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Doce | ¡Ba-ba-badún!

"Cuando eliminas lo imposible, todo lo que queda, por improbable que parezca, es la verdad.", Sherlock Holmes.


El aire dentro de aquellas paredes se había vuelto cálido y agradable, haciendo de aquella enorme casa que había aparecido en mitad del bosque, algo realmente acogedor y reconfortante. Había resultado que la casa estaba completamente vacía de cualquier forma de vida, pero que estaba dotada de suministros y muebles varios que la hacían no solo habitable, sino también cómoda. Cuando entraron a la casa y se encontraron con aquellas escaleras largas y cilíndricas, algo les dijo que no era buena idea que continuaran entrando, pero en cuanto Mimi se encontró con la enorme mesa de comedor que había más adelante, se pusieron a ver lo que podían encontrar y aprovechar. Además de una gran mesa rectangular con nueve sillas en la que podían comer, encontraron una gran cocina provista con todo lo necesario; una mesa de escritorio con un ordenador; una gran estantería, que hacía de pared al dividir esa zona de la sala de estar, y que estaba repleta de libros; y la ya mencionada sala de estar, con un sofá de tres grandes plazas, otro de dos, un sillón en el que podían recostarse, otro sillón más pequeño, un reposapiés y una mesa de café central. Además, al subir las escaleras, tenían dos salas de baño con enormes bañeras hidromasaje y dos habitaciones con dos grandes camas de matrimonio. Una de las habitaciones tenía tocador y un largo vestidor lleno de ropas de distintos tipos; mientras que la otra, cuya cama era bastante más grande, tenía una cortina de dosel cubriéndola, una mesita de té con dos sillas y un armario de gran altura con un biombo. Así que, en cuanto Mimi vio los baños y las habitaciones, no pudieron convencerla para dormir en cualquier otro lugar y decidieron pasar la noche en aquella casa que parecía no estar habitada al mismo tiempo en el que parecía estarlo.

Tan solo había pasado una hora desde que había amanecido y los músculos de Izzy ya parecían no poder más. Se echó hacia detrás en la silla y se llevó las manos a los ojos. Sora lo miró con preocupación.

–¿Por qué no te vas a descansar un rato, Izzy? –Le preguntó– No has dormido en toda la noche, ¿verdad?

El pelirrojo no respondió.

–¿Izzy?

Ante el silencio de su amigo, se acercó despacio hacia su cara hasta que pudo escuchar su respiración entrecortada pero pausada. Sonrió.

–Pensé que ibas a durar más –le susurró, aunque sabía que ya no podía escucharle. Con toda la delicadeza y el cuidado que pudo, le quitó el libro del regazo y se lo llevó hasta la mesa del comedor para hojearlo por su cuenta.

Hasta ese entonces, Izzy había descubierto ya varias cosas que les serían de gran ayuda. En primer lugar, habían confirmado la teoría inicial del pelirrojo que decía que ese mundo funcionaba en base a los pensamientos, sentimientos, emociones, miedos y esperanzas de todo ser vivo, y que todo cuanto ocurría en él tenía siempre un por qué y una base primera creada en la mente de algo o de alguien. Por otro lado, estaba claro que la misma "persona" –en caso de que fuera una persona– que había escrito el libro fue quien los envió a ese mundo, aunque al chico todavía se le escapaba el cómo y el por qué. Había conseguido averiguar que tenían que llegar hasta un punto determinado del mundo al que se mencionaba en el libro como La China, donde se suponía que tendrían que enfrentarse a un dragón para robarle la perla y que, solo entonces, podrían regresar a casa. La idea sonaba tan descabellada como ridícula, por lo que decidieron que lo mejor era no ponerse en marcha hasta que no consiguieran más información acerca de cómo desenvolverse en ese mundo y de por qué quería que lo hicieran, quien quisiera que fuera el que los había enviado a ese, en opinión de Izzy, lugar sacado del libro más inusual y sinsentido que habría leído en su vida.

La página donde Izzy lo había dejado hablaba todavía de las facilidades que se suponía que recibirían los elegidos para llegar hasta su objetivo:

"[...] por lo que resulta tremendamente complicado y peligroso aventurarse en un mundo así sin que tengáis vuestras propias ventajas. Sería injusto. Por ello, para que todo sea más sencillo para vosotros, he diseñado unos trajes especiales para cada uno de los integrantes del grupo. Cada traje estará perfectamente pensado para encajar en vuestros gustos, vuestros emblemas, vuestras habilidades y condición física. Pero es que además van a fomentar cada una de vuestras fortalezas para que sean todavía más grandes, y lo mejor de todo es que son irrompibles. ¿No es genial? Podréis estar cómodos y sentiros más ágiles de lo normal para poder enfrentaros a todo aquello sin vuestros compañeros de por medio. Así, Whisimbell dejará de ser un lugar tan hostil."

–A Ken le ha bajado la fiebre –la interrumpió Joe, que se llevó las manos a la boca al ver a Izzy dormido sobre la silla del ordenador–. Perdón –susurró–. De todas maneras, será mejor que siga reposando. No ha pasado buena noche.

Sora simplemente asintió con la cabeza y articuló un "gracias" casi imperceptible, para enseguida volver a meter la cabeza de lleno en el libro.

–¿Hay algo que podamos hacer? –Añadió sin mirarle.

–No te preocupes, con que descanse será suficiente. Le cambiaré las toallas de la frente de vez en cuando.

El olor de la cocina llamó la atención de Joe, que se acercó y se encontró con Cody y Olympia metidos entre fogones.

–¿Estáis cocinando?

Olympia le acercó un plato de arroz con huevo a Pelumon para que lo comiera desde el suelo.

–Tenemos hambre –respondió.

–Pero no sabemos si esta comida le pertenece a alguien. ¿Y si vienen los dueños de la casa y no solo nos pillan durmiendo sino también comiendo? Está bien que durmamos, lo necesitamos, pero la comida la podemos encontrar en otro lado, no necesitamos tener pensión completa aquí.

–Joe... –los chicos se asomaron por la puerta de la cocina al oír la voz de Izzy, que se había despertado y se frotaba los ojos con las manos–, olvídalo. Es solo comida.

–Ya, pero no es nuestra comida y p...

–¿Sabes? –Le interrumpió– Juraría que ya hemos tenido esta conversación antes.

El nombrado miró a Izzy con el ceño fruncido, extrañado por no recordar haber mencionado nada acerca de la comida.

–¿Cuándo?

–En el verano de 1999 –le devolvió la mirada, irónico–. Olvídate, dudo que esta comida sea de alguien.

Joe se acercó a la comida ya preparada, todavía dudando.

–A saber siquiera si es comestible.

–Bueno, no pasa nada –medió Sora con una sonrisa–. Según este libro, Whisimbell funciona según lo que deseemos, y es probable que esta casa la haya deseado Mimi, con la cocina repleta de comida incluida.

–Si funciona según lo que deseemos –intervino Cody–, ¿no podríamos desear las respuestas y las facilidades para llegar hasta donde tengamos que llegar?

–Técnicamente se nos están dando esas respuestas y esas facilidades –respondió Izzy, que se levantó de la silla para estirarse y ponerse detrás de Sora a hojear el libro desde ahí, apoyando una mano en su silla y la otra en la mesa–, pero parece mucho más complejo que eso. Resulta que no basta solo con pedirlo o hacernos una idea de lo que queremos; va mucho más allá. Alguien como Mimi, con esa inocencia tan pura, es capaz de generar ese tipo de emociones y pensamientos tan potentes, claros y concretos, pero para cualquier persona es algo muy complicado... incluso para ella es difícil manejarlo, porque es algo que le sale solo. Es intrínseco en ella, pero no es algo que esté del todo bajo su control.

El silencio se hizo general de pronto. A pesar de que habían descansado esa noche –salvo Izzy y Ken–, todos estaban ya cansados de estar donde estaban, de las preguntas y de las respuestas que solían generar más preguntas. El masticar de Pelumon fue lo único que se oyó durante algunos segundos, hasta que Olympia apareció colocando algunos platos de comida en la mesa del comedor. Cody reaccionó de pronto ayudándole a colocar todo en la mesa y Sora se giró sobre la silla.

–¿Por qué no comes algo, te das un baño y después descansas un poco en una de las camas?

Izzy tardó en darse cuenta de que hablaba con él. La miró.

–No hay tiempo.

–¿Para qué? En el libro no dice que tengamos límite de tiempo.

–Bueno, pero dice que deberíamos volver a casa lo antes posible. No me apetece quedarme mucho más tiempo, están siendo unas vacaciones muy intensas.

La chica se levantó, obligándolo a apartarse.

–No eres el único que puede ayudar, así que, como has invertido toda la noche en leer el libro y necesitas descansar para que ese cerebro funcione como debería, vas a aprovechar el tiempo que nos quedemos aquí por Ken para descansar mientras nosotros seguimos intentando averiguar cosas –a pesar de que parecía una madre ordenándole a su hijo que se fuera a hacer los deberes del colegio, sonaba con una ternura y un cariño que debilitó a Izzy más de lo que pensó que podía–. Cuando hayas descansado podrás ayudar mucho más, ¿no crees?

El chico suspiró con resignación.

Tras el desayuno, Izzy obedeció a su amiga y se marchó a la planta alta a darse un baño mientras los demás buscaban algo que hacer en esa casa. Joe se puso a recoger la cocina de inmediato, preocupado por dejarlo todo tal y como estaba y siendo ayudado por Cody, que tenía la mente más puesta en el libro y en los misterios que albergaba ese mundo que en lo que estaba haciendo. Sora centró su atención en el libro y Olympia se sentó a su lado en silencio, con la mente divagando entre toda la información que había recibido durante los últimos días de manera directa e indirecta. Mimi, que había bajado cuando sus amigos la llamaron para desayunar, se había sentado en la silla del ordenador con las piernas en alto y la cabeza echada hacia detrás mientras observaba los detalles que parecían decorar el techo. Pandora no había bajado a desayunar, pero en ese momento apareció con una montaña de ropa entre sus manos.

Al dejarlas sobre la mesa, Sora se sobresaltó.

–He encontrado esto arriba, en una de las habitaciones –explicó–. Tienen nuestros nombres grabados y unos símbolos en la espalda.

El resto entonces prestó atención a lo que traía mientras ella los mostraba uno a uno de manera aleatoria. Eran todos de una sola pieza y cada uno era de un color diferente salvo dos de ellos, que eran blanco y negro. Parecían hechos de un material bastante brillante y elástico. Sora cogió el traje de color rojo para verlo de cerca; era sorprendentemente fino, resistente y transpirable, y parecía que se ceñiría al cuerpo a la perfección, tanto que incluso dudaba que le cupiera, a pesar de que tenía su emblema en la zona de la espalda y su nombre a un lado de la zona del pecho. En un primer momento parecía licra, pero estaba segura de que era mucho más cómodo y resistente que eso.

Lejos de allí, Kari le pisaba los talones a un ágil TK, que corría veloz esquivando árboles y arbustos. Desde su posición no lograba ver a Thaphia, que los guiaba a través del bosque sin darles un minuto para pararse a respirar. No sabía cuánto tiempo llevaban corriendo, pero sus pulmones comenzaban a exigirle oxígeno y sus piernas empezaban a fallarle. Una mala pisada y su tobillo le obligó a caer de rodillas entre un bloque de tierra y numerosos arbustos que estaban acompañando a un árbol de tronco estrecho y blancuzco. Su boca emitió un quejido y TK se dio cuenta unos segundos más tarde.

–Kari –articuló regresando sobre sus pasos–, ¿estás bien?

–Creo que me he torcido el tobillo.

Thaphia apareció detrás del rubio.

–No hay tiempo, mis hermanas se están acercando.

TK actuó rápido y se cargó a Kari en la espalda. La mujer de cabello verdoso echó un vistazo al cielo y a la posición de la luz desde aquella perspectiva, y pareció quedarse embelesada con algo que ninguno de los chicos lograba apreciar.

–¿Todo bien?

La ensoñación en la que parecía haberse sumido terminó unos segundos después, cuando cerró los ojos y bajó la barbilla con brusquedad hacia su pecho.

–Se han desviado –respondió poniéndose en marcha, esta vez con mayor tranquilidad.

–¿Tus... hermanas? –TK la siguió.

–Whisimbell no es un lugar seguro. No es un lugar en el que deban habitar los humanos. Sigo sin entender por qué trajeron a unos humanos aquí, pero está claro que, quien lo hizo, tan solo está jugando.

–¿A qué te refieres?

–Siento... que el mundo es diferente desde que tus amigos llegaron. Noto cómo las reglas cambian y cómo el ambiente se aclimata y se espesa. Siempre ocurre cuando viene un humano, pero esta vez es diferente. Nunca había habido tantísimos humanos a la vez, y me pregunto qué consecuencias tendrá eso en nuestro mundo y en vosotros. El tiempo que tiene un humano para estar aquí es limitado, porque su pensamiento lo es. No son capaces de soportar su propia congoja, y eso los hace vulnerables a sí mismos, como si fueran sus propios enemigos. El mundo te acoge si tú lo acoges, pero para un humano resulta una idea tan descabellada como imposible. El mundo, en cambio, también te consume si no eres capaz de acogerlo, y es por eso que todo el que ha pisado estas tierras ha perdido su alma para siempre.

La chica detuvo sus pies descalzos, y detrás, TK la imitó. Kari tragó saliva e, inconscientemente, se hizo pequeñita sobre la espalda de su amigo.

–Deben darse prisa y regresar, o sus meras existencias les resultarán imposibles de soportar y... no hay peor final que sentirse tan vacío como eterno.

Izzy se asomó por la puerta con cuidado de que no le vieran y, cuando comprobó que no hubiera nadie en el pasillo, salió del baño con la mano derecha sujetando la toalla que le rodeaba la cintura y con la otra mano sosteniendo la ropa sucia que se había quitado antes de meterse al baño. Al hacer amago de abrir la puerta de la habitación en la que habían dormido Joe y Ken, Mimi la abrió desde dentro y se topó con él a escasos centímetros. Tras la sorpresa, la chica sonrió y lo miró de arriba abajo.

–Vaya, Izzy –articuló–. Has crecido mucho, ¿no?

La cara del nombrado se volvió rosada y las facciones de Mimi se tornaron en una mueca divertida.

–Mimi, tengo veinticuatro años, es normal qu...

–Me pregunto si todo te ha crecido igual.

–¡Mi-Mimi! –Tartamudeó.

–¡Es broma! –Rió ella– Te he dejado dentro un traje.

–¿Un traje?

El chico entonces fue consciente de que ella llevaba embutido un traje de color verde que le cubría desde los pies hasta el cuello y que se ceñía a su cuerpo a la perfección, como una segunda piel. Al lado izquierdo de su pecho ponía "Mimi Tachikawa".

–¿De dónde lo has sacado?

–Pandora los encontró en la habitación de Joe y Ken –se encogió de hombros–. Tienen nuestros nombres aquí y nuestros emblemas en la espalda. Aunque Oly y Pandora también tienen uno, pero no tienen nada en la espalda.

–¿De dónde han salido? –Frunció el ceño.

–Pues del mismo sitio del que salió esta casa, digo yo –se acercó a él y apoyó un dedo en su pecho–. Ponte el traje que te he dejado y baja, o baja tal y como estás –sonrió con picardía–; Sora tiene algo que decirnos. ¿Esto es un pelo, Izzy? ¿Te ha salido un pelo en el pecho?

El sonrojo que se había difuminado regresó de golpe a sus mejillas y él se apartó de sopetón.

–¡Mimi! Yo n...

–Es broma –la picardía de su sonrisa se tornó en algo distinto que, de no haber sido porque Izzy estaba realmente aturdido por la situación, se hubiera dado cuenta de que se trataba de cariño–. Te espero abajo.

La chica se alejó por el pasillo e Izzy se le quedó mirando hasta que desapareció por las escaleras.

El pelirrojo se enfundó su traje de color morado y se miró al espejo de la habitación con extrañeza. Era como si el tejido se hubiese adaptado a la perfección a la forma de su cuerpo, siguiendo cada curva y cada línea como si fuera una segunda piel. La comodidad que le aportó fue ciertamente como si estuviera desnudo, pero sin la vergüenza añadida que le hubiera dado el hecho de estarlo. Cerró y abrió las manos con aquellos guantes cubriendo sus dedos e hizo una mueca con la boca, seguro de pronto de que ese traje no se rompería por mucho que lo intentase. Un estruendo y una posterior sacudida lo sacaron de su ensoñación.

En el pasillo, Ken acababa de salir de su habitación ya con su propio traje que se asemejaba al fucsia claro, mientras se sostenía con ambos brazos en las paredes del pasillo que parecía vibrar como si de un terremoto se tratase. Izzy corrió a sostenerle, intuyendo que seguiría débil por la fiebre, y juntos se dirigieron a resguardarse bajo una cómoda que había cerca.

–¡Ni-ños eeelegidos! –canturreó una voz, en algún sitio que no supieron identificar. Una melodía, que podía asemejarse a la música celta, le acompañaba– Bien-bien-bienvenidos, bienvenidos a su hogar; un hogar donde la imaginación no deja lugar, y donde los sueños se hacen realidad. Whisimbell es, y aquí moriréis, todos los que un día soñasteis volver. ¡Ba-ba-badún!

–¿Qué es eso? –Ken se hizo escuchar sobre el estruendo de la casa.

Frente a ellos apareció una nube de humo repleta de chispas y colores vivos que se desprendió como si fuera purpurina. Cuando el humo se disipó del todo, pudieron ver a un pequeño ser levitando ante la estupefacta mirada de los chicos.

–¡Bien-bien-bienvenidos!

–¿Un duende? –Izzy entornó los ojos.

–Bueno, chico, yo puedo ser lo que tú quieres que sea. ¡Si-si-siempre y cuando seas de mi agrado! Eso está claro.

–Creo que la fiebre me está afectando.

–¡No, señor! No está usted soñando, soy tan real como que está granizando.

Dentro de la casa, rocas de hielo del tamaño de una nuez comenzaron a impactar de lleno en el suelo y en los muebles, dejándolos a ambos sin palabras.

–¡Izzy! ¡Ken! –La voz de Sora, preocupada, llegó desde la planta baja.

–¡Ba-ba-badún!

Todo se volvió humo en un instante y les dificultó a ambos ver lo que pasaba a su alrededor, pero cuando se disipó, se encontraron en unas tierras de arena roja y grandes montañas y volcanes, en un ambiente árido, hostil y cálido que Ken se hubiera atrevido a decir que se trataba del mismísimo Infierno. El lugar ya no vibraba a su alrededor, la casa había desaparecido y sobre ellos ya no había ninguna cómoda que les protegiera.

–¿Dónde...?

–Ah, ah, ah, tontorrón –la criatura interrumpió a Izzy–. ¡Aquí las preguntas las hago yo! ¿Cuántos volcanes pueden caber en un camión?

–¿Cómo?

–¡Es una pregunta sencilla, cerebrito de pacotilla!

Las cejas de Izzy pasaron de alzarse en una mueca de sorpresa a contraerse en un ceño fruncido.

–Ningún volcán cabe en un camión.

–¡ERROR! Pues todo depende del tamaño del camión.

Como ya había ocurrido con el granizado, un camión de un tamaño que triplicaba el de los volcanes apareció ante sus ojos y desapareció de pronto de la misma forma.

–¿Cuántos elegidos hacen falta para no salir malheridos pero con la cabeza bien alta?

Los dos chicos se pusieron en pie, entre aturdidos y asustados. Ken miró de reojo a su alrededor en busca de los demás, pero no encontró a ninguno de sus compañeros a primera vista. Izzy, por su parte, miraba al ser frente a ellos con intensidad, como buscando en él una respuesta correcta a su confusa pregunta.

–¿Doce?

–¿Me preguntas o me afirmas? Sea como sea, ¡no cualquier respuesta es digna! ¡Una chispa por aquí, una chispa por allá y todo lo que quieres se hará realidad! ¡Ba-ba-badún!

Detrás de aquella extraña criatura, apareció Sora, completamente maniatada y visiblemente aturdida, con su propio traje de color rojo enfundado.

–Y bien, humano, ¿es ella necesaria en este plano?

–¿Cómo...?

–¡Te repito la pregunta! Que se ve que no lo has captado. Puedo acabar con ella de un plumazo, ¿la mato o la dejo divagando?

–N...

–Izzy –lo interrumpió Ken en voz baja, ganándose por un momento toda su atención–, espera. Tenemos que pensar bien en la respuesta; está claro que no se va a cansar de nosotros hasta que le sigamos el juego.

Una chispa de confusión atravesó al pelirrojo, que bajó la mirada con los músculos de la cara tensos y la boca entreabierta. Ken miró a la criatura y a Sora alternativamente, con los ojos entrecerrados y la mente bombeándole al compás de su pensamiento.

–Rapidito, rapidito, o tu amiga se convertirá en granito.

Ken cerró los puños a ambos lados de su cuerpo.

–¿La mata o la deja divagando...? –Izzy pensaba en voz alta– ¿Divagando? ¿A qué se refiere?

–¿El libro no decía nada?

–El libro... no podemos morir, pero sí. El libro era demasiado confuso.

El chico de pelo azul lo miró.

–¿A qué te refieres?

–Decía que no podíamos morir, pero también decía que sí podíamos hacerlo... aunque no del todo.

–Divagando... –Ken se inmiscuyó en sí mismo– Sora no puede morir, pero sí quedarse divagando, aquí... quedarse divagando.

–Por una vez no te sigo, Ken.

–La muerte –miró a la criatura con decisión–. No puedes matarla; ninguno de nosotros puede morir aquí –la criatura se inclinó hacia detrás con sorpresa–. Tenemos que volver a nuestro mundo, o quedarnos aquí para siempre... que supongo que es parecido a estar muerto.

Izzy lo entendió de golpe y miró al pequeño ser con tanta curiosidad como duda. Este se cruzó de brazos e inclinó el cuerpo hacia ellos con una ceja arqueada.

–Humanos –bufó–, a veces tan espabilados. Aunque nadie ha respondido a cuántos elegidos son los necesarios.

–Todos –se lanzó el más joven de los chicos–. Nos necesitamos para salir de aquí.

–Siempre lo hemos hecho así –susurró Izzy para sí mismo.

El comentario de Ken provocó que los ojos del ser se entrecerraran y que en su boca se formara una mueca.

–Está bien –soltó con desgana–. Hay que admitir que tu cerebro va a cien –chasqueó los dedos y todo aquello que ataba a Sora desapareció. Tras un segundo de confusión, corrió hacia sus amigos–. Veamos si ahora lo haces tan bien. ¡Ba-ba-badún!

Frente a ellos, la tierra se movió y un inmenso boquete se formó en el suelo, provocando que la tierra cayera y en su lugar no dejara más que un gran vacío iluminado tenuemente por una luz anaranjada. Nubes oscuras empezaron a emerger del cielo y seis grandes cuerdas cayeron del mismo como si alguien las hubiese atado a algún planeta cercano. Frenando con brusquedad justo en la entrada del enorme hueco, estaban el resto de sus amigos, atados con los brazos pegados al cuerpo y a pocos metros de lo que parecía ser magma.

–Oh, no... –Jadeó Sora.

–Y bien, ¿quién quiere salvar a un rehén?




Sombra&Luz


No sé cuándo publicaré la siguiente parte, pero espero que disfruten esta. ¡Un saludo!


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