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Davis

–Chicos... Venid, por favor –la sangre de sus manos calma mi sed contra el hierro de la barandilla–. ¡Rápido! Por favor, es Kari...

La desesperación recorre al grupo entero como un rayo en mitad de una tormenta. Todos se levantan a toda velocidad y corren a la escalera, Cody tropieza con una tubería de metal y cae al suelo, Izzy se detiene para ayudarle. Davis, TK y Tai encabezan la carrera, aunque es Tai el que lleva la delantera. De nada sirve ya.

–Joe. Joe, responde. ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Kari? –Está desesperado, pero su amigo, de cuclillas ante la barandilla, solo es capaz de lamentarse en voz baja, pedir perdón como si fuera un mantra y se mira las manos, la sangre corre por ellas. Una sangre roja oscura que casi parece negra cuando se ilumina con la luz de la linterna del castaño–. Joe, por favor, dime dónde está Kari.

–Tai –el nombre para los lamentos y las exigencias de uno y de otro. El aludido se gira para encontrarse con TK y Davis dentro del despacho que se encuentra a espaldas de Joe. Davis está de rodillas en el suelo y Tai entra a la vez que el resto del grupo llega a la barandilla, con Joe. El espectáculo es grotesco y macabro a partes iguales que bello. La sangre de la joven salpica el suelo del despacho en gotas densas y palpitantes de vida que se escapa. Los ganchos le atraviesan las muñecas, los tobillos y varias partes del torso. Solo dos están unidos a cadenas: los de las muñecas, que hacen que el cuerpo cuelgue entre el archivador y la lámpara que sujetan los otros extremos de ambas cadenas. La niña débil, enfermiza y que solo parecía transmitir luz, cuelga en la posición de la cruz. Es casi poético, pero no suficiente; quiero más sangre–. Dime que esto no es verdad.

–No –la palabra sale de su garganta como un lamento susurrado. Lo he visto antes; tiene una frase en el fondo de su ser, pero el golpe de la realidad hace que solo parte de ella vea la luz. Su mente se ha quedado en blanco en cuanto la ha visto. Este chico va a colapsar y más temprano que tarde. Señor, echo de menos sentir un suicidio.

–Joe, ¿estás bien? –Izzy y Cody llegan los últimos y se acercan a Joe sin mirar la habitación, pero a estas alturas el resto se está dando cuenta de que algo ha ocurrido ahí dentro.

–Tk, ¿qué está pasan...?

–¿Tai?

–¿Davis? ¿Qué pasa ahí den...?

Uno a uno van entrando todos en la habitación e iluminan, con sus haces de luz, el cuerpo mutilado de su amiga; las frases se apagan a medio emitir y los ojos se abren como platos. El primero de ellos es Matt, que entra con Sora, de la mano y, cuando ve el espectáculo, ya no puede apartar la mirada, ya no hay miedo en ella, su iris brilla azul como un fuego fatuo; también he visto esa promesa muchas veces y nunca la cumplen, por muy sinceramente que la formulen. Sora, en cambio, ahoga un grito de esos que desgarrarían un corazón sensible si no murieran en la garganta, para acto seguido apartar la vista hacia los tres primeros muchachos que han entrado, a cada cual más destrozado. La siguiente en entrar es Mimi, que mira el cuerpo de Kari de abajo arriba mientras la primera lágrima rodea su mejilla izquierda; no aguanta lo suficiente como para verle la cara y entierra la suya propia en la espalda de Matt, que recibe el cabezazo sin inmutarse, solo alarga la mano libre, buscando la de ella. Por último entran Ken y Yolei y ella sí grita, grita como si le hubieran arrancado el alma de cuajo y la hubieran arrojado a la más funesta de las torturas. Él simplemente la abraza y aparta la mirada dando la espalda al cuerpo de su amiga, para susurrar al oído de su amada. Nadie deja de alumbrar el cuerpo colgante con su linterna, nadie es capaz de apartar la luz de ella.

–Joe, ¿qué es lo que sientes? ¿Qué ha pasado?

–Chicos, ¿qué hay...? –Por fin Izzy se digna a entrar en la habitación y lo ve. Se queda ojiplático por un momento y automáticamente se gira hacia su pupilo–. Cody, quédate aquí fuera con Joe.

–¿Qué ha pasado Izzy?

–A Kari le han... –Asombroso, cualquiera diría que está a punto de decirlo en voz alta, pero se detiene a sí mismo y recapacita. Creo que a este chico le han enseñado hace poco lo que es tener tacto–. Es Kari. No entres.

–Izzy, si puedo ser de ayuda...

–No entres, Cody... Por favor –el jovencito desde luego es alguien valiente, pero coincido en que no debería ver este espectáculo, mejor que se lleve la sorpresa cuando llegue su turno. Sin decir más a su pupilo, el joven se adentra al despacho con la mirada evadiendo el cuerpo de su amiga, pero un andar seguro–. Ken, Matt, Sora, os necesito aquí –hasta ahora es el que más se ha acercado al cuerpo. Algo en su interior está tan agitado que sus manos tiemblan como hojas en un viento otoñal, pero su mirada es analítica, este chico sabe alejarse de lo que le rodea y centrarse en lo verdaderamente importante–, tenemos que bajarla.

–¿Qué? No, ni de coña Izzy –la afirmación del chico parece que ha despertado a uno de los tres petrificados, concretamente al hermano, que se acerca a él de manera casi amenazante–. Podríais matarla.

–Tai, ahora mismo no puedes pensar y Joe está claro que no puede ver si está viva o muerta –ante tan cruda afirmación, Tai se estremece y devuelve la mirada a su sitio de origen, Kari–. No, Tai, mírame a mí. No le puedo ver la cara con todo el pelo delante y los únicos puntos en los que sé tomar el pulso son las muñecas, las ingles y el cuello, así que a menos que quieras que le quite los ganchos para bajarle los pantalones, tenemos que quitar las cadenas y bajarla para ver si está viva o no –de nuevo, los ojos de Tai buscan a su hermana, buscando algo, permiso tal vez–. Tai céntrate en mí. Te juro que no voy a mover ningún gancho, si está viva, quiero que siga así –para nada es el mayor del grupo, pero es indiscutible que sabe lo que hace–. Mírame Tai; Ken, Sora y Matt me van a ayudar a cuidarla, tú vas a coger a todos los demás, los vas a sacar de aquí y los vas a bajar donde estábamos, ¿de acuerdo?

–Pero Kari...–Sus ojos vuelven al cuerpo colgante de su hermana, es como dos imanes que se atraen con muchísima fuerza, como decía antes, estoy seguro de que colapsará.

–Tai mírame, ya. Nosotros la ayudamos, tú haz lo que te he dicho, ¿vale? Además –con un gesto de la mano atrae a su amigo. Tiene un as guardado para asegurarse de que no hace ninguna tontería–, quien quiera que haya hecho esto a Kari debe andar por aquí, debemos permanecer unidos o en grandes grupos para que no nos pille desprevenidos. Tienes que sacarnos a todos de aquí Tai, igual que hace siete años. Sigues siendo el líder.

Curioso... Parece que nuestro grupo favorito sufrió hace unos años de una situación peligrosa... Aunque está claro que no eran más que unos mocosos que apenas levantarían un palmo del suelo... Esto se pone interesante. Las palabras de Izzy han despertado algo en Tai mucho más primario de lo que ya es él, algo que tiene escondido en sí mismo pero que la normalidad le aplaca. Tal vez me quede sin ese suicidio esta vez.

Con un asentimiento de cabeza, Tai se acerca a un TK susurrante y catatónico que no para de repetir que no es verdad, que nada de esto es verdad. Tal vez solo me haya equivocado con quién va a colapsar. Con un pequeño apretón en el hombro, le obliga a girarse y dar la espalda al cuerpo de Kari. Acto seguido se acerca a Mimi y la arranca de la espalda de Matt con un fuerte abrazo, con el que la acompaña fuera, junto a una sofocada Yolei que se une a ellos entre lágrimas y sollozos nada comedidos.

Por su parte Matt, Sora y Ken se acercan a Izzy. Sora no es capaz de mirar a su amiga, mientras que Matt es incapaz de hacer otra cosa y Ken se agarra el estómago como si lo hubieran abierto en canal y sus intestinos lucharan por desparramarse en el suelo de piedra.

–Izzy, quiero ayudar, pero no me siento demasiado bien... –Nunca me ha resultado estimulante el sonido de una arcada, pero he de decir que el vómito de este joven lo recivo muy satisfecho. Por supuesto, no es como la sangre viva y bombeante de Kari, pero la sangre es sangre igual, aunque sea negra y coagulada. Por lo que puedo ver, hay algo más que Ken ha expulsado de su cuerpo y no es nada agradable ni para mí. Una lástima que ninguna linterna lo alumbre, así podrían averiguar algo...

–¡Ken! –El chillido recorre el aire en manzanas a la redonda y desgarra tímpanos a quien tiene la desgracia de oirlo. Un perro empieza a ladrar a dos manzanas de aquí, pero, de nuevo, es una lástima que nadie sepa por qué lo hace. Mientras tanto Yolei, que se había detenido en la puerta a mirar a Ken cuando este dijo que no se encontraba bien, corre hacia su amado y se pasa su brazo derecho por encima de los hombros justo antes de que se desplome–. ¡Cody, ven, ayudame, lo bajamos con nosotros!

–Sí, será mejor que os lo llevéis, nosotros tres podremos bajar a Kari. Y llevaos a Davis –cierto, el joven alocado, ahora que por fin ha parado quieto, prácticamente ha pasado desapercibido para todos. Sigue de rodillas sobre el suelo, con las manos cubriéndose la cara; casi se podría decir que se le ha agotado la batería.

En el descuido de Yolei por coger a Ken y de Izzy de darse cuenta de la existencia de Davis, se han olvidado de algo: Cody no había visto a Kari.

–Kari...

–Cody, ¿por qué demonios...? Ah, claro, mierda –es asombrosa la capacidad que tienen los humanos de aguantar el dolor cuando se lo inflingen ellos mismos, porque la palmada que Izzy se ha asestado en la frente, ha sonado como un cañonazo.

–¿Está...? –Apenas le salen las palabras, calculo que tiene unos doce o trece años y sus ojos son puros, al principio lo confundí con pragmatismo, pero ahora veo que es determinación, disciplina, honor; este niño tiene un alma antigua, pero también es muy sensible y eso le está rompiendo justo ahora.

–No lo sabemos. Ahora, ayuda a Yolei y saca a Ken de aquí. Cody por favor.

El más joven de todos se acerca a sus amigos y se pasa el otro brazo de Ken por encima de los hombros para ayudar a transportarlo fuera, aunque apenas lo levante unos centímetros porque por poco le alcanza el hombro con el tope de su cabeza.

–Matt, Sora, ¿vosotros podéis con esto?

–Yo... Creo que sí, pero vamos a terminar rápido, tenemos que salir rápido de aquí y llevar a Kari a un hospital.

–Estoy de acuerdo contigo Sora. ¿Matt?

Parece que el hechizo que mantenía a Matt anclado a Kari se ha roto y ha conseguido escabullirse de los dos para acercarse a Davis, que no ha movido ni medio músculo desde que cayó de rodillas hace como diez minutos.

–Davis, oye, tienes que bajar, nosotros nos encargamos de Kari. Todo estará bien.

–No –oh, se masca la tragedia, lo que había tomado por un agote de baterías, resulta que era una calma chicha. Ese chico es un volcán a punto de explotar.

–Davis, sé que esto es difícil para ti como el que más, pero tenemos que bajarla de ahí.

–Que no, que no la vais a mover –ahí viene, las manos han abandonado su cara para aferrarse a sus rodillas–. Kari no se merece esto y se va a quedar como está para que la policía la encuentre tal cual y puedan dar con su asesino para que yo mismo le parta el cuello en dos –ahora que lo pienso, TK era su novio y Tai su hermano, pero él parece el más afectado de los tres petrificados y no sé qué relación tenían entre ellos. Tal vez amantes, aunque a nadie del grupo le ha resultado raro que reaccionara así; ¿lo sabían todos pero nadie hacía nada? Aquí hay algo que se me escapa.

–Davis, tienes que salir de aquí, bajarla es la mejor opción si está viva...

–No, ni yo me voy, ni vosotros la vais a descolgar, ni ella está viva, ya no. Da igual lo que creáis o queráis hacer, no la vais a tocar, Izzy. Se queda como está para que puedan encontrar a su asesino y no hay más que hablar.

–Davis escúchame, ¿vale? Sé que la querías... Que la quieres, pero esto te está sobrepasando, tienes que ir con los demás, nosotros nos encargaremos de... Ella –Sí... El sonido de una voz al romperse por la aceptación de la pérdida es maravilloso. Sora se ha agachado junto a Davis, que no para de mirar el suelo entre sus rodillas castigadas por la presión de sus dedos. Sin embargo soy capaz ya de ver qué es lo que le unía a ella: el amor no correspondido. Es más, yo diría que tiene esa frescura del primer amor, ¿no es cierto?

¿Cómo? ¿Ya lo sabían? Mis queridos lectores, ¿tienen información sobre estos jóvenes que yo no poseo? Bien, bien. Juguemos a un juego. Yo también poseo cierta información que ustedes no, a partir de ahora tendrán que adivinar la información que yo poseo y yo adivinaré la suya. Una vez termine esta velada y el último capítulo haya sido lanzado, tendrán una semana para deliberar antes de que desvele mi información en un capítulo extra, así podrán contrastar la idea que ustedes se hagan durante este relato, con la realidad.

Pero volvamos con nuestros amigos, porque esta situación está a punto de escalar a niveles que resultan bastante violentos.

–No lo entiendes, ninguno de vosotros lo entiende, tenemos que dejar que la policía la encuentre así para que den con el asesino, ¡ella ya está muerta!

–Davis, todavía hay una posibilidad de que...

–¡Cállate, Izzy! ¡Está muerta y no hay nada que hacer! ¡Como os acerquéis os parto la cara aquí mismo!

–Davis, ya. Para, estás dolido y es normal, pero tenemos que ayudarla.

–¡QUE NO! –Sin previo aviso, Davis se levanta y arremete contra el último que ha tenido el valor de hablarle. Coge a Matt por el cuello de la camiseta y lo estampa contra la pared. Sí... Adoro estas pequeñas reyertas posteriores a la primera muerte, cómo poco a poco todos pierden los papeles y el grupo se divide hasta límites que lo debilitan.

Sora e Izzy se abalanzan sobre Davis, pero este rechaza a Izzy de una bofetada que lo tira al frío y duro suelo. Con quien es incapaz de poder es con Sora; ella le coge la cabeza entre sus manos y lo mira a través de las lágrimas que inundan sus ojos. En la nariz del chico queda una pequeña marca del puñetazo que le asestó antes de que entraran.

–Tranquilo, ya está, déjalo.

–Pero ella... –Ahora viene el gimoteo–. Ella...

–Tranquilo, Davis, tranquilo. Vamos, suelta a Matt, yo te acompaño con los demás, ¿de acuerdo? –Despacio, Davis suelta a Matt y este le apoya una mano en el hombro. Es asombroso cómo no ha respondido al golpe, juraría que es uno de esos jóvenes que se las dan de duros y no dudan en meterse en una rellerta. Al parecer prefiere una amistad por encima de una buena pelea–. Ya está, se acabó Davis, no pasa nada.

–No quiero bajar, quiero estar aquí, quiero estar con ella.

–Vale, pues entonces vamos a salir tú y yo a la barandilla, a coger aire. Cuando Matt e Izzy la hayan bajado, entraremos, ¿vale?

–Nosotros nos encargamos, no te preocupes. Izzy, ¿estás bien?

El joven es sin duda alguna de cuerpo débil, un pequeño moretón le decora la mejilla derecha allí donde la mano de Davis le impactó. Una vez levantado, ambos jóvenes se encaran a la tarea que les queda por delante mientras Sora y Davis abandonan la habitación.

–Sora, ¿estáis bien? –Por lo que parece, Tai se está recomponiendo poco a poco y empieza a recuperar su estatus de persona. El grito de Davis le alertó y está a punto de subir las escaleras para ver qué ocurre.

–Sí, no ha sido nada, estamos todos bien, Davis necesitaba tomar el aire –el joven alocado que entró aquí ha desaparecido en pos de un niño tembloroso que llora a lágrima viva – y tranquilizarse.

–Entiendo, ¿necesitan ayuda arriba? ¿Izzy sabe si está...? –Con el comentario de Tai, TK levanta la cabeza y la mira con ojos ausentes pero llenos de esperanza vacía sobre los brazos de Mimi, cuyos lagrimones le manchan gran parte del hombro izquierdo. Estoy aburrido de lágrimas, quiero sangre, Dios.

–Hemos salido antes de que la bajen, ahora cuando salgan nos dirán.

El chico asiente y se aleja de la escalera en dirección a Joe, el cual ha conseguido bajar las escaleras, pero no para de repetir su mantra de disculpas. El estado catatónico no es tan divertido como debería, convierte a los humanos en cascarones apenas conscientes de lo que los rodea, no hay resistencia, ni dolor, ni agonía. Es como matar de un golpe en la cabeza a un cadáver que murió de un disparo; sí, los huesos del cráneo suenan al romperse y la sangre estalla, pero no es igual de satisfactorio ni para el asesino, ni para mí.

–Joe. Joe, ¿cómo estás? Joe, no pasa nada amigo, estamos contigo –ni las palmadas en la espalda, ni los intentos por girarle la cabeza para mirarse a los ojos, nada devuelve la conciencia al joven médico, tengo la sospecha que podría asestarle un puñetazo sin recibir a cambio nada que no fueran más disculpas, ni un simple parpadeo–. Escucha, en cuanto Izzy y Matt salgan y nos digan que está viva, te vamos a necesitar con ella para que siga así hasta que llamemos a una ambulancia, ¿de acuerdo? Joe, por favor, respóndeme. ¡Joe! –El grito alerta a todos los presentes en la planta baja (menos al inconsciente Ken), que se giran para mirarle–. ¡Reacciona maldita sea! ¡Es Kari de quien estámos hablando, tienes que mantenerla con vida! ¡Joe! –Una estruendosa bofetada cruza el aire haciendo que Sora se precipite hacia las escaleras, Mimi deje de llorar y que TK, por fin, reaccione. El joven rubio se desembaraza de los brazos de su amiga, se acerca a Tai con tranquilidad y, en frente de él, cruza sus miradas.

–Tai, ya está, Kari estará bien. Joe tiene que descansar, nosotros tenemos que encontrar una manera de encontrar a quien lo ha hecho, ¿vale? –Su voz es firme, es resuelta y desde luego está haciendo un esfuerzo por parecer convincente, pero esa mirada habla por él. Espera que ella esté viva, pero no se lo cree, su esperanza es vana y la tiene por tener. No asume lo que su cerebro dice y se autoconvence de lo contrario. Está ausente porque por dentro está luchando contra sí mismo y de esa lucha está naciendo algo más, algo salvaje y desmedido.

La reacción de TK deja a todos boquiabiertos, supongo que nadie esperaba que él fuera una voz de la razón después de ver el cuerpo de su pareja tal y como lo dejaron. Ambos jóvenes se separan del grupo que ocupa el centro de la planta baja y se dirigen a una de las antiguas máquinas oxidadas que hay en el sur de la planta, seguramente a crear un plan genial que desenmascare al asesino.

Mimi se levanta y se dirige a Joe, a quien abraza por la espalda, el mantra de disculpas es como un soniquete que me hace tener ganas de matarle con mis propios medios. Sora, en cambio, retrocede por la pasarela del primer piso y se dirige a un sofocado Davis que intenta controlar los estertores de un llanto que no termina de finalizar. Pero algo le detiene: Izzy abre la puerta y sale junto con Matt del despacho, cabizbajos y con aspecto derrotado.

–No hay nada que hacer, no le encuentro el pulso. Está fría, yo... –El joven es incapaz de levantar la mirada del suelo mientras las lágrimas lo empapan a sus pies. Estoy cansado de esto, ¿puede morir alguien ya? Matt mira a Sora con la tez pálida de un fantasma y el gesto más duro que el granito. Dentro de la habitación, Kari yace en el suelo, las cadenas cuelgan lánguidas sobre la lámpara apagada y el fichero que sostenían el cuerpo en forma de cruz.

–Tenemos que decírselo a los demás, hay que encontrar a alguien que nos pueda prestar un móvil.

–Sora, si nos pillan aquí, la policía...

–¡Me da igual la policía, Matt! ¡Vamos a salir de aquí y a llamar puerta por puerta hasta que alguien nos deje un teléfono para llamar a una ambulancia si hace falta!

–Id vosotros, yo me quedo con ella.

–Davis, no deberías...

–Sora, para. Os lo dije, que estaba muerta, pero no me habéis escuchado. Os he dejado que la bajárais, os he dejado hacer y está muerta. Ahora decido yo, vosotros buscáis el teléfono y yo la cuido –el silencio se hace palpable entre los cuatro adolescentes antes de que Matt asienta y, junto con Sora, se pongan a ambos lados de Izzy y lo conduzcan hacia las escaleras para bajar por ellas–. Seas quien seas, ven, te estoy esperando –Con ese último susurro, el joven quinceañero se interna en la habitación dejando la puerta abierta.

–Vale, chicos, no os preocupeis, les doy la noticia y nos organizamos para cuidar de Davis, Ken y Joe, e ir a buscar un teléfono.

–No, Sora, yo me encargo, sé que no soy el mejor hablando con los demás, pero bajarla de ahí ha sido mi idea, yo le he tomado el pulso y puesto esperanzas en que estuviera viva. Soy yo quien tiene que decirles que ya no está –algo se revuelve en la oscuridad, el ambiente está cargado de una tensión que haría que me relamiera si pudiera ante la perspectiva de más sangre mientras el trío de jóvenes baja las escaleras hacia los restos de su grupo–. Chicos, yo... Tai, TK, ¿podéis acercaros? Tenemos noticias de Kari –ansiosos como perros hambrientos, los aludidos corren hacia el grupo congregado en el centro. Izzy los mira con la cabeza gacha, sus mejillas siguen rojas e hinchadas por el llanto derramado por su amiga perdida–. Ya la hemos bajado, pero no tiene pulso. No soy médico como Joe, pero, a priori, yo diría que está muerta.

–No, Izzy, no es momento para bromas, ¿vale? –Aquí viene, la lucha interior que tenía se está decidiendo por el lado en el que se siente menos cómodo, y eso hace que esa parte salvaje crezca a demasiada velocidad. Mira a su amigo y no quiere entender lo que le dicen sus palabras, así que busca refugio en su hermano, que abraza a Sora detrás de Izzy–. Hermano, tú la has bajado con él, ¿verdad? Izzy nos está gastando una broma de mal gusto, se ha cabreado porque le hemos hecho dejar su portátil en el hotel y ahora se está tomando la venganza, es eso, ¿no? –Todos bajan la cabeza, este momento siempre trae un chispazo de patetismo por parte de quien se reserva la esperanza de todo el grupo, todavía no he visto a nadie que quiera ver a algún amigo protagonizar un momento como este. Tan... patético. Solo Matt levanta la mirada hacia su hermano, también llora, y niega con la cabeza–. No... ¡No! ¡No es posible! ¡Kari! ¡Kari, acaba con todo esto por favor!

La desesperación se abre paso por encima del salvajismo, mientras Tai le posa una mano sobre el hombro: "ya está", susurra y le abraza mientras que el otro baja la voz, pero sigue repitiendo el nombre de su amada. Unos sonidos se escuchan arriba, la voz de Davis sale, incomprensible, por la puerta abierta de la habitación en la que descansa el cuerpo de Kari. Todos se giran, los gritos se hacen más audibles.

–¡No puede ser! ¿Quién eres? ¿Qué eres?

El tono de Davis pretende ser valiente, pero no lo es, su voz suena a dolor, aunque yo solo oigo al suelo pedir a gritos más sangre. Los gritos se intensifican, Tai levanta la vista y empieza a correr hacia las escaleras con Matt, Sora y Cody siguiendo sus pasos.

–¡Tú no eres ella!

El último grito abandona la garganta del joven mientras corre hacia la puerta abierta de par en par. Bloqueándole el paso hay una sombra apenas distinguible, que se aparta justo en el centímetro anterior a que el joven impacte con ella. La velocidad, mis queridos lectores, es algo peligroso, y siempre que se empieza a correr, es recomendable tener controlada la forma de frenar. El intento de recuperar el control de su carrera fracasa estrepitosamente y el cuerpo del joven se estrella contra la barandilla con demasiada fuerza. El metal oxidado cruje y los huesos de su cadera hacen lo propio cuando la velocidad hace su trabajo. Davis se precipita por encima de la barandilla hacia el suelo de piedra de la planta baja, una caída que puede dejar un par de huesos rotos, a menos que aterrices con la cabeza. Y ahí está, por fin vuelve otra vez, la sangre estalla contra la fría piedra y esparce encéfalo y huesos craneales por igual en dos metros a la redonda. Con la mala suerte de que la zona del impacto se encuentra a metro y medio del cuerpo convaleciente de Ken, llegando a aterrizar un molar completo, arrancado de cuajo, junto a la vaporosa falda de Yolei; la cual queda, por primera vez en toda la noche, muda y boquiabierta al mismo tiempo, contemplando la pieza dental de su ahora inerte amigo.

Nadie se mueve, todos miran el cadáver tumbado en el suelo, cuya cabeza, ahora reducida a simple y viscosa pulpa, apunta hacia ellos. Las gafas que solía llevar descansan en el suelo cubierto de sangre, la lente izquierda rota y la goma sobre el cuello, atascada en una vértebra que atraviesa la piel y el músculo, empujada tras la caída.

Señor... Esto, esto es exactamente lo que yo estaba buscando desde hace ya un buen rato: sangre derramada sobre la piedra, huesos destrozados en un sonido inconfundible y melodioso y, sobretodo, sangre bombeada fuera del cuerpo durante los últimos estertores de un corazón aún latiente. Es satisfactorio, pero, aún así, insuficiente.

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