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Epílogo | Ari

"Se oyen pasos de alguien que no llega nunca", Enrique Molina.


Tokio, Japón

Miércoles 13 de noviembre de 2013, 11:05 a.m.

Salí del coche y no sé cómo no me rompí los dientes contra la acera. El frío de noviembre me azotó en la cara como si me estuviera acusando de traición, y no lo culpaba, teniendo en cuenta que había estado engañándolo con el frío del hospital durante semanas. Mi madre corrió a ayudarme.

—Ay, mamá, que puedo sola.

—Sigues estando débil, Ari, deja que te ayude.

Bien, no se dio cuenta de que casi me tropiezo.

—Estoy embarazada, no me falta una pierna.

Se paró a mirarme como si fuera estúpida. Y la verdad es que un poco estúpida sí me sentía.

—Llevas mes y medio ingresada por desnutrición y deshidratación, estando embarazada de un muchacho de otro mundo sin saber si lo que llevas dentro se va a portar como un bebé normal o como vete tú a saber. Casi es mejor que te falte una pierna.

No se lo discutí, claro, porque a ver quién le discutía nada a esta mujer.

Y porque razón no le faltaba.

Esperé a un lado del coche, con la bolsa de ropa cargada al hombro mientras mi madre sacaba la maleta pequeña del maletero y seguía farfullando.

—¿Te crees que los nutrientes vuelven al cuerpo en dos días? No, señora, eso lleva tiempo y tú todavía no te has recuperado del todo. Y me da igual que no te gusten las comidas que tocan, eh. —Me amenazó con un dedo y puso el seguro del coche. Yo puse mi mejor mueca de asco—. Te vas a comer todo el tofu cuando toque tofu. No puedes saltarte la dieta que te mandan los doctores. No me seas desagradecida, Ari, por favor. Que deberías ponerle un altar a ese chico, Kochinco, por pagarte esa clínica privada y que sean tan discretos con tu privacidad.

—Se llama Koushiro, mamá.

—Ay, hija, algunos japoneses tienen nombres muy raros.

—Ya se lo devolveré algún día.

Apoyó una mano en el mango de la maleta, otra en su cadera y arqueó una ceja para ayudarse a mirarme como si fuera todavía más estúpida que antes. Tampoco la culpé por ello, porque las dos sabíamos que para devolver a Izzy el dinero quizás tendría que vender un riñón en el mercado negro o trabajar sin comer durante varios años y, claro, a lo mejor era contraproducente.

No dijo nada. Me quitó la bolsa de ropa que no pesaba nada y caminó a mi lado sin perderme de vista.

Vale, había estado bastante malita desde que había vuelto de Whisimbell. Y vale, no tenía la más mínima idea de lo que me quedaba todavía por delante. Y sí, está bien, estaba embarazada de un bebé que era un cuarto alien y que no sabía cómo iba a crecer ni si podría depender de la medicina de mi propio mundo, pero la atención de mi madre en ese tiempo ya empezaba a agobiarme y necesitaba tiempo a solas, para procesar lo que había pasado, lo que estaba pasando y lo que iba a pasar. Aunque me había aburrido como nunca en ese hospital y había tenido tiempo de sobra para agobiarme pensando en todo, en realidad nunca había estado del todo sola, ni siquiera de noche. Mi madre trabajaba, así que no podía estar todos los días conmigo, pero entre mis hermanos, mi cuñado, mi padre y mis amigos había terminado teniendo visitas casi todos los días. Y digo casi porque al principio ni siquiera me permitían tener a más de una persona —familiar— en la habitación, pero mi madre, mis hermanos y mi padre se turnaban para entrar. Mi madre terminó pasando las noches conmigo y estaba segura de que estaba más cansada que yo, pero aun así no quería dejarme mucho tiempo a solas a pesar de que me encontraba muchísimo mejor.

Subimos por el ascensor, entramos en casa y el olor me dejó parada en la puerta. Parecía que habían pasado años desde la última vez que había pasado por ahí, y todo me resultó rarísimo. Los ovillos de mi madre seguían estando en la misma esquina del salón, al lado del sofá, pero hasta eso se me hizo extraño.

Mi madre dejó las cosas a un lado, cerró la puerta detrás de mí y se metió al baño antes de que escuchara el agua correr. Después salió y comenzó a quitarme el abrigo como si no pudiera por mí misma.

—Te vas a dar un baño caliente, te vas a poner ropa cómoda y te vas a sentar a descansar.

—¿Más?

—Más.

—He descansado poco en este mes y medio en cama.

Sus ojos marrones se detuvieron un instante en los míos. Creo que no le gustaba que me pusiera irónica.

—¿Y qué otra cosa vas a hacer? ¿Footing? ¿Irte de fiesta?

No sé de quién habré sacado esa ironía.

—Buscar trabajo, por ejemplo. Volver a la universidad, llamar a Emiko y a TK, hacer un bizcocho, calcetines de punto. No sé, mamá, cosas de persona con una vida.

Volvió al baño a comprobar el agua y yo me acerqué a la ventana del salón. Vivíamos en un cuarto piso, y no pude evitar pensar que tenía tanta mala suerte que seguramente me tiraría por la ventana y caería de pie. Saqué el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón y ojeé las notificaciones, pero las ignoré todas como ya era costumbre. Incluso las de mi padre mandándome vídeos de gatitos bebés.

Ya tenía de sobra en cuanto a bebés.

—Ariana Kitori Acosta, siéntate.

Pf, mi madre llamándome por mi nombre completo español y otros cuentos para no dormir. Me di la vuelta como si estuviera apuntándome con una pistola. Se había sentado en el sofá, al lado de la bolsa y la maleta que ya había abierto y que empezaba a vaciar para amontonar entre el sofá y la mesa. Me pregunté si podría alcanzarme si salía corriendo, pero los cálculos solo me daban como resultado un final trágico para mí. Me decanté por obedecer; tomé asiento en el único hueco que dejó libre. Menos mal que tenía el trasero pequeño.

—¿Quieres volver a la universidad? —soltó.

—No lo sé.

—Has perdido casi dos meses de clases.

Me crucé de brazos y miré la camisa limpia que estaba doblando.

—Ya.

—¿Quieres buscar trabajo?

—Tengo que hacerlo, ¿no? Supongo que esta cosa no puede comer aire.

—¡No llames cosa a tu hijo! —Me frunció el ceño.

—O hija. Y es una cosa, mamá, ¿cómo quieres que la llame? —Descrucé los brazos y apoyé una mano debajo del ombligo—. Apenas debe ser un cacahuete con bracitos y pinta de alien.

Bufó exasperada y negó con la cabeza y la mirada clavada en un punto indeterminado de la pared. También se contuvo para no reírse, pero eso jamás lo diré en voz alta.

—Serás bruta. —Volvió a doblar cosas—. Tendrás que ponerle nombre.

Para pensar en eso sí había tenido tiempo de sobra, por lo que tan solo me encogí de hombros. Tenía su nombre decidido a menos que Jake apareciera de pronto y me hiciera cambiar de opinión.

—Ya lo pensaré —mentí—. De momento es una cosa alien.

—Vale. ¿De qué vas a buscar trabajo? ¿Cuánto tiempo? Porque el bebé necesitará muchísima atención los primeros meses. ¿Y vas a compaginar el trabajo con los estudios y con el cuidado del bebé? ¿Cómo? Has decidido tenerlo a pesar de que estarás sola, Ari. Serás madre soltera. ¿De dónde vas a sacar el tiempo para todo?

—La cosa —le corregí—. Y no lo sé. ¿Las madres no adquieren superpoderes después del parto?

Ay, señor, el parto. Cada vez que me acordaba de esa parte del proceso se me subían la bilis, los riñones, los ovarios, el hígado y la bilirrubina por el esófago. Esperaba que esa cosa fuera tan pequeña como un gatito bebé, porque si no no me explicaba cómo podría pasar por el hueco de mis caderas.

Mi madre chasqueó la lengua, pero no me desveló el secreto de las madres. Creo que tendría que esperar unos meses todavía para saberlo y entrar en el selecto grupo de madres del mundo.

—No lo sé —repetí—. Supongo que no volveré a la universidad. Me buscaré algún trabajo a media jornada y... no sé, pagaré una guardería. Intentaré trabajar y ahorrar todo lo posible en estos meses, antes de que la barriga no me deje moverme. A lo mejor Jake vuelve de aquí a que la cosa nazca.

Me encogí de hombros. Ni yo misma me creí que Jake fuera a salir de Whisimbell en ese tiempo. Tampoco me creí que pudiera pagar una guardería trabajando a media jornada ni que pudiera ahorrar lo suficiente en... ¿cinco meses? Aún iba por el segundo mes de embarazo, pero ¿cuánto tardaría el cuerpo en avisarme de que no podía seguir hasta que la cosa naciera? ¿Cinco meses? ¿Seis, tal vez? Las náuseas por las mañanas, por las noches y en las comidas ya estaban siendo bastante fuertes en esas primeras semanas. ¿Cómo sería todo cuando el minialien tuviera ocho o nueve meses?

Mi madre terminó de amontonar las cosas y se dejó caer en el respaldo del sofá.

—No hace falta que te vayas de aquí —aclaró, aunque yo ya lo sabía—. Te ayudaré con el embarazo y con el bebé cuando nazca. Eso sí, tendrás que trabajar para que puedas ser independiente y que no le falte de nada. Yo estaré aquí para daros un techo, comida y todo lo necesario. Criar a un hijo es muy difícil, Ari, y no me cuesta imaginar lo que es tener a un bebé estando sola. Y como no me cuesta imaginarlo, estaré aquí para lo que haga falta. Lo bueno de tener un hijo tan joven es que la abuela también sigue siendo joven y podrá ayudar los primeros meses o los primeros años.

Asentí. El que mi madre pudiera imaginar bien lo que era criar sola a un hijo me dejaba claro que mi padre siempre había sido tal y como lo había conocido. La diferencia era que mi padre eligió ser... despistado, y a Jake no le quedaba más remedio que desaparecer de nuestra vida.

Nuestra. Es que sonaba irreal que fuéramos dos.

Esperaba que solo dos.

Mis antecedentes familiares con mis hermanos siendo gemelos no me tranquilizaba ni una gota.

Me quedé dando vueltas sobre eso y me acordé de la primera visita que me había hecho mi padre en el hospital. Se había quedado de pie, al lado de la cama mientras se rascaba la nuca y ponía esa cara de no saber qué estaba haciendo en el mundo exactamente.

—¿No te gustaron los preservativos que te regalé? —me había preguntado.

Yo había negado con la cabeza, muy seria.

—Me encantaron, papá.

—Le gustaron tanto que prefirió guardarlos —añadió Riochi al otro lado de la cama.

Que mis hermanos tuvieran el mismo tipo de humor que yo era un buen punto cuando bromeábamos con mi padre. Pero, conteniendo la risa, no pude evitar darle un golpe en el brazo con mi fuerza casi inexistente del momento mientras Daichi le daba en el otro brazo sin evitar una carcajada importante. El golpe de Dai sí le dolió.

—Si os surto de preservativos desde los dieciocho años es para que los uséis y que no pasen estas cosas.

—Pero si los usé —me excusé, esta vez hablando en serio.

—No tendrás pensado casarte con ese chico, ¿verdad?

Si hubiera estado bebiendo algo, lo habría escupido.

Mi padre no vivía muy atento al mundo que le rodeaba, por lo que era una de esas pocas personas que, por lo visto, no se habían enterado de lo que había pasado durante la última semana de septiembre. Ese fue el motivo por el que mi madre, mis hermanos y yo decidimos que lo mejor era decirle que Jake había hecho bomba de humo al enterarse de que estaba embarazada, que era una historia que parecía ser mucho más fácil de procesar que la de que en realidad Jake era medio extraterrestre y se había quedado atrapado indefinidamente en un mundo rarísimo porque otros extraterrestres lo matarían si se atrevía a volver.

Y no parecía que le hubiera gustado nada esa versión, sobre todo teniendo en cuenta lo bien que le había caído Jake las tres veces que lo había visto —que nos había visto— en los dos años que habíamos pasado juntos.

—Claro que no me voy a casar con nadie. ¿En qué siglo vives, papá?

—Muy bien. Que ese chico no vuelva a acercarse a ti o se las verá conmigo y con tus hermanos. ¿Quién se cree que es para jugar contigo de esta forma y luego abandonarte en lugar de cumplir con sus responsabilidades?

Mis hermanos y yo intercambiamos miradas en silencio, ellos preguntándose por qué los metía en el mismo saco y yo preguntándome de qué virus se había contagiado para convertirse en un padre protector cuando ya los tres teníamos más de veinte años. Creo que nunca seré capaz de comprenderlo del todo, aunque suponía que no hablaba tanto su instinto paternal como la decepción de saber que el chico del que se había enamorado había preferido alejarse de él —o sea, de mí—. Parecía realmente dolido. Y es que sí: para mi sorpresa, a toda mi familia le gustaba tanto Jake que estaba segura de que su desaparición les dolía más a ellos que a mí.

Bueno, vale, quizás no tanto.

Mi problema empezaba con que me habían dejado tan poco tiempo a solas que no había tenido la oportunidad de pensar de verdad en Jake, y creo que todavía no tenía ni idea de lo que podía llegar a dolerme. La incertidumbre era horrible, porque por muy entretenida que estuviera recibiendo la atención de otras personas, siempre me sorprendía mirando la puerta de la habitación privada de aquella clínica como si de un momento a otro Jake fuese a asomar su cara bonita por ahí. Y nunca pasaba. Ni siquiera me lo había encontrado a la salida, en el coche, en el portal de mi casa o dentro, esperándome en la habitación o yo qué sabía. La primera vez que había desaparecido, en 2006, la incertidumbre apenas duró unos días; el tiempo que tardaron en borrarme la memoria y en liberarme de todo. Además, tan solo tenía catorce años y una buena amistad con Jake.

Ahora era todo distinto y, hasta donde sabía, nadie podía borrarme la memoria. Tampoco quería que lo hicieran.

Volviendo con mi madre, en ese momento se levantó del sofá con un montón de cosas entre los brazos y me sacó de mi trance. Fue a la cocina, después a mi habitación y luego al baño antes de volver a la cocina.

—Vamos, quítate la ropa y date un baño. Tus hermanos vendrán a verte este fin de semana, por cierto. Voy a prepararte un potaje para que te pongas buena. Ayer compré fruta, pero voy a preparar un bizcocho. ¿Limón o chocolate?

Asentí sin despegar la vista de mis pantalones negros y desgastados. Tuvo que repetírmelo un par de veces más antes de que mi cerebro llegara a escucharla, a responderle que prefería bizcocho de limón y a enviarme la orden de que tenía que levantarme.

¿Qué iba a hacer yo con un bebé con genes de sombra? ¿Qué iba a hacer yo con un bebé, a secas? Es que no tenía ni pajolera idea de lo que significaba cuidar a un bebé, si apenas sabía cuidarme a mí misma a duras penas. Y mucho menos si ese bebé tenía genes de extraterrestre. Era demasiado joven, me creía demasiado tonta y estaba demasiado abrumada como para darme cuenta de que en realidad tenía tanto miedo que no me sentía preparada ni capaz.

Me gustaba pensar que Jake volvería, con toda seguridad, porque si él decía que tenía un plan era porque realmente lo tenía. Pero ¿qué plan? ¿Cuánto duraría? ¿Saldría bien? Porque, de no salir bien, no tenía claro que pudiera volver a verlo.

Si no volvía a verlo me daba miedo seguir acordándome de él.

Y si tenía un bebé suyo me acordaría de él para siempre.

Y no, no quería que fuera de otra manera. Pero menudo vértigo.

A ver, yo nunca he sabido qué pensar acerca del destino o de las casualidades sospechosamente casuales que resultan no ser casualidades ni golpes repentinos de suerte —buena o mala—, así que he preferido pensar que las que se han dado en mi vida no son más que eso: coincidencias o golpes de suerte. El problema es que dio la casualidad de que me quedé embarazada justo cuando Jake tenía que volver a alejarse de mí. También dio la casualidad de que eso mismo se estaba emitiendo en directo alrededor de todo el globo terráqueo. ¿Qué es lo que implicaba eso? Que, tal vez ya no tan casualmente, el porcentaje de personas que lo vieron fue altísimo. Fue tan alto que las posibilidades de que personas como mi padre —en países donde prácticamente toda la población dispone de acceso a la tecnología digital— no se enterasen de lo que ocurría era tan diminuta como el minialien que llevaba dentro.

¿Alguien me está siguiendo o suena todo tan enrevesado y lioso como me lo parece?

A lo que voy es a que dentro de ese porcentaje alto de gente con acceso a la tecnología digital, además de personas que viven en su propio universo como mi padre, hay personas como la que tocó a la puerta de mi casa casualmente el mismo día en el que me dieron el alta en el hospital y pude volver.

Ese.

Mismo.

Día.

Salí del baño con el pelo envuelto en una toalla y un pijama calentito con dibujitos de pandas haciendo poses mientras mi madre soltaba las varillas e iba a abrir. Una mujer de cabello claro, de un rubio oscuro y entrecano, estaba parada en la puerta con una mochila pequeña al hombro. Parecía nerviosa y alerta. Tenía algunas pecas y manchas en la piel blanca del rostro. Sus rasgos faciales eran evidentemente occidentales, pero eso no le impidió hablar en un japonés perfecto que di por hecho que era nativo.

—Buenos días —saludó—. ¿Está Ariana?

—Buenos días. ¿Quién la busca?

La mujer me miró por encima del hombro de mi madre.

—Soy la madre de Jake Dagger.







Sombra&Luz

¡Hola! Hace ya tiempo que tengo esta parte preparada, pero preferí esperar a publicarla porque nunca me convencía y porque quería hacerle también un dibujo como lo hice con el resto de epílogos, pero sigo sin poder pararme a dibujar, así que les dejo algo parecido a lo que me imagino de Ari. Para hacerla usé Artbreeder.

En realidad tocaba la parte de Davis ahora, pero @Sakura_0410 me dijo que le gustaría saber sobre ella en el hospital y pensé que era buena idea que su parte fuese de algo así. 💜

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