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Capítulo 24

Poco después me encontré con Ari y con Motomiya en una biblioteca de Odaiba. Era julio, estábamos en plenas vacaciones de verano, y tanto Motomiya como Ari y yo habíamos suspendido Historia y tendríamos el examen de recuperación en septiembre. El resto de profesores me perdonaron sus asignaturas, con un aprobado justo, a cambio de que me esforzase más en segundo. Seguramente lo hicieron por lástima, porque mi tutora explicó mi supuesta situación, y porque mis notas no estaban tan lejos del aprobado. Había estado a punto de suspender Matemáticas y Biología. De hecho, creo que hubiera sido lo justo.

Ari se había quedado a las puertas de aprobar Historia, así que no le costaría demasiado recuperar la asignatura. Motomiya y yo nos quedamos mucho más atrás. Creí que estudiar con ellos, además de suponer un buen repaso para mi nefasta capacidad de estudiar esa asignatura, me serviría para acercarme a Ari y poder compartirle las supuestas voces de Régar y Lórman. También estaba deseando alejarme de mi casa. Además de eso, había conseguido crear con Ari algo parecido a una amistad, o lo que quisiera que tuviera yo con los chicos y las chicas normales de mi edad.

Intenté relajarme con ellos, distraerme y atender de manera concienzuda a las lecciones. Habitualmente me resultaba complicado hacerlo, cada vez más, pero tener a alguien con quien repasar el temario fue una verdadera ayuda. Aunque, claro, estar con Ari también podía implicar que nos distrajéramos hablando de otras cosas o riéndonos por tonterías.

A pesar de todo, Ari era una ayuda, en especial porque estar con ella implicaba alejarme de todo lo que me ponía en tensión. Ese fue el motivo por el que, estudiando con ella y con Motomiya, terminé consiguiendo el aprobado en septiembre.

—A ver si lo he entendido —dije, aún en julio. A nuestro lado, Motomiya había dejado caer la cabeza sobre los brazos cruzados en la mesa, aunque no sabía si estaba dormido o ignorándonos—. La civilización romana se desarrolló en torno al mar Mediterráneo, al que llamaron Mare Nostrum...

La risa contagiosa y tímida de Ari me interrumpió. Sus hombros se agitaban en espasmos pequeños e inintencionados. Intenté no reírme con ella, pero no pude evitar sonreírle con una expresión divertida.

Cuando lo pienso, no puedo hacer más que darme cuenta de lo absurdo que podía resultar el hecho de que nos riéramos por lo que parecía ser absolutamente nada. Sin embargo, eran las absurdeces así las que me demostraban que mi cuerpo aún era capaz de producir algo de dopamina.

—¿Y ahora qué dije mal? —pregunté—. No le veo la gracia.

Aunque no era cierto. No sé lo que fue, pero me reí con ella como si hubiésemos hecho una broma que nadie más entendía.

La bibliotecaria nos chistó para que callásemos, y eso fue lo que disipó la dopamina. Lo intentamos; funcionó a medias.

Metí la mano en el bolsillo de mi pantalón, por debajo de la mesa. Cuando apreté uno de los botones, los pómulos de Ari se relajaron y las comisuras de sus labios se deslizaron hacia abajo. No esperé mucho antes de detenerme.

—¿Ari? —dije—. ¿Sigues ahí?

El brillo volvió a sus ojos castaños.

—Sí —respondió, aún distraída—, solo estaba pensando en el examen.

—Estoy seguro de que aprobarás sin problemas.

Ella me devolvió la sonrisa, se frotó los ojos y se irguió en la silla.

—Yo también estoy segura de que tú aprobarás.

Ese día, puede que por primera vez, fui verdaderamente consciente de lo mucho que podía estar afectando de forma injusta a una chica que no tenía nada que ver en todo aquello. Ni siquiera con los niños elegidos.

Pero estaba decidido a usarla. Ni siquiera la culpabilidad me detuvo.



Unos días después cumplí catorce años. Mi madre lo olvidó. Cuando se lo recordé, bufó, exasperada por haberse despistado, y bajó a una tienda a comprarme un pan dulce relleno de pasta de judías y un par de velas. Eran las doce de la noche cuando lo hizo, así que soplé las velas el día dieciocho y no el diecisiete. Nos fuimos a dormir enseguida.



Pasados dos meses, cuando ya habíamos empezado el segundo curso de secundaria, seguí a Ari por las calles de Odaiba. Iba a una distancia prudencial, mientras observaba con atención el silencio que se había formado entre ella y Hikari Yagami. Me llamó tanto la atención que una persona como Ari pudiese sostener un silencio tan incómodo que estuve a punto de retirarme, pero me convencí de que aquella sería la última vez que lo haría.

Hikari Yagami se encontraba abstraída. Aquella aura especial que solía rodearla se había enturbiado; incluso yo lo notaba sin tener ninguna clase de relación con ella.

Apreté uno de los botones del aparato, y Ari se detuvo en seco al escuchar las voces en su cabeza. Yagami la imitó unos pasos por delante de ella.

Desaparecí antes de que cualquiera de las dos pudiera pronunciar palabra alguna.



Uno de los problemas de mi plan era que yo no estaba lo suficientemente curado de espantos como para ver a Ari todos los días y no sentirme una bazofia. Aunque de forma habitual parecía poder llevar una vida normal, también la descubría a menudo muy ensimismada en su propio mundo, sobre todo durante los días siguientes a dejar que escuchase las voces. Pero, a pesar de todos mis reparos y del miedo, que iba creciendo conforme se acercaba el día, continué. No me eché atrás. Todas las veces que dudé fue en momentos en los que el mundo me pesaba demasiado.

No obstante, pronto le di la vuelta a la situación: si el mundo me resultaba excesivamente grande y no era capaz de matarme a mí mismo, tan solo me quedaba llevar a cabo mi plan para librarme de la carga más pesada, ya fuera en forma de Ofiuco encarcelándonos o de Régar matándome. Y dejarlo en manos de un plan con tantos cabos sueltos, a pesar de todos los riesgos, me pareció lo mejor.

Por eso decidí que era hora de empezar a «activar» la falsa profecía un mes después de dejar que Ari escuchara voces por última vez. Y digo «activar» por llamarlo de alguna manera, porque tenía claro que esa profecía no era real.

Lo que de verdad me proponía era hacer el paripé de fingir que se estaba cumpliendo la profecía que un chico asustado se había inventado en su lecho de muerte, todo para mantener la atención de Régar puesta en su Proyecto Oscuridad y lejos de mi propio proyecto, que consistía en delatarnos sin que Régar pudiese hacer nada por impedirlo.

Era tan absurdo y podía salir tan mal que dudé cada maldito segundo de todos los que pasé esperando el momento oportuno. Pero era mi única esperanza. No la última ni la más grande; la única. Así que debía aprovechar la oportunidad que Prus me había dado al engañar a Régar, al mantenerlo ocupado por tantos meses.

Eso haría. Eso intentaría hacer. Por mí, por mi madre, por Prus, por Gennai y por Takaishi. Aunque todo implicase perjudicar a Ari injustamente.






Sombra&Luz

¡Hola! Sé que ha sido corto y poco interesante, lo siento por eso. Los capítulos irán a mejor (o eso creo).

También espero que se entienda bien el plan de Jake, aunque lo que más espero es seguir publicando los viernes, como dije que haría. (?)

¡Un saludo!

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