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Diecinueve | Comienza el juego

"El problema es que aprendimos a quedarnos incluso cuando teníamos razones suficientes para irnos."


El suelo tembló con una fuerte sacudida que apenas inmutó al anciano. Desde aquella perspectiva podía observar toda la isla, con su arena blanca, sus aguas cristalinas y su frondosa vegetación, que estaba gobernada por aquel que parecía ser el rey del lugar: el volcán justo en el centro. La China siempre había sido un lugar diferente al resto del mundo, pero en Whisimbell ¿qué no lo era?

El Maestro alzó la barbilla y observó el cielo. El azul de su inmensidad transmitía la paz que él sabía que no tenían los Elegidos, aunque le gustaba pensar que pronto la conseguirían. Una sonrisa se dibujó en su rostro: esos muchachos parecían estar siempre perdidos, pero por algún motivo lograban salir de todas las que se les presentaban, y eso quería decir que todos estaban ganando; tanto los Elegidos como el hombre que los llevó hasta allí.

En su campo de visión se colocó el dragón que tantos problemas les causó en el tren, y comenzó a volar sobre la isla haciendo círculos, y observando y custodiando el que era su hogar. De sus fauces abiertas emergió de golpe una potente llama, a la que le acompañó un gruñido que parecía indicar que estaba preparado para lo que se presentara. El Maestro se llevó las manos a la espalda y bajó, de nuevo, la mirada a la isla.

–Parece que el juego ha comenzado –articuló.

Los que una vez fueron los niños elegidos continuaban su camino todo lo rápidamente que podían: estaban dejando atrás la costa, pero sabían a la perfección que un tsunami podría alcanzarlos tan rápida y repentinamente que no tendrían tiempo siquiera de darse cuenta de ello. Antes de partir, Joe le había curado a Sora la quemadura que el fuego le había hecho en el tren, y antes de adentrarse en la vegetación de la isla, el Maestro les aseguró cuál podría ser el camino correcto.

Kari se detuvo un segundo a coger aire y se dio la vuelta, pero no encontró a Ari y a Jake, como suponía.

–Estarán bien –TK apareció a su lado, como si le leyera el pensamiento–. Jake todavía puede teletransportarse.

Kari lo miró todavía preocupada, pero asintió y continuó andando.

–Tenemos que subir a algún lugar alto –habló Cody.

–Sí, la isla parece pequeña –apoyó Izzy–. Da igual lo que corramos si el tsunami es grande.

–Tenemos que darnos prisa –Ken se acercó hasta los elegidos del Conocimiento–; si viene un tsunami, nos alcanzará pronto.

–Lo siento.

Todos se giraron hacia detrás. Allí, Mimi había agachado la cabeza y se miraba las manos frente a su abdomen.

–Mimi –Sora se acercó a ella con una sonrisa que buscaba reconfortarla–, no tienes por qué disculparte. Si no puedes teletransportarte a un lugar que no conoces, no es tu culpa.

La chica solo asintió con la cabeza.

–Chicos... ¿dónde está el Maestro?

La pregunta de Olympia captó la atención de todos y provocó que sus miradas se centrasen en buscar al anciano, pero no parecía encontrarse por ninguna parte.

–Ese viejo... –refunfuñó Tai– ¿Estamos a punto de morir y desaparece, sin más?

–Eso ahora no importa, Tai –le recordó Sora–. Tenemos que ponernos a salvo ya.

–Sí, pero ¿dónde? –Cody observó los árboles de su alrededor– No parece que ninguna de estas plantas sea lo suficientemente alta o resistente como para sostenernos y soportar la fuerza de un tsunami.

–Bueno, podemos intentarlo.

La tentativa de Yolei de decir algo esperanzador se vino abajo cuando Izzy habló:

–Cody tiene razón –refutó–. Los árboles son muy pequeños y todavía seguimos demasiado cerca de la costa como para que soporten la fuerza de cualquier ola.

–¿Eso significa que no podemos hacer nada?

–No lo sé, Joe. Si el Maestro estuviera aquí podría decirnos qué clase de poderes tienen todos, y seguramente alguno nos serviría. Pero no podemos ponernos ahora a probar todas las posibilidades que puede tener cada uno de nosotros. Es imposible.

Tai apretó los puños con fuerza.

–¿Y de qué nos sirve ese viejo ahora? –Gruñó.

–¡Tenemos que irnos! –Insistió Joe con la voz entrecortada– ¿Qu-qué hacemos aquí parados? Ese tsunami puede alcanzarnos en cualquier momento.

–Vamos a pensar un poco las cosas, Joe.

–¿Pensar las cosas? Tai, sé que no soy el más indicado para decirlo, ¡pero no hay nada que pensar! –Gritó– ¡Tenemos que correr!

–Ya lo sé, Joe, pero tenemos que pensar en algo; todavía tenemos tiempo.

–¡No hay tiempo!

–¿Quieres calmarte?

–¿Calmarme? ¿Se te ha ido la cabeza?

–Joe...

–Vamos a morir, Tai.

–No vamos a morir.

–¡Vamos a morir todos!

–¡Joe!

El puñetazo del que una vez fue el líder del grupo llevó a Joe a caer sobre la tierra húmeda. Impactado por el golpe, se mantuvo estático sin perder de vista la tierra que en realidad no miraba.

Matt se acercó a Tai y le dio un empujón.

–¿A ti qué te pasa? –Soltó.

–No paraba de gritar; nos estaba poniendo histéricos a todos –se defendió.

–Déjale en paz, Tai. Es normal que esté asustado.

Sora se acercó a Joe.

–Claro –continuó Tai, irónico–, porque siempre lo está. No es capaz de hacer otra cosa más que estar asustado.

Todos se quedaron callados de golpe. El silencio vino acompañado de miradas y expresiones incómodas, que hicieron que el ambiente se tensara más de lo que ya lo estaba.

–Hermano...

Ante las palabras de Kari, Tai se dio cuenta de lo que había dicho e inspiró hondo para relajarse. Miró a Joe, pero los ojos del chico estaban escondidos tras su cabeza gacha y su pelo oscuro.

–Joe, yo... –Habló, en un tono mucho más suave, y chasqueó la lengua– Lo siento. Me he pasado.

Se acercó a él y le tendió la mano para ayudarlo a levantarse, pero Joe la golpeó con el dorso de su mano derecha.

–¿Sabes cuál es tu problema, Tai? –Habló, para sorpresa de todos, con firmeza– Que te piensas que todos somos tan valientes, lanzados y maravillosos como tú. Que te piensas que las cosas para todos son igual de fáciles que para ti.

–No, yo...

–Tú, tú, tú –se le quebró la voz y alzó ligeramente la cabeza, dejando mostrar su rostro húmedo por las lágrimas–; siempre tú, Tai. Tú, Kari y nadie más. Ese es el problema.

Los demás se quedaron callados ante la escena. Tai no se atrevió a decir nada más, a pesar de que sus labios estaban separados y en su expresión parecía haber mucho que decir. Sora alternó las miradas entre uno y otro, con su ya habitual expresión preocupada y sin saber exactamente qué podía hacer ella, que tan solo estaba en medio. Los labios de Tai se cerraron y tragó saliva.

El suelo tembló una vez más.

–Creo que deberíamos irnos –Izzy habló despacio.

–Ya solucionaremos esto más tarde –le apoyó Matt.

–Vamos, Joe.

El mencionado pareció reaccionar ante las palabras cariñosas de Sora: se limpió las lágrimas con la manga de su traje gris y se levantó con ayuda de su amiga pero, ante las miradas de todos, comenzó su marcha por otro lugar que no era el previsto.

–¡Joe! –Le gritó Sora– ¿A dónde vas?

Pero Joe no respondió.

–¡Joe! –Repitió Matt, pero también fue en vano.

Los chicos se miraron entre ellos. Estaban seguros de que la mejor ruta era la que les había indicado el Maestro mientras se adentraban en la vegetación, e ir por donde Joe estaba yendo parecía incluso más peligroso.

–Déjenme en paz –susurró el mayor del grupo para sí mismo, sin que nadie le escuchara.

–Joe, por favor... –dijo Sora, también en un tono bajo–. Tenemos que permanecer juntos.

Pero Joe no respondió. Estaba ya tan lejos que probablemente no hubiera escuchado lo último que dijo, así que comenzó a correr hacia él y Joe aceleró también la marcha.

–¡Sora! –Olympia fue detrás.

–¡Sora, espera! –Matt intentó detenerlas, pero reaccionó demasiado tarde. Bajó el brazo que había extendido hacia la que había sido su novia en un tiempo atrás, y miró a Tai. El chico había bajado la mirada hacia la tierra en la que antes se encontraba Joe, y había cerrado los puños a los costados de su cuerpo– Chicos –habló para todos–, sigan por donde nos indicó antes el Maestro. Tai y yo iremos con ellos.

–Pero, hermano...

–Es importante que sigan con esto –cortó a TK–. Nos reuniremos más adelante.

Los chicos dudaron, pero finalmente todos asintieron y Matt y Tai fueron detrás de Joe, Sora y Olympia.

–No deberíamos habernos separado –comentó Izzy.

–¿Y qué hacemos ahora? –Yolei dudó.

–No nos queda otra que continuar –la expresión seria y determinada de Davis hizo que los demás aceptaran y comenzaran a seguirle, al mismo tiempo que retomaban el camino que el Maestro les había indicado momentos antes.

TK sonrió desde el final del grupo.

–Cuando no están nuestros hermanos parece el líder de nuevo –bromeó.

El aludido giró la cabeza durante un segundo con expresión gruñona y, lejos de decirle nada, prefirió mostrarle su dedo corazón sin detenerse, a lo que TK respondió manteniendo la sonrisa.

En ese momento llegaron a un pequeño claro, en donde los árboles altos dejaban espacio para ver el cielo azul, despejado y uniforme. Ken se acercó hasta Mimi.

–Mimi –habló con timidez–, ¿crees que podrías teletransportarte hasta lo alto de ese árbol?

–¿Qué?

–Lo digo porque, tal vez, puedas ver desde allí arriba un sitio seguro al que puedas llevarnos.

–Tiene sentido –apuró Izzy.

–Es que... –la chica dudó, quizás sintiéndose menos capaz de lo que el resto la veía.

–¡Vamos! –Yolei le agarró del brazo– Yo iré contigo.

–Sí –le devolvió la sonrisa, y juntas aparecieron sobre la rama de uno de los árboles cercanos.

Desde ahí arriba, el mar de árboles que bañaba la isla parecía incluso más inmenso que a pie, y pudieron ver por fin el humo y las cenizas que emanaban del cráter del volcán que parecía que entraría en erupción pronto.

–¡Mira! –Yolei señaló un montículo a lo lejos, que sobresalía por encima de los árboles y que, desde aquella perspectiva, parecía ser algún tipo de edificio en tonos ocres y marrones–. Parece que está más allá del volcán, al otro lado de la isla.

Mimi lo observó con detenimiento durante unos pocos segundos, buscando asegurarse de que guardaba bien aquel lugar en su retina. Yolei la observó y, al mirarla, pudo ver detrás algo que hizo que sus párpados se separasen de manera desorbitada. Apurada, le señaló a Mimi lo que veía y esta se giró para ver de qué se trataba: a lo lejos, una ola de un tamaño descomunal se acercaba hacia la isla a gran velocidad.

Sin pensarlo más, Mimi y Yolei se teletransportaron al suelo y se los llevaron a todos hasta aquel montículo que habían visto a lo lejos.

Sora corría cerca de aquel lugar, pero había perdido de vista a Joe y no había manera de encontrarlo. Se detuvo en mitad de toda aquella vegetación que olía a tierra y a humedad, y giró sobre sí misma en busca del que era el mayor del grupo. Siguiendo sus pasos, apareció Olympia, que buscó también con la mirada y se detuvo en su amiga mientras intentaba recuperar el aire perdido durante la carrera. Sora y Olympia solían ir a correr desde que se habían ido a vivir juntas en la universidad, pero Olympia siempre admiró su capacidad respiratoria y todo el aguante del que ella carecía.

–No está... –gimoteó la pelirroja– No sé dónde se ha metido. ¡Joe!

–Sora... –le susurró su amiga.

Tai y Matt aparecieron en ese momento.

–¿Dónde está? –Preguntó Matt.

–No lo sé, yo... –Sora se llevó una mano a la cabeza– Le he perdido de vista.

–¡Joe! –Le llamó Matt.

–¡Joe! –Ayudó Olympia.

–Joe, ¿dónde estás? –Preguntó Sora, aunque supiera que su amigo no podía oírle.

–¡Joe! Yo... –Tai cerró los puños y bajó la mirada– Maldito Joe.

Matt lo miró con el ceño fruncido.

–Te recuerdo que todo esto es culpa tuya.

–Matt –le recriminó Sora.

El rubio la miró un segundo y después regresó la mirada hacia su amigo.

–¿Qué? –Continuó– Es la verdad. Está histérico y ya no sabe a quién echarle la culpa.

–Cállate ya –Tai le devolvió la mirada.

–El que ha sido un bocazas aquí eres tú, no yo.

Tai tensó la mandíbula ante las palabras de Matt.

–¡Ya basta! Los dos –Sora se interpuso entre ellos con la voz temblorosa– Estamos todos muy nerviosos, ¡pero Joe está solo! No necesitamos que se peleen ahora –se contuvo para no llorar.

Los chicos se mantuvieron en silencio y, durante un segundo, mantuvieron el contacto visual.

–Chicos, ¿qué es eso?

Los tres miraron a Olympia, que parecía atenta a algún sonido que ninguno más pudo identificar.

–¿Es Joe? –Preguntó Sora.

Olympia negó con la cabeza.

–Escucha.

Los tres se mantuvieron atentos, agudizando el oído todo lo que podían.

–Eso es... –susurró Sora.

–¿Agua?

Como si hubiese esperado a que Matt lo mencionase, un inmenso muro de agua embistió los árboles cercanos a ellos con una fuerza atroz, y los cuatro comenzaron a correr en un intento claramente inútil por salvarse.

–¡NO! –Sora gritó cuando el agua estuvo a punto de tocarlos, al mismo tiempo que extendía los brazos y cerraba los ojos.

A su alrededor, una fuerza invisible los había cubierto hasta protegerlos de la brutalidad del agua, y Sora abrió los ojos con lentitud, como si no supiera qué esperarse cuando los abriera.

–¿Qué es esto? –Preguntó Tai.

Fuera de aquella fuerza invisible, el agua continuaba arrollándolo todo a su paso. Así, hacía chocar contra ellos árboles y tierra que, por suerte, no les llegaba a tocar gracias a aquella fuerza desconocida.

–Puede ser... –Olympia pensó– Puede ser que este sea el poder del traje de Sora.

–Claro –afirmó Matt, que miraba a su exnovia–. Tiene que ser eso.

Ari y Jake se habían teletransportado ya a un par de lugares, pero ninguno lo suficientemente seguro como para mantenerse a salvo. Al fin, llegaron hasta lo alto de un inmenso y largo árbol, que extendía su copa hacia el cielo en busca, quizás, de rozarlo. Agotados, aparecieron sentados entre dos de las ramas: Jake en una, con la mano extendida tocando la de Ari, y Ari y Pelumon en la otra. Con las pocas fuerzas que le quedaban, el chico se aferró al tronco grueso y firme y apoyó la frente sobre su exterior rugoso y duro, en busca del aire que había perdido durante ese día. Ari sostuvo con fuerza la mano de Jake y soltó a Pelumon para agarrarse al tronco con la otra mano, no sin antes asegurarse de que el domovoi se sostenía por sus propios medios. Con el rostro agitado por tanto movimiento, miró hacia el suelo y vio la cantidad de metros que los separarían de la tierra. Tras ella, la costa había quedado lo suficientemente lejos como para que la ola no llegase con tanta fuerza, además de que ese árbol se situaba en la ladera del volcán, por lo que era probable que el agua aminorase su fuerza tras haberse chocado primero contra la zona más baja.

–Jake.

–Dime.

–El tsunami ya ha empezado. Espero que los demás estén bien.

Jake inspiró aire sin moverse de su posición.

–Estarán bien.

Ari miró hacia el volcán y el árbol se sacudió ante un nuevo seísmo. Del cráter habían comenzado a emerger humo negro, cenizas y ascuas, de las que la copa del árbol parecía protegerles. Se miró el brazo que estiraba hacia Jake: las cenizas habían comenzado a ennegrecérselo, y el aire que respiraban parecía mucho más espeso allí que en la costa. Asomando la cabeza por el tronco del árbol, miró a su novio.

–¿Cómo estás?

El chico asintió con la cabeza con lentitud, como si le costase realizar un movimiento, a priori, tan simple.

–Tranquila –susurró–. Solamente necesito parar un poco.

En ese momento, el ruido del agua llegó hasta ellos de manera repentina y les hizo desviar su atención hasta la misma: lo que quedaba de la ola se acercaba, todavía con fuerza, y arrasaba a su paso con los árboles y plantas más pequeños y débiles. Ari y Jake separaron sus manos y se aferraron al árbol como pudieron, pero Jake parecía demasiado débil incluso para ello. Entonces, sintieron una sacudida más fuerte que las anteriores y vieron cómo el agua chocaba con ferocidad contra el árbol en el que se encontraban. El tronco se tambaleó con ellos encima. Ari vio cómo el cuerpo de Jake se debilitaba y no dudó en soltar una mano del tronco para ayudarle a sostenerse. La mirada cansada del chico se encontró con la suya.

Ari miró hacia abajo: el agua lo había cubierto todo, y parecía que su fuerza había disminuido tras chocar contra el volcán. El ruido de la madera crujiendo la sobresaltó y desvió su atención hacia la rama que la sostenía a ella junto a Pelumon. Jake había cerrado los ojos de nuevo, al parecer más estable que antes y ella, en silencio, se mordió el labio y miró hacia arriba: había otra rama cerca de ella.

Sin pensarlo mucho, soltó a Jake despacio y apoyó un pie en la rama sobre la que estaba. Con sumo cuidado, se aferró al tronco y comenzó a ponerse de pie. Jake la miró.

–¿Qué haces?

–Creo que la rama no puede con los dos –Ari estiró el brazo derecho y se puso de puntillas para llegar a la rama que tenía encima–. Voy a intentar subir a la otra rama.

–Ari, para –estiró el brazo como pudo, pero no la alcanzó–. Te vas a caer.

–Tranquilo.

Jake miró el mar de agua que había sustituido a la tierra bajo sus pies. Los remolinos que había no anunciaban solamente que todavía permanecía inquieta, sino que el calor del volcán había comenzado a calentarla.

–Ari, por favor.

La chica había apoyado sus manos en la rama sobre ella, y comenzaba a probar la resistencia de la rama y la fuerza de sus brazos para ver cómo podía subir.

–¿Vas a venir a por mí? –Bromeó ella– No lo creo.

–Idiota –Jake sonrió con debilidad.

Ari entonces miró un segundo a Pelumon y se dispuso a alzarse. Con cuidado y con una última bocanada de aire, tensó los músculos, dio un pequeño brinco y quedó apoyada sobre sus antebrazos. Desde ahí, alzó la pierna derecha para ayudarse y rodeó el tronco con los brazos.

–Ya está –dijo.

Jake asomó su cabeza como pudo para mirar cómo su novia se había colgado de la rama. Sonriendo, se encontró con su mirada.

–Pequeño saltamontes –le dijo, y volvió a cerrar los ojos.





Sombra&Luz


Tres semanas consecutivas publicando. Pidan un deseo. (?)

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