Capítulo 33
Tigasde tardó apenas unos pocos segundos más que yo en llegar a Whisimbell. Régar, por su parte, me lanzó otra mirada de desprecio y se centró en mí nada más verme.
—¿Qué hacías? —preguntó con voz tosca.
—Curar un poco a Uf-Tá —me excusé—. Dijiste que no querías deshacerte de él todavía, y creí que tendría pocas posibilidades de vivir si lo dejaba tan herido.
Le lanzó una mirada a Tigasde para que corroborase mi versión.
—No lo vi haciéndolo —confesó. Noté la crispación en el rostro de Régar antes de que Tigasde continuara—: Pero Uf-Tá está en su celda y parece que se encuentra un poco mejor.
Régar mantuvo su expresión desconfiada algo más de tiempo. Después extendió un brazo hacia las pantallas, pero toda mi atención se centró en que Takeru Takaishi estaba a tan solo unos pocos metros de nosotros, encadenado a la pared con los brazos extendidos a los lados y la tal LadyDevimon haciéndole compañía.
Nunca fui religioso y nunca creí en ningún dios, pero en ese momento, con aquella imagen compuesta por dos partes de un cuerpo que se cruzaban en mitad de una sala inmensa, tan solo pude pensar en que Takaishi era la viva imagen de Jesucristo en su crucifixión; un mártir que había sido elegido para salvar el mundo y que había sido juzgado y castigado por aquellos que, de una manera u otra, se creyeron con el derecho a decidir sobre algo mucho más grande que ellos.
No escuché las voces a mi alrededor ni me fijé en lo que ocurría en las pantallas. Régar me golpeó la cabeza con una de sus manazas.
—Espabila, Nilal. No tengo todo el día. Dame tu zólov.
Aun tras aquel golpe, tardé en sacar a Takaishi de mi mente, pero pude despertar lo suficiente como para entender que hablaba conmigo y que debía responderle, por mi propio bien.
—Mi zólov... —repetí, intentando centrarme.
Frunció el ceño.
—Dame tu puto zólov.
Me llevé una mano al bolsillo del pantalón por inercia, pero allí no tenía nada. Busqué en el otro bolsillo y en los traseros. Después del susto me di cuenta de que mi madre debió de quitármelo de los pantalones en algún momento de los dos días en los que estuve durmiendo.
Tragué saliva en un intento de reunir fuerzas para decírselo.
—Mi madre debió quitármelo de encima cuando estuve inconsciente.
Dejé la cabeza gacha y la mirada clavada en mis zapatos estropeados, así que no lo vi. Noté que su cuerpo se tensaba, y cómo se esforzaba por relajarse.
—Pues vete con tu mami y tráemelo. Pyrus, ve con él. —Estampó una mano sobre mi pecho y la cerró en un puño con el que agarró la tela de mi capa. Después me acercó hasta él y me obligó a mirarlo—. Te juro que mataré a tu madre como me hagas alguna jugarreta, mestizo. Te prometo por la Sombra y por toda la maldita droga de este universo que no tendré reparos a la hora de mandarte con ella a lamerle el culo a Da-Ba, ¿me entiendes? —masculló. Da-Ba era la diosa de la muerte en Ofiuco—. ¿Me estoy explicando, Nilal?
Pyrus ya estaba a dos metros de nosotros cuando terminó de hablar. Los iris de Régar fulgieron con un brillo que ya en aquel entonces no pude sentir como anodino; fue una mancha oscura, una sombra difusa, prolija y casi etérea que abarcó toda la extensión a color de sus ojos, y que me pareció tan irreal que sopesé la posibilidad de estar imaginándomelo. Pero lo vi tan claro que no pude convencerme de que fuese así.
Separé los labios sin quitarles la vista de encima a sus iris enturbiados.
En ese momento lo sentí, pero fue tiempo después cuando mi conciencia lo entendió.
Ese no era Régar.
No, al menos, el Régar que yo conocía. No, al menos, del todo.
Me zarandeó con fuerza.
—¡¿Me estoy explicando, mestizo?! Si no voy contigo es porque tengo cosas más importantes que hacer, ¡pero ni se te ocurra burlarte de mí o me lo pagarás de formas que ni te imaginas!
—Sí, señor —susurré—. Lo entiendo.
Nunca lo llamaba señor. Mientras que todos a su alrededor se dirigían a él como a una especie de patrón o soberano al que debían respetar, yo solía llamarlo por su nombre. Aquella fue la primera y última vez que me dirigí a él de esa forma. Noté en sus ojos que él también se había dado cuenta.
Algo cambió, algo se aclaró entre tanta sombra difusa, y su agarre se aflojó tan débilmente que me hubiera extrañado que lo notara. El Régar que conocía se abrió paso entre la maleza de alguna imprecisión abrumadora; alguna imprecisión que él mismo estaba notando sobre sus carnes y que lo dejó tocado y confuso, como si acabase de regresar de un letargo en el que no había reparado antes.
Me soltó, casi como si le quemara.
—Pyrus irá contigo —dijo con voz ronca—. Os doy diez minutos.
Se dio la vuelta y se dirigió a Takaishi y LadyDevimon. Desvié la mirada hacia las pantallas. Los elegidos estaban tirados en medio de un bosque. Me mordí el labio y calculé las opciones que tenía para obligarles, de nuevo, a emprender la marcha. Pyrus me presionó para que me diera prisa. Lo agarré, vi a Régar entreteniéndose con Takaishi, y nos saqué de ahí.
2022, 19 de agosto
—¿Qué crees que le pasaba a Régar? —le pregunto. La curiosidad me reconcome.
Jake apoya los codos en las rodillas, pensativo. Analizo lo que ha estado contándome y las palabras que escribí al respecto. Mientras tanto, él guarda silencio durante algunos minutos. Aprovecho ese momento para regresar a la parte de Patamon.
Detesto no saber lo que le hicieron.
—No estoy seguro —contesta Jake al fin, devolviéndome al presente—, pero es como si hubiera habido algo... corrompiéndose dentro de él. —Lo miro. Ha vuelto a abstraerse al pasado, aunque sé que sigue conmigo—. Régar era corrupto por sí solo. —Casi ríe—. Sin embargo, tenía la sensación de que había algo dentro de él que no le pertenecía. Parecía otra persona, como si alguien o algo se hubiera metido en su cerebro y le estuviera manipulando... Y, cuanto más lo pienso, más lo creo posible. —Me mira, inquisitivo.
—No parece ningún disparate, teniendo en cuenta que tú mismo podías manipular a otros con un aparato —respondo—. ¿Crees que alguien podía estar manipulándolo con ese artefacto?
Niega con la cabeza.
—No. Ese tipo de aparatos están hechos a prueba de gente sombra, precisamente para que no ocurran cosas así. Me extrañaría muchísimo que Régar hubiera cometido el error de ponerse en riesgo al pedirle a Uf-Tá, o a quien le facilitara esos aparatos, que les añadiese la capacidad de jugar con la mente de los sombra. Sería estúpido. Régar no era muy listo, pero se guardaba muy bien las espaldas. Estoy convencido de que se aseguró de evitar que cualquiera de nosotros pudiéramos usarlo en su contra.
—Entonces ¿quién podría estar manipulándolo y cómo?
Frunce el ceño, dudando.
—Solo se me ocurren dos opciones, y para una de ellas no sé qué nombre ponerle al culpable. La primera opción es que alguien, que tuviese la capacidad para hacerlo, hubiese modificado uno de los aparatos para manipular a Régar y controlar a la banda desde su mente. Lo cual no tiene mucho sentido, porque, hasta donde sé, el único con la capacidad de manipular un aparato como ese era Uf-Tá, y dudo que pudiera seguir manipulándolo desde que lo encerré en la celda, y mucho menos con lo enfermo que terminó.
—¿Y alguien con los medios, tal vez? Has llegado a comentarme que el hombre al que mataron, Nedrogo, tenía muy buenos contactos. Quizás estaba aliado con Pyrus y fuese él quien continuaba con los planes de Nedrogo.
—Pyrus no es tan listo. —No puedo evitar fijarme en que aún usa el presente para referirse a Pyrus, como si continuase con vida. Él parece no darse cuenta—. Seguramente habría cometido algún error que lo hubiera delatado. Nedrogo hubiera sido una buena opción, si no hubiera visto su cadáver con mis propios ojos. Pesbas era fiel, y Lórman se aferraba a la sombra de Régar como si no pudiera pensar por sí mismo. Tigasde... —Chasquea la lengua—. No entendería cuáles serían los objetivos de Tigasde en caso de haber sido él. No tendría ningún sentido todo lo que hizo Régar mientras se supone que estaba siendo manipulado.
Se mantiene pensativo, ensimismado en sus elucubraciones hasta que lo saco de ahí:
—¿Y la segunda opción?
—La segunda opción, y la que más creo posible, es que fuese el dueño o la dueña de aquella voz que sigo sin saber a quién pertenecía. Tan solo la oí una vez, cuando me colé en el castillo en silencio y escuché aquella conversación tras la puerta. Régar parecía... ceder ante todo lo que decía esa voz. Era como si lo tuviera comiendo de su mano, como si fuese la cabeza pensante de todo ese plan que llevaron a cabo durante un año. Pero ¿quién era? ¿Cómo lo estaba manipulando? ¿Por qué? No tengo la menor idea.
2006
Podría decir que recibí los escarmientos suficientes como para no atreverme a desobedecer las órdenes de Régar nunca más, aunque de hacerlo no haría más que quedar como un completo mentiroso.
La verdad es que me llevé a Pyrus hasta el bosque en el que descansaban los elegidos, sin advertirle y con todo el cuidado del que fui capaz para no aparecer en ningún campo que abarcara la visión de las pantallas.
Pyrus se puso tan nervioso que su voz tembló cuando les dijo a los elegidos que estaban perdiendo demasiado tiempo y que debían darse prisa en continuar. No estuvimos ahí más que un par de minutos, pero fueron suficientes para que, al llegar a mi casa, se quitara la capucha y me mirase con aquella cara de estar oliendo un pedazo de mierda que siempre me dedicaba.
Revolví mi habitación en busca del zólov que Régar me había pedido que le llevara. Miré entre las sábanas, en el escritorio, en los cajones, en el armario, entre la ropa limpia que aún no había guardado y que nunca llegaría a guardar, e incluso en el baúl de los juguetes que llevaba años sin abrir.
—¿Es que te has vuelto loco? —me dijo Pyrus, siguiéndome por la casa—. Sucia rata, ¿no te das cuenta de que me estás poniendo en peligro a mí también? ¡Debería contárselo todo a Régar para que te mate de una maldita vez!
Le di un golpe en el hombro cuando pasé a su lado.
—Atrévete a decirle algo a Régar —le reté. Atravesé el pasillo y busqué entre los cojines del sofá—. Si se entera de que has estado ayudándome, te matará a ti también. Es más, probablemente te mate antes de matarme a mí, porque saber que has estado ocultándole algo tan valioso le pondrá de los nervios.
—¡Sucia rata! ¡Si lo hice fue porque me obligaste!
No estaba en el sofá. Tampoco en las estanterías del salón ni en la parte más visible de la cocina. El tiempo se me acababa, así que descolgué el teléfono fijo y marqué el número que mi madre me había obligado a aprenderme de memoria a los seis años.
Respondió a los dos tonos. Pyrus continuaba gruñéndome como un perro rabioso.
—¿Jake? ¿Estás en casa?
—Mamá, ¿dónde está mi zólov?
—¡Asqueroso mestizo!
Escuché ruidos al otro lado del teléfono.
—¿Estás con alguien? ¿Es Régar? ¿Pyrus?
—Mamá, por favor, necesito que me digas dónde está el zólov.
—Espérame ahí. Espérame, cariño, que enseguida llego.
—Régar va a matarte tan rápido que no vas a poder ni verlo venir.
Tragué saliva. Cerré los ojos con fuerza y agaché la cabeza. Las voces de ambos, inquietas y desesperadas, me transmitían mensajes tan fuertes y opuestos que no supe centrarme en uno solo. Mi madre en mi oído derecho; Pyrus con su verborrea en el izquierdo, y aquella voz en mi mente que me decía que los mandase a la mierda y que desapareciera de allí para siempre.
—Por favor, no cuelgues, Jake. Ya voy de camino.
—Y a tu madre la sucia no le espera algo mejor que eso.
Abrí los ojos. No me había dado cuenta de que la mano que tenía libre se estaba clavando con fuerza en mi rodilla. La quité de ahí para frotarme los párpados.
—No vengas —susurré al teléfono—. Me voy ya.
—¿Irte? ¿Irte a dónde? ¿A dónde te vas?
—¡Deja que venga y le doy su merecido!
—Tengo que trabajar, y necesito el zólov.
—No quiero que te vayas. Quédate en casa. Dame quince minutos y estoy ahí, por favor. Dame quince minutos. Nos iremos, Jake, te prometo que nos iremos adonde sea. Compraremos los primeros billetes que haya para irnos a Inglaterra con mi tía y empezaremos una vida nueva. O podemos irnos a otro lugar de Europa, o a América, a cualquier lugar. Empezaremos algo nuevo. He dejado el trabajo. Estoy saliendo del hospital. Tengo ahorros. Podremos empezar algo nuevo, cariño.
Estaba llorando. Sus sollozos, su voz nasal, la vibración casi dolorosa de aquellas frases que en realidad no quería pronunciar. La súplica y aquella esperanza manchada con el puñetero miedo a perderlo todo.
Se me clavó tan hondo que a día de hoy me siguen temblando las manos al recordarlo. A día de hoy todavía escucho con claridad su voz suplicándole a la vida, a un dios, a mí, al universo, a sí misma, a todo lo que pudiese escucharla, que nos dejase vivir.
Y me hizo dudar una vez más.
¿Dejar a Pyrus inconsciente, irme con mi madre a algún lugar del mundo y rezar para que nunca nos encontrasen, o colgarle a mi madre y marcharme con Pyrus y el zólov para continuar con lo que tenía pensado y perderlo todo?
Estaba tan tentado de escoger la primera opción que olvidé que se me acababa el tiempo. Pero fue el propio Pyrus quien me recordó que, en realidad, solo tenía una opción:
—Régar se alegrará de no tener que perder el tiempo buscándola.
—Escúchame, mamá. Por favor.
Guardó silencio. Oí el ruido de los coches a su alrededor y su nariz moqueando.
—No puedes venir ahora o lo perderemos todo —continué. Esperé a que dijera algo, pero no lo hizo—. Dime dónde está el zólov.
Tardó en responder.
—En la cajonera que está al lado de mi cama.
—Mamá. —Volví a callarme. Ella esperó, sollozando. En ese momento no se me pasó por la cabeza, pero ahora puedo imaginar que mi madre ya había descubierto que aquella era, con mucha probabilidad, la última vez que hablaríamos. Lo había dejado todo. Había jugado todas sus cartas y se disponía a empezar un nuevo juego en el que apenas tenía posibilidades de ganar y, quizás tras mi llamada o quizás antes, había descubierto que yo jugaba en otra mesa. La voz de Pyrus y un golpe me sacaron de mi trance—. Es una buena idea. La casa de tu tía suena bien para vivir una temporada. Adelántate tú. Tienes que llevarte algunas cosas y supongo que el billete saldrá carísimo, pero seguro que vale la pena. —Hice otra pausa. Se me atragantaban las palabras—. No me esperes, ¿vale? Sigue adelante y no me esperes.
A esa decisión me refería.
Sombra&Luz
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