró Kari con ambas manos apoyadas en el tronco, demasiado absorta en ellas como para despegar la mirada– Son preciosas... Es como si su voz fuese su propia alma.

El chico reflexionó sobre ello. Era cierto, parecía que sus voces abarcaran más que lo que sus pequeños cuerpos podían abarcar; más incluso, quizás, que el viento o que su propia alma. Como si cada minúscula partícula del ambiente fuera a convertir lo simple en inmenso. Un escalofrío recorrió la columna vertebral de TK cuando la hierba creció a los pies de una de ellas mientras bailaba y, no supo por qué, pero una inquietante sensación le decía que no era buena idea acercarse demasiado. Miró a Kari para decirle que debían alejarse de allí sin hacer ruido, pero la expresión afligida de la chica le hizo dudar.

–¿Qué ocurre?

–Es triste –respondió sin mirarle, con un nudo en la garganta y llevándose las manos al pecho–. ¿No lo sientes? Es desgarrador y... –Tragó saliva– inquietante.

Y aunque lo último TK ya lo había sentido, para él esa tristeza que Kari describía no era más que algo siniestro que él no quería conocer.

–Vámonos de aquí.

Pero cuando se dieron la vuelta, se encontraron a una de ellas observándolos con curiosidad y sorpresa. Era alta, casi tanto como TK, y muy delgada. Los pómulos se le marcaban debajo de sus ojos, que no parecían poseer pupilas, y su piel blanca lo era casi tanto como sus ojos. Su pelo largo y verdoso, que caía en cascada hasta sus muslos, se podía confundir con algún tipo de liana, mientras que sus labios, delineados por sinuosas curvas, parecían acercarse más al verde que al rosado.

Humans –articuló, posiblemente con la voz más clara y melodiosa que habían escuchado en su vida, y con una dulzura que ninguno supo cómo interpretar–. What are you doing here? Oh, this is disgusting. You shouldn't be here.

Los chicos se miraron. Aquella mujer descalza hablaba un perfecto inglés británico al que ellos no estaban acostumbrados y que conocían a medias.

–Eh... sorry –TK pensaba con velocidad, pero las palabras llegaban hasta él con lentitud y duda–. We were living now.

La mujer sonrió. No aparentaba más de veinte años.

–¿Japonés? –Cambió de idioma con una facilidad que sorprendió a los chicos.

–S-sí. Lo sentimos, ya nos íbamos. No queríamos molestar.

–No molestan. Ese es el problema.

Kari miraba absorta sus ojos grandes y blancos, como si en ellos fuera capaz de ver todo lo que quería conocer sobre ella, y TK se ladeaba inquieto sobre sus pies. Por algún motivo, estaba cada vez más inquieto, como cuando tenía algún tipo de contacto con la oscuridad durante sus aventuras en el Mundo Digital. Y llevaba mucho tiempo sin sentirse así.

De pronto, el canto que los había atraído hasta allí se detuvo, y pudieron notar cómo la muchacha miraba a través de ellos durante unos instantes.

–Mis amigas ya saben que están aquí –aseguró–, y les gusta, pero sé que a los humanos no les suele gustar.

Ninguno de los dos quiso preguntar por qué.

–Tenemos que irnos –TK agarró con fuerza la mano de Kari, pero algo le decía que salir corriendo no iba a servir de nada–. Nos están esperando.

La joven pareció fijarse en Kari, y entonces entrecerró los ojos y ladeó la cabeza con suavidad.

Dnn's trsnak?

Un ruido sonó detrás de los elegidos y supieron enseguida que las demás mujeres estaban cerca, lo que hizo reaccionar a la que tenían delante.

–Por aquí –susurró.

***

–¿Y dices que apareciste aquí, sin más?

Sora asintió por cuarta vez a la pregunta de Izzy, sin dejar de mirar al frente. El chico había estado intentando entender cómo había llegado su amiga hasta allí, pero por muchas vueltas que le daba al asunto, no conseguía encontrar una explicación lógica a pesar de que Sora le había explicado varias veces que, con tan solo desearlo, había aparecido donde quería en el momento justo.

–No tiene sentido –recalcó de nuevo con la mirada puesta entre las hojas del libro que le había traído Sora.

–Árbol.

Izzy levantó la vista y esquivó el objeto del que Joe le había advertido, para luego volver a su ensoñación particular. Cody miró a Joe con preocupación y después desvió la mirada a donde este tenía la atención puesta: Olympia y Pandora caminaban frente a ellos junto a Mimi y Ken, que estaban acompañados por Pelumon. Seguramente Joe le estaría dando vueltas al por qué de la presencia de dos chicas no-elegidas en el grupo.

–Creo que tiene que ver con el mapa –explicó Sora–. No sé cómo funciona exactamente, pero el libro que me hablaba decía que solo se puede elegir a dónde ir desde la Biblioteca de Whisimbell.

Izzy se detuvo y la miró, provocando que todos los demás se detuvieran delante de ellos. En esa zona del bosque no había demasiados árboles y el calor del sol, que había aparecido hacía ya varias horas, era frenada por las pocas hojas verdes que se aglomeraban sobre sus cabezas.

–¿Tenemos que ir a esa biblioteca y solo se puede llegar a ella desde allí? –El pelirrojo frunció el ceño– Nada de esto tiene el más mínimo sentido.

–Es como si la biblioteca fuera una puerta, como las del Mundo Digital –aportó Cody.

–Sí, pero ¿por qué no se puede hacer eso desde cualquier lugar? Y lo más importante, ¿por qué no te trajiste ese otro libro que da respuestas?

–Lo intenté, pero el bichito del que te hablé antes no me dejó cogerlo para llevármelo.

Izzy frunció los labios y tensó la mandíbula.

–Necesito parar a leer bien este libro –informó, poniendo toda su atención en el libro que portaba entre las manos.

–Pero Kari y TK están solos –rebatió Joe–. Kari estaba enferma.

–Podemos dividirnos otra vez.

Los chicos reflexionaron sobre la idea de Pandora, pero era algo realmente arriesgado. Desde que habían llegado al llamado "Whisimbell", no habían hecho más que encontrarse con criaturas que jamás pensaron que existirían y con hechos que tiraban abajo cualquier ley de la física que su propio mundo defendiera, por lo que dividirse podía significar que no se volvieran a encontrar nunca más. Pero, por otro lado, al principio el grupo estaba más dividido aún y, a pesar de las dificultades y de no entender del todo cómo y por qué, habían terminado encontrándose, al menos la mayoría de ellos.

Mimi dobló las rodillas con un suspiro y las apoyó en el suelo, atrayendo la atención de Pelumon y Olympia.

–Pues yo estoy harta de caminar –articuló, captando esta vez la atención de todos–. Me duelen las piernas y solo quiero ir a casa y darme un baño. ¿Por qué otra vez nosotros? Estoy harta y no entiendo nada. Lo único que quería era volver a Japón para darles una sorpresa a mis amigos y que las cosas fueran otra vez como antes... pero no tanto. Yo solo quiero darme un baño y comer hasta reventar mientras veo una serie con Sora en el sofá de su casa.

–Eh..., chicos.

Todos salvo Mimi miraron a Ken, que se había alejado algunos pasos de su posición y se encontraba de espaldas a ellos.

–¿Qué pasa, Ken? –Sora se acercó a él.

–¿Es real o me lo estoy imaginando?

La chica abrió los ojos de par en par.

Lejos de allí, Davis miraba a Jake de reojo mientras luchaba por que su nariz le dejase respirar. Era difícil descifrar el tiempo exacto que había pasado desde que a Ari se la había llevado aquella extraña criatura con los pechos de piedra, pero, si el tiempo en aquel lugar transcurría como en su mundo, habían pasado ya tres noches y todavía no tenían ninguna pista acerca del paradero de la chica. Era como si se hubiera esfumado y simplemente ya no existiera.

A lo largo de esas más de 48 horas buscando a la chica, no habían visto en el paisaje más que nieve, árboles y mantas de color rojo esparcidas al azar por el espacio. Curiosamente, durante las noches aparecían fogatas sin dueño que no se apagaban a pesar del frío y del viento, y la aurora boreal en el cielo. Pero todo desaparecía al amanecer. Ellos, por su parte, apenas habían intercambiado palabras: Jake parecía tremendamente preocupado por su novia y era como si no pudiera expresarlo, como si su mente no pudiera pensar en otra cosa que en caminar en su busca. Davis, por su parte, intentaba buscar soluciones, pero no había nada en su mente que le diera una respuesta a lo que debía hacer. Estaba completamente bloqueado. Bloqueado y hambriento.

Dirigió la mirada al frente y le pareció ver algo que, quizás, fuera su imaginación.

–¿Eso es tierra? –Preguntó.

El rubio entreabrió los labios y se detuvo.

–No puede ser –susurró.

–¿Por qué no?

–¿Cómo es posible que nos estemos alejando de las montañas? Empezamos a caminar yendo hacia ellas.

Davis cayó en la cuenta y entonces se quedó mirando el horizonte con extrañeza.

–Pero si...

No terminó la frase, miró a su alrededor y Jake se arrodilló en la nieve escondiendo la cabeza entre los brazos.

–Tenemos que encontrar a Ari –susurró desesperado.

–La encontraremos –le intentó animar Davis, pero ni siquiera él estaba ya convencido.

Jake apretó los puños con fuerza y los bajó a sus muslos mientras inspiraba para intentar calmarse.

–Es una casa enorme –decía Joe al mismo tiempo, en algún lugar alejado de la nieve–. Y está en perfecto estado. Estoy seguro de que no es buena idea que nos quedemos aquí, si nos guiamos de mi experiencia.

Una casa inmensa había aparecido a pocos metros de donde estaban y, tras inspeccionarla con cuidado, habían decidido entrar. El exterior era grotesco y absurdamente colosal, tanto que se les hacía imposible entender cómo no la habían visto hacía varios metros, por lo que las teorías iban desde que estaban muy cansados hasta que había aparecido de la nada cuando Mimi lo deseó en voz alta. Y, aunque parecía algo imposible, ¿cuántas cosas imposibles habían ocurrido desde que habían llegado a aquel lugar? Si aquel lugar en sí, Whisimbell, ya parecía imposible.

–Me va a estallar la cabeza –informó Izzy.

–Hablo en serio –repitió Sora, segura de que con esa casa había ocurrido lo mismo que ocurrió con ella cuando llegó hasta sus amigos desde aquella imponente biblioteca–, estoy segura de que esto ha aparecido de la nada porque Mimi lo pidió. Corre agua de los grifos y la cocina está llena de comida, por no hablar de esos enormes sofás.

La sala principal con la que se habían encontrado nada más entrar era realmente espaciosa, posiblemente más que el apartamento que Sora compartía con Olympia. La decoración era sobrecargada y abrumadora, y a ambos lados de la puerta que llevaba a la próxima sala había dos escaleras grandes y curvas que llevaban a un segundo piso. Ken y Pandora se asomaron a la barandilla.

–Hay muchas habitaciones –dijo la segunda–, las camas están hechas y los armarios están llenos de ropa.

–Es como si alguien viviese aquí –opinó Ken, pensativo.

Sora negó con la cabeza.

–Estoy segura de que no.

–Y entonces, ¿qué hacemos? ¿Qué pasa si se nos aparece algo de madrugada y nos hace algo? No sería la primera vez.

–No, Joe, pero puede que Sora tenga razón –aunque Izzy en realidad hablaba consigo mismo, absorto entre las letras del libro que Sora le había dado–. Parece imposible, pero han ocurrido tantas cosas imposibles que yo ya no sé qué pensar. Este libro parece que nos conoce mejor que nosotros mismos; alguien sabía que vendríamos y lo escribió, pero no sé cómo –se mordió el labio inferior–. Maldita sea, ¿qué está ocurriendo?

Cody, a su lado, inspiró hondo, alternando su atención entre el libro de Izzy y la mansión.

–Es como si este... mundo –dudó–, o lo que sea, tuviese vida propia.

Todos, incluso Izzy, lo miraron.

–¿A qué te refieres?

La repentina rotundidad de Izzy descolocó durante un segundo a Cody, que estaba seguro de que ya había entendido a qué se refería.

–¿Crees que la cabaña en la que dormimos la primera noche estaba ahí por casualidad? ¿O que... –miró a la criatura peluda que todavía los acompañaba– Pelumon nos arrastró fuera sin que nosotros nos despertáramos? ¿O que Ken nos encontró por casualidad, o tú encontraste a Mimi porque sí y punto? Es decir, es mucha casualidad que nos estemos encontrando todos en un mundo que no conocemos, que parece que no es pequeño, y en el que no tenemos cómo buscarnos. Si lo que dice Sora es cierto y solo con desearlo, apareció a nuestro lado, significa que hay una conexión muy fuerte entre nuestros pensamientos y este mundo. Como si supiera lo que nos asusta y lo que queremos en todo momento.

–Pero si fuera así, ya nos habríamos encontrado todos –rebatió Ken.

–No necesariamente –habló Izzy, aún mirando a Cody–. Eso es. Tiene que ser algo mucho más complejo que eso, pero estoy de acuerdo en que tiene que haber algún tipo de conexión.

–¡Me voy a dar un baño! –Interrumpió Mimi, apareciendo con Olympia al lado de Pandora, y con una toalla entre las manos– Oly viene conmigo. ¿Vienes, Sora? ¿Pandora?

–Claro que tiene que haber una conexión –la ignoró el pelirrojo, como si todo de pronto cobrara sentido– Es más efectivo cuanto más puro es, por eso con Mimi es tan fácil: ella es lo más puro e inocente que existe. Fue un deseo limpio y real, sin ninguna otra preocupación o pensamiento.

–¿Me está llamando tonta? –Le preguntó a Olympia.

–Te estoy llamando pura, limpia e inocente.

–Pero yo en ningún momento quise aparecer en esa casa del terror.

–Y en el fondo temías que pasara, Joe. Por eso ocurrió.

Sin decir nada más, se arrodilló en el suelo a hojear el libro con especial atención y Cody le acompañó. El resto se miraron durante unos segundos en silencio.

–¿Significa eso que, si deseamos únicamente volver a casa, volveremos?

–Lo dudo mucho, Sora; debe ser más profundo que eso.Pero estoy seguro de que algo podremos hacer.    





Sombra&Luz


Me siento extraña publicando Whisimbell de nuevo. Pero bueno, espero que les haya gustado el regreso y que hayan podido recordar varias cositas. Gracias por leer, votar y comentar. ♥ 

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