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Capítulo 22

Pasé unos días cojeando, así que dejé de intentar ir a los entrenamientos de baloncesto. También procuré disimularlo al caminar y llegar el primero a clase e irme el último, para que nadie se percatara. Supongo que lo conseguí, porque nadie me preguntó.

Tardé más de un mes en poder ver a Takaishi por fin. La herida en la pierna me había hecho reaccionar lo suficiente como para volver a pensar en otras cosas: en mi plan, en mi madre, en las clases, en Gennai, en la falsa profecía que se había inventado Prus, y en Takaishi. En las leyes de Ofiuco también.

Intenté distraerme, volver a la normalidad para centrarme en todo lo que se me venía encima. Y lo conseguí a medias, en especial gracias al deseo de no terminar de destruir la vida de mi madre.

Régar había sustituido a Nedrogo por un hombre más silencioso y fuerte, aunque también más obediente y leal. En ese tiempo no había podido conocerlo en profundidad, pero ya sabía que me ignoraba casi tanto como lo hacía Pesbas y que soportaba a Pyrus tan poco como yo. Lórman se encargó de enseñarle cómo trabajábamos y se aseguró de ponerlo al corriente sobre lo que había pasado con el hombre al que estaba sustituyendo.

Pero Tigasde, el nuevo, no pareció inmutarse demasiado ante las amenazas implícitas.

—He venido a obedecer órdenes de Régar —aseguró—, no a cometer estupideces.

Régar había sonreído ante sus palabras, aunque no estaba seguro de si había sido por orgullo al escucharlo o porque, en realidad, las formas de Tigasde le hacían gracia.

—Mestizo, enséñale dónde guardamos la droga. Pronto te acompañará a por más. Quiero que sea él quien se encargue de todo. Tú supervisarás que no cometa estupideces.

Obedecí sin decir nada.

No pude evitar preguntarme si estarían drogando a Takaishi durante todo ese tiempo. En parte, temía pensar que podía estar muerto, pero me tranquilizaba saber que, de ser así, Régar se hubiera encargado ya de que me enterase. También era probable que su amenaza de mandarme a hacerlo en su lugar fuera cierta. Además, tenía entendido que querían que el chico trabajase para ellos y que, por consiguiente, lo mantendrían encerrado durante, al menos, un año y poco. Eso significaba que yo debía llevar a cabo lo que tenía pensado antes de ese tiempo, y todavía me quedaban alrededor de ocho meses.

Llevé a Tigasde hasta el cuartucho al fondo. Era húmedo, oscuro y frío, y el olor a azufre y caucho quemado que desprendía esa droga se mezcló con el olor a muerto que aún impregnaba las paredes. Me vinieron recuerdos vívidos que me secaron la boca. No había pasado tanto tiempo como para que pudiese acostumbrarme a la sensación, por lo que pronto volví a sentir los cuerpos manoseándome y el olor a infecto al fondo del paladar.

Me mareé. Lo poco que comía y dormía no ayudó. La última vez que había estado en aquella sala había sido drogado, con la ropa desgarrada y recibiendo abusos por parte de no sé cuántas personas que no reconocí. En su momento, di por hecho que ninguno de esos cuerpos pertenecía a los hombres con los que trabajaba, pero durante las semanas siguientes no pude evitar plantearme la posibilidad de que Nedrogo no hubiese actuado solo.

Para no volverme demasiado paranoico, me convencí de que aquella rata no hubiera sido capaz de compartir el botín con nadie.

—Aquí es —dije a duras penas—. Solo podemos acceder a esta sala cuando Régar nos dé permiso, normalmente para traer mercancía o llevársela.

—¿Todos tenemos el mismo acceso?

—No. Los que más tiempo llevan aquí suelen tener más dificultades para mantenerse mucho tiempo al lado de la droga sin probarla, así que Régar les impide acercarse.

—Tengo entendido que tú trabajas para él desde hace años.

Tigasde tenía los ojos del color de la miel cuando recibe la luz directa del sol, y la oscuridad de aquella sala no parecía apagar ni un poquito esa característica. No sabía si sus palabras llevaban implícitas una necesidad de saber por qué Régar confiaba en mí, si era un mestizo, o si simplemente quería informarse sobre los acontecimientos. De todas formas no pude pensarlo demasiado, porque recordar que me habían drogado agravó la sensación de sequedad en mi boca y me devolvió las ganas de vomitar que sentí al ver el cuerpo de Nedrogo. También noté que mi alrededor se comprimía en una especie de vorágine que sabía que solo estaba ocurriendo en mi cabeza.

Intenté centrarme.

—Sí, pero yo no pruebo la droga —dije.

No respondió. Tigasde sabía perfectamente lo que había pasado ahí. Me acerqué como pude a una de las mesas del fondo y apoyé una mano sobre el paquete de droga abierto que quedaba. Aproveché para sostenerme.

—Aquí la dejamos —añadí—. No es necesario probarla ni abrir los paquetes. Solo...

Cerré los ojos con fuerza. El peso de mi cuerpo se bamboleó de un lado al otro hasta que conseguí llevarlo a la mano que había apoyado en la mesa. Tuve que usar las dos para no caerme.

—¿Estás bien?

Intenté asentir. Cuando abrí los ojos de nuevo, lo tenía al lado. Me alejé de él sin pensarlo.

—Estás pálido —insistió. Volví a cerrar los ojos con fuerza—. ¿Nilal? Chico, di algo.

Me acuclillé, dejé caer la cabeza hacia delante y me llevé una mano a los ojos sin apartar la otra de la mesa. Intenté respirar para calmarme. Conté hasta tres en cada inhalación y en cada exhalación, y traté de hacerme volver al presente. No quise tocar la piedra del suelo porque sabía que, si lo hacía, acabaría hiperventilando. El corazón se me desbocaba a un ritmo irregular, pero logré mantenerlo a raya.

Puso una mano en mi espalda que me sobresaltó. Esa vez no me aparté.

—Tranquilo —murmuró—. Respira. Creo que estás teniendo una crisis de ansiedad.

—Estoy bien. No me pasa nada. Es solo que no he comido nada en las últimas horas.

Tardé alrededor de veinticuatro horas en sorprenderme al darme cuenta de lo que había hecho Tigasde, y varios meses en comprender que él no era como Régar y su panda.

Pero en ese momento no pude entender nada.

De pronto, escuchamos golpes y alaridos de Régar, así que aproveché la excusa para ponerme en pie. Salí de ahí corriendo, como pude, ayudándome de las paredes cuando lo necesitaba. Tigasde me siguió.

Atravesamos el pasillo hasta llegar a una puerta gruesa y enorme que estaba abierta de par en par, mucho más cerca de lo que creía. Al otro lado estaban Pesbas, Lórman, otro hombre —Drac— y Régar, que parecía igual de cabreado que cuando apareció en mi casa reclamando la droga extraviada.

A pesar de todo eso, de sus berridos y de lo ostentoso de aquella sala enorme, yo solo pude reparar en que Takaishi se encontraba al fondo, maniatado, despierto y confuso. Tan confuso que estaba bastante seguro de que no era consciente de dónde se encontraba ni de quiénes estábamos a su alrededor. Tenía la mirada perdida, una constante expresión de espanto, y la ropa sucia.

Entonces pude haberme ido. Pude haberle dicho a Tigasde que me siguiera, haberlo llevado hasta cualquier otro lugar del castillo y haber hecho como si no pasara nada, pero lo cierto es que el estado de Régar me revolvió de tal manera que no pude evitar teletransportarme frente a Takaishi para impedir que lo golpeara de nuevo, a pesar de que hacía un par de minutos había estado a punto de desmayarme.

Sabía que le había pegado, que no sería la primera ni la última vez. Lo veía en la zona de la barbilla amoratada de Takaishi, en la herida en su labio y en la sangre seca.

Paré el puño de Régar y vi la cólera en sus ojos al percatarse de mí. Después paré su otro puño sin saber cómo.

—¡Apártate, mestizo, o te mato ahora mismo!

—¡Solo es un humano! —vociferé, más para que me escuchara por encima de su propia furia que porque quisiera ponerme a su altura—. ¡No puede soportar tus golpes, Régar!

Se zafó de mis manos y usó una de las suyas para agarrarme la cabeza por la sien y golpearla contra la de Takaishi, que gimió desde atrás. Sentí el mareo agravarse una vez más, y un pitido agudo reventándome el tímpano izquierdo. Después me estampó en la pared. Finalmente me acercó a su oreja:

—¿Hay alguien que te haya dado permiso para opinar? —masculló—. ¿Quieres acabar como el imbécil de Nedrogo?

Llevé las manos a su muñeca para intentar quitármelo de encima, pero tan solo conseguí que dejara de cubrirme los ojos para poder mirarlo. La vista me falló.

—Es solo un humano —insistí—. No va a soportar una paliza. A lo mejor no soporta ni un solo golpe tuyo.

Apretó la mandíbula y, esta vez sí, se hinchó una vena en su cuello. Noté que comprimía la mano en mi sien como si quisiera reventarme el cráneo. Por un momento llegué a pensar que lo conseguiría. Me dio un puñetazo en el abdomen con su otra mano, me separó de Takaishi y llevó mi cara hasta su rodilla. Caí hacia detrás con el puente de la nariz palpitándome y un dolor agudo en la boca del estómago.

Me puse en pie al verlo girarse de nuevo hacia Takaishi, pero Pesbas y Drac me agarraron por detrás, de ambos brazos, para que no pudiera detenerlo.

Régar le dio un puñetazo que lo dejó del todo inconsciente al instante.

—¡Para! —grité. Intenté librarme de Pesbas y de Drac, pero no me soltaron. Régar le asestó otro golpe en el estómago. Forcejeé más—. ¡Lo vas a matar! ¡¿No ves que lo has dejado inconsciente de un solo golpe?! ¡Se suponía que lo querías con vida!

—El chico tiene razón —me apoyó Pesbas—. Desquitarte con él lo acabará matando.

—¡Para, por favor! ¡No va a soportarlo!

Régar se detuvo y se giró a mirarnos. En concreto, a mirarme a mí. Me lanzó tal mirada de desprecio que sentí que me hacía pequeño en el sitio, pero no me achanté. No podía deshacer lo que había hecho; tampoco me arrepentí nunca de hacerlo. Noté sus músculos tensos y aquella especie de peligro palpitante que desprendían sus poros cuando estaba a punto de perder el control.

A veces era imposible no comparar a Régar con algún tipo de animal grande, peligroso y enfurecido que se preparaba para atacar a su víctima con la respiración agitada. La sangre que se le subía a la cabeza hacía que la vena de su cuello latiera como si le fuera a estallar en cualquier momento.

Pesbas y Drac aumentaron la presión sobre mis brazos antes de que Régar llegara a mi lado. No querían que me escapara.

—Si no puedo desquitarme con él, lo haré contigo —barbotó.

No me dio tiempo a responder. Tampoco me dio tiempo a recuperarme de los primeros golpes que me asestó en la cara, porque continuó golpeándome por el resto del cuerpo.

Lejos de lo que cabría esperar, Régar podía ser muy considerado a veces. Sobre todo si le interesaba, como era el caso. En ese momento, se tomó la molestia de evitar mi cara todo lo posible para que no tuviera que disimular los golpes con maquillaje. En cambio, se desquitó con mi abdomen como si fuera un saco de boxeo.

También lejos de lo que pudiera parecer, sus golpes me ayudaron a alejarme de aquella sensación abrumadora que me había invadido en la sala de la droga, así que una parte de mí agradeció que sus nudillos pudiesen llevarme al presente.

Pocas veces recordaba con exactitud todo lo que ocurría cuando Régar me pegaba, pero esa vez pude darme cuenta de que Pesbas y Drac acabaron soltándome cuando Régar me agarró del pelo para darme otro rodillazo. Apoyé los codos en el suelo, bocarriba, para no caer del todo.

Régar se acuclilló a mi lado. Volvió a agarrarme del pelo y me llevó la cabeza hacia atrás.

Zimme phanilé —masculló.

Me escupió en la cara, me soltó con brusquedad y se puso en pie. Cuando pensaba que ya se había desquitado lo suficiente, se dio la vuelta con los puños cerrados y me dio una patada en la cabeza que, por suerte, ya había protegido con los brazos.

¡¡¡Zimme!!!

Me mantuve en el suelo, encogido sobre mi propio cuerpo, en silencio. Régar dio órdenes de enviar a Takaishi a otra sala. Después, desapareció del lugar sin decir nada más. Fue entonces cuando aparté las manos de la cabeza y me permití ponerme en pie, a duras penas.

Pesbas y Drac se encargaron de Takaishi. Observé cómo le quitaban las cadenas para bajarlo de la pared, mientras su cabeza bamboleaba de un lado a otro como un peso muerto. Me llevé una mano a la boca para quitarme la sangre que sabía que tenía. Ellos se llevaron a Takaishi y volvieron a dejarme solo con Tigasde.



2022, 21 de julio

—Gracias por eso —digo. Jake me devuelve la mirada, aún en el pasado.

—No me des las gracias por algo así —responde cuando vuelve al presente—. Pudo haberte matado.

—A ti también, aunque insistas en que tu cuerpo era más resistente. Solo tenías trece años.

Se cruza de brazos, de pronto ligeramente incómodo, y observa la pantalla.

—No fue un acto heroico, TK. En parte lo hice porque mi cuerpo era más resistente, sí, igual que cuando protegía a mi madre. Pero otra parte de mí lo hizo porque de verdad sentía que lo merecía más que tú. Me valoraba muy poco, y... —Hace una pausa para inspirar hondo. Duda. Hoy estamos solos—. A partir de que Nedrogo intentara venderme, empecé a desear que Régar me matara por accidente cuando me pegaba. En esa ocasión, en especial, lo deseaba con todas mis fuerzas.

El silencio se apodera del despacho, aunque no me resulta incómodo. Durante estos años, y sobre todo durante el último mes, Jake y yo hemos afianzado una amistad que antes parecía existir únicamente por Ari. Sé que a Jake le cuesta verlo de la misma forma, porque sus experiencias lo han llevado a distanciarse de cualquier persona, pero también me consta que, en el fondo, siente algo parecido. Puedo verlo en cómo se abre a narrar su pasado cada vez con más facilidad, en la comodidad con la que, dentro de lo posible, lo hace, y en la complicidad de algunas de nuestras miradas y gestos. Empiezo a comprender por qué Ari lo tiene en tan alta estima y por qué le confiaría su propia vida.

Me abstraigo durante algunos minutos para darle vueltas a lo que me hicieron durante ese tiempo, pero de momento no he conseguido grandes avances en lo que respecta a refrescar la memoria. Jake sabe que me golpeaban porque lo vio con sus propios ojos; también sospecha, y con razón, que el maltrato psicológico debía de estar presente. No obstante, yo continúo sin recordar nada. Ni siquiera me quedan cicatrices en la piel.

Todo esto me resulta rarísimo y abrumador. No puedo dedicarle tiempo a lo que me hacían sin terminar antes con lo que le hacían a Jake. La carga que porta él es tan grande que es imposible compaginarla con otra.

Jake está aprendiendo a comprender su pasado y el quién es hoy en día debido al mismo. También está descubriendo, gracias a Ari, a la terapia y a las oportunidades buenas que le está dando la vida, que no es una persona tan horrible como creía serlo con trece años. A pesar de que viva con una carcasa protectora puesta sobre los hombros, es honesto en lo que dice y en lo que hace, incluso consigo mismo que, si alguien me pregunta, creo que es lo más complicado.

Hace cuatro días cumplió treinta años.







Sombra&Luz

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