Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 44

Aparecimos justo al lado de Ari, en el parque infantil que estaba cerca de nuestro instituto.

Motomiya se me lanzó encima, dejé que me tirara al suelo y que empezase a darme puñetazos. Me partió el labio y puede que me dejase algún moretón en el pómulo, aunque no recuerdo que me dolieran sus golpes. Probablemente sí. No estaba tan acostumbrado a los golpes en la cara como en el resto del cuerpo.

Intentar defenderme en ese momento, cuando la confianza que pudieran tener en mí era tan solo una visión borrosa que me hubiera gustado que fuera real, no me parecía buena idea. Tumbar a Motomiya o inmovilizarlo tan solo encendería aún más las alarmas en el grupo. Además, entendía que estuviesen enfadados por todo lo que había hecho, así que creía que, hasta cierto punto, también merecía los golpes.

Ari me defendió. Le gritó que se detuviera, y toda la atención se centró en ella y en el zólov que tenía entre las manos y que se negó a entregarles. Cuando los elegidos le pidieron explicaciones, les dijo que debían ayudarme.

Que debían ayudarme.

Casi no entendí sus palabras.

Para mi sorpresa, los elegidos terminaron dudando. Me permitieron explicar mi situación, gracias a Ari y a la intervención de Mimi Tachikawa, la chica del «por favor», quien también le pidió a Motomiya que se me quitara de encima.

Me puse en pie cuando lo hizo. Y, como tenía una confianza tan escasa en mí mismo, como había hecho tantas cosas malas y como todas mis relaciones con los demás se habían basado siempre en la desconfianza, el miedo y las luchas de poder, no le vi futuro a esa conversación. Creía que ninguna justificación, explicación o excusa bastaría para que quisieran colaborar conmigo.

Por eso no les di la oportunidad, como sí había hecho con Ari, de creerme por sus propios medios.

Metí la mano en el bolsillo del pantalón, me introduje en sus mentes y les hice pensar que no era tan malo, después de todo, que no había hecho tantas cosas mal, que era tan inocente como ellos; un pobre chaval en el que podían confiar porque estaba casi indudablemente de su parte. Ari lo secundó, contribuyó a mi propio engaño sin darse cuenta y juntos, sin que ella fuese consciente, los manipulamos para conseguir algo que, de otra forma, me parecía imposible.

Me creyeron, decidieron confiar en mí y ser partícipes de un plan que consistía en sobrepasar un límite que, por las actitudes de Ishida hacia la desaparición de Ari hacía tan solo unas horas, sé que nunca hubieran sobrepasado si realmente hubieran podido decidir por sí mismos.

No necesitaba conocer mucho a ese chico, Ishida, para darme cuenta de que, antes de arriesgar así la vida de Ari o de cualquiera de los pequeños del grupo, preferiría partirme el cuello.

Sin embargo, esa vez optó por lo que nunca hubiera optado.

—A nuestro alrededor hay una cúpula que nos cubre —expliqué al cabo de un rato—, pero solo Ari puede verla, y nadie más que ella puede decidir quién entra y quién sale de aquí. Régar y sus hombres ahora mismo estarán buscándonos. No tardarán mucho en llegar. —Miré a Ari. Todos me observaban con atención, pero era ella la que tenía la misión más complicada—. Cuando lleguen, Ari les dejará entrar en la cúpula, pero no les dejará salir bajo ninguna circunstancia, porque puede resultar peligroso para el resto del mundo.

—¿Y por qué los hemos traído a nuestro mundo si es tan peligroso? —inquirió Inoue.

Tuve que inventarme algo sobre la marcha, para no tener que explicarles que era la única manera de que los sombra me hicieran caso.

—Porque todos nosotros tenemos ventaja si estamos en nuestro mundo —dije—. En aquella dimensión, la ventaja es de ellos.

Tampoco era del todo mentira, teniendo en cuenta que los sombra jugaban con la ventaja de conocer cómo funcionaba Whisimbell.

Izumi volvió a descolocarme con su siguiente pregunta:

—Tú también eres uno de ellos, ¿no? Pierdes ventaja en nuestro mundo.

—A medias. Yo también soy medio humano, y me he criado aquí. Ellos están demasiado acostumbrados a moverse entre dimensiones, así que en realidad poco les importa estar aquí o allí.

Por un momento creí que había sonado estúpido y que me descubrirían, pero creo que la influencia del aparato ayudó a que terminase de encajar todo lo que no encajaba.

—¿Vienes de otra dimensión? —preguntó Takaishi, que estaba sentado en el suelo con Patamon entre sus brazos.

—No exactamente. Pero no podemos hablar de eso ahora porque no tenemos tiempo.

—Jake quiere que su mundo atrape a esos hombres —explicó Ari por mí.

Ofiuco no era mi mundo. No pude evitar sentirme mal al escucharlo.

—Quiero que Ofiuco, el mundo del que vienen —maticé—, los atrape y los condene como deben, y para ello necesito que Ari los retenga aquí. Desde este lugar, ni siquiera ellos podrán escapar ni teletransportarse a otro mundo si Ari no quiere. Dentro de esta cúpula, ni siquiera podemos teletransportarnos de un lugar de la cúpula al otro. Las autoridades de Ofiuco ya están avisadas de que hay sombra llevando a cabo trabajos ilegales fuera de su dimensión, y no deberían tardar demasiado en dar con nuestro paradero... si es que vienen.

No debí decirlo en condicional, pero me resultó inevitable. Takenouchi me preguntó al respecto y les expliqué, muy por encima, que no sabía si Ofiuco me había tomado en serio.

—¿Y qué pasará si no vienen? —cuestionó Izumi cuando terminé.

Tragué saliva. Por un momento se me volvió a pasar por la cabeza que no vinieran, que Régar y sus hombres nos ganasen en fuerza, que Ari fuese atacada y, por tanto, que la cúpula desapareciese hasta provocar algún desastre que acabase con las vidas de los digimon, los elegidos y otros humanos que nada tenían que ver con eso, y entonces... entonces se volvió más grande el nudo en mi pecho.

Me quise negar que eso fuera posible.

—Confío en que vengan —dije, más por convencerme a mí que a ellos—. El plan es que solamente Ari, los digimon y yo nos quedemos dentro de esta cúpula invisible para que, cuando vengan Régar y sus hombres, los digimon no tengan que estar pendientes de proteger a sus compañeros. Así, nos quedaremos atrapados y los digimon y yo podremos luchar contra ellos sin que puedan huir. Puede ser peligroso para Ari, pero solo ella puede activar la cúpula y tiene que quedarse dentro de esta. Por eso necesitaríamos que al menos uno de los digimon la protegiera mientras estamos luchando.

Me preguntaron por qué Ari y les expliqué lo que me había contado Tigasde sobre el zólov que tenía entre las manos, sobre que podía ser usado por personas con determinada capacidad, y sobre que Ari había adquirido dicha capacidad al convertirse en el ser enviado del que hablaba la profecía.

Nunca les dije que La Profecía, la que ellos habían conocido, era falsa. Tampoco que existía una verdadera.

—Cuando vengan los hombres de Ofiuco...

—Si vienen —me interrumpió Motomiya.

—Si vienen los hombres de Ofiuco —rectifiqué—, Ari les dejará entrar para que atrapen a Régar y a sus hombres.

—¿Y si no vienen?

Sentía mi corazón dando un vuelco tras otro.

Miré a Izumi, que era quien había formulado la última pregunta. Me devolvía la mirada, muy serio, mientras yo apretaba con fuerza el aparato con el que los estaba manipulando.

Me permití dudar por unos segundos.

¿Y si no era capaz de hacerlo? ¿Y si les pedía ayuda y les explicaba todo sin aparatos interviniendo? ¿Y si todo fuese más fácil así? ¿Y si Régar...?

—Si no vienen —dije—, tendré que matar a Régar.

Se hizo un silencio tan denso que creí poder masticarlo.

Después volví a manipularlos para que mi duda no se extendiera hasta ellos.

Ese era el límite que, de otra forma, no hubieran querido sobrepasar.

—¿Podrás? —preguntó Taichi, incluso más serio que Izumi—. ¿Podrás matar a ese tipo?

¿Podría?

Lo dudaba.

—Eso creo —respondí, en cambio—. Por eso necesitaré ayuda de los digimon. Si consigo retenerlo y los digimon lo atacan todos a la vez, posiblemente lo debilitemos mucho y pueda matarlo.

—¿Y a sus hombres?

—Más de lo mismo. No son tan fuertes como Régar, pero tendría que matarlos después de hacerlo con él.

Era una mentira a medias. En realidad no me preocupaban tanto sus hombres porque pensaba que ellos no serían capaces de encontrarme si huía y porque esperaba que a esas alturas, una vez Régar hubiese muerto, Ofiuco se hubiese dado cuenta de que pasaba algo raro en la Tierra.

Les aseguré que Ofiuco no les haría nada porque sabía, y esto sí era verdad del todo, que las autoridades no les tocarían. Les expliqué por encima que me someterían a juicio y que era probable que a ellos les hiciesen un borrado de memoria cuando todo acabase.

—Bien, ¿y qué hacemos? —preguntó Taichi entonces. Para esas alturas ya había entendido que era el líder del grupo.

—Tenemos que acabar con esto —dijo Ishida—. Ya estamos metidos en este problema y no nos queda de otra que salir como sea, aunque nos la juguemos

Me había mirado al pronunciar la última frase. No pude evitar sostenerle la mirada, en busca de alguna compasión que no viniese del aparato que guardaba en el bolsillo.

—Les prometo —dije—, por lo que más quiero en este mundo, que estoy siendo del todo sincero, que yo también quiero salir de esto tanto como ustedes, que todo se termine y que las cosas vuelvan a la normalidad.

Eso era verdad.

Taichi apoyó una mano en mi hombro. Tenía una mirada tan firme que dudé sobre si le pertenecía o si la había provocado yo con el artefacto. Me dejó claro que era suya en cuanto habló:

—Si nos estás mintiendo, te arrancaremos la cabeza. Pero estoy bastante convencido de que nos estás diciendo la verdad. ¿Tú qué piensas, Ari?

El pequeño saltamontes dudó durante una fracción de segundo tan diminuta que creí que me la había imaginado.

—Confío en él —aseguró, sin mirarme—. Creo que está diciendo la verdad y que quiere ayudarnos. Además, él es el más interesado en acabar con Régar y sus hombres.

Tardaron en volver a hablar. Eché un vistazo a nuestro alrededor y devolví la atención de mis sentidos al entorno. No noté nada.

—TK, fue él quien me llevó hasta ti.

Bajé la mirada hacia Patamon, que hablaba con la vista clavada en su compañero humano.

—¿Cómo?

—Unos días antes de que los demás llegaran hasta ti, esos hombres me secuestraron y me atraparon en una celda —dijo—. Jake apareció hace horas y me llevó hasta ti para ayudarte. —El digimon me devolvió aquella mirada llena de brillo—. Sin él, nunca podría haber salido de allí y no sé si me hubieras encontrado.

Takaishi lo abrazó, se puso en pie y me miró.

—Muchísimas gracias —dijo. Yo bajé la mirada. En gran parte lo había hecho por motivos egoístas, pero Takaishi no debía saberlo. Volví a sentirme una bazofia antes de recordar que las cosas iban como tenían que ir—. Está bien, Ari. Si tú y Patamon confían en él, yo también.

—¿Alguien en contra? —preguntó Taichi.

Nadie.

¿Cómo podrían estarlo? No les di esa alternativa.

—Bien —añadió el líder—. Vamos a por ese plan.



2022, 13 de septiembre

—Creía que te habíamos ayudado por elección propia —digo al terminar de escribir las palabras de Tai.

Jake niega con la cabeza. Me mira durante un instante, para luego bajar la vista hacia las tablas del suelo.

Está cruzado de brazos, con la espalda apoyada en el respaldo de la silla. Miro las cicatrices de sus antebrazos, que ya casi creo saberme de memoria, mientras el sonido de dos hielos separándose en el vaso de agua que tengo sobre la mesa vuelve aún más corto el lapso que dura el silencio.

—Pensaba que desconfiaríais de mí —admite—, y me daba miedo. Tal vez, de haberlo sabido, hubierais buscado alguna otra forma de hacer las cosas y todo hubiera sido más fácil. Sea lo que sea que escuches a partir de ahora, Takeru, quiero que sepas que fue todo elección mía y únicamente mía.

Me pregunto si se está cargando con más responsabilidades de las que tiene, pero no lo digo. Aunque es el único que lo recuerda, dichos recuerdos no dejan de estar sesgados por su propia visión de las cosas.

Es el problema de contar con una única perspectiva.

No puedo aceptar que fuese todo responsabilidad suya, porque no lo recuerdo. No obstante, tampoco puedo negarlo.

—No te preocupes por eso —digo—. Vamos a seguir.

Vuelvo al teclado. De pronto, me detiene el ruido de la puerta principal abriéndose y dejando paso al sonido de varios pares de pies correteando por la casa. Me encuentro comprobando qué hora es cuando Kaoru, de casi siete años, entra corriendo en mi despacho y se me sube al regazo.

—¡Papá, mira, hoy hice origami! ¡Es un gato! ¡Y esto un zorro!

Restriega las figuras de papel delante de mi cara mientras agita los bracitos con tanta energía que el pelo rubio le baila sobre la frente. Debo hacer un esfuerzo por recordar qué figura es cuál para no confundirme.

—Qué bonitas —le digo—. ¿Las hiciste tú solo?

Asiente con la cabeza. Aún me pregunto de dónde saca tanta energía.

—¡El gato es para Kio! —grita.

Se baja, aún con la mochila del colegio en la espalda, y sale corriendo de nuevo sin reparar en Jake. Veo que al salir casi choca con su hermano pequeño, Kio, que se queda parado en el marco de la puerta del despacho con un higo en la mano. Desde ahí, estira el bracito que tiene libre para saludarnos con timidez. Le indico que se acerque, pero niega lentamente con la cabeza sin quitarse el higo de la boca.

Una niña, algo mayor que mis hijos, se asoma con languidez y se acerca a nosotros. Tiene ocho años, igual que Kari y yo la primera vez que pisamos el Digimundo, y está tan mezclada que resulta innegable quiénes son sus padres, en especial porque su ascendencia japonesa apenas se nota. En mis hijos es más evidente.

Nil me saluda, se quita la mochila para dejarla a un lado y se acurruca en el regazo de su padre, que la rodea con los brazos y le da un beso en la coronilla.

—¿Estás bien? —pregunta Jake.

La niña asiente con la cabeza y entierra el rostro en su pecho. Jake y yo intercambiamos miradas.

—Seguimos mañana —murmuro. Él asiente—. No sé en qué momento se ha hecho tan tarde.

Me levanto para dejarlos solos.

Cargo al pequeño que aún mastica la fruta con lentitud desde la puerta y, una vez en mis brazos, apoya la cabeza en mi hombro. Siento que pesa más que la última vez que lo cogí, pero me consta que tan solo son imaginaciones mías porque, aunque está un día más cerca de cumplir los seis años, también sé que no puede haber crecido tanto en unas horas. Me encuentro dándole un beso en el pelo castaño cuando atravieso el salón.

Kari está en la cocina, terminando de acomodar algunas cosas que compró de camino a casa. Sonríe al verme. Se ha dejado crecer el pelo hasta los hombros, aunque noto que ya empieza a incomodarle.

—¿Qué tal la sesión de hoy? —me pregunta—. Ari está fuera, hablando por teléfono.

Extiendo el brazo libre hasta el cuenco con higos que Kari acaba de lavar, y le doy un beso antes de llevarme uno a la boca. La voz amortiguada de Ari en la puerta de casa se solapa con las risas de Kaoru haciendo algún destrozo con los juguetes de su habitación.

Apoyo la cadera en la encimera de la cocina mientras Kari termina de colocar algunas verduras en el frigorífico.

—Bien —respondo—, más o menos tranquila en comparación con otras partes de la historia, aunque se nota que estamos terminando. —Miro la puerta del despacho antes de decir, en tono amortiguado—: Cada vez parece más ausente.

—¿Jake, dices? —pregunta en el mismo tono—. ¿Se acerca lo más difícil?

Creo que la expresión de mi rostro manifiesta todas mis reticencias a aceptar que el final sea más difícil que todo lo demás, porque Kari detiene lo que está haciendo para mirarme con atención.

—No sé qué es lo más difícil —admito—, pero noto que cada vez le cuesta más seguir. Es como si la última parte de esta historia se le atragantase más que el resto.

Quiero añadir algo más, pero no sé cómo abordarlo, así que guardo silencio mientras Kio se mueve entre mis brazos. Tiro los restos de fruta a la basura.

Aún no sé qué pasó con Régar y sus hombres al final de esta historia, pero si las predicciones del Jake de catorce años se cumplieron...

—Creo que aún falta una de las peores partes —añado.

Ella asiente con la cabeza y vuelve a prestar atención a la compra. No me hace preguntas, porque ya le he explicado que hay cosas que necesita leer para entenderlas bien, y Jake no está preparado todavía para que nadie más las lea.

—¿Has descubierto algo más sobre aquella voz? —pregunta para cambiar de tema.

—Nada nuevo. Jake no tiene la menor idea de quién podría ser, pero parece convencido de que estaba manipulando a Régar de alguna forma.

Kio estira el brazo hacia el cuenco de fruta y le alcanzo otro higo. Kari cierra el armario en el que acaba de guardar un paquete de frutos secos antes de detenerse a mirar las mejillas sonrosadas de nuestro hijo menor.

—Algo en todo esto no me gusta —susurra, como si no quisiera que el niño la escuchara. Advierto enseguida que quiere añadir algo más, pero que las palabras se le atascan en la garganta.

—¿Lo de la voz, quieres decir?

Duda.

—Lo de la voz, La Profecía, todo lo que no sabíamos hasta que Jake nos lo ha contado. Es como si... alguien estuviese actuando desde las sombras. Como si aún lo estuviera haciendo. —Se estremece y se abraza. Sé que se contiene para no usar otras palabras, y sé qué palabras son. Acaricio su piel erizada con la mano que Kio me deja libre—. ¿No tienes la sensación de que hay algo que se nos escapa? ¿De que hay algo que... sabe más de lo que nosotros sabemos?

Quiero calmarla, rebatir lo que le dice su intuición, negar que cualquier sensación de advertencia que le envía el cuerpo nace de pruebas irrefutables que indiquen un verdadero peligro; sin embargo, siento lo mismo que ella. Si yo no soy capaz de creerme a mí mismo, no me veo con fuerzas para convencerle de lo contrario.

—Todo irá bien —murmuro.

Es lo único que puedo decir. Toda la información que he recopilado con Jake está ya en manos de mi hermano y el resto. Izzy está trabajando con Gennai en averiguar cualquier cosa que nos acerque un poco más a iluminar lo que no vemos; Patamon y el resto están buscando pistas e información sobre la verdadera profecía e incluso sobre lo que le ocurría a BanchoLeomon cuando Jake se lo llevó de allí.

No nos queda más remedio que seguir recabando toda la información que podamos y esperar a que todo esto sirva para dar con la verdad, ojalá más pronto que tarde.

Kaoru nos saca de nuestros pensamientos cuando atraviesa el salón con un avión de juguete en la mano y el brazo estirado. En ese momento, Ari entra en casa y cierra la puerta tras de sí mientras el niño corretea por todas partes y chilla, simulando los gritos de los pasajeros a bordo.

Kio, aún en mis brazos, hace amago de bajarse, así que acepto los restos del segundo higo y lo dejo en el suelo para que persiga e imite a su hermano.

Ari aún tiene el móvil en la mano cuando llega a la cocina.

—Perdón —dice—. Era del trabajo. Del trabajo que me da mi madre. Buenas tardes, TK.

Le sonrío mientras tiro los restos al cubo de basura.

—¿Un mal día?

—Un poco ocupado —responde, haciendo un ademán con la mano para quitarle importancia—. ¿Y Nil?

—En el despacho con Jake. ¿Le pasa algo? Me sorprende que no esté gritando con Kaoru.

Inspira hondo. Intercambio miradas con Kari mientras nuestra amiga se guarda el móvil en el bolsillo del pantalón.

—Está un poco triste porque su equipo ha perdido un partido de fútbol en clase de Educación Física.

—¿De verdad? —Arqueo las cejas, sorprendido. En el salón, ajeno a nuestras palabras, Kaoru ríe a carcajadas y veo a Kio dando saltitos a su alrededor—. ¿Cómo perdieron?

—Solo dejamos que juegue de verdad con Jake. Aún no controla bien su fuerza y podría hacer daño a algún niño, así que normalmente intenta bajar su propio ritmo para parecerse más al resto. Creo que hoy lo bajó demasiado. Además, últimamente está muy cansada y algo torpe... Tanto que hoy hizo daño a un niño de su clase en el partido. Sin querer, por supuesto.

—Pero es normal que esté tan cansada —digo.

—Sí. Jake ha estado muy ocupado con el trabajo, con lo del libro y con todo lo de Ofiuco los últimos meses, así que no tiene tanto tiempo para jugar con ella y entrenarla. Los sombra necesitan hacer mucho deporte para mantenerse sanos. Son extraterrestres delicados, aunque no lo parezca.

—Pobre Nil —dice Kari, con gesto comprensivo—. Supongo que también lo echa de menos.

—Ah, sí. —Ari asiente con energía—. Tiene papitis aguda, y empiezo a sospechar que se volverá crónica.

—Kio también sufre de papitis aguda —añade Kari.

Me estoy riendo con ellas cuando Jake sale del despacho de la mano de Nil. La niña tiene otro aspecto: ha vuelto su sonrisa juguetona habitual, que le abarca todo el rostro, y tira de su padre como si quisiera marcharse cuanto antes. Jake carga con su mochila del colegio en la otra mano.

—Venga, vamos —dice la pequeña—, que si no se hace de noche.

—¿Ya nos vamos? —pregunta Ari, a lo que Nil asiente con efusividad, en un gesto que me recuerda al asentimiento que ha hecho su madre hace tan solo unos segundos—. A sus órdenes, pero primero despídete de Kaoru y Kio.

La niña tan solo suelta a su padre para obedecer rápidamente a la orden de su madre. Jake se acerca a nosotros con media sonrisa.

—La voy a entrenar un poco cuando lleguemos a casa —le explica a Ari—. ¿Te importa cocinar hoy?

—No hay problema, tengo el número del repartidor de pizzas.

Me burlo un poco de Ari mientras los tres niños vienen corriendo entre gritos, aunque lo de Kio parecen más bien ruiditos que pretenden imitar el escándalo que están haciendo los mayores.







Sombra&Luz

¡Solo quedan cuatro capítulos!

La semana que viene publicaré uno cada día, así que comienza la cuenta atrás.  

Gracias por llegar hasta aquí. 🥰

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro