Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 39

Takeru se detuvo en seco delante de mí, con las fuerzas flaqueando y el aire pasando con dificultad por sus pulmones.

Ahí estaba, la primera persona a la que había implicado y la segunda que podía llevarme de vuelta a la realidad que sabía que ya había dejado atrás. Después de Régar y Ari, era quien más poder tenía para debilitarme en esos momentos, porque mi madre ya no podía hacer nada por mí; se había quedado atrapada en ese pasado que yo había abandonado, y no tenía la capacidad para alcanzarme y arrastrarme de vuelta.

Régar, Ari y Takaishi, en cambio, se habían venido conmigo y se habían convertido en parte de mi presente y de mi futuro.

Poco después, también de mi pasado.

—¿Quiénes son? ¿Por qué hacen esto? —me preguntó. Entornó los ojos como si estuviese tratando de recordar algo—. Lo que quieren es... acabar con los mundos, ¿verdad? ¡Respóndeme! No son digimon, y tampoco humanos, pero tú... Yo te conozco. No eres... Eres...

Tardé en caer en la cuenta de que aún llevaba la máscara puesta, que por eso no me reconocía. Hikari Yagami se colocó a su lado. No dijo nada. Takaishi abrió la boca para continuar hablando, pero un estruendo nos desestabilizó y les hizo desviar la atención.

Seraphimon se había estrellado contra una de las paredes y la había destruido. Supuse que todo era cosa de Régar.

Aproveché la confusión para alejarme de los elegidos. Me teletransporté al fondo de la sala, a la parte en la que Takeru había estado maniatado minutos antes. Allí, Ari continuaba inconsciente. Era evidente que Takaishi y Yagami la habían acercado a la pared para ponerla más a salvo y que solo se habían alejado de ella para comprobar si podían hacer algo conmigo.

Saqué el pendrive con la información de Gennai, me agaché y lo guardé en el bolsillo trasero del pantalón de Ari. También comprobé su pulso, me aseguré de que respiraba y de que todo estaba en orden. Enseguida noté que algo iba mal. Traté de hacer que despertara con el aparato para manipular mentes, intenté meterme en su subconsciente y me topé con otro muro de hormigón armado, parecido al que había sido la mente de Takaishi momentos antes.

Me puse en pie con el ceño fruncido. Takaishi y Yagami me encontraron y corrieron hacia mí.

Creía firmemente que ninguno de ellos confiaría en mi palabra, que contarles mi situación en ese momento tan solo complicaría las cosas. Por eso desaparecí, para volver a la dimensión límpida, ya vacía sin los hombres de Régar, y así evitar un enfrentamiento con ellos.

A través de la holopantalla pude ver cómo Takaishi y Yagami llegaban hasta Ari y comprobaban que estuviese bien, cómo Régar les hacía frente a sus compañeros digimon, y también que no había ni rastro de Pyrus en Whisimbell.

Aunque intenté ayudar a los elegidos a despertar a Ari desde mi posición con el aparato para controlar mentes, resultó imposible.

Entonces me di cuenta de que lo que había en su cabeza no era ningún muro de hormigón armado; era la nada. Su conciencia no estaba en su cuerpo.

Entorné los ojos. La última vez que había visto a Pyrus había sido en ese mismo lugar, en esa misma dimensión, mirando la holopantalla como todos los sombra. Después de eso, Lórman y Pesbas habían comenzado a dar órdenes y no habían mencionado a Pyrus porque no estaba en ninguna parte. Pero debía de estarlo, porque la capacidad de teletransporte de Pyrus era limitada.

Me di la vuelta. Mi alrededor era un compendio de nada en absoluto, de todo en conjunto, de un blanco impoluto que hacía daño mirarlo. Empecé a recorrerlo, a moverme caminando y con el teletransporte, en busca de algún rastro que me dijera que estaba por ahí.

No tardé en dar con él. Agarraba del cuello a Ari, que pataleaba desde el aire en busca del oxígeno que le estaba negando. Ari, su conciencia, había sido trasladada a esa dimensión materializada con la forma de su cuerpo, y tenía claro que, si Pyrus asfixiaba a esa materialización, acabaría con esa parte de Ari que ya no estaba donde debía estar.

Me pregunté cómo era posible que Pyrus hubiera logrado algo así, si el aparato que era capaz de hacerlo lo tenía yo guardado en el bolsillo del pantalón. Pensé que tal vez había conseguido otro, pero no me detuve a analizar si eso era posible. No tenía tiempo.

Me fijé en el gesto desquiciado que tenía en el rostro sin máscara ni capucha. Se había mostrado ante ella con la seguridad de que podría dejar su cuerpo vacío para siempre, y estaba disfrutando como si aquello fuese un maldito sueño cumplido.

Me moví a su lado y golpeé la cara interna de sus codos para que doblara los brazos. La soltó al instante y me miró con los ojos bien abiertos, desconcertado. Noté que se contenía para no gritarme.

Ari se dejó caer e intentó recuperar el aire que en realidad no había perdido, pero que era evidente que había sentido abandonándola.

—¿Se puede saber qué haces? —masculló Pyrus.

—¿Alguien te ha mandado a matarla? —susurré.

Hablar delante de Ari era una de las cosas que más miedo me daban en ese momento, porque desvelarme ante ella era lo último que quería, a pesar de que era lo más sensato para no encontrarme solo y para que pudiéramos colaborar. Recé para que estuviese lo bastante enajenada como para no reconocerme.

No era una pregunta retórica, en realidad. No sabía si Régar o Lórman le habían dicho a Pyrus que se aprovechara de la situación para acabar con ella o si, por el contrario, había sido él solito quien había decidido que era hora de abusar del poco poder que podía ejercer, por fin, sobre alguien más débil para sentir que podía estar por encima. Suponía que la respuesta tenía más que ver con mi segunda teoría, pero quería asegurarme para saber cómo debía proceder.

Pyrus abrió la boca, la cerró y movió la mandíbula de lado a lado.

En efecto, acababa de pillarlo actuando por sí mismo.

—Es un estorbo —se excusó. Hablaba de manera atropellada—. Ya no sirve para nada porque La Profecía ya se ha cumplido y nos ha salido todo mal. Régar nos matará si sigues haciendo esto, chico. Hay que matarla antes de que lo descubra todo.

¿Era el miedo a que Régar descubriera que habíamos estado actuando a sus espaldas lo que había hecho que decidiera matarla?

Lo dudaba.

—¿Te he dado permiso para actuar por tu cuenta? Ni siquiera tienes permiso para tocarla o para hablar con ella —dije.

—Pero, Régar...

—¿Le vas a contar algo a Régar? Si quieres se lo contamos todo, para que conozca la historia con detalles. —Era una amenaza, por supuesto—. Te recuerdo que soy yo quien decide cuándo alguien es un estorbo, y tú te estás convirtiendo en uno.

—Pero...

Se calló cuando ladeé la cabeza sin dejar de mirarlo. Me estaba ganando su odio a pulso, a base de amenazarlo, manipularlo e infundirle el miedo que él no podía infundirme a mí.

De todas maneras, él intentaría hacérmelo pagar años más tarde, en Whisimbell.

—Bien —añadí. Luego me dirigí a la chica de la que dependía que yo pudiera seguir adelante—. Ari, ¿no? —Asintió. Estaba aterrada—. No eres una niña elegida, pero has venido hasta aquí de todas formas.

—¡No podemos hacer esto! —gritó Pyrus.

—¿Por qué no te largas? Juraría que tenías asuntos por resolver.

Pyrus estaba furioso, a punto de perder los nervios.

—Lo que tú digas —dijo al fin.

Si Pyrus había tenido la capacidad suficiente como para aparecerse en esa dimensión, debía de tenerla también para marcharse por su propia cuenta. Entorné los ojos y lo reté con la mirada, consciente de que, aunque no tuviera una buena perspectiva de mis gestos por la capucha y la máscara, podía sentir a la perfección mi energía desafiante.

Sé que comprendió lo que le transmitía. Era probable que el muy cabrón había estado dejando que Régar me ordenase teletransportarlo para no cansarse de más o no demostrar que sus capacidades de teletransporte iban más allá de las pobres habilidades que mostraba tener. Tampoco creo que fuera bueno en ello; probablemente quería ahorrarse unas energías que preferiría usar en cosas que consideraba más importantes.

Lo cual me molestó bastante, dado que yo era el saco de boxeo favorito de Régar y, por tanto, quien más necesitaba ahorrar esas energías. Sin embargo, hoy día casi lo agradezco. Me ayudó a entrenar bastante la teletransportación y a obligar a mi cuerpo a aguantar estados extremos de cansancio en momentos límite.

Chasqueé los dedos, continuando con el paripé que él mismo había empezado delante de Ari, y desapareció.

Entonces me di cuenta de que, a nuestro lado, había otra holopantalla, y de que varios de los hombres de Régar habían salido ya al campo de batalla para ayudarlo a luchar. Para eso necesitaban la droga, para multiplicar las capacidades de todos y conseguir cierta ventaja sobre los digimon.

Volví a Ari. No tenía ni idea de cómo lo iba a hacer para que confiara en mí, porque no había planeado encontrarme con ella a solas en un momento como ese, y mucho menos había planeado desvelarle quién era y todo lo que había hecho, así que, por ganar algo de tiempo para pensarlo y conseguir fuerzas, empecé con preguntas para las que solo yo tenía la respuesta, en realidad:

—Bien. ¿Por qué has venido hasta aquí? No eres una niña elegida —dije. Usé el aparato para que no reconociese mi voz.

—¿Por qué? Por ayudar a mis amigos —soltó con seguridad. Estaba tan convencida de que todo aquello había sido decisión únicamente suya que sabía que la verdad le resultaría difícil de creer—. Pero dime una cosa. ¿Por qué hacen esto?

¿Por qué hacíamos eso?

¿A qué «esto» se refería? Porque estábamos haciendo tantas cosas que ni siquiera podían resumirse en el acto de secuestrar a Takaishi.

No supe cómo responder a esa pregunta.

Tragué saliva con disimulo. Había cosas que no podía decirle porque me llevaría demasiado tiempo explicarle o porque le llevaría demasiado tiempo entender. Había estado jugando con su mente para conseguir lo que me proponía, para manipularla de una manera mucho más rápida que simplemente manteniendo una conversación en la que ella demostraría su inocencia una vez más, y en la que yo tan solo demostraría lo bajo que podía caer manipulando a quien hiciera falta para conseguir lo que necesitaba. Por eso debía pensar bien lo que diría.

En realidad, podía continuar haciéndolo; usar el aparato para que entendiera todo eso que necesitaba que entendiese y para hacerle creer que debía confiar en mí porque esa era la única o la mejor de las opciones que tenía. El problema fue que ella estaba tratando de mirarme directamente a los ojos, y que yo estaba lo bastante enajenado como para no saber cómo enfrentarme a esa realidad, a la chica que representaba mi vida como niño normal.

Entonces decidí que sí había una cosa que no me atrevería a hacer: engañarla de nuevo con el aparato para que confiara en mí.

Me humedecí los labios bajo la máscara.

Quería que supiera quién era, lo que había hecho y lo que era capaz de hacer, incluso aquello que me aterraba pero que había decidido que estaba dispuesto a sacrificar. Y que solo entonces decidiera, por sí misma, si valía la pena estar de mi parte.

Fue mi última carta en el juego con ella.

—Ari, no te prometo que no te vaya a matar, pero antes de tomar una decisión necesito saber algunas cosas.

Tardó en decir algo. Vi el miedo, la curiosidad, el éxtasis y las dudas en sus ojos expresivos.

—Vale, pero... Primero explícame de qué va todo esto de raptar a TK, La Profecía, Ayudante Digital... todo. Creo que sabes más cosas que yo, así que también tengo derecho a preguntar, ¿no? ¿Quién eres?

—Supuse que preguntarías eso —murmuré, más para mí que para ella. No estaba preparado para responder a esa pregunta—. Verás, Ari, necesito algo que solo tú me puedes dar, y no quiero usar la fuerza para convencerte de que tienes que ayudarme porque sé que no nos serviría de nada a ninguno. Al final, seguramente acabarías apañándotelas para hacer las cosas a tu manera y tendría que matarte sí o sí, y ninguno de los dos quiere eso. Por eso, déjame explicarte algunas cosas antes de decirte quién soy y qué puedes hacer por mí a partir de ahora. Si consigo convencerte, seguramente los dos saldremos airosos de todo esto. Pero, si no, tendremos que volver a luchar en bandos contrarios. ¿Lo entiendes?

Dudaba de todas y cada una de mis palabras. Lo veía en su mirada, en sus ojos vacilantes, en su boca entreabierta, en su cuerpo cambiando el peso a un lado y al otro.

Y no era para menos.

—Sí, supongo —dijo.

—Bien. Lo primero es ponerte un poco en contexto.

Le conté acerca de lo poco que sabía sobre el Proyecto Oscuridad; el cómo había oído hablar de él por primera vez, sobre La Profecía y, más bien por encima, sobre quiénes estaban implicados. Se quedó pensativa y me hizo más preguntas, sobre el proyecto, sobre las voces que había escuchado, sobre quién era yo. No le conté que la supuesta profecía era un embuste, porque incluso yo mismo comencé a dudar de que lo fuera cuando se cumplió. Por eso y porque sería una de esas cosas que tardaríamos demasiado en explicar y entender.

Le dije que fuimos nosotros, los sombra, quienes habíamos provocado la discusión de Takaishi con Yagami y su hermano, y le hablé de todo el proceso que me constaba que habíamos ejecutado por y para el proyecto, empezando por el secuestro de Takaishi. También le aseguré que había cosas que no estaban bajo mi conocimiento, como el tipo de métodos exactos que usaron con él.

—Pero fue E.D. quien nos llamó —añadió—. ¿No se suponía que no querían que viniéramos tan pronto? Entonces, ¿para qué nos llamaron?

Ahí venía la parte en la que me implicaba directamente, y también en la que me abría a contarle mi punto de vista en todo eso.

—En realidad, yo obligué a E.D. a hacerlo —confesé.

Me miró, aturdida, como si intentara encontrarle un sentido.

—¿Por?

—No sé bien lo que hubiera ocurrido si llegaran a conseguir que el plan marchara bien, pero fuera lo que fuera, no comulgo con sus ideas.

—¿Los traicionaste? ¿Por eso nos llamaste?

—Sí. Y ahora mismo sigo traicionándolos. Por eso te necesito, Ari. —Y ninguno entendía cuánto—. Esto todavía no ha terminado, y necesito que entiendas que estoy de tu parte para que todo se termine lo antes posible.

Frunció el ceño.

—¿Por qué querrías mi ayuda? ¿Cómo sé que no me estás engañando?

Lo cierto era que no podía saberlo.

Por mi parte, no sabía si decirle quién era terminaría haciendo que confiara en mí, o si dejaría de confiar en todo por completo, así que me guardé ese dato todo lo posible. En parte por esa duda, pero en parte por el miedo.

Le expliqué quiénes eran los hombres de las voces que yo había puesto en su cabeza, Régar y Lórman, y cuáles creía que eran las intenciones y los impulsos que movían a Pyrus. Le hablé de la traición, del castigo, de mis sospechas acerca de que había sido Pyrus quien se lo había contado a Régar, de que quizás ahora estaba haciendo lo mismo y de que me estaba jugando el cuello, aunque intenté centrarme en que la solución a todo eso pasaba por que confiara en mí.

Y todas mis respuestas la llevaron a la siguiente pregunta: «si no estás de acuerdo con lo que hacen, ¿por qué trabajas con ellos?».

¿Decirle la verdad o inventarme algo?

Si bien es cierto que decirle la verdad me llevaría más tiempo del que sospechaba que teníamos, era evidente que contarle lo que era y por qué lo era significaba apelar a mi papel de víctima para convencerla de que estaba en el bando de los buenos.

Mi único problema con eso estaba en que la realidad era que yo no me sentía víctima de nada. Estaba completamente convencido de que yo era el malo de la historia; de que Ari, los digimon y los niños elegidos eran los buenos, y de que yo pertenecía al bando de los malos, que eran Régar y sus hombres. Pensaba que mi destino era un castigo válido y merecido, y que tan solo estaba tramando todo aquello por intentar huir de algo que me perseguiría para siempre, hasta que llegara el final de mis días, que no sería de otra forma que sufriendo de golpe todo lo que creía saber que me tocaría sufrir y que había estado esquivando como podía. Pensaba que ese supuesto sufrimiento, que era mayor que el que había vivido hasta entonces, llevaba mi nombre, y que no podría huir de él para siempre. Que una muerte terrible era lo único a lo que podía apelar después de toda una vida repleta de miedos, huidas y dolor.

Eso era lo único que creía verdadero.

Hablaban el dolor y una autoestima completamente mermada.

Intenté mirarla a los ojos bajo el pelo, la máscara y la capucha. Si tan solo me esperaba esa vida al otro lado del océano que debía recorrer para salir de esta, ¿de qué tenía miedo? ¿Qué más creía que podía perder, si ya había perdido todo lo que tenía?

Recuerdo que llegué a preguntarme qué pasaría si, en cambio, ganaba algo en el camino.

—No me queda de otra —dije—. No tengo elección.

Eso la llevó, de nuevo, a la otra pregunta clave:

—¿Quién eres?

«¿Quién eres?».

¿Qué debía responder? ¿A.D., Jake Dagger, Nilal o el mestizo de mierda?

—Está bien —dije—. Creo que es un buen momento para decírtelo.

Pero en realidad no sabía cómo hacerlo.

—¿En serio? —preguntó.

—Sí, pero con una condición.

—¿Qué condición?

Solo fui capaz de pedirle condiciones porque necesitaba que confiara en mí, y también porque una diminuta parte de mi cerebro creía que, tal vez, alguno de mis yoes no era tan rastrero y miserable como sentía. Quizás, pensé, quien había decidido abrirse a ella, sin objetos externos que intervinieran en su confianza, era el verdadero y definitivo yo.

—No me culpes, por favor —pedí.

Aunque sabía que era pedir demasiado.

Ari me observó con atención, expectante y desconfiada.

Me quité la capucha sin pensarlo más.

—Cuánto tiempo, pequeño saltamontes.

Noté el momento exacto en el que me reconoció, aunque tardó un poco más en creérselo. Fue cuando la capucha ya había caído del todo, antes siquiera de que comenzara a pronunciar la última palabra, cuando vi en sus ojos que el brillo de la curiosidad dejaba paso a la incredulidad. Se le abrieron como platos, y se quedó estática mirándome como si fuera la última persona que esperaba ver.

No quería mostrarle la cara, porque la vergüenza y la inseguridad se hicieron inmensas de pronto. Me sentí vulnerable y terriblemente humano cuando, a pesar de todo eso, llevé una mano a la máscara y me la quité, despacio. Fue como si Jake Dagger, el niño normal que iba al instituto y hacía los deberes, se hubiera abierto paso a base de puñetazos, codazos y patadas para dejar atrás a Nilal, A.D. y al mestizo de mierda; como si ahora estuviera parado enfrente de Ari para decirle que lo sentía, que nada de lo que hizo fue con mala intención, y que en ningún momento quiso hacerle daño.

Me temblaron las manos cuando me di cuenta de que toda la coraza que había mantenido intacta desde que me desperté de la paliza se había derretido como el chocolate en verano, y había dejado al descubierto al crío exhausto que necesitaba apoyo, palabras de aliento y la protección de alguien más experimentado.

De pronto quería contarle toda mi verdad, llorar y suplicarle que me ayudara.

Pero es evidente que no lloré ni supliqué.

Nilal, A.D. y el mestizo maniataron a Jake Dagger y lo obligaron a guardar silencio y a mantenerse tranquilo mientras, juntos, tratábamos de reconstruir mi coraza antes de que me desplomara.

—¿Jake...? —susurró.

Se me revolvió el estómago.

—Lo siento, Ari. —Fue lo único que me atreví a decir.

Sus ojos castaños bajaron y subieron como si estuviera buscando una trampa. Solo volvió a hablar cuando se rindió y aceptó que no la había.

—¿Por qué?

—No me queda de otra, ¿recuerdas?

—¡Pero no lo entiendo! —gritó—. ¡Yo confié en ti! ¡Y tú lo único que has hecho es utilizarme! ¡Me has traicionado y engañado! ¡Solo fui tu medio de transporte para manipular a TK y acabar con los niños elegidos!

¿Qué podía hacer? ¿Negárselo?

—Ari, yo...

—¡Tú, nada!

Agradecí que no me dejara hablar, porque no sabía qué decir.

—¿No comprendes la gravedad del asunto? —continuó—. ¡Claro que no! ¿Cómo ibas a entenderlo si para ti esto no es más que un juego? ¡Eres un completo imbécil! Lo único que hiciste fue engañarme para fastidiarme más a la hora de la verdad, para acercarte más a los niños elegidos. Y ahora, por mi culpa... —Le tembló el labio, los ojos se le llenaron de lágrimas. Enseguida rompió a llorar—. ¡Te odio!

Se sentó y se tapó la cara con las manos.

No estaba enfadada conmigo. Fui consciente al instante. Aunque una parte de mí se empeñaba en pensarlo, lo cierto era que no había un solo atisbo de odio en sus ojos. Lo sabía porque, por aquel tiempo, yo recibía odio a diario, y no se parecía en nada a lo que ella me mostró.

Estaba enfadada consigo misma por haber confiado en mí y haber caído en mi engaño. Pero eso había sido inevitable, ni siquiera fue culpa suya.

Miré de reojo la batalla a través de la holopantalla, y después volví a mirarla.

Desde el suelo, envuelta en sollozos, parecía incluso más pequeña, más inocente. Intentó secarse las lágrimas. A través de sus manos de dedos cortos y delgados pude ver la humedad de sus mejillas y la rojez que el llanto le estaba dejando en la punta de la nariz y en los pómulos.

Sabía que todo eso lo había provocado yo, comenzando desde el mismo instante en el que decidí que Ari podía ser de utilidad. Así que tan solo fui capaz de apoyar una rodilla en el suelo y tratar de que se pusiera en mi lugar para llevar la atención sobre la culpa hacia mí, para convertirme en la víctima y el verdugo. Incluso si eso suena aún más egoísta que todo lo que ya había hecho.

—Lo siento —dije—. Soy un idiota, un imbécil y todo lo que tú quieras. Supongo que pedirte que me perdones es pedirte demasiado, pero... entiende que no tengo más remedio.

Guardé silencio para ver cómo reaccionaba, y también porque quería darle ese espacio. Si de algo me había servido ser su amigo, fue para estar seguro de que se repondría rápido, porque había interactuado con ella lo suficiente como para saber, ya entonces, que era capaz de reponerse a casi cualquier cosa.

Me hubiera gustado dejar que se fuera a casa, pero ni podía hacer eso ni teníamos mucho tiempo. Intenté darle la mano para que volviera conmigo.

—Ari...

Me dio un manotazo.

—No me toques —dijo—. No quiero que me vuelvas a tocar en tu vida.

Me alegra que cambiara de idea con los años.

Se puso en pie y se alejó varios pasos de mí sin dejar de enjugarse las lágrimas. Me levanté también.

—Ari, ¿me dejas explicarte?

—No quiero que me expliques nada más, ni que me toques; ni siquiera quiero que me hables.

Si no conseguía que Ari confiara en mí, me habría ganado dos grupos de enemigos. Y en este caso sí me dolía.

Esperé un poco antes de volver a hablar.

—¿Me puedes escuchar? —murmuré.

Se cruzó de brazos. Estaba evitando mirarme.

—¿Qué más tienes que decirme?

—Supuse que no era buena idea decirte quién soy, pero tampoco habrías confiado en mí si no te lo decía.

—Pues no. Si eres un traidor para los tuyos, ¿por qué no ibas a serlo para mí?

Tragué saliva. Le había mostrado quiénes se escondían debajo de Jake Dagger y ya no había marcha atrás. Tan solo me quedaba seguir hacia delante.

—Como habrás notado, no somos humanos —expliqué—. Bueno, ellos no lo son. Pertenecen a un mundo llamado Ofiuco, en una dimensión diferente a esta. La historia es larga, pero se puede decir que tienen unas normas propias con las que manejan a sus habitantes. Se hacen llamar sombra.

Hizo una mueca extraña con la cara que me provocó ternura y, en parte, también vergüenza, porque sabía que esa mueca iba dirigida a varios de mis yoes. Le sonreí, agotado.

—Antes me preguntaste quién me obliga a trabajar para ellos. ¿Todavía quieres saberlo?

Dudó, pero terminó asintiendo.

Le expliqué lo que era Ofiuco, de dónde venían Régar y su panda, quiénes eran y a qué se dedicaban. Le dije que era un mestizo, y también por qué estaba obligado a trabajar para ellos, lo que había aprendido sobre sus leyes y lo que creía que podía hacer para salir ileso. Todo bastante simplificado.

—Entonces, ya no te pueden hacer daño y puedes traicionarlos —concluyó.

Ladeé la cabeza antes de aclarar:

—Más o menos. Mi madre, tú, los niños elegidos y yo mismo seguimos en esto. —Pude encontrarme con sus ojos por fin—. Quiero avisar a Ofiuco pero, si fallo, Régar y sus hombres podrían matar a cualquiera. Por eso necesito que entiendas bien todo lo que te acabo de contar, para que confíes en mí y podamos solucionar esto juntos. —Hice una pausa antes de pronunciar una de las preguntas de las que más miedo me daba escuchar respuesta—: ¿Confías en mí?

—No.

Solté el aire. ¿Cómo iba a hacerlo?

—Ari, necesito que lo hagas. Tú también lo necesitas.

—¿Tengo que recordarte que hace un momento me amenazaste con matarme?

—No voy a matarte. No quiero matarte —maticé. En ese entonces creía que sería capaz de matarla si era necesario, pero ahora sé que no hubiera podido de ninguna de las maneras. Creo que se lo hice saber porque estaba empeñado en mostrar todas mis partes oscuras—. El problema es que, si nos descubren o si no hacemos las cosas bien, tendré que elegir entre matarte a ti o dejar que sean ellos los que te maten a ti, a tus amigos y a mi madre. —Me acerqué a ella—. Te lo repito: necesito que estés de mi parte. Necesito que vayamos juntos en esto, en un solo bando. Los dos estamos en contra de Régar; ahora solo tienes que decidir si vas a estar conmigo o contra mí.

Bajó la mirada. Notaba sus pupilas recorriendo los dobleces de mi ropa, y su mente repasando todo lo que le había contado, en busca de la verdad. Era evidente que no sabía si fiarse. La pregunta realmente importante era si le quedaba otro remedio.

—Ari, ¿confías en mí? —repetí.

Un grito cortó con todo. Era Hikari Yagami al otro lado de la holopantalla. Ari se acercó sin dudarlo: Régar levantaba a Takaishi por el cuello.

—¡TK! ¡Kari! ¡Hay que hacer algo! —gritó, desesperada.

Me acerqué a ella, y entonces aproveché la oportunidad:

—Tú decides cuándo, Ari.

Nos quedamos en silencio, mirándonos, ella buscando la honestidad en mis ojos y yo buscando la confianza en los suyos.

En aquel entonces creía que no debía confiar en mí, que todos los que me llamaban traidor, sucio o bastardo estaban en lo cierto, sobre todo ella. Me creía capaz de hacer cualquier cosa con tal de salirme con la mía y, aunque en parte era cierto, yo mismo no me conocía lo suficiente como para saber que, en realidad, no era capaz de hacerle daño a alguien inocente si podía evitarlo. Y que, de hecho, era más capaz de hacerme daño a mí para evitar hacérselo a otros, en especial si esos otros eran personas a las que quería.

Hoy en día soy muy consciente de que me hubiera resultado más sencillo quedarme como estaba que sacrificar la vida de Ari, por mucho que creyera que estaba dispuesto a sacrificar a todas esas personas que se habían visto involucradas.

Lo que no sabía por ese entonces era que, en realidad, lo que estaba dispuesto a hacer no era más que jugarme la vida por procurar que nadie más que yo, y quienes me llevara por delante en el camino, muriera. Que nadie más que yo tuviera que pagar los platos que estaba a punto de romper.

¿Por qué terminó Ari confiando en mí? No sé lo que vio para terminar de convencerse, y no sé si quiero saberlo, pero supe que lo había hecho antes de que me lo dijera. Quizás fue su inocencia, la falta de experiencia, o ese exceso de confianza en las personas que siempre ha tenido.

Bajó la mirada por un instante. Después volvió a mis ojos.

—Confío en ti —aseguró.

Apoyé una mano en su hombro, decidido a marcharnos, pero me detuve a mirar la holopantalla. Régar sostenía aquel zólov que habían estado preparando Pesbas y los demás, que parecía de lujo, entre las manos. Era grande, distinto a todos los que conocía, y ni siquiera parecía un zólov, aunque sabía que lo era. Desconocía qué funcionalidades podía tener. Lo que estaba claro era que esa mejoría tan evidente debía ser, en gran parte, cosa de Uf-Tá, y que todo aquello iba destinado a conseguir poder sobre los mundos.

—Ari, una cosa más.

—Dime.

—Lo más importante ahora es que le quitemos ese artefacto a Régar, sea como sea. Si consigue hacer lo que está intentando hacer, no solo el Mundo Digital, sino también el nuestro, estarán en peligro.

Hizo una mueca que interpreté como de agobio.

—Vale. ¿Cómo se lo quitamos?

—Tú espera. Pase lo que pase, haga lo que haga cuando estemos ahí, te prometo que será parte del plan; que seguiré estando de tu parte, aunque parezca lo contrario. Cuando grite tu nombre, ven hacia mí, coge el artefacto y corre —le pedí—. Corre todo lo que puedas, sin parar, y cuando veas que no te queda otro remedio, levanta el artefacto y piensa en un lugar del mundo real que conozcas bien. Aparecerá una puerta que te llevará a donde desees. Nadie sabrá adónde te has ido, así que no podrán seguirte. No te preocupes por los elegidos; los llevaré contigo más tarde. Cuando llegues, ve hacia el parque que está detrás del instituto y espérame allí. —Le di la mano. Estaba fría, y esta vez no me apartó. La miré a los ojos para pronunciar en voz alta la promesa que en realidad me estaba haciendo a mí mismo—: Te prometo que acabaremos con esto.








Sombra&Luz

Este fin de semana no publicaré más capítulos porque este es bastante largo.

Esta escena también se puede leer en Mi historia Digimon, aunque desde la otra perspectiva. Espero que esta les haya gustado. :)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro